Joseph Stiglitz: «Tenemos ahora una oligarquía destruyendo las reglas del juego»

Premio Nobel de Economía en 2001, Joseph E. Stiglitz (Gary, Indiana, 1943) es uno de los economistas más influyentes del mundo. En su último libro, ‘Camino de libertad. La economía y la buena sociedad’ (Taurus, 2025), propone una visión de la libertad basada en la justicia social y la igualdad de oportunidades. Hablamos con él sobre la guerra arancelaria de Donald Trump, la importancia de los medios de comunicación y la academia como contrapesos del poder y la necesidad de ampliar la libertad de elección. 

Por Elena Herrero-Beaumont

En una época de fragilidad emocional y social, hablar de libertad casi suena utópico. ¿Por qué decidió escribir este libro ahora? ¿Qué le llevó a repensar la libertad como tema central del debate económico?

Escribí el libro antes de las elecciones de 2024 en Estados Unidos. Era consciente de que la libertad sería un tema central, y por un momento así fue. Kamala Harris usó «Yes She Can» como himno de su campaña, y hubo debates sobre los derechos reproductivos y otras libertades clave. Algunas de las cuestiones que se planteaban, como la libertad de portar un arma, trataban de algo que es central en el libro: el reconocimiento de que la libertad de una persona puede restringir la de otra. Estos temas surgieron, pero no dominaron la campaña. Fueron unas elecciones en las que mucha gente sentía que no iba bien y Donald Trump prometía un cambio. No creo que entendieran completamente que sería un caos y una desestabilización de las instituciones. Pero fue una elección sobre el cambio, y Harris representaba la continuidad. Los valores de la libertad están tan arraigados en la cultura estadounidense que pensé que merecía un debate más profundo. Porque lo que representaba el Partido Demócrata era la libertad de cada individuo de desarrollar su potencial. Si pudiera cambiar la conversación sobre lo que los republicanos llaman libertad —hacer lo que uno quiera sin importar las consecuencias—, pensé que podría convencer a la mayoría de que mi concepción de la libertad es la que ellos realmente desean. Quienes defendemos posturas progresistas tenemos en realidad una agenda que expande la libertad. Durante mucho tiempo, ha sido la derecha la que ha reclamado la agenda de la libertad. Yo quería recuperar eso y convertirlo en una parte central del debate intelectual y político.

Usted critica la noción individualista de libertad, en gran medida formulada por pensadores como Hayek y Friedman. ¿Cómo entiende la libertad real? ¿Por qué reducir la intervención del Estado no es suficiente para garantizar que las personas sean verdaderamente libres?

Abordo este tema desde la perspectiva económica. Cuando los economistas hablan de libertad suelen preguntarse: «¿Qué eres libre de hacer?». Alguien al borde de la inanición no tiene libertad. La libertad real depende del conjunto de oportunidades que una persona tiene, y eso rara vez se amplía de forma individual. Pongo ejemplos donde cooperar amplía la libertad. Incluso una pequeña restricción puede en realidad ampliar la libertad. Por ejemplo, los semáforos: en una ciudad como Nueva York, son una limitación; no puedes avanzar hasta que se ponga en verde. Pero si no existiera ese semáforo habría caos. Así que una simple regulación nos permite avanzar. Lo mismo ocurrió durante la pandemia. La vacuna de ARN mensajero se desarrolló gracias a recursos públicos. Ningún individuo por sí solo podría haberlo hecho. Requirió inversión estatal, que se financia con impuestos. Esa obligación —pagar impuestos— es una restricción menor frente a la libertad de vivir que nos dio esa vacuna. Cooperar implica aceptar ciertas limitaciones, pero en el panorama general, esas limitaciones amplían enormemente nuestras posibilidades y nuestra libertad real.

Esto está conectado con la visión utilitarista, en el sentido de que tus acciones deben realizarse de una forma que beneficie al mayor número de personas. ¿En qué se distingue de lo que, por ejemplo, John Stuart Mill quería transmitir?

John Stuart Mill vivió en una época marcada por la intolerancia, y por eso centró su defensa de la libertad en el derecho a creer y pensar libremente, siempre que eso no afectara a otros. Fue un gran defensor de la tolerancia. Yo también trato ese tema, aunque su enfoque sobre lo que hoy llamamos «externalidades» era secundario. Pero casi 200 años después vivimos en sociedades densas e interconectadas. Y en estas economías, lo que una persona hace tiene un impacto mucho mayor sobre los demás. Por eso, el problema no es solo la tolerancia sino también de qué manera las acciones de una persona pueden afectar a los demás. Un monopolista que fija precios altos le quita a otro la libertad, quizás incluso la posibilidad de comprar un medicamento vital. Eso es una compensación. Y los economistas trabajamos precisamente con compensaciones. En el libro argumento que una sociedad razonable, tras una buena deliberación, concluirá que es más importante preservar los derechos de los explotados que los del explotador. Que la libertad de vivir sin miedo es más importante que la libertad de portar un arma automática. Habrá desacuerdos, claro, pero creo que puede lograrse un consenso amplio. En los casos más complejos, propongo que pensemos como lo haría el «espectador imparcial» de Adam Smith o bajo el «velo de la ignorancia» de John Rawls. Cuando pensamos en qué tipo de sociedad queremos vivir, deberíamos hacerlo desde la perspectiva de que no sabemos en qué lugar vamos a nacer dentro de esa sociedad. Y creo que la mayoría de la gente estaría de acuerdo en que un sistema impositivo progresivo bien diseñado es el sistema contractual que todos apoyaríamos.

Las contribuciones de John Rawls no han tenido el impacto que una gran filosofía como la suya debería haber tenido. ¿Por qué cree que está ocurriendo esto en Estados Unidos, donde se ha vuelto tan difícil transmitir estos mensajes al público y a los líderes políticos?

El debate en Estados Unidos ha sido secuestrado por una visión muy egoísta del individualismo, promovida por sectores del Partido Republicano. Es un individualismo que no considera el velo de la ignorancia de Rawls ni el espectador imparcial de Adam Smith. El peor ejemplo son Elon Musk y Donald Trump. Tenemos ahora una oligarquía destruyendo las reglas del juego. Porque el Congreso es el único que puede redactarlas, y ellos simplemente las están ignorando mientras arrasan con los distintos departamentos del gobierno. Ni siquiera están prestando atención a las salvaguardas, a las normas establecidas por congresos anteriores. Estas son las acciones más antidemocráticas que hemos enfrentado en la historia de nuestra nación. La naturaleza de los oligarcas es que les resulta muy difícil entender realmente la vida de los estadounidenses comunes, que en toda su vida ganan lo que ellos ganan en una hora. No pueden comprender sus necesidades ni preocupaciones. Al desmantelar el papel del Estado, eliminan servicios que no valoran porque no los necesitan, pero que son esenciales para millones de personas.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Qué ha fallado por parte de los demócratas?

Es un tema que traté en mi libro El precio de la desigualdad, publicado en 2012, basado en un artículo que escribí en 2011 titulado Of the 1%, by the 1%, for the 1%. Allí advertía que Estados Unidos había permitido que la desigualdad creciera de forma excesiva y percibida —con razón— como injusta. No acompañamos adecuadamente a quienes quedaron rezagados en la transición de una economía agraria hacia una basada en servicios y conocimiento. Muchos quedaron sin oportunidades ni esperanza. Aunque los demócratas mostraban más compasión, terminaron aceptando muchas de las mismas políticas neoliberales que los republicanos, solo que con algo más de empatía. Eso nos dejó con más de 40 años de creciente desigualdad. En ese contexto, advertí que era terreno fértil para un demagogo. No sabía quién sería, pero finalmente fue alguien tan peligroso como Trump, que supo aprovechar el malestar, amplificarlo y polarizar a la sociedad. Y me preocupaba el hecho de que el mundo está lleno de una gran oferta de demagogos potenciales. Lo preocupante es que esto puede agravarse con la inteligencia artificial y otras crisis. Trump propone destruir nuestras instituciones educativas, imponer aranceles que no generarán empleos y elevarán la inflación. Así que mi lectura de lo que ocurrirá es que, mientras la retórica sea airada y haya una guerra cultural contra los demócratas, el resultado será el empeoramiento de las mismas fuerzas que lo llevaron al poder.

Sostiene que la verdadera libertad requiere de un acceso efectivo a la educación, a la sanidad, a la vivienda, a la seguridad económica. ¿Cómo podemos garantizar estas condiciones sin caer en el paternalismo?

Ante todo, no se trata de quitar la libertad de elegir. La libertad de elección es fundamental, y la agenda progresista que propongo busca ampliarla. Por ejemplo, en Estados Unidos la mayoría solo tiene acceso a una o dos aseguradoras privadas de salud, muchas de las cuales obtienen beneficios negando la atención médica, lo que ha generado una gran frustración. Lo que propongo es una opción pública pero no obligatoria. Una aseguradora sin fines de lucro. Su objetivo no sería explotar a los individuos, sino mejorar sus vidas y ofrecer una buena atención médica. Ese es un ejemplo de cómo podemos fomentar mejores decisiones y dar más opciones. Lo mismo con la vivienda. En 2008, vimos cómo las hipotecas mal diseñadas destruyeron el patrimonio de millones. Una opción pública podría ofrecer condiciones más humanas: flexibilidad ante la pérdida de empleo, reglas más justas y sin afán de lucro. Sería una alternativa segura, no una imposición. Por último, nuestro sistema educativo debería enseñarnos a tomar mejores decisiones. Porque las decisiones son complejas, tienen consecuencias para toda la vida. Y ahora mismo quienes tienen un interés particular en que elijas lo que les conviene son los principales proveedores de información. Sería bueno que la información viniera de alguien sin ese tipo de conflicto de intereses.

