Adrián Piva: «El Estado no es la solución»

La teoría económica, incluso el marxismo, ha tendido a separar la política de la economía. Esto condujo a que sectores de la izquierda consideren al Estado capitalista como un ente «exterior», capaz de regular al capital a su antojo. Pero cuando la sociedad capitalista entra en crisis, entra en crisis el conjunto de las relaciones sociales, incluyendo el Estado. No se trata de determinismo económico sino de relaciones de fuerza entre clases.

Entrevista por Martín Mosquera

Adrián Piva es especialista en el estudio de la relación entre modo de acumulación de capital y la dominación política, y uno de los marxistas latinoamericanos más interesantes de su generación. En esta entrevista, explica su comprensión de algunos de los puntos centrales del análisis marxista de la economía.

MM

¿Qué debe entender un marxista por economía? ¿Cuál es el estatus de la economía como tal desde un punto de vista marxista?

AP

Esa es una pregunta difícil de responder. En principio, tendríamos que empezar diciendo que la distinción entre economía y política es relativamente reciente. Es decir, nace con el capitalismo; previamente, esta separación no existía ni en el pensamiento ni en los hechos: explotación y dominación coincidían, del mismo modo en que la dirección y vigilancia del proceso de trabajo son inseparables del proceso de explotación en la fábrica. Además, el aparato de dominio no estaba separado de la clase dominante. La propia clase dominante era la que ejercía el dominio político a través de aparatos, en ciertos casos con un alto grado de centralización.

Por lo tanto, la separación de economía y política aparece con la transición al capitalismo. Pero tenemos que agregar que esta separación es aparente, porque en realidad no hay explotación sin dominación. La unidad sigue estando presente como condición para la reproducción de las sociedades capitalistas. Esto no significa que sea una simple ilusión ideológica o una apariencia subjetiva, sino que es lo que los marxistas llamamos apariencia objetiva. Efectivamente, los fenómenos se presentan de esa manera y el hecho de que se presenten de esa manera tiene importancia para que la sociedad capitalista se reproduzca. Entonces, esta separación entre economía y política tiene esta doble dimensión: por un lado es aparente, hay una unidad de fondo —no habría explotación económica sin dominación política—; por otro lado, cierto grado de separación objetiva es una necesidad para la reproducción del sistema.

En ese sentido, podemos decir que el estatuto de la economía es ambiguo. Ni es una esfera separada como la consideran los economistas, que piensan que puede tratarse como un área particular, con sus propias leyes (leyes además semejantes a las ciencias naturales, etcétera), ni tampoco podemos decir que carece de importancia analizar aspectos específicamente económicos, que no existen dimensiones específicamente económicas, aunque solo es posible comprenderlas en su relación con las dimensiones específicamente políticas.

Un fenómeno como la inflación es interesante para observar esto. Por un lado, pueden verse en la inflación aspectos específicamente económicos, que tienen que ver con fenómenos monetarios, la productividad de la economía, etcétera. Pero, por otro lado, el hecho de que ciertos procesos se desarrollen o no de manera inflacionaria depende en gran medida de aspectos que llamaríamos propiamente políticos: la relación de fuerzas entre las clases, la manera en que se expresa en el Estado, cómo el Estado da forma a las relaciones de dominación…

 

MM

Hay un debate histórico sobre si el marxismo es un economicismo. Me interesa tu opinión sobre una forma específica del economicismo, que es la lectura que postula al capital como una relación social que totaliza al conjunto de la sociedad y, por lo tanto, como un sujeto que se autodesenvuelve automáticamente. 

AP

Hay una larga tradición en el marxismo que entiende el capital como una relación social que es totalizante en el sentido de que abarca todos los aspectos de la vida social, donde no hay (este es ya un primer debate) ninguna esfera de la vida social que no pueda ser explicada por la teoría del capital. Pensemos en las relaciones de opresión de género. ¿Pueden reducirse a la relación capitalista? Bueno, yo creo que no. Creo, por ejemplo, que el psicoanálisis es efectivamente necesario para entender alguno de esos fenómenos (y que, a su vez, el objeto del psicoanálisis no puede ser reducido completamente a la relación de capital).

Por otro lado, existe también la noción, en la mayoría de los casos asociada a la anterior, de que el capital es un sujeto que se autodesarrolla, se autodesenvuelve. Esta noción encuentra fundamento en la propia apariencia de la relación de capital. La relación de capital se presenta como una relación objetiva, que se autodesarrolla, cuyo desarrollo no tiene límites, o bien, si los tiene, se trata de límites internos, límites que aparecen como resultado de un desarrollo objetivo en el que no es clara la intervención de los seres humanos como sujetos.

Yo no soy afín a ese tipo de lecturas de Marx, aunque hay algunas de ellas que tienen planteos interesantes, como la de Moishe Postone. Pero, todas esas perspectivas se aproximan al capital con la idea de que tiene una lógica, y esa lógica es entendida como un movimiento o proceso que se abstrae de los accidentes, de la contingencia histórica, en el que las relaciones entre los distintos fenómenos son relaciones lógicamente necesarias. Yo, por el contrario, creo que la historia de la relación de Marx con el idealismo alemán, en particular con Hegel, es la de un creciente distanciamiento de una concepción de la historia como movimiento lógicamente necesario.

Marx a lo largo de su obra da cada vez más espacio a la contingencia como clave para entender el desarrollo histórico. Las contradicciones, que son las que explican el movimiento histórico, para Marx son contradicciones históricas que tienen soluciones históricas, contingentes, y por tanto el propio desarrollo del capital está atravesado por esa contingencia, no puede entenderse como el desarrollo de una lógica objetiva. En ese sentido, las relaciones de fuerza, los conflictos sociales, la lucha de clases son elementos centrales para entender las formas históricas que asume el capital y cómo se desarrolla en el tiempo.

 

MM

¿Cuáles son las principales diferencias entre el marxismo y las escuelas económicas «heterodoxas», especialmente las que provienen del keynesianismo?

AP

En primer lugar, una aclaración: hay que distinguir, por un lado, entre el keynesianismo y las corrientes poskeynesianas, sobre todo de los años sesenta y setenta, (e incluso de los cincuenta), y, por otro lado, la llamada síntesis neoclásico – keynesiana (mainstream en la segunda posguerra) y los contemporáneos neokeynesianos (algo así como el keynesianismo después del neoliberalismo). Las teorías keynesianas y poskeynesianas han hecho aportes interesantes a la comprensión del funcionamiento del capitalismo; y el marxismo, en ese sentido, tiene una relación con esos enfoques, como la que  ha tenido con la economía política clásica en sus orígenes, en el sentido de que su crítica permite recuperar y transformar esos aportes para integrarlos en una teoría marxista del capital.

Dicho esto, el agrupamiento del marxismo junto con las corrientes keynesianas y poskeynesianas dentro de ese gran paraguas que se denomina «heterodoxia» está bastante vinculado a la etapa que se inicia con el predominio del neoliberalismo. Y con cierta tendencia, sobre todo en algunos sectores de la izquierda, a identificar al neoliberalismo como enemigo principal. En un modo no siempre explícito, se construyó una especie de «frente único» entre keynesianos y marxistas contra el neoliberalismo. Yo creo que ahí hay un problema de fondo, que tiene que ver con la manera en que se comprendió al neoliberalismo y con la forma en que se comprende al Estado. En líneas generales, la tendencia fue asumir que el Estado era capaz de regular la economía en un sentido favorable a los trabajadores y que, en ese punto, había confluencia en torno a dos aspectos: una crítica teórica de la economía neoclásica y de las corrientes neoliberales en particular, por una parte, y la defensa del Estado de bienestar en los países europeos, la defensa de determinados aspectos de los Estados nacional-populares o populistas en América Latina, la defensa de cierta intervención del Estado, en definitiva, por otra.

El problema no es tanto que pueda haber una confluencia política o práctica en la oposición a determinada privatización, en la defensa de determinado derecho laboral o en la demanda de la intervención del Estado en algún punto especifico, lo que es una práctica habitual de la lucha social, tanto en el terreno sindical como el terreno político. El problema está cuando empieza a asumirse que efectivamente el Estado, de alguna manera, es un tercero que puede arbitrar, que puede regular la acumulación desde fuera, e impedir que o bien las crisis se desarrollen o bien que sus efectos se descarguen sobre la vida de la clase trabajadora.

Esto se conecta con lo que decía antes, el hecho de que Estado y capital están solo en apariencia separados, pero, tras esa apariencia, hay unidad entre ambos. El capital no es una relación social puramente económica, el Estado es uno de los modos en que la sociedad capitalista se desenvuelve, se desarrolla, se reproduce. El Estado es parte del problema, no de la solución. Cuando la sociedad capitalista entra en crisis, entra en crisis el conjunto de esas relaciones sociales; entra en crisis lo que llamamos «la economía» y entra en crisis también lo que llamamos «la política».

Por otro lado, la intervención del Estado tiene límites. La separación entre economía y política se origina en el hecho de que la relación de capital tiene ciertas características que hacen que la regulación estatal de las relaciones económicas no pueda desarrollarse más allá de cierto punto sin poner en crisis esa misma relación. ¿Por qué? Porque esas relaciones están articuladas a través del mercado. Y esto no es ficción, es una realidad. Capitalista y trabajadores se vinculan a través de la compra y venta de mercancías: compra – venta de la fuerza de trabajo, compra – venta de bienes de consumo, compra – venta de medios de producción, etcétera. El conjunto de las relaciones sociales está mediado, articulado, por relaciones de mercado. El Estado, entonces, tiene límites reales para la intervención; si la intervención del Estado disuelve la separación entre economía y política, que es la condición de funcionamiento del mercado, pone en crisis la forma en que se articulan las relaciones sociales.

Un ejemplo clásico de esto es el problema de la regulación de los precios. Ciertas corrientes heterodoxas (aunque no Keynes, por cierto) parecen pensar que el Estado podría regular los precios de manera casi ilimitada. Esto no es así. Más allá de cierto punto se producen fenómenos de escasez, aparecen «mercados negros» y procesos de desinversión, etcétera. Entonces, emergen concretamente los límites del Estado para regular la economía y, más en general, los límites que tiene para intervenir de manera favorable a los trabajadores. En cierto punto, los gobiernos y el personal del Estado, sienten la necesidad de dar solución a los problemas que creó su propia intervención, porque afectan a la reproducción del aparato estatal: si la economía entra en crisis, el Estado no tiene recursos, pierde capacidades,  etcétera.

Por lo tanto, la diferencia de fondo con la heterodoxia, creo yo, gira en torno a la naturaleza y el rol del Estado. En el keynesianismo, en el poskeynesianismo y en otras corrientes heterodoxas existe la idea de que el Estado es un tercero que puede regular la acumulación de manera que las crisis desaparezcan, o de que la intervención del Estado puede hacer compatible el desarrollo capitalista con una tendencia permanente a la mejora de la vida de los trabajadores. Estas nociones, desde el punto de vista marxista, son utópicas. Existe un límite objetivo a esas intervenciones: en algún momento la crisis se precipita y afecta al propio Estado; por ello, las mejoras en la vida de los trabajadores están siempre amenazadas, son precarias. Las épocas de retroceso, como pasó en toda la fase neoliberal, ponen de manifiesto esos límites: detrás del neoliberalismo está la crisis del keynesianismo.

MM

¿Hay una teoría marxista de la crisis? ¿En qué consiste? Y, más en particular, ¿no hay una tendencia del marxismo a enfatizar unilateralmente el papel disruptivo de la dominación de la crisis capitalista, subestimando su posible carácter disciplinante? 

AP

Como lo demuestran la teoría del Estado, la teoría de las ideologías, la teoría de las clases, etcétera., el marxismo está en construcción. No podemos pensar que la teoría marxista es una teoría ya terminada. La construcción de varias ortodoxias y, en particular, la transformación del marxismo en ideología de Estado en los «socialismos reales», han hecho difícil el desarrollo de la teoría. Pero la derrota catastrófica de las estrategias revolucionaria y reformista de la clase obrera desde los setenta, ambas ligadas al marxismo, han producido crisis y dispersión. De hecho, en muchos aspectos vemos que todavía nos encontramos en el lugar donde Marx dejó las cosas. Si bien hay muchos avances teóricos, son avances heterogéneos, fragmentarios, con bajo grado de integración. A lo que hay que agregar la marginalización de nuestro pensamiento en ámbitos intelectuales y académicos, acompañada de desconocimiento y caricaturización.

Sin embargo, las teorías marxistas de la crisis tuvieron mucho más desarrollo que otros temas. Lo que dejó Marx son apenas esbozos, en distintas partes de los Grundrisse y El capital, interpretables de modos muy diversos. El gran debate teórico sobre las crisis se inicia después de la muerte de Marx e incluso de Engels. En el marxismo clásico podemos encontrar explicaciones multicausales e incluso eclécticas, pero en todas ellas están presentes elementos de una teoría que explica la crisis por el subconsumo o insuficiencia de la demanda. Este enfoque ha seguido muy presente en el marxismo. También desde los primeros debates encontramos a quienes explican las crisis como producto de la tendencia a la sobreproducción; en estos casos el énfasis de la explicación está puesto en la anarquía de la producción capitalista. Las explicaciones por sobreproducción han ganado terreno entre los marxistas en las últimas décadas. Desde los años 1930 hasta la actualidad ha tenido mucha difusión la teoría de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, aunque en las últimas décadas muchos marxistas la han abandonado. Y después están las teorías más recientes, sobre el carácter financiarizado de las relaciones capitalistas en los últimos cuarenta años.

