Reflexiones sobre neoliberalismo recargado y derechas radicales

por Matías Saidel

 

Un diálogo con El capital odia a todo el mundo de Lazzarato y La opción por la guerra civil de Dardot, Laval, Guéguen y Sauvêtre

  1. INTRODUCCIÓN

A partir de la crisis financiera global del 2008 hemos asistido a un proceso de radicalización de las políticas neoliberales, que han generado un profundo malestar en distintas sociedades. Dicho malestar ha sido capitalizado progresivamente por movimientos y partidos políticos de ultraderecha, que combinan una defensa irrestricta de la propiedad privada y el mercado competencial con una posición racista, misógina, xenófoba y aporofóbica que adquiere ribetes autoritarios y punitivos. En ese sentido, busco poner en contexto lo que fueron distintos diagnósticos acerca de la crisis y el posible fin del neoliberalismo, para señalar que, lejos de poner en tela de juicio dicha racionalidad de gobierno, la crisis deviene un dispositivo de gobierno de las poblaciones (Dardot y Laval, 2016) que ha habilitado tanto el auge de las nuevas derechas como la puesta en cuestión de la democracia liberal en Occidente. En ese marco, intento situar el auge de las derechas radicales en el contexto del malestar producido por las propias políticas neoliberales. Para ello, tomo en consideración las lecturas realizadas por Lazzarato y Dardot, Laval, Guéguen y Sauvêtre respecto del carácter estratégico del neoliberalismo evidenciado a lo largo de su historia. Estos autores coinciden en retomar la lectura del poder realizada por Foucault en 1973 en términos de guerra civil, contraponiéndola –en el caso de Lazzarato– o  complementándola

-en el de los franceses- con la lectura del poder en términos de conducción de conductas. En ese marco, Lazzarato propone reconocer la existencia de un nuevo fascismo neoliberal frente a las nociones de neoliberalismo autoritario que han circulado en la academia desde la crisis financiera. Por su parte, Dardot et al. van a marcan que no estamos frente a un nuevo tipo de fascismo sino frente a una radicalización del propio neoliberalismo que contiene elementos autoritarios que le son inherentes en cuanto cosmovisión y racionalidad gubernamental. Teniendo en cuenta estos aportes, propongo la noción de neoliberalismo recargado como un modo de caracterizar este nuevo neoliberalismo cuyas condiciones de posibilidad están dadas tanto por sus aspectos doctrinarios como por las mutaciones económicas, políticas y culturales en curso.

 

  1. DE LA CRISIS FINANCIERA A LA RADICALIZACIÓN DEL NEOLIBERALISMO

La crisis del capitalismo financiero global y el salvataje a los bancos posterior a 2008, con la intervención masiva al estilo neokeynesiano que eso suponía en el mercado financiero por parte del Estado, fue vista por algunos observadores como una crisis terminal del neoliberalismo, o por lo menos, una crisis severa de su hegemonía (Kotz, 2015; Stiglitz, 2019) donde los Estados estaban comprando tiempo a través del endeudamiento y otras medidas tendientes a dilatar la inevitable crisis del capitalismo (Streck, 2014; 2016). Otros vieron este fin acercarse durante la crisis económica y sanitaria generada por la pandemia de covid-19 (Saad-Filho, 2021), donde algunos Estados occidentales apostaron a estrategias que contraponían la salud a la economía, privilegiando a esta última, y otros optaron por intervenir en la economía a través de impuestos a grandes fortunas, ayudas a ciudadanos y empresas, compras de insumos esenciales o protección de recursos estratégicos.

Sin embargo, en el primer caso, los salvatajes que en gran medida iban dirigidos a los grandes jugadores que habían originado la propia crisis, no solo no dieron lugar a la muerte del neoliberalismo, sino que lo llevaron a una radicalización, aplicando medidas de austeridad y privilegiando el pago a los acreedores por sobre cualquier consideración relativa al bienestar social de las poblaciones (Blyth, 2013; Davies, 2016). En el segundo caso, si bien las respuestas variaron, una vez terminada la crisis de la pandemia, en algunos países se vuelve a una versión del neoliberalismo incluso más radical.

Frente a cada crisis financiera, económica, sanitaria, climática, hipotecaria, migratoria o militar, la oligarquía plutocrática que gobierna el mundo parece no tener un plan de recambio, autoconvencida del mantra tantas veces repetido a partir de Thatcher: there is no alternative. Por eso, la respuesta frente a cada crisis siempre consiste en buscar los remedios a los males generados por el capitalismo neoliberal en la propia farmacopea neoliberal, aumentando las dosis de ese mismo pharmakon.

