El norte global vive de las rentas intelectuales

Por Vijay Prashad

A pesar de sus rápidas innovaciones tecnológicas, el sur global sigue atrapado en regímenes de propiedad intelectual dominados por el norte global: rentas infinitas con patentes y licencias, que lo despojan de su riqueza y frenan su desarrollo.

La cifra en el gráfico anterior, basada en datos del Fondo Monetario Internacional (FMI), no es una exageración. A pesar de la creciente capacidad tecnológica e industrial de los países del Sur global, las corporaciones y Estados del norte global siguen siendo dueños de las patentes de propiedad intelectual sobre productos clave, condenando al Sur a regímenes indefinidos de pagos por este concepto. Estos incluyen pagos por patentes para productos farmacéuticos, tecnologías digitales (como licencias de software e infraestructura de telecomunicaciones) y agricultura (como semillas genéticamente modificadas, fertilizantes, pesticidas y equipos). Los avances científicos y tecnológicos se han acelerado en el sur global y varios países —sobre todo en Asia— han desarrollado trenes de alta velocidad, tecnologías verdes e infraestructura de telecomunicaciones. No obstante, incluso en estos rubros, la mayoría de los países siguen pagando altas rentas a empresas del norte global dueñas de patentes críticas.

Existen cinco sectores en los que el desequilibrio en los pagos relacionados con patentes es más grave (es decir, donde los países del sur global pagan significativamente más en regalías y derechos de licencia de lo que reciben a cambio):

  1. Farmacéutica. Las patentes de medicamentos están mayoritariamente en manos de empresas de Europa, Japón y Estados Unidos. Un ejemplo reciente del alto costo para acceder a tecnologías médicas esenciales fue la importación de vacunas de ARNm durante la pandemia de COVID-19. Varios países del sur global, como Sudáfrica e India, enfrentaron demoras y costos inflados en la adquisición de vacunas debido a restricciones de patentes y escasa transferencia tecnológica. (Sudáfrica finalmente optó por comprar vacunas a los productores genéricos de India, como Cipla y el Serum Institute, lo que permitió al país ahorrar aproximadamente 133 millones de dólares en tres años).
  2. Tecnologías de la información y la comunicación (TIC). Cada componente de las TIC, desde el software y el hardware hasta los semiconductores y las redes móviles, cuesta una fortuna a los países del sur global. Esto no se debe solo al precio de los productos físicos, sino también a las elevadas tarifas de licencias por las tecnologías subyacentes, que a menudo están controladas por consorcios exclusivos de patentes (grupos de empresas que gestionan y licencian conjuntamente patentes esenciales).
  3. Maquinaria industrial y tecnologías de manufactura. Las patentes de máquinas de control numérico computarizado (CNC), herramientas automatizadas para manufactura de precisión, robótica y otros equipos de precisión (claves en sectores automotriz, minero y textil) son propiedad mayoritaria de empresas del norte global. En consecuencia, los países del sur global que buscan industrializarse deben importar estas tecnologías y pagar derechos de licencia permanente, en lugar de desarrollarlas o producirlas localmente.
  4. Biotecnología agrícola. Un pequeño grupo de empresas —como DuPont, Monsanto (Bayer) y Syngenta— controla las principales biotecnologías agrícolas, incluidas las de fertilizantes, semillas genéticamente modificadas y pesticidas, todas distribuidas mediante costosos acuerdos de licencia. Este control monopólico no solo limita la capacidad de las y los agricultores del sur global para acceder o desarrollar alternativas, aumentando su dependencia de empresas extranjeras y elevando los costos de producción, sino que también socava la soberanía de las semillas y contribuye a la degradación ambiental mediante prácticas como el monocultivo, el uso excesivo de productos químicos y la pérdida de biodiversidad.
  5. Tecnología verde. Las principales innovaciones en sistemas de baterías, paneles solares y turbinas eólicas están protegidas por patentes que, en su mayoría, pertenecen a empresas del norte global, lo que impide la transferencia tecnológica. Como consecuencia, los países del sur global deben pagar tarifas de licencia exorbitantes para adoptar estas tecnologías, lo que limita su capacidad de desarrollar sistemas energéticos sostenibles de manera autónoma.

Estas desigualdades se deben en gran parte al control monopólico de las empresas del norte global sobre las innovaciones y los regímenes de propiedad intelectual, lo que impide a los países del sur global construir alternativas competitivas. La falta de capacidad de investigación y desarrollo (I+D) en las economías medianas y pequeñas del sur global juega un papel fundamental en la reproducción de estas desigualdades.

Esta falta de capacidad en I+D tiene su origen en un legado colonial que dejó a muchos países del sur global con instituciones educativas poco desarrolladas, en particular en las ciencias avanzadas. A ello se suma el patrón de migración neocolonial que empuja a estudiantes talentosos a emigrar hacia el norte global en busca de oportunidades laborales. Por último, los Estados del sur global no han logrado construir el poder político necesario para desafiar los regímenes internacionales de propiedad intelectual que protegen las ventajas obtenidas por los países y empresas del norte global en épocas anteriores.

En 1986, el norte global, liderado por Estados Unidos, impulsó la octava ronda de negociaciones del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT, por sus siglas en inglés), también conocida como la Ronda de Uruguay. Las siete rondas de negociaciones anteriores del GATT se habían centrado principalmente en la reducción de aranceles entre los países del Atlántico y Japón, con escasa participación del mundo previamente colonizado. Pero en la Ronda de Uruguay se modificó la agenda: a cambio de acceder a los mercados del Norte, se presionó a los Estados del Sur para que derribaran barreras a la inversión, la tecnología y los servicios provenientes del Norte, y para que modificaran sus leyes de propiedad intelectual. Durante este período, las ventajas comparativas de las grandes empresas monopólicas del Norte en derechos de propiedad intelectual y servicios comenzaron a generar enormes ganancias.

Lo más relevante es que los borradores para las negociaciones de la Ronda de Uruguay no provinieron de los países que se sentaron a la mesa, sino de grupos misteriosos como la Coalición de Propiedad Intelectual y la Coalición de Negociaciones Comerciales Multilaterales. Resultó que estas coaliciones no estaban compuestas por países, sino por grupos de presión de grandes empresas monopólicas del norte global, como DuPont, Monsanto y Pfizer, que impulsaron la revisión del concepto de propiedad intelectual. Antes de la Ronda de Uruguay, las patentes podían otorgarse únicamente al proceso de innovación, permitiendo a otros individuos, empresas y países llegar al resultado final con métodos distintos, incluso mediante innovaciones de ingeniería inversa. La Ronda de Uruguay modificó este principio estableciendo que el producto final en sí mismo sería patentable, garantizando rentas al titular sin importar el proceso utilizado para obtener el resultado. Así nació el Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio, o Acuerdo sobre los ADPIC (TRIPS, por sus siglas en inglés).

Diez países del sur global (Argentina, Brasil, Cuba, Egipto, India, Nicaragua, Nigeria, Perú, Tanzania y Yugoslavia), liderados por Brasil e India, se reunieron para discutir los peligros de la Ronda de Uruguay. Este Grupo de los Diez (G10) advirtió que este enfoque causaría una hambruna tecnológica en el sur global, con una transferencia mínima de tecnología a costos exorbitantes y el colapso virtual del desarrollo tecnológico local. Aunque inicialmente pareció que el G10 logró algunas concesiones, la presión ejercida por Estados Unidos fracturó al grupo. En 1989, Brasil e India cedieron y la coalición se disolvió.

El debate se trasladó entonces a los desacuerdos entre Estados Unidos y la Unión Europea sobre los subsidios agrícolas. Al concluir la Ronda de Uruguay en 1994, el sur global aceptó el nuevo y nefasto régimen de propiedad intelectual y las reglas derivadas. El Acuerdo sobre los ADPIC se convirtió en el núcleo de la Organización Mundial del Comercio (OMC), fundada al año siguiente.

Nueve años después, India, Brasil y Sudáfrica crearon el bloque IBSA, exigiendo exenciones a los derechos de propiedad intelectual y licencias obligatorias para medicamentos esenciales, en particular antirretrovirales para tratar el VIH/Sida. Su esfuerzo logró que, el 30 de agosto de 2003, la OMC flexibilizara temporalmente ciertas obligaciones del Acuerdo sobre los ADPIC, permitiendo a los países sin capacidad productiva importar medicamentos genéricos bajo licencias obligatorias. Aunque esto no revirtió la lógica subyacente del Acuerdo (o principio ADPIC), se garantizó un alivio limitado para algunos fármacos. (La promesa de 2003 de las fundaciones Gates y Clinton de reducir el costo de los medicamentos contra el VIH/sida fue, en cambio, una cortina de humo para blindar el marco general del Acuerdo sobre los ADPIC). Este alineamiento inicial entre Brasil, India y Sudáfrica derivó en el bloque BRICS en 2009, tras el inicio de la Tercera Gran Depresión del Atlántico en 2007. Pese a sus iniciativas en salud y tecnología, el BRICS, no ha logrado erosionar el principio ADPIC.

Injy Aflatoun (Egipto), Fedayeen [Soldado], 1970.

En los años ochenta, varios gobiernos del sur global denunciaron lo que más tarde se conocería como biopiratería. Planteaban que muchas de las llamadas innovaciones modernas —sobre todo en agricultura y productos farmacéuticos— tenían su origen en sistemas de conocimientos tradicionales desarrollados por campesinxs y sanadorxs de África, Asia y América Latina. El argumento tuvo poco eco, salvo en casos emblemáticos —como el intento de W. R. Grace de patentar la hoja de neem del sur de Asia, y el de Phytopharm de desarrollar el hoodia, tradicionalmente usado por el pueblo san del sur de África—, la acusación de biopiratería obligó a las empresas a renunciar a sus patentes o compartir sus ganancias. El debate en torno a la biopiratería dio lugar a un tratado de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI) que exige a las empresas declarar el origen de los recursos genéticos y conocimientos tradicionales utilizados en sus productos. Sin embargo, en la práctica, este tratado se incumple con frecuencia. Más allá de evidenciar que este tipo de declaraciones no se hacían en el pasado, no ha brindado ganancias sustanciales ni a las comunidades indígenas ni a los países en los que habitan. De hecho, el Acuerdo sobre los ADPIC prevalece sobre las disposiciones de la OMPI y otorga a las empresas amplios márgenes para explotar el conocimiento tradicional.

Reflexionar sobre la biopiratería y las normas de propiedad intelectual que rigen la difusión de las tecnologías verdes me lleva al mundo del poeta y exembajador mexicano Homero Aridjis, cuya obra Selva ardiendo podría servir como advertencia contra esas reglas que asfixian al mundo:

Los cielos amarillos parecen Turners tropicales.
Las palmeras danzantes son besadas por lenguas voraces.
Los monos aulladores saltan de copa en copa.
A través de las humaredas, bandadas de loros,
Con las colas quemadas, van buscando al sol,
que los mira oculto, como un ojo podrido.