Ante tal variedad, no podemos hablar de «una» teoría sino de diversas teorías marxistas de la crisis. Pero lo que sí me parece importante destacar, como un rasgo compartido por la mayoría de esos enfoques, es el énfasis en la producción y en la tendencia al desequilibrio del proceso de acumulación de capital que creo que es un punto de partida muy importante para entender la cuestión. En el centro del análisis marxista de la producción capitalista está la tendencia a la acumulación de capital; dicha tendencia impulsa a aumentar continuamente la producción y esto es lo que genera desequilibrios y finalmente conduce a fenómenos de crisis. Marx en los Grundrisse insiste mucho en este punto frente a la economía vulgar (hoy la neoclásica) pero también frente a la economía política clásica (y hoy diríamos también la heterodoxia). Marx señala una y otra vez que el problema central de la economía es que en el fondo siempre entiende la producción capitalista como producción para el consumo y al intercambio como intercambio mercantil simple. Más allá de los mecanismos específicos que conducen a las crisis (esto es lo que discuten, a fin de cuentas, las diversas teorías) el énfasis en la acumulación permanente —y el hecho de que esta acumulación tiene un límite, que conduce finalmente a la crisis— me parece el rasgo más valioso de las teorías marxistas de la crisis. Ante ciertas corrientes del marxismo, que en los últimos cuarenta o cincuenta años han puesto cada vez más énfasis en fenómenos de carácter financiero, creo que hay que volver a centrarnos en la producción.

Ahora bien, en lo que refiere al énfasis que la izquierda en general ha hecho en la crisis como momento de desestructuración de la dominación y, por lo tanto, como oportunidad política, creo que ha habido una subestimación del carácter disciplinante de la crisis. La crisis general – de eso hablamos – es una crisis de reproducción de la sociedad, es decir, un proceso de disolución de la sociedad, más o menos agudo según la crisis sea más o menos profunda. Puede ser catastrófico o puede desarrollarse gradualmente en el tiempo pero, como sea, se trata de procesos de crisis de reproducción de la sociedad, de disolución de los lazos sociales, que afectan a todos los sectores sociales. Y a medida que la crisis se profundiza, se agrava, se prolonga en el tiempo, afecta mucho a la clase trabajadora y a los sectores populares.

Ese efecto disciplinante es muy importante sobre todo en períodos de crisis de alternativa política. Porque ante la ausencia de alternativa política, la clase trabajadora, si está movilizada y organizada,  solo puede tener cierta capacidad de bloqueo. Y el éxito en el bloqueo a la ofensiva capitalista lo que tiende a provocar es una prolongación en el tiempo de la crisis y, en algún momento, inevitablemente, su profundización. Entonces es ahí donde el efecto disciplinante juega un papel importante.

En ese sentido, no creo que sea casual que este papel disciplinante apareciera como un problema en la Europa de los años 1920 y los 1930, pasada la primera oleada revolucionaria tras la Revolución de Octubre y un contexto de reflujo y derrota de la revolución en Europa. En ese momento, la revolución dejó de ser vista como inmediatamente posible; creció la demanda de orden y empezó a hacer mella en los propios trabajadores. Lo mismo pasó en Argentina durante la hiperinflación: un fenómeno muy agudo de disolución de lazos sociales que generó una demanda de orden y de estabilidad en todos los grupos sociales. Y lo mismo podría pasar con fenómenos como el que vivimos actualmente en Argentina, con una prolongación indefinida de la crisis.

Ahora bien, también es cierto que, en tanto la crisis no está resuelta, el juego está abierto. Por lo tanto, es verdad que es una oportunidad política y que el futuro se juega también en los modos en que la clase trabajadora y los sectores populares se organizan y responden. Pero la estrategia a seguir no puede basarse en la idea de que la profundización de la crisis vuelve más probable procesos de radicalización popular, porque ese es solo uno de los cursos posibles.

 

MM

¿Qué pensás del debate en torno a que asistimos al final del ciclo neoliberal del capitalismo?

AP

En principio hay que definir qué fue el neoliberalismo. Podemos decir que fue dos cosas: primero, una estrategia de ofensiva del capital contra el trabajo que se desarrolla tras la crisis del capitalismo de posguerra, una respuesta a la crisis de acumulación global y a la  crisis del Estado keynesiano en USA, de los Estados de bienestar keynesianos de Europa, de los Estados populistas de América Latina y también de los «socialismos reales».

El neoliberalismo dio unidad y coherencia a una ofensiva que ya se había iniciado molecularmente: los procesos de deslocalización de capitales del centro a la periferia son parte de esa respuesta que comenzó entre fines de los sesenta y mediados de los setenta y que dieron inicio al proceso de internacionalización de la producción.

La especificidad de la estrategia de ofensiva neoliberal fue el uso de la coerción del mercado como medio de disciplinamiento. Esto no quiere decir que haya estado ausente la violencia o que no haya jugado un papel fundamental. Las dictaduras militares de los setenta en América Latina son una evidencia elocuente. Pero la violencia es un rasgo siempre presente en las estrategias de ofensiva del capital, no es una especificidad histórica. El uso de la violencia estatal es un rasgo inherente a cualquier ofensiva capitalista, nunca va a estar ausente.

El problema es, entonces, ¿qué fue lo específico de la ofensiva neoliberal? Y es que la violencia estatal estuvo orientada a transformar las relaciones entre Estado y acumulación de modo que se convirtió al mercado en un medio de disciplinamiento, de desorganización de la clase obrera y de individualización de los comportamientos sociales. Se podría objetar que la coerción mercantil también es un elemento siempre presente en el capitalismo, pero esa coerción que estructura la relación de explotación capitalista se define, justamente, por su carácter económico, no político, como un aspecto esencial de la separación entre explotación y dominación que mencionábamos antes. En el neoliberalismo la coerción del mercado se transforma en un arma política. La segunda dimensión del neoliberalismo, por lo tanto, es como modo de dominación política. Porque lo que vemos desde fines de los años 1980 (en algunos casos, desde principios de los años 1980) es la estabilización del neoliberalismo como modo duradero de dominación. Sobre la base de un proceso de internacionalización en marcha – y al que, a su vez, dio impulso – la combinación de apertura comercial y financiera, desregulación de los mercados y políticas monetarias restrictivas transformó la coerción mercantil en un mecanismo duradero de dominación sobre masas desmovilizadas e individualizadas.

Sin embargo, ya desde la segunda mitad de los años noventa se empezaron a ver los límites de esa estructura de dominación y se desarrollaron una serie de crisis en la periferia: en el sudeste asiático en 1997, la crisis rusa de 1998, en el 2001 la crisis en Argentina y también la crisis turca… En fin, una serie de fenómenos puso de manifiesto que el mecanismo de dominación neoliberal se empezaba a agrietar. El mecanismo de coerción mercantil resultaba ineficaz como mecanismo de dominio y se desarrollaban procesos de movilización popular. En ese contexto, en algunas regiones de la periferia se desarrollaron ensayos posneoliberales. Es lo que ocurrió en gran parte de Sudamérica.

Una de las condiciones para que el neoliberalismo funcione es que el mercado sea eficaz para sostener la desmovilización. En la medida en que se producen procesos de movilización y los mecanismos de coerción mercantil empiezan a fracasar, podemos decir que comienza la crisis del neoliberalismo. Tras la crisis mundial de 2008, la crisis de estos mecanismos se demostró cada vez más global.

La principal evidencia de esta crisis es la ruptura de la restricción monetaria. La restricción monetaria es un mecanismo esencial del neoliberalismo. Elmar Altvater, en un viejo artículo, decía que la política monetaria era la trinchera de la ofensiva neoliberal contra la clase trabajadora. No se trata simplemente de limitar la emisión como política antiinflacionaria. Se trata del uso político, disciplinante, de la moneda. Es un límite a la expansión monetaria y fiscal como respuesta a la presión de las demandas populares. ¿Qué significa, entonces, el fin de la restricción monetaria? Que de alguna manera los procesos de movilización obligan al Estado a relajar esa restricción. La emisión de moneda es una respuesta a demandas que comienzan a emerger y que no se pueden simplemente reprimir (no hablamos solo del ejercicio de la violencia material sino, sobre todo, de la coerción del mercado).

Esto me parece muy claro en Estados Unidos después de la crisis mundial del 2008. Las llamadas políticas de «flexibilización cuantitativa», al comienzo, fueron una repuesta a la crisis financiera, un mecanismo para transferir dinero a los bancos y otras entidades financieras en un contexto de falta de liquidez. Pero llegaron para quedarse, y se transformaron en un mecanismo más o menos permanente hasta el alza reciente de los índices de inflación. Los sucesivos gobiernos (el final de la administración Bush, Obama, Trump y el propio Biden) no pueden escapar del aumento de gastos, el déficit fiscal y la expansión monetaria. Los intentos de volver al corset monetario neoliberal no tienen viabilidad política.

Pero si volvemos la vista al resto del mundo podemos ver, como decíamos antes, que desde fines de los noventa y agudamente desde 2008 la crisis del neoliberalismo es un fenómeno global. En el caso de Rusia y su zona de influencia, particularmente el Cáucaso y el Asia central, después de la crisis de 1998 comienza un proceso de salida del neoliberalismo. En todas esas economías se observa un rol creciente del Estado y una reversión parcial de las reformas neoliberales tras la disolución de la URSS. A eso hay que agregarle el crecimiento global de la economía china. Si bien China inicia su crecimiento con la transición al capitalismo desde fines de la década de los setenta, hasta fines de los años noventa la economía china no era un actor tan relevante. Pero desde principios de los 2000 China aumentó notablemente su peso económico global. Y China es un país que nunca llevó adelante políticas neoliberales en el sentido que las hemos conocido en gran parte del mundo desde los ochenta. Podríamos seguir agregando casos: el caso japonés desde los años noventa que, ante el inicio de un largo estancamiento, giró hacia políticas de aumento del gasto público e inversión en infraestructura.

Entonces, en mi opinión, existe un conjunto de elementos que muestran claramente una crisis del neoliberalismo y la tendencia a su abandono, sobre todo a partir de 2008. La Unión Europea ha sido una excepción parcial. En particular en la zona Euro la restricción monetaria y fiscal juega un papel político relevante por la modalidad de integración regional. La integración monetaria en un contexto en que los Estados nacionales retienen decisiones importantes en el terreno fiscal otorga a la disciplina monetaria impuesta por el BCE un papel central. Pero también allí hay elementos de agrietamiento del mecanismo de coerción de mercado. Desde 2008 crecieron las presiones por el relajamiento de la restricción monetaria y las crisis de gobierno se han vuelto recurrentes en muchos de los países europeos. En ese contexto, creció la oposición a la Unión Europea. En fin, existen una serie de elementos tanto en la Zona Euro como en la Unión Europea en general que plantean, si bien no una salida del neoliberalismo, sí una crisis en ciernes, e incluso cierta tendencia del Banco Central Europeo a relajar la restricción monetaria.

Ahora bien, que el neoliberalismo esté en crisis no quiere decir que no haya intentos de restauración neoliberal. En América Latina los hemos visto recientemente. Es el caso del macrismo en Argentina, que fue un intento de restauración neoliberal fallido. También podemos citar el caso brasileño, y la experiencia de Bolsonaro no se puede considerar tampoco exitosa.

Sin embargo, que el neoliberalismo esté en crisis a nivel mundial y que los intentos de restauración neoliberal en la región hayan fracasado no quiere decir que haya un proceso de mejora en la situación de las clases populares. La crisis del neoliberalismo es un aspecto de una crisis global que atraviesa el capitalismo desde 2008. Y el capitalismo no termina de encontrar respuesta. Se enmarca en un proceso de transformación muy profundo del capitalismo desde mediados de los setenta, una transformación como no veíamos desde fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Y en ese proceso de crisis y de transformación profunda del capitalismo, las presiones por llevar adelante una ofensiva sobre la clase trabajadora son muy fuertes en todo el mundo. La emergencia de las nuevas derechas es un aspecto de este proceso. Sobre todo, frente a la ausencia de alternativas anticapitalistas, por lo menos en lo inmediato. Por lo tanto, la crisis del neoliberalismo no significa que estemos ante la inminencia de un giro progresista a nivel mundial. La crisis del neoliberalismo es el terreno de una disputa: hay intentos de restauración neoliberal, hay ensayos posneoliberales de izquierda o populistas como ocurrió en América Latina, y también hay nuevos fenómenos de derecha posneoliberal, que son cada vez más amenazantes.

En este sentido, yo creo que la difusión del término «neoliberalismo autoritario» ha tendido a inflar el concepto de neoliberalismo hasta volverlo inútil para entender lo que está ocurriendo. Porque autoritario, en mi opinión, tiende a dar cuenta de lo que empieza a ser el rasgo más claro de la respuesta a la crisis del neoliberalismo: una cierta repolitización de la lucha de clases. Es decir, si el neoliberalismo se caracterizó por un predominio de la coerción mercantil como mecanismo de disciplina, cuando el mercado empieza a fallar y la dominación se agrieta aparece como respuesta cierta repolitización de la lucha de clases. Crece el papel del Estado en ese disciplinamiento. Me parece que el adjetivo «autoritario» que se agrega a neoliberalismo trata de captar esto.

Si me preguntás cuales son los rasgos de ese posneoliberalismo emergente, sinceramente no sé, porque estamos en un proceso de transformación y los bordes no se ven claros todavía, las tendencias no son tan claras. Pero un elemento que sí me parece persistente es esta repolitización autoritaria de la lucha de clases. Pero esa repolitización no es necesariamente progresiva, y eso nos devuelve al principio, cuando hablábamos de las diferencias con el keynesianismo, sobre si un mayor papel del Estado es siempre favorable a las clases populares. Si fuera el caso, una repolitización de la lucha de clases sería una buena noticia. Pero no necesariamente es así.