En ese contexto, no solo se comenzó a advertir que la crisis orgánica no había dado lugar a ninguna transformación estructural, sino que había desatado lo que Gramsci llamara “monstruos” o lo que Wendy Brown llamó un Frankenstein en el que ni siquiera sus padres fundadores se hubiesen querido reconocer (Brown, 2019). Con el ascenso de Trump, de Bolsonaro o del Brexit, se teorizó sobre el paso de un neoliberalismo progresista (Fraser, 2019) –que, si bien había dado por tierra con cualquier forma de redistribución, al menos había sido capaz de dar espacio a demandas de reconocimiento que se venían gestando desde hace mucho tiempo atrás por parte de movimientos de derechos civiles, feministas, antirracistas, indigenistas, etc.– a un neoliberalismo reaccionario, comandado por los nuevos populismos de derecha radical.

En efecto, lejos de escuchar las demandas de los afectados por la intemperie generada por la crisis, los gobiernos siguieron apelando a soluciones austericidas y tecnocráticas, que buscan el refuerzo de la competencia a todo nivel, el recorte de los gastos sociales, la caída de los salarios, la precarización laboral y existencial y el pago a los acreedores. En ese marco, lejos de dar lugar a una transformación social reclamada por los masivos movimientos de protesta, la crisis permitió profundizar los rasgos más antidemocráticos y violentos del neoliberalismo, de los cuales salieron triunfantes las nuevas derechas radicales, con su apelación a un discurso anti- establishment, antiglobalista y antiprogresista.

En ese marco, a la visión de una gubernamentalidad neoliberal que buscaba optimizar los sistemas de diferencias y era tolerante a la proliferación de lo múltiple, inspirada en los seminarios de Michel Foucault, en las políticas de las izquierdas neoliberales o terceras vías, y en una parte de la biblioteca neoliberal, se le fue contraponiendo una mirada que destacaba de distintas maneras la existencia de un neoliberalismo autoritario (Bruff, 2014; Catanzaro, 2021), punitivo (Davies, 2016), antidemocrático (Brown, 2019; Dardot y Laval, 2016), beligerante (Alliez y Lazzarato, 2016), conservador (Cooper, 2017) y reaccionario (Fraser, 2019; Perrin, 2014).

En efecto, con la victoria electoral de Trump, del Brexit, de Salvini, de Bolsonaro, de Johnson, de Modi, de Meloni y de Milei, la continuidad de líderes como Erdogan, Putin, Orbán, Kaczyński, Netanyahu, etc. y con la radicalización del discurso y las medidas marcadas por el odio a los inmigrantes, a la “ideología de género” y al “comunismo”, para muchos teóricos ya no bastó con destacar el auge de fuerzas ultraderechistas u observar su desmarginalización (Mudde, 2019), sino que proliferaron caracterizaciones de estos movimientos en términos de neofascismo, post- fascismo, fascismo neoliberal, etc. De hecho, frente a quienes sostenían que no había demasiados puntos en común entre las nuevas derechas y el fascismo histórico, había otrxs para lxs cuales hablar de populismos de derechas era eufemístico, mientras que oponerle un populismo de izquierdas era absolutamente inviable, porque la izquierda debería dirigir su discurso a otro público y movilizar otro tipo de pasiones (Fassin, 2018; Lazzarato, 2020). En lo que la mayoría de los teóricos parecían coincidir, es en que ya no se podía seguir analizando a la gubernamentalidad neoliberal como una especie de soft power, y que, si bien cada experiencia neoliberal está marcada por su singularidad, tampoco era factible trazar una línea demarcatoria tan tajante entre la experiencia de un Sur global, donde el neoliberalismo se impuso a sangre y fuego, de un Norte, donde si bien la transición se dio sin rupturas institucionales, abundaron las medidas represivas y los dispositivos jurídicos que, yendo en contra de derechos y garantías adquiridos, están minando al propio Estado de derecho.

En ese marco, se empezó a debatir si este devenir autoritario del neoliberalismo era una consecuencia no planeada por sus impulsores originales (Brown, 2019) o si, por el contrario, estaba ligado de manera inherente al propio pensamiento neoliberal y a los procesos de neoliberalización (Lazzarato, 2020; Dardot et al., 2021). En cualquier caso, la visión irénica de una gubernamentalidad neoliberal que se basaba en una serie de incitaciones ambientalmente diseñadas a conducir nuestras vidas como empresas bajo un vaporoso imperativo del rendimiento empezó a ser complementada, cuando no directamente rebatida, por otras que acentuaban al carácter beligerante y estratégico del neoliberalismo y el carácter violento y coactivo de sus dispositivos disciplinarios y biopolíticos, incluso por parte de teóricos que habían hecho importantes contribuciones a la genealogía de la racionalidad neoliberal, exhibiendo las modalidades bajo las cuales los pensadores neoliberales pergeñaron una reprogramación del liberalismo y las novedades introducidas por sus dispositivos de gobierno (Lazzarato, 2020; Brown, 2021, Dardot et al, 2021).

