100 años de Gilles Deleuze

Por Diego Sztulwark

Gilles Deleuze nació hace un siglo, en Francia, un 18 de enero de 1925. vivió 70 años. Como filósofo fue historiador, docente y escritor. Se involucró en el activismo micro-político, se interesó por la literatura, el cine, la pintura, el teatro, el psicoanálisis -de modo polémico-, y por las ciencias. La triple excepcionalidad que reivindicaba para sí mismo respecto de su generación -la generación del 68– es la de no haber sido militante del Partido Comunista, ni heideggeriano, ni estudiante de la exclusiva École normale supérieure. Se suicidó muy enfermo en 1995. A Deleuze no le gustaba hablar de su biografía, pero en la larga entrevista titulada abecedario, que concedió a fines de los años 80 a Claire Parnet, arroja pistas de todo tipo (por caso, el arresto en 1944 de su hermano mayor, fue arrestado por resistencia y murió durante su traslado al l campo de concentración de Buchenwald). En cuanto a su obra, escribió diecisiete libros sólo, cuatro junto con Guattari, uno con Parnet, otro con Carmelo Bene y una compilación de conversaciones; además de un sinfín de entrevistas, artículos, diálogos, conversaciones, introducciones, prólogos, reseñas y cartas reunidos en libros póstumos, o publicados como intervenciones puntales. Además, Editorial Cactus ha publicado trece volúmenes con sus “clases”, desgravaciones de sus cursos sobre Spinoza, Leibniz, Kant, Rousseau y Foucault, Bergson y el cine, Bacon y el diagrama y sobre su trabajo en torno a esquizofrenia y capitalismo. Salvo uno que otro texto puntual que se haya escapado a sus editores, prácticamente todos sus escritos han sido traducida y publicada en castellano. Lo que falta, habría que inventarlo. (He tenido el sueño recurrente con organizar una conspiración para redactar las clases que Deleuze no impartió sobre Kafka o Nietzsche).

Leer a Deleuze supone enfrentar decisiones: no hay frase suya que no esté ya impregnada de una atmósfera gaseosa y lúdica, efecto de la acción de ciertos pasadizos desconcertantes -a la vez que sumamente precisos- que conectan pensamientos que no obedecen ni dan a ningún programa sistemático de formación intelectual. No hay texto deleuziano que no esté poblado de un modo u otro de palabras claves – “hábito”, “pliegue”, “virtual”, “diagrama”- que funcionan como avisos de bifurcaciones veloces hacia parajes distantes habitados por ideas convergentes. Son cartelitos anunciadores de desvíos hacia zonas de disyunción y de multiplicación cósmica de “planos de inmanencia” en incesante conversación. Muchas veces esos cartelitos son nombres propios como Paul Klee, Virginia Woolf, Antonín Artaud, William Burroughs, Heinrich Vos Kleist, Lewis Carroll, Emile Bréhier, Bernhard Riemann, Samuel Becket, Suzanne de Brunhoff o Salomón Maimón (por nombrar solo un puñado). No se trata dispersión postmoderna, ni erudición universitaria, sino de un universo de consistencia a-centrada.

Deleuze no fundó escuelas ni tuvo discípulos. Pero sí tuvo grandes lectores, que accedieron a su propia escritura a partir de una radical inmersión en sus textos. No se trata de comentadores, sino de filósofos que pensaron a partir de ciertas zonas irresueltas, oscuras o fascinantes de su obra. Es el caso de Francois Zouravichvilli (Deleuze, una filosofía del acontecimiento, 1994) y David Lapoujade (Deleuze, los movimientos aberrantes, 2014). En la Argentina Deleuze tuvo grandes lectores, el más precoz y personal fue seguramente Néstor Perlongher, que estudió El Antiedipo en 1975. Entre los textos pioneros sobre su obra se puede nombrar a Dardo Scavino (Nomadología, 1991) y Raúl García (La anarquía coronada, 1999). Pero la presencia efectiva de Deleuze en la cultura argentina hay que rastrarla en grupos de estudios, cátedras universitarias, estudios académicos, debates militantes, querellas psicoanalíticas e investigaciones de tipo artísticas. Y, sobre todo, en los catálogos de editoriales fundadas en torno a 2001 (de Tinta Limón Ediciones a Cactus, entre otras), que introdujeron textos claves para la formación lectora de toda una generación, publicando textos de la galaxia deluziana (Félix Guattari, Gilbert Simondon o Jakob Johann von Uexküll), así como de quienes con mayor potencia y originalidad supieron relanzarla (Franco Berardi, Suelly Rolnik, Manuel de Landa o Peter Pal Pelbart).

¿Por qué Deleuze tuvo una nueva relevancia entre nosotros en torno al estallido de 2001? Por la gran afinidad de su filosofía con la experimentación. Su muerte coincidió aquí con un período de condensación de prácticas micropolíticas en torno a la impugnación del neoliberalismo. En ese contexto, Deleuze fue la filosofía de fondo de una Argentina agitada por los escraches de HIJOS y por la maduración del movimiento piquetero, así como por la enorme apertura intelectual que se dio luego de la caída del Muro de Berlín y durante los largos años del antimenemismo.

Si bien Deleuze fue el “maestro de una generación” (formula que utilizó para referirse a Sartre), lo que montamos aquí durante el período más subversivo de nuestra democracia fue más bien un artefacto-Deleuze, cuyo uso permitió poner en marcha todo dipo de “máquinas de guerra” -concepto inspirado en la intifada palestina- contra las trascendencias comunicacionales, las mistificaciones mercantiles y las formas de mando social. Alguna vez Toni Negri explicó que el izquierdismo de la filosofía actual comienza cuando se lee a Foucault desde Deleuze, a Deleuze desde Guattari y a Guattari desde el marxismo autonomista. El “deleuziamo de izquierda” argentino mixturó todo eso con un poco de zapatismo, de John William Cooke, de León Rozitchner y de la Hebe de Bonafini de los 90.

Tal y como entendió Foucault, la filosofía de Deleuze es una introducción a la vida no fascista, contra toda política que “nos hace amar al poder, desear aquello mismo que nos domina y nos explota”; una filosofía hecha de devenires revolucionarios: exactamente lo que necesitamos hoy para arrancar este año 2025.

 

 

Susan Neiman: «La izquierda y el woke son absolutamente opuestos. El woke es tribal y la izquierda es universal… Es una diferencia enorme»

Por Gerardo Lissardy

La filósofa estadounidense Susan Neiman admite su asombro por la resonancia que tuvo en tantos países su último libro, «Izquierda no es woke», publicado en más de una decena de idiomas.

«No sé por qué se interesan por él en Tailandia, Líbano o Croacia», dice entre risas durante una entrevista con BBC Mundo. «Me sorprendió lo internacional que parece ser el problema».

Se refiere así a la confusión que a su juicio existe entre ser de izquierda y ser woke, un término que literalmente viene de la palabra «woke», el pasado de «wake», que significa despertar, y el slang ha convertido en una referencia a estar alerta ante las injusticias sociales.

Neiman, que se define de izquierda y desde el año 2000 dirige el Einstein Forum en Alemania, no sólo considera que son conceptos opuestos; también dice que, al mezclarse, ayudaron al triunfo electoral de Donald Trump en Estados Unidos en noviembre.

Autora de escritos sobre la Ilustración, la filosofía moral, la metafísica y la política, y académica en las universidades de Yale y Tel Aviv, ha dedicado su carrera a poner en términos simples conceptos filosóficos profundos.

BBC Mundo habló con ella en el marco del Hay Festival que se celebra en Cartagena entre el 30 de enero y el 2 de febrero.

¿Por qué decidiste escribir un libro afirmando que la izquierda no es woke?

Porque estuve conversando con amigos en varios países y todos me decían algo así como: «Me temo que ya no soy de izquierda»… Y sacaban a colación alguna declaración o acontecimiento woke con el que no se sentían identificados.

Era algo que se repetía y me pareció importante profundizar en por qué tantos tenemos esa impresión de que a la izquierda le pasa algo.

El objetivo del libro es precisamente analizar eso que la está debilitando, porque la gente está confundida.

Es un problema que empezó en las universidades estadounidenses, pero se extendió muy rápido por el mundo.

¿Cuál es para ti la diferencia principal entre ser de izquierda y ser woke?

La confusión viene porque el woke está muy alimentado por elementos que han sido tradicionales de la izquierda: «En caso de duda ponerse del lado de los oprimidos» es uno de ellos.

Ese es un sentimiento muy izquierdista, pero ahora es común tanto para la izquierda como para el woke.

El problema es que la gente tiende a no darse cuenta de que, junto con esta emoción tradicional de izquierda, en el woke hay algunos supuestos filosóficos muy de derecha.

Por ejemplo, ¿es de izquierda decidir que la diversidad es siempre el primer y más importante mandamiento, porque tanta gente se ha quedado fuera de puestos de poder e influencia por pertenecer a minorías?

Es una cuestión que surge todo el tiempo.

Mi sensación firme es que sí, la diversidad es un bien, pero no el bien supremo. Y es un insulto para las mujeres contratarlas sólo porque son mujeres, de igual forma que es un insulto para la gente de color asumir que simplemente porque son gente de color tienen una especie de autoridad.

Voy a entrar en más detalles sobre esto en mi próximo libro: ser víctima no es por sí mismo una fuente de autoridad. Y tendemos a pensar que lo es.

Quizás sea necesario definir conceptos. ¿A qué te refieres exactamente cuando hablas del woke?

No defino el woke porque no creo que sea un concepto coherente, porque depende de una escisión entre emociones de izquierdas y pensamientos muy de derecha.

Lo que hago en el libro es definir lo que significa la izquierda hoy. Y el woke es la antítesis de los tres primeros conceptos que señalo como comunes a la izquierda liberal.

Tapa del libro en español "Izquierda no es woke", de Susan Neiman.

Fuente de la imagen, Susan Neiman

Pie de foto, El libro de Neiman se ha traducido también al español.

Primero, universalismo en vez de tribalismo.

La izquierda y los liberales son fundamentalmente universales.

No asumimos, como hace la derecha, que sólo puedes conectar profundamente con miembros de tu tribu y que, por lo tanto, sólo tienes obligaciones genuinas con ellos.

Segundo, luchamos por justicia, no sólo por poder.

A veces puede ser muy difícil mantener ambas cosas separadas, pero la lucha por la justicia es de izquierda.

Y aunque muchos han renunciado a la idea de que la justicia existe, creyendo que es una máscara para el poder, para la izquierda es fundamental no renunciar a su búsqueda y su universalidad.

Tercero, el progreso es posible; no es inevitable. Sí, está en manos de los seres humanos, que son tan capaces de hacer retrocesos como progresos, pero es posible, y hay ejemplos de que ha ocurrido en el pasado.

Eso es algo importante que a menudo se ve negado por el woke. Pero no es verdad.

Cuando dicen que los afroamericanos en EE.UU. siguen viviendo en condiciones de las leyes Jim Crow, o incluso de esclavitud, o que las mujeres siguen viviendo en el patriarcado, yo digo que sí, que seguimos viviendo con racismo y sexismo, pero decir que no hemos progresado en la lucha contra eso es una visión muy peligrosa, porque lleva a la gente a desesperarse por el progreso a futuro.

Te diría que hay un cuarto concepto: dado que el fascismo y el neofascismo están creciendo en el mundo, necesitamos frentes populares formados por izquierdistas y liberales.

Pero hay que distinguir entre ambos, porque para la izquierda los derechos sociales son auténticos derechos, tan importantes como los derechos políticos.

Para la izquierda, el derecho a la vivienda, a la asistencia médica, a la educación, el acceso a la cultura, las leyes laborales justas son tan importantes como por ejemplo la libertad de expresión.

¿Dirías que tu idea de una izquierda universalista se aplica solo a Europa y EE.UU., o también a regiones como América Latina, donde hay gente que se define de izquierda y apoya o evita condenar a gobiernos autoritarios que también se llaman izquierdistas o revolucionarios?

Sé mucho más de la historia de EE.UU. y Europa que de América Latina, pero me sorprendió enormemente que el libro saliera en Chile y en Brasil y que iniciara un gran debate.

Son dos grandes países latinoamericanos con gobiernos socialistas, con mayorías pequeñas, amenazadas por la derecha.

Y lo que me dijo la gente a la que le gustó el libro, es que esto es lo que necesitaban, porque sentían que Lula y Gabriel Boric, para poder armar coaliciones, tenían que incluir cosas que les parecían demasiado woke.

Por ejemplo, en ambos países me chocó que hubiera discusiones sobre baños de género.

Signo de baño para todo género.

Fuente de la imagen, Getty Images

Pie de foto, Neiman sostiene que discusiones sobre temas como los baños de género son un «tema inventado» que ha sido usado con éxito por Trump.

Pensaba que sólo los políticos republicanos de Carolina del Norte se preocupaban por este tipo de cosas.

La mayoría de la gente, si va al baño, cierra la puerta. ¿A quién le importa? Es un tema inventado, pero se ha utilizado mucho. Trump lo usó con mucho éxito.

El libro está saliendo también en Tailandia, Corea del Sur y Líbano. Y me pregunté: ¿Por qué publican este libro? Un amigo me dijo: porque están hartos de la teoría poscolonial y creen que alguien tiene que ponerle fin.

Y más allá de Boric o Lula, cómo encajan las izquierdas radicales que hasta hace poco defendían la lucha armada, o que siguen abrazando el concepto de lucha de clases, que podría ser una forma de ver la sociedad a través del prisma de las identidades o de las tribus…

Es cierto.

No creo que la reducción de clase sea mejor que la reducción de raza. Y si lo pensamos por un segundo ni Marx, ni Engels, ni Lenin, ni Trotsky provenían de la clase obrera.

Hay incoherencia en el propio marxismo mismo sobre esas bases.

Tratar de discutir sobre clases 150 años después, cuando en ninguna parte del mundo la clase está estructurada como lo estaba en los tiempos de Marx y Engels, tiene muy poco sentido para mí.

Sobre la lucha armada, no estoy segura de que haya buenos ejemplos de luchas revolucionarias armadas que hayan salido bien a largo plazo.

Una crítica del libro en Alemania decía: «Ella no es realmente de izquierda, es socialdemócrata, no cree en la revolución armada».

Yo le diría a cualquiera que todavía crea en la revolución armada en un mundo armado hasta los dientes, que tendríamos suerte de no volarnos los unos a los otros en un futuro próximo.

Por cierto, la lucha armada, como los gobiernos autoritarios, niega el concepto de derechos humanos que es central en tu definición de izquierda universalista…

Por supuesto.

¿La confusión que señalas entre izquierda y woke es algo nuevo o es producto de un proceso histórico?

Lo que ahora llamamos woke es lo que en los ’90 se llamaba políticamente correcto.

Lo gracioso es que soy suficientemente mayor como para recordar cuando lo políticamente correcto era usado irónicamente por gente que era socialista pero anti estalinista, para burlarse de los que parecían demasiado rígidos.

Luego fue tomado por la derecha.

Y es interesante que algo así suceda con el woke, un término que comenzó a usarse en los años ’30 por los cantantes de blues afroamericanos para denunciar el racismo, y no se utilizó mucho más hasta que Trump llegó al poder.

De hecho, no estuvo presente en las elecciones de 2016 en EE.UU.

Creo que en cierto modo se desarrolló como resultado de la generación que creció pensando que la presencia de Obama era normal, que era normal tener en la Casa Blanca a alguien muy inteligente y competente.

Podías no estar de acuerdo con algunas de sus políticas, pero era obvio que tenía integridad. Y fue un choque pasar de ocho años así al primer gobierno de Trump.

Hay una cita de Martin Luther King que a Obama le gusta usar: «El arco del universo es largo, pero se dobla hacia la justicia».

Pero de repente, el arco se inclinó en la dirección equivocada.

Creo que hubo una sensación de desesperanza, de que casi todo lo que se podía hacer era una acción simbólica, que es en lo que consiste buena parte del wokeísmo.

Cuando alguien de 20 años piensa que es muy importante cambiar sus pronombres, aunque no se pueda cambiar nada más, pienso que tiene 20 años.

Pero hace unos meses escuché un podcast de Judith Butler y habló sobre cuánto ha cambiado el mundo porque la gente cambia sus pronombres.