Usted aboga por un capitalismo progresista con instituciones que restauren la confianza pública y protejan el bien común. Lo que Donald Trump está haciendo es erosionar y desmantelar las principales instituciones. Tengo dos preguntas al respecto. Primero: ¿ve suficiente resistencia desde la sociedad civil y la academia? Segundo: ¿cree que ese sector sigue siendo lo suficientemente fuerte como para combatir esta guerra? Y si no es así, ¿qué futuro ve para Estados Unidos en los próximos años?

Tienes toda la razón. Hay una guerra en marcha ahora mismo por parte de la administración Trump contra las instituciones que sostienen la democracia. Una democracia es más que elecciones cada cuatro años. Muchos tememos que en 2026 no vayamos a tener unas elecciones justas y libres. Trump ataca todas las instituciones que ofrecen salvaguardas: como la prensa, a la que llama «enemigo del pueblo», las universidades y el sistema judicial. Estamos al borde de una crisis constitucional. En cuanto a las universidades, Trump fue tan lejos que Harvard dijo: «Hasta aquí», y todas las demás universidades estuvieron de acuerdo. Primero fue una intromisión, pidiendo solo un poco, y Columbia cedió. Muchos de nosotros dijimos que había sido un error porque los regímenes autoritarios primero piden un poco, luego piden mucho. El aspecto más decepcionante ha sido la actitud de los despachos de abogados, porque se esperaría que los bufetes defendieran la ley. Pero cedieron, y accedieron a ofrecer lo que se estima que serán hasta mil millones de dólares en honorarios y servicios legales para promover la agenda ilegal de Trump. Afortunadamente, no todos lo hicieron. Las universidades están siendo atacadas porque son fuente de pensamiento independiente. No se trata solo de proteger a los individuos, sino de proteger nuestra democracia. El sistema de contrapesos no solo existe dentro del gobierno. Se trata también de un conjunto de equilibrios dentro de la sociedad donde los medios de comunicación y el mundo académico desempeñan un papel absolutamente central. Donald Trump simplemente no entiende esto, y quiere aplastar la libertad académica. No lo vamos a permitir. Nuestros estudiantes, nuestro profesorado, están unidos en este valor fundamental.

Muchos académicos están pensando en mudarse a Europa. ¿Qué futuro ve para la Unión Europea en los próximos años? ¿Y cómo cree que las guerras comerciales van a afectar la economía europea?

Europa es hoy el principal bastión de la democracia y los derechos humanos. Y eso está atrayendo a muchos profesionales y académicos desde Estados Unidos. Es irónico: durante el siglo XX, el mundo académico estadounidense se fortaleció gracias a quienes huyeron de Europa por la pérdida de libertad. Ahora, el movimiento es inverso. En muchos sentidos, es aún peor que eso, porque una de las fortalezas de Estados Unidos siempre ha sido el poder blando, el respeto que nos tenían, y eso se ha perdido. La cuestión comercial es más simple. Casi con certeza perderemos la guerra comercial. Estados Unidos representa solo el 20% del PIB mundial. Los productos que Estados Unidos exporta a China son productos agrícolas, que puede comprar a cualquier otro país. En cambio, los productos que Estados Unidos importa de China son muy específicos y no pueden adquirirse fácilmente en otros países. En particular, las tierras raras solo pueden comprarse en China. En ese sentido, Trump ha cometido un error aún mayor. Cree que, porque el volumen de importaciones chinas es mayor, tenemos más poder de negociación. En realidad, los aranceles estadounidenses son un shock de demanda para China, pero los aranceles chinos representan un shock de oferta para nosotros, y responder a eso es mucho más difícil y costoso. Para empeorar aún más las cosas, dos de nuestras principales industrias exportadoras son el turismo y la educación. Él no entiende que en una economía del siglo XXI las exportaciones no son solo bienes, sino también servicios. Pero ¿quién querría venir a estudiar o hacer turismo a un país donde puedes ser detenido sin explicación? Estas son acciones propias de gobiernos autoritarios. Pero ni siquiera los peores gobiernos autoritarios del mundo hacen esto, porque no quieren dañar su reputación. Lo que hemos visto en Estados Unidos es lo peor de lo peor, y se hace de forma aleatoria. Es una revolución cultural improvisada, con gente actuando sin pensar, sin ninguna conciencia de las consecuencias de sus actos.

¿Qué ha aprendido a lo largo de su vida sobre la conexión entre la libertad y el sufrimiento? ¿Y qué diría a quienes desde su vulnerabilidad luchan e intentan mantener la esperanza en una sociedad buena? 

Tenemos la capacidad de crear una sociedad mejor. No es fácil, y lamentablemente hay fuerzas que empujan en contra. Las cosas son frágiles, más frágiles de lo que nos gustaría. Cuando comencé mi carrera, hace más de 60 años, me preocupaban los derechos civiles. Marché con Martin Luther King en 1963 en Washington D.C. Hice mi posgrado en parte porque quería ver qué podíamos hacer los economistas, los científicos sociales, para mejorar el mundo. Durante un tiempo, las cosas mejoraron, pero luego empeoraron. Y aunque entendimos mejor las dinámicas que generaban desigualdad, esas mismas fuerzas se intensificaron. La creciente concentración de riqueza y de poder terminó creando el caldo de cultivo perfecto para los demagogos. Y aquí estamos. Así que mi respuesta es que tenemos que seguir luchando. Recientemente apareció un artículo precioso en la portada de un periódico mostrando a Bernie Sanders, un hombre de 83 años como yo, junto a Alexandria Ocasio-Cortez, una joven política muy inteligente, recorriendo el país. Están reuniendo multitudes de 40.000 personas o más. Hay mucho entusiasmo por un nuevo progresismo, y eso es lo que me da esperanza. Creo que, al final, vamos a ganar.

Fuente: Ethic.es

Escuchar a los muertos

Por Raúl Zibechi

La asamblea de los muertos, los caídos en la lucha, dialoga con los zapatistas vivos. El intercambio fue representado en la primera obra de teatro del Encuentro de Rebeldías y Resistencias “Algunas partes del todo”, en el semillero de Morelia desde el 2 hasta el 16 de agosto.

Los muertos explican a los combatientes actuales que en la historia de las revoluciones y las luchas siempre se reproduce la pirámide, siempre quedan algunos allá arriba. Y les piden que no repitan sus errores porque, si lo hacen, va a volver a quedar la pirámide y con ella las mismas opresiones contra las que se levantaron. Así de simple es la historia del siglo XX mirada desde abajo.

La cultura política zapatista supone cambios de fondo respecto a lo que hemos aprendido y reproducido las generaciones de rebeldes, hasta ahora. No se trata de cambios menores, de estilo o de palabras, sino una radical y profunda transformación que pasa por la crítica y la autocrítica, para desembocar en una nueva forma de ver y de hacer. Si tomamos todos y cada uno de los temas que hacen a la lucha revolucionaria, podremos comprender la profundidad de los contrastes entre el zapatismo y la vieja cultura política de las izquierdas.

En la década de 1970, uno de los lemas que nos impulsaba rezaba: “Ser como el Che”. Por un lado, apelaba a una ética del compromiso militante, de poner el cuerpo y dar la vida si es necesario, lo que me sigue resultado válido. Por otro, llamaba a seguir sus pasos, lo que ya me parece problemático porque se propone un camino sin haber hecho un balance autocrítico.

Desde 1994, el EZLN se propuso recorrer un camino propio, diseñado por los pueblos organizados y no por la vanguardia, a la que muy pronto le quitaron el protagonismo, quizá al colocar al CCRI (Comité Clandestino Revolucionario Indígena) al timón de mando.

El lema “mandar obedeciendo” implica una ruptura completa con los modos vanguardistas que sólo obedecen a lo que decide la dirección de la vanguardia, o sea varones, blancos o mestizos, formados en universidades, bien hablados y poco o nada dispuestos a escuchar a los pueblos.

Una revolución en la lucha. Pero tan otra, tan diferente, que muchos militantes no tienen capacidad y voluntad de comprenderla, de aceptar que las cosas no deben ser como fueron antes. Por más que el EZLN se empeña en explicar que son un movimiento diferente, no resulta sencillo para quienes siguen comprometidos con la vieja cultura política, comprender de qué se trata la propuesta y las formas de hacer zapatistas.

Una primera cuestión remite a ese diálogo entre los muertos y los vivos, que se resume en la pirámide y en la necesidad de destruirla o derribarla, no en invertirla como señaló el capitán Marcos en uno de los comunicados recientes.

Una segunda cuestión son los conceptos de triunfo y derrota, por poner apenas un ejemplo. Para la vieja cultura, el triunfo es la toma del poder, o en la versión electoral, la llegada al Palacio de Gobierno.

Se trata de juntar muchas personas, a las que denominan “masas”, inertes por tanto, imantadas por el jefe o caudillo de turno, al que deben seguir sin más. Para triunfar no sólo hace falta ser muchos, sino unidad y homogeneizar las propias filas para poder ser dirigidas por arriba de la pirámide.