En este marco, me interesa contraponer algunos aportes recientes de Lazzarato y de Dardot, Laval, Guéguen y Sauvêtre para analizar más de cerca esta mirada estratégica del neoliberalismo, las características de su configuración actual y su relación con las derechas radicales en auge. Si bien ambas perspectivas retoman la noción de guerra civil desarrollada por Foucault como matriz para entender la política y ambas proponen una historia del neoliberalismo que difiere de la imagen que brinda el Nacimiento de la biopolítica, mientras Lazzarato destaca al Estado y al fascismo como máquinas de guerra a las que recurre un capitalismo en crisis y un (neo) liberalismo que se siente amenazado, Dardot et al. van a poner el foco en los aspectos inherentemente autoritarios de la racionalidad neoliberal centrada en la extensión de la lógica de la competencia a todos los ámbitos para comprender esta nueva situación.

  1. LAZZARATO Y LA ALTERNATIVA ENTRE FASCISMO Y REVOLUCIÓN

Maurizio Lazzarato ha sido un teórico muy relevante para comprender las transformaciones en las relaciones de poder en las últimas décadas. Para ello, no ha dudado en revisar críticamente los paradigmas interpretativos que venía utilizando. Por ejemplo, ha trabajado sobre la noción de trabajo inmaterial junto con Toni Negri –de la cual actualmente toma distancia– y la transformación de la biopolítica en nopolítica, se ha valido ampliamente del repertorio deleuziano y foucaulteano, y se ha nutrido del marxismo, el feminismo y el pensamiento poscolonial para repensar el poder en el seno del capitalismo. En ese sentido, si bien parte de la noción foucaulteana del neoliberalismo como racionalidad gubernamental, advierte tempranamente que, en su curso sobre neoliberalismo, Foucault no tematiza ni el modo violento en el que se está comenzando a implementar el neoliberalismo en Chile ni el auge del capitalismo financiero que llevará a posteriori a transformar al empresario de sí mismo en hombre endeudado (2013). Más recientemente, junto con Eric Alliez, retoman la noción de guerra para pensar el poder en la modernidad capitalista, frente a un abordaje insuficiente de la misma en Foucault. En ese sentido, Lazzarato sostiene que después de utilizar el paradigma de la guerra civil para entender el poder y las resistencias, Foucault quiere conservar un punto de vista estratégico, pero abandona la noción de guerra a favor de la noción de gubernamentalidad. Esta idea del poder como conducción de conductas marcaría una pacificación del concepto de poder que va en detrimento de una comprensión acabada del neoliberalismo realmente existente (Lazzarato, 2022, pp. 75-76).

Al mismo tiempo, marca que el francés se preocupó demasiado por pensar el poder en las instituciones y en el Estado, pero deja en la sombra el poder ejercido por el capital en la modernidad, donde precisamente el Estado sería una de sus máquinas de guerra. Dicha postura en torno a la relación de inherencia entre guerras y capital lo lleva a adoptar una visión del nuevo neoliberalismo y el auge de las derechas radicales en términos de un nuevo tipo de fascismo, que ya no sería nacionalsocialista, como en los años 1930 sino nacional-liberal, como en el caso de Trump y Bolsonaro.

En efecto, Lazzarato sostiene que la elección de Bolsonaro como presidente de Brasil marca una radicalización de la ola neofascista, racista y sexista que barre el planeta, que esta ola remite al nacimiento político del neoliberalismo en el Chile de Pinochet y que llamarla populista o neoliberal autoritaria es un eufemismo (2020, p. 19). En ese marco, sostiene que el presupuesto omitido de una gubernamentalidad centrada en la competencia y la empresa es que la subjetividad de los gobernados solo puede construirse en condiciones de una derrota que la hace pasar del estado de adversario político al de vencido. El caso latinoamericano sería paradigmático a este respecto, ya que el neoliberalismo se impone a través de dictaduras sangrientas que sofocaron los procesos revolucionarios que se estaban gestando. En ese marco, Lazzarato sostiene que el neoliberalismo debe producir mercados e intervenir continuamente y respaldarlos: a través de marcos legales, estímulos fiscales, económicos, etc. Pero hay un “intervencionismo” previo llamado “guerra civil”, que es el único que puede crear las condiciones para “disciplinar” a los “gobernados” que tienen la osadía de querer la revolución y el comunismo. Por eso los Chicago Boys se abalanzaron como buitres sobre América Latina. Había allí una subjetividad devastada por la represión militar cuyo proyecto había sido derrotado y sobre el cual podían operar libremente. (2020, p. 21-22)