Fuente: https://thetricontinental.org/es/newsletterissue/boletin-propiedad-intelectual-sur-global/

Elogio de la dificultad de Estanislao Zuleta

Estanislao Zuleta fue un intelectual colombiano reconocido por su formación autodidacta. Padawan del filosofo Fernando Gonzáles Ochoa, desde muy joven empezó a elaborar una lectura de la realidad fundamentada en un socialismo creativo, crítico de todo dogmatismo, que articulaba el pensamiento de los que el filosofó francés Paul Ricoeur denominó los maestros de la sospecha: Marx, Nietzsche y Freud.

El #AprendiendoCositas que compartimos en esta ocasión es uno de los ensayos más conocidos del autor: Elogio de Dificultad, una mordaz crítica a la sociedad de consumo, a la mediocridad e incluso a las militancias políticas dogmáticas y sectarias, y una defensa a la diversidad y al pensamiento crítico-complejo. Un texto de obligatoria lectura para las ciudadanías libres, que rompen con los estándares de aquella ciudadanía colombiana, cómoda con el orden social existente, a pesar de su evidente desigualdad, injusticia social y mediocridad generalizada.

ELOGIO DE LA DIFICULTAD
Por: Estanislao Zuleta

La pobreza y la impotencia de la imaginación nunca se manifiestan de una manera tan clara como cuando se trata de imaginar la felicidad. Entonces comenzamos a inventar paraísos, islas afortunadas, países de cucaña. Una vida sin riesgos, sin lucha, sin búsqueda de superación y sin muerte. Y por tanto también sin carencias y sin deseo: un océano de mermelada sagrada, una eternidad de aburrición. Metas afortunadamente inalcanzables, paraísos afortunadamente inexistentes.

Todas estas fantasías serían inocentes e inocuas, si no fuera porque constituyen el modelo de nuestros anhelos en la vida práctica. Aquí mismo, en los proyectos de la existencia
cotidiana, más acá del reino de las mentiras eternas, introducimos también el ideal tonto de la seguridad garantizada, de las reconciliaciones totales, de las soluciones definitivas.

Puede decirse que nuestro problema no consiste sólo ni principalmente en que no seamos capaces de conquistar lo que nos proponemos, sino en aquello que nos proponemos: que nuestra desgracia no está tanto en la frustración de nuestros deseos, como en la forma misma de desear. Deseamos mal. En lugar de desear una relación humana inquietante, compleja y perdible, que estimule nuestra capacidad de luchar y nos obligue a cambiar, deseamos un idilio sin sombras y sin peligros, un nido de amor y por lo tanto, en última instancia un retorno al huevo.

En vez de desear una sociedad en la que sea realizable y necesario trabajar arduamente para hacer efectivas nuestras posibilidades, deseamos un mundo de satisfacción, una monstruosa sala-cuna de abundancia pasivamente recibida. En lugar de desear una filosofía llena de incógnitas y preguntas abiertas, queremos poseer una doctrina global,
capaz de dar cuenta de todo, revelada por espíritus que nunca han existido o por caudillos que desgraciadamente sí han existido. Adán y sobre todo Eva, tienen el mérito original de habernos liberado del paraíso, nuestro pecado es que anhelamos regresar a él. Desconfiemos de las mañanas radiantes en las que se inicia un reino milenario. Son muy conocidos en la historia, desde la Antigüedad hasta hoy, los horrores a los que pueden y suelen entregarse los partidos provistos de una verdad y de una meta absolutas, las iglesias cuyos miembros han sido alcanzados por la gracia –por la desgracia– de alguna revelación.

El estudio de la vida social y de la vida personal nos enseña cuán próximos se encuentran una de otro la idealización y el terror. La idealización del fin, de la meta y el terror de los medios que procurarán su conquista.

Quienes de esta manera tratan de someter la realidad al ideal, entran inevitablemente en una concepción paranoide de la verdad; en un sistema de pensamiento tal, que los que se atrevieran a objetar algo quedan inmediatamente sometidos a la interpretación totalitaria: sus argumentos no son argumentos sino solamente síntomas de una naturaleza dañada o bien máscaras de malignos propósitos. En lugar de discutir un razonamiento se le reduce a un juicio de pertenencia al otro –y el otro es, en este sistema, sinónimo de enemigo–, o se procede a un juicio de intenciones. Y este sistema se desarrolla peligrosamente hasta el punto en que ya no solamente rechaza toda oposición, sino también toda diferencia: el que no está conmigo está contra mí, y el que no está completamente conmigo, no está conmigo.

Así como hay, según Kant, un verdadero abismo de la razón que consiste en la petición de un fundamento último e incondicionado de todas las cosas, así también hay un
verdadero abismo de la acción, que consiste en la exigencia de una entrega total a la “causa” absoluta y concibe toda duda y toda crítica como traición o como agresión.

Ahora sabemos, por una amarga experiencia, que este abismo de la acción, con sus guerras santas y sus orgías de fraternidad, no es una característica exclusiva de ciertas épocas
del pasado o de civilizaciones atrasadas en el desarrollo científico y técnico; que puede funcionar muy bien y desplegar todos sus efectos sin abolir una gran capacidad de inventiva y una eficacia macabra. Sabemos que ningún origen filosóficamente elevado o supuestamente divino, inmuniza a una doctrina contra el riesgo de caer en la interpretación propia de la lógica paranoide que afirma un discurso particular –todos lo son– como la designación misma de la realidad y los otros como ceguera o mentira.

El atractivo terrible que poseen las formaciones colectivas que se embriagan con la promesa de una comunidad humana no problemática, basada en una palabra infalible, consiste en que suprimen la indecisión y la duda, la necesidad de pensar por sí mismo, otorgan a sus miembros una identidad exaltada por la participación, separan un interior bueno –el grupo– y un exterior amenazador. Así como se ahorra sin duda la angustia, se distribuye mágicamente la ambivalencia en un amor por lo propio y un odio por lo extraño y se produce la más grande simplificación de la vida, la más espantosa facilidad.

Y cuando digo aquí facilidad, no ignoro ni olvido que precisamente este tipo de formaciones colectivas, se caracterizan por una inaudita capacidad de entrega y sacrificios; que sus miembros aceptan y desean el heroísmo, cuando no aspiran a la palma del martirio. Facilidad, sin embargo, porque lo que el hombre teme por encima de todo no es la muerte y el sufrimiento, en los que tantas veces se refugia, sino la angustia que genera la necesidad de ponerse en cuestión, de combinar el entusiasmo y la crítica, el amor y el respeto.

Un síntoma inequívoco de la dominación de las ideologías proféticas y de los grupos que las generan o que someten a su lógica doctrinas que les fueron extrañas en su origen, es el descrédito en que cae el concepto de respeto. No se quiere saber nada del respeto, ni de la reciprocidad, ni de la vigencia de normas universales. Estos valores aparecen más bien como males menores propios de un resignado escepticismo, como signos de que se ha abdicado a las más caras esperanzas.

Porque el respeto y las normas sólo adquieren vigencia allí donde el amor, el entusiasmo, la entrega total a la gran misión, ya no pueden aspirar a determinar las relaciones humanas. Y como el respeto es siempre el respeto a la diferencia, sólo puede afirmarse allí donde ya no se cree que la diferencia pueda disolverse en una comunidad exaltada, transparente y espontánea, o en una fusión amorosa.

No se puede respetar el pensamiento del otro, tomarlo seriamente en consideración, someterlo a sus consecuencias, ejercer sobre él una crítica, válida también en principio para el pensamiento propio, cuando se habla desde la verdad misma, cuando creemos que la verdad habla por nuestra boca; porque entonces el pensamiento del otro sólo puede ser error o mala fe; y el hecho mismo de su diferencia con nuestra verdad es prueba contundente de su falsedad, sin que se requiera ninguna otra.

Nuestro saber es el mapa de la realidad y toda línea que se separe de él sólo puede ser imaginaria o algo peor: voluntariamente torcida por inconfesables intereses. Desde la concepción apocalíptica de la historia, las normas y las leyes de cualquier tipo son vistas como algo demasiado abstracto y mezquino frente a la gran tarea de realizar el ideal y de encarnar la promesa; y por lo tanto sólo se reclaman y se valoran cuando ya no se cree en la misión incondicionada.

Pero lo que ocurre cuando sobreviene la gran desidealización no es generalmente que se aprenda a valorar positivamente lo que tan alegremente se había desechado o estimado
sólo negativamente; lo que se produce entonces, casi siempre, es una verdadera ola de pesimismo, escepticismo y realismo cínico. Se olvida entonces que la crítica a una sociedad injusta, basada en la explotación y en la dominación de clase, era fundamentalmente correcta y que el combate por una organización social racional e igualitaria sigue siendo necesario y urgente. A la desidealización sucede el arribismo individualista que además piensa que ha superado toda moral por el sólo hecho de que ha abandonado toda esperanza de una vida cualitativamente superior.

Lo más difícil, lo más importante, lo más necesario, lo que de todos modos hay que intentar, es conservar la voluntad de luchar por una sociedad diferente sin caer en la interpretación paranoide de la lucha. Lo difícil, pero también lo esencial es valorar positivamente el respeto y la diferencia, no como un mal menor y un hecho inevitable, sino como lo que enriquece la vida e impulsa la creación y el pensamiento, como aquello sin lo cual una imaginaria comunidad de los justos cantaría el eterno hosanna del aburrimiento satisfecho.

Hay que poner un gran signo de interrogación sobre el valor de lo fácil; no solamente sobre sus consecuencias, sino sobre la cosa misma, sobre la predilección por todo aquello que no exige de nosotros ninguna superación, ni nos pone en cuestión, ni nos obliga a desplegar nuestras posibilidades.

Hay que observar con cuánta desgraciada frecuencia nos otorgamos a nosotros mismos, en la vida personal y colectiva, la triste facilidad de ejercer lo que llamaré una no reciprocidad lógica; es decir, el empleo de un método explicativo completamente diferente cuando se trata de dar cuenta de los problemas, los fracasos y los errores propios y los del otro cuando es adversario o cuando disputamos con él. En el caso del otro aplicamos el esencialismo: lo que ha hecho, lo que le ha pasado es una manifestación de su ser más profundo; en nuestro caso, aplicamos el circunstancialismo, de manera que aún los mismos fenómenos se explican por las circunstancias adversas, por alguna desgraciada coyuntura.