Es patético que alguien tomada en serio como pensadora política no vea que esto es un sustituto del cambio real.

¿Y cuál es el peligro tomar izquierda y woke como sinónimos en el mundo actual?

¡Es que no lo son! ¡Son absolutamente opuestos!

La idea de que no hay nada más que poder, que las pretensiones de justicia no son más que exageraciones, le encanta a los dictadores de derecha y a los dictadores que se llaman a sí mismos de izquierda, pero está también muy presente en las tradiciones woke: no puedes esperar justicia, sólo debes trabajar por el poder para tu tribu.

Esa es una forma completamente diferente de estar en el mundo siendo un auténtico izquierdista.

Esta es la razón principal por la que no puedes ser ambas cosas. Pero también hay una razón práctica.

Creo que aunque Kamala Harris no hizo una campaña woke, Joe Biden sí la hizo. Es curioso: el viejo hombre blanco de la Casa Blanca era extremadamente woke.

Intentó enfatizar mucho la política de identidad. Me enfurecí cuando nombró a Ketanji Brown Jackson para la Corte Suprema.

Estoy segura de que es una buena jueza, pero decir en su campaña cuando intentaba ganar las primarias de Carolina del Sur que nombraría a la primera mujer negra jueza de la Corte Suprema es algo que socava a Ketanji Brown Jackson.

Así que Biden, aunque no parezca woke, estaba dirigiendo el gobierno más woke posible.

¿Y Trump: cuán woke fue en su campaña?

Bueno, el último anuncio antitrans que Trump lanzó un par de días antes de las elecciones fue una siniestra obra maestra. Según las encuestas, convenció al 2,7% de sus votantes de Trump, y él solo ganó por 1,5 por ciento. Mira la dimensión.

Así, es comprensible que el wokeísmo moleste y desanime a la gente en tantas partes.

En Alemania tenemos unas elecciones a la vuelta de la esquina y ha jugado un papel importante en el ascenso de la derecha.

¿Cuánto te preocupa que haya un nuevo gobierno de Trump en EE.UU.?

Estoy muy preocupada.

La mayor esperanza que creo que podemos tener, por raro que parezca, es que la gente que eligió para su equipo es tan incompetente y horrible que puede haber mucha lucha interna.

A Trump no le gusta estar a la sombra de nadie y ha saboteado a quien pudiera hacérsela. No puede sabotear de forma tan directa a Musk, porque Musk es más rico que él.

Pero es bastante horrible pensar que nuestra mayor esperanza está en la mezquindad y la competencia entre dos personas desagradables.

No conozco a nadie que pueda predecir con seguridad lo que va a pasar.

Mencionste el riesgo del fascismo. Muchos comparan el mundo actual con lo que ocurrió en el período entre guerras en Europa y, en particular, en Alemania. ¿Cómo observas ese paralelismo?

La verdad es que en Alemania me da menos miedo que en otros sitios.

La historia nunca sucede dos veces de igual manera.

Terminé mi libro diciendo que la única razón por la que los nazis pudieron hacerse con el poder sin tener mayoría parlamentaria fue que la izquierda estaba dividida, algo que ha ocurrido muy a menudo.

Es paradójico, porque uno pensaría que para todos estos grupos nacionalistas, cada uno pensando que su nación es la mejor, debería ser mucho más difícil organizarse. Pero no es así. Trabajan juntos con mucha facilidad.

Entonces, ¿creo que las comparaciones son exactas? No, también porque el papel de la ideología es muy diferente ahora.

Pero creo que vale la pena escuchar las comparaciones como una advertencia.

Los dos cuerpos de Elon Musk: Sobre la suspensión de X/Twitter en Brasil

por Allan Deneuville y Giuseppe Cocco

 

Desde el inicio de su libro autobiográfico, Tristes tropiques, Claude Lévi-Strauss describe las emociones que le produce su llegada a Río de Janeiro: “Camino por la Avenida Rio Branco, donde alguna vez estuvieron las aldeas tupinambas, pero tengo en mi bolsillo el breviario del etnólogo de Jean de Léry[1]”. Es a Léry a quien debemos las primeras descripciones de estos “tupinambos (que) viven en perfecta salud, despreocupación y desnudez[2]”. En su relato, Léry habla del canibalismo, pero también del asombro de los amerindios ante los increíbles volúmenes de Arabotan (una madera brasileña) que los europeos llevan a Europa. También relata la travesía del Atlántico, marcada por episodios de piratería y tormentas: “Vi lo que más a menudo se hace en tierra practicado en el mar. Es decir, que quien tiene armas en la mano y es más fuerte, vence y dicta la ley a su compañero[3]”. La construcción europea de Brasil estuvo, desde el principio, marcada por estas dinámicas de depredación que atravesaron los océanos. Como señala Carl Schmitt, sin ocultar su admiración, sin los “rudos aventureros y la escoria del mar, […] el simple descubrimiento de continentes y océanos hasta ahora desconocidos no habría sido suficiente por sí solo para fundar un dominio más allá de los mares del mundo[4]”.

Dos siglos después de Léry, en su penúltimo discurso, Maximilien de Robespierre habla también de un “mundo [que] apareció más allá de los límites del mundo [y de] los habitantes de la tierra que añadieron los mares a su inmenso dominio[5]”. Portugueses y españoles se opusieron a la libertad de los mares teorizada por Grocio: la noción de soberanía moderna aún no se había inventado, pero los conflictos que acabaron definiéndola se multiplicaron. Esta vez de manera melancólica, Schmitt escribe que “el mar es libre”, porque “no constituye territorio estatal y […] debe permanecer abierto a todos por igual[6]”. Sin embargo, esto “significa que la línea define un ámbito donde se afirma el uso libre y despiadado de la violencia[7]”.

Podemos imaginar Internet como los océanos de esta era en la que navegamos, las plataformas digitales serían las carabelas que los surcarían. ¿Sería Elon Musk, el hombre más rico del mundo, un corsario? En lugar de madera, son los datos lo que extraemos: la información donde cristalizan nuestras decisiones, nuestras sinapsis sociales, nuestras subjetividades. El trabajo de las líneas, el nuevo nomo de la tierra, intenta escribirse sobre las olas de estos océanos de nuevo tipo. El conflicto entre X, ex-Twitter, y la Corte Suprema de Brasil es un episodio, tal vez una aceleración, de estas transformaciones[8].

Incluso antes de que la explosión del conexionismo alimentara la ola de Inteligencia Artificial conocida como deep learning, varios investigadores señalaron los desafíos que el capitalismo de plataforma planteaba a la soberanía de los Estados, incluidos los grandes Estados continentales. En 2015, Benjamin Bratton situó el conflicto entre China y Google en el centro de su reflexión sobre la máquina digital global. Incluso habló de la “primera guerra entre China y Google” y del surgimiento de un nuevo tipo de crisis geopolítica: un gran Estado frente a una gran empresa tecnológica. Esto tuvo lugar en 2009 y supuso la salida del gigante americano del mercado chino. Bratton especificó que se trataba del choque entre dos modos de soberanía radicalmente diferentes: “Esta guerra se desarrolla menos entre dos superpotencias (o por poderes entre ellas) que entre dos lógicas irreconciliables en cuanto a la forma en que los regímenes y los públicos son convocados en función de los espacios soberanos[9]”. Es un nuevo tipo de guerra sobre quién gobierna y qué se gobierna en la sociedad globalizada. Para China, dice Bratton, “Internet [es una] extensión del cuerpo del Estado”, para Google, constituye una “sociedad civil transterritorial, viva y casi autónoma, controlada y capitalizada de forma privada”. Así, escribe, “Google es un actor no estatal que opera con la fuerza de un Estado pero que, a diferencia de los Estados modernos, no está definido por una única contigüidad territorial específica[10]”. Desde esta perspectiva, analizada como un conjunto de capas de infraestructura técnica y social (el Stack), Internet constituye una especie de enigma de soberanía para la polis emergente de la Cloud: ¿cómo podemos lidiar con los datos “generados en Beijing por un ciudadano japonés” ciudadano, subido a un servidor frente a la costa de Vladivostok, en aguas extraterritoriales, y luego utilizado por un joven en un cibercafé de Las Vegas para finalmente cometer un delito en Brasil[11]?». Las empresas tecnológicas gobiernan de facto tecnologías que tienen un gran impacto geopolítico.

¿Ha terminado el enfrentamiento entre la Corte Suprema de Brasil y Elon Musk en torno a X, se trata de una batalla más en esta guerra, desencadenada en 2009, entre una empresa de la Big Tech y un Estado soberano o, simplemente, se trata de un nuevo tipo de guerra?  En caso afirmativo, ¿cuáles son las reglas de este nuevo jus ad bellum? ¿Y cómo reflexionan los Estados y los ciudadanos que los componen sobre estas nuevas normas conflictivas, tanto en términos de soberanía como de libertad democrática, de la que forma parte el derecho a la información?

Volvamos a la dinámica de esta suspensión. Después de los asaltos a los palacios de las instituciones democráticas brasileñas, la Plaza de los Tres Poderes, el 8 de enero de 2023 en Brasilia, el juez Alexandre de Moraes (del Tribunal Supremo de Brasil), pide a X que borre cientos de cuentas involucradas en el intento de golpe de Estado. y en la propagación de noticias falsas. Dos de estas cuentas son particularmente sensibles: la del senador bolsonarista Marcos do Val y la del YouTuber Ed Raposo. Los dos están procesados ​​como organizadores de la invasión del Planalto (el palacio presidencial) y por haber liderado una campaña de difamación y ciberacoso contra Fabio Alvarès Shor, comisario de la policía federal, encargado de las investigaciones por fraude contra el ex presidente Jair Bolsonaro y sus familiares. Además, desde su compra por parte de Musk, la plataforma ha albergado innumerables cuentas nazis, y los estudios destacan los riesgos que la polarización y la extrema derechización de X suponen para nuestras democracias[12].

Ante esta petición del Tribunal Supremo de Brasil, Elon Musk se niega a cumplir y alega censura. Él mismo es muy activo en la difusión sistemática de noticias falsas[13] o en el ciberacoso de personalidades que le desagradan políticamente. Así, ya no podemos contar el número de memes difundidos por el multimillonario comparando al juez Moraes con el enemigo jurado de Harry Potter, Voldemort, o con los Sith de la saga Star Wars. El uso de estas referencias culturales populares le permite transmitir un mensaje simplista a una audiencia que puede perderse en el funcionamiento de la justicia brasileña. Aparte de estas referencias mainstream, se abre, hoy en día, en la plataforma, una cuenta X llamada «Alexandre Files» con 400.000 seguidores para denunciar los «horribles abusos de Alexandre de Moraes», como anuncia la presentación del perfil.

El 15 de agosto, cuando se impuso a X una multa de 200.000 reales (32.000 euros) por día por negarse a cumplir, el multimillonario prefirió cerrar las oficinas de juego en la dimensión transnacional de su plataforma: sin oficinas en Brasil, no hay forma de que el sistema de justicia de este país se ponga a su altura. Pero ahora, a partir de ahí, la empresa de Elon Musk viola una ley brasileña que exige un representante legal en el país para que la red social siga funcionando. El 28 de agosto, el juez le dio un ultimátum y le ordenó declarar un representante legal en el país, a lo que Musk volvió a negarse. Prefirió continuar su campaña contra Alexandre de Moraes, precisamente en… X y pagar para ver si el juez seguiría adelante con sus amenazas. El juez suspendió a X el 30 de agosto y anticipo las eventuales derivaciones de la suspensión, por ejemplo, una multa de 50.000 reales (8000 euros) a los internautas que se conectaran por intermedio de una VPN[14]. Una decisión que no dudó en dejar a una veintena de millones de brasileños sin “sus” redes sociales. X provocó tanta acritud, que las reacciones del campo progresista fue un manto de silencio ante la suspensión de esta plataforma, mientras que se manifestaron durante la suspensión de TikTok, una plataforma tan problemática como X, en Nueva Caledonia en mayo de 2024.

No se detiene ahí. Además de la suspensión de manera “inmediata, completa e integral”, el juez designó a Starlink como garante de X y estableció una conexión directa entre dos facetas de la corporación Musk.

Elon Musk cambia entonces de postura, parece que ha llegado “el momento de retroceder[15]”. El New York Times anuncia: “La X de Elon Musk retrocede en Brasil[16]”. Por lo tanto, Musk se retiraría. La implicación de Starlink en el conflicto por X parece obstaculizar el compromiso libertario y ultraderechista del jefe de Tesla. De hecho, en Brasil, las antenas Starlink están en todas partes, en las minas ilegales de los mineros y traficantes de oro, así como en las aldeas indígenas más remotas, en hospitales o escuelas aisladas, e incluso entre los militares y las fuerzas especiales. Starlink se ha extendido en Brasil a una velocidad impresionante: de 20.000 suscriptores en febrero de 2023 a los 250.000 actuales. La empresa ofrece una conexión económica y de alta calidad (gracias a los satélites de baja altitud). Las implicaciones geopolíticas de Starlink son mucho más importantes y, sobre todo, mucho más directas que las de X. Fue en la guerra de Rusia contra Ucrania donde esta dimensión apareció explícitamente, 42.000 terminales constituyen la infraestructura de defensa fundamental de los ucranianos contra la invasión. Sin embargo, además de las amenazas de Musk de dejar de soportar los costes operativos del sistema en Ucrania, existen varios conflictos entre el ejército ucraniano y Starlink sobre los límites territoriales de su uso. Si la transformación de X en un arma política es una fuente indirecta de problemas a nivel de representación política, las consecuencias de las decisiones de Starlink parecen ser una verdadera interferencia geopolítica por parte de un actor no estatal. Paradójicamente, los dos cuerpos de Musk, el del chico malo que hace berrinches con sus redes sociales compradas con este fin, y el del gran industrial de la industria aeroespacial, corren el riesgo de matarse mutuamente al fusionarse.

En Brasil, ante los desafíos del cierre de X, distinguimos tres posiciones: la previsible de la extrema derecha clamando censura y tratando de movilizar manifestaciones por la destitución del juez (unos pocos miles de manifestantes en São Paulo el 7 de septiembre, para escuchar a Jair Bolsonaro); la de la izquierda, que apoya la decisión en nombre de una defensa de la soberanía estatal, cada vez más amenazada por las Big Tech; y la de un sector liberal que, al tiempo que defiende la soberanía del poder judicial brasileño, protesta tanto contra una medida considerada excesiva y contra los superpoderes del juez de Moraes[17].

La posición de la izquierda soberanista se resume en una carta abierta publicada el 17 de septiembre de 2024 titulada Contra el Ataque de las Big Techs a la Soberania Digital (Contra el ataque de las Big Techs a la soberanía digital) y firmada por académicos como Thomas Piketty, Daron Acemoglu, Mariana Mazzucato y brasileños vinculados al gobierno de Lula. Esta carta abierta afirma que “el caso brasileño se ha convertido en el frente principal de un importante conflicto global entre las grandes corporaciones tecnológicas y quienes intentan construir un panorama digital democrático, centrado en las personas y preocupado por el desarrollo económico y social[18]”. En palabras de la ex eurodiputada holandesa Marietje Shaake, “el caso brasileño nos recuerda que no es demasiado tarde. Las autoridades democráticas pueden reclamar su soberanía y afirmarse efectivamente en el campo de la tecnología, si deciden mostrar sus músculos[19]”.

Un episodio similar ya se había producido en mayo de 2023, cuando el holding de Google, Alphabet, llevó a cabo una agresiva campaña publicitaria, en su buscador y en los principales medios de comunicación, para criticar las medidas que estaba tomando el gobierno brasileño para regular las redes sociales en Internet. Fue el juez Flavio Dino, recién nombrado por Lula para el Tribunal Supremo, quien obligó a Google a modificar el enlace de su página de inicio, so pena de una multa de 200.000 dólares por hora. Los llamados a regular Internet se confirman en el debate más general sobre la necesidad de desarrollar políticas adecuadas frente al auge de la inteligencia artificial. Podemos destacar la propuesta de una política de “contención” (inspirada en las políticas desarrolladas durante la Guerra Fría) de Suleyman Mustafa, fundador de Deep Mind[20]. En nuestro contexto geopolítico y ecológico, este llamado a la regulación es comprensible y potencialmente deseable. La pregunta que surge es: ¿a qué costo?