Desde este punto de vista, el neoliberalismo es un proyecto contrarrevolucionario y un instrumento de gobierno del capital que no duda en recurrir al “fascismo” cuando ve amenazado su poder. De modo que las concesiones realizadas a la clase obrera occidental durante la etapa fordista obedecían a que el capital se sentía amenazado por la posibilidad de una revolución. Sin embargo, después de la revolución cubana, estaba claro que las potencias imperialistas no iban a permitir una nueva derrota y de allí la violencia con la que operaron las dictaduras del cono sur, que allanaron el camino para las reformas neoliberales. Por eso mismo, Lazzarato no acepta las tesis según la cual el neoliberalismo se impone de manera pacífica en el Norte y violenta en el Sur (Brown, 2015), porque: “se trata del mismo capital, del mismo poder y de la misma guerra. Los neoliberales, guiados por un odio de clase de que carecen sus oponentes, no se equivocaron al movilizarse en América Latina porque […] la revolución tenía en el sur su hogar más activo. Tenía que ser aplastada como requisito previo cualquier “gubernamentalidad” incluso si tenía que aliarse con fascistas, torturadores y criminales […] Algo que los liberales […] están siempre dispuestos a hacer… cada vez que la “propiedad privada” está amenazada, incluso de manera virtual. (p. 23)”

Lazzarato constata que esta amenaza ha sido bien real a lo largo del siglo XX, ya que este ha sido el siglo de las revoluciones, pero por eso mismo ha sido el siglo marcado por la guerra civil mundial y la emergencia del fascismo. Señala que estos permiten reconvertir los “dispositivos económicos, jurídicos, estatales y gubernamentales” y que “desde 2008 hemos entrado en una nueva secuencia de este tipo” (2020, p. 25).

En ese marco, Lazzarato entiende que la victoria del capital y la transformación de los vencidos en gobernados se renueva a partir de la crisis del 2008, donde la crisis financiera es resuelta mediante la producción de sujetos endeudados, que deben asumir de manera individual los riesgos que antes se asumían de manera colectiva y de ese modo devenir empresarios de sí mismos en un contexto de precariedad creciente. En ese sentido, toma el caso de los primeros gobiernos del PT en Brasil como proyecto de redistribución basado en las finanzas y el extractivismo para mostrar los límites del reformismo. Para Lazzarato, a través de la inevitable crisis que producen las finanzas, la “micropolítica de crédito creó las condiciones de una micropolítica fascista” (p. 34) y “el resurgimiento de las guerras de clase, raza y sexo que desde el principio son la base del capitalismo” (p. 36). Para el italiano, el miedo y angustia del hombre endeudado produjeron una conversión de la subjetividad disponible para las aventuras neofascistas y para los fundamentalismos identitarios y soberanos (p. 51).

En ese sentido, las contradicciones insolubles de los intentos reformistas derivarían en el auge de los “nuevos fascismos”, los cuales conquistaron la hegemonía política declarando una ruptura con el sistema neoliberal que no tuvo lugar en los hechos y sobre todo señalando al inmigrante, al refugiado, al pobre, y al musulmán como el enemigo (p. 36). Este nuevo fascismo es nacional-liberal, e incluso ultraliberal en lo económico, y ya no deriva de la guerra total, sino que opera mediante la “guerra contra la población”. Entretanto, el enemigo ha cambiado. El nuevo fascismo busca, por un lado, reestablecer la línea de color mediante nuevas formas de racismo y la guerra al inmigrante y, por otro lado, declara como enemigxs a gays, lesbianas, transgénero, etc. en su lucha por reconstruir la familia y el orden heterosexuales. En ese marco, sostiene que los fascismos, el racismo, el sexismo y las jerarquías que producen se inscriben de manera estructural en los mecanismos de acumulación del capital y de los Estados. (pp. 38-40)

En su genealogía, Lazzarato marca que la oposición de los neoliberales al fascismo, que se consolida hacia fines de los años 1930, no obedece a la intensificación de la dictadura sino a la crisis de 1929. En ese sentido, sostiene que el capital nunca dudó en apelar a las dictaduras fascistas cuando vio amenazada su hegemonía. De hecho, si en los años 1970 el neoliberalismo se instala de manera violenta, a partir del 2008 se refuerza la guerra contra las poblaciones. En cualquier caso, la guerra está inscripta en el código genético de la racionalidad capitalista, porque esta tiende “a la explotación sin límites de la totalidad de los recursos. El capital desplaza permanentemente sus propios límites y este desplazamiento no puede hacerse sin guerras y sin violencia fascista”. (2020, p. 91)

Para Lazzarato, el neoliberalismo puso en evidencia que no alcanza con una concepción productiva del poder como la que promueve Foucault puesto que, desde finales del siglo pasado, la guerra, los fascismos, el racismo, el sexismo, el nacionalismo, manifestaron la naturaleza negativa como represiva y destructiva del poder neoliberal. El poder no se limita a ejercer una acción sobre otra acción, sino que también implica la posibilidad de imponer su voluntad por la fuerza y la violencia.