Él es así; yo me vi obligado. Él cosechó lo que había sembrado; yo no pude evitar este resultado. El discurso del otro no es más que un síntoma de sus particularidades, de su raza, de su sexo, de su neurosis, de sus intereses egoístas; el mío es una simple constatación de los hechos y una deducción lógica de sus consecuencias. Preferiríamos que nuestra causa se juzgue por los propósitos y la adversaria por los resultados.

Y cuando de este modo nos empeñamos en ejercer esa no reciprocidad lógica que es siempre una doble falsificación, no sólo irrespetamos al otro, sino también a nosotros mismos, puesto que nos negamos a pensar efectivamente el proceso que estamos viviendo. La difícil tarea de aplicar un mismo método explicativo y crítico a nuestra posición y a la opuesta no significa desde luego que consideremos equivalentes las doctrinas, las metas y los intereses de las personas, los partidos, las clases y las naciones en conflicto.

Significa por el contrario que tenemos suficiente confianza en la superioridad de la causa que defendemos, como para estar seguros de que no necesita, ni le conviene esa doble
falsificación con la cual, en verdad, podría defenderse cualquier cosa.

En el carnaval de miseria y derroche propios del capitalismo tardío se oye a la vez lejana y urgente la voz de Goethe y Marx que nos convocaron a un trabajo creador, difícil, capaz de situar al individuo concreto a la altura de las conquistas de la humanidad. Dostoievski nos enseñó a mirar hasta dónde van las tentaciones de tener una fácil relación interhumana: van sólo en el sentido de buscar el poder, ya que si no se puede lograr una amistad respetuosa en una empresa común se produce lo que Bahro llama intereses compensatorios: la búsqueda de amos, el deseo de ser vasallos, el anhelo de encontrar a alguien que nos libere de una vez por todas del cuidado de que nuestra vida tenga un sentido Dostoievski entendió, hace más de un siglo, que la dificultad de nuestra liberación procede de nuestro amor a las cadenas. Amamos las cadenas, los amos, las seguridades porque nos evitan la angustia de la razón.

Pero en medio del pesimismo de nuestra época se sigue desarrollando el pensamiento histórico, el psicoanálisis, la antropología, el marxismo, el arte y la literatura. En medio del pesimismo de nuestra época surge la lucha de los proletarios que ya saben que un trabajo insensato no se paga con nada, ni con automóviles ni con televisores; surge la rebelión magnífica de las mujeres que no aceptan una situación de inferioridad a cambio de halagos y protecciones; surge la insurrección desesperada de los jóvenes que no pueden aceptar el destino que se les ha fabricado. Este enfoque nuevo nos permite decir como Fausto:

“También esta noche, Tierra, permaneciste firme.
Y ahora renaces de nuevo a mi alrededor.
Y alientas otra vez en mi
la aspiración de luchar sin descanso
por una altísima existencia”.

¿Cambio de régimen en Occidente?

¿Qué tipo de reconstrucción, ahora inevitablemente radical, de la democracia liberal existente sería necesaria para acabar con las oligarquías que ha engendrado?

Por Perry Anderson

En los últimos años, el cambio de régimen se ha convertido en un término canónico. Significa el derrocamiento, típica pero no exclusivamente por los EEUU, de gobiernos de todo el mundo que no le gustan a Occidente, utilizando la fuerza militar, el bloqueo económico, la erosión ideológica o alguna combinación de estos para lograrlo.

Pero originalmente el término significaba algo muy diferente: una alteración generalizada en el propio Occidente: no la transformación repentina de un Estado-nación mediante la violencia externa, sino la instalación gradual de un nuevo orden internacional en tiempos de paz. Los pioneros de esta concepción fueron los teóricos estadounidenses que desarrollaron la idea de regímenes internacionales como resultado de acuerdos que aseguraran relaciones económicas de cooperación entre los principales estados industriales, que podían o no tomar la forma de tratados. Se creía que este último se había desarrollado a partir del liderazgo estadounidense después de la II Guerra Mundial, pero lo había trascendido con la formación de un marco consensual de transacciones mutuamente satisfactorias entre los países líderes. El manifiesto de esta idea fue Poder e interdependencia, una obra coescrita por dos pilares del establishment de la política exterior de la época, Joseph Nye y Robert Keohane, cuya primera edición -ha habido muchas- apareció en 1977.

Aunque presentado como un sistema de normas y expectativas que ayudaba a asegurar la continuidad entre las sucesivas administraciones de Washington al introducir «mayor disciplina» en la política exterior estadounidense, el estudio de Nye y Keohane no dejó dudas sobre sus beneficios para Washington. Los regímenes suelen favorecer a EEUU porque este país es la principal potencia comercial y política del mundo. Si muchos regímenes ya no existieran, EEUU seguramente querría inventarlos, como lo ha hecho. A principios de la década de 1980 se publicaron varios textos en este sentido: un simposio titulado Regímenes internacionales, editado por Stephen Krasner (1983); El propio tratado de Keohane, Después de la hegemonía (1984), y una miríada de artículos eruditos.

En la década siguiente, esta doctrina tranquilizadora sufrió una mutación, con la publicación del volumen Regime Changes: Macroeconomic Policy and Financial Regulation in Europe from the 1930s to the 1990s, editado por Douglas Forsyth y Ton Notermans, uno estadounidense, el otro holandés. El libro mantuvo, pero aclaró, la idea de un régimen internacional, precisando la variante que había prevalecido antes de la guerra, basada en el patrón oro; luego el orden forjado en Bretton Woods, que la sucedió en el período de posguerra; y finalmente esbozó el final de este último en la década de 1970. Lo que había reemplazado al mundo establecido en Bretton Woods era un conjunto de restricciones sistémicas que afectaban a todos los gobiernos, independientemente de su color, y que consistían en paquetes de políticas macroeconómicas y financieras que establecían los parámetros de posibles políticas laborales, industriales y sociales. Si el orden de posguerra había estado guiado por el objetivo de garantizar el pleno empleo, la prioridad del período posterior a Bretton Woods fue la estabilidad monetaria. El liberalismo económico clásico terminó con la Gran Depresión. El keynesianismo de posguerra había llegado a su fin con la estanflación de los años 1970. El nuevo régimen internacional marcó el reinado del neoliberalismo.

Éste era el significado original de la frase «cambio de régimen», hoy casi olvidado, borrado por la ola de intervencionismo militar que confiscó el término a principios de siglo. Una mirada a su uso revela su historia. El término, que había disminuido su uso desde su llegada en la década de 1970, aumentó repentinamente a fines de la década de 1990, multiplicándose por sesenta y convirtiéndose, como observó el historiador John Gillingham, en «el eufemismo actual para derrocar gobiernos extranjeros».

Sin embargo, la relevancia de su significado original permanece. El neoliberalismo no ha desaparecido. Sus características ahora son familiares: la desregulación de los mercados financieros y de materias primas; privatización de servicios e industrias; reducción de los impuestos corporativos y sobre el patrimonio; desgaste o marginación de los sindicatos. El objetivo de la transformación neoliberal, que comenzó en EEUU y Gran Bretaña bajo los gobiernos de Carter y Callaghan y alcanzó su máxima velocidad bajo los de Thatcher y Reagan, fue restaurar las tasas de ganancia del capital -que habían caído prácticamente en todas partes desde fines de los años 1960- y derrotar la combinación de estancamiento e inflación que se había instalado una vez que la rentabilidad había caído.

Durante un cuarto de siglo, los remedios del neoliberalismo parecieron funcionar. El crecimiento ha regresado, aunque a un ritmo marcadamente más lento que en el cuarto de siglo posterior a la II Guerra Mundial. La inflación fue la predominante. Las recesiones han sido breves y superficiales. Las tasas de beneficio se han recuperado. Los economistas y comentaristas celebraron el triunfo de lo que el futuro presidente de la Reserva Federal de EEUU, Ben Bernanke, llamó la Gran Moderación. Sin embargo, el éxito del neoliberalismo como sistema internacional no dependió de la reanudación de las inversiones a los niveles de posguerra en Occidente: esto habría requerido un aumento de la demanda económica que fue impedido por la represión salarial, un elemento central del sistema. El sistema se construyó, más bien, sobre una expansión masiva del crédito, es decir, sobre la creación de niveles sin precedentes de deuda privada, corporativa y, en última instancia, pública. En Comprar tiempo, su obra pionera de 2014, Wolfgang Streeck lo describe como un reclamo sobre recursos futuros que aún no se han producido; Marx lo llamó más directamente «capital ficticio». Finalmente, como predijo más de un crítico del sistema, la pirámide de deuda se derrumbó, provocando el colapso de 2008.

La crisis que siguió fue, como confesó Bernanke, «una amenaza para la vida» del capitalismo. En tamaño, fue totalmente comparable al crack de Wall Street de 1929. Durante el año siguiente, la producción y el comercio mundial cayeron más rápidamente que en los primeros doce meses de la Gran Depresión. Lo que siguió, sin embargo, no fue otra Gran Depresión, sino una Gran Recesión: una gran diferencia.

Un punto de partida para comprender la posición política en la que se encuentra Occidente hoy es mirar atrás a la secuencia de acontecimientos de la década de 1930. Cuando el Lunes Negro golpeó el mercado de valores estadounidense en octubre de 1929, los gobiernos conservadores estaban en el poder en EEUU, Francia y Suecia, mientras que los gobiernos socialdemócratas estaban en el poder en Gran Bretaña y Alemania. Sin embargo, todos fueron más o menos indiscriminadamente fieles a las ortodoxias económicas de la época: el compromiso con una moneda sólida -es decir, el patrón oro- y un presupuesto equilibrado, políticas que no hicieron más que profundizar y prolongar la Depresión. Sólo entre el otoño de 1932 y la primavera de 1933, un lapso de tres años o más, comenzaron a introducirse programas no convencionales para contrarrestar la situación, primero en Suecia, luego en Alemania y finalmente en EEUU. Esto correspondió a tres configuraciones políticas muy diferentes: la llegada al poder de la socialdemocracia en Suecia, del nazismo en Alemania y de un liberalismo actualizado en EEUU. Detrás de cada uno de ellos se encontraban heterodoxias preexistentes, listas para ser adoptadas por los gobernantes, como lo haría Per Albin Hansson en Suecia, Hitler en Alemania y Roosevelt en EEUU: la escuela de economía de Estocolmo, descendiente de Knut Wicksell a Ernst Wigforss, en Suecia; la valorización de las obras públicas de Hjalmar Schacht en Alemania y las inclinaciones normativas neoprogresistas de Raymond Moley, Rexford Tugwell y Adolf Berle -el «grupo de cerebros» original de la Reserva Federal- en EEUU.

