Marina Silva y Eduardo Jorge: la lógica del desvío y la creación

Por Alexandre Mendes

El choque protagonizado por la reencarnación de las figuras del capitán, del coronel del nordeste y de los burócratas serviles de São Paulo, nos empuja hacia una lógica cuyo resultado podrá ser una segunda vuelta electoral donde se exprese todavía más el momento de prolongación sin fin que vive la actual situación política brasileña, la cual se extiende mucho más allá de las elecciones.

Ante esta nueva trampa, en lugar de conjeturas sobre el voto útil o del simple esfuerzo de negación al candidato más peligroso (tácticas incapaces de constituir un desplazamiento positivo), el desafío parece estar en escapar del tipo de enredo salvacionista que intenta reorganizar la propia idea de política, vaciando permanentemente las alternativas y las posibilidades.

No es la superficie, son los supuestos profundos los que necesitan ser atacados: candidatos que incorporan grandiosas y falsas tareas, arrebatos retóricos, salidas milagrosas para la crisis, profecías simétricamente miserables de más mercado o más estado, promesas de retorno a un pasado dorado e idílico, en fin, todo un comercio de la salvación aguardando para conformar la nueva desilusión del mañana y, a partir de ahí, recomenzar el mismo ciclo.

La lógica de trinchera tiene un efecto doble: en primer lugar, al ser incorporada subjetivamente, en individuos y grupos, termina resultando en la generalización de la paranoia, del miedo, de la sensación de impotencia, del fanatismo político y, en casos extremos, de la propia voluntad de eliminación física del otro; en segundo término, en sentido opuesto, permite el reciclaje pacífico y continuo de todo un sistema político que, ante las amenazas iniciadas en 2013, sigue comandado por las viejas fuerzas de siempre (incluido el candidato perteneciente al llamado «bajo clero», que se presenta falsamente como antisistema). La síntesis literal de la nueva servidumbre se puede encontrar en el orgullo del corazón robado: el odio en el campo social y subjetivo se canaliza como amor incondicional y vertical que alimenta el funcionamiento del campo político.

Si existe una innegable riqueza en la campaña electoral de Marina Silva y Eduardo Jorge, es un insistente desvío en relación a los parámetros de lo que quedó entendido, en estos últimos tiempos, por conflicto político y social. En cuanto a los efectos subjetivos, al rechazar el papel de reclutadores y organizadores de una guerra por la salvación nacional, reconocen que la dignidad, la autonomía e incluso la alegría deben formar parte de todo el actuar político. La acción política, así, no debería forjar mundos paralelos, belicosos y auto-centrados, rebajando a los sujetos a la condición de meros autómatas o soldados disciplinados. Es, por el contrario, una posibilidad de establecer mejores conexiones con el mundo y de extraer de la realidad nuevas y mejores condiciones para la vida. El final, por lo tanto, de las paranoias y del miedo; el inicio de una confianza en el mundo ligada a la posibilidad de su propia transformación.

Es de ahí que extraemos el segundo desvío, que se refiere a la necesidad de abrir brechas al sistema de 1988 que van acompañadas de nuevos gestos de creación política. El desplazamiento se transforma, aquí, en paradoja: si es verdad que Marina y Eduardo pueden haber permanecido distantes de importantes movilizaciones que, en el campo social y partidario-institucional, permitirían indicar nuevos y mejores caminos, la victoria de ambos sería capaz de desplazar el actual marco político hacia un campo mucho más favorable para esas movilizaciones. Al menos, todo el frente salvacionista tendría que lidiar con nuevas coordenadas, perdiendo de inmediato su terrible fuerza de captura y liberando un terreno para nuevas condiciones del actuar político.

E aquí esta fórmula tan extraña y aberrante: un pequeño y hasta decepcionante desvío, dotado de efectos tan inconmensurables. Una larga lista de insuficiencias y límites (conocidos por todos, dentro y fuera de la campaña) donde se inscribe un amplio repertorio de posibilidades. ¿Será ésta la tan comentada debilidad de Marina y Eduardo? ¿Aquello que los hace menos convenientes para el momento? Sea cual sea la evaluación, existe, sin duda, una fuerza irreductible que deriva de esta situación incómoda. Pues es al interior de esta paradoja que mueve la campaña de Marina donde podemos encontrar la luz cruda de una claridad sin configuración plena. Cuando la lógica de las trincheras es removida de nuestra visión frontal, lo que reaparece es la lógica fascinante de la propia política: alcanzar los supuestos, establecer nuevas conexiones con el mundo y transformar la vida en la frontera de la creación.»

Traducción: Santiago de Arcos-Halyburton

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