Los liberales, si bien reconocen que Musk es un “demagogo al servicio del movimiento antidemocrático de derecha en todo el mundo”, enfatizan que “la decisión de cerrar X es una tragedia”. Veinte millones de brasileños con cuentas activas en la plataforma fueron privados del espacio donde discutían periódicamente todo tipo de argumentos[21]”. La preocupación es que se esté instaurando una especie de “censura preventiva” que perjudica la libertad de expresión: “la libertad y la democracia implican riesgos que deben ser controlados”. El proceso de suspensión de la red debe ser “abierto y transparente[22]”. Por tanto, los liberales coinciden en que Musk es una amenaza para la democracia, pero temen que la suspensión sea también un precedente perjudicial para la libertad de expresión y el derecho a la información y, por tanto, para la propia democracia. Estas divisiones parecen muy marcadas a nivel de opinión. Si bien el juez se ha convertido en el centro de la polarización política en el país[23], una encuesta de opinión muestra que el 96% de los votantes de Bolsonaro no está de acuerdo con su decisión, mientras que el 92% de los votantes de Lula la apoyan[24].

Hoy, gracias a Moraes ex machina, X reapareció en las pantallas de los ciudadanos brasileños. Tras cuarenta días de suspensión, Elon Musk pagó los 28 millones de reales (unos cinco millones de euros) en multas, bloqueó las cuentas afectadas y nombró un representante legal en Brasil. Este regreso fue celebrado por los usuarios, con tendencias top como “Voltamos” (Estamos de vuelta) y “Como é bom estar de volta” (Qué bueno es estar de vuelta). Si bien esta suspensión fue temporal, marca un punto de inflexión en la regulación de las plataformas y en el ejercicio del poder judicial en Brasil. Este momento debería animar a los ciudadanos a abordar el tema y reflexionar sobre el nuevo equilibrio entre regulación y libertad de expresión. Como señaló un artículo del New York Times, no se trata simplemente de un conflicto entre una empresa de tecnología y un tribunal, sino de un cuestionamiento de la forma en que las sociedades democráticas enmarcan y dan forma legal y democráticamente a los espacios digitales. Como escribe Jack Nicas: “Durante los últimos cinco años, la Corte Suprema del país ha ampliado su poder para liderar una amplia campaña para proteger a las instituciones brasileñas de ataques, muchos de ellos en línea. Para la izquierda brasileña, la ofensiva ayudó a salvar la democracia brasileña. Para la derecha, ha convertido a la Corte en una amenaza para la democracia misma. Ambos podrían tener razón[25]

El ascenso al poder de un juez no electo plantea entonces una cuestión candente en la democracia brasileña. Sin embargo, no queremos escribir un alegato a favor de un modelo estadounidense de absoluta libertad de expresión: cada país, incluido Brasil, tiene el derecho soberano de determinar los límites de lo que se puede decir. Sin embargo, cuando 20 millones de ciudadanos se ven privados de un espacio de intercambio y, por tanto, de la posibilidad de unirse políticamente, el campo progresista debe preocuparse y no aplaudir. Ponerse del lado de quienes temen al pueblo, incluso cuando se expresan excesivamente, no es más que admitir el miedo a las fuerzas democráticas. El acontecimiento que nos ocupa nos recuerda que la mediación nunca es neutral, pero que la libertad de expresión no debe limitarse a una crítica moderada a las instituciones; debe ser la base de un espacio político abierto, no una herramienta de confinamiento. En este contexto, la Corte Suprema de Brasil, al tratar de protegerse, a veces parece invadir esta libertad esencial, poniendo en tensión la protección de las instituciones y el necesario debate público que las rodea.

De hecho, Musk es quizás sólo la parte más visible de un cambio más general entre los jefes de las Big Tech estadounidenses, incluso si Paul Krugman piensa que esto todavía es una minoría[26]. Podemos medirlo por su deriva política: del apoyo que dieron a la candidatura de Joe Biden en 2020 al apoyo a Donald Trump en 2024[27]. Mientras que los firmantes de la carta abierta contra los actores de las Big Tech todavía se dejan seducir por un cierto tipo de antiamericanismo al afirmar que la “disputa entre el gobierno brasileño y Elon Musk es sólo el último ejemplo de un esfuerzo importante para restringir la capacidad de las naciones soberanas de definir una agenda de desarrollo digital libre del control de las megacorporaciones con sede en Estados Unidos[28]”, sin embargo, es Estados Unidos el que hoy es el teatro del conflicto del que el caso brasileño representa sólo un acto.

De hecho, en los últimos tres años, la administración Biden ha implementado una serie de iniciativas que presagian un giro significativo hacia las Big Tech: el director del Consejo Económico Nacional declaró que, si bien las grandes empresas no son necesariamente malas, no pueden seguir monopolizando los mercados[29]. La Comisión Federal de Comercio y el Departamento de Justicia iniciaron procedimientos contra GAFAM, acusándolos de sofocar la competencia y violar los derechos de los consumidores[30]. Estamos incluso asistiendo a la instauración de un proceso antimonopolio contra Google que podría convertirse en la base jurisprudencial para muchos otros casos[31]. Las acciones de Elon Musk, al igual que las de muchos otros directores ejecutivos de Silicon Valley, van dirigidas contra las políticas emergentes de regulación de las Big Tech. El jefe de Tesla es quizá sólo el ejemplo más evidente[32].

Debemos constatar entonces que la dimensión soberana ya no es la única a tener en cuenta y que sin duda nos lleva por el camino equivocado. El conflicto no es entre Brasil y las Big Tech estadounidenses, sino que atraviesa tanto a Brasil como a Estados Unidos o a la Unión Europea. Se trata de trazar las líneas de este nuevo nomos digital, pero también el de la democracia. Cuando Donald Trump declaró su reelección, Elon Musk publicó en X: “Ahora ustedes son los medios”. Musk puso activamente su riqueza y su influencia mediática al servicio de Trump, fortaleciendo una alianza de intereses destinada a preservar el poder de las grandes empresas tecnológicas frente a la regulación. Paradójicamente, ciertos actores progresistas contribuyen a esta situación: promover una censura ilegítima de las redes sociales no suficientemente radical, particularmente en lo que respecta a la cuestión palestina. Estas posiciones, aunque motivadas por convicciones legítimas, parecen reforzar inevitablemente el resurgimiento del conservadurismo populista y reaccionario en Estados Unidos. Esta situación plantea la cuestión de la dinámica futura: ¿podrían otras naciones, como Brasil con Jair Bolsonaro o Pablo Marçal, e incluso Francia, caer en escenarios políticos similares, marcados por un ascenso en el poder de las fuerzas de derecha radical, apoyadas por multimillonarios influyentes al servicio de sus propios intereses políticos?

Por nuestra parte, estamos convencidos de que sólo la creatividad inimaginable de las movilizaciones sociales, inventando las instituciones democráticas supranacionales que nos faltan, será capaz de afrontar este desafío. Por último, no debemos olvidar la otra cara de la ilusión sobre Internet, es decir, pensar que es esto lo que explica la aparición de las noticias falsas y el nuevo tipo de fascismo. Mientras la difusión de Internet empezaba a democratizarse, el historiador Robert Darnton ya recordaba que “las redes de difamación existen desde hace cuatro siglos[33]”.

Traducción del francés por Santiago Arcos-Halyburton

 

Allan Deneuville: Profesor de la Universidad Bordeaux-Montaigne (laboratorio MICA). Su investigación se centra en la circulación de textos e imágenes desde y en las redes sociales. Es cofundador del grupo de investigación y creación After Social Networks (http://after-social-networks.com) y jefe del centro de investigación de la asociación de investigación de código abierto Open Facto (https://openfacto.fr

Giuseppe Cocco: Profesor de la Universidad Federal de Rio de Janeiro (UFRJ) y miembro de la Red Universidade Nômade Brasil. Recientemente publicó, con Bruno Cava, New Neoliberalism and the Other: Biopower, Living Money and Anthropophagy (Lexington, 2018). Es miembro del colectivo editorial Multitudes.

NOTAS

[1] Levi-Strauss, C. (2008). Œuvres, Pléiade-Gallimard, p. 67.

[2] Léry (de), J. (1927). Le voyage au Brésil (1556-1558), Payot, p. 143.

[3] Ibid., p. 68

[4] Schmitt, C. (1942). Land und Meer. Traducción italiana de Giovanni Gurisatti : Schmitt, C. (2011). Terra e Mare, Adelphi, p. 30-31.

[5] Robespierre, M. (1972). Rapport, présenté par Robespierre au nom du comité de salut public, concernant le culte à l’Être Suprême, lors de la séance du 18 floréal an II (7 mai 1794). Archives Parlementaires de la Révolution Française, 90(1), 132140.

[6] Schmitt, C. (1974). Der Nomos der Erde. traducción italiana de Emanuele Castrucci : Schmitt, C. (2011). Il nomos dela terra, Adelphi, p. 20.

[7] Ibid., p. 93

[8] La idea de que Internet y su “economía en red” son grandes ilusiones es vieja. Ver, por ejemplo: Kerckhove (de), D. (2001). «Internet à l’heure du désenchantement », Le Monde Diplomatique, p. 15. o Morozov, E. (2011). The Net delusion : The dark side of internet freedom. PublicAffairs.

[9] Bratton, B. (2015). Le Stack. Plateformes, logiciels et souveraineté. Grenoble, UGA éditions, 2021. p. 46.

[10] Ibid.

[11] Ibid., p. 48. Destacamos

[12] Ingram, D. (2024, 16 abril). « Verified pro-Nazi X account flourish under Elon Musk », NBC News. www.nbcnews.com/tech/social-media/x-twitter-elon-musk-nazi-extremist-white-nationalist-accounts-rcna145020

[13] Thompson, S. A. (2024, 27 septiembre). «5  Days With Elon Musk on X : Deepfakes, Falsehoods and Lots of Memes ». The New York Times. www.nytimes.com/2024/09/27/technology/elon-musk-x-posts.html

[14] El juez de Moraes pidió inicialmente a Apple y Google que eliminaran las aplicaciones VPN de sus tiendas online, antes de su retractación. Tal decisión, si se hubiera implementado, habría sido una importante señal de advertencia sobre las libertades digitales en este país.

[15] Doria, P. (2024, 24 septiembre). «Hora de voltar », O Globo.

https://oglobo.globo.com/opiniao/pedro-doria/coluna/2024/09/a-hora-de-o-x-voltar.ghtml

[16] Nicas, J., & Ionova, A. (2024, 21 septiembre). «Elon Musk’s X Backs Down in Brazil ». The New York Times. www.nytimes.com/2024/09/21/world/americas/elon-musk-x-brazil.html

[17] Esta es más o menos la posición de dos grandes periódicos de São Paulo, con audiencia nacional, Folha de São Paulo y el Estado de São Paulo.

[18] La Carta Abierta está disponible en: https://portal.jota.info/wp-content/uploads/2024/09/carta-publica-contra-os-ataques-das-big-techs-contra-a-soberania-digital-do-brasil.pdf

[19] Schaake, M. (2024, 26 septiembre). «Big Tech’s Coup». Foreign Affairs. www.foreignaffairs.com/brazil/big-techs-coup

[20] Suleyman, M. (2023). The Coming Wave. Bodley Head.

[21] Doria, P. (2024, 3 septiembre). «O espírito da democracia». O Globo, p. 3.

[22] Sardenberg, C. A. (2024, 7 septiembre). «Danos Colaterais». O Globo, p. 2.

[23] Pereira, M. (2024, 8 septiembre). «As voltas que o STF dá», O Globo, p. 2.

[24] Ortellado, P. (2024, 7 septiembre). «Justiça com lado?», O Globo, p. 3.

[25] Nicas, J. (2024, octubre 16). «Is Brazil’s Supreme Court Saving Democracy or Threatening It?» The New York Times. www.nytimes.com/2024/10/16/world/americas/brazil-supreme-court-expanded-powers-democracy.html

[26] Krugman, P. (2024, 26 septiembre). Opinion  «The Tech Bro Style in American Politics ». The New York Times. www.nytimes.com/2024/09/26/opinion/cryptocurrency-election-moreno-vance.html

[27] 27Sosa, A., Meta, S., Ann. A. & Pinho, F. E. (2024, 7 juin). «In Silicon Valley, more support for Trump is trickling in. Is it a big threat to Biden?», Los Angeles Times. www.latimes.com/politics/story/2024-06-07/2024-election-silicon-valley-and-the-push-for-trump

[28] Op. cit.

[29] Ver el comunicado de la Casa Blanca del 14 de julio de 2022 titulado «Brian Deese Remarks on President Biden’s Competition Agenda». www.whitehouse.gov/briefing-room/statements-releases/2022/07/14/brian-deese-remarks-on-president-bidens-competition-agenda/

[30] Hughes, C. (2024, 25 septiembre). Opinión «¿Why Do People Like Elon Musk Love Donald Trump? It’s Not Just About Money». The New York Times. www.nytimes.com/2024/09/25/opinion/silicon-valley-trump.html. Hay que recordar que Chris Hughes es uno de los co-fundadores de Facebook.

[31] McCabe, D. (2024, 5 agosto). «“Google Is a Monopolist,” Judge Rules in Landmark Antitrust Case». The New York Times. www.nytimes.com/2024/08/05/technology/google-antitrust-ruling.html

[32] Schaake, M. (2024, 26 septiembre). op. cit.

[33] Darnton, R. (1995, 17 septiembre). Armadilha da Mídia, Folha de São Paulo, p. 5-10. www1.folha.uol. com.br/fsp/1995/9/17/mais!/16.html

Por Toni Negri (1933-2023). Notas para una biografia de su obra

por Sandro Mezzadra

 

Ante la obra de Toni Negri, compuesta por decenas de libros y cientos de artículos escritos a lo largo de setenta años, la búsqueda de algunos criterios interpretativos es tan necesaria como ardua. En una hermosa entrevista de 2018, editada por Vittorio Morfino y Elia Zaru, Negri aceptó, básicamente, la división en tres fases principales de su pensamiento, marcadas respectivamente por la presencia dominante de Marx, Spinoza y el encuentro con Deleuze, Guattari y Foucault [1]. Sin embargo, uno no puede evitar notar que el Marx de Negri en los años 1960 es muy diferente del de los años 1970, mientras que su trabajo sobre Spinoza también está temporalmente entrelazado con su diálogo con la filosofía francesa contemporánea. Entre la publicación del primer gran libro de Negri sobre Spinoza, escrito en prisión y publicado en 1981, y su muerte, transcurrieron más de cuarenta años, marcados especialmente por su encuentro con Michael Hardt y la redacción de Imperio que, también desde un punto de vista filosófico, constituye un importante punto de inflexión. Además, desde el principio, la obra intelectual de Negri ha sido una expresión irreductible de militancia radical y pasión política ¾no por casualidad tituló su autobiografía Historia de un comunista: y aquí se presentan otros giros y vueltas para marcar las etapas de su vida, los Quaderni Rossi, Potere Operaio, la Autonomía, las grandes huelgas francesas de 1995, el movimiento global entre Seattle y Génova, la participación en las luchas y debates latinoamericanos de los últimos veinte años, por nombrar sólo algunos. Es en este sentido que, según sus propias palabras, “la presencia de Marx une todas las fases” de su pensamiento [2]. Al trazar un breve esbozo de la formidable trayectoria de Negri, me gustaría intentar entrelazar el plano de la teoría y el plano de la militancia que él nos enseñó a mantener juntos, aunque en condiciones que, a lo largo de su vida (tanto por razones históricas como biográficas) también han cambiado drásticamente.