Una repolitización de la lucha de clases y un creciente papel del Estado pueden significar un proceso de disciplinamiento autoritario. En muchos lugares, lo que podemos ver es que, ante la dificultad del Estado para integrar demandas, se producen procesos mixtos: se integran las demandas de algunos sectores, se reprimen o neutralizan las de otros. Experiencias tan disímiles como las de Turquía de Erdoğan, El Salvador de Bukele, la Rusia de Putin, la deriva autoritaria de la derecha republicana en USA (el «trumpismo») y  los mecanismos de integración y represión políticos del régimen chino parecen orientarse en esa dirección común. Incluso, tras el fracaso de la restauración neoliberal, el «bolsonarismo» en su etapa final en el gobierno y en su debut como oposición parece dirigirse hacia allí. En algunos casos estas tendencias se desarrollan en los marcos de la democracia formal, aunque tensionando sus límites, en otros en el marco de regímenes autoritarios.

Los fenómenos de crisis o al menos de puesta en discusión de los mecanismos de representación también son parte de estos cambios que están ocurriendo. Se pone de manifiesto en las disputas sobre los resultados electorales (EE. UU.), las luchas en torno a los mecanismos de elección popular y los cambios en los distritos electorales (Venezuela), la crisis de los gobiernos y la formación de mayorías parlamentarias (Unión Europea), etcétera, que la democracia tiene algo de ficción, que la construcción de una voluntad mayoritaria implica la definición de cómo se construye esa mayoría.

Ahora bien, el cuestionamiento a los mecanismos de representación no es del mismo tipo que a fines de los noventa y principios de los dos mil cuando, por ejemplo en Sudamérica, la crisis de representación tenía un elemento progresivo, en el sentido de que lo que se reivindicaba era la autoorganización popular, la acción directa de las masas, etcétera. Por el contrario, hoy aparece como un cuestionamiento a la democracia. Entonces, yo hoy no le veo un carácter tan progresivo a la crisis de los mecanismos de representación, por lo menos en lo inmediato… Desde la izquierda tenemos mucho para decir en relación a eso, pero lo cierto es que hoy esos cuestionamientos aparecen como parte de aquellos elementos de repolitización autoritaria de lucha de clases, como intentos de desconocimiento de las mayorías populares, seas cuales sean las formas de su construcción, intentos de exclusión de sectores populares que se movilizan y cuyas demandas no se pueden integrar, etcétera. Hablo de indicios, de tendencias incipientes, no necesariamente tiene que desarrollarse ese sendero. Lo central, en todo caso, en mi opinión, es que la repolitización autoritaria de la lucha de clases es un elemento común de estas formas posneoliberales. Incluso en aquellos gobiernos que intentan llevar adelante, por lo menos en sus intenciones explícitas o en sus discursos, salidas progresistas o de izquierda: veamos sino la deriva venezolana o lo que está ocurriendo en Nicaragua, incluso – en un grado muy diferente y como manifestación de la combinación de potencia popular y disciplinamiento estatal – el papel de control de la movilización y la organización populares ligado a la expansión del gasto social, como sucede actualmente en Argentina y aprovechó muy bien el macrismo. Esto no es nuevo, conocemos de sobra ese costado autoritario de los Estados de bienestar de posguerra, a pesar de su embellecimiento posterior por algunos sectores de la izquierda.

 

MM

¿Cómo entiende el marxismo la inflación? Y, más concretamente, ¿cuál es tu opinión sobre el retorno de la inflación como una problemática global?

AP

Primero, sobre el aspecto más conceptual de la inflación: antes decíamos que había una diversidad de teorías marxistas de la crisis, y con la inflación pasa algo parecido, porque el problema de la inflación está ligado a ciertas perspectivas marxistas sobre la acumulación, el dinero, etcétera.

En primer lugar, hay una diferencia importante con la heterodoxia, en particular con los keynesianismos. Lo digo en plural porque es muy difícil atribuir a Keynes ciertas afirmaciones: si hay algo que Keynes jamás ha dicho —y tenía razón— es que se pueda emitir indefinidamente. Keynes decía que mientras hubiera niveles altos de desempleo podía emitirse sin que esto generara inflación o, por lo menos, no una alta inflación; pero que mas allá de cierto punto empezaba a aparecer lo que llamaba la «verdadera inflación». Es decir, la emisión descontrolada no podía ser la respuesta a los problemas económicos. Keynes nunca dijo esto.

Pero en las últimas décadas han aparecido reinterpretaciones del keynesianismo y del poskeynesianismo que han negado cualquier vínculo entre emisión monetaria e inflación y que han tendido a aseverar que es posible emitir dinero siempre sin que esto genere inflación.

Afirmar que  existe un «lado monetario» de la inflación no es lo mismo que decir, como dicen los neoclásicos, que la inflación es puramente de origen monetario y que la emisión monetaria per se genera inflación. Esto evidentemente también es falso. Nunca se ha podido demostrar una correlación entre la emisión monetaria y la inflación como la que pretenden los neoclásicos, no existe tal cosa.

Los neoclásicos sostienen que el dinero es exógeno, es decir, que la determinación de la cantidad de dinero es básicamente una decisión política. Un aspecto valioso de las perspectivas poskeynesianas (los poskeynesianos tienen un punto a favor en esto respecto de Keynes), es que han enfatizado que el dinero es endógeno. Afirman que la cantidad de dinero depende, básicamente, de la demanda de dinero que genera la propia economía.

Ahora bien, en las últimas décadas entre los poskeynesianos surgió una corriente —que tiene su mayor expresión en la llamada Teoría Monetaria Moderna— que, simplificando,  plantea que podríamos aumentar siempre la cantidad de moneda sin efectos inflacionarios porque eso provocaría un aumento de la demanda, ese aumento de la demanda generaría una expectativa de mayor ganancia y, por lo tanto, un aumento de la inversión. Entonces siempre tendríamos niveles de inflación bajos, no se desataría un proceso inflacionario.

Para los marxistas esto no es así y, en general, aceptamos que existe un lado monetario de la inflación. Las explicaciones que dan los keynesianos y la mayoría de los poskeynesianos de los fenómenos económicos, en última instancia, son subjetivas, dependen de la psicología de las personas, de lo que esperan, de las expectativas que se forman. Para los marxistas existen determinaciones materiales, objetivas, de la acumulación de capital y de su tendencia a las crisis. La inversión depende, en lo esencial, de la tasa de ganancia y que la tasa de ganancia sea más alta o más baja no depende de expectativas. La inversión depende también de ciertas condiciones sociales, por ejemplo, será baja si existen problemas de dominación política que hagan que el marco de la inversión sea inestable. En tales condiciones — baja tasa de ganancia, problemas de dominación política, etcétera—, por más que se emita moneda e incluso que esto se traduzca en aumentos de la demanda, es altamente probable que la inversión no aumente o no aumente lo suficiente. Esto genera desajustes que terminan produciendo inflación. En particular, el financiamiento permanente del déficit fiscal por la vía de la emisión monetaria en condiciones de baja inversión puede generar fenómenos inflacionarios.

En segundo lugar, la inflación expresa ciertas relaciones de fuerzas. Antes yo hablaba de la restricción monetaria: si la respuesta frente a ciertas demandas es la restricción monetaria, lo más probable es que todo un conjunto de fenómenos económicos que comúnmente asociamos con la inflación – el ejemplo más usual, los aumentos de salarios – no se expresen de manera inflacionaria, que incluso las crisis den lugar a una dinámica deflacionaria, como pasó en Argentina en los años noventa.

Ahora bien, la ruptura de la restricción monetaria no es el simple producto de una decisión política, como sostienen los neoclásicos, tiene que ver con cierta incapacidad política para sostenerla. En muchos casos, lo que sucede es que la propia movilización de los trabajadores genera un relajamiento de la emisión monetaria, es decir, que se responda a esas demandas aumentando el gasto, emitiendo moneda, etcétera., en condiciones en que la inversión, por razones objetivas, no aumenta o no lo hace lo suficiente. De esa manera se valida el aumento de gastos, se valida el aumento de los ingresos populares, etcétera. En esas condiciones de ruptura de la restricción monetaria pueden aparecer, entonces, fenómenos inflacionarios.

Pero veamos ahora cómo opera esto concretamente para entender lo que pasó en los últimos años a nivel mundial y por qué tenemos fenómenos de inflación a nivel global.

Primero, independientemente de algunas de las cuestiones que estuvimos planteando, tenemos factores que impulsan el aumento de los precios por el lado de los costos de producción. Efectivamente, aumenta el precio de la energía producto de la guerra de Rusia contra Ucrania, y esto impacta en el costo de producción de las mercancías. Tenemos, además, problemas de suministro que se originaron con la pandemia. La internacionalización capitalista hizo de la producción un proceso global, lo que vuelve muy dependiente la cadena de suministros de ciertas condiciones de la circulación de mercancías a nivel mundial. La pandemia alteró estas condiciones de circulación y generó cuellos de botella en el suministro de determinadas materias primas, insumos, etcétera, que crearon presiones inflacionarias.

Todo esto ha jugado un papel en el aumento de precios de los últimos años, pero lo llamativo es cómo distintos fenómenos se expresan últimamente de manera inflacionaria después de 40 años de baja inflación. Incluso la inflación núcleo en Estados Unidos, sacando energía y alimentos, es históricamente alta. Creo, entonces, que es posible adjudicar los aumentos generalizados de precios de los últimos años a nivel global, y cierta tendencia a que fenómenos muy diversos se expresen de manera inflacionaria, al relajamiento de la restricción monetaria que identificamos como uno de los indicadores de la crisis del neoliberalismo. Allí donde aparecen obstáculos, restricciones, a la inversión, al aumento de la oferta, pueden desarrollarse tendencias inflacionarias. Yo creo que es una combinación de factores coyunturales (pandemia, guerra de Ucrania) y de transformaciones en la estructura de dominación lo que explica el retorno de la inflación.

 

MM

¿Y cómo explicás la prácticamente crónica inflación en Argentina?

AP

En Argentina tenemos una larga historia de inflación. En todo caso, en Argentina podemos decir que lo que sucede en estos momentos es que se agudizan tendencias que son locales. La aceleración de la inflación el último año obedece también en parte a estos problemas globales. Pero tenemos un problema de inflación profundo en el país. Pensemos que estamos hablando, aproximadamente, de un 10% de inflación anual en Europa… en Argentina esa cifra alcanza el 100 % anual. Entonces, efectivamente hay un problema más profundo y de larga data. Pero acá no me quiero ir tan atrás; quisiera limitarme a lo que pasa desde 2002 en adelante, desde la salida del plan de convertibilidad hasta hoy.

En el plano más general, existe un elemento que ha señalado el estructuralismo económico latinoamericano, en particular en Argentina, que creo que es correcto: la tendencia a la restricción externa al crecimiento. El hecho de que cuando la economía argentina crece tienden a aparecer problemas en el sector externo. Básicamente, faltan dólares porque salen más dólares de los que entran, por diversos motivos. El primero, el más profundo, tiene que ver con las importaciones que se generan por la propia producción; la industria argentina es una industria deficitaria que importa más de lo que exporta. Muchos de estos sectores orientan la producción hacia el mercado interno y otros, aunque exportan, no compensan lo que importan. Hay algunos sectores industriales que son netamente exportadores, que son superavitarios. Son los sectores que industrializan recursos naturales y otros de manufactura de origen industrial de bajo valor agregado. Pero, en líneas generales, se trata de una estructura industrial que genera déficit comercial.

También inciden otros comportamientos, como la fuga de capitales de los capitalistas locales, la remisión de utilidades de las empresas extranjeras y la salida de dólares por pago de intereses de la deuda externa. Y en los últimos años se suma también el tema de la energía, que fue particularmente duro este ultimo año por el aumento de precio del petróleo y del gas. Entonces, existe un problema de restricción externa al crecimiento, que durante las fases expansivas tiende a generar déficit de cuenta corriente y que produce presiones por la devaluación. Y la devaluación genera inflación. ¿Qué es la devaluación? La pérdida de valor de la moneda local, que hace que los precios expresados en moneda local aumenten, incluso aunque tengamos deflación en dólares, que es lo que suele pasar en los procesos de crisis. Tenemos un aumento notable de los precios en moneda local y una caída de los precios medidos en dólares, eso pasó en los últimos años.

Ahora bien, ¿cómo se responde a esa presión recurrente por la devaluación? Ahí entran a jugar otros elementos. Y para abordar esto quiero venir más acá en el tiempo, a la crisis de la convertibilidad en 2001. La crisis de la convertibilidad obedeció a factores de restricción externa, de falta de divisas, de la dinámica desequilibrada de crecimiento de un capitalismo dependiente periférico como el de Argentina. Pero en parte también respondió a la capacidad de la clase obrera de bloquear esa salida deflacionaria a la que me refería antes, de sostener un proceso deflacionario en el tiempo. Grecia demuestra que se puede; demuestra que era posible una salida que no fuera del tipo de la que se produjo en Argentina. En ese sentido, la movilización popular de diciembre de 2001 rompió la restricción monetaria, obligó a la devaluación e hizo que retorne esa tendencia a la expresión inflacionaria de ciertos fenómenos económicos y políticos (que, como decíamos, tienen una larga historia en Argentina).