En esta cultura, la pirámide no sólo es necesaria, sino que se convierte en el centro, y eso se resume en quién está allá arriba, en tal o cual nombre. Puede ser un Evo Morales o un quien sea, que cuando ya no está, todo se viene abajo porque ha chupado la energía colectiva, desorganizando a los pueblos que todo lo colocan fuera de sí mismos, en el mandamás o caudillo de turno.

Para los pueblos, el triunfo, la ganancia, es seguir siendo pueblos. Algo que no pasa por entrar al palacio, por la toma del poder de los otros, que no tiene la menor utilidad y que debilita a los pueblos. Se trata de construir lo propio, salud, educación, poder o como le llamemos a ese modo de tomar decisiones y de hacerlas cumplir.

En tercer lugar, el diálogo con los muertos supone un balance de las revoluciones pasadas. Todas ellas comenzaron con la crisis de los estados-nación y todas los volvieron más fuertes, más potentes, mientras sus sociedades se hicieron más frágiles y dependientes. En suma, más pirámides, más altas, más impresionantes. Esta es la triste realidad de todas las revoluciones, más allá de que también trajeron cosas positivas para los pueblos.

Hay mucho más que se resume en los siete principios zapatistas. La cultura de la vanguardia es muy similar a la de la izquierda electoral: consiste en tomar el poder. Por eso, han pasado con tanta facilidad de la guerrilla a las elecciones. El zapatismo supone algo diferente. Rechazan la homogeneidad como un intento de dominación fascista; la unidad porque se hace bajo la jefatura de alguien, individual o colectivo. Nada más y nada menos.

Cooperativas bajo asedio: la disputa por la economía popular en Ecuador

Por Decio Machado

En Ecuador, las cooperativas de ahorro y crédito representan mucho más que simples instituciones financieras. Son herederas de una tradición comunitaria de solidaridad, confianza mutua y gestión autónoma de recursos en territorios que el sistema financiero privado descarta y donde el Estado suele llegar tarde o nunca llega.

Las cooperativas de ahorro y crédito constituyen, además, un contrapeso histórico a la hegemonía de la banca privada, operando bajo lógicas de proximidad social antes que de maximización de utilidades. De hecho, nacieron como iniciativas de organización comunitaria y barrial; creándose desde abajo, para resolver las necesidades de financiamiento de campesinos, comerciantes, artesanos y trabajadores que no tenían acceso al sistema bancario tradicional. Es por ello que su presencia se concentra en parroquias rurales, cantones pequeños y periferias urbanas, consolidándose como el único vehículo financiero disponible en territorios marginalizados, bajo el desprecio del análisis de costo-beneficio de los grupos financieros tradicionales.

Sin embargo, debido a su capacidad operativa mediante estructuras administrativas relativamente ligeras, contratación de personal local y costos menores al de las entidades financieras convencionales, en la actualidad el sector financiero popular y solidario agrupa a más de 6.1 millones de socios (usuarios), administra unos USD 28 mil millones en activos y representa aproximadamente un tercio del sistema financiero nacional.

Lo anterior, sumado a las más de 16.800 organizaciones (cooperativas de servicios, de producción, de vivienda y de consumo, además de asociaciones productivas y organizaciones comunitarias) que constituyen en llamado “sector real” de la economía popular y solidaria, las cuales en su conjunto involucran a más de 540.000 personas, conforma un ecosistema reconocido por el Estado ecuatoriano, sobre todo a partir de la vigente Constitución de 2008, como un sector económico estratégico.

Ese “sector real” en el cual se desarrollan procesos de producción, intercambio, comercialización, y consumo de bienes y servicios, se relaciona con el sector financiero popular y solidario principalmente a través de productos de ahorro y crédito que los socios de la economía popular y solidaria mantienen con las instituciones financieras pertenecientes al ecosistema. Esta interrelación se materializa en que más de 295.000 socios, asociados y miembros del “sector real” de economía popular y solidaria son también socios en el sector financiero popular y solidario; donde cerca de 100.000 personas de este entorno cuentan con operaciones de crédito vigentes y unas 319.000 personas cooperativistas mantienen depósitos en distintas instituciones financieras del sector.

Salud y legitimidad de las cooperativas

En términos de indicadores de solvencia, el índice de morosidad de las cooperativas de ahorro y crédito ronda el 8,33% promedio, más alto que el 3,27% promedio de la banca privada, aunque que se mantiene en un rango sostenible para el tipo de público al que atienden. A su vez, las políticas de prevención enmarcadas en índices de cobertura de cartera y requerimientos de liquidez obligatoria establecidos por la Superintendencia de Economía Popular y Solidaria (organismo de regulación y control) han operado positivamente evitando cualquier riesgo de colapso sistémico en un sector donde, a la par, el seguro de depósitos COSEDE cubre hasta USD 32.000, lo que brinda una protección importante al pequeño ahorro en cooperativas grandes. Por último, cabe señalar que la solidez del sector financiero popular y solidario radica en que su cartera de crédito se distribuye entre miles de pequeños prestatarios, lo que reduce el riesgo de concentración.

Por otro lado y en lo que respecta al rol social del sistema financiero popular y solidario, la más reciente demostración de su razón de ser tuvo lugar durante la pandemia de 2020, momento en el que mientras los bancos restringían créditos, las cooperativas de ahorro y crédito siguieron financiando microemprendimientos, agricultura familiar y pequeños negocios, lo que reafirmó su legitimidad social.

De hecho, el crecimiento sostenido de este sector durante las últimas décadas se sustenta sobre estos tres pilares estructurales: confianza de los socios en el sector, inserción territorial y legitimidad social.

El apetito de la banca privada

Frente a la amplia diversidad existente en el sector cooperativo, el sistema bancario tradicional se caracteriza por su alta concentración en pocos actores privados. El sistema financiero privado es dominado por tres grandes emporios bancarios que, además, condicionan políticas regulatorias a su favor. La competencia entre estos se enmarca en la disputa por la captación de depósitos y el otorgamiento de créditos de consumo y productivos.

En este contexto, estos grandes bancos privados llevan años interesados en apoderarse de un botín tan apreciable como el capital acumulado en las cooperativas de ahorro y crédito más grandes del país.

Durante los últimos siete años y en especial a partir de la aprobación de la “ley para la defensa de la dolarización” en abril de 2021, los voceros de la gran banca privada nacional no han cesado de arremeter públicamente contra el sector financiero popular y solidario. La narrativa común utilizada por estos combina estrategias de contraste (diferencias normativas) y miedo (crisis inminente).

Ataque al modelo económico popular y solidario

Más allá de la disputa por nichos de mercado, el neoliberalismo y las cooperativas representan dos enfoques económicos opuestos. El neoliberalismo promueve la liberalización del mercado, la privatización y la desregulación, con el objetivo de fomentar el crecimiento económico a través de la competencia individual. Por otro lado, las cooperativas son organizaciones de propiedad conjunta y control democrático, donde los miembros buscan satisfacer necesidades comunes mediante la colaboración y la solidaridad.

Dicho antagonismo se evidenció institucionalmente en la pugna mantenida por años entre los gurús locales del neoliberalismo, reposicionados en los entornos de influencia en la política gubernamental a partir del gobierno de Lenín Moreno, y los funcionarios y operadores de la Superintendencia de Economía Popular y Solidaria. Pese a la gradual implementación en el país de una política liberal y pro-mercado, hoy derivado en neoliberalismo pragmático con rasgos autoritarios, sector financiero popular y solidario se mantuvo sin sufrir graves agresiones.

Sin embargo, el Fondo Monetario Internacional (FMI) en su Programa de Evaluación del Sector Financiero con Ecuador (Agosto/2023), sentaría las bases de la reforma legal hoy en curso. Ignorando que cooperativas y bancos son entidades de naturaleza distinta (sentido de identidad y propiedad, nicho de negocio, modelo de toma de decisiones…), en dicho informe se señala que: “considerando que el funcionamiento y los modelos de negocio de las cooperativas de crédito más grandes son más cercanos a los bancos que a las demás cooperativas, las autoridades podrían considerar transferir la supervisión de las cooperativas más grandes a la Superintendencia de Bancos”. El documento sostiene además que dicha transferencia “podría mejorar la eficiencia y eficacia de la supervisión”, indicando que la falta de control no permite “obtener una visión integral del perfil de riesgo” de las cooperativas.

Las recomendaciones del FMI conllevan una gran carga de intencionalidad más política que técnica, pues la Superintendencia de Bancos lleva años bajo control de los principales bancos del país, dejando de ser un organismo de regulación y control para ser una estructura al servicio de quienes dominan el sector financiero nacional.

Lo anterior marca el punto de partida de la actual ofensiva contra la cooperativas de ahorro y crédito, y por extensión, contra el sistema de la economía popular y solidaria en su conjunto. La agenda fondomonetarista propiciaría la actual alianza estratégica entre el poder político y el poder financiero frente a las cooperativas de ahorro y crédito. Mientras el gobierno de Daniel Noboa busca, bajo supuestos criterios de modernización económica, acabar con viejos modelos y estructuras comunitarias históricamente enraizadas en el país; los grandes bancos que controlan el sistema financiero privado buscan desplazar a la economía solidaria de su nicho natural, con el fin de capturar un mercado que ha sabido sostenerse con base en la cercanía comunitaria.