 

COMUNISTA ANTES DE SER MARXISTA

Empecemos recordando que Negri no nació marxista. En el contexto cultural de la Universidad de Padua, donde ingresó en la Facultad de Filosofía en 1952, sus estudios se orientaron hacia temas clásicos de la filosofía alemana, a los que dedicó sus tres primeros libros: el historicismo del joven Hegel, el formalismo jurídico de Kant y sus trastornos posrevolucionarios [3]. Se trataba de obras importantes, destinadas a dejar huellas duraderas. De Wilhelm Dilthey, en particular, Negri retomó un concepto de historicidad y de expresión histórica que marcaría su pensamiento durante mucho tiempo, mientras que su investigación sobre los orígenes del formalismo jurídico constituiría una base sólida para su obra fundamental sobre la crítica del derecho en las décadas de 1960 y 1970. La filosofía del derecho, en la particular declinación que, en esos años, en las universidades italianas, asumió el nombre de Doctrina del Estado, fue, en cualquier caso, el terreno principal en el que se desarrolló el trabajo teórico de Negri entre la década de 1950 y principios de la década siguiente. Fue su activismo político socialista y, sobre todo, su encuentro con la clase obrera en Porto Marghera [4] lo que determinó un primer punto de inflexión en sus estudios. “Yo era comunista antes de ser marxista”, solía decir Negri. Pero poco después se hizo marxista, estudiando especialmente el primer libro de El Capital y verificando sus categorías y análisis en la fábrica mediante encuestas [5] y un intercambio continuo con aquellos trabajadores que, en el Véneto [6] a principios de los años 1960, , estaban descubriendo la explotación y reinventando la lucha de clases. El resultado fue una lectura de Marx muy diferente de la lectura frankfurtiana o althusseriana, por nombrar dos de las más influyentes en la Europa de los años sesenta.

Esa fue la época en que nació el operaismo italiano, a través de publicaciones periódicas como “Quaderni rossi” (1961-1966) y “Classe operaia” (1964-1967), en las que Negri participó apasionadamente, en diálogo con -entre otros- Raniero Panzieri y Mario Tronti, Romano Alquati y Guido Bianchini, y contribuyendo con sus intervenciones a delinear el perfil de un nuevo sujeto obrero. Mientras tanto, su lectura de Marx también reorientó su trabajo en el campo del derecho, como puede verse, en particular, en un largo ensayo sobre el trabajo y Constitución, escrito en 1964 pero publicado más de diez años después [7]. Adoptando sugerencias fundamentales de la doctrina constitucionalista italiana y alemana, Negri sigue las diversas formas en que el capital se ve obligado a enfrentar la insurgencia obrera y proletaria, transfiriendo al Estado y a la Constitución –y, por tanto, socializando– el conjunto de contradicciones que la constituyen. Se sentaron así las bases para las intervenciones de los años 1970 en los debates sobre la teoría marxista del Estado, mientras que, un conjunto de estudios históricos sobre el origen del Estado moderno que serían retomados muchos años después en un libro como Il potere costituente.[8]. Este es uno de los aspectos más importantes de la obra de Negri, que combina el rechazo militante del reformismo socialista en relación con el Estado con la identificación de ciertas líneas de crisis en este último (particularmente en la figura que define como el “Estado-plan”). que sólo en el contexto de los debates sobre la globalización emergería finalmente con claridad.

 

LOS AÑOS DE LA AUTONOMIA OBRERA

Si el encuentro con la clase trabajadora en Marghera ya había introducido una discontinuidad en esta primera fase de la trayectoria de Negri, instalando en su centro el diálogo con Marx, el bienio rojo de 1968/69 –la combinación de la insurgencia estudiantil global y la lucha obrera La insurgencia en las fábricas del norte de Italia determinó un nuevo punto de inflexión, lleno de consecuencias a nivel político, teórico e incluso biográfico. En el “largo 68 italiano” la militancia se convirtió para Negri, así como para miles de mujeres y hombres, en un criterio para reinventar la vida. Aquí hay continuidad con la experiencia “operaista” de años anteriores, pero también hay elementos nuevos. La militancia se volvió entonces –con el nacimiento del “Potere operaio”– definitivamente política, basada en la convicción de que la posibilidad de una revolución comunista estaba de hecho abierta en Italia. En el espacio de unos pocos años, en el seno de esta organización se desarrolló un debate, ciertamente no exento de simplificaciones y aceleraciones voluntaristas, pero extremadamente avanzado sobre temas como la relación entre las luchas de masas y la acción partidaria, las transformaciones de la composición de clases a raíz de de las grandes luchas de 1969 y del uso de la violencia. La historia del “Potere operaio” llegó a su fin en 1973, cuando, por iniciativa de Negri y de algunas asambleas autónomas de fábricas del Norte, cobró impulso el desarrollo de la “Autonomia operaia”.

A finales de los años 1960 y 1970, Negri transformó el Instituto de Doctrina del Estado de la Universidad de Padua en una especie de cerebro colectivo al servicio del movimiento. Es una historia aún por escribir, en la que participaron personajes importantes como Alisa Del Re y Maria Rosa Della Costa, Luciano Ferrari Bravo y Ferruccio Gambino. La práctica de la encuesta se llevó a cabo a través de proyectos de investigación de absoluto relieve académico y, al mismo tiempo, decididamente militantes, mientras dos series de la editorial Feltrinelli –los “Materiali Marxisti” y los “Opuscoli Marxisti”- garantizaron la publicación de los textos producidos en el Instituto de Padua (incluidos los de Negri) y documentación del debate internacional. Fue dentro de las actividades del Instituto que Negri impartió un curso (“33 conferencias”) sobre Lenin en 1972/73. El libro que reúne estas conferencias ofrece un punto de vista especialmente eficaz sobre su activismo político en esos años, también porque –concebido a partir de la experiencia del “Potere operaio”– fue publicado en 1977, cuatro años después de la disolución del grupo. y mientras la experiencia de la Autonomía Obrera Organizada estaba en pleno apogeo [9]. La Fabbrica della strategia, de hecho, exalta, contra cualquier lectura dogmática del leninismo, la tendencia de Lenin hacia la innovación teórica y política, y propone un conjunto de consideraciones originales sobre la relación entre la dinámica autónoma de las luchas y su dirección política, tema que en ese momento estaba en el centro de los debates en el movimiento italiano.

Los años de Autonomía fueron, para Negri, que se trasladó a Milán y coordinaba la labor editorial de la revista “Rosso”, tan frenéticos desde el punto de vista político como fértiles desde el punto de vista teórico. La hipótesis del “obrero social” capta con antelación el fin de la centralidad de la fábrica e intenta leerlo de manera ofensiva, como una nueva oportunidad, apostando por la distensión social –en los barrios, en el sector terciario, en las formas de vida – de las luchas y de los comportamientos obreros que ponen en crisis el “fordismo” [10]. Marx es aquí adaptado según una lectura antagónica de la socialización de la relación capital, según una línea interpretativa establecida en los seminarios parisinos de 1978 y posteriormente en Marx más allá de Marx [11]. Si, ya en los años 1960, como se mencionó anteriormente, la dimensión de la subjetividad obrera estaba en el centro de la investigación de Negri, ahora –fuera de la fábrica– se trata de comprender una pluralidad de procesos de subjetivación que desplazan el análisis marxista y político comunista. Registrar esta desorientación y, aun así, insistir tenazmente en la recalificación de ambos: éste es, al fin y al cabo, el programa de trabajo que seguiría Negri en las décadas siguientes. Sus investigaciones de los años 1970, además, presentan otros aspectos destinados a marcar su pensamiento durante mucho tiempo: por citar sólo uno, la reanudación del tema operaista del “rechazo del trabajo” –del sabotaje, de la huelga, de la acción directa– está cargada. incluso en sus escritos más militantes, con tonos afirmativos, que prefiguran su obra posterior en torno al concepto de “poder constituyente”. El rechazo del trabajo, leemos, por ejemplo, en Il dominio e il sabotaggio, es el “contenido del proceso de autovalorización”, cuyo objetivo es “la liberación total del trabajo vivo, en la producción y en la reproducción y la utilización de la riqueza al servicio de la libertad colectiva” [12].

 

LA ANOMALIA MATERIALISTA – DE LOS AÑOS DE PRISIÓN A LOS AÑOS PARISINOS

El arresto de Negri el 7 de abril de 1979 fue parte de una importante operación judicial contra el movimiento autónomo, en la que se arrestó a cientos de activistas bajo cargos hiperbólicos y engañosos. No es necesario reconstruir aquí este acontecimiento que, sin embargo, constituye un punto de inflexión de gran importancia en la historia italiana [13]. Es más importante subrayar que las detenciones del 7 de abril se llevaron a cabo en un contexto de militarización del conflicto por parte de las organizaciones armadas y de retroceso general de las luchas obreras, simbolizado, al año siguiente, por una derrota histórica en la Fiat. Así terminó el “largo 68 italiano”, y Negri vivió en prisión (hasta su elección como diputado por el Partido Radical en 1983) el inicio de una verdadera “contrarrevolución”, encaminada a reorganizar las relaciones sociales y políticas generales del país, en un contexto internacional marcado por las victorias de Margaret Thatcher en Inglaterra (1979) y Ronald Reagan en Estados Unidos (1980). En las durísimas condiciones carcelarias de aquellos años, Negri no dejó de trabajar. Su primer libro sobre Spinoza, La anomalía salvaje, fue escrito en prisiones de máxima seguridad y constituye también un diario filosófico de las luchas de los años anteriores y un intento de establecer nuevas bases para los años venideros [14]. Ciertamente, Spinoza será, a partir de ahora. un punto de referencia fundamental para Negri, basta pensar en la categoría de “multitud” con la que empezó a trabajar en su propio libro de 1981: pero el pensamiento de Spinoza es incluido por él en un eje que va desde De Maquiavelo a Marx, configurando una alternativa materialista radical dentro de lo moderno. La anomalía salvaje marca una discontinuidad en su camino, pero su abandono de la dialéctica y su insistencia en la dimensión ontológicamente constitutiva de la política habían sido preparados por su diálogo con los Grundrisse de Marx y por su propia reflexión sobre los conceptos de autonomía y autovalorización –a lo que también podríamos sumar la reproblematización de la cuestión de la temporalidad [15].

Al llegar a París para escapar de una nueva prisión en 1983, Negri inició -en el exilio- otra etapa particularmente fructífera de su vida. Su diálogo con el pensamiento de Michel Foucault, Gilles Deleuze y Félix Guattari, y su amistad con este último en particular, lo llevaron a una profunda renovación de su pensamiento [16]. Desde un punto de vista filosófico, los primeros años en París se caracterizaron por el trabajo en torno a una ontología afirmativa, incluyendo los trabajos sobre Giacomo Leopardi y el Libro de Job, mientras que un volumen de 1987 – Fabbriche del soggetto – reanudó su reflexión sobre la categoría marxiana de la subsunción real, explorando sus implicaciones frente al nuevo capitalismo emergente [17]. Pero también fueron los años en los que Negri preparó uno de sus libros más importantes, El poder constituyente, una conmovedora reconstrucción del pensamiento y la práctica revolucionaria que atraviesa y rompe la modernidad occidental. Los temas ya mencionados abordados en las investigaciones sobre los orígenes del Estado moderno regresan aquí filtrados por la nueva sensibilidad madurada por el estudio de Spinoza. Una tensión muy poderosa inviste conceptos como democracia, soberanía, constitución, mientras la constituyente se afirma como una praxis que atraviesa grandes textos y levantamientos revolucionarios, manteniendo constantemente abierta la posibilidad de la revolución. [18].

Estos años parisinos, sin embargo, también estuvieron marcados por el trabajo conjunto con investigadores como Antonella Corsani y Maurizio Lazzarato, con quienes Negri relanzó (actualizándolo) el método operaista de la encuesta. El resultado fue un trabajo de investigación muy importante sobre las transformaciones del trabajo y los espacios públicos en la región metropolitana de París, en el que se pusieron a prueba conceptos como el de “el conjunto del trabajo inmaterial”, como primer paso en un análisis de las transformaciones del capital y el trabajo tras el fin del fordismo, que Negri continuaría hasta sus últimos años, entre otras cosas con una atención constante a la dimensión metropolitana [19]. Es en torno a estos temas que tomó forma una nueva temporada de militancia de Negri. La fundación con Jean-Marie Vincent y Denis Berger, en 1990, de la revista “Futur Antérieur” estableció, sin embargo, una plataforma de diálogo entre el marxismo italiano de derivación operaista y algunos de los aspectos más interesantes del marxismo francés, posibilitando la intervención política abierta a los grandes temas de los debates internacionales (en “Futur Antérieur”, por citar sólo dos ejemplos, aparecieron textos de Donna Haraway y de Lula, el futuro presidente de Brasil). Las grandes huelgas francesas de 1995 constituyeron entonces un paso fundamental para Negri, que las sintió como una verificación de algunas de sus hipótesis de trabajo y como una prefiguración de una nueva forma de huelga metropolitana [20]. Durante este período, también había retomado relaciones con una parte del movimiento autónomo italiano (la autonomía veneciana) y, a través de una serie de seminarios celebrados en París, se sentaron las bases de una nueva posibilidad de intervención política también en Italia [21]. Cuando, en 1997, Negri decidió regresar a Italia, sabía que le esperaba la cárcel, pero contaba con los nuevos movimientos que se habían desarrollado en años anteriores no sólo para no sólo para saldar sus cuentas legales de los años setenta, sino también trabajar por la apertura de un nuevo ciclo de luchas. Una revista como «Posse», que Negri ayudó a fundar y dirigir tras su regreso a Italia, pretendía comprobar esta hipótesis, que se confirmaría sobre todo en las jornadas de Génova contra la cumbre del G8 en julio de 2001. [22].

 

EN Y CONTRA EL IMPERIO – NUEVOS ESPACIOS POLÍTICOS

Si recordamos los tonos melancólicos con los que gran parte de la izquierda discutía sobre “globalización” y “neoliberalismo” en los años 1990, podemos entender la ruptura provocada por la publicación de Império [23]. Una narrativa nueva, audaz y grandiosa invirtió el significado de los procesos de globalización, indicando que el impulso conjunto de las luchas obreras y contra el colonialismo y el imperialismo fue el motor esencial que, en el siglo XX, impulsó al capital a convertirse en mundo. Escrito junto con Michael Hardt, a quien Negri había conocido mientras trabajaba en la traducción al inglés de L’anomalia selvaggia, varios años antes en París, Imperio ciertamente no negaba la dureza y la violencia de la dominación del capital, pero –y aquí radica un rasgo distintivo de todo el trayectoria de Negri – buscaba un punto de vista subjetivo que pudiera garantizar efectivamente su crítica e incluso su derrocamiento. En este sentido, la figura de la multitud se colocó definitivamente en el centro de las investigaciones de Negri, quien junto a Hardt repensaría abiertamente su relación con la clase [24]. Escrito en la segunda mitad de los años noventa, en una situación completamente diferente a la actual, Império puede parecer un libro anticuado en varios puntos (por ejemplo, la relación entre capital y guerra, o imperialismo). Pero la descripción de los procesos de unificación capitalista a nivel global sigue siendo poderosa y sugerente, al igual que la tensión por la apertura de nuevos espacios de acción política, lo que explica su amplia resonancia dentro del movimiento global que tomó forma entre Seattle, Porto Alegre y Génova. En particular, la tesis según la cual las relaciones políticas y jurídicas internas deben analizarse en analogía con la dimensión supranacional sienta las bases para una innovación radical en la manera de entender el internacionalismo, más allá de la lógica de una alianza o solidaridad entre movimientos de base nacionales [25 ].

Este último punto ofrece una clave para comprender un aspecto importante de la biografía de Negri durante los últimos veinte años. Cuando obtuvo, nuevamente, su pasaporte, en 2003, tenía setenta años: basándose también en el éxito de Imperio, empezó a viajar por Europa y luego fue a Canadá, China y muchos otros lugares; sólo en Estados Unidos no se le permitió entrar. Viajó sobre todo por América Latina, primero por Brasil, pero luego por Argentina, Bolivia, Ecuador, Venezuela. Eran los años de los nuevos gobiernos “progresistas” latinoamericanos y Negri participó de los debates que se dieron tanto al interior de los gobiernos como en los movimientos que abrieron espacio a estas experiencias políticas. A través de viajes, numerosos encuentros y lecturas, estudió estas experiencias para extraer lecciones que también podrían traducirse en diferentes contextos, como el italiano y el europeo: en términos de método, hubo aquí una profunda innovación en comparación con la forma en que él mismo operaismo concibió las relaciones entre las diferentes zonas del mundo. Otro importante libro escrito con Hardt, Commonwealth, registra los desplazamientos y enriquecimientos que esta actitud produjo también a nivel teórico [26]. La búsqueda de nuevos espacios políticos dentro de los cuales conducir la lucha por la liberación en un tiempo, ahora global, lo llevó a monitorear cuidadosamente los procesos de integración en curso en América Latina, en un intento de establecer una serie de resonancias con su europeísmo radical, centro de mucha polemica en Francia por su posición a favor de la Constitución Europea en el referéndum de 2005 [27].