Ninguno de estos sistemas estaba plenamente elaborado o era coherente. Schacht en Alemania y Keynes en Gran Bretaña habían estado en contacto entre sí desde la década de 1920, pero el keynesianismo propiamente dicho (la Teoría General del Empleo, el Interés y el Dinero no apareció hasta 1936) no fue una contribución directa a estos experimentos, aunque todos ellos preveían un fortalecimiento del papel del Estado. Tales eran los instrumentos técnicos dispersos de la época.

Tres años de desempleo masivo habían generado poderosas fuerzas ideológicas en todos los países: un reformismo socialdemócrata mucho más audaz en la noción de Folkhemmet, la Casa del Pueblo, en Suecia; el nazismo, que se autodenominó die Bewegung, el Movimiento, en Alemania; y en EEUU el papel dinámico del comunismo estadounidense en los sindicatos y entre los intelectuales, que forzó la concesión de reformas laborales y de seguridad social por parte de una administración demócrata que por su propia voluntad difícilmente las habría implementado. Finalmente, en el contexto de los tres acontecimientos en el mundo capitalista se vislumbraba el éxito sin precedentes de la Unión Soviética al evitar el colapso, con pleno empleo y tasas de crecimiento rápido, lo que hizo que la idea de la planificación económica fuera atractiva en todo el mundo capitalista.

Sin embargo, se necesitaría un shock mucho mayor y más profundo que el desplome de Wall Street para poner fin a la depresión global a la que había conducido e institucionalizar la ruptura con las ortodoxias del liberalismo económico clásico. Fue el abismo de la II Guerra Mundial lo que lo causó. Cuando se restableció la paz, nadie podía dudar de la existencia de un sistema internacional diferente -que combinaba el patrón oro, políticas monetarias y fiscales anticíclicas, niveles altos y estables de empleo y sistemas formales de bienestar- ni del papel que las ideas de Keynes habían desempeñado en su consolidación. Después de 25 años de éxito, fue la degeneración de este régimen hacia la estanflación lo que desató el neoliberalismo.

El escenario tras el colapso de 2008 fue completamente diferente. En EEUU, la ayuda política llegó de inmediato. Bajo la administración de Obama, los bancos y las compañías de seguros fraudulentos y las empresas automotrices en quiebra fueron rescatadas con enormes infusiones de fondos públicos que nunca estuvieron disponibles para una atención médica decente, escuelas, pensiones, ferrocarriles, carreteras, aeropuertos, sin mencionar el apoyo a los ingresos de los más pobres. Se desató un estímulo fiscal masivo, ignorando la disciplina presupuestaria. Para apoyar al mercado de valores, bajo el cortés eufemismo de flexibilización cuantitativa, el banco central ha creado dinero a gran escala. En silencio y desafiando su mandato, la Reserva Federal rescató no sólo a los bancos estadounidenses en problemas, sino también a los europeos, con transacciones ocultas al Congreso y al escrutinio público, mientras el Tesoro se aseguraba -en estrecha colaboración tras bastidores con el Banco Popular de China- de que no hubiera ninguna vacilación por parte de China en comprar bonos del Tesoro.

En resumen, una vez socavadas las instituciones centrales del capital, todos los dictados de la economía neoliberal fueron arrojados al viento, con dosis de remedios megakeynesianos que superaban la propia imaginación de Keynes. En Gran Bretaña, donde la crisis golpeó más rápidamente que en otros países europeos, estos remedios llegaron hasta la nacionalización temporal de lo que el talento estadounidense para el eufemismo burocrático ha llamado «activos problemáticos «.

¿Todo esto significó un repudio del neoliberalismo y un giro hacia un nuevo régimen internacional de acumulación? En absoluto. El principio fundamental de la ideología neoliberal, acuñado por Thatcher, siempre ha sido el acrónimo femenino TINA: No hay alternativa. Aunque las medidas para dominar la crisis parecían, y en gran medida lo fueron, tabú, a juzgar por los estándares neoclásicos, en esencia se redujeron a un cuadrado matemático, o cubo, de la dinámica subyacente de la era neoliberal, a saber, la expansión continua del crédito por encima de cualquier aumento de la producción, en lo que los franceses llaman una fuite en avant -una huida hacia adelante. Así, una vez que las medidas requeridas por la emergencia estabilizaron el sistema, la lógica del neoliberalismo comenzó a avanzar nuevamente, país tras país.

En Gran Bretaña, que fue el primero en este proceso, la despiadada imposición de medidas de austeridad ha reducido el gasto de las autoridades locales a niveles miserables y ha recortado las pensiones universitarias. En España e Italia se ha revisado la legislación laboral para facilitar el despido sumario de trabajadores y aumentar el trabajo precario. En EEUU se mantuvieron los drásticos recortes de impuestos a las corporaciones y a los ricos, mientras se aceleró la desregulación en los sectores de energía y servicios financieros. En Francia, que históricamente llegó tarde a la carrera por el neoliberalismo pero ahora compite por un lugar en la vanguardia, se ha lanzado algo así como un programa thatcherista en toda regla: privatización de las industrias públicas, legislación para debilitar a los sindicatos, exenciones fiscales a las empresas, reducciones en el empleo del sector público, recortes a las pensiones, reducciones en el acceso a las universidades, aparentemente encaminándose hacia un ajuste de cuentas social en la línea del aplastamiento de los mineros por parte de Thatcher, un giro en las relaciones de clase del cual el capital británico nunca ha mirado atrás.

¿Cómo fue todo esto posible? ¿Cómo fue posible que un shock tan traumático para el sistema como la crisis financiera global y el descrédito en que inevitablemente cayeron sus principales organismos y administradores fuera seguido por un retorno tan completo a la normalidad? Dos condiciones fueron decisivas para este resultado paradójico. En primer lugar, a diferencia de la década de 1930, no había paradigmas teóricos alternativos dispuestos a socavar y reemplazar el predominio de la doctrina neoliberal. El keynesianismo, que después de 1945 se había convertido en el denominador común de lo que había sido tamizado a través de la trilladora de la guerra por las tres tendencias contendientes de la década de 1930, nunca se había recuperado de su debacle en los conflictos de clases de la década de 1970. La matematización había anestesiado desde hacía tiempo gran parte de la disciplina económica contra cualquier tipo de pensamiento original, dejando completamente marginadas anomalías como la Escuela de la Regulación en Francia o la Escuela de la Estructura Social de la Acumulación en los EEUU1. Los teoremas neoliberales de «expectativas racionales» o «equilibrio del mercado» pueden parecer hoy absurdos, pero no había mucho que pudiera reemplazarlos.

Detrás de esta ausencia intelectual -y ésta fue la segunda condición de la aparente inmunidad del neoliberalismo al deshonor- estaba la desaparición de cualquier movimiento político significativo que exigiera con fuerza la abolición o la transformación radical del capitalismo. A finales del siglo, el socialismo en sus dos variantes históricas, revolucionaria y reformista, había sido barrido de la escena en la zona atlántica. La variante revolucionaria: aparentemente, con el colapso del comunismo en la URSS y la desintegración de la propia Unión Soviética. La variante reformista: aparentemente, con la extinción de todo rastro de resistencia a los imperativos del capital en los partidos socialdemócratas de Occidente, que ahora se limitan a competir con partidos conservadores, demócrata-cristianos o liberales en su implementación. La Internacional Comunista fue clausurada ya en 1943. Sesenta años más tarde, la llamada Internacional Socialista incluyó entre sus filas al partido gobernante de la brutal dictadura militar de Mubarak en Egipto.

Sin embargo, otro aspecto de la globalización ha tenido un efecto más ambiguo. Los principios neoliberales implican la desregulación de los mercados: la libre circulación de todos los factores de producción; en otras palabras, la movilidad a través de las fronteras no sólo de bienes, servicios y capital, sino también de mano de obra. Lógicamente ello significa inmigración. En la mayoría de los países, las empresas han utilizado durante mucho tiempo a los trabajadores inmigrantes como un ejército de reserva de mano de obra de bajo costo, cuando se necesitaba oferta y las circunstancias lo permitían. Pero en el caso de los Estados, era necesario sopesar consideraciones puramente económicas frente a otras más sociales y políticas. A este respecto, Friedrich von Hayek -la mente más grande del neoliberalismo- ya había insertado una reserva, una advertencia. La inmigración, advirtió, no puede tratarse como si fuera simplemente una cuestión de mercados de factores, ya que, a menos que se controle estrictamente, podría amenazar la cohesión cultural del estado anfitrión y la estabilidad política de la sociedad misma. Thatcher también estableció un límite en este sentido.

Sin embargo, por supuesto, persistieron las presiones para importar o aceptar mano de obra extranjera barata, incluso cuando la producción se subcontrataba cada vez más en el extranjero, ya que muchos servicios domésticos o desagradables, rechazados por la población local, no podían, a diferencia de las fábricas, exportarse, sino que debían realizarse localmente. A diferencia de casi todos los demás aspectos del orden neoliberal, nunca se ha alcanzado un consenso estable en el establishment sobre esta cuestión, que ha seguido siendo un eslabón débil en la cadena TINA.

Si observamos las revueltas populistas contra el neoliberalismo, se dividen, como todos saben, en movimientos de derecha e izquierda. En este sentido, repiten el patrón de las revueltas contra el liberalismo clásico después de su debacle: fascistas a la derecha, socialdemócratas o comunistas a la izquierda. Lo que diferencia a las revueltas de hoy es la falta de ideologías o programas articulados de manera comparable, de algo que equivalga a la coherencia teórica o práctica del propio neoliberalismo. Se definen por aquello a lo que se oponen, mucho más que por aquello a lo que están a favor. ¿Contra qué protestan? El sistema neoliberal de hoy, como el de ayer, encarna tres principios: el aumento de la riqueza y de las diferencias de ingresos, la abolición del control y la representación democráticos y la desregulación de todas las transacciones económicas posibles. En resumen: desigualdad, oligarquía y movilidad de factores. Éstos son los tres objetivos centrales de los levantamientos populistas. Donde estas insurgencias divergen es en el peso que dan a cada elemento, es decir, contra qué segmento de la paleta neoliberal dirigen la mayor hostilidad. Los movimientos de derecha se centran notoriamente en el último factor, la movilidad, jugando con las reacciones xenófobas y racistas hacia los inmigrantes para ganar un amplio apoyo entre los sectores más vulnerables de la población. Los movimientos de izquierda se oponen a este movimiento, identificando la desigualdad como el principal mal. La hostilidad hacia la oligarquía política establecida es común a los populismos tanto de derecha como de izquierda.

Históricamente, existe una clara división cronológica entre estas diferentes formas del mismo fenómeno. El populismo contemporáneo surgió primero en Europa, donde todavía hoy existe la gama más amplia y diversa de movimientos.