 

  1. EL NEOLIBERALISMO Y LA OPCIÓN POR LA GUERRA CIVIL

Esta concepción estratégica del neoliberalismo aparece con otros tonos en el libro escrito a ocho manos por Pierre Dardot, Haud Guéguen, Christian Laval y Pierre Sauvêtre. Este comienza con la siguiente afirmación: “El neoliberalismo procede desde sus orígenes de una elección propiamente fundadora: la elección de la guerra civil. Y esta elección continúa hoy… comandando sus orientaciones y sus políticas incluso cuando no impliquen el empleo de medios militares” (Dardot et al., 2021, p. 9).

Es decir que la guerra civil sigue operando en la filigrana de la paz a través del uso de la violencia y de un nuevo estado de legalidad (Harcourt, 2018). Para los franceses, uno de los rasgos de las guerras civiles realizadas por el neoliberalismo es que son iniciadas por la oligarquía y son totales: sociales, dado que buscan debilitar los derechos sociales de las poblaciones; étnicas, ya que buscan excluir a los extranjeros de todas formas de ciudadanía restringiendo cada vez más el derecho de asilo; políticas y jurídicas, recurriendo a medios legales para reprimir y criminalizar toda resistencia y toda contestación; culturales y morales, atacando los derechos individuales en nombre de la defensa de un orden moral frecuentemente referido a los valores cristianos (Dardot et al., 2021, p. 16).

En ese marco, lejos de anunciar el fin del neoliberalismo, como algunos teóricos han vaticinado, las nuevas derechas radicales no hacen más que reforzarlo. Por eso mismo, no tendría sentido caracterizar nuestro presente por un antagonismo entre globalistas y nacionalistas o entre democracia liberal abierta y democracia iliberal populista, porque ambas son versiones del neoliberalismo. Estas recodificaciones del conflicto en realidad esconderían una misma defensa del orden del mercado global, un sistema antidemocrático y un concepto de libertad que se confunde con la sola libertad de emprender y consumir, y con la afirmación de los valores culturales occidentales (2021, p. 18).

En ese sentido, los autores definen al neoliberalismo como “una racionalidad estratégica que se pliega al contexto” (ibid.). Esta dimensión estratégica no solo aparece claramente en el combate de Mises contra el socialismo en los años 1920 sino también en los aportes de Rougier, Hayek y otros quienes, ya en el coloquio Walter Lippmann, reconocen la necesidad de una guerra de ideas que se opusiera a las formas “colectivistas” de pensamiento.

En ese sentido, Dardot et al. (2021) muestran que el neoliberalismo fue concebido como un proyecto económico y político que reacciona contra las formas de regulación social de la economía que el sufragio universal y la democracia partisana impusieron al libre mercado en los años 1920 gracias al éxito electoral de los partidos socialdemócratas y el recurso a la planificación económica por parte de los gobiernos elegidos democráticamente. En efecto, solemos recordar la oposición de los neoliberales al totalitarismo a fines de los años 30, ignorando la visión amistosa que algunos neoliberales –incluido Mises, quien es reconocido como antecedente del paleolibertarismo– para con el fascismo en los 20 y el rol de algunos teóricos que luego devendrían ordoliberales en la gestación del liberalismo autoritario de von Papen que terminó con la República de Weimar y desembocó en el nacionalsocialismo. Más allá de que el liberalismo autoritario criticado por Hermann Heller no es la antesala del neoliberalismo, ni se confunde con este, lo que queda claro desde los años 1920 es que, para estos pensadores, la cuestión no pasaba por una defensa de la libertad como tal, sino más bien por la amenaza de politización de la economía que la democracia hace pesar sobre el libre mercado.

En efecto, los franceses sostienen que lo que motiva la empresa de refundación del liberalismo es la experiencia de la socialdemocracia en Austria y la República de Weimar en Alemania. La aparición de un estado social que no dudan en designar –junto con Schmitt– como Estado total. En las antípodas de una política de protección de riesgos sociales, el Estado neoliberal busca construir el mercado y protegerlo de las amenazas de regulación y de control excesivas de un Estado al servicio de las masas. Para poder cumplir con esta misión, el Estado debe estar constantemente en pie de guerra para impedirle a la democracia intervenir sobre la economía. Siguiendo estas premisas, los gobiernos neoliberales ponen en práctica estrategias de guerra civil contra todo lo que amenace a las “sociedades libres”, mediante la apuesta por un Estado fuerte y la represión del conjunto de las fuerzas y movimientos sociales que se oponen a este proyecto (2021, p. 21).