Sin embargo, el encuentro con Hardt marca de forma indeleble los últimos veinticinco años de la vida de Negri. Los numerosos libros firmados juntos, sobre la guerra y la democracia, sobre la multitud y sobre la asamblea, tuvieron efectos que transformaron parcialmente su propio estilo de escritura [28]. Y, sobre todo, le propusieron a Negri un conjunto de temas sobre los que continuó su investigación tanto individualmente como principalmente dentro de las redes (como Uninomade y Euronomade) que había ayudado a construir desde Italia y Francia –donde finalmente volvió a vivir, en París – para relanzar el método operaista de la encuesta. Con el paso de los años, en lugar de contentarse con lo que había hecho a lo largo de una larga e intensa vida, Negri se volvió cada vez más inquieto, insatisfecho y exigente consigo mismo, con sus compañeros y sus compañeras. En términos teóricos, su trabajo en torno a los temas del capitalismo cognitivo común y la composición multitudinaria del trabajo vivo contemporáneo lo confronto continuamente con la necesidad de verificaciones prácticas (además de llevarlo a trabajar de manera original sobre la categoría marxiana de “capital fijo”) [29]. Desde el punto de vista político, su apasionada participación en el movimiento español del 15 de mayo de 2011, así como en las revueltas del Magreb y Mashreq y en el posterior ciclo de luchas “Occupy”, le llevaron a formular, junto a Hardt , una serie de hipótesis sobre la cuestión del liderazgo, reintegrándolo a la dinámica de los movimientos y luchas sociales [30]. Ante el impasse o las derrotas de estos movimientos, sin embargo, comenzó a cuestionarse nuevamente –a partir de esas mismas hipótesis– sobre cómo articular con estas dinámicas y estas luchas una dimensión “vertical” que, lejos de extinguir su creatividad, aumentaría. y multiplicará su poder [31]. Se trata de una cuestión que puede definirse como la eficacia de la acción política transformadora, que Negri siguió reformulando incluso frente a los momentos más álgidos de las luchas, de los últimos años, en Francia: desde la insurgencia de los Chalecos Amarillos (2018) hasta el movimiento contra la reforma de las pensiones, en 2023. Quizás no sea casualidad, en este sentido, que uno de sus últimos escritos esté dedicado a Lenin [32].

5.

Al concluir el tercer volumen de su autobiografía, publicado en 2020, Negri no dudó en afirmar que el mundo estaba cambiando para peor. «Nos enfrentamos a un fascismo renaciente», escribió, y agregó que «debemos prepararnos para las consecuencias extremas a las que puede conducir el fascismo: la guerra». Ante este riesgo, más actual que nunca, reafirmó la radicalidad de lo que a menudo llamó su deseo comunista: “Debemos rebelarnos. Debemos resistir. Mi vida se va, luchar después de los ochenta años se vuelve difícil. Pero lo que queda de mi alma me impele a esta decisión.”. Toni se ha ido, queda intacto el testimonio de una vida y una obra que nos llama al pensamiento y a la acción, a perseverar en ese “arte de subversión y liberación” que siempre se renueva a través de generaciones, afirmando las razones de la vida contra las de la muerte. [33]

Traducción del francés Santiago Arcos-Halyburton

publicado en Actuel Marx / no 76 / 2024 : Crise écologique, transition écosocialiste

Notas:

[1] V. Morfino e E. Zaru, Storia, politica, filosofia. Entrevista a Antonio Negri, en “Etica & Politica”, 20 (2018), 1, pp. 187-204, p. 200. Vease también los tres volúmenes de la autobiografía de Negri (Storia di un communist, Galera ed esilio, Da Genova a domani) publicada por Ponte alle Grazie, editada por Girolamo De Michele entre 2015 y 2020. Una semblanza extraordinaria de Negri es la perfilado por Judith Revel , Toni, comunista singular, 6 de enero de 2024, https://www.euronomade.info/toni-singolare-comune/2

[2] V. Morfino e E. Zaru, Storia, politica, filosofia, cit., p. 200.

[3] Consultar. A. Negri, Stato e diritto nel giovane Hegel. Studio sulla genesis illuministica della philosophia giuridica e politica di Hegel, Padua, Cedam, 1958; , Saggi sullo storicismo tedesco: Dilthey y Meinecke, Milano, Feltrinelli, 1959; , Alle origini del formalismo giuridico. Studio sul problema della forma in Kant e nei giuristi kantiani tra il 1789 ed il 1802, Padova, Cedam, 1962. También hay que tener en cuenta el importante trabajo de edición de G.W.F. Hegel, Escribiendo sobre la filosofía del derecho: 1802-1803, editado por A. Negri, Bari, Laterza, 1962.

[4] Complejo petroquímico de Venecia, escenario, por muchas décadas, y especialmente entre los años 1960 y 1970, de radicales luchas autonomas de los trabajadores. Para más informaciones, véase Labournet TV. Porto Marghera – The Last Firebrands. https://en.labournet.tv/porto-marghera-last-firebrands

[5] Para referencias sobre el instrumento de la encuesta obrera en la tradición marxista y especialmente sobre el uso que hizo de ella la tradición italiana del operaismo, véase Haider, A. and S. Mohandesi (2013) ‘Workers’ inquiry: A genealogy’, Viewpoint Magazine, 3. http://viewpointmag.com/2013/09/27/workers-inquiry-a-genealogy/

[6] Región del noreste de Italia, cuya capital es Venecia. Tradicionalmente pobre, campesina, católica y feudo electoral de la Democracia Cristiana. En los años 1960 el Véneto vivió un proceso de industrialización a través de distritos industriales de pequeñas y medianas empresas que durante el proceso de transformación productiva de los años 1970, se convirtieron en la llamada “tercera Italia” [NdT].

[7] Revisar: A. Negri, Il lavoro nella Costituzione (1964), en La forma Stato. Per la critica dell’economia politica della Costituzione, Milano, Feltrinelli, 1977, pp. 27-110.

[8] Véase, en el primer sentido, A. Negri, La forma Stato, cit.; en el segundo sentido, Problemi di storia dello State modern in Francia: 1610-1650. En “Crítica rivista de la historia de la filosofía”, 22 (1967), pp. 182-220, Descartes politico, o della ragionevole ideology, Milán, Feltrinelli, 1970 y F. Borkenau, H. Grossmann, A. Negri, Manifattura, società borghese, ideology, a cura di P. Schiera, Roma, Savelli, 1978.

[9] Ver A. Negri, La fabbrica della strategia. 33 lezioni su Lenin, Padova, Libri rossi, 1977. Hacia 1969, Negri ya había propuesto para “Potere Operaio” la centralidad del “problema de Lênin”: ver , Cominciamo a dire Lenin, “Potere operaio”, I (1969), 3 (2-9 ottobre), p. 3.

[10] Consultar. A. Negri, Dall’operaio massa all’operaio sociale. Intervista sull’operaismo, Milano, Multhipla, 1979

[11] A. Negri, Marx oltre Marx. Quaderno di lavoro sui Grundrisse, Milano, Feltrinelli, 1979].

[12] A. Negri, Il dominio e il sabotaggio. Sul metodo marxista della trasformazione sociale, Milano, Feltrinelli, 1977, p. 55.

[13] Ver también AA.VV., Processo sette aprile, Padova trent’anni dopo, Roma, Manifestolibri, 2009, con un texto del propio Negri.

[14] A. Negri, L’anomalia selvaggia. Saggio su potere e potenza in Baruch Spinoza, Milano, Feltrinelli, 1981.

[15] Ver en este sentido A. Negri, Macchina tempo. Rompicapi, costituzione, liberazione, Milano, Feltrinelli, 1982 y la revisión de esos temas en, Kairòs, Alma Venus, multitudo. Nove lezioni impartite a me stesso, Roma, Manifestolibri, 2000.

[16] Para la colaboración con Guattari, ver F. Guattari e A. Negri, Verità nomadi. Per nuovi spazi di libertà, Roma, Pellicani, 1989.

[17] Ver respectivamente A. Negri, Lenta ginestra: saggio sull’ontologia di Giacomo Leopardi, Milano, Sugarco, 1987, Il lavoro di Giobbe, Milano, Sugarco, 1990 y Fabbriche del soggetto, Livorno, Secolo 21, 1987.

[18] A. Negri, Il potere costituente. Saggio sulle alternative del moderno, Milano, SugarCo, 1992.

[19] Ver Come gli asini nel deserto. Conversazione con Antonio Negri. In: A. Negri, L’inchiesta metropolitana, a cura di P. Do e A. De Nicola, Roma, Manifestolibri, 2023, pp. 19-41.

[20] Ver las contribuciones recogidas en los números 33/34 de “Futur Antérieur” (2006/1).

[21] Ver A. Negri, L’inverno è finito, a cura di B. Caccia, Roma, Castelvecchi, 1995.

[22] Ver, Posse, Il lavoro di Genova, Roma, Manifestolibri, 2001.

[23] M. Hardt e A. Negri, Empire, Cambridge, MA, Harvard University Press, 2000.

[24] Consultar, M. Hardt y A. Negri, Empire, Twenty Years On, in “New Left Review”, 120, 2019, pp. 67-92.

[25] M. Hardt e A. Negri, Empire, cit., p. 16.

[26] M. Hardt e A. Negri, Commonwealth, Cambridge, MA, Harvard University Press, 2009. Ver también G. Cocco e A. Negri, GlobAL. Biopotere e lotte in America Latina, Roma, Manifestolibri, 2006].

[27] Ver, A. Negri, L’Europa e l’Impero. Riflessioni su un processo costituente, Roma, Manifestolibri, 2003.

[28] Ver, M. Hardt e A. Negri, Multitude. War and Democracy in the Age of Empire, London, Penguin Books, 2004. Labor of Dionysus. A Critique of the State-Form. Minneapolis, MI,University of Minnesota Press, 1994.

[29] Ver, A. Negri, Appropriazione di capitale fisso: una metafora?, 3 marzo 2017, https://www.euronomade.info/appropriazione-di-capitale-fisso-una-metafora/.

[30] Consultar M. Hardt e A. Negri, Assembly. A organização multitudinária do comum, São Paulo, Politeia, 2018 [Assembly, Oxford–New York, Oxford University Press, 2017], cap. 1. R. Sánchez Cedillo, Lo absoluto de la democracia. Contrapoderes, cuerpos-máquina, sistema red transindividual, Malaga, Subtextos, 2021, con prólogo de A. Negri (pp. 9-19). M. Hardt e A. Negri, Declaration, New York, Argo-Navis, 2012.

[31] Ver, S. Mezzadra e A. Negri, Politiche di coalizione nella crisi europea, 7 agosto 2015, https://www.euronomade.info/politiche-coalizione-nella-crisi-europea.

[32] A. Negri, Prefazione, in V.I. Lenin, Stato e rivoluzione. La dottrina marxista dello Stato e i compiti del proletariato nella rivoluzione, Milano, Pigreco, 2022, pp. 7-20.

[33] A. Negri, Da Genova a domani, cit., p. 301.

«La herencia de las revoluciones es que se puede cambiar el mundo a través de una acción colectiva»

Entrevista con Enzo Traverso :: «Ningún cambio radical o revolucionario puede ser durable sin conquista de una hegemonía política y cultural»

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Entrevista realizada por Diego Genoud para su programa Fuera de Tiempo (Radio Con Vos) el 25 de abril de 2023.

Enzo Traverso, reconocido historiador e intelectual italiano, actualmente dirige una cátedra de Humanidades en Cornell University, en Nueva York. Su penúltimo libro se llama «Revolución: una historia intelectual», editado en Argentina por el Fondo de Cultura Económica.

-Te voy a preguntar sobre este libro que recomiendo porque es un recorrido a través de las ideas de una palabra tan potente y grande como es «Revolución». Traerla hoy, en este contexto, es ya algo que vale la pena para pensar, para discutir. En la introducción del libro hablás de un cuadro icónico de 1819 que se llama «La balsa de la Medusa». Es de un pintor que se llama Theodor Jericó. Vos decís que es una metáfora de lo que se discutía en ese momento, hace dos siglos, del conflicto entre la capitulación y la búsqueda obstinada de una alternativa», entre «el abandono y el renacimiento», entre «la impotencia y la desesperación ante un paisaje de derrotas y el esfuerzo desesperado por resistir». Hoy, ese cuadro tan icónico parece que tiene una vigencia todavía absoluta en un contexto quizá muy distinto al de su origen. Lo primero que te quiero preguntar es: ¿cómo se hace para advertir que el conflicto que describís está abierto en un contexto en el que el puro presente sugiere que se trata de un conflicto perdido, resuelto?»

-Esta pintura, que es muy conocida porque es icónica del arte romántico de la primera mitad del Siglo XIX, me golpeó mucho cuando la vi en el Louvre, en París. De inmediato me pareció una representación alegórica del naufragio de las revoluciones del Siglo XX. Ésa es la calidad y la extraordinaria fuerza del arte. Es decir, tiene esa capacidad de transmitirnos mensajes, de sugerirnos ideas que trascienden el tiempo en el cual esas obras de arte fueron creadas. Entonces, esta pintura aparece como una representación del naufragio. Es la historia de un naufragio. La balsa de la Medusa es la representación de la derrota de las revoluciones del Siglo XX. En esta pintura, la redención posible es la posibilidad de una salida. Esta frágil posibilidad de redención es encabezada por un marinero, un negro, que puede ser una cierta referencia implícita a la revolución en San Domingo que está simultánea y simbólicamente vinculada con la Revolución Francesa, pero es de cierta manera la prefiguración de la descolonización y de las revoluciones en el mundo colonial en los Siglos XIX y XX. Me parece que esta obra de arte nos habla en el presente.

-¿Donde aparece el conflicto abierto? ¿Dónde pensás que aparece esa posibilidad de redención?

-En este paisaje de desesperación y tragedia, esta figura está agitando un pedazo de rojo que ya es como una especie de bandera roja, y mira un punto en el horizonte que es el barco que va a recoger a los náufragos. Es una redención que corresponde con la historia de este naufragio porque el barco de la Medusa se refiere a un naufragio que tuvo lugar en la época de la restauración. Hay elementos de desesperación y de espera, hay un horizonte de espera que todavía está abierto en un clima, en un paisaje de derrota y de catástrofe. En este sentido, creo que es una pintura que habla a la izquierda global del Siglo XXI.

-En el capítulo de las locomotoras de la historia, hay una distinción que me resultó interesante en torno a dos nociones sobre el tiempo. Vos definís al tiempo estandarizado del capital como un proceso económico objetivo, y al tiempo subjetivo de la revolución. La pregunta es si es posible sustraerse a la temporalidad del capital, a la normalidad que impone el presente. Un presente muy marcado por el dominio del capital, por el triunfo del capitalismo, por el naufragio de la revolución, si es posible sustraerse a esa temporalidad tan presente.

-Mira, yo creo que esa es una de las razones por las cuales yo escribí este libro. Es que, si hay una lección, una enseñanza que se puede sacar de la historia de las revoluciones en el mundo moderno es que las revoluciones precisamente rompen esta temporalidad lineal dominante de una historia que se perpetúa de una manera implacable e ineluctable. Lo que Walter Benjamin llamaba «un tiempo homogéneo y vacío». La revolución, repentinamente y de manera siempre inesperada, rompe esta continuidad de la historia, irrumpe en la escena de la historia e introduce o crea una nueva temporalidad. Las revoluciones nos explican que esa linealidad de la historia no es ineluctable, que la historia está hecha de bifurcaciones, de rupturas, de discontinuidades, y las revoluciones nunca son esperadas. Por supuesto, tienen sus condiciones, tienen sus premisas, pero esas premisas y condiciones se pueden reconocer a posteriori, retrospectivamente. Los historiadores las detectan y las analizan, pero los actores de la historia siempre viven las revoluciones como algo que tiene una dimensión de milagro, de algo que ocurre de una manera repentina y traumática que no se puede esperar. El presente en el cual el capitalismo, en su versión neoliberal, aparece como un orden sin alternativas. Conocemos la definición, el eslogan de Margaret Thatcher: «There is no alternative». Bueno, en realidad las alternativas existen y pueden expresarse cuando nadie las prefiguró o las anunció. Creo que la historia del siglo 21 también indica eso.