Las fuerzas populistas de derecha se remontan a principios de la década de 1970. En Escandinavia, estas tomaron la forma de las revueltas ‘libertarias’ antiimpuestos de los Partidos del Progreso en Dinamarca y Noruega, fundados en 1972 y 1973 respectivamente. En Francia, el Frente Nacional fue fundado en 1972, pero recién a comienzos de los años 1980 obtuvo una modesta tracción electoral como partido nacionalista de derecha y antiinmigrante, con cierto atractivo para la clase trabajadora y fuertes connotaciones racistas.

Más tarde, en la misma década, el liderazgo del Partido de la Libertad en Austria fue asumido por Jörg Haider, quien adoptó una plataforma similar, mientras que más al norte surgieron los Demócratas de Suecia como un grupo de extrema derecha sobre una base xenófoba muy similar.

En la génesis de las tres formaciones hubo elementos neofascistas, que fueron desapareciendo una vez que lograron una presencia electoral significativa. En la década de 1990, surgió en Italia la Liga Norte, que tenía raíces antifascistas, surgió el UKIP en Gran Bretaña y los partidos daneses y noruegos, antaño libertarios, se convirtieron en fuerzas antiinmigrantes. A principios de la década siguiente, los Países Bajos crearon su propio Partido de la Libertad, que combinaba perspectivas libertarias e islamófobas. Diez años más tarde, Alternative für Deutschland repitió el modelo holandés en Alemania. Todos estos partidos de derecha se han pronunciado contra la corrupción política y el cierre de sus establecimientos nacionales y contra los dictados burocráticos de la Bruselas de la Unión Europea. Todos, con la única excepción de la AfD (fundada en 2013), precedieron al colapso de 2008.

Las fuerzas populistas de izquierda son mucho más recientes: surgieron recién después de la crisis financiera mundial de 2008. En Italia, el Movimiento Cinco Estrellas se remonta a 2009. En Grecia, Syriza , todavía un grupo pequeño cuando Lehman Brothers colapsó en Nueva York, se convirtió en una fuerza electoral significativa en 2012. En España, Podemos se formó en 2014. Jean-Luc Mélenchon creó La Francia Insumisa en 2016. El momento de esta ola deja claro que son las desigualdades socioeconómicas del neoliberalismo, y no su debilitamiento de las fronteras etnonacionales, las que han impulsado el populismo de izquierda. Ésta es una distinción fundamental entre los dos tipos de revuelta contra el orden actual. No se trata, sin embargo, de un abismo insalvable, pues no sólo hay una superposición general en el rechazo común a la colusión y la corrupción de los establishment políticos de cada país, sino también, en algunos casos, una contigüidad en la defensa común de los sistemas de bienestar amenazados y, en otros casos, en la preocupación por las presiones de la inmigración.

Bajo el liderazgo de Marine Le Pen, el Frente Nacional se había posicionado consistentemente a la izquierda del Partido Socialista Francés en la mayoría de las cuestiones de política interior y exterior, excepto la inmigración, al tiempo que planteaba críticas al régimen de François Hollande que a menudo eran indistinguibles de las de Mélenchon. En Italia, sin embargo, el Movimiento Cinco Estrellas, cuyo voto en el parlamento fue en general impecablemente radical, había expresado repetidamente su alarma por el creciente flujo de refugiados a Italia. Otro gesto común a casi todos los matices del populismo en Europa ha sido la rebelión contra la flagrante confiscación de la democracia por parte de las estructuras de la Unión Europea en Bruselas.

El problema, de hecho, es más general. Ningún populismo, ni de derecha ni de izquierda, ha producido aún un remedio eficaz para los males que denuncia.

En términos programáticos, los oponentes contemporáneos del neoliberalismo todavía operan en gran medida en la oscuridad. ¿Cómo podemos abordar seriamente la desigualdad sin provocar inmediatamente una huelga de capital? ¿Qué medidas se pueden prever para responder al enemigo golpe por golpe en este terreno en disputa y salir victoriosos? ¿Qué tipo de reconstrucción, ahora inevitablemente radical, de la democracia liberal existente sería necesaria para acabar con las oligarquías que ha engendrado? ¿Cómo desmantelar el Estado profundo, organizado en todos los países occidentales para la guerra imperial, clandestina o abierta?

¿Qué reconversión económica podemos imaginar para combatir el cambio climático sin empobrecer a las sociedades ya pobres de otros continentes? El hecho de que falten tantas flechas en el carcaj de una oposición seria al statu quo no es, por supuesto, sólo culpa de los populismos actuales. Refleja la contracción intelectual de la izquierda en sus largos años de retroceso desde la década de 1970 y la esterilidad, durante ese período, de lo que alguna vez fueron corrientes originales de pensamiento al margen de la corriente dominante. Se pueden citar propuestas correctivas que varían de un país a otro: el «Medicare» en EEUU, la renta garantizada para los ciudadanos en Italia, los bancos públicos de inversión en Gran Bretaña, los impuestos Tobin en Francia y otras similares. Pero en lo que se refiere a una alternativa integral e interconectada al statu quo, el armario todavía está vacío.

Si un partido o movimiento populista llega al poder ahora, basta con mirar el destino tránsfuga de Syriza en Grecia para ver el resultado probable para la izquierda -en la oposición, un rebelde contra los dictados de la UE, y en el cargo, un instrumento subordinado a ella- o para la derecha, la estandarización de la noche a la mañana de la primera presidencia de Trump, que avivó las llamas de la complacencia y la desigualdad del establishment el día de la toma de posesión y no hizo nada al respecto una vez en la Casa Blanca. Desde el punto de vista político, el neoliberalismo no ha corrido grandes riesgos.

¿Estamos presenciando finalmente la llegada de un cambio de régimen en Occidente, ya anunciado varias veces en este siglo? Éste es el mensaje de un reciente best seller de un destacado historiador estadounidense simpatizante de Biden, The Rise and Fall of the Neoliberal Order: America and the World in the Free Market Era, de Gary Gerstle, que sugiere que, desde diferentes direcciones, Sanders y Trump asestaron golpes tan efectivos a la encarnación del neoliberalismo de Hillary Clinton que, bajo el gobierno de Biden, se allanó el camino para que el equilibrio entre ricos y pobres en la sociedad estadounidense comenzara a alterarse y los beneficios de la política industrial dirigida por el gobierno se hicieran visibles para millones de personas. Admitiendo que «los vestigios del orden neoliberal permanecerán con nosotros durante años y quizás décadas», concluye sin embargo con la firme afirmación de que «el propio orden neoliberal se ha derrumbado».

En cierto sentido, una crítica aún más dura del costo socioeconómico después de Reagan viene de un ex admirador del propio Reagan, el banquero indio-estadounidense Ruchir Sharma, ex estratega global jefe de Morgan Stanley, en What Went Wrong with Capitalism. Su leitmotiv es que «las crisis financieras periódicas -que estallaron en 2001, 2008 y 2020- ahora se desarrollan en el contexto de una crisis diaria y permanente de colosal mala asignación de capital», resultado de enormes inyecciones de dinero fácil en las economías avanzadas por los bancos centrales para sostener tasas de crecimiento en constante descenso. Estos torrentes de dinero desembolsados por el Estado son la verdad última y predominante de este período. Tarde o temprano, advierte Sharma, se producirá un shock trascendental en el sistema. ¿Qué remedio podría traer? La respuesta de Sharma es: volver a un Estado más pequeño y a una moneda más estricta, la receta clásica de Mises y Hayek: el neoliberalismo hecho realidad nuevamente.

Estos veredictos contradictorios no son en sí mismos nuevos. Eric Hobsbawm proclamó «La muerte del neoliberalismo» ya en 1998. Doce años después, Colin Crouch, no menos antineolberal, llegó a la conclusión opuesta, titulando su libro sobre sus desventuras «La extraña no-muerte del neoliberalismo», una sentencia que reiteró hace un año en un texto titulado «El neoliberalismo: aún por sacudirse su envoltura mortal». Éstas fueron las conclusiones de un enemigo declarado del orden neoliberal. Jason Furman, asistente especial de Bill Clinton, presidente del Consejo de Asesores Económicos de Obama y admirador del modelo de gestión de Walmart, es un convencido exponente de ello. En un artículo de fondo en Foreign Affairs, titulado «El espejismo posneoliberal», Furman lanza una vigorosa réplica a pensadores como Gerstle, atribuyendo la pérdida de la Casa Blanca por parte de los demócratas a la locura de abandonar la disciplina económica ortodoxa con vastos e incontinentes programas de gasto que no lograron sus objetivos.

Furman describe los costos y los beneficios del mandato de Biden con gran cantidad de detalles condenatorios: la inflación, el desempleo, las tasas de interés y la deuda pública fueron más altas en 2024 que en 2019. Entre 2019 y 2023, los ingresos familiares ajustados a la inflación cayeron y la tasa de pobreza aumentó. «A pesar de los esfuerzos por aumentar el crédito fiscal por hijo y el salario mínimo», continúa, «ambos eran sustancialmente más bajos, en términos reales, cuando Biden dejó el cargo que cuando lo asumió». A pesar de todo su énfasis en los trabajadores estadounidenses, Biden fue el primer presidente demócrata en un siglo que no amplió permanentemente la red de seguridad social. En resumen: «Los políticos nunca deberían volver a ignorar los principios básicos en pos de soluciones heterodoxas fantasiosas». Lo que ha sido rechazado como ortodoxia neoliberal está vivo y coleando, y ofrece la única salida.

¿Un régimen internacional que se hunde o se levanta de nuevo como Lázaro? El estancamiento en los veredictos de estos expertos tiene una contraparte en el panorama político, donde el conflicto entre el neoliberalismo y el populismo, los adversarios que se han enfrentado en todo Occidente desde principios del siglo, se ha vuelto cada vez más explosivo, como lo demuestran los acontecimientos de las últimas semanas, incluso cuando, a pesar de todos sus aparentes compromisos o reveses, el neoliberalismo conserva la ventaja. El primero ha sobrevivido sólo gracias a que continúa reproduciendo lo que amenaza con derrocarlo, mientras que el segundo ha crecido en tamaño sin avanzar ninguna estrategia significativa. El estancamiento político entre ambos no ha terminado: no se sabe cuánto durará.

¿Significa esto que hasta que un conjunto coherente de ideas económicas y políticas, comparable a los paradigmas keynesianos o hayekianos del pasado, tome forma como una forma alternativa de gestionar las sociedades contemporáneas, no podemos esperar un cambio serio en el modo de producción existente? No necesariamente. Fuera de las zonas centrales del capitalismo, se han producido al menos dos alteraciones de gran alcance sin que ninguna doctrina sistemática las haya imaginado o propuesto de antemano. Una de ellas fue la transformación de Brasil con la revolución que llevó a Getúlio Vargas al poder en 1930, cuando las exportaciones de café en las que se basaba la economía del país se desplomaron y la recuperación se inició pragmáticamente mediante la sustitución de importaciones, sin el beneficio de ninguna previsión previa (lo mismo hizo Perón en Argentina).