Como la salida de la crisis de 2001 estuvo determinada por la movilización popular, la recomposición del poder político requirió la integración de demandas. Y ese proceso de integración de demandas se desarrolló en base a políticas fiscales y monetarias expansivas en un marco de comportamiento inversor reticente. Ese, de manera muy simplificada, es el núcleo del problema inflacionario, que se agudizó con la vuelta del déficit fiscal y de los problemas de restricción externa entre 2010 y 2011. A partir de ahí se combinan los problemas locales, la tendencia inflacionaria local, con los problemas globales: la crisis global de 2008 y su impacto pleno en la región después de 2013, tras la desaceleración de China y la caída de los precios de los commodities. En este escenario global, se desarrollaron presiones renovadas por el ajuste y la reestructuración. Cuando hablamos de reestructuración nos referimos a una renovación profunda de la base productiva local —la última se produjo en la primera mitad de los noventa—, a una transformación de los procesos de trabajo y un cambio en la estructura de gastos y funciones del Estado de naturaleza regresiva. Pero esas presiones se desarrollaron en un contexto local marcado por el bloqueo popular a los intentos de avanzar en ese proceso de reestructuración. Eso explica la irresolución de la crisis y la tendencia a la espiralización de devaluación e inflación.

Yo creo que en la base de la dinámica inflacionaria de los últimos diez años está esto. Después, específicamente, los momentos de aceleración o de cierta desaceleración requieren explicaciones particulares que me llevarían a una discusión mucho más larga…

Sin embargo, hay ciertas evidencias de que en el marco del estancamiento y la crisis las grandes empresas exportadoras han avanzado en el proceso de reestructuración y está además la discusión previa, la referida al impacto de la prolongación de la fase de estancamiento y crisis en la capacidad y la voluntad de bloqueo popular. Los procesos inflacionarios son particularmente eficaces para desarmar la resistencia popular en ausencia de alternativas políticas.

¿Qué nos dejó Mario Tronti?

«También nosotros habíamos visto primero el desarrollo capitalista, luego las luchas obreras. Es un error. Hay que invertir el problema, cambiar el signo, empezar de nuevo desde el principio: y el principio es la lucha de clases obrera.» (Mario Tronti)

por Luis Ibarra

El 7 de agosto murió Mario Tronti, organizador de trabajadores, senador italiano y filósofo político.

Tronti realizó lo que se considera como una revolución copernicana. Así como no es el Sol el que gira alrededor de la Tierra, sino la Tierra que se mueve en torno al Sol, “también nosotros habíamos visto primero el desarrollo capitalista, luego las luchas obreras. Es un error. Hay que invertir el problema, cambiar el signo, empezar de nuevo desde el principio: y el principio es la lucha de clases obrera [impreso en rojo en el original].”

Este era el comienzo del primer editorial del periódico classe operaia, publicado en el año 1964. A diferencia de los discursos que consideran los hechos a partir del capital y resaltan la continuidad, el método de la tendencia es el análisis desde el punto más alto del desarrollo. Y el punto más alto, para esta perspectiva, son las luchas.

Esa corriente se conoce desde entonces como obrerismo y anima a varios movimientos políticos de actualidad. Pero, después de tanto tiempo y de tantos cambios, ¿cuál es la actualidad de esta reflexión? En el año 2009, Tronti respondía a esa pregunta indicando tres características.

En primer lugar, el punto de vista. “Un punto de vista parcial, unilateral, anti universal. La idea fuerza del obrerismo es que sólo desde el punto de vista de parte se puede conocer el todo. Porque el conocimiento que el todo propone de sí mismo es siempre falso e ideológico; siempre conduce a una falsa apariencia. El único conocimiento verdadero y realista es el que una parte puede hacer de la totalidad. Porque este no es un simple conocimiento: es también una contraposición. Sólo desde el punto de vista de parte podemos oponernos al todo, organizar contra el todo una posición alternativa.”

El segundo rasgo de actualidad es la unidad de pensamiento y acción. “El pensamiento no sirve para producir otro pensamiento, sino para producir acción. Y acción conflictiva. El obrerismo es una política del conflicto y la diferencia.”

Por último, “la tercera razón para la permanencia del obrerismo es su anti-reformismo. En medio del sentido común político-intelectual hoy invasivo y totalizador, donde todo el mundo es reformista, en esta norma general, o normalidad, reformista, el obrerismo, es decir, la política del conflicto obrerista, aparece como una especie de excepción, de excedencia, algo que no es integrable ni asimilable.”

 

“Teniendo firme estos puntos, se puede ir a todos lados. Sabiendo, y diciendo, en una jerga política y estilísticamente incorrecta: ustedes, a mí, no me atraparán.” (*)

 

Notas

(*) Mario Tronti, Noi, operaiste, Roma, DeriveApprodi, 2009.

Andie Nordgren: Breve manifiesto instructivo para la anarquía relacional

El amor es abundante y cada relación es única

La anarquía relacional cuestiona la idea de que el amor es un recurso limitado que solo puede ser real si se limita a una pareja. Tienes la capacidad de amar a más de una persona, y la relación que tienes con una persona y el amor que sientes por ella no disminuye el amor que puedes sentir hacia otra. No compares ni clasifiques a las personas y las relaciones: aprecia a los individuos y tu conexión con ell@s. No es necesario declarar que una persona es “primaria” en tu vida para que esa relación sea real. Cada relación es independiente y es una relación entre individuos con autonomía.

Amor y respeto en lugar de exigencias

Decidir no basar una relación en la mentalidad de que la gente tiene derechos y obligaciones es respetar la independencia y la autodeterminación de los demás. Tus sentimientos por una persona o su historia en común no te da derecho a darle órdenes o a controlarla para que haga lo que es considerado normal en una relación. Explora cómo puedes interactuar sin ignorar los límites y las convicciones personales. En vez de buscar compromisos en cada situación, permite que la gente que amas escoja caminos que mantienen intacta su integridad personal, sin que esto signifique una crisis para la relación. Mantenerse lejos de las exigencias y la mentalidad de que se tiene derecho a algo es la única forma de asegurarse que estás en una relación que es verdaderamente mutua. El amor no es más “real” cuando la gente hace compromisos por los demás porque es parte de lo que se espera.

Encuentra tus valores básicos en las relaciones

¿Cómo quieres que te traten los demás? ¿Cuáles son tus límites y expectativas básicas en cada relación? ¿Con qué tipo de gente quieres pasar tu vida y cómo quisieras que funcionaran tus relaciones? Encuentra este conjunto de valores básicos y úsalos en todas las relaciones. No hagas reglas y excepciones especiales para demostrarle a alguien que tu amor es “de verdad”.

El heterosexismo está ahí, desenfrenado, pero no te dejes guiar por el miedo

Recuerda que hay un sistema normativo muy poderoso en acción que dicta qué es el amor verdadero y cómo debería vivir la gente. Cuando decides no seguir estás normas, muchos van a cuestionar tu persona y el valor de tus relaciones. Colabora con la gente que amas para encontrar salidas y trucos para enfrentar lo peor de estas problemáticas normas. Encuentra sortilegios positivos para contrarrestarlas y no permitas que el miedo guíe tus relaciones.

Sienta las bases para el dulce inesperado

La libertad de ser espontáne@, el poder expresarse sin el agobio del “deber ser” o el miedo al castigo, es lo que da vida a las relaciones basadas en la anarquía relacional. Organiza cosas con base en el deseo a encontrarse y explorarse mutuamente, no con base en deberes y exigencias, y la desilusión cuando no son cumplidas.

Finge hasta que lo consigas

A veces puede parecer que tienes que ser un absoluto súper humano para poder lidiar con toda la ruptura de normas que implica escoger relaciones que no se conforman a la norma. Un truco fantástico es la estrategia de “finge hasta que lo consigas”: cuando sientas fuerza e inspiración, piensa cómo quisieras verte actuar. Transforma eso en lineamientos básicos y apégate a ellos cuando las cosas se pongan mal. Busca el apoyo y habla con otr@s que desafían las normas, y nunca te reproches cuando la presión de las normas te haga actuar en un modo que no quisieras.

La confianza es mejor

Escoger decidir que tu compañer@ no te desea el mal lleva a un camino mucho más positivo que la desconfianza que te hace sentir que necesitas la validación constante de la otra persona para saber que está contigo en la relación. A veces la gente tiene tanto en su interior que simplemente no queda energía para interactuar y cuidar de los demás. Crea relaciones en las que replegarse es apoyado y perdonado rápidamente, y dale a la gente muchas oportunidades de hablar, explicar, verte y tomar responsabilidad en la relación. ¡Recuerda tus valores y cuidar de ti mism@, sin embargo!

Transformación a través de la comunicación

Para la mayor parte de las actividades humanas existe una norma de cómo se supone que deben funcionar. Si quieres desviarte de este patrón, necesitas comunicar: de otro modo, las cosas simplemente tienden a seguir la norma, cuando los demás se comportan de acuerdo con esta. La comunicación y las acciones conjuntas por el cambio son la única vía para escapar de las normas. La conversación y la comunicación deben estar al centro de las relaciones radicales y no ser vistas como un estado de emergencia al que recurrir sólo cuando hay “problemas”. Comunica en un contexto de confianza. Estamos tan acostumbrados a ver que la gente nunca dice lo que piensa o siente de verdad, que hemos aprendido a leer entre líneas y a extrapolar sus verdaderas intenciones. Pero esas interpretaciones sólo pueden surgir de experiencias previas: usualmente basadas en las normas de las que quieres escapar. ¡Pregúntense cosas mutuamente y sean explícit@s!

Personaliza tus pactos

La vida no tendría mucha estructura o significado si no nos uniéramos con otras personas para lograr cosas: construir una vida conjunta, educar niñ@s, poseer una casa y crecer junt@s en las buenas y en las malas. Este tipo de esfuerzos requieren mucha confianza y dedicación por parte de la gente para funcionar. La anarquía relacional no se trata de nunca comprometerse a nada: se trata de personalizar los pactos que haces con la gente que te rodea, y de liberarlos de las normas que dictan que ciertos tipos de pacto son un requisito para que el amor sea real, o que pactos como educar niñ@s o vivir junt@s tienen que ser guiados por un cierto tipo de sentimientos. ¡Empieza de cero y sé explícit@ en el tipo de pactos que quieres hacer con otras personas!

2006 – Tomado de Biblioteca Anarquista

Toni Negri: “Tengo 90 años y me he salvado. Pero me sigue doliendo haber dejado a compañeros en la cárcel”

Por Roberto Ciccarelli (Il Manifesto)

El pasado 1 de agosto, Antonio Negri (Padua, 1933) cumplió 90 años. En esta entrevista con Il Manifesto, el filósofo comunista italiano reflexiona sobre la dificultad de vivir la enfermedad y la vejez desde la lucidez, la experiencia de la criminalización mediática y política, y la cárcel y el exilio. Además, analiza la crisis de la izquierda y la debacle del PCI en Italia. Negri ha publicado una autobiografía en tres volúmenes, Historia de un comunista, cuyos dos primeros libros han sido publicados en España por Traficantes de Sueños.

Ha cumplido noventa años. ¿Cómo vive hoy su tiempo?

Me acuerdo de Gilles Deleuze, que sufría una dolencia parecida a la mía. Entonces no existía la asistencia ni la tecnología de las que podemos disfrutar hoy. La última vez que le vi se movía con un carrito con bombonas de oxígeno. Fue realmente duro. Hoy también lo es para mí. Creo que a esta edad cada día que pasa es un día menos. No tienes fuerzas para hacer que sea un día mágico. Es como cuando te comes una buena pieza de fruta y te deja un sabor maravilloso en la boca. Esa fruta es probablemente la vida. Es una de sus grandes virtudes.

Noventa años son un siglo corto.

Puede haber varios siglos cortos. Está el periodo clásico definido por Hobsbawm, de 1917 a 1989. Hubo el siglo estadounidense, que fue mucho más corto. Duró desde los acuerdos monetarios y de definición de la gobernanza mundial en Bretton Woods hasta los atentados contra las Torres Gemelas en septiembre de 2001. En cuanto a mí, mi largo siglo comenzó con la victoria bolchevique, poco antes de que yo naciera, y continuó con las luchas obreras y todos los conflictos políticos y sociales en los que participé.

Este corto siglo terminó con una derrota colosal.

Así es. Pero pensaron que era el fin de la historia y que había comenzado la era de una globalización pacificada. Nada más falso, como comprobamos cada día desde hace más de treinta años. Estamos en una época de transición, pero en realidad siempre lo hemos estado. Aunque pase inadvertida, nos encontramos en una nueva época marcada por un resurgimiento mundial de las luchas, contra las cuales se da una respuesta dura. Las luchas obreras han empezado a cruzarse cada vez más con las luchas feministas, antirracistas, en defensa de los inmigrantes y por la libertad de circulación, o con las luchas ecologistas.

Como filósofo, consigue muy joven la cátedra de Padua. Participa en Quaderni Rossi, la revista del operaismo italiano. Investiga, hace trabajo de base en las fábricas, empezando por la petroquímica de Marghera. Formó parte primero de Potere Operaio y luego de Autonomia Operaia. Vivió el “largo 68 italiano”, empezando por el impetuoso 1969 obrero de Corso Traiano en Turín. ¿Cuál fue el momento político culminante de esta historia?

Los años setenta, cuando el capitalismo anticipó con fuerza una estrategia para su futuro. A través de la globalización, precarizó el trabajo industrial junto con todo el proceso de acumulación de valor. En esta transición, se pusieron en marcha nuevos polos productivos: el trabajo intelectual, el trabajo afectivo, el trabajo social que construye la cooperación. En la base de la nueva acumulación de valor están también, por supuesto, el aire, el agua, la vida y todos los bienes comunes que el capital ha seguido explotando para contrarrestar el descenso de la tasa de ganancia que estaba padeciendo desde los años sesenta.

¿Por qué, desde mediados de los años 70, triunfó la estrategia capitalista?

Porque faltó una respuesta de izquierdas. De hecho, durante mucho tiempo hubo un desconocimiento total de estos procesos. Desde finales de los años setenta se eliminó toda fuerza intelectual o política, puntual o de movimiento, que intentara mostrar la importancia de esta transformación y que apuntara a la reorganización del movimiento obrero en torno a nuevas formas de socialización y de organización política y cultural. Fue una tragedia. Aquí aparece la continuidad del siglo corto en el tiempo que vivimos ahora. Hubo una voluntad por parte de la izquierda de bloquear el marco político para conservar lo que ya tenía.