Así las cosas y teniendo en cuenta que el Estado no es un mero aparato de que “administra” la sociedad, sino una condensación de relaciones de fuerza, en la Asamblea Nacional tendrían lugar dos episodios consecutivos que cambiarían radicalmente el escenario hasta entonces existente. El primero tuvo lugar el 12 de mayo de 2025, con la censura -mediante juicio político- de la funcionaria a cargo de la Superintendencia de Economía Popular y Solidaria durante el periodo de resistencia a la captura del sector por parte de los grandes grupos de capital financiero privado. El segundo momento se da apenas un mes después, cuando el 24 de junio es aprobada en el Legislativo la Ley Orgánica de Integridad Pública y su Disposición Transitoria Décimo Primera, mediante la cual dispone identificar a las cooperativas de ahorro y crédito que deban ser transformadas en sociedades anónimas del sector financiero privado y traspasarlas a la supervisión de la Superintendencia de Bancos.

La disposición mencionada actúa como llave para un proceso de transformación forzada de cooperativas en bancos, bajo el argumento de modernizar la gestión, fortalecer la solvencia y aumentar la transparencia, poniendo en juego no solo la autonomía de estas entidades, sino el destino mismo de la economía popular y solidaria.

Por añadidura, es de reseñar que detrás de este discurso tecnocrático se esconde un interés evidente: la conversión de cooperativas en bancos abre la puerta a la entrada de accionistas privados (los grandes bancos), los cuales con mayor músculo financiero se harán con el control mayoritario de instituciones que hasta ahora habían sido propiedad de los socios de las cooperativas.

El gobierno, en sintonía con organismos multilaterales y cámaras empresariales, presenta esta normativa como parte de una agenda de “modernización capitalista”. El relato oficial insiste en que el país debe alinearse con “estándares internacionales” que garanticen confianza de inversionistas extranjeros y la estabilidad macroeconómica.

Sin embargo, modernización aquí se traduce en el desmantelamiento de formas de organización económica enraizadas en la cultura popular para imponer modelos financieros verticales, ajenos a la lógica del territorio. Bajo el ropaje de la eficiencia y la transparencia, lo que se promueve es una redistribución regresiva del poder económico: quitarle a las bases sociales organizadas para entregarle a los grandes capitales.

El trasfondo político: una economía al servicio del capital

No se trata solo de una disputa técnica sobre la regulación financiera. Lo que está en juego es la orientación misma del modelo económico ecuatoriano. Las cooperativas encarnan una tradición de autonomía social y resiliencia comunitaria, vital en un país atravesado por crisis recurrentes. Su desarticulación significa, en términos políticos, la pérdida de un espacio de soberanía económica frente a los intereses del capital financiero.

El Estado actúa aquí como garante del mercado, no como defensor del interés público. El discurso de integridad y transparencia funciona como pretexto para allanar el camino a la concentración de capitales y la subordinación de la economía popular a las reglas del juego neoliberal.

En definitiva, el problema de fondo no es si las cooperativas deben “modernizarse” o no, sino quién controla los recursos financieros del país: ¿los socios organizados bajo principios de solidaridad y proximidad, o un puñado de grupos económicos que ya concentran buena parte de la riqueza nacional?

Estado de situación y perspectivas

En la tarde del 4 de agosto de 2025, la Corte Constitucional del Ecuador informaría de la suspensión provisional de la Disposición Transitoria Décimo Primera de la Ley Orgánica de Integridad Pública.

Esta decisión se enmarca en el proceso de admisibilidad de las acciones públicas de inconstitucionalidad y de suspensión de normas que, a primera vista, podrían afectar derechos fundamentales. Se trata de una actuación técnica y jurídica que busca precautelar el cumplimiento y la supremacía de la Constitución de la República del Ecuador, sin que constituya aún pronunciamiento de fondo sobre dicho proceso.

Lo anterior, pese a que presuponga cierto nivel de avance de las posturas en defensa de la economía popular y solidaria, prolonga en el tiempo el actual escenario de incertidumbre, a la espera, sin fecha establecida, de un dictamen final de la Corte Constitucional al respecto.

Mientras tanto, por esta decisión y otras similares derivadas de la aprobación indebida de leyes consideradas económicas urgentes en la Asamblea Nacional, el gobierno ha convertido estratégicamente a la Corte Constitucional en su principal antagonista político. Posiblemente estemos en los preámbulos de lo que será un nuevo proceso constituyente, en esta ocasión regresivo en materia de derechos.

Por su parte y ante este escenario de acoso y derribo al sector financiero popular y solidario, tanto el espectro político de la izquierda institucional como de la social brillan por su ausencia. Los primeros, inmersos en un proceso de crisis interna tras su última derrota electoral y desconectados cada vez más de la realidad sociopolítica nacional, guardan silencio e incluso fueron cómplices del juicio político que censuró a quien fuera la anterior titular de la Superintendencia de Economía Popular y Solidaria, el único organismo del Estado que hasta poco antes había defendido al sector de la economía popular frente a la presión de las juntas regulatorias -financiera y monetaria-, el Ministerio de Economía y Finanzas, la comisión legislativa de desarrollo económico, el lobby del capital financiero y los multilaterales. Los segundos, con una dirección política recién instalada y en franco proceso de renuncia a sus reivindicaciones históricas como movimiento social, abandonan a su suerte al amplio segmento indígena que compone el sector cooperativo financiero nacional. De hecho, hay algunos que de forma muy infantil incluso hablan de derecho de los indígenas a montar bancos.

Por último y en lo que respecto al sector, mientras la actual dirección de la Superintendencia de Economía Popular y Solidario guarda un silencio cómplice respecto al conflicto, la heterogeneidad que transversaliza el mundo de las cooperativas de ahorro y crédito se muestra de diferentes formas. Unos se agrupan y organizan para hacer frente a la embestida gubernamental y bancario, otros buscan negociar una salida particular para sus cooperativas e incluso hay quienes apoyan la desarticulación del sector, pensando ilusóriamente en apropiarse de determinadas instituciones financieras solidarias y la sucesión dinástica de sus gerencias.

Conclusión

La Disposición Transitoria Décimo Primera es una jugada estratégica que redefine el tablero financiero en Ecuador. Bajo el disfraz de un tecnicismo legal y de la falsa necesidad de darle estabilidad al sector de las cooperativas, se abre paso a una reconfiguración estructural: la economía popular y solidaria pierde autonomía, se socava las bases de la economía tradicional, la banca privada gana un nuevo mercado y el gobierno se presenta como un actor modernizador del país mientras cumple servilmente la agenda fondomonetarista.

El desenlace no es menor. Está en juego la posibilidad de que Ecuador siga siendo un país donde convivan múltiples formas de organización económica, o que la uniformidad capitalista, cada vez más feroz e impuesta desde arriba, termine borrando décadas de construcción comunitaria y solidaria.

Jason W. Moore: “La historia del capitalismo es una historia de genocidios recurrentes”

Por Adrià Rodríguez (IDRA) 

Hablar con Jason W. Moore (Oregón, 1971) es hablar de capitaloceno, concepto que propuso para “ridiculizar el pensamiento autoritario que se remonta a Malthus a finales del siglo XVIII”, donde la superpoblación era la fuente de la desigualdad. Para el historiador, geógrafo y profesor de Sociología, el cambio climático es responsabilidad de la clase capitalista y de esas 150 empresas transnacionales responsables de más del 70% de las emisiones mundiales de carbono y gases de efecto invernadero desde 1850. La crisis climática, concluye, es una cuestión laboral, una guerra de clases.

En esta entrevista, Moore también desarrolla la idea de ‘naturaleza barata’ y los “los intentos, desde arriba, de devaluar la vida humana”. También analiza el genocidio en Gaza –“singular, pero no excepcional”– y facilita herramientas clave para organizar movimientos antisistémicos que puedan dar respuesta a un capitalismo en crisis.

Quisiera empezar preguntándole por el concepto que ha desarrollado de “naturaleza barata”. ¿De qué manera este concepto es relevante hoy en día para abordar la crisis ecológica?

El capitalismo es un sistema de naturaleza barata. La naturaleza barata incluye no solo los suelos y los arroyos, los campos y los bosques, sino que incluye la fuerza de trabajo humana. La historia del capitalismo, desde Colón en 1492 hasta nuestros días, es la historia de una lucha por la naturaleza barata. La naturaleza barata incluye lo que yo llamo los cuatro elementos baratos, o los cuatro baratos: trabajo barato, alimentos baratos, energía barata y materias primas baratas. Para que el capitalismo pueda superar sus crisis necesita reducir el precio de la fuerza de trabajo, los alimentos, la energía y las materias primas, y al mismo tiempo aumentar su volumen. La naturaleza barata no consiste solo en cómo los capitalistas hacen bajar el precio de estos cuatro elementos, también es un proceso de devaluación en el sentido del término en inglés “cheapening”, relativo a privar de dignidad y respeto. Esto es lo que todos los grandes imperios hicieron: devaluar la vida y el trabajo de la gran mayoría.

¿Qué implica incluir la fuerza de trabajo como parte de la naturaleza barata?

A pesar de que hoy se habla de que la humanidad es la causa del cambio climático, la realidad es que durante la mayor parte de la historia del capitalismo casi toda la humanidad fue ubicada en el reino de la naturaleza. En palabras de la gran economista política Maria Mies, el capitalismo se nutre del trabajo no remunerado de las mujeres, la naturaleza y las colonias. Las fuentes de la naturaleza barata están en la trama de la vida, pero los mecanismos para producir y extraer naturaleza barata implican la dominación y la opresión. Por lo tanto, cuando hablamos de naturaleza barata no solo nos referimos a la naturaleza biofísica y biológica, sino también a los intentos, desde arriba, de devaluar la vida humana y el conjunto de la trama de la vida.