-Tanto al comienzo como al final, mencionás distintas expresiones, movimientos anticapitalistas. Podemos pensar ahora en lo que está o estuvo pasando hasta hace poco en Francia, pero vos mencionás a Wall Street Occupy u otro tipo de movimientos anticapitalistas que no están en sintonía con ninguna de las tradiciones de la izquierda del pasado, y decís que carecen de genealogía. Que son movimientos creativos, pero están huérfanos y deben reinventarse a sí mismos; que tienen una fragilidad porque no pertenecen a una tradición política. La pregunta es: ¿dónde pueden encontrar esos movimientos la densidad que necesitan para convertirse en algo más sólido, permanente, menos frágil, o inscribirse en esas tradiciones que mencionas?

-Creo que todos esos movimientos no se inscriben en una continuidad histórica con las revoluciones del Siglo XIX o del siglo XX ni con un modelo que es lo que llamo un paradigma militar de la revolución, que dominó en escala global durante el Siglo XX, y en particular en América Latina. Este paradigma militar de la revolución que fue involucrado por el comunismo en el siglo XX se acabó, y todos los movimientos con potencialidades revolucionarias que aparecieron después de 1990, después del final de la Guerra Fría -me refiero a Occupy Wall Street en EEUU, pero también a otros movimientos que aparecieron en Europa Occidental y las revoluciones árabes- no reivindican ninguna continuidad con el comunismo del siglo XX. Eso es un hecho y es algo que tenemos que tener en cuenta. Están intentando inventar nuevos modelos y eso explica su gran creatividad, pero, al mismo tiempo, esta ausencia de una memoria histórica es una fragilidad.

-¿Cómo se sale de esa fragilidad?

-Esa es una de las contribuciones que puede aportar mi propia generación y también, con mucha modestia, el trabajo de los historiadores. Es decir, hay que introducir una conciencia histórica que falta, y esa ausencia de una memoria histórica es también el producto de un modelo antropológico que es el dominante, el modelo antropológico del neoliberalismo. Un mundo encerrado en el presente, sin una memoria histórica y sin una proyección en el futuro que no sea una dilatación permanente del presente. Todo cambia con una aceleración espantosa, pero siempre en el marco de un orden económico y social dominante que no cambia, que aparece como intemporal o como eterno. Un conocimiento de la historia de las revoluciones nos transmite otra idea de la historia, otra idea de la temporalidad histórica. Esa continuidad puede ser corrompida, destruida y se puede inventar una nueva temporalidad con una proyección hacia el futuro, que puede ser también una proyección utópica hacia el futuro. Es decir, pensar otro orden del mundo, otro modelo de sociedad, otras relaciones entre los seres humanos que no sean de competición, de individualismo, de apropiación, sino de acción colectiva, de solidaridad, de construcción de un mundo común. Esa es la herencia de las revoluciones: se puede cambiar el mundo a través de una acción colectiva, y esa herencia de las revoluciones tiene que ser involucrada, incorporada en la cultura de esos nuevos movimientos. Creo que los historiadores pueden hacer una contribución en ese sentido, una contribución fructuosa. Es el Espíritu en el cual yo he escrito este libro.

-Hay un capítulo que tiene absoluta vigencia también, que es el de la discusión entre dos términos: la libertad, por un lado, y la liberación por el otro. La libertad que es hoy invocada casi por todo el mundo, podríamos decir, en distintas partes del mundo, por distintas expresiones políticas. Vos decís en el libro que es una de las palabras más ambiguas que recorre la historia, porque la pueden invocar desde partidos liberales hasta expresiones del fascismo. Lo han hecho a través de la historia. Aquí, en Argentina, por ejemplo, el candidato que más crece se llama Javier Milei. Su partido se llama La Libertad Avanza. Hay una discusión en la historia que vos reconstruís o hacés presente en tu libro, donde, por un lado, desde la izquierda se hablaba de que no hay libertad sin liberación respecto de la necesidad, no hay libertad sin emancipación social. Sin embargo, hoy parecería que hasta nuestros días lo que llega es la idea de libertad únicamente como sinónimo de propiedad privada, como sinónimo de privilegio. ¿Cuándo se pierde esa discusión? ¿Está perdida?, porque hoy parecería que la libertad es solamente entendida como propiedad privada, como sinónimo de propiedad privada o de privilegio.

-Sí, seguro. Este es un muy viejo debate, porque esta concepción liberal de la libertad es una concepción que apareció en el siglo XVIII, que fue codificada ideológica y filosóficamente, que ahora los historiadores del pensamiento político definen como una concepción negativa de la libertad. La libertad pensada solamente como derechos individuales y como una expresión de la propiedad. Hay otra definición posible de la libertad, que es una libertad que no se puede desconectar de la igualdad, y una igualdad que es definida no solamente como igualdad en un sentido jurídico de la palabra, igualdad de derechos, sino también en un sentido social de la palabra, es decir, la democracia. Una democracia que sea una comunidad de ciudadanos iguales, que, para funcionar, necesita un cierto nivel de igualdad social sin la cual, la palabra libertad se hace vacía o pierde todo contenido. Hay una definición normativa de la libertad que es necesaria. Planteo en mi libro que uno de los problemas de las transiciones políticas post-revolucionarias es la incapacidad de muchos regímenes revolucionarios de definir la libertad también en términos de estructura, de instituciones, en términos de garantías jurídicas, de la libertad de reconocimiento, de los derechos de las minorías, del pluralismo en un sentido institucional y constitucional de la palabra. Pero la libertad no existe sin liberación. Es decir, la democracia y la libertad son conquistas que necesitan un proceso de liberación, y, en muchos casos, históricamente, esa no es una elección subjetiva. Es una constatación factual de la historia. Son conquistas que implican el recurso a la violencia. No hay revoluciones sin violencia. Las revoluciones son, con muy pocas excepciones, rupturas violentas de la continuidad de la historia. No se trata de fetichizar la violencia como algunos filósofos lo hicieron, o de mitificarla, pero hay una dialéctica entre liberación y libertad que es evacuada por todas las definiciones normativas y liberales o neoliberales de la libertad.

-En tu libro: «Las nuevas caras de la derecha», editado por Siglo 21, hablás de expresiones políticas que denominas post-fascistas: hablás de Trump, de Le Pen, de Bolsonaro. Uno podría hoy sumar justamente a Meloni en Italia. Decís que estas expresiones post-fascistas no prometen un futuro, tienen sus propias fragilidades, no quieren crear un orden alternativo y hasta se revelaron ineficaces en algunos casos para presentar una alternativa política durante la pandemia. Lo que me interesa preguntarte es: ¿por qué, así y todo, con estas fragilidades, estas expresiones políticas post-fascistas son las que muchas veces encarnan la lucha contra el establishment político e incluso contra el poder financiero, contra Wall Street? ¿Por qué eligen como enemigos al establishment partidario, a la partidocracia, los viejos partidos políticos, y consiguen votos a partir de esa oposición con los viejos partidos políticos, con las viejas estructuras políticas e incluso con el poder financiero, como es el caso de Trump en Wall Street? ¿Por qué les funciona a estas expresiones de derecha presentarse como los rivales de estos viejos poderes?

-Sí, hablo de post-fascismo porque hay algo paralelo a lo que dijimos sobre los nuevos movimientos anticapitalistas que no se reivindican de modelos acabados. Es muy raro que los movimientos de la extrema derecha explícitamente se definan fascistas. Hay algunos, pero de una manera general no se dicen fascistas. También Giorgia Meloni, que estaba muy orgullosa de esa tradición en el pasado, después de que ganó las elecciones y tomó la cabeza del gobierno, se distanció del fascismo. Post-fascismo es una constelación muy heterogénea que incluye movimientos, partidos y corrientes con orígenes, historias, trayectorias ideológicas muy distintas. Por ejemplo, en esta galaxia post fascista, hay corrientes como la que se expresa en la Argentina hoy, por ejemplo, que son radicalmente neoliberales, y hay otras que son anti-neoliberales. Por ejemplo, en la Europa occidental, la clave para comprender el éxito de los movimientos de la derecha radical es su capacidad de encabezar una oposición a las políticas neoliberales de la Unión Europea, de la Comisión Europea. En EEUU también, Trump ganó las elecciones en 2016 como candidato en contra del establishment, que fue encabezado por Hillary Clinton. Entonces, esas son contradicciones. Hay extremas derechas que son radicales, muy neoliberales, como en la Argentina, como en Brasil, como en España Vox, y hay otras que tienen éxito porque explotan su supuesta oposición al neoliberalismo. Una vez que llegan al gobierno -es el caso de Meloni en Italia-, hacen exactamente las mismas políticas que sus predecesores. En este caso, Mario Draghi que, como Macron en Francia, es la encarnación del neoliberalismo en su forma ideal y perfecta. Es como la encarnación de un concepto.

-Hablás del debate entre Gramsci y Keynes en los años de entreguerras. Me gustaría que reconstruyas un poco ese debate, y, en todo caso, que definas si tiene algo que está vigente.

-Gramsci es una referencia muy común en los debates del pensamiento crítico contemporáneo, es uno de los pensadores marxistas que empezó en las décadas entre las dos guerras mundiales, que empezó a reflexionar críticamente sobre las causas de la derrota de las revoluciones en Europa Central y de las razones por las cuales la revolución rusa no pudo ganar en Europa occidental. Keynes fue el pensador que, desde el otro lado de la barricada, reflexionó sobre las causas de la crisis del capitalismo y sobre cómo salvarlo. Son reflexiones paralelas distintas, con objetivos distintos, y de cierta manera ambos pensadores tienen su vigencia y su actualidad: Gramsci es el pensador de la hegemonía y ningún cambio radical o revolucionario puede ser durable sin conquista de una hegemonía política y cultural. Es decir, ese es uno de los grandes desafíos de la izquierda en el siglo XXI. Keynes es una conciencia crítica del capitalismo contemporáneo, una conciencia crítica que plantea interrogantes sobre las tendencias neoliberales actuales. Es decir, ¿puede el capitalismo seguir desarrollándose con su modelo actual sin desembocar en una catástrofe social, económica, ecológica? Creo que Keynes es el pensador crítico de la burguesía, como lo fue también Max Weber, por ejemplo, que merece ser releído y que puede ayudarnos a reflexionar sobre el mundo contemporáneo.

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Texto completo en: https://www.lahaine.org/mundo.php/la-herencia-de-las-revoluciones

Reflexiones sobre neoliberalismo recargado y derechas radicales

por Matías Saidel

 

Un diálogo con El capital odia a todo el mundo de Lazzarato y La opción por la guerra civil de Dardot, Laval, Guéguen y Sauvêtre

  1. INTRODUCCIÓN

A partir de la crisis financiera global del 2008 hemos asistido a un proceso de radicalización de las políticas neoliberales, que han generado un profundo malestar en distintas sociedades. Dicho malestar ha sido capitalizado progresivamente por movimientos y partidos políticos de ultraderecha, que combinan una defensa irrestricta de la propiedad privada y el mercado competencial con una posición racista, misógina, xenófoba y aporofóbica que adquiere ribetes autoritarios y punitivos. En ese sentido, busco poner en contexto lo que fueron distintos diagnósticos acerca de la crisis y el posible fin del neoliberalismo, para señalar que, lejos de poner en tela de juicio dicha racionalidad de gobierno, la crisis deviene un dispositivo de gobierno de las poblaciones (Dardot y Laval, 2016) que ha habilitado tanto el auge de las nuevas derechas como la puesta en cuestión de la democracia liberal en Occidente. En ese marco, intento situar el auge de las derechas radicales en el contexto del malestar producido por las propias políticas neoliberales. Para ello, tomo en consideración las lecturas realizadas por Lazzarato y Dardot, Laval, Guéguen y Sauvêtre respecto del carácter estratégico del neoliberalismo evidenciado a lo largo de su historia. Estos autores coinciden en retomar la lectura del poder realizada por Foucault en 1973 en términos de guerra civil, contraponiéndola –en el caso de Lazzarato– o  complementándola

-en el de los franceses- con la lectura del poder en términos de conducción de conductas. En ese marco, Lazzarato propone reconocer la existencia de un nuevo fascismo neoliberal frente a las nociones de neoliberalismo autoritario que han circulado en la academia desde la crisis financiera. Por su parte, Dardot et al. van a marcan que no estamos frente a un nuevo tipo de fascismo sino frente a una radicalización del propio neoliberalismo que contiene elementos autoritarios que le son inherentes en cuanto cosmovisión y racionalidad gubernamental. Teniendo en cuenta estos aportes, propongo la noción de neoliberalismo recargado como un modo de caracterizar este nuevo neoliberalismo cuyas condiciones de posibilidad están dadas tanto por sus aspectos doctrinarios como por las mutaciones económicas, políticas y culturales en curso.

 

  1. DE LA CRISIS FINANCIERA A LA RADICALIZACIÓN DEL NEOLIBERALISMO

La crisis del capitalismo financiero global y el salvataje a los bancos posterior a 2008, con la intervención masiva al estilo neokeynesiano que eso suponía en el mercado financiero por parte del Estado, fue vista por algunos observadores como una crisis terminal del neoliberalismo, o por lo menos, una crisis severa de su hegemonía (Kotz, 2015; Stiglitz, 2019) donde los Estados estaban comprando tiempo a través del endeudamiento y otras medidas tendientes a dilatar la inevitable crisis del capitalismo (Streck, 2014; 2016). Otros vieron este fin acercarse durante la crisis económica y sanitaria generada por la pandemia de covid-19 (Saad-Filho, 2021), donde algunos Estados occidentales apostaron a estrategias que contraponían la salud a la economía, privilegiando a esta última, y otros optaron por intervenir en la economía a través de impuestos a grandes fortunas, ayudas a ciudadanos y empresas, compras de insumos esenciales o protección de recursos estratégicos.

Sin embargo, en el primer caso, los salvatajes que en gran medida iban dirigidos a los grandes jugadores que habían originado la propia crisis, no solo no dieron lugar a la muerte del neoliberalismo, sino que lo llevaron a una radicalización, aplicando medidas de austeridad y privilegiando el pago a los acreedores por sobre cualquier consideración relativa al bienestar social de las poblaciones (Blyth, 2013; Davies, 2016). En el segundo caso, si bien las respuestas variaron, una vez terminada la crisis de la pandemia, en algunos países se vuelve a una versión del neoliberalismo incluso más radical.

Frente a cada crisis financiera, económica, sanitaria, climática, hipotecaria, migratoria o militar, la oligarquía plutocrática que gobierna el mundo parece no tener un plan de recambio, autoconvencida del mantra tantas veces repetido a partir de Thatcher: there is no alternative. Por eso, la respuesta frente a cada crisis siempre consiste en buscar los remedios a los males generados por el capitalismo neoliberal en la propia farmacopea neoliberal, aumentando las dosis de ese mismo pharmakon.

En ese contexto, no solo se comenzó a advertir que la crisis orgánica no había dado lugar a ninguna transformación estructural, sino que había desatado lo que Gramsci llamara “monstruos” o lo que Wendy Brown llamó un Frankenstein en el que ni siquiera sus padres fundadores se hubiesen querido reconocer (Brown, 2019). Con el ascenso de Trump, de Bolsonaro o del Brexit, se teorizó sobre el paso de un neoliberalismo progresista (Fraser, 2019) –que, si bien había dado por tierra con cualquier forma de redistribución, al menos había sido capaz de dar espacio a demandas de reconocimiento que se venían gestando desde hace mucho tiempo atrás por parte de movimientos de derechos civiles, feministas, antirracistas, indigenistas, etc.– a un neoliberalismo reaccionario, comandado por los nuevos populismos de derecha radical.