¿Y qué tenía esa izquierda?

Una imagen poderosa pero ya entonces insuficiente. Mitificó la figura del obrero industrial sin darse cuenta de que éste quería algo muy distinto. No quería amoldarse a la fábrica de Agnelli, sino destruir su organización; quería construir automóviles para ofrecérselos a los demás sin esclavizar a nadie. En Marghera no querían morir de cáncer ni destruir el planeta. Esto es básicamente lo que Marx escribió en la Crítica del Programa de Gotha: contra la emancipación a través del trabajo convertido en mercancía que auspiciada por la socialdemocracia y por la liberación de la fuerza de trabajo del trabajo convertido en mercancía. Estoy convencido de que la dirección emprendida por la Internacional Comunista –de manera evidente y trágica con el estalinismo, y después de forma cada vez más contradictoria e impetuosa– destruyó el deseo que había movilizado masas gigantescas. Para toda la historia del movimiento comunista, aquella fue la batalla.

¿Qué se enfrentaba en ese campo de batalla?

Por un lado, estaba la idea de liberación. En Italia, estuvo iluminada por la resistencia contra el nazifascismo. La idea de liberación se proyectaba en la propia Constitución, tal y como la interpretamos entonces de jóvenes. Y aquí no restaría importancia a la evolución social de la Iglesia católica que culminó en el Concilio Vaticano II. Por otra parte, estaba el realismo, heredado de la socialdemocracia por el Partido Comunista Italiano, el de Amendola y los togliattianos de distinto pelaje. Todo empezó a desmoronarse en los años setenta, precisamente cuando, por el contrario, había la posibilidad de inventar una nueva forma de vida, una nueva forma de ser comunistas.

Sigue definiéndose comunista. ¿Qué significa serlo hoy?

Lo que significaba para mí de joven: conocer un futuro en el que habríamos conquistado el poder de ser libres, de trabajar menos, de querernos. Estábamos convencidos de que conceptos burgueses como libertad, igualdad y fraternidad podían materializarse en las consignas de cooperación, solidaridad, democracia radical y amor. Lo pensábamos y lo hacíamos, y así lo pensaba la mayoría que votaba a la izquierda y la hacía existir. Pero el mundo era y es insoportable, tiene una relación contradictoria con las virtudes esenciales del vivir juntos. Sin embargo, esas virtudes no se pierden, se adquieren con la práctica colectiva y van acompañadas de la transformación de la idea de productividad, que no significa producir más mercancías en menos tiempo, ni hacer guerras cada vez más devastadoras. Al contrario, se trata de dar de comer a todo el mundo, de modernizar, de hacer felices a las personas. El comunismo es una pasión colectiva alegre, ética y política que lucha contra la trinidad de la propiedad, las fronteras y el capital.

Las detenciones del 7 de abril de 1979, primer momento de la represión del movimiento de autonomía obrera, supuso un antes y un después. Por diferentes motivos, en mi opinión, también lo fue para la historia del manifesto, gracias a una vibrante campaña garantista que duró años, un caso periodístico único llevado a cabo con militantes del movimiento, un grupo de intelectuales valientes y el Partido Radical. Ocho años después, el 9 de junio de 1987, cuando se vino abajo el castillo de acusaciones cambiantes y carentes de fundamento, Rossana Rossanda escribió que se trataba de una “reparación tardía y parcial de tantas cosas irreparables”. ¿Qué significa todo esto para usted hoy?

Fue sobre todo el signo de una amistad que nunca fue traicionada. Rossana era para nosotros una persona de una generosidad increíble. Aunque, en un momento dado, ella también se detuvo: no era capaz de hacer responsable al PCI de aquello en lo que el PCI se había convertido.

¿En qué se había convertido?

En un opresor. Masacró a quienes denunciaban el aprieto en que se había metido. En aquellos años se lo dijimos muchos. Había otro camino, que consistía en escuchar a la clase obrera, al movimiento estudiantil, a las mujeres, a todas las nuevas formas en las que se organizaban las pasiones sociales, políticas y democráticas. Propusimos una alternativa de forma honesta, limpia y masiva. Formábamos parte de un enorme movimiento que llenó las grandes fábricas, las escuelas, las generaciones. La cerrazón por parte del PCI hizo surgir el extremismo terrorista. Terminamos pagándolo todo y a un precio altísimo. Solo yo estuve un total de catorce años en el exilio y once y medio en la cárcel. Il Manifesto siempre defendió nuestra inocencia. Era un auténtico disparate que a mí y a otros militantes de la Autonomía se nos acusara del secuestro de Aldo Moro o de haber asesinado a otros compañeros. Sin embargo, en la campaña de reivindicación de nuestra inocencia, que fue valiente e importante, se dejó en el fondo un aspecto sustancial.

¿Cuál?

Fuimos políticamente responsables de un movimiento mucho más amplio contra el “compromiso histórico” entre el PCI y la Democracia Cristiana. Contra nosotros hubo una respuesta policial de la derecha, y esto se entiende. Por el contrario, lo que no se quiere entender es la cobertura que el PCI dio a esta respuesta. En el fondo, tenían miedo de que cambiara el horizonte político de clase. Si no se comprende este nudo histórico, ¿cómo puede uno quejarse de la inexistencia de una izquierda en la Italia actual?

La operación del 7 de abril, y el llamado “teorema Calogero” [por el fiscal instructor del caso], se consideraron como un paso hacia la conversión de una parte no despreciable de la izquierda al “justicialismo” y a la delegación de la política en el poder judicial. ¿Cómo fue posible caer en semejante trampa?

Cuando el PCI sustituyó la centralidad de la lucha económica y política por la lucha moral, y lo hizo a través de jueces que gravitaban a su alrededor, puso fin a su trayectoria. ¿Creían de veras que estaban utilizando el justicialismo para construir el socialismo? El justicialismo es una de las cosas más apreciadas por la burguesía. Es una ilusión devastadora y trágica que impide ver el uso clasista del derecho, la cárcel o la policía contra los subalternos. En aquellos años los jueces jóvenes también cambiaron. Antes eran muy distintos. Se les llamaba “jueces de asalto”. Recuerdo los primeros números de la revista Democrazia e Diritto, en la que yo también colaboré. Me llenaban de alegría porque hablábamos de la justicia de masas. Luego la idea de justicia se declinó de forma muy diferente, regresó a los conceptos de legalidad y legitimidad. Y en el poder judicial dejó de haber un posicionamiento político, solo quedaron coaliciones entre corrientes. De esta suerte, hoy tenemos una Constitución reducida a un paquete de normas que ya ni siquiera se corresponden con la realidad del país.

En prisión continuó la batalla política. En 1983 escribió en la cárcel un documento, publicado por Il Manifesto, titulado Do you remember revolution? Hablaba de la originalidad del 68 italiano, de los movimientos de los años 70 que no podían reducirse a los “años de plomo”. ¿Cómo vivió aquellos años?

Aquel documento decía cosas importantes con cierta timidez. Creo que decía más o menos las cosas que acabo de recordar. Fue un periodo duro. Estábamos dentro, teníamos que salir de alguna manera. Te confieso que en aquel inmenso sufrimiento para mí era mejor estudiar a Spinoza que pensar en la absurda oscuridad en la que nos habían encerrado. Escribí un extenso libro sobre Spinoza y aquello fue una especie de acto heroico. No podía tener más de cinco libros en mi celda. Y cambiaba continuamente de cárcel de máxima seguridad: Rebibbia, Palmi, Trani, Fossombrone, Rovigo. Cada vez en una celda nueva con gente nueva. Esperando durante días y volviendo a empezar. El único libro que llevaba conmigo era la Ética de Spinoza. Tuve la suerte de terminar mi texto antes de la revuelta en la cárcel de Trani en 1981, cuando las fuerzas especiales lo destruyeron todo. Estoy contento de que aquel libro produjera una sacudida en la historia de la filosofía.

En 1983 fue elegido diputado y salió de la cárcel durante unos meses. ¿Qué piensa del momento en que votaron en el parlamento a favor de su regreso a prisión y decidió exiliarse en Francia?

Todavía sufro mucho por ello. Si tengo que hacer un juicio histórico y desapegado, creo que hice bien en marcharme. En Francia fui útil para establecer relaciones entre generaciones y pude estudiar. Tuve la oportunidad de trabajar con Félix Guattari y conseguí entrar en los debates del momento. Me ayudó mucho a comprender la vida de los sin papeles. Yo también lo fui: daba clases aunque no tenía carné de identidad. Me ayudaron los compañeros de la Universidad de París 8. Pero en otros aspectos pienso que me equivoqué. Me estremece profundamente haber dejado en la cárcel a mis compañeros, aquellos con los que viví los mejores años de mi vida y las revueltas en cuatro años de prisión preventiva. Me sigue doliendo haberlos dejado. Aquella cárcel destrozó la vida de compañeros a los que quería muchísimo y en muchos casos también la de sus familias. Tengo noventa años y me he salvado. Pero eso no me aporta más serenidad ante aquel drama.

Rossanda también le criticó…

Sí, me pidió que me comportara como Sócrates. Le respondí que precisamente corría el peligro de acabar como el filósofo. Las relaciones en la cárcel eran tales que podían haberme costado la vida. [Marco] Pannella me sacó materialmente de la cárcel y luego me echó la culpa de todo porque no quería volver. Mucha gente me engañó. Rossana me lo advirtió ya entonces y tal vez tuviera razón.

¿Lo hizo en alguna otra ocasión?

Sí, cuando me dijo que no volviera a Italia desde París en 1997, después de 14 años de exilio. La última vez que la vi antes de irme fue en un café cerca del Museo de Cluny, el museo nacional de la Edad Media. Me dijo que le daban ganas de atarme con una cadena para que no subiera al avión.

¿Por qué decidió entonces volver a Italia?

Estaba convencido de que iba a luchar por la amnistía para todos los compañeros de los años setenta. En aquel momento estaba en marcha [el acuerdo de reforma constitucional de] la Bicamerale, parecía posible. Estuve seis años en la cárcel, hasta 2003. Quizá Rossana tenía razón.

¿Qué recuerdos tienes hoy de ella?

Recuerdo la última vez que la vi en París. Una amiga muy dulce, estaba preocupada por mis viajes a China, temía que me pasara algo. Era una persona maravillosa, entonces y siempre.

Anna Negri, su hija, escribió Con un pie atrapado en la historia (DeriveApprodi), que cuenta esta historia desde el punto de vista de los afectos y de otra generación.

Tengo tres hijos maravillosos, Anna, Francesco y Nina, que han sufrido lo indecible por lo ocurrido. He visto la serie de Bellocchio sobre Moro y sigo sin salir de mi asombro de que me culparan de aquella increíble tragedia. Pienso en mis dos primeros hijos, que entonces iban a la escuela. Algunos los veían como los hijos de un monstruo. Estos chicos, de una manera u otra, vivieron acontecimientos enormes. Se fueron de Italia y volvieron, tuvieron que sufrir aquel largo invierno en sus propias carnes. Lo mínimo es que sientan cierta rabia hacia los padres que les pusieron en esa situación. Y yo tengo una cierta responsabilidad en esa historia. Hemos vuelto a ser amigos. Eso para mí es un regalo de una belleza inmensa.

A finales de los años noventa, coincidiendo con los nuevos movimientos globales, y luego contra la guerra, pasó usted a ser una voz reconocida junto a Michael Hardt a partir de Imperio. ¿Cómo definiría hoy la relación entre filosofía y militancia, en un momento de vuelta a las disciplinas especializadas y a las ideas reaccionarias y elitistas?

Me resulta difícil responder a esta pregunta. Cuando me dicen que tengo una obra, respondo: ¿una obra lírica? ¿Pero tú te crees? Me da risa. Porque soy más militante que filósofo. A algunos les hará gracia, pero yo me veo como Papageno.

Pero lo cierto es que ha escrito muchos libros.

He tenido la suerte de estar a medio camino entre la filosofía y la militancia. En los mejores periodos de mi vida he pasado permanentemente de una a otra. Esto me ha permitido cultivar una relación crítica con la teoría capitalista del poder. Pivotando sobre Marx, pasé de Hobbes a Habermas, pasando por Kant, Rousseau y Hegel. Gente lo bastante seria como para tener que combatirla. Frente a esto, la línea Maquiavelo-Spinoza-Marx era una alternativa real. Insisto: para mí la historia de la filosofía no es una especie de texto sagrado que ha mezclado todo el saber occidental, de Platón a Heidegger, con la civilización burguesa y ha transmitido conceptos funcionales al poder. La filosofía forma parte de nuestra cultura, pero debe utilizarse para lo que es necesario, es decir, para transformar el mundo y hacerlo más justo. Deleuze hablaba de Spinoza y recordaba la iconografía que lo representaba como Masaniello. Ojalá fuera así en mi caso. Incluso ahora que tengo 90 años, sigo teniendo esa relación con la filosofía. Vivir la militancia es menos fácil, pero consigo escribir y escuchar, en una situación de exiliado.

¿Exiliado, todavía, hoy?

Un poco, sí. Pero es un exilio diferente. Depende del hecho de que los dos mundos en los que vivo, Italia y Francia, tienen dinámicas de movimiento muy diferentes. En Francia, el operaismo no ha tenido mucha repercusión, aunque hoy se está redescubriendo. La izquierda de movimiento en Francia siempre ha estado dirigida por el trotskismo o el anarquismo. En los años 90, con la revista Futur antérieur, junto a mi amigo y compañero Jean-Marie Vincent, encontramos una mediación entre gauchisme y operaismo: funcionó durante unos diez años. Pero lo hicimos con mucha prudencia. Dejamos el juicio sobre la política francesa a nuestros compañeros franceses. El único editorial importante de la revista escrito por italianos fue el de la gran huelga de los ferroviarios de 1995, que tanto se parecía a las luchas italianas.