Por eso mismo, a diferencia de Lazzarato, los autores señalan que no estamos asistiendo a un fascismo neoliberal. La violencia neoliberal no es una violencia de tipo fascista que se ejerce contra una comunidad designada como extranjera, sino que se caracteriza ante todo por una violencia conservadora del orden de mercado y se ejerce contra la democracia y la sociedad (Dardot et al., 2021). A pesar de su alianza con nuevos tipos de nacionalismo, tampoco se proponen restaurar una mítica comunidad fusional como los fascismos de entreguerras sino asegurar que cada individuo y familia pueda constituirse en una empresa competitiva. La cuestión del fascismo no puede medirse en términos de la piscología de un líder como Trump o Bolsonaro (Borón, 2019), y por más que haya prácticas sociales que pueden ser caracterizadas como fascistas (Feierstein, 2019), estamos lejos de asistir a la emergencia de un régimen político de esas características. Si los fascistas fueron intervencionistas, estatistas, movimientistas y en cierto modo holistas, los neoliberales están convencidos de que en el orden del mercado se pone en juego una civilización que se basa en la libertad y la responsabilidad individuales del ciudadano consumidor. En ese marco, el mercado competitivo funciona como un imperativo categórico que permite legitimar las medidas más excesivas, como el recurso de la dictadura militar, si es necesario (Dardot et al., 2021, p. 22), pero esa dictadura no tiene que ser fascista sino liberal. En línea con lo que plantean a su manera Davies (2016) y Lazzarato (2020) y la noción foucaulteana de un campo de adversidad (2007), los franceses dan una definición del neoliberalismo que vale la pena citar in extenso:

El neoliberalismo no es solamente un conjunto de teorías y de autores sino un proyecto político de neutralización del socialismo bajo todas sus formas y de todas las formas de exigencia de igualdad, un proyecto llevado adelante por teóricos y ensayistas que son desde el principio emprendedores políticos. Procede de una voluntad política común de instaurar una sociedad libre fundada principalmente sobre la competencia, una sociedad de derecho privado, en el marco determinado de leyes y principios explícitos, protegido por los Estados soberanos que buscan encontrar anclajes en la moral, la tradición o la religión al servicio de una estrategia de cambio completo de sociedad. Dicho de otro modo, el neoliberalismo debe ser comprendido como una lucha estratégica contra otros proyectos políticos calificados globalmente como colectivistas. Se trata de imponer a las sociedades ciertas normas de funcionamiento, principalmente la competencia, que permitiría asegurar la soberanía del individuo consumidor. Solamente esta dimensión estratégica y conflictual del neoliberalismo permite aprehender tanto sus condiciones de surgimiento como la continuidad en el tiempo y las consecuencias sobre el conjunto de la sociedad. (2021, p. 24, itálicas nuestras)

 

En ese marco, las formas más brutales del neoliberalismo no implican una degeneración de este, sino que remiten a “una lógica dogmática implacable que no mira a los medios empleados para debilitar y aplastar a sus enemigos”. Y estos enemigos son siempre presentados como enemigos de la libertad y de la civilización, que solo la soberanía del consumidor y la competencia pueden garantizar. De allí que los autores concluyan que “las guerras del neoliberalismo son a la vez guerras a favor de la competencia y en contra de la igualdad”. (Dardot et al., p. 26)

 

  1. NEOLIBERALISMO RECARGADO

Siguiendo estos lineamientos, considero que los conceptos de neoliberalismo autoritario o de fascismo neoliberal que han proliferado en el debate sobre el neoliberalismo actual resultan imprecisos e insuficientes para pensar su especificidad. Si hay rasgos autoritarios que son inherentes a la racionalidad neoliberal, tal como se evidencia en su teoría y en su praxis, tal vez sería mejor hablar de neoliberalismo recargado para caracterizar nuestro presente. En efecto, hablar del neoliberalismo autoritario supondría que consideramos que hubo una etapa del neoliberalismo en la cual este fue democrático, pacífico y pluralista. Es decir, querría decir que lo autoritario es algo que de manera obscena se vino a montar sobre un neoliberalismo prístino, distorsionando un espíritu originario que estaría marcado por una heroica defensa de la libertad contra toda forma de totalitarismo actual o potencial, que es como los neoliberales se presentan a sí mismos.

Sin embargo, es precisamente esa concepción de la libertad la que debe ser problematizada. Una libertad que para Hayek bien puede ser garantizada por un gobierno autoritario, donde los derechos políticos no existan, e incluso por dictaduras genocidas que respeten el orden del mercado, y que se ve amenazada fundamentalmente por una democracia que tiende a lo ilimitado y, por ende, a través de una demanda imposible de colmar de la mítica justicia social, puede devenir totalitaria. Una libertad que, como señalara Wendy Brown (2019), es la libertad de bajar los impuestos a los más ricos, de ampliar el poder y los derechos de las empresas en detrimento de los trabajadores, de intentar deconstruir el Estado administrativo. Es la libertad que defendían los paleolibertarios norteamericanos hace ya cuatro décadas, con su fobia al Estado y a los pobres, los negros, los latinos, las mujeres y las disidencias sexuales, es decir, una libertad que solo concierne a los propietarios blancos y varones. Es la libertad de desconocer la existencia del cambio climático para poder seguir destruyendo nuestro planeta o de aceptar solo las soluciones cosméticas que sean redituables económicamente, como las planteadas por el ecologismo de libre mercado. Es la libertad de no respetar las medidas de cuidado en medio de la pandemia de Covid-19 y de realizar marchas anticuarentena contra gobiernos supuestamente opresivos, propagando aún más el virus. Es un tipo de libertad negativa que exagera el poder del Estado, pero minimiza el del capital, y que, tal como se vio en la pandemia, concibe a los individuos como átomos sin relación entre sí, y, por tanto, sin responsabilidad por los demás y sin motivos para ser solidarios. Como señalan Dardot et al, esta libertad que es más importante que la vida en realidad es un ataque más a las lógicas igualitarias: “la guerra civil contra la igualdad en nombre de la libertad es sin duda una de las principales caras del neoliberalismo actual considerado en el punto de vista estratégico” (2021, p. 13).