En efecto, lejos de escuchar las demandas de los afectados por la intemperie generada por la crisis, los gobiernos siguieron apelando a soluciones austericidas y tecnocráticas, que buscan el refuerzo de la competencia a todo nivel, el recorte de los gastos sociales, la caída de los salarios, la precarización laboral y existencial y el pago a los acreedores. En ese marco, lejos de dar lugar a una transformación social reclamada por los masivos movimientos de protesta, la crisis permitió profundizar los rasgos más antidemocráticos y violentos del neoliberalismo, de los cuales salieron triunfantes las nuevas derechas radicales, con su apelación a un discurso anti- establishment, antiglobalista y antiprogresista.

En ese marco, a la visión de una gubernamentalidad neoliberal que buscaba optimizar los sistemas de diferencias y era tolerante a la proliferación de lo múltiple, inspirada en los seminarios de Michel Foucault, en las políticas de las izquierdas neoliberales o terceras vías, y en una parte de la biblioteca neoliberal, se le fue contraponiendo una mirada que destacaba de distintas maneras la existencia de un neoliberalismo autoritario (Bruff, 2014; Catanzaro, 2021), punitivo (Davies, 2016), antidemocrático (Brown, 2019; Dardot y Laval, 2016), beligerante (Alliez y Lazzarato, 2016), conservador (Cooper, 2017) y reaccionario (Fraser, 2019; Perrin, 2014).

En efecto, con la victoria electoral de Trump, del Brexit, de Salvini, de Bolsonaro, de Johnson, de Modi, de Meloni y de Milei, la continuidad de líderes como Erdogan, Putin, Orbán, Kaczyński, Netanyahu, etc. y con la radicalización del discurso y las medidas marcadas por el odio a los inmigrantes, a la “ideología de género” y al “comunismo”, para muchos teóricos ya no bastó con destacar el auge de fuerzas ultraderechistas u observar su desmarginalización (Mudde, 2019), sino que proliferaron caracterizaciones de estos movimientos en términos de neofascismo, post- fascismo, fascismo neoliberal, etc. De hecho, frente a quienes sostenían que no había demasiados puntos en común entre las nuevas derechas y el fascismo histórico, había otrxs para lxs cuales hablar de populismos de derechas era eufemístico, mientras que oponerle un populismo de izquierdas era absolutamente inviable, porque la izquierda debería dirigir su discurso a otro público y movilizar otro tipo de pasiones (Fassin, 2018; Lazzarato, 2020). En lo que la mayoría de los teóricos parecían coincidir, es en que ya no se podía seguir analizando a la gubernamentalidad neoliberal como una especie de soft power, y que, si bien cada experiencia neoliberal está marcada por su singularidad, tampoco era factible trazar una línea demarcatoria tan tajante entre la experiencia de un Sur global, donde el neoliberalismo se impuso a sangre y fuego, de un Norte, donde si bien la transición se dio sin rupturas institucionales, abundaron las medidas represivas y los dispositivos jurídicos que, yendo en contra de derechos y garantías adquiridos, están minando al propio Estado de derecho.

En ese marco, se empezó a debatir si este devenir autoritario del neoliberalismo era una consecuencia no planeada por sus impulsores originales (Brown, 2019) o si, por el contrario, estaba ligado de manera inherente al propio pensamiento neoliberal y a los procesos de neoliberalización (Lazzarato, 2020; Dardot et al., 2021). En cualquier caso, la visión irénica de una gubernamentalidad neoliberal que se basaba en una serie de incitaciones ambientalmente diseñadas a conducir nuestras vidas como empresas bajo un vaporoso imperativo del rendimiento empezó a ser complementada, cuando no directamente rebatida, por otras que acentuaban al carácter beligerante y estratégico del neoliberalismo y el carácter violento y coactivo de sus dispositivos disciplinarios y biopolíticos, incluso por parte de teóricos que habían hecho importantes contribuciones a la genealogía de la racionalidad neoliberal, exhibiendo las modalidades bajo las cuales los pensadores neoliberales pergeñaron una reprogramación del liberalismo y las novedades introducidas por sus dispositivos de gobierno (Lazzarato, 2020; Brown, 2021, Dardot et al, 2021).

En este marco, me interesa contraponer algunos aportes recientes de Lazzarato y de Dardot, Laval, Guéguen y Sauvêtre para analizar más de cerca esta mirada estratégica del neoliberalismo, las características de su configuración actual y su relación con las derechas radicales en auge. Si bien ambas perspectivas retoman la noción de guerra civil desarrollada por Foucault como matriz para entender la política y ambas proponen una historia del neoliberalismo que difiere de la imagen que brinda el Nacimiento de la biopolítica, mientras Lazzarato destaca al Estado y al fascismo como máquinas de guerra a las que recurre un capitalismo en crisis y un (neo) liberalismo que se siente amenazado, Dardot et al. van a poner el foco en los aspectos inherentemente autoritarios de la racionalidad neoliberal centrada en la extensión de la lógica de la competencia a todos los ámbitos para comprender esta nueva situación.

  1. LAZZARATO Y LA ALTERNATIVA ENTRE FASCISMO Y REVOLUCIÓN

Maurizio Lazzarato ha sido un teórico muy relevante para comprender las transformaciones en las relaciones de poder en las últimas décadas. Para ello, no ha dudado en revisar críticamente los paradigmas interpretativos que venía utilizando. Por ejemplo, ha trabajado sobre la noción de trabajo inmaterial junto con Toni Negri –de la cual actualmente toma distancia– y la transformación de la biopolítica en nopolítica, se ha valido ampliamente del repertorio deleuziano y foucaulteano, y se ha nutrido del marxismo, el feminismo y el pensamiento poscolonial para repensar el poder en el seno del capitalismo. En ese sentido, si bien parte de la noción foucaulteana del neoliberalismo como racionalidad gubernamental, advierte tempranamente que, en su curso sobre neoliberalismo, Foucault no tematiza ni el modo violento en el que se está comenzando a implementar el neoliberalismo en Chile ni el auge del capitalismo financiero que llevará a posteriori a transformar al empresario de sí mismo en hombre endeudado (2013). Más recientemente, junto con Eric Alliez, retoman la noción de guerra para pensar el poder en la modernidad capitalista, frente a un abordaje insuficiente de la misma en Foucault. En ese sentido, Lazzarato sostiene que después de utilizar el paradigma de la guerra civil para entender el poder y las resistencias, Foucault quiere conservar un punto de vista estratégico, pero abandona la noción de guerra a favor de la noción de gubernamentalidad. Esta idea del poder como conducción de conductas marcaría una pacificación del concepto de poder que va en detrimento de una comprensión acabada del neoliberalismo realmente existente (Lazzarato, 2022, pp. 75-76).

Al mismo tiempo, marca que el francés se preocupó demasiado por pensar el poder en las instituciones y en el Estado, pero deja en la sombra el poder ejercido por el capital en la modernidad, donde precisamente el Estado sería una de sus máquinas de guerra. Dicha postura en torno a la relación de inherencia entre guerras y capital lo lleva a adoptar una visión del nuevo neoliberalismo y el auge de las derechas radicales en términos de un nuevo tipo de fascismo, que ya no sería nacionalsocialista, como en los años 1930 sino nacional-liberal, como en el caso de Trump y Bolsonaro.

En efecto, Lazzarato sostiene que la elección de Bolsonaro como presidente de Brasil marca una radicalización de la ola neofascista, racista y sexista que barre el planeta, que esta ola remite al nacimiento político del neoliberalismo en el Chile de Pinochet y que llamarla populista o neoliberal autoritaria es un eufemismo (2020, p. 19). En ese marco, sostiene que el presupuesto omitido de una gubernamentalidad centrada en la competencia y la empresa es que la subjetividad de los gobernados solo puede construirse en condiciones de una derrota que la hace pasar del estado de adversario político al de vencido. El caso latinoamericano sería paradigmático a este respecto, ya que el neoliberalismo se impone a través de dictaduras sangrientas que sofocaron los procesos revolucionarios que se estaban gestando. En ese marco, Lazzarato sostiene que el neoliberalismo debe producir mercados e intervenir continuamente y respaldarlos: a través de marcos legales, estímulos fiscales, económicos, etc. Pero hay un “intervencionismo” previo llamado “guerra civil”, que es el único que puede crear las condiciones para “disciplinar” a los “gobernados” que tienen la osadía de querer la revolución y el comunismo. Por eso los Chicago Boys se abalanzaron como buitres sobre América Latina. Había allí una subjetividad devastada por la represión militar cuyo proyecto había sido derrotado y sobre el cual podían operar libremente. (2020, p. 21-22)

Desde este punto de vista, el neoliberalismo es un proyecto contrarrevolucionario y un instrumento de gobierno del capital que no duda en recurrir al “fascismo” cuando ve amenazado su poder. De modo que las concesiones realizadas a la clase obrera occidental durante la etapa fordista obedecían a que el capital se sentía amenazado por la posibilidad de una revolución. Sin embargo, después de la revolución cubana, estaba claro que las potencias imperialistas no iban a permitir una nueva derrota y de allí la violencia con la que operaron las dictaduras del cono sur, que allanaron el camino para las reformas neoliberales. Por eso mismo, Lazzarato no acepta las tesis según la cual el neoliberalismo se impone de manera pacífica en el Norte y violenta en el Sur (Brown, 2015), porque: “se trata del mismo capital, del mismo poder y de la misma guerra. Los neoliberales, guiados por un odio de clase de que carecen sus oponentes, no se equivocaron al movilizarse en América Latina porque […] la revolución tenía en el sur su hogar más activo. Tenía que ser aplastada como requisito previo cualquier “gubernamentalidad” incluso si tenía que aliarse con fascistas, torturadores y criminales […] Algo que los liberales […] están siempre dispuestos a hacer… cada vez que la “propiedad privada” está amenazada, incluso de manera virtual. (p. 23)”

Lazzarato constata que esta amenaza ha sido bien real a lo largo del siglo XX, ya que este ha sido el siglo de las revoluciones, pero por eso mismo ha sido el siglo marcado por la guerra civil mundial y la emergencia del fascismo. Señala que estos permiten reconvertir los “dispositivos económicos, jurídicos, estatales y gubernamentales” y que “desde 2008 hemos entrado en una nueva secuencia de este tipo” (2020, p. 25).

En ese marco, Lazzarato entiende que la victoria del capital y la transformación de los vencidos en gobernados se renueva a partir de la crisis del 2008, donde la crisis financiera es resuelta mediante la producción de sujetos endeudados, que deben asumir de manera individual los riesgos que antes se asumían de manera colectiva y de ese modo devenir empresarios de sí mismos en un contexto de precariedad creciente. En ese sentido, toma el caso de los primeros gobiernos del PT en Brasil como proyecto de redistribución basado en las finanzas y el extractivismo para mostrar los límites del reformismo. Para Lazzarato, a través de la inevitable crisis que producen las finanzas, la “micropolítica de crédito creó las condiciones de una micropolítica fascista” (p. 34) y “el resurgimiento de las guerras de clase, raza y sexo que desde el principio son la base del capitalismo” (p. 36). Para el italiano, el miedo y angustia del hombre endeudado produjeron una conversión de la subjetividad disponible para las aventuras neofascistas y para los fundamentalismos identitarios y soberanos (p. 51).

En ese sentido, las contradicciones insolubles de los intentos reformistas derivarían en el auge de los “nuevos fascismos”, los cuales conquistaron la hegemonía política declarando una ruptura con el sistema neoliberal que no tuvo lugar en los hechos y sobre todo señalando al inmigrante, al refugiado, al pobre, y al musulmán como el enemigo (p. 36). Este nuevo fascismo es nacional-liberal, e incluso ultraliberal en lo económico, y ya no deriva de la guerra total, sino que opera mediante la “guerra contra la población”. Entretanto, el enemigo ha cambiado. El nuevo fascismo busca, por un lado, reestablecer la línea de color mediante nuevas formas de racismo y la guerra al inmigrante y, por otro lado, declara como enemigxs a gays, lesbianas, transgénero, etc. en su lucha por reconstruir la familia y el orden heterosexuales. En ese marco, sostiene que los fascismos, el racismo, el sexismo y las jerarquías que producen se inscriben de manera estructural en los mecanismos de acumulación del capital y de los Estados. (pp. 38-40)

En su genealogía, Lazzarato marca que la oposición de los neoliberales al fascismo, que se consolida hacia fines de los años 1930, no obedece a la intensificación de la dictadura sino a la crisis de 1929. En ese sentido, sostiene que el capital nunca dudó en apelar a las dictaduras fascistas cuando vio amenazada su hegemonía. De hecho, si en los años 1970 el neoliberalismo se instala de manera violenta, a partir del 2008 se refuerza la guerra contra las poblaciones. En cualquier caso, la guerra está inscripta en el código genético de la racionalidad capitalista, porque esta tiende “a la explotación sin límites de la totalidad de los recursos. El capital desplaza permanentemente sus propios límites y este desplazamiento no puede hacerse sin guerras y sin violencia fascista”. (2020, p. 91)

Para Lazzarato, el neoliberalismo puso en evidencia que no alcanza con una concepción productiva del poder como la que promueve Foucault puesto que, desde finales del siglo pasado, la guerra, los fascismos, el racismo, el sexismo, el nacionalismo, manifestaron la naturaleza negativa como represiva y destructiva del poder neoliberal. El poder no se limita a ejercer una acción sobre otra acción, sino que también implica la posibilidad de imponer su voluntad por la fuerza y la violencia.

 

  1. EL NEOLIBERALISMO Y LA OPCIÓN POR LA GUERRA CIVIL

Esta concepción estratégica del neoliberalismo aparece con otros tonos en el libro escrito a ocho manos por Pierre Dardot, Haud Guéguen, Christian Laval y Pierre Sauvêtre. Este comienza con la siguiente afirmación: “El neoliberalismo procede desde sus orígenes de una elección propiamente fundadora: la elección de la guerra civil. Y esta elección continúa hoy… comandando sus orientaciones y sus políticas incluso cuando no impliquen el empleo de medios militares” (Dardot et al., 2021, p. 9).

Es decir que la guerra civil sigue operando en la filigrana de la paz a través del uso de la violencia y de un nuevo estado de legalidad (Harcourt, 2018). Para los franceses, uno de los rasgos de las guerras civiles realizadas por el neoliberalismo es que son iniciadas por la oligarquía y son totales: sociales, dado que buscan debilitar los derechos sociales de las poblaciones; étnicas, ya que buscan excluir a los extranjeros de todas formas de ciudadanía restringiendo cada vez más el derecho de asilo; políticas y jurídicas, recurriendo a medios legales para reprimir y criminalizar toda resistencia y toda contestación; culturales y morales, atacando los derechos individuales en nombre de la defensa de un orden moral frecuentemente referido a los valores cristianos (Dardot et al., 2021, p. 16).

En ese marco, lejos de anunciar el fin del neoliberalismo, como algunos teóricos han vaticinado, las nuevas derechas radicales no hacen más que reforzarlo. Por eso mismo, no tendría sentido caracterizar nuestro presente por un antagonismo entre globalistas y nacionalistas o entre democracia liberal abierta y democracia iliberal populista, porque ambas son versiones del neoliberalismo. Estas recodificaciones del conflicto en realidad esconderían una misma defensa del orden del mercado global, un sistema antidemocrático y un concepto de libertad que se confunde con la sola libertad de emprender y consumir, y con la afirmación de los valores culturales occidentales (2021, p. 18).

En ese sentido, los autores definen al neoliberalismo como “una racionalidad estratégica que se pliega al contexto” (ibid.). Esta dimensión estratégica no solo aparece claramente en el combate de Mises contra el socialismo en los años 1920 sino también en los aportes de Rougier, Hayek y otros quienes, ya en el coloquio Walter Lippmann, reconocen la necesidad de una guerra de ideas que se opusiera a las formas “colectivistas” de pensamiento.

En ese sentido, Dardot et al. (2021) muestran que el neoliberalismo fue concebido como un proyecto económico y político que reacciona contra las formas de regulación social de la economía que el sufragio universal y la democracia partisana impusieron al libre mercado en los años 1920 gracias al éxito electoral de los partidos socialdemócratas y el recurso a la planificación económica por parte de los gobiernos elegidos democráticamente. En efecto, solemos recordar la oposición de los neoliberales al totalitarismo a fines de los años 30, ignorando la visión amistosa que algunos neoliberales –incluido Mises, quien es reconocido como antecedente del paleolibertarismo– para con el fascismo en los 20 y el rol de algunos teóricos que luego devendrían ordoliberales en la gestación del liberalismo autoritario de von Papen que terminó con la República de Weimar y desembocó en el nacionalsocialismo. Más allá de que el liberalismo autoritario criticado por Hermann Heller no es la antesala del neoliberalismo, ni se confunde con este, lo que queda claro desde los años 1920 es que, para estos pensadores, la cuestión no pasaba por una defensa de la libertad como tal, sino más bien por la amenaza de politización de la economía que la democracia hace pesar sobre el libre mercado.