La otra, aún de mayor alcance, fue la transformación, después de la muerte de Mao, de la economía de China en la era de la reforma presidida por Deng Xiaoping, con el advenimiento del sistema de responsabilidad familiar en la agricultura y el inicio, por parte de las empresas urbanas y aldeanas, del estallido de crecimiento económico más espectacular y sostenido registrado en la historia -una vez más improvisado y experimental, sin teoría preexistente de ningún tipo.

¿Serán estos casos quizás demasiado exóticos como para tener alguna relevancia para el corazón del capitalismo avanzado? Lo que los hizo posibles fue la magnitud del shock y la profundidad de la crisis que sufrió cada sociedad: el colapso en Brasil, la Revolución Cultural en China, equivalentes tropicales y orientales de los golpes infligidos a la autoestima occidental en la II Guerra Mundial. Si alguna vez disminuyera la incredulidad ante la posibilidad de una alternativa en Occidente, es probable que la oportunidad fuera algo similar.

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Nota: [1] También añadiría la teoría del circuito monetario en Italia y la teoría evolutiva de los negocios y el progreso tecnológico en Gran Bretaña y los EEUU, ed.

London Review of Books

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Texto completo en: https://www.lahaine.org/mundo.php/cambio-de-regimen-en-occidente

 

Malatesta: aventura y anarquía

“La palabra civilización sirve hoy de excusa á muchos para intentar legitimar el fraude, el robo y la opresión” es una frase de Errico Malatesta que aparece en la edición número 13 de Obrero Panadero, un periódico gremial argentino de 1899.

En su breve estancia en Argentina, Malatesta apoyó la construcción del sindicato “Sociedad Cosmopolita de Resistencia y Colocación de Obreros Panaderos”, una organización pequeña en principio pero que en poco tiempo se fue constituyendo en uno de los referentes históricos del sindicalismo anarquista en latinoamérica. Era 1887, y aún le quedaban 45 años de actividad política al joven italiano de 34 años.

Creció en la agitada Italia del siglo XIX, en la que se enfrentaban republicanos y monarquistas que buscaban la unificación nacional, contra monarquistas que se alineaban en favor del dominio que mantenía el imperio austro-húngaro en parte del país. En ese contexto, Errico inició la carrera de medicina, de la que se tuvo que retirar para dedicarse a distintos oficios como la mecánica o la venta callejera de comida, mientras se dedicaba a actividades de tipo político y conspirativo.

Primero republicano, luego anarquista, asumió la causa libertaria con las noticias que llegaban sobre la Comuna de París de 1871, y la inspiración que despertaba en él las ideas de Mijail Bakunin. Su vida transcurrió entre Europa, Asia y América, creando medios de comunicación y organizaciones anarquistas, o bien, sumándose a causas de liberación de países sometidos a monarquías o dominios extranjeros.

Nació en Santa Maria Maggiore, Campania, un 4 de diciembre de 1853, y falleció en roma un 22 de julio de 1932, siendo un actor, antes que un espectador, de la convulsionada transición del siglo XIX al siglo XX.

A contrapelo del anarquismo que ganaba fuerza en su tiempo, de tipo individualista y de acciones sin perspectiva estratégica, defendió la organización masiva y la formación constante, pero también la posibilidad de la unidad entre distintas tendencias.

“Sin entendimiento, sin coordinación de los esfuerzos de cada uno para una acción común y simultánea, la victoria no es materialmente posible” diría.

Se distanciaba también de quienes tomaban por libertad el simple libertinaje o el puro egoísmo. En La Anarquía, tal vez su escrito más conocido, afirmaba: “La libertad que los anarquistas queremos para nosotros mismos y para los demás, no es libertad absoluta, abstracta, metafísica, que se traduce fatalmente en la práctica, en la opresión de los débiles, sino la libertad real, la libertad posible qué es la comunidad consciente de los intereses, la solidaridad voluntaria”.

Fuera como organizador, propagandista o conferencista, ni en su vejez dejó de participar en los acontecimientos de la historia. No suscribió las esperanzas en la guerra entre potencias, y se opuso activamente a la primera guerra mundial, mientras instaba a la huelga de las y los trabajadores. Su pensamiento se guió por una concepción abierta del anarquismo antes que doctrinaria y dogmática. Esta podría ser una de sus premisas fundamentales: “la duda debe ser la posición mental de aquellos que aspiran aproximarse cada vez más a la verdad o, por lo menos, a esa porción de verdad que es posible alcanzar”.

La dictadura de Mussolini lo aisló en sus últimos días, imponiendo una suerte de prisión domiciliaria que impedía su participación en toda iniciativa que buscara la derrota del fascismo.

 

Santiago Vilanova: «La demanda de electricidad por la IA será tan colosal que resultará imposible substituirla totalmente mediante las renovables»

El periodista, escritor y político ecologista publica ‘Els conspiradors del canvi climàtic’, un ensayo sobre quienes trabajan para seguir explotando los recursos fósiles.

Por Lluis Bassa Tomás

Santiago Vilanova (Olot, 1947) conoce bien los mecanismos para proteger el medio ambiente y las estrategias para tan sólo simularlo. El periodista, escritor y político ecologista se ha volcado en ello a lo largo de su carrera, impulsando asociaciones claves del ecologismo catalán como Una Sola Terra o el partido Els Verds – Alternativa Verda, y siguiendo como periodista los intríngulis de las negociaciones climáticas internacionales.

En el ensayo Els conspiradors del canvi climàtic (Lapislázuli, 2025), Vilanova vierte más de cincuenta años de conocimiento y experiencias personales para señalar personas e instituciones que, lejos de trabajar para un mundo mejor, se han escondido detrás de lemas e ideas vacías para que, en realidad, nada cambie.

¿Quiénes son los conspiradores del cambio climático?

Son diplomáticos, políticos, empresarios, comunicadores, científicos e, incluso, destacados miembros de asociaciones internacionales ambientalistas, que aun proclamándose a favor de la transición energética, hacen un activismo destinado a retrasarla y acaban haciendo el juego a los negacionistas. Quieren hacer compatible seguir explotando los recursos fósiles invirtiendo con energías renovables con menor intensidad, y desarrollando soluciones ‘tecnosolucionistas’. Actúan en los principales organismos de gobernanza global del medio ambiente vinculados a la ONU y al PNUMA (Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente).

En el libro explica cómo las conferencias mundiales del medio ambiente y las cumbres por el clima han sido históricamente impulsadas por miembros vinculados al sector de los combustibles fósiles y la energía nuclear.

La conspiración de la que hablo en mi ensayo se inició con la primera conferencia mundial sobre el medio ambiente, conocida como la Conferencia de Estocolmo. Fue dos años después de las manifestaciones del 22 de abril de 1970, el día de la Tierra, en el que en Estados Unidos se movilizaron más de veinte millones de personas. El presidente Richard Nixon se vio obligado a crear la Agencia de Protección Ambiental, mientras a la vez daba órdenes al FBI de desprestigiar a los organizadores como ‘infiltrados comunistas’. Dos años después, la ONU delegó la organización de la conocida como la Conferencia de Estocolmo en el empresario y diplomático canadiense Maurice Strong, vinculado al sector del petróleo, el gas y la energía nuclear.

¿Por qué es relevante la figura de Maurice Strong? 

Strong logró vehicular durante tres décadas las cumbres con el fin de que no incidieran sobre la economía de las grandes energéticas. Generó un ambientalismo controlado por el establishment, impulsando estructuras de control científico y político como el PNUMA (Programa de las Naciones Unidas por el Medio Ambiente), el Grupo Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (IPCC en inglés), el Consejo de la Tierra, y la UICN (Unión Internacional para la Conserva de la Naturaleza). Tenía el apoyo de personalidades como David Rockefeller (fundador del Chase Manhattan Bank y la poderosa Standard Oil), Henry Kissinger, Robert MacNamara (Banco Mundial), Armand Hammer (Occidental Petroleum), y del propio secretario general de la ONU, U Thant, entre otros.

En el libro también señala a Stephan Schmidheiny, empresario suizo del sector del cemento, como pionero del ecopostureo o greenwashing.

Schmidheiny, que había sido condenado por la contaminación de su planta de amianto en la región de Piamonte, impulsó en 1991 la constitución del Consejo Mundial de Empresas para el Desarrollo Sostenible (World Business Council for Sustainable Development) y Maurice Strong lo nombró consejero para la preparación y desarrollo de la Cumbre de Rio en el 1992. Es la primera gran estructura de ecopostureo destinada a grandes multinacionales contaminantes, que todavía hoy goza de una gran influencia en la gobernanza global del medio ambiente y es uno de los lobbies empresariales más reconocidos por el PNUMA.

Entre los grandes conspiradores de hoy en día, menciona a las empresas tecnológicas que componen las GAFAM.

GAFAM son las siglas de las cinco mayores empresas tecnológicas (Google, Amazon, Facebook –ahora Meta–, Apple y Microsoft) que tienen una posición dominante a nivel global. Sus líderes (Jeff Bezos, Elon Musk, Mark Zuckerberg, Tim Cook) han acordado unirse para reavivar el sector nuclear civil y militar, que recibirá nuevas ayudas y subvenciones como energía ‘verde’. Esta es la mejor conspiración para retrasar, hasta hacer fracasar, el proceso de descarbonización de la economía mundial, haciendo desbordar las prospectivas de las COP.

¿Cómo lo hacen?

Bill Gates, por ejemplo, está impulsando reactores SMR (Small Modular Reactors) de 5 a 300 megavatios destinados a suministrar la electricidad que reclaman los data centers. En Europa, la Inteligencia Artificial (IA) disparará la demanda de electricidad en un 160% en cinco años, según un informe de la organización Beyond Fossils Fuels. La demanda será tan colosal que resultará imposible substituirla totalmente mediante las renovables. La tan reclamada descarbonización de la economía para el 2050 lo más seguro es que acabe en fiasco. La taxonomía de la UE considerando la energía nuclear como ‘verde’ facilitará las subvenciones por los reactores SMR e incentivará la propuesta del Foro Atómico mundial de alargar el período de vida de los reactores actuales hasta treinta o cincuenta años más.

La dirección contraria a un sistema energético democrático basado en energías renovables.