En ese sentido, la noción de neoliberalismo recargado apunta a pensar una genealogía donde las discontinuidades históricas puedan encontrar un hilo conductor en ciertas continuidades políticas y teóricas. En ese marco, busca resaltar no solo el carácter reaccionario de buena parte del pensamiento neoliberal –en muchos casos vinculados a las raíces del pensamiento de extrema derecha– sino también el modo violento en el que el neoliberalismo se impuso a partir de los años 70 en distintas geografías.

En la tradición nietzscheano-foucaulteana, esbozar genealogías no tiene como pretensión encontrar un origen prístino a partir del cual se desarrollaría el devenir histórico posterior sino, al contrario, poder conjurar la quimera del origen y ver cómo las realidades emergen y se inventan en el marco de determinadas batallas. En ese sentido, pensar las filiaciones del neoliberalismo actual, e incluso recuperar algunas ideas de sus padres fundadores, no implica adoptar una mirada teleológica sobre estos procesos. Si, por un lado, no se puede afirmar que el neoliberalismo actual sea una consecuencia necesaria del pensamiento de los neoliberales de Austria, Friburgo, Virginia, Ginebra o Chicago, tampoco se puede ignorar que existen elementos claramente antidemocráticos y reaccionarios en el pensamiento de las distintas escuelas que dieron lugar al colectivo de pensamiento neoliberal y a sus herederos políticos. En ese sentido, si el neoliberalismo actual va de la mano de la ideología reaccionaria de las nuevas derechas (nativistas, racistas, misóginas, anticientíficas, conspiranoicas, fundamentalistas, religiosas, etc.), tal vez no deberíamos sorprendernos tanto. El neoliberalismo no solo tiene fuertes afinidades electivas con distintos conservadurismos políticos, sociales e intelectuales (Perrin, 2014), sino que surgió como reacción a la política democrática de masas y a la amenaza que eso representaba para la propiedad privada. Si se piensa el neoliberalismo en términos de su estrategia, su vocación siempre ha sido la de destruir cualquier avance en el sentido de la igualdad, la democracia o la justicia social, combatiendo al socialismo, a la socialdemocracia, al keynesianismo, welfarismo, al comunismo y, en nuestra región, al “populismo”.

De hecho, para los sudamericanos, el carácter antidemocrático, violento y depredador del neoliberalismo, que al menos desde la crisis financiera global de 2008 es percibido y analizado por gran parte del pensamiento crítico del norte global, dista de ser una novedad. No es casual que mientras en los años 90 ciertas perspectivas anglosajonas veían en la racionalidad gubernamental neoliberal una especie de soft power, que venía a poner fin al estruendo de la batalla para poder organizar a las sociedades en torno al modelo de la empresa y de la competencia, el pensamiento crítico latinoamericano –en sintonía con ciertas actualizaciones del marxismo– entendía al neoliberalismo como un proyecto político-económico depredador, impuesto primero por violentos regímenes dictatoriales a sangre y fuego junto con la maldición de la deuda externa y luego mediante el consenso de Washington, que venía a sellar una historia de violencia contrarrevolucionaria y neocolonial, que terminó por transformar de manera irreversible el modelo productivo y distributivo vigente hasta entonces.

Por otro lado, estos regímenes dictatoriales no solo se proponían acabar con lo que llamaban el enemigo marxista –un enemigo invisible o espectral, que por un lado era extranjero y por el otro se infiltraba en los espíritus de la gente–, sino que para ello proponían como tarea central la defensa del mundo occidental y cristiano y de sus valores morales frente a las formas de vida que disentían con ellos.

En ese sentido, las nuevas derechas radicales sudamericanas no pueden evadir su relación con un pasado reciente signado por el horror genocida, al que buscan relativizar cuando no abiertamente glorificar, ni con el desastre social producido por las políticas de desindustrialización y desposesión impulsadas por los neoliberales de ayer y hoy. De hecho, las nuevas ultraderechas neoliberales afirman que aún no se ha ido demasiado lejos en materia de liberalización y desregulación, y que vivimos en una sociedad socialista, donde predomina el marxismo cultural y la “ideología de género”, su retoño más abominable. Esto no es casual si se tiene en cuenta que, desde sus inicios, los neoliberales han establecido una frontera antagónica entre la liberalización total del mercado en una sociedad regida por fuertes derechos de propiedad y competencia y todo lo demás (Davies, 2016).