Recientemente ha escrito sobre el fin de esta naturaleza barata, el fin del proceso histórico por el cual el capitalismo no paga sus cuentas. La economista Daniela Gabor analiza cómo los poderes públicos reducen el riesgo de los privados invirtiendo sumas de dinero cada vez mayores para desplazar la crisis ecológica. ¿Hasta qué punto podemos decir que el dinero barato es una estrategia para evitar el fin de la naturaleza barata?

Desde finales de 1980 hasta hace quizá tres años, la era neoliberal estuvo marcada por una política monetaria expansiva de dinero barato. Lo vimos en Japón, en Europa o en Estados Unidos. Hoy, eso parece haber terminado. Y esto nos dice algo importante en respuesta a su pregunta: el capitalismo nunca resuelve sus crisis. Simplemente, las desplaza de un lado a otro. Pero solo las puede desplazar moviéndose hacia nuevas fronteras de dinero barato, trabajo barato, comida barata, energía barata, materias primas baratas y residuos baratos. Todas esas fronteras hoy han sido cercadas. La fuente de la vitalidad del capitalismo era moverse hacia nuevas fronteras y luego organizar nuevas y vastas revoluciones industriales. Hoy esto ha terminado, definitivamente.

Hoy también asistimos al fin de la comida barata. Desde 2008, los precios de los alimentos se han disparado en todo el mundo, principalmente debido a que el capital huyó de la crisis de las hipotecas subprime a la bolsa de Chicago para especular con materias primas y alimentos. Los poderes públicos están invirtiendo enormes sumas de dinero para contener los precios de los alimentos, porque saben que es una de las causas del malestar social. Esto está acelerando la concentración de poder en las grandes empresas agroindustriales y acelerando la crisis ecológica, que a su vez aumenta el precio de los alimentos. ¿Cómo romper esta espiral?

Analicemos la relación del capitalismo con la agricultura. Si nos remontamos al siglo XVI podemos ver que el modelo de revolución agrícola lanzado por el capitalismo fue exitoso. Lo que hizo fue producir cada vez más alimentos con cada vez menos fuerza de trabajo. Eso liberó a la mano de obra para trabajar en fábricas y astilleros, para trasladarse a las ciudades e impulsar el desarrollo económico moderno. Todas las grandes épocas doradas, desde la inglesa y la holandesa en los siglos XVI y XVII hasta el siglo estadounidense, se basaron en una revolución agrícola que logró producir más y más alimentos para que su precio bajara, haciendo que el precio de la fuerza de trabajo también disminuyera. La relación entre la alimentación y la fuerza de trabajo es muy estrecha, ya que el precio de los alimentos condiciona el precio de la mano de obra. Esa era ha terminado. Lo sabemos por la progresiva desaceleración de la productividad agrícola en todo el mundo, especialmente en las áreas que fueron el corazón de la revolución verde, como Estados Unidos o India. La alimentación es una de las principales cuestiones políticas del presente, una cuestión de orden social y de inestabilidad política. Dos de las principales revoluciones de la historia mundial moderna, la francesa y la rusa, fueron provocadas por problemas alimentarios. El cambio climático ahora hace imposible una nueva revolución agrícola capitalista en los términos que he descrito.

Quisiera que profundizáramos en el concepto de capitaloceno y en qué propone desde un punto de vista analítico.

El antropoceno significa, literalmente, la era del hombre. Se presenta como un hecho evidente, como una nueva era geológica. En realidad, se trata de un argumento político escondido bajo el espejismo de la buena ciencia. No hay nada original en el concepto de antropoceno. No es más que un cambio de nombre del holoceno. El concepto de capitaloceno es una provocación. Es un intento de burlarse y ridiculizar el pensamiento autoritario que se remonta a Malthus a finales del siglo XVIII. Malthus pensaba que la superpoblación era la fuente de la desigualdad, lo cual era muy conveniente para él y sus amigos ricos, porque así no tenían que asumir ninguna responsabilidad por el marcado aumento de la desigualdad en Inglaterra a finales del siglo XVIII. Según su lógica, la desigualdad no era culpa de los capitalistas, de la explotación ni de los cercamientos, era culpa de la naturaleza y la ley natural, de que, según ellos, los pobres tenían demasiados hijos. Otras versiones de este argumento aparecerían posteriormente. A finales del siglo XIX, otro período de profunda revuelta social, fue el darwinismo social y la revolución eugenésica. En 1968, en el momento de las revueltas del Tercer Mundo y en el Occidente imperialista, tenemos un medioambientalismo dominante, lo que Martínez-Alier llama el medioambientalismo de los ricos. Cada vez que la clase dominante se ve amenazada, vuelve a la idea de la naturaleza y la ley natural porque es más fácil justificar ideológicamente la guerra, la violencia y la desigualdad a través de un conflicto eterno entre el hombre y la naturaleza, que explicarlo a través de una guerra de clases entre la gran mayoría, campesinos y trabajadores, y la clase capitalista.

¿Y desde un punto de vista político? ¿De qué manera diría que el capitaloceno es fundamental para las formas actuales de organización y para los movimientos antisistémicos actuales?

El capitaloceno dice que los orígenes de la crisis climática se remontan a la era de Colón. La aniquilación de las poblaciones del nuevo mundo para esclavizarlas contribuyó al severo cambio climático del siglo XVII. El capitaloceno también es una manera de decir que el cambio climático es responsabilidad de la clase capitalista, del 1% o, actualmente, del 0,1%. Y que los responsables del cambio climático tienen nombres y direcciones. Basta pensar en las 150 empresas transnacionales responsables de más del 70% de las emisiones mundiales de carbono y gases de efecto invernadero desde 1850. Al igual que con la trata de esclavos, sabemos quién es el responsable de la crisis climática. Es un crimen contra la humanidad, un ecocidio. Y los responsables deben rendir cuentas. Tienen nombres y direcciones, sabemos quién ha cometido el delito, podemos tomar medidas. Por lo tanto, el capitaloceno es una forma de señalar que los problemas de la vida planetaria y de la crisis climática pueden atribuirse a las clases capitalistas del Occidente imperial.

Antes ha mencionado la obra de Maria Mies y su análisis de cómo el capitalismo se apropia del trabajo de las colonias, de las mujeres y de la naturaleza. En su pensamiento usted ha desarrollado una idea similar, la distinción entre apropiación y explotación, que también ha hecho Nancy Fraser. Esta distinción es fundamental para construir alianzas entre el movimiento ecologista y otras luchas como las sindicales o las luchas por la vivienda ¿De qué forma piensa que esta distinción puede ser políticamente útil?

No hay luchas ecológicas separadas de la cuestión laboral. Ese es el primer argumento que deben plantear los socialistas; que la crisis climática es una cuestión laboral, como dice Matthew Huber, una guerra de clases. El racismo, el sexismo y el imperialismo existen con un solo propósito: aumentar la tasa de ganancia y ampliar las posibilidades de acumulación de la superclase planetaria. Lo que hizo Maria Mies, la gran socióloga feminista y marxista alemana, fue llamar nuestra atención sobre las dinámicas de la opresión y el trabajo no remunerado en la formación de las clases trabajadoras. El proletariado, la clase obrera, no se define solo por la relación laboral asalariada. Todos los hogares de la clase trabajadora dependen de grandes cantidades de trabajo no remunerado. Se trata de una estrategia de naturaleza barata que reduce el precio de la fuerza de trabajo. El tiempo de trabajo socialmente necesario está determinado por procesos políticos de dominación que extraen el trabajo no remunerado socialmente necesario de las mujeres, la naturaleza y las colonias. El capitalismo no es, en sentido estricto, un sistema económico. Contiene un sistema económico, pero es un sistema social que organiza la trama de vida y que va mucho más allá del control de cualquier civilización, de los ciclos solares, de la órbita de la tierra, de las erupciones volcánicas.

La crisis capitalista y ecológica se despliega a través de lo que Neil Smith describió como desarrollo desigual. Este desarrollo desigual es causa y consecuencia de la competencia interna del capital. ¿En qué punto nos encontramos 40 años después de que Neil Smith escribiera su libro?

La dinámica competitiva, que está en el corazón del capitalismo, ha terminado. En todos los principales sectores económicos del mundo dominan cuatro, quizás cinco empresas. Da igual si nos fijamos en los contratistas militares, en las grandes empresas farmacéuticas, en los medios de comunicación, en la fabricación de automóviles o en las grandes empresas tecnológicas; hay cuatro o cinco empresas por sector. Esto es lo que los estudiosos han llamado capitalismo monopolista, pero lo que vemos hoy supera su imaginación más descabellada. Entonces, ¿qué tipo de capitalismo es este? Es un capitalismo zombi. Bajo el capitalismo zombi, las bases de vitalidad han desaparecido, pero el cuerpo permanece. El capitalismo está muerto por dentro, pero permanece para alimentarse del cerebro de los vivos. Así lo ha descrito Nancy Fraser en El capitalismo caníbal.

¿Qué papel tienen los poderes públicos en sostener las contradicciones inherentes al capitalismo zombi?