Con esta iniciativa, las GAFAM inician un nuevo período poscapitalista basado en el control de la información y la capacidad de tratamiento de la misma; de hecho, ya monopolizan el comercio de la información. Por otra parte, el potencial de crecimiento de la industria de defensa que se espera de la IA con el apoyo logístico de las GAFAM es ingente. Esta alianza facilita a las big tech un dominio que ninguna acción parlamentaria y democrática puede controlar, y que ya ha permitido el acceso al poder de personajes como Elon Musk (fundador de Space X y la automovilística Tesla) como administrador del Departamento de Eficiencia Gubernamental de la Casa Blanca.

¿Qué podemos esperar en los próximos años?

Todo indica, y ahora más que nunca gobernando los negacionistas en la Casa Blanca, que caminamos hacia unas formas de autarquía energética que algunos analistas han llamado ‘electrofascismo’, basada en el control del sector electronuclear y tecnológico. Esto hará que se consolide el centralismo energético y el control militar sobre las instalaciones nucleares, como hemos visto durante el conflicto entre Rusia y Ucrania, para evitar el peligro de acciones terroristas o ser objetivos bélicos.

En el libro explica cómo las infraestructuras de energías renovables y el despliegue de las tecnologías de IA necesitarán grandes cantidades de minerales estratégicos que actualmente se encuentran principalmente en Latinoamérica y Asia. ¿Qué puede comportar esto?

Las reservas de los minerales estratégicos provocarán un cambio estructural en el sector energético, amenazando con convertirse en la principal fuente de conflictos en el planeta durante las próximas décadas. Si el petróleo se ha concentrado en Occidente y Oriente Próximo, ahora los productores de litio y tierras raras se concentrarán en Latinoamérica y Asia. Esto es una oportunidad única para redefinir también un modelo de desarrollo ecológico y su autonomía frente a las acciones colonizadoras de potencias como Rusia, Estados Unidos y China. Hay que tener en cuenta que este último lleva mucha ventaja en producción y capacidad de procesamiento de estos minerales. Los países que gozan de las principales reservas tendrán una gran capacidad para influir en el futuro de la humanidad y en el desarrollo de sus propios países. La edad de la minería no ha hecho más que empezar.

¿Qué mecanismos tendrán que poner en marcha los países productores de estos minerales para evitar estas acciones ‘colonizadoras’?

No tengo la solución, pero está claro que son necesarios nuevos acuerdos comerciales interregionales en Latinoamérica y África para evitar un crecimiento que no provoque más impactos ecológicos y para armonizar las normas ambientales y la seguridad alimentaria. Los recursos minerales estratégicos deben permitir autofinanciar la transición a las energías renovables y evitar una nueva colonización, como ocurrió con el cobre de Chile o sucede con el coltán en la República Democrática del Congo o el uranio en Níger.

Propone la creación de una cumbre de países productores de litio.

Esta cumbre tendría varios objetivos. Por un lado, impulsar un modelo propio de desarrollo ecológico, para evitar el impacto ambiental irreversible de las extracciones; también el de defender las culturas de los pueblos afectados y hacerles partícipes de los beneficios que genera el litio y otros minerales estratégicos; impedir los oligopolios, como los que han sucedido con el petróleo, gas y el uranio, en el que cinco empresas producen el 60% del litio y el 56% del cobalto mientras que la capacidad de refinamiento está en manos de China; y, finalmente, evitar el uso del litio y otras materias raras para el desarrollo de la energía atómica con fines militares, como es el caso de India y Corea del Norte.

Hablemos de las cumbres del clima (COP). En Bakú vimos tensión en los diálogos sobre el fondo para financiar la adaptación a los impactos del cambio climático en los países del sur global. ¿Existe el peligro de que se rompan las negociaciones en la próxima cumbre de Belém (Brasil)?

Los 300.000 millones de dólares anuales en ayudas climáticas que la COP29 de Bakú concedió in extremis por ayudas climáticas a los países en vías de desarrollo, cuando éstos reclamaban como mínimo un billón anual, quedan en una cifra calificada de “miserable” por los afectados por los subsidios. En 2024, las subvenciones a las fósiles a nivel mundial han significado el doble de esta cantidad.

Los Estados, especialmente los más contaminantes (Rusia, Estados Unidos, China, Brasil, India…) no respetan los acuerdos de las COP, ni desempeñan un papel activo en las resoluciones. Menos de un 20% de los países signatarios no han llevado a cabo la mayoría de los 17 Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS) ni las 169 metas a alcanzar de cara al 2030, ni tampoco han presentado a la ONU las llamadas Nationally Determined Contributions (NDC-Contribuciones determinadas a nivel nacional) a efectos del cambio climático.

¿Cómo puede cambiar el escenario en la COP30 con Donald Trump en la presidencia de Estados Unidos?

Las decisiones de Trump pueden convertir a la COP de Belém a un nuevo fracaso. Está tomando acciones que pueden llevar hacia el bloqueo de la COP30, suprimiendo ayudas y cerrando departamentos dedicados al cambio climático, afectando a organismos de la NASA y de la National Oceanic and Atmospheric Administration (NOAA) que forman parte de los apoyos al IPCC, o con la retirada de Estados Unidos de los Acuerdos de París. Todo esto puede comportar una crisis en la financiación de la Convención Marco sobre el Cambio Climático de lo que dependen las COP.

¿Vamos hacia un escenario descontrolado?

Yo diría en una ‘tierra ignota’. Todo puede ocurrir, desde replantearse una reforma de las COP hasta la creación de una Organización Mundial del Medio Ambiente con capacidades similares en el Consejo de Seguridad de la ONU y equivalente a organizaciones como la Organización Mundial del Comercio o la Organización Internacional del Trabajo.

¿Quiénes son las voces que quieren reformar las COP, y hacia dónde apuntan?

Previendo un escenario negativo provocado por las decisiones de la Administración Trump, hay quien es partidario de una reforma de las COP, como el Club de Roma; Christiana Figueres, ex secretaría ejecutiva del Convención Marco sobre el Cambio Climático, o Ban Ki-moon, ex secretario general de las Naciones Unidas. Proponen cambios en el sistema de elegir las sedes de las conferencias de las 197 partes; que no sean petroestados; una participación más eficiente y justa de los países del Sur afectados por el cambio climático, piden también publicar la afiliación de todos los participantes; equilibrar la presencia de científicos en el IPCC, dominado en un 70% por anglosajones; evitar la presencia dominante de lobistas de las corporaciones energéticas; reducir sensiblemente el número de miembros de las delegaciones para hacer más eficientes los debates y resoluciones; entre otros.

¿Cómo se podría llegar a regular la presencia de lobbys de los combustibles fósiles en las COP?

Aplicando la transparencia y haciendo pública la identidad y la afiliación de cada participante; evitando el acceso a lobistas en sesiones de negociación donde se redactan los documentos finales y los compromisos. En el primer informe del IPCC de 1990 estuvieron batallando para las conclusiones 11 representantes de la industria petrolera; hoy son más de 600, según Cristophe Bonneuil, historiador de ciencias del CNRS francés. No se puede seguir tolerando que los lobistas que representan al sector energético de los combustibles fósiles superen en número de representantes a los científicos, indígenas y representantes de las naciones del Sur más vulnerables al cambio climático. A la COP 29 de Bakú asistieron 1.773 lobistas que tenían como objetivo evitar resoluciones contrarias a los sectores del petróleo y el gas natural.

En el ensayo explica que existen partidarios de crear otros espacios de confluencia internacional para abordar los problemas del cambio climático.

Es lo que proponen otras personalidades como el pensador Edgard Morin, el jurista Michel Prieur o el climatólogo Jean Jouziel. Son partidarios de crear una Organización Mundial del Medio Ambiente, encabezada por personalidades desvinculadas de los sectores económicos y energéticos dominantes.

También habla de la creación de un Tribunal Internacional Penal de Medio Ambiente.

La creación de un Tribunal Internacional Penal de Medio Ambiente, como propone un grupo de 16 juristas internacionales coordinados por Laurent Neyret, profesor de la Universidad de Versalles Saint-Quetin, posibilitaría juzgar los casos de ecocidios perpetrados por las compañías mineras, energéticas y agroforestales y sus actividades tanto de ecoblanqueo (greenwashing) como de ocultación de datos (greenhushing).

Algunos Estados se están apresurando a introducir legislaciones en contra del ecoterrorismo, para neutralizar y criminalizar los actos de los activistas climáticos.

A los conspiradores del cambio climático les ha interesado controlar los resultados de las COP y los informes del IPCC pero les interesa también, y mucho, frenar el radicalismo de los activistas ecologistas. Y la forma de hacerlo está criminalizándolos aunque sus acciones no sean violentas. Una forma de presión que practican es haciendo que los medios de comunicación conservadores y de extrema derecha reclamen mano dura por este nuevo activismo situado al margen de los partidos políticos tradicionales. Y està teniendo efecto: en Francia, Alemania, Austria, Irlanda y Reino Unido hay mucha presión para que el Estado endurezca las leyes contra el activismo ecologista. En Dinamarca los «extremistas climáticos» figuran en la lista de las «amenazas terroristas». Italia ha dictado una ley llamada «ecovandalismo» con penas que van hasta cinco años de cárcel y 10.000 euros de multa. Extintion Rebellion se considera por la extrema derecha española una organización vinculada al terrorismo internacional. En Estados Unidos, Greenpeace ha sido condenada a pagar 650 millones de dólares por estimular las protestas contra el oleoducto Dakota Access. La empresa que denunció a la organización ecopacifista es Energy Transfer y la multa podría llevar a la quiebra de Greenpeace en EEUU.

¿Cómo reaccionan las ONG y la población civil ante esto?

En España, a finales de 2024, el Tribunal Constitucional admitió a trámite el primer litigio climático de la historia (la primera denuncia por delito ecológico la ejerció Alternativa Verda en 1984 contra la contaminación ácida de la central térmica de Cercs, propiedad de Fecsa). Se trata de un recurso contra España por inacción ante el cambio climático y lo han presentado Greenpeace, Ecologistas en Acción, Oxfam Intermón, Fridays for Future y la Coordinadora de Organizaciones para el Desarrollo. Veremos cómo evoluciona. Las protestas ambientales cuestionan cada vez con mayor contundencia la eficacia y la utilidad de las conferencias climáticas, convertidas en instrumentos de desmovilización.

¿Estas protestas llegan a cuajar en la sociedad civil?

Reprimiendo y criminalizando las acciones directas de estas organizaciones se las aleja de la sociedad civil y se logra que la opinión pública acabe viendo como un mal menor la gobernanza y la vigente forma de organizar la lucha climática, dejándola en manos de funcionarios de la ONU, muy bien remunerados y libres de impuestos, y apoyados por sus principales estructuras: el PNUMA, la Convención Marco y las COP. Se trata de un gigantismo burocrático, vigilado por las energéticas; es la huella que dejó como legado Maurice Strong. Conspiradores y negacionistas del cambio climático son dos caras de la misma moneda.