¿Por qué el operaismo tiene hoy una resonancia mundial?

Porque responde a la necesidad de resistencia y de resurgimiento de las luchas, como en otras culturas críticas con las que dialoga: feminismo, ecología política, crítica poscolonial, por ejemplo. Y también porque no es la costilla de nada ni de nadie. Nunca lo fue, ni fue un capítulo de la historia del PCI, como quieren creer algunos. Es más bien una idea precisa de la lucha de clases y una crítica de la soberanía que coagula el poder en torno al polo patronal, propietario y capitalista. Pero el poder siempre está escindido, y siempre está abierto, incluso cuando parece no haber alternativa. Toda la teoría del poder como extensión de la dominación y de la autoridad hecha por la Escuela de Frankfurt y sus evoluciones recientes es falsa, aunque por desgracia siga siendo hegemónica. El operaismo echa por tierra esa lectura brutal. Es un estilo de trabajo y de pensamiento. Retoma la historia desde abajo como algo construido por grandes masas que se mueven, busca la singularidad en una dialéctica abierta y productiva.

Siempre me han llamado la atención tus constantes referencias a Francisco de Asís. ¿De dónde viene ese interés por el santo y por qué lo adoptó como ejemplo de su alegría de ser comunista?

Desde que era joven se reían de mí porque utilizaba la palabra amor. Me tomaban por un poeta o un iluso. Al contrario, siempre he pensado que el amor es una pasión fundamental que mantiene en pie al género humano. Puede convertirse en un arma para vivir. Vengo de una familia que lo pasó muy mal durante la guerra y que me enseñó un afecto con el que aún vivo. Francisco es en el fondo un burgués que vive en una época en la que ve la posibilidad de transformar la propia burguesía y hacer un mundo en el que la gente se ame y ame a los seres vivos. Para mí la referencia a Francisco es como la referencia a los Ciompi en Maquiavelo. Francisco es el amor frente a la propiedad: exactamente lo que podríamos haber hecho en los años setenta, dando la vuelta a aquel desarrollo y creando un nuevo modo de producir. Francisco nunca ha sido suficientemente retomado, ni se ha tenido en cuenta en su justa medida la importancia que el franciscanismo ha tenido en la historia de Italia. Lo cito porque quiero que palabras como amor y alegría entren en el lenguaje político.

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Esta entrevista se publicó originalmente en Il Manifesto.

La traducción es de Raúl Sánchez Cedillo.

De la prisión académica a la libertad intelectual

Por Renan Vega Cantor

Mi despedida de la Universidad Pedagógica Nacional

“Yo quería hacer un hombre de cada animal humano; ellos, más prácticos, han hecho un animal de cada hombre y se han hecho ellos mismos pastores del rebaño. Sin embargo, prefiero ser un soñador que un hombre práctico”. Ricardo Flores Magón, Carta a Nicolás Bernal, Penitenciaría Federal de los EEUU, Kansas, Octubre 30 de 1920.

Este 10 de agosto comienzan las clases en la UPN y ese mismo día he decidido retirarme de esta institución, donde he laborado durante 35 años. En agosto de 1988 me incorporé como profesor ocasional de medio tiempo en la Facultad de Educación y en septiembre de ese año gané el concurso público de profesor de planta en el Departamento de Ciencias Sociales, a donde me vinculé el 8 de febrero de 1989.

VOCACIÓN DE EDUCADOR

Siempre tuve claro que quería ser profesor, no llegué a este oficio como un refugio efímero o porque no pude incorporarme a otra actividad laboral. No sé si he sido buen o mal profesor, eso lo podrán decir los miles de estudiantes que me han acompañado en estos 35 años en la UPN y en mis 45 años de experiencia docente en colegios, educación de adultos y en varias universidades. Lo que sí sé, y ese es un criterio que guía mi vida -basado en mis convicciones revolucionarias y anticapitalistas- es que he sido responsable de principio a fin, y las actividades académicas e intelectuales que he desempeñado las he realizado con pleno convencimiento de causa, dedicación, entrega y pasión. Siempre me basé en el criterio de que cada clase debía ser desarrollada como si fuera la primera, y así lo he hecho hasta la última que dicté a finales de mayo de este año. De la primera a la última clase con altura, rigor, desprendimiento, respaldo documental, ironía, sarcasmo… Tal ha sido mi principal criterio pedagógico y a él me he mantenido fiel, sin ceder ni un ápice. Como lo dijo José María Arguedas sobre su condición de educador: vivo todavía convencido que nací para ese oficio.

Sigo siendo un amateur (aficionado) de la educación, si por tal entiendo a “alguien -que a diferencia del profesional- estudia algo no para labrarse una carrera, sino por amor al asunto, motivado por un sentido de la responsabilidad, el esmero y la implicación personal”[1].

Durante mi permanencia en la universidad pública, en mi condición de estudiante y de profesor, intenté ser coherente con su defensa irrestricta como espacio democrático que contribuyera al mejoramiento de la sociedad colombiana; nunca busque dadivas personales ni reconocimientos. Jamás concebí mi actividad docente o investigativa como un medio de ascenso hacía las escabrosas cimas de los micropoderes universitarios.

Como profesor participé directamente en las grandes luchas que se dieron en la universidad desde la década de 1990 hasta el día de hoy, entre ellas el paro nacional estatal de octubre de 1998 -cuando fueron asesinados varios dirigentes sindicales-, el campamento en las instalaciones de la calle 72 en 2007, la movilización de la MANE en 2011, el paro estudiantil en 2018…

Mis investigaciones y artículos se sustentan en la convicción que la escritura es una necesidad vital, una forma de demostrar que, en medio de las miserias y penurias, existimos y luchamos. “Escribo intentando que seamos más fuertes que el miedo al error o al castigo, a la hora de elegir en el eterno combate entre los indignos y los indignados”[2]. Rechazo la lógica del capitalismo académico de ver a la producción escrita como una simple mercancía y reivindico que las palabras nos deben ayudar a pensar, desentrañar y a enfrentar este turbulento mundo en que nos ha tocado vivir.

En estos largos años le brindé a la UPN toda mi energía, mi capacidad intelectual, mi espíritu de lucha y rebeldía. Me quedé en esta institución porque entendía la importancia que tiene la educación crítica en un proyecto liberador y transformador. Soporté con dolor la muerte de colegas, entre ellos mi gran amigo Darío Betancourt, de varios estudiantes que conocí en mis clases, el suicidio de un entrañable alumno, así como el encarcelamiento y persecución de otros estudiantes por las fuerzas represivas del Estado y de organismos paramilitares…

Nunca pensé en irme de la UPN a otra universidad del país o del exterior, aunque tuviera la oportunidad. Siempre afirmé, y lo sigo diciendo, que Colombia es tan injusta, desigual y antidemocrática que uno debe quedarse acá para enfrentar esa realidad e intentar cambiarla, con nuestro pequeño granito de arena, con todos los riesgos personales que eso supone. Lo más fácil es irse o, con disonancia cognitiva, mirar para otro lado, como si esa terrible injusticia no tuviera que ver con nosotros y encerrarnos en las torres de marfil del mundo académico, en ficticios y mercantiles grupos de investigación -con fuerza de trabajo docente semi-esclava incluida-, o en engordar el vanidoso Cvlac y cosas por el estilo.

Para mí la UPN no fue un lugar de paso para hacer carrera o lucrarme con jugosos asuntos mercantiles. Por el contrario, siempre fue un espacio de estudio, de reflexión y de lucha. La UPN fue mi segunda casa, un hogar que habité con pasión en sus aulas, plazas y pasillos. Mi presencia en esta casa, durante 35 años, ha quedado rubricada de múltiples maneras: con los libros y artículos que he escrito; con mis planteamientos críticos sobre la gestión privatizadora, represiva y antidemocrática de varios rectores; con mis denuncias sobre corrupción y malos manejos por parte de diversos sectores administrativos y docentes; con mi rechazo frontal (teórico y práctico) de la neoliberalización educativa del sistema universitario público desde comienzos de la década de 1990; con las cientos de conferencias que impartí y las decenas de marchas, mítines y manifestaciones en que participé, acompañando a estudiantes, trabajadores y a unos cuantos profesores; como Representante de los Profesores en el Consejo Superior; como cofundador de la Asociación Sindical de Profesores Universitarios (ASPU), seccional UPN, de la cual fui presidente por un corto período de tiempo; como miembro de la Comisión Histórica del Conflicto Armado y sus Víctimas…

Todas mis palabras y mis acciones se sustentan en un elemental precepto ético y cultural de índole socrático, que sintetizó de manera magistral el revolucionario italiano Antonio Gramsci: “Pensar bien, sea lo que sea que uno piense, y por tanto actuar bien, sea lo que sea que uno haga”[3].

Hoy digo adiós, de la misma forma en que llegué, con dignidad, decoro, con la frente en alto y en bus. Me queda la satisfacción de haber contribuido con todas mis fuerzas y energía a proporcionar instrumentos de reflexión a miles de estudiantes para que dudaran, preguntaran, cuestionaran, pensaran con cabeza propia, no tragaran entero, no creyeran que vivimos en el país más feliz del planeta y tuvieran una postura decente y ética como guía de su existencia docente y cotidiana.

LOS FRIOS BARROTES DE LA PRISIÓN ACADÉMICA

La academia terminó siendo una prisión, en la que ya no se piensa, ni reflexiona, una cárcel educativa y cultural, en la que no germina la inteligencia sino el conformismo, la resignación y la ignorancia que se cree ilustrada. Por desgracia, se ha hecho realidad nuevamente aquello que denunciaba José Carlos Mariátegui hace un siglo, cuando decía que estas universidades tienen un peor estigma que el analfabetismo, “tienen el estigma de la mediocridad”. Eso caracteriza a la UPN y a la totalidad de las universidad públicas de Colombia, y reproduce en nuestro país una tendencia mundial, un resultado elemental de haber convertido a la universidad en un despreciable nicho mercantil.

Me hastié de la mediocridad de la universidad de la ignorancia, de sus simulaciones y mentiras, de sus nuevas formas de censura, que pretenden certificar qué es conocimiento relevante (pretendidamente científico) y qué no lo es y a lo que se sale de sus cánones estrechos y restringidos lo denominan “literatura gris”, como todo lo que yo escribo.

Me cansé de ese espíritu de corrupción que medra tras el Decreto 1279, que ha generado una brutal segmentación docente y ha dado origen, en gran parte de las universidades públicas, a una nueva mafia, configurada por el cartel de los puntos, que desangran aún más el exiguo presupuesto de estas instituciones, mientras que miles de docentes soportan la precarización laboral, la inestabilidad, el maltrato, en una palabra, la explotación pura y dura.

Es insoportable la hipocresía y simulación del sistema mercantil de acreditación y de las presunciones de los rectores de turno luego de que esos comités de ocasión le conceden “acreditaciones de alta calidad” a la UPN, mientras la universidad se deshace a pedazos.

En el último año soporté matoneo y amenazas por parte de un sector de estudiantes, de profesores, de directivos académicos y la pasividad cómplice y permisiva de la alta administración, empezando por su actual rector, Alejandro Álvarez Gallego, y eso hizo que se rompiera el último hilo que me unía sentimentalmente con la UPN. Que los estudiantes no me hayan respaldado en el momento en que más lo necesitaba (desde luego, con una pocas excepciones, dignas y valerosas) y, peor aún, que un sector de ellos haya organizado el matoneo, me han quitado las ganas de permanecer en la UPN. Este ya no es mi espacio, no me dice nada, todo lo que allí pasa me parece insustancial, porque lo único que me mantenía atado a la universidad, anímica, política e intelectualmente, eran los estudiantes, por quienes lo di todo y me la jugué siempre, incluso poniendo en riesgo mi seguridad personal.

Hasta acá llego, porque considero que, la UPN ya se agotó como un proyecto educativo, cultural y político que tenga algún relieve para mí. Por eso, ya no vale la pena permanecer ni un minuto más en su interior, porque, además, existen formas mucho más interesantes de perder el tiempo.

Hoy abandono esta prisión, la de la universidad de la ignorancia y la mediocridad, y me reencuentro con la libertad intelectual. Sí, porque lo académico es lo opuesto al trabajo intelectual, prisionero como está de múltiples intereses privados, corporativos y mercantiles.

Me retiro en el momento en que mantengo mi capacidad intelectual y creativa y con ganas de proseguir mis combates en otros espacios fuera de la UPN, porque, al fin y al cabo, yo siempre dije que el mundo no comienza en la calle 72 y termina en la calle 73, sino que afortunadamente ese mundo es “ancho y ajeno”, como lo proclamaba Ciro Alegría.

Renuncio a la UPN porque la labor docente se ha convertido en un “trabajo de mierda”, según la acertada denominación del malogrado pensador anarquista y activista político David Graeber en el libro con ese mismo título, sí Trabajos de mierda[4]. En la docencia ya no interesa ser buen profesor, ni ser responsable ni comprometido socialmente, ni preparar clases e impartirlas con decoro y altura, ni leer libros, ni estar actualizado sobre lo que pasa en el país y en el mundo, ni organizarse ni implicarse políticamente en defensa de lo público. A nuestro noble oficio lo convirtieron en un trabajo de mierda, porque se han impuesto en forma antidemocrática lógicas perversas, inútiles e innecesarias, tales como llenar formularios durante todo el semestre, formar parte de inanes comités, redactar informes para fantasmales instancias burocráticas que se archivan sin ser leídos, asistir obligados a reuniones insustanciales, cuantificar todo lo que se hace (publicaciones, clases, reuniones, informes) con fines de [des]acreditación…

En el camino de mierdificación, unos pocos docentes se metamorfosearon en prósperos negociantes académicos que consiguen fondos económicos para sí y unas cuantas migajas para la universidad, se han transformado en turistas académicos que deambulan de aeropuerto en aeropuerto a la caza de cuanto estúpido seminario académico se organice en el que se discuten cosas tan trascendentales como el sexo de los ángeles, lo que, de paso, acelera el calentamiento global si recordamos que el transporte aéreo es una de las actividades que más achicharra nuestro sufrido planeta. Esos pocos son los mismos que solo escriben para revistas indexadas y sobre todo si están en inglés, pues, of course, eso incremente los puntos salariales, aunque esas revistas no las lea nadie.