Los Estados Unidos han participado en aproximadamente 170 intervenciones militares desde 1999. A medida que la crisis climática se intensifica, también lo hace la maquinaria de guerra que viene de Washington. Los ambientalistas deben tomarse esto muy en serio. La capitalización bursátil de las 50 empresas más grandes del planeta equivale al 30% de toda la actividad económica del planeta. Este es un nivel de centralización extrema y está relacionado con la asociación extremadamente interrelacionada entre el capital y los Estados. En los Estados Unidos, en la relación entre Goldman Sachs, Wall Street y la Casa Blanca, o entre Silicon Valley y la Casa Blanca, o entre los contratistas militares y la Casa Blanca, siempre vemos a las mismas personas. Esto plantea cuestiones fundamentales sobre la democracia, incluso sobre la democracia limitada que se nos ha otorgado bajo el capitalismo. En todo el mundo presenciamos una crisis de la democracia liberal que tiene sus raíces en el fin de la naturaleza barata. No se puede superar, no se superará. Lo que tendrá éxito es alguna forma de acumulación con la política al mando, que por cierto es la condición normal de la civilización antes del capitalismo.

Está hablando de la era de la guerra y de su relación con el colapso ecológico. ¿De qué manera el genocidio en Gaza está relacionado con el ecocidio?

Gaza es singular, pero no excepcional. La historia del capitalismo es una historia de genocidios recurrentes. La lógica básica del imperialismo es la de un proyecto civilizador –por supuesto, lo digo con sarcasmo– que establece dos zonas. Una zona en la que impera una regularidad similar a la de una ley en los centros imperialistas, y zonas de sacrificio en todos los demás lugares. ¿Y quién habita las zonas de sacrificio? Los salvajes –así piensan los imperialistas, así es como hablan–. Primero eran salvajes, más tarde fueron subdesarrollados. Así es como los imperios se ven a sí mismos, como civilizadores. ¿Y a quién están civilizando? A los salvajes, los humanos que no son del todo humanos, que no están preparados para los mercados, para la democracia, para la civilización. Debemos enseñarles, dicen, y si no se les puede enseñar, hay que borrarlos de la faz de la Tierra. Todo esto es, al pie de la letra, la retórica del Gobierno israelí para ejecutar sus crímenes en Gaza. Los alemanes de la Segunda Guerra Mundial tenían la misma retórica. Los británicos en la India tenían la misma retórica. Podemos dar innumerables ejemplos, ya sea del imperio estadounidense, el imperio británico o el imperio holandés antes que ellos. Esta es también la historia de los genocidios indígenas que se sucedieron durante los siglos XIX y XX en América del Norte. Esta dinámica que acabo de describir es también la dinámica de cómo se producen naturalezas baratas, cuando los seres humanos se convierten en parte de la naturaleza y se les trata como un objeto prescindible, como algo que se puede dominar en aras del beneficio.

A lo largo de su trabajo ha desarrollado el concepto de ecología-mundo, tratando de describir cómo, en las distintas eras del capitalismo, el trabajo, la energía, la alimentación y la naturaleza se combinan de diferentes maneras. ¿Qué formas de resistencia imagina o cree que necesitamos en esta etapa de la ecología-mundo?

Necesitamos todas las formas de resistencia, aún más importante, no basta con resistirse. Históricamente, la expansión y el crecimiento del capital a lo largo de los siglos permitieron un modesto proceso de reformas graduales, sobre todo en el Occidente imperial. Algunas partes de la población mundial podrían ser cooptadas dándoles unas cuantas zanahorias más, metafóricamente hablando. Cuando no tienes zanahorias, solo tienes palos. Hoy no hay más zanahorias. Y una cosa que sabemos históricamente, hay un gran libro de Walter Scheidel titulado The Great Leveler en el que se expone este punto, es que ninguna redistribución de la riqueza y el poder de los ricos a los pobres ha ocurrido nunca sin violencia. Eso no se debe a que la gente sea violenta, sino a que las clases dominantes quieren conservar su riqueza y su poder por cualquier medio necesario. El contexto del fin de la naturaleza barata plantea cuestiones políticas nuevas y espinosas para los movimientos sociales de principios del siglo XXI. Debemos desarrollar una estrategia política que vaya más allá de la política fallida del horizontalismo, para que el poder político extienda la democracia en este momento de crisis.

 

El norte global vive de las rentas intelectuales

Por Vijay Prashad

A pesar de sus rápidas innovaciones tecnológicas, el sur global sigue atrapado en regímenes de propiedad intelectual dominados por el norte global: rentas infinitas con patentes y licencias, que lo despojan de su riqueza y frenan su desarrollo.

La cifra en el gráfico anterior, basada en datos del Fondo Monetario Internacional (FMI), no es una exageración. A pesar de la creciente capacidad tecnológica e industrial de los países del Sur global, las corporaciones y Estados del norte global siguen siendo dueños de las patentes de propiedad intelectual sobre productos clave, condenando al Sur a regímenes indefinidos de pagos por este concepto. Estos incluyen pagos por patentes para productos farmacéuticos, tecnologías digitales (como licencias de software e infraestructura de telecomunicaciones) y agricultura (como semillas genéticamente modificadas, fertilizantes, pesticidas y equipos). Los avances científicos y tecnológicos se han acelerado en el sur global y varios países —sobre todo en Asia— han desarrollado trenes de alta velocidad, tecnologías verdes e infraestructura de telecomunicaciones. No obstante, incluso en estos rubros, la mayoría de los países siguen pagando altas rentas a empresas del norte global dueñas de patentes críticas.

Existen cinco sectores en los que el desequilibrio en los pagos relacionados con patentes es más grave (es decir, donde los países del sur global pagan significativamente más en regalías y derechos de licencia de lo que reciben a cambio):

  1. Farmacéutica. Las patentes de medicamentos están mayoritariamente en manos de empresas de Europa, Japón y Estados Unidos. Un ejemplo reciente del alto costo para acceder a tecnologías médicas esenciales fue la importación de vacunas de ARNm durante la pandemia de COVID-19. Varios países del sur global, como Sudáfrica e India, enfrentaron demoras y costos inflados en la adquisición de vacunas debido a restricciones de patentes y escasa transferencia tecnológica. (Sudáfrica finalmente optó por comprar vacunas a los productores genéricos de India, como Cipla y el Serum Institute, lo que permitió al país ahorrar aproximadamente 133 millones de dólares en tres años).
  2. Tecnologías de la información y la comunicación (TIC). Cada componente de las TIC, desde el software y el hardware hasta los semiconductores y las redes móviles, cuesta una fortuna a los países del sur global. Esto no se debe solo al precio de los productos físicos, sino también a las elevadas tarifas de licencias por las tecnologías subyacentes, que a menudo están controladas por consorcios exclusivos de patentes (grupos de empresas que gestionan y licencian conjuntamente patentes esenciales).
  3. Maquinaria industrial y tecnologías de manufactura. Las patentes de máquinas de control numérico computarizado (CNC), herramientas automatizadas para manufactura de precisión, robótica y otros equipos de precisión (claves en sectores automotriz, minero y textil) son propiedad mayoritaria de empresas del norte global. En consecuencia, los países del sur global que buscan industrializarse deben importar estas tecnologías y pagar derechos de licencia permanente, en lugar de desarrollarlas o producirlas localmente.
  4. Biotecnología agrícola. Un pequeño grupo de empresas —como DuPont, Monsanto (Bayer) y Syngenta— controla las principales biotecnologías agrícolas, incluidas las de fertilizantes, semillas genéticamente modificadas y pesticidas, todas distribuidas mediante costosos acuerdos de licencia. Este control monopólico no solo limita la capacidad de las y los agricultores del sur global para acceder o desarrollar alternativas, aumentando su dependencia de empresas extranjeras y elevando los costos de producción, sino que también socava la soberanía de las semillas y contribuye a la degradación ambiental mediante prácticas como el monocultivo, el uso excesivo de productos químicos y la pérdida de biodiversidad.
  5. Tecnología verde. Las principales innovaciones en sistemas de baterías, paneles solares y turbinas eólicas están protegidas por patentes que, en su mayoría, pertenecen a empresas del norte global, lo que impide la transferencia tecnológica. Como consecuencia, los países del sur global deben pagar tarifas de licencia exorbitantes para adoptar estas tecnologías, lo que limita su capacidad de desarrollar sistemas energéticos sostenibles de manera autónoma.

Estas desigualdades se deben en gran parte al control monopólico de las empresas del norte global sobre las innovaciones y los regímenes de propiedad intelectual, lo que impide a los países del sur global construir alternativas competitivas. La falta de capacidad de investigación y desarrollo (I+D) en las economías medianas y pequeñas del sur global juega un papel fundamental en la reproducción de estas desigualdades.

Esta falta de capacidad en I+D tiene su origen en un legado colonial que dejó a muchos países del sur global con instituciones educativas poco desarrolladas, en particular en las ciencias avanzadas. A ello se suma el patrón de migración neocolonial que empuja a estudiantes talentosos a emigrar hacia el norte global en busca de oportunidades laborales. Por último, los Estados del sur global no han logrado construir el poder político necesario para desafiar los regímenes internacionales de propiedad intelectual que protegen las ventajas obtenidas por los países y empresas del norte global en épocas anteriores.