 

Marcha atrás: tercera derrota electoral consecutiva del correísmo

Daniel Noboa, joven heredero de uno de los más importantes emporios empresariales del Ecuador, se reelige como mandatario de este pequeño país andino con aproximadamente 1.2 millones de votos sobre su adversaria progresista.

Por Decio Machado/ Semanario Brecha

Tras la primera parte del ciclo progresista en el presente siglo, esa que se enmarca entre el triunfo de Hugo Chávez en 1999 y el fin del gobierno de Rafael Correa en 2017, el único país en el que dicha sensibilidad política no volvió a recuperar el poder en ningún momento ha sido Ecuador.

Así, el pasado 13 de abril, la Revolución Ciudadana -partido político liderado por el ex presidente Rafael Correa desde el exilio- en unas elecciones en las que tenía todo a su favor para volver a ser gobierno, volvió nuevamente a ser derrotada en las urnas.

El caso ecuatoriano es de estudio académico. A diferencia de países como Argentina, Bolivia, Brasil, Chile o Uruguay; Ecuador se enmarca en un derrotero de constantes fracasos electorales tras el fin de la década de mandato correísta, entre 2007 y 2017, y la posterior traición política de su sucesor en el cargo Lenín Moreno entre 2017 y 2021.

A partir de entonces, las candidaturas presidenciales del correísmo, tanto en 2021 con Andrés Arauz al frente, como en 2023 y ahora en 2025 con Luisa González como relevo presidencial, la Revolución Ciudadana consagra su tercera derrota electoral consecutiva en apenas cuatro años.

Especializados en perder lo que parecía imposible de perder

Si algo caracteriza al progresismo ecuatoriano en estos últimos años ha sido su especialización en perder campaña electorales, a priori, consideradas difícilmente perdibles por el correísmo.

En 2021 el joven quinquelingüe y brillante economista Andrés Arauz, quien se perfilaba como el heredero de Rafael Correa al frente el progresismo ecuatoriano, se veía inverosímilmente derrotado frente al septuagenario bachiller y banquero Guillermo Lasso, en un país donde la banca ha sido responsable del exilio económico de más de un millón de personas apenas una generación atrás.

En 2023, tras la renuncia de Guillermo Lasso en apenas treinta meses de gobierno y con todo a su favor para volver al sillón presidencial del Palacio de Carondelet, el progresismo ecuatoriano perdía las elecciones de forma sorprendente tras el asesinado de uno de los candidatos presidenciales, hecho exógeno a la disputa electoral que le permitió a Daniel Noboa entrar en la segunda vuelta y ganar con apuros el balotaje frente a Luisa González, una abogada forjada a sí misma y proveniente de sectores populares costeños.

El pasado domingo 13 de abril, tras una campaña electoral en primera vuelta marcada por la brillante estrategia de consultores extranjeros que permitió polarizar entre Luisa González y Daniel Noboa unas elecciones en la que participaban dieciséis candidaturas presidenciales; el correísmo se dio de bruces en una segunda vuelta cuya principal característica fue volver a repetir errores tácticos y operacionales propios de sus campañas anteriores.

Entre estos destaca su incapacidad para desmarcarse del gobierno de Nicolás Maduro, régimen político que genera escasas simpatía en el país; sus limitaciones a la hora de generar confianza respecto a su programa económico de gobierno, especialmente en todo lo que tiene que ver con el sostenimiento de la dolarización; y su torpeza para comunicar un talante dialogante, abierto y democrático que genere certidumbre ante una sociedad que recibe un permanente bombardeo mediático a través del cual se le acusa al correísmo de corrupción y autoritarismo.

Así las cosas, la ventaja en intención de voto favorable a Luisa González tras el pacto entre el correísmo y otras «izquierdas», el movimiento indígena y otros sectores social populares generado tras el arranque de la segunda vuelta, se vio mermada por errores cometidos por la candidata progresista y su equipo de asesores en el debate presidencial televisivo frente a Daniel Noboa. Un debate por cierto, marcado más por la limitación dialectica y sobreactuación teatral de ambos candidatos que por la visibilización de sus atributos positivos para sacar adelante a un país inmerso en una crisis de caracter multidimensional y diez puntos porcentuales más pobre hoy que 10 años atrás.

Si el objetivo era marcar la diferencia entre Luisa González y Rafael Correa, dado que la oposición conservadora acusaba a la primera de ser marioneta del segundo, el resultado fue todo lo contrario. Luisa González terminó pareciéndose mucho en ese debate al líder principal de la Revolución Ciudadana, quien desde hace años es objeto permanente de orquestados ataques desde diferentes ámbitos mediáticos, procesales, sociales, académicos y políticos.

Desde entonces, 23 de marzo, hasta las elecciones del pasado domingo, el correísmo perdió la iniciativa política inmerso en una ceguera colectiva, pero principalmente de la mayoría de actores y sujetos involucrados de forma directa en la disputa electoral.

Por si lo anterior fuera poco, el uso de la Fiscalía General del Estado como herramienta política electoral por parte del Gobierno Nacional -Noboa siempre jugó con la cancha inclina a su favor en esta campaña electoral-, permitió hacer públicos los chats y grabaciones de audio contenidas en los dispositivos tecnológicos incautados a uno de las autoridades alineadas a las filas del correísmo dentro del Consejo de Participación Ciudadana, entidad responsable de la designación de autoridades en organismos de control en el país. Lo anterior, transparentó los intestinos de una organización política donde muchos de sus miembros se graban las conversaciones entre ellos, descalificándose entre sí de forma muy poco elegante y con ciertos aires de superioridad.

Si Luisa González, con una campaña fresca y muy poco ideológica, había sumado en primera vuelta unos 10 puntos porcentuales más que lo que venía sumando la Revolución Ciudadana en esa misma fase de campaña anteriores; posiblemente perdió la mitad de ese voto blando en la segunda vuelta, siendo este reemplazado por un voto más ideológico afín a las organizaciones políticas y sociales que les expresaron respaldo en esta segunda fase de campaña. En resumen y dicho en términos populares, «subió la carne pero bajó el pescado», todo ello inmersos en una campaña de acusaciones mutuas entre los candidatos presidenciales donde no existió conversación alguna con el electorado.

Pocos días antes de la jornada del balotaje y en un ambiente de espiral triunfalista por parte del correísmo, algunas de las investigaciones cualitativas indicaban ya mayor resistencia ante Luisa González que frente a Daniel Noboa en determinados segmentos del electorado que aun mostraban incertidumbre respecto a su intención de voto. No importó, todo fue ignorado, una vez más los trofeos de guerra era despilfarrados en celebraciones prematuras.

De error en error hasta la derrota final

Lo anterior desembocó en la tragedia, no solo para el correísmo sino para el conjunto del pueblo ecuatoriano, de la noche del pasado domingo 13 de abril.

Pese a que todo mandatario que corre para una reelección hace que la disputa electoral se convierta en un plebiscito sobre su gestión, en este caso quince meses de gobierno noboista sin un solo hito o meta cumplida en su gestión, más por rechazo al correísmo que por apoyo a Daniel Noboa, este último se imponía con el 55,60% de los votos válidos emitidos.

Pero como dice la sabiduría popular “no hay dos sin tres”, motivo por el cual la dirigencia correísta cometería su último error estratégico electoral en la noche de autos, no reconocimiento los resultados y acusando de fraude al Consejo Nacional Electoral. Si bien es cierto que la campaña electoral de Noboa se caracterizó con una sucesión de irregularidades permitidas cómplicemente por los órganos rectores y de control de la democracia, lo que le permitió jugar con notable ventaja frente al correísmo, también lo es que hasta lo fecha sigue sin presentarse una sola prueba con el suficiente sostén como para acreditar tal denuncia robo en las urnas, motivo por el cual el correísmo se ahonda aun más en su propia crisis de credibilidad.

Nubarrones en el horizonte

Dos izquierdas políticas de importancia existen en Ecuador, una político institucional, la Revolución Ciudadana, y otra político social, la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE). Una con presencia y en disputa permanente por las instituciones y otra con músculo social movilizador. Los errores de campañas ponen dejan en este momento a ambos ejes de intervención política muy tocados tras los resultados del pasado domingo.

Como sorteará la indudable crisis interna que seguramente se le avecina a la Revolución Ciudadana tras su tercera derrota electoral consecutiva, en esta ocasión por “goleada”, tras haber sido la fuerza hegemónica en el país durante los años anteriores es una pregunta todavía sin respuesta. Unos hablan de un posible riesgo de implosión interna, otros de la necesaria renovación de sus cargos dirigentes en dicha corriente política e incluso hay quienes indican de posibles futuros escenarios de rupturas en territorios determinados ante las elecciones seccionales que tendrán lugar en el país dentro de dos años. Todo en estos momentos es incertidumbre, especulación y evidentemente una grieta por donde el aparato mediático y gubernamental actua como herramienta para intentar agudizar fisuras.

Y de igual manera sucede en el movimiento indígena, donde su actual dirigencia, comprometida en la lucha contra las políticas neoliberales en el país, apoyaron contra “viento y marea” la candidatura de Luisa González en la segunda vuelta. Ahí, en ese ámbito menos funcionarial y más militante, en el segundo semestre de este año deberá tener lugar el Congreso de la CONAIE para la elección de nuevas autoridades del movimiento indígena, momento en el que Leonidas Iza -actual presidente de la organización- y su equipo deberán hacer frente a los sectores indígenas más conservadores que financiados por el gobierno de Noboa se oponían al pacto con el correísmo y ahora planifican el asalto a la dirección del movimiento social más importante del país. Un hipotético triunfo de los opositores a la actual dirección de la CONAIE supondría la entrega, bajo prebendas, al gobierno de la única organización social en el país con musculatura para construir resistencias contrahegemónicas a los envites neoliberales por llegar durante el próximo período de mandato noboista.

Así las cosas, lo sucedido el pasado domingo debería analizarse en toda su profundidad, la cual va mucho más allá de lo electoral. Bajo la hipótesis del peor escenario en estos momentos posible pero perfectamente factible dada estado de situación, una crisis interna que debilite aun más al maltrecho correísmo sumada a una derrota de los sectores con compromiso con la lucha popular y social al frente del movimiento indígena, supondría dejar convertido en un erial a la izquierda política y social del país durante la próxima década. Todo ello además inmersos en un proceso de nueva constituyente, ya anunciado con carácter de urgencia por los voceros del gobierno de Daniel Noboa, que implicará un fuerte retroceso de las conquistas sociales plasmadas en la aun vigente Constitución de 2008.