En breve, la docencia como trabajo de mierda amplía la polarización y la segmentación de una vasta mayoría de proletariado académico que realiza las labores duras y mal remuneradas, sin ningún incentivo ni objetivo loable a la vista y al otro lado una minoría de mercachifles, cultores de la bibliometría y de los negocios, cuya razón de ser no es el saber ni el conocimiento sino la de recibir dinero hasta por suspirar, todo inscrito en la brutal y destructiva “cultura del puntismo”.

Renuncio a la UPN porque ya no soporto el cretinismo digital de aquellos (empezando por los estudiantes y los profesores) que andan pegados al celular, esa prótesis artificial que devino en una prolongación miserable de la mano, y rompe cualquier comunicación genuina y verdadera, la que se da cara a cara, sin intermediaciones tecnológicas. Los espacios académicos se han tornado insoportables ante la contaminación digital, en donde tiene más importancia una pantalla que un ser humano y los estudiantes están poseídos por la incontinencia (y la impertinencia) digital. Deploro la estupidez tecnológica generalizada, en donde ya no hay espacio ni para la voz, ni para la escritura, ni corazón ni cabeza, sino puro estómago y emociones primarias.

Y mucho menos puedo aceptar que a esa sumisión digital que se ha impuesto a la brava -porque detrás están los negociantes de cachivaches tecnológicos- se le aplique el epíteto de inteligente y se utilice sin vergüenza ese eufemismo del mundo contemporáneo de la supuesta “universidad inteligente”. No, la pretendida universidad inteligente es lo más mediocre e ignorante que puede existir. Además, hablar de inteligencia es un insulto al pensamiento y a la realidad, en medio de la precarización docente, de edificios destartalados que se caen a pedazos, de la tugurización del campus de la calle 72 y de ese galpón de casetas prefabricadas que se denomina Valmaria…

Para que perder tiempo hablándole a estudiantes que parecen robots amaestrados, que viven pegados a sus celulares, como si la dura realidad externa no existiera ni les preocupara en lo más mínimo. Es mejor hablarles a las paredes externas, que abundan fuera de los enmohecidos muros de esta Universidad, con plena seguridad que vamos a ser escuchados sin disgustos, ni malos ratos.

Los últimos barrotes de odio de la academia los ha colocado la corrección política y el fascismo de género, que se han apoderado de los espacios universitarios. Algunos y algunas intentaron encadenarme a este nuevo barrote de ignominia, simplemente porque me niego a seguir las estupideces de dicha corrección política, que pretende, nada más ni nada menos, censurar nuestro lenguaje, constreñir nuestra libertad de pensamiento y enterrar la libertad de cátedra. Estos nuevos censores, de diversos géneros, recurrieron a los mecanismos típicos de los mediocres, hipócritas e ineptos, esto es, a la calumnia, a la difamación a la censura, pensando que eso me iba a silenciar. Los que recurrieron a esos viles procedimientos, entre ellos profesores y profesoras del Departamento de Ciencias Sociales y de otros departamentos de la UPN, con los que me cruzaba todos los días en los pasillos y patios, los carcome la envidia destructiva, porque nunca pudieron aceptar mi seriedad, compromiso, autonomía, independencia, capacidad crítica y mi nivel de exigencia en todo lo que hago, y en primer lugar en los cursos que impartía y en los textos que escribo.

Con dignidad he afrontado un matoneo criminal -ese asesinato moral, acompañado de la política de la cancelación- emprendido contra mí por ser un profesor que no tolera la mediocridad ni la lambonería, por ser exigente y riguroso, por hablar claro y sin eufemismos, por mi compromiso político, por mi espíritu rebelde, crítico y contestario. Esto indica que, en la universidad de la ignorancia, en la que vivimos, no se puede ser exigente académicamente con los estudiantes de la generación de cristal (o “generación pulgarcita”), quienes están convencidos que usar el pulgar para chatear de día y de noche es un esfuerzo descomunal, por el que los debemos aplaudir, certificar los cursos sin ningún compromiso real con el saber y avalar la promoción automática para graduarlos. Lo más doloroso para mi es tener la certeza que de esa generación pulgarcita van a salir los “profesores” que van a “educar” a mis hijas.

ARTESANIA INTELECTUAL Y ESPERANZA CRÍTICA

Que me marche de la UPN y lleve en la boca el sabor amargo de la ingratitud no significa que de mí se haya apoderado el pesimismo. Por el contrario, creo en la esperanza crítica o, como la llamaba José Carlos Mariátegui, en “el optimismo del ideal”, que se contrapone al “pesimismo de la realidad”, puesto que “los que no nos contentamos con la mediocridad, los que menos aún nos conformamos con la injusticia, somos frecuentemente designados como pesimistas. Pero, en verdad, el pesimismo domina mucho menos nuestro espíritu que el optimismo. No creemos que el mundo deba ser fatal y eternamente como es. Creemos que puede y debe ser mejor. El optimismo que rechazamos es el fácil y perezoso optimismo panglosiano de los que piensan que vivimos en el mejor de los mundos posibles”[5].

Creo que la esperanza real se afinca en la lucha que libremos en los lugares en donde nos encontremos, aunque tengamos que soportar la soledad del corredor de fondo, de aquel que sabe que la carrera es larga y difícil y no puede ni debe desfallecer ante el menor inconveniente, ni desmoralizarse ante el primer obstáculo, y tiene la convicción firme de que debe mantenerse en la carrera, aunque su objetivo no sea el triunfo, ni la gloria, ni el éxito. Claro, no estoy defendiendo la lucha individual y aislada, sino que reivindico un viejo y sabio principio de los marineros (los proletarios flotantes) del siglo XVIII: “Sin asociación, las largas travesías no te hacen un hombre, sino un esclavo”[6]. Con la firme convicción de seguir luchando fuera de la cárcel académica, dado que el camino es largo y la vida individual corta, mantengo mi esperanza intacta, sustentado en un principio cardinal: “No somos optimistas; no presentamos una visión agradable del mundo con la que todos puedan entusiasmarse. Allá donde nos encontremos no tenemos más que una pequeña tarea concreta, estar del lado de la justicia, con los pobres”[7].

Ahora, tras recuperar mi libertad intelectual plenamente, sin embelecos académicos sobre normas de publicación, bibliometría, comités de acreditación, smartphones, cretinismo digital, corrección política y fascismo de género, seguiré haciendo las cosas que siempre he hecho en forma independiente y externa al ámbito universitario: acompañar a mis hijas, escribir, leer, publicar libros y ensayos, reflexionar sobre el país y el mundo, unirme a diversos sectores que mantienen la dignidad y el espíritu de lucha, sin las restricciones insoportables de la prisión académica. Mi anhelo es mantenerme como el Vagabundo de las estrellas, el personaje de la novela de Jack London, cuyo cuerpo está encerrado en una prisión, pero cuyo espíritu vuela libre lejos de ese mundo carcelario.

Y ahora que me he liberado de la prisión académica quiero seguir siendo un artesano en todos los ámbitos de mi vida, de la misma forma que durante estos 35 años pretendí ser un artesano del intelecto y la educación basándome en principios elementales y claros: hacer siempre las cosas bien, con calma y paciencia, de manera atenta, con entrega y pasión, con rigor flexible sin esperar ninguna gratificación a cambio. Lo que representa el artesano y la artesanía intelectual puede ser dicho de diversas formas con las palabras de Richard Sennett, con las que cierro esta despedida: el artesano es aquel que “produce inquietud, transmite intranquilidad, invita a pensar”; “el artesano representa la condición específicamente humana del compromiso”; “la recompensa emocional que la artesanía brinda con el logro de la habilidad es doble: el artesano se basa en la realidad tangible y puede sentirse orgulloso de su trabajo”; “hacer un buen trabajo significa tener curiosidad, investigar y aprender de la incertidumbre”; “el artesano está volcado hacia fuera, hacia su comunidad”. Y, una conclusión no menos importante que ha dictado la determinación que he tomado de retirarme de la UPN: “el buen artesano comprende cuando es el momento de parar”[8].

Bogotá, agosto 9 de 2023.


Notas

[1]. Tim Ingold, Correspondencias. Cartas al paisaje, la naturaleza y la tierra, Gedisa, Barcelona, 2022, p. 23.

[2]. Eduardo Galeano, El cazador de historias, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2016, p. 245.

[3]. Citado en Andrew Pearmain, Antonio Gramsci. Una biografía, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2022, p. 59.

[4]. David Graeber, Trabajos de mierda. Una teoría, Editorial Ariel, Barcelona, 2018.

[5]. José Carlos Mariátegui, “Pesimismo de la realidad y optimismo del ideal”, en El Alma Matinal y otras estaciones del hombre de hoy, Obras completas, Tomo 3, Editora Amauta, Lima, 1983, p. 35.

[6]. Citado en Markus Rediker, Entre el deber y el motín. Lucha de clases en mar abierto, Editorial Levanta Fuego, 2022, p. 172.

[7]. Herbert McCabe, citado en Terry Eagleton, Esperanza sin optimismo, Editorial Taurus, México, 2016, p. 9.

Achille Mbembe: «Internet se ha convertido en una religion»

Achille Mbembe analiza con Bregtje van der Haak la historia y el horizonte de la comunicación digital y la identidad en el continente africano. Mbembe sugiere que lo que algunos consideran la explosión de Internet es en realidad la continuación de viejas culturas en la nueva era del afropolitanismo.

Autora: Bregtje van der Haak

La introducción del teléfono móvil ha provocado grandes cambios, especialmente en África. ¿Cree que la convergencia de los teléfonos con la conectividad a Internet producirá un cambio similar?

Por supuesto. La introducción del teléfono móvil en el continente ha supuesto una revolución en las formas de relacionarse de las personas. La forma en que se tratan a sí mismos, la forma en que se cuidan, señala un cambio en la manera en que los africanos contemporáneos se entienden a sí mismos. Cómo se relacionan entre sí y, lo que es más importante, con el mundo, en el sentido de que hoy en día casi cualquier africano no puede estar sin estar conectado con el resto del mundo, con el resto del continente. Internet desempeñará exactamente el mismo papel. Ayudará a África a experimentar el tipo de evolución tecnológica que han experimentado otros continentes y sociedades.

¿Cree que la visión tecno-utópica de llevar todo el conocimiento a todo el mundo es posible?

La tecnología no es nada sin la capacidad de hacer soñar a la gente. Ahí reside el poder de la tecnología. Se adopta en la medida en que la gente cree en la promesa de heredarla, de que mejorará su propia vida, la hará mejor y se liberará de las limitaciones estructurales. Internet intensifica esa capacidad de soñar y esa narrativa de liberación, antes invertida en otro tipo de utopías, revolucionarias y progresistas. Las narrativas de liberación, la promesa de liberación total, reside ahora en dos cosas: por un lado en la religión y por otro en la mercancía y la tecnología. La mercancía, la tecnología y la religión se fusionan de una manera nueva. Internet se ha convertido en una religión electrónica al servicio de la ideología del consumidor. Esa es la importancia del papel clave que desempeñan las multinacionales y otras grandes empresas. El peligro de esto es que la política, tal y como la entendíamos antes, ahora está casi vacía. Como decía hace poco un amigo mío, «la política se está convirtiendo en un negocio para perdedores».

¿Podría Internet revitalizar también la esfera pública, la política?

De forma intermitente. Es un poderoso instrumento de movilización, para la rápida circulación de todo tipo de mensajes, no todos ellos progresistas. Puede servir para cualquier propósito, pero no es suficiente para crear una esfera pública. Es muy efímero, en el sentido de que no se puede prescindir del encuentro cara a cara. Eso es absolutamente central en la política. Internet es un medio, no el fin. Pero vivimos en una coyuntura en la que se nos hace creer que es el fin. Ya no hay distinción. No creo que esto sea sostenible para aquellos que quieran cambiar el actual orden social mundial. Esta confusión de medios y fines es extremadamente peligrosa y sirve a los intereses de los poderosos. Pero la cultura de nuestro tiempo nos pone en una situación en la que tenemos que creer que la distinción entre medios y fines ya no significa nada. Una crítica política de Internet debe partir de ahí.

Esto es lo que se ha eliminado totalmente en los clips promocionales realizados por Google y Facebook. Simplemente dicen: queremos llevar Internet a todos, para hacer del mundo un lugar mejor. Es un mensaje muy simple y unidimensional.

Internet se ha convertido en una religión, pretende ser la salvación. Estás salvado si te quedas pegado a Internet, conectado, porque te traerá todo lo que necesitas para ser feliz.

Facebook y Google han creado estrategias de expansión global. ¿Cree que existe un paralelismo con los tiempos del imperialismo? Ahora Google y Facebook compiten por las partes del mundo que aún no están conectadas a sus redes.