En 1986, el norte global, liderado por Estados Unidos, impulsó la octava ronda de negociaciones del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT, por sus siglas en inglés), también conocida como la Ronda de Uruguay. Las siete rondas de negociaciones anteriores del GATT se habían centrado principalmente en la reducción de aranceles entre los países del Atlántico y Japón, con escasa participación del mundo previamente colonizado. Pero en la Ronda de Uruguay se modificó la agenda: a cambio de acceder a los mercados del Norte, se presionó a los Estados del Sur para que derribaran barreras a la inversión, la tecnología y los servicios provenientes del Norte, y para que modificaran sus leyes de propiedad intelectual. Durante este período, las ventajas comparativas de las grandes empresas monopólicas del Norte en derechos de propiedad intelectual y servicios comenzaron a generar enormes ganancias.

Lo más relevante es que los borradores para las negociaciones de la Ronda de Uruguay no provinieron de los países que se sentaron a la mesa, sino de grupos misteriosos como la Coalición de Propiedad Intelectual y la Coalición de Negociaciones Comerciales Multilaterales. Resultó que estas coaliciones no estaban compuestas por países, sino por grupos de presión de grandes empresas monopólicas del norte global, como DuPont, Monsanto y Pfizer, que impulsaron la revisión del concepto de propiedad intelectual. Antes de la Ronda de Uruguay, las patentes podían otorgarse únicamente al proceso de innovación, permitiendo a otros individuos, empresas y países llegar al resultado final con métodos distintos, incluso mediante innovaciones de ingeniería inversa. La Ronda de Uruguay modificó este principio estableciendo que el producto final en sí mismo sería patentable, garantizando rentas al titular sin importar el proceso utilizado para obtener el resultado. Así nació el Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio, o Acuerdo sobre los ADPIC (TRIPS, por sus siglas en inglés).

Diez países del sur global (Argentina, Brasil, Cuba, Egipto, India, Nicaragua, Nigeria, Perú, Tanzania y Yugoslavia), liderados por Brasil e India, se reunieron para discutir los peligros de la Ronda de Uruguay. Este Grupo de los Diez (G10) advirtió que este enfoque causaría una hambruna tecnológica en el sur global, con una transferencia mínima de tecnología a costos exorbitantes y el colapso virtual del desarrollo tecnológico local. Aunque inicialmente pareció que el G10 logró algunas concesiones, la presión ejercida por Estados Unidos fracturó al grupo. En 1989, Brasil e India cedieron y la coalición se disolvió.

El debate se trasladó entonces a los desacuerdos entre Estados Unidos y la Unión Europea sobre los subsidios agrícolas. Al concluir la Ronda de Uruguay en 1994, el sur global aceptó el nuevo y nefasto régimen de propiedad intelectual y las reglas derivadas. El Acuerdo sobre los ADPIC se convirtió en el núcleo de la Organización Mundial del Comercio (OMC), fundada al año siguiente.

Nueve años después, India, Brasil y Sudáfrica crearon el bloque IBSA, exigiendo exenciones a los derechos de propiedad intelectual y licencias obligatorias para medicamentos esenciales, en particular antirretrovirales para tratar el VIH/Sida. Su esfuerzo logró que, el 30 de agosto de 2003, la OMC flexibilizara temporalmente ciertas obligaciones del Acuerdo sobre los ADPIC, permitiendo a los países sin capacidad productiva importar medicamentos genéricos bajo licencias obligatorias. Aunque esto no revirtió la lógica subyacente del Acuerdo (o principio ADPIC), se garantizó un alivio limitado para algunos fármacos. (La promesa de 2003 de las fundaciones Gates y Clinton de reducir el costo de los medicamentos contra el VIH/sida fue, en cambio, una cortina de humo para blindar el marco general del Acuerdo sobre los ADPIC). Este alineamiento inicial entre Brasil, India y Sudáfrica derivó en el bloque BRICS en 2009, tras el inicio de la Tercera Gran Depresión del Atlántico en 2007. Pese a sus iniciativas en salud y tecnología, el BRICS, no ha logrado erosionar el principio ADPIC.

Injy Aflatoun (Egipto), Fedayeen [Soldado], 1970.

En los años ochenta, varios gobiernos del sur global denunciaron lo que más tarde se conocería como biopiratería. Planteaban que muchas de las llamadas innovaciones modernas —sobre todo en agricultura y productos farmacéuticos— tenían su origen en sistemas de conocimientos tradicionales desarrollados por campesinxs y sanadorxs de África, Asia y América Latina. El argumento tuvo poco eco, salvo en casos emblemáticos —como el intento de W. R. Grace de patentar la hoja de neem del sur de Asia, y el de Phytopharm de desarrollar el hoodia, tradicionalmente usado por el pueblo san del sur de África—, la acusación de biopiratería obligó a las empresas a renunciar a sus patentes o compartir sus ganancias. El debate en torno a la biopiratería dio lugar a un tratado de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI) que exige a las empresas declarar el origen de los recursos genéticos y conocimientos tradicionales utilizados en sus productos. Sin embargo, en la práctica, este tratado se incumple con frecuencia. Más allá de evidenciar que este tipo de declaraciones no se hacían en el pasado, no ha brindado ganancias sustanciales ni a las comunidades indígenas ni a los países en los que habitan. De hecho, el Acuerdo sobre los ADPIC prevalece sobre las disposiciones de la OMPI y otorga a las empresas amplios márgenes para explotar el conocimiento tradicional.

Reflexionar sobre la biopiratería y las normas de propiedad intelectual que rigen la difusión de las tecnologías verdes me lleva al mundo del poeta y exembajador mexicano Homero Aridjis, cuya obra Selva ardiendo podría servir como advertencia contra esas reglas que asfixian al mundo:

Los cielos amarillos parecen Turners tropicales.
Las palmeras danzantes son besadas por lenguas voraces.
Los monos aulladores saltan de copa en copa.
A través de las humaredas, bandadas de loros,
Con las colas quemadas, van buscando al sol,
que los mira oculto, como un ojo podrido.

Fuente: https://thetricontinental.org/es/newsletterissue/boletin-propiedad-intelectual-sur-global/

Elogio de la dificultad de Estanislao Zuleta

Estanislao Zuleta fue un intelectual colombiano reconocido por su formación autodidacta. Padawan del filosofo Fernando Gonzáles Ochoa, desde muy joven empezó a elaborar una lectura de la realidad fundamentada en un socialismo creativo, crítico de todo dogmatismo, que articulaba el pensamiento de los que el filosofó francés Paul Ricoeur denominó los maestros de la sospecha: Marx, Nietzsche y Freud.

El #AprendiendoCositas que compartimos en esta ocasión es uno de los ensayos más conocidos del autor: Elogio de Dificultad, una mordaz crítica a la sociedad de consumo, a la mediocridad e incluso a las militancias políticas dogmáticas y sectarias, y una defensa a la diversidad y al pensamiento crítico-complejo. Un texto de obligatoria lectura para las ciudadanías libres, que rompen con los estándares de aquella ciudadanía colombiana, cómoda con el orden social existente, a pesar de su evidente desigualdad, injusticia social y mediocridad generalizada.

ELOGIO DE LA DIFICULTAD
Por: Estanislao Zuleta

La pobreza y la impotencia de la imaginación nunca se manifiestan de una manera tan clara como cuando se trata de imaginar la felicidad. Entonces comenzamos a inventar paraísos, islas afortunadas, países de cucaña. Una vida sin riesgos, sin lucha, sin búsqueda de superación y sin muerte. Y por tanto también sin carencias y sin deseo: un océano de mermelada sagrada, una eternidad de aburrición. Metas afortunadamente inalcanzables, paraísos afortunadamente inexistentes.

Todas estas fantasías serían inocentes e inocuas, si no fuera porque constituyen el modelo de nuestros anhelos en la vida práctica. Aquí mismo, en los proyectos de la existencia
cotidiana, más acá del reino de las mentiras eternas, introducimos también el ideal tonto de la seguridad garantizada, de las reconciliaciones totales, de las soluciones definitivas.

Puede decirse que nuestro problema no consiste sólo ni principalmente en que no seamos capaces de conquistar lo que nos proponemos, sino en aquello que nos proponemos: que nuestra desgracia no está tanto en la frustración de nuestros deseos, como en la forma misma de desear. Deseamos mal. En lugar de desear una relación humana inquietante, compleja y perdible, que estimule nuestra capacidad de luchar y nos obligue a cambiar, deseamos un idilio sin sombras y sin peligros, un nido de amor y por lo tanto, en última instancia un retorno al huevo.

En vez de desear una sociedad en la que sea realizable y necesario trabajar arduamente para hacer efectivas nuestras posibilidades, deseamos un mundo de satisfacción, una monstruosa sala-cuna de abundancia pasivamente recibida. En lugar de desear una filosofía llena de incógnitas y preguntas abiertas, queremos poseer una doctrina global,
capaz de dar cuenta de todo, revelada por espíritus que nunca han existido o por caudillos que desgraciadamente sí han existido. Adán y sobre todo Eva, tienen el mérito original de habernos liberado del paraíso, nuestro pecado es que anhelamos regresar a él. Desconfiemos de las mañanas radiantes en las que se inicia un reino milenario. Son muy conocidos en la historia, desde la Antigüedad hasta hoy, los horrores a los que pueden y suelen entregarse los partidos provistos de una verdad y de una meta absolutas, las iglesias cuyos miembros han sido alcanzados por la gracia –por la desgracia– de alguna revelación.

El estudio de la vida social y de la vida personal nos enseña cuán próximos se encuentran una de otro la idealización y el terror. La idealización del fin, de la meta y el terror de los medios que procurarán su conquista.