Por ello, a falta de conceptos más precisos, a través de la noción de neoliberalismo recargado, buscamos pensar nuestro presente signado por una radicalización del neoliberalismo, atendiendo especialmente a su carácter estratégico. Solo desde esa mirada puede comprenderse su devenir autoritario y su simbiosis con ideologías de extrema derecha que ha desconcertado a quienes veían en el proyecto neoliberal solamente una economización de todo (Brown, 2016) o un libertarismo pluralista y amoral.

Por eso no es casual que los libros que acentúan dicha dimensión estratégica del neoliberalismo partan del archivo latinoamericano (Lazzarato, 2021; Dardot et al., 2021; Harvey, 2005; Klein, 2007). El caso chileno nos interpela especialmente ya que no solo es allí donde el neoliberalismo se impuso a sangre y fuego como un proyecto de sociedad expresado en la Constitución de 1980, sino también porque es el país que hace poco ha mostrado la potencia de las resistencias populares frente a décadas de producción de desigualdades y privación de derechos y la violenta reacción del gobierno de Piñera frente a las masivas movilizaciones, el cual vendría a confirmar la hipótesis de los autores comentados sobre el uso de la guerra civil para evitar una revolución.

 

  1. A MODO DE CIERRE

A lo largo de este trabajo hemos repasado distintas miradas respecto a las transformaciones que las sucesivas crisis determinaron en las nuevas formas de neoliberalismo y en el auge de las derechas radicales. Hemos intentado mostrar que los diagnósticos que auguran el fin del neoliberalismo, ya sea por las dinámicas de la crisis del propio capitalismo o por el auge de unas derechas radicales que tomarían distancia de este, no dan en el blanco. Por el contrario, en este último lustro hemos visto un proceso concomitante de auge de gobiernos y movimientos de ultraderecha con un proceso de radicalización neoliberal.

Para comprender nuestra actualidad, hemos recurrido a las explicaciones y las herramientas teóricas forjadas por Lazzarato y por Pierre Dardot et al., quienes, después de haberse abocado a una amplia arqueogenealogía del liberalismo y del neoliberalismo, están en condiciones de subrayar el carácter estratégico del pensamiento neoliberal. Para ello, en ambos casos recurren al paradigma de la guerra civil utilizado por Foucault para entender la construcción del enemigo social como condición de posibilidad del ejercicio del poder en términos de gubernamentalidad. En el caso del italiano, subsumiendo la cuestión del neoliberalismo en la relación entre guerras y capital, propone como alternativas el fascismo o la revolución. Hoy estaríamos lejos de esta última, por lo que se impone de manera desembozada es el nuevo fascismo representado por las derechas radicales y su guerra contra las poblaciones feminizadas, racializadas, colonizadas, pauperizadas, endeudadas, etc.

En el caso de los franceses, buscan analizar el autoritarismo inherente a la racionalidad neoliberal y diferenciar su violencia de la de tipo fascista. En ese marco, sostienen que el autoritarismo neoliberal no tiene que ver con un régimen político determinado, sino que “lo esencial es que los gobernantes sean lo suficientemente fuertes como para imponer la constitucionalización del derecho privado y restringir así el campo de lo que está sujeto a deliberación”. En ese marco sostendrán que lo que aúna a los neoliberales no es una doctrina determinada sino “sus estrategias de guerra civil” (Dardot et al., 2021, p. 297).

En ese marco, la noción de neoliberalismo recargado viene a recuperar la dimensión autoritaria y estratégica inherente al neoliberalismo para pensar lo actual. El ataque a las condiciones de vida de las poblaciones, a los bienes públicos y a los derechos sociales conquistados a lo largo del siglo XX es un mínimo denominador común entre neoliberales “progresistas” y “reaccionarios”. En ese marco, si bien la ultraderecha conjuga las batallas económicas por construir una sociedad de mercado con las “culturales”, donde se busca establecer chivos expiatorios que expliquen el malestar, generando así una situación de violencia constante en las sociedades, tampoco las respuestas a dicho malestar pueden ser resueltas por un neoliberalismo que sea más tolerante con una pluralidad de formas de vida mientras establece condiciones de desigualdad creciente entre los individuos, sino por la articulación entre distintas luchas e instituciones que bregan por la igualdad en los distintos planos de la existencia frente a las lógicas desigualitarias que hacen la coexistencia cada vez más difícil y a las sociedades cada vez más injustas.

 

 

Publicado en: Prólogos, volumen 18, 2024

Matias Saidel, Doctor en Filosofía Política, Istituto Italiano di Scienze Umane. Investigador Independiente del CONICET/INES (Instituto de Estudios Sociales). Profesor Titular de Filosofía Política en UNER, Argentina.

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