Sí, es más o menos la lógica de la dominación. Es parte de la planetarización del capital, pero no funciona igual en todos los espacios. Una de las principales formas espaciales típicas de la geografía de nuestro tiempo es el enclave (territorio de un Estado con distinciones políticas, sociales o culturales), el offshore (empresas y cuentas bancarias abiertas en territorios donde hay menos impuestos para fines lícitos), la zona. No existe un globo terráqueo plano. Es un globo segmentado, en el que la gente salta sobre grandes porciones de territorio que no están conectadas de ninguna manera. Esto se puede ver muy claramente en África. Tenemos una economía extractiva que está conectada a una economía financiera muy abstracta en este enorme espacio, que está conectada de forma desigual —primero entre sí— y luego con el resto del mundo. Me parece que esta geografía anticipa en qué se está convirtiendo el mundo.

Usted se refirió a África como la última frontera. ¿Qué quiere decir con eso?

Es el último territorio de la tierra que aún no se ha sometido totalmente a la dominación del capital. Sus recursos minerales apenas se han explotado. Es la última gran parte del Universo que aún no se ha relacionado totalmente con sus múltiples partes. Imagínese que, para ir de Casablanca a Ciudad del Cabo, se pasa casi todo el día dentro de un avión. Es un gran continente. Pero no tenemos ningún ferrocarril de Casablanca a Ciudad del Cabo o de Ciudad del Cabo a El Cairo. No tenemos el tipo de carreteras interamericanas. África es la última frontera del capitalismo en el sentido de que, incluso para una gran potencia como China, su economía sólo puede funcionar mediante el suministro de recursos básicos del continente. Y después de China, será África.

Muchas personas encuestadas en Asia y África dicen que Facebook es tan importante para ellos que el resto de Internet no existe. ¿Vivimos en un mundo de Facebook?

Sí, definitivamente. El fantasma de vivir en muchos planos diferentes al mismo tiempo. Me parece que la habilidad de Google y Facebook está en aprovechar las fantasías humanas profundas y ocultas y convertirlas en productos que se venden y compran en un mercado que es global y que desencadena nuevas formas de interacción que no hemos visto antes.

Pero también es una forma de publicar y difundir ideas.

Sí, definitivamente. Pero me interesaba más el tipo de yo que surge en el crisol de estas nuevas tecnologías y cómo estas tecnologías se convierten en una extensión de nosotros mismos y borran la distancia entre el ser humano y el objeto. Los seres humanos ya no se contentan con ser simplemente seres humanos. Quieren añadir a lo que son, los atributos de la cosa y el objeto.

Me refiero a la medida en que nuestra propia relación con nosotros mismos y con nuestro entorno cambia por el tipo de tecnologías que practicamos o intercambiamos; esta capacidad de multiplicación y reproducción cambia algo en nuestra mentalidad. Esta comunión y fusión entre el ser humano vivo y el objeto, o la tecnología, está en el origen de nuevas formas de ser que no hemos visto antes. Tienen serias implicaciones para quienes se interesan por la cuestión de la política y la liberación. La tarea anterior era asegurarse de que el ser humano no es un objeto. La emancipación significa que no puedo ser tratado como un objeto. Ya sea un ser racional, una mujer o un trabajador, quiero ser tratado como un ser humano. Ahora bien, si el humano comienza a desear tener algunos de los atributos del objeto, entonces ¿en qué consiste la emancipación?

¿Hay un giro africano específico en todo esto?

Ahí es donde África se vuelve realmente interesante, porque en las cosmologías africanas, en los sistemas de pensamiento africanos anteriores a la época colonial, e incluso ahora, una persona humana puede metamorfosearse en otra cosa. Puede convertirse en un león y luego en un caballo o en un árbol. Y esta capacidad de conversión en otra cosa se aplicó también a las transacciones económicas. Siempre estabas negociando con alguna otra fuerza o alguna otra entidad. Y tú siempre estabas ocupado tratando de capturar parte del poder invertido en esas entidades para añadirlo a tus propios poderes. Así que, si se quiere pensar en estos términos más bien esencialistas, África es un terreno fértil para las nuevas tecnologías digitales porque la filosofía de estas tecnologías es más o menos la misma que las antiguas filosofías africanas. Este archivo de permanente transformación, mutación, conversión y circulación es una dimensión esencial de lo que podemos llamar cultura africana. Internet responde directamente a este impulso y su éxito cultural se explica por el hecho de que se encuentra a un nivel muy profundo con lo que siempre ha sido el modo en que los africanos transan consigo mismos y con el mundo. Y que, de hecho, los africanos eran posmodernos antes del posmodernismo. Si quieres hacerte una idea del mundo que viene, del mundo que nos espera, ¡fíjate en África! Verás los síntomas y las expresiones de ese mundo que nos espera. Y la mayoría de las lecturas del continente no han sido capaces de ponerlo de relieve porque miran hacia atrás, y no de forma prospectiva.

Entonces, en cierto modo, ¿está diciendo que el mundo digital es un mundo africano?

Por supuesto. De hecho, el mundo de África, el mundo precolonial, así como el mundo actual, siempre ha sido algo digital. Y lo que vemos ahora es la reconciliación de esa cultura y una forma que viene de fuera. Pero, ¿dónde están las fuerzas que ayudarán a domar esa forma y a orientarla hacia fines sociales, la justicia de la igualdad, la libertad y la democracia, en lugar de hacia el empeoramiento de la desigualdad, la depredación y el saqueo?

La idea es que África era digital antes de serlo. Y cuando se estudia detenidamente la historia cultural del continente, salen a la luz una serie de cosas sobre cómo se constituyeron las sociedades africanas y cómo funcionaron. En primer lugar, se constituyeron a través de la circulación y la movilidad. Cuando se examinan los mitos sobre el origen de África, la migración ocupa un papel central en todos ellos. No hay un solo grupo étnico en África que pueda afirmar seriamente que nunca se ha desplazado. Sus historias son siempre historias de migración, es decir, personas que van de un lugar a otro y, en el proceso, se fusionan con muchas otras personas. Así que en ese movimiento y amalgama, recopilas los dioses, conquistas una etnia, la derrotas militarmente y tomas sus dioses como propios, o tomas a sus mujeres como esposas y así se convierten en tus padres.

En segundo lugar, una extraordinaria plasticidad: la capacidad de acoger lo nuevo, lo iniciático. La plasticidad y la voluntad de probar lo nuevo se ha visto en todo el continente. La gente no creerá en el Dios de los musulmanes de la misma manera que la gente de Arabia Saudí. El islam senegalés es muy diferente del islam de Irán o de Arabia Saudí. Tomar formas de moneda, en África Occidental durante siglos se utilizaron todas las monedas. Si vas a Zimbabue ahora mismo, puedes usar el dólar, el rand (moneda sudafricana), la libra, el yen, esa multiplicidad de cosas. Sigues convirtiendo una cosa en otra. Esta flexibilidad y esta capacidad de innovación constante, de ampliación de lo posible, es también el espíritu de Internet, es el espíritu de lo digital, y es el mismo espíritu que se encuentra en el África precolonial y contemporánea. Y lo que se hace es construir el encuentro, la reconciliación entre estas formas y el archivo cultural que aún forma parte de la vida cotidiana, con el propósito de construir una sociedad afropolitana comprometida con los ideales de libertad y liberación.

¿Cómo concilia la idea que acaba de desarrollar, el mundo digital como mundo africano, con el escaso éxito de las aplicaciones y la innovación tecnológica africanas?

Me parece que no hay ninguna otra parte del mundo donde la gente se vea obligada por las malas circunstancias a innovar tanto como en este continente. Es una innovación constante y permanente. Si no innovas en las formas de pensar, en las formas de hacer las cosas, no vas a poder sobrevivir. Pero ¿cómo conseguir que esta inagotable capacidad de innovación esté al servicio de un tipo de creación mayor que pueda impulsar al continente, que pueda ayudarle a levantarse y a convertirse en su propio centro?

¿Cómo podemos asegurarnos de que las instituciones no obstaculicen esta capacidad de innovación? La posibilidad de que Internet ayude a resolver este dilema institucional es algo en lo que debemos pensar de forma creativa. Puede ser la cuña que ayude a cortar el lazo de la supresión entre las instituciones y la innovación.

Los chinos y los indios vienen aquí para obtener algo de África, pero los estadounidenses y los europeos siguen anclados en la idea de que tienen que traer algo …

Sí, esa es la gran división. La división de principios del siglo XXI es precisamente entre los que piensan que esta es una tierra de caridad, en la que se aporta algo a esta pobre gente que apenas puede vivir, y los que vienen aquí porque saben que es el laboratorio del futuro y que aquí hay cosas que se pueden cosechar. Occidente, por supuesto, sigue siendo un actor principal, pero están entrando nuevos actores, se están estableciendo nuevas conexiones para los que vivimos en un lugar como Johannesburgo, por ejemplo. Es fácil verlo. Basta con tomar un vuelo que vaya a Shangai o a Bombay o a São Paulo y compararlo con un vuelo que vaya a Nueva York o a Londres. Son dos mundos totalmente diferentes. Por un lado, el mundo del futuro y, por otro, el del pasado. ¿Dónde quiere ir el continente, con quién? ¿Y cuáles son las fuerzas que deberían movilizarse para marcar la diferencia?

¿Cree que el aumento de la conectividad a Internet disolverá las fronteras entre el campo y las ciudades, o la ciudad será de los conectados y el campo de los desconectados?

En primer lugar, asistimos a una reducción de la distancia entre las ciudades y las zonas rurales, a una intensificación de la circulación y las transacciones entre ambas. La gente va constantemente de un lado a otro, hasta el punto de que resulta un poco difícil distinguir lo que es urbano y lo que es rural. En un lugar como Kinshasa, por ejemplo, según los que estudian la ciudad, se observa una ruralización de la ciudad y una urbanización de lo rural.

Esa es la tendencia que se intensificará en los próximos años. En varios países, hemos visto un aumento de la electrificación de las zonas rurales. En el sur de Camerún, por ejemplo, la mayoría de los pueblos están ahora electrificados. Y con la electricidad viene todo lo que estábamos hablando: la televisión, el acceso a Internet, los teléfonos móviles, etc. Lo que veremos es la densificación de todo tipo de redes, tanto humanas como tecnológicas, que reconfigurarán todo el mapa espacial africano.

¿Cree que con el aumento de la conectividad, las fronteras internas de África tenderán a disolverse?

Lo que veremos es una pluralización de las fronteras, en el sentido de que seguiremos teniendo estas fronteras físicas, las fronteras coloniales. Pero estas fronteras físicas serán sustituidas por todo tipo de interacciones, la mayoría de ellas virtuales. Esto ya está ocurriendo. Así que, poco a poco, la idea de las fronteras físicas se irá deslegitimando debido a la intensidad del tráfico virtual, que podría llevar a la reformulación de las entidades nacionales. Creo que el futuro está abierto, pero la contestación de las fronteras aumentará, más aún porque Europa está ahora fuera del alcance de muchos africanos. Habrá un aumento de la urbanización. Si se viaja hoy de Lagos a Accra, es como una gran ciudad costera. Dentro de 50 años, nadie conocerá las fronteras de Lagos porque se expandirá físicamente desde Lagos hasta Accra. Así que la pregunta es política: ¿nos anticipamos a eso? ¿O esperamos a que se produzca de forma caótica y desorganizada?

Pero cultural y psicológicamente, ¿contribuirá esto a un nuevo tipo de mentalidad e identidad panafricana?

Contribuirá a la aparición de algo que yo llamo mentalidad afropolitana, en el sentido de que habrá más circulaciones dentro de este continente increíblemente grande. Ya te hablé del millón de chinos. En Angola y Mozambique, en los últimos cinco años, hemos visto regresar a 18.000 portugueses, algunos de los cuales se fueron durante la colonización, otros acaban de llegar. Hay gente que viene del sur de Asia. Marroquíes que vienen del norte y se instalan en las principales ciudades sudafricanas. Así que el afropolitanismo es el movimiento cultural que acompaña a estos procesos históricos, algunos de los cuales son totalmente nuevos. Es más que panafricanismo, es algo que hace de África el punto de encuentro de diferentes movimientos migratorios.

En algunos lugares, vemos cómo se establecen nuevas fronteras con el uso de la tecnología, por ejemplo aquí en Sudáfrica.

Esto es típico de la era de la globalización que atraviesa el mundo. También es típico de la era del capital financiero que, para su reproducción, necesita constantemente eximirse de cualquier obligación con una determinada localidad, aumentando así la importancia del offshore, por ejemplo.

¿Cree que los regímenes totalitarios de África pueden transformarse en regímenes totalitarios con ayuda tecnológica?

Si los regímenes totalitarios de África quieren ser más sofisticados en su control del pueblo, pueden hacerlo, pero no estoy seguro de que tengan los medios o la inteligencia. A veces los regímenes totalitarios son bastante estúpidos.

En el mejor de los casos, dentro de cinco o diez años, ¿dónde estaremos?

En 15 años, tendremos un continente totalmente diferente. Tendrá poblaciones que se mueven a un ritmo más rápido que ahora: tendrá más conexiones físicas entre diferentes partes del continente; tendrá una clase media más grande; tendrá enclaves de pobreza, desempleo e incluso guerra; tendrá muchas más personas que vendrán y se establecerán en el continente, especialmente personas que vendrán de Asia; y tendrá, ya que es el tema de nuestra conversación, millones de personas que estarán aún más conectadas a las nuevas tecnologías.

Por cierto, los más pobres se beneficiarán de estos avances. El mayor reto, por supuesto, seguirá siendo cómo poner a la gente a trabajar. Internet por sí solo no resolverá los problemas políticos. Tenemos que reinvertir en lo político, es decir, en las formas de lucha, en las luchas sociales y políticas, con el objetivo de crear sociedades más justas.

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Artículo original publicado en Conexão Malunga

Traducción del portugués: Alejandro de los Santos