Quienes de esta manera tratan de someter la realidad al ideal, entran inevitablemente en una concepción paranoide de la verdad; en un sistema de pensamiento tal, que los que se atrevieran a objetar algo quedan inmediatamente sometidos a la interpretación totalitaria: sus argumentos no son argumentos sino solamente síntomas de una naturaleza dañada o bien máscaras de malignos propósitos. En lugar de discutir un razonamiento se le reduce a un juicio de pertenencia al otro –y el otro es, en este sistema, sinónimo de enemigo–, o se procede a un juicio de intenciones. Y este sistema se desarrolla peligrosamente hasta el punto en que ya no solamente rechaza toda oposición, sino también toda diferencia: el que no está conmigo está contra mí, y el que no está completamente conmigo, no está conmigo.

Así como hay, según Kant, un verdadero abismo de la razón que consiste en la petición de un fundamento último e incondicionado de todas las cosas, así también hay un
verdadero abismo de la acción, que consiste en la exigencia de una entrega total a la “causa” absoluta y concibe toda duda y toda crítica como traición o como agresión.

Ahora sabemos, por una amarga experiencia, que este abismo de la acción, con sus guerras santas y sus orgías de fraternidad, no es una característica exclusiva de ciertas épocas
del pasado o de civilizaciones atrasadas en el desarrollo científico y técnico; que puede funcionar muy bien y desplegar todos sus efectos sin abolir una gran capacidad de inventiva y una eficacia macabra. Sabemos que ningún origen filosóficamente elevado o supuestamente divino, inmuniza a una doctrina contra el riesgo de caer en la interpretación propia de la lógica paranoide que afirma un discurso particular –todos lo son– como la designación misma de la realidad y los otros como ceguera o mentira.

El atractivo terrible que poseen las formaciones colectivas que se embriagan con la promesa de una comunidad humana no problemática, basada en una palabra infalible, consiste en que suprimen la indecisión y la duda, la necesidad de pensar por sí mismo, otorgan a sus miembros una identidad exaltada por la participación, separan un interior bueno –el grupo– y un exterior amenazador. Así como se ahorra sin duda la angustia, se distribuye mágicamente la ambivalencia en un amor por lo propio y un odio por lo extraño y se produce la más grande simplificación de la vida, la más espantosa facilidad.

Y cuando digo aquí facilidad, no ignoro ni olvido que precisamente este tipo de formaciones colectivas, se caracterizan por una inaudita capacidad de entrega y sacrificios; que sus miembros aceptan y desean el heroísmo, cuando no aspiran a la palma del martirio. Facilidad, sin embargo, porque lo que el hombre teme por encima de todo no es la muerte y el sufrimiento, en los que tantas veces se refugia, sino la angustia que genera la necesidad de ponerse en cuestión, de combinar el entusiasmo y la crítica, el amor y el respeto.

Un síntoma inequívoco de la dominación de las ideologías proféticas y de los grupos que las generan o que someten a su lógica doctrinas que les fueron extrañas en su origen, es el descrédito en que cae el concepto de respeto. No se quiere saber nada del respeto, ni de la reciprocidad, ni de la vigencia de normas universales. Estos valores aparecen más bien como males menores propios de un resignado escepticismo, como signos de que se ha abdicado a las más caras esperanzas.

Porque el respeto y las normas sólo adquieren vigencia allí donde el amor, el entusiasmo, la entrega total a la gran misión, ya no pueden aspirar a determinar las relaciones humanas. Y como el respeto es siempre el respeto a la diferencia, sólo puede afirmarse allí donde ya no se cree que la diferencia pueda disolverse en una comunidad exaltada, transparente y espontánea, o en una fusión amorosa.

No se puede respetar el pensamiento del otro, tomarlo seriamente en consideración, someterlo a sus consecuencias, ejercer sobre él una crítica, válida también en principio para el pensamiento propio, cuando se habla desde la verdad misma, cuando creemos que la verdad habla por nuestra boca; porque entonces el pensamiento del otro sólo puede ser error o mala fe; y el hecho mismo de su diferencia con nuestra verdad es prueba contundente de su falsedad, sin que se requiera ninguna otra.

Nuestro saber es el mapa de la realidad y toda línea que se separe de él sólo puede ser imaginaria o algo peor: voluntariamente torcida por inconfesables intereses. Desde la concepción apocalíptica de la historia, las normas y las leyes de cualquier tipo son vistas como algo demasiado abstracto y mezquino frente a la gran tarea de realizar el ideal y de encarnar la promesa; y por lo tanto sólo se reclaman y se valoran cuando ya no se cree en la misión incondicionada.

Pero lo que ocurre cuando sobreviene la gran desidealización no es generalmente que se aprenda a valorar positivamente lo que tan alegremente se había desechado o estimado
sólo negativamente; lo que se produce entonces, casi siempre, es una verdadera ola de pesimismo, escepticismo y realismo cínico. Se olvida entonces que la crítica a una sociedad injusta, basada en la explotación y en la dominación de clase, era fundamentalmente correcta y que el combate por una organización social racional e igualitaria sigue siendo necesario y urgente. A la desidealización sucede el arribismo individualista que además piensa que ha superado toda moral por el sólo hecho de que ha abandonado toda esperanza de una vida cualitativamente superior.

Lo más difícil, lo más importante, lo más necesario, lo que de todos modos hay que intentar, es conservar la voluntad de luchar por una sociedad diferente sin caer en la interpretación paranoide de la lucha. Lo difícil, pero también lo esencial es valorar positivamente el respeto y la diferencia, no como un mal menor y un hecho inevitable, sino como lo que enriquece la vida e impulsa la creación y el pensamiento, como aquello sin lo cual una imaginaria comunidad de los justos cantaría el eterno hosanna del aburrimiento satisfecho.

Hay que poner un gran signo de interrogación sobre el valor de lo fácil; no solamente sobre sus consecuencias, sino sobre la cosa misma, sobre la predilección por todo aquello que no exige de nosotros ninguna superación, ni nos pone en cuestión, ni nos obliga a desplegar nuestras posibilidades.

Hay que observar con cuánta desgraciada frecuencia nos otorgamos a nosotros mismos, en la vida personal y colectiva, la triste facilidad de ejercer lo que llamaré una no reciprocidad lógica; es decir, el empleo de un método explicativo completamente diferente cuando se trata de dar cuenta de los problemas, los fracasos y los errores propios y los del otro cuando es adversario o cuando disputamos con él. En el caso del otro aplicamos el esencialismo: lo que ha hecho, lo que le ha pasado es una manifestación de su ser más profundo; en nuestro caso, aplicamos el circunstancialismo, de manera que aún los mismos fenómenos se explican por las circunstancias adversas, por alguna desgraciada coyuntura.

Él es así; yo me vi obligado. Él cosechó lo que había sembrado; yo no pude evitar este resultado. El discurso del otro no es más que un síntoma de sus particularidades, de su raza, de su sexo, de su neurosis, de sus intereses egoístas; el mío es una simple constatación de los hechos y una deducción lógica de sus consecuencias. Preferiríamos que nuestra causa se juzgue por los propósitos y la adversaria por los resultados.

Y cuando de este modo nos empeñamos en ejercer esa no reciprocidad lógica que es siempre una doble falsificación, no sólo irrespetamos al otro, sino también a nosotros mismos, puesto que nos negamos a pensar efectivamente el proceso que estamos viviendo. La difícil tarea de aplicar un mismo método explicativo y crítico a nuestra posición y a la opuesta no significa desde luego que consideremos equivalentes las doctrinas, las metas y los intereses de las personas, los partidos, las clases y las naciones en conflicto.

Significa por el contrario que tenemos suficiente confianza en la superioridad de la causa que defendemos, como para estar seguros de que no necesita, ni le conviene esa doble
falsificación con la cual, en verdad, podría defenderse cualquier cosa.

En el carnaval de miseria y derroche propios del capitalismo tardío se oye a la vez lejana y urgente la voz de Goethe y Marx que nos convocaron a un trabajo creador, difícil, capaz de situar al individuo concreto a la altura de las conquistas de la humanidad. Dostoievski nos enseñó a mirar hasta dónde van las tentaciones de tener una fácil relación interhumana: van sólo en el sentido de buscar el poder, ya que si no se puede lograr una amistad respetuosa en una empresa común se produce lo que Bahro llama intereses compensatorios: la búsqueda de amos, el deseo de ser vasallos, el anhelo de encontrar a alguien que nos libere de una vez por todas del cuidado de que nuestra vida tenga un sentido Dostoievski entendió, hace más de un siglo, que la dificultad de nuestra liberación procede de nuestro amor a las cadenas. Amamos las cadenas, los amos, las seguridades porque nos evitan la angustia de la razón.

Pero en medio del pesimismo de nuestra época se sigue desarrollando el pensamiento histórico, el psicoanálisis, la antropología, el marxismo, el arte y la literatura. En medio del pesimismo de nuestra época surge la lucha de los proletarios que ya saben que un trabajo insensato no se paga con nada, ni con automóviles ni con televisores; surge la rebelión magnífica de las mujeres que no aceptan una situación de inferioridad a cambio de halagos y protecciones; surge la insurrección desesperada de los jóvenes que no pueden aceptar el destino que se les ha fabricado. Este enfoque nuevo nos permite decir como Fausto:

“También esta noche, Tierra, permaneciste firme.
Y ahora renaces de nuevo a mi alrededor.
Y alientas otra vez en mi
la aspiración de luchar sin descanso
por una altísima existencia”.