En efecto, los franceses sostienen que lo que motiva la empresa de refundación del liberalismo es la experiencia de la socialdemocracia en Austria y la República de Weimar en Alemania. La aparición de un estado social que no dudan en designar –junto con Schmitt– como Estado total. En las antípodas de una política de protección de riesgos sociales, el Estado neoliberal busca construir el mercado y protegerlo de las amenazas de regulación y de control excesivas de un Estado al servicio de las masas. Para poder cumplir con esta misión, el Estado debe estar constantemente en pie de guerra para impedirle a la democracia intervenir sobre la economía. Siguiendo estas premisas, los gobiernos neoliberales ponen en práctica estrategias de guerra civil contra todo lo que amenace a las “sociedades libres”, mediante la apuesta por un Estado fuerte y la represión del conjunto de las fuerzas y movimientos sociales que se oponen a este proyecto (2021, p. 21).

Por eso mismo, a diferencia de Lazzarato, los autores señalan que no estamos asistiendo a un fascismo neoliberal. La violencia neoliberal no es una violencia de tipo fascista que se ejerce contra una comunidad designada como extranjera, sino que se caracteriza ante todo por una violencia conservadora del orden de mercado y se ejerce contra la democracia y la sociedad (Dardot et al., 2021). A pesar de su alianza con nuevos tipos de nacionalismo, tampoco se proponen restaurar una mítica comunidad fusional como los fascismos de entreguerras sino asegurar que cada individuo y familia pueda constituirse en una empresa competitiva. La cuestión del fascismo no puede medirse en términos de la piscología de un líder como Trump o Bolsonaro (Borón, 2019), y por más que haya prácticas sociales que pueden ser caracterizadas como fascistas (Feierstein, 2019), estamos lejos de asistir a la emergencia de un régimen político de esas características. Si los fascistas fueron intervencionistas, estatistas, movimientistas y en cierto modo holistas, los neoliberales están convencidos de que en el orden del mercado se pone en juego una civilización que se basa en la libertad y la responsabilidad individuales del ciudadano consumidor. En ese marco, el mercado competitivo funciona como un imperativo categórico que permite legitimar las medidas más excesivas, como el recurso de la dictadura militar, si es necesario (Dardot et al., 2021, p. 22), pero esa dictadura no tiene que ser fascista sino liberal. En línea con lo que plantean a su manera Davies (2016) y Lazzarato (2020) y la noción foucaulteana de un campo de adversidad (2007), los franceses dan una definición del neoliberalismo que vale la pena citar in extenso:

El neoliberalismo no es solamente un conjunto de teorías y de autores sino un proyecto político de neutralización del socialismo bajo todas sus formas y de todas las formas de exigencia de igualdad, un proyecto llevado adelante por teóricos y ensayistas que son desde el principio emprendedores políticos. Procede de una voluntad política común de instaurar una sociedad libre fundada principalmente sobre la competencia, una sociedad de derecho privado, en el marco determinado de leyes y principios explícitos, protegido por los Estados soberanos que buscan encontrar anclajes en la moral, la tradición o la religión al servicio de una estrategia de cambio completo de sociedad. Dicho de otro modo, el neoliberalismo debe ser comprendido como una lucha estratégica contra otros proyectos políticos calificados globalmente como colectivistas. Se trata de imponer a las sociedades ciertas normas de funcionamiento, principalmente la competencia, que permitiría asegurar la soberanía del individuo consumidor. Solamente esta dimensión estratégica y conflictual del neoliberalismo permite aprehender tanto sus condiciones de surgimiento como la continuidad en el tiempo y las consecuencias sobre el conjunto de la sociedad. (2021, p. 24, itálicas nuestras)

 

En ese marco, las formas más brutales del neoliberalismo no implican una degeneración de este, sino que remiten a “una lógica dogmática implacable que no mira a los medios empleados para debilitar y aplastar a sus enemigos”. Y estos enemigos son siempre presentados como enemigos de la libertad y de la civilización, que solo la soberanía del consumidor y la competencia pueden garantizar. De allí que los autores concluyan que “las guerras del neoliberalismo son a la vez guerras a favor de la competencia y en contra de la igualdad”. (Dardot et al., p. 26)

 

  1. NEOLIBERALISMO RECARGADO

Siguiendo estos lineamientos, considero que los conceptos de neoliberalismo autoritario o de fascismo neoliberal que han proliferado en el debate sobre el neoliberalismo actual resultan imprecisos e insuficientes para pensar su especificidad. Si hay rasgos autoritarios que son inherentes a la racionalidad neoliberal, tal como se evidencia en su teoría y en su praxis, tal vez sería mejor hablar de neoliberalismo recargado para caracterizar nuestro presente. En efecto, hablar del neoliberalismo autoritario supondría que consideramos que hubo una etapa del neoliberalismo en la cual este fue democrático, pacífico y pluralista. Es decir, querría decir que lo autoritario es algo que de manera obscena se vino a montar sobre un neoliberalismo prístino, distorsionando un espíritu originario que estaría marcado por una heroica defensa de la libertad contra toda forma de totalitarismo actual o potencial, que es como los neoliberales se presentan a sí mismos.

Sin embargo, es precisamente esa concepción de la libertad la que debe ser problematizada. Una libertad que para Hayek bien puede ser garantizada por un gobierno autoritario, donde los derechos políticos no existan, e incluso por dictaduras genocidas que respeten el orden del mercado, y que se ve amenazada fundamentalmente por una democracia que tiende a lo ilimitado y, por ende, a través de una demanda imposible de colmar de la mítica justicia social, puede devenir totalitaria. Una libertad que, como señalara Wendy Brown (2019), es la libertad de bajar los impuestos a los más ricos, de ampliar el poder y los derechos de las empresas en detrimento de los trabajadores, de intentar deconstruir el Estado administrativo. Es la libertad que defendían los paleolibertarios norteamericanos hace ya cuatro décadas, con su fobia al Estado y a los pobres, los negros, los latinos, las mujeres y las disidencias sexuales, es decir, una libertad que solo concierne a los propietarios blancos y varones. Es la libertad de desconocer la existencia del cambio climático para poder seguir destruyendo nuestro planeta o de aceptar solo las soluciones cosméticas que sean redituables económicamente, como las planteadas por el ecologismo de libre mercado. Es la libertad de no respetar las medidas de cuidado en medio de la pandemia de Covid-19 y de realizar marchas anticuarentena contra gobiernos supuestamente opresivos, propagando aún más el virus. Es un tipo de libertad negativa que exagera el poder del Estado, pero minimiza el del capital, y que, tal como se vio en la pandemia, concibe a los individuos como átomos sin relación entre sí, y, por tanto, sin responsabilidad por los demás y sin motivos para ser solidarios. Como señalan Dardot et al, esta libertad que es más importante que la vida en realidad es un ataque más a las lógicas igualitarias: “la guerra civil contra la igualdad en nombre de la libertad es sin duda una de las principales caras del neoliberalismo actual considerado en el punto de vista estratégico” (2021, p. 13).

En ese sentido, la noción de neoliberalismo recargado apunta a pensar una genealogía donde las discontinuidades históricas puedan encontrar un hilo conductor en ciertas continuidades políticas y teóricas. En ese marco, busca resaltar no solo el carácter reaccionario de buena parte del pensamiento neoliberal –en muchos casos vinculados a las raíces del pensamiento de extrema derecha– sino también el modo violento en el que el neoliberalismo se impuso a partir de los años 70 en distintas geografías.

En la tradición nietzscheano-foucaulteana, esbozar genealogías no tiene como pretensión encontrar un origen prístino a partir del cual se desarrollaría el devenir histórico posterior sino, al contrario, poder conjurar la quimera del origen y ver cómo las realidades emergen y se inventan en el marco de determinadas batallas. En ese sentido, pensar las filiaciones del neoliberalismo actual, e incluso recuperar algunas ideas de sus padres fundadores, no implica adoptar una mirada teleológica sobre estos procesos. Si, por un lado, no se puede afirmar que el neoliberalismo actual sea una consecuencia necesaria del pensamiento de los neoliberales de Austria, Friburgo, Virginia, Ginebra o Chicago, tampoco se puede ignorar que existen elementos claramente antidemocráticos y reaccionarios en el pensamiento de las distintas escuelas que dieron lugar al colectivo de pensamiento neoliberal y a sus herederos políticos. En ese sentido, si el neoliberalismo actual va de la mano de la ideología reaccionaria de las nuevas derechas (nativistas, racistas, misóginas, anticientíficas, conspiranoicas, fundamentalistas, religiosas, etc.), tal vez no deberíamos sorprendernos tanto. El neoliberalismo no solo tiene fuertes afinidades electivas con distintos conservadurismos políticos, sociales e intelectuales (Perrin, 2014), sino que surgió como reacción a la política democrática de masas y a la amenaza que eso representaba para la propiedad privada. Si se piensa el neoliberalismo en términos de su estrategia, su vocación siempre ha sido la de destruir cualquier avance en el sentido de la igualdad, la democracia o la justicia social, combatiendo al socialismo, a la socialdemocracia, al keynesianismo, welfarismo, al comunismo y, en nuestra región, al “populismo”.

De hecho, para los sudamericanos, el carácter antidemocrático, violento y depredador del neoliberalismo, que al menos desde la crisis financiera global de 2008 es percibido y analizado por gran parte del pensamiento crítico del norte global, dista de ser una novedad. No es casual que mientras en los años 90 ciertas perspectivas anglosajonas veían en la racionalidad gubernamental neoliberal una especie de soft power, que venía a poner fin al estruendo de la batalla para poder organizar a las sociedades en torno al modelo de la empresa y de la competencia, el pensamiento crítico latinoamericano –en sintonía con ciertas actualizaciones del marxismo– entendía al neoliberalismo como un proyecto político-económico depredador, impuesto primero por violentos regímenes dictatoriales a sangre y fuego junto con la maldición de la deuda externa y luego mediante el consenso de Washington, que venía a sellar una historia de violencia contrarrevolucionaria y neocolonial, que terminó por transformar de manera irreversible el modelo productivo y distributivo vigente hasta entonces.

Por otro lado, estos regímenes dictatoriales no solo se proponían acabar con lo que llamaban el enemigo marxista –un enemigo invisible o espectral, que por un lado era extranjero y por el otro se infiltraba en los espíritus de la gente–, sino que para ello proponían como tarea central la defensa del mundo occidental y cristiano y de sus valores morales frente a las formas de vida que disentían con ellos.

En ese sentido, las nuevas derechas radicales sudamericanas no pueden evadir su relación con un pasado reciente signado por el horror genocida, al que buscan relativizar cuando no abiertamente glorificar, ni con el desastre social producido por las políticas de desindustrialización y desposesión impulsadas por los neoliberales de ayer y hoy. De hecho, las nuevas ultraderechas neoliberales afirman que aún no se ha ido demasiado lejos en materia de liberalización y desregulación, y que vivimos en una sociedad socialista, donde predomina el marxismo cultural y la “ideología de género”, su retoño más abominable. Esto no es casual si se tiene en cuenta que, desde sus inicios, los neoliberales han establecido una frontera antagónica entre la liberalización total del mercado en una sociedad regida por fuertes derechos de propiedad y competencia y todo lo demás (Davies, 2016).

Por ello, a falta de conceptos más precisos, a través de la noción de neoliberalismo recargado, buscamos pensar nuestro presente signado por una radicalización del neoliberalismo, atendiendo especialmente a su carácter estratégico. Solo desde esa mirada puede comprenderse su devenir autoritario y su simbiosis con ideologías de extrema derecha que ha desconcertado a quienes veían en el proyecto neoliberal solamente una economización de todo (Brown, 2016) o un libertarismo pluralista y amoral.

Por eso no es casual que los libros que acentúan dicha dimensión estratégica del neoliberalismo partan del archivo latinoamericano (Lazzarato, 2021; Dardot et al., 2021; Harvey, 2005; Klein, 2007). El caso chileno nos interpela especialmente ya que no solo es allí donde el neoliberalismo se impuso a sangre y fuego como un proyecto de sociedad expresado en la Constitución de 1980, sino también porque es el país que hace poco ha mostrado la potencia de las resistencias populares frente a décadas de producción de desigualdades y privación de derechos y la violenta reacción del gobierno de Piñera frente a las masivas movilizaciones, el cual vendría a confirmar la hipótesis de los autores comentados sobre el uso de la guerra civil para evitar una revolución.

 

  1. A MODO DE CIERRE

A lo largo de este trabajo hemos repasado distintas miradas respecto a las transformaciones que las sucesivas crisis determinaron en las nuevas formas de neoliberalismo y en el auge de las derechas radicales. Hemos intentado mostrar que los diagnósticos que auguran el fin del neoliberalismo, ya sea por las dinámicas de la crisis del propio capitalismo o por el auge de unas derechas radicales que tomarían distancia de este, no dan en el blanco. Por el contrario, en este último lustro hemos visto un proceso concomitante de auge de gobiernos y movimientos de ultraderecha con un proceso de radicalización neoliberal.

Para comprender nuestra actualidad, hemos recurrido a las explicaciones y las herramientas teóricas forjadas por Lazzarato y por Pierre Dardot et al., quienes, después de haberse abocado a una amplia arqueogenealogía del liberalismo y del neoliberalismo, están en condiciones de subrayar el carácter estratégico del pensamiento neoliberal. Para ello, en ambos casos recurren al paradigma de la guerra civil utilizado por Foucault para entender la construcción del enemigo social como condición de posibilidad del ejercicio del poder en términos de gubernamentalidad. En el caso del italiano, subsumiendo la cuestión del neoliberalismo en la relación entre guerras y capital, propone como alternativas el fascismo o la revolución. Hoy estaríamos lejos de esta última, por lo que se impone de manera desembozada es el nuevo fascismo representado por las derechas radicales y su guerra contra las poblaciones feminizadas, racializadas, colonizadas, pauperizadas, endeudadas, etc.

En el caso de los franceses, buscan analizar el autoritarismo inherente a la racionalidad neoliberal y diferenciar su violencia de la de tipo fascista. En ese marco, sostienen que el autoritarismo neoliberal no tiene que ver con un régimen político determinado, sino que “lo esencial es que los gobernantes sean lo suficientemente fuertes como para imponer la constitucionalización del derecho privado y restringir así el campo de lo que está sujeto a deliberación”. En ese marco sostendrán que lo que aúna a los neoliberales no es una doctrina determinada sino “sus estrategias de guerra civil” (Dardot et al., 2021, p. 297).

En ese marco, la noción de neoliberalismo recargado viene a recuperar la dimensión autoritaria y estratégica inherente al neoliberalismo para pensar lo actual. El ataque a las condiciones de vida de las poblaciones, a los bienes públicos y a los derechos sociales conquistados a lo largo del siglo XX es un mínimo denominador común entre neoliberales “progresistas” y “reaccionarios”. En ese marco, si bien la ultraderecha conjuga las batallas económicas por construir una sociedad de mercado con las “culturales”, donde se busca establecer chivos expiatorios que expliquen el malestar, generando así una situación de violencia constante en las sociedades, tampoco las respuestas a dicho malestar pueden ser resueltas por un neoliberalismo que sea más tolerante con una pluralidad de formas de vida mientras establece condiciones de desigualdad creciente entre los individuos, sino por la articulación entre distintas luchas e instituciones que bregan por la igualdad en los distintos planos de la existencia frente a las lógicas desigualitarias que hacen la coexistencia cada vez más difícil y a las sociedades cada vez más injustas.

 

 

Publicado en: Prólogos, volumen 18, 2024

Matias Saidel, Doctor en Filosofía Política, Istituto Italiano di Scienze Umane. Investigador Independiente del CONICET/INES (Instituto de Estudios Sociales). Profesor Titular de Filosofía Política en UNER, Argentina.

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