El libro póstumo de David Graeber: Una de piratas

Por Rediker Marcus y Gooding Francis

Seguramente ya en curso de traducción y edición en castellano, Pirate Enlightenment, or the Real Libertalia [Allen Lane, 2023, 208 págs.], el libro póstumo de David Graeber (de cuya muerte a fines del verano de 2020 se cumplen ahora tres años), vio la luz esta pasada primavera en su original en inglés. Recogemos dos generosas y detalladas reseñas que dan cuenta de una obra desusadamente singular tanto por su tema ignoto y fascinante como por su insólito enfoque histórico y político. SP

Ilustración desde abajo. Piratas y democracia radical en Madagascar

Marcus Rediker

El difunto David Graeber, anarquista, activista y antropólogo, fue un narrador magistral. A lo largo de toda su carrera, se dedicó a investigar cuestiones relacionadas con el poder, la libertad y la justicia social, generalmente a lo largo de un dilatado periodo de tiempo, e insertó su análisis en anécdotas ricas y evocadoras. In Debt: The First 5,000 Years [En Deuda: Una historia alternativa de la economía, Ariel, Barcelona, 2020], daba cuenta del «comunismo cotidiano» que constituye la base de la sociedad humana y las formas en que llegaron a superponerse a ésta diversos tipos de deuda como palanca de poder e injusticia. En The Dawn of Everything, [El amanecer de todo, Ariel, Barcelona, 2021], escrito en colaboración con David Wengrow, propuso nada menos que un origen y una historia alternativas para la civilización humana. Todo lo que escribía Graeber era simultáneamente una genealogía del presente y un relato de cómo podría ser una sociedad justa.

Graeber llevaba además sus ideas a la práctica. Participó activamente en las protestas antiglobalización y en acciones directas en la década de 1990 y principios de la de 2000, y se convirtió en un destacado activista y teórico del movimiento Occupy en 2011. Ayudó a acuñar la frase «Somos el 99 por ciento» y enfocaba a menudo su activismo de forma muy parecida a su trabajo en la antropología: tratando de relatar una historia de humanidad, de agencia y resistencia, de democracias radicales y de búsqueda de la emancipación.

Pirate Enlightenment, [Ilustración Pirata] un nuevo libro, póstumo, en el que Graeber había estado trabajando antes de su muerte en 2020, entreteje muchos de estos temas en una gran historia. Pero a diferencia de su activismo trotamundos y su antropología del pasado, lo hace aquí situando estos temas en un lugar específico, Madagascar, y en un lapso de tiempo mucho más corto, aproximadamente entre 1690 y 1750. Sin embargo, hasta dentro de estos límites Pirate Enlightenment resulta un relato exuberante sobre «magia, mentiras, batallas navales, princesas robadas, revueltas de esclavos, caza de hombres, reinos ficticios y embajadores fraudulentos, espías, ladrones de joyas, envenenadores, adoración del diablo y obsesión sexual», tal como escribe en el prefacio del libro, todo ello envuelto en un rico relato marinero sobre los piratas y «los orígenes de la libertad moderna». Es un libro sobre la toma de decisiones democrática y las formas de libertad que se crean desde abajo. También nos pide que pensemos de nuevo la idea de «Ilustración» y los orígenes de la democracia. En lugar de mirar a Europa, Graeber sitúa ambas en una isla de la costa de África Oriental.

Que la historia de la piratería atraiga a alguien del talento de Graeber resulta extraordinario. Cuando yo empecé a trabajar sobre marineros y piratas en los años 70, era un empeño solitario. Apenas se habían realizado trabajos académicos serios sobre los marineros de altura -a quienes la mayoría de los historiadores de la época ni siquiera consideraban parte de la historia del trabajo- ni sobre los piratas, que atraían a muchos historiadores aficionados (algunos de ellos bastante buenos), pero a pocos estudiosos bien formados.

El auge de la «historia desde abajo» cambió todo esto. Los movimientos de los años 60 y 70 -las luchas por los derechos civiles, el Black Power, la guerra de Vietnam y los derechos de la mujer- exigían nuevas historias que se centraran no sólo en los estados y los políticos, sino en los actores políticos cotidianos. Estas historias acabaron democratizando la forma en que se ha escrito mucha Historia desde entonces. Influidos por obras como The Making of the English Working Class [La formción de la clase obrera en Inglaterra, Capitán Swing, Madrid, 2012], de E.P. Thompson, y The Black Jacobins, [Los jacobinos negros, Katakrak, Pamplona, 2022] de C.L.R. James, una nueva cohorte de historiadores estudió la «agencia» y la «autoactividad» de una clase trabajadora concebida en sentido amplio. Todos, desde los obreros industriales hasta los indígenas, pasando por los esclavizados, podían hacer también historia.

La piratería, por supuesto, constituía sólo una pequeña parte de estas nuevas historias, pero a medida que los historiadores de abajo empezaron a dirigir su atención hacia una variedad mayor de personas, comenzaron también a centrarse en una extensión geográfica mucho más amplia, a ir más allá de las fronteras de un solo Estado y a cruzar los océanos del mundo. La perspectiva atlántica y la mundial empezaron a substituir a los relatos nacionales -y nacionalistas-. Los estudios sobre los trabajadores marítimos, que solían ser marginales en las historias nacionales, empezaron a desempeñar un papel fundamental en la comprensión del pasado. The Common Wind: Afro-American Currents in the Age of the Haitian Revolution, de Julius Scott, fue sólo un ejemplo de este giro, al replantear la Revolución Haitiana en un contexto más amplio de luchas marítimas atlánticas. Al igual que The Common WindPirate Enlightenment de Graeber es una historia desde abajo, que mira más allá de las fronteras tradicionales del Estado nacional. El libro es un ensayo, lo que significa, literalmente, un primer intento de comprensión. No es ni mucho menos definitivo, como señala el propio Graeber. Sin embargo, el libro también presenta inusuales puntos fuertes: no sólo se basa en la elegante habilidad de Graeber para contar historias y en su agudo ojo para el detalle, sino también en su extenso trabajo de campo realizado en Madagascar entre 1989 y 1991.

En el centro de Pirate Enlightenment está la historia de una «Libertalia real». La propia Libertalia era un asentamiento mítico que, según se dice, construyeron los piratas en Madagascar como experimento democrático radical para vivir libremente en medio de las brutalidades del naciente capitalismo. Graeber no sugiere que existiera este asentamiento concreto, sino que se interesa por una comunidad real e igualmente subversiva que, aunque nunca se llamó Libertalia, prosperó entre la tribu de los betsimisaraka entre 1720 y aproximadamente 1750, y que se basaba en principios de los piratas.

Según cuenta Graeber, la historia de esta Libertalia de la vida real comenzó en 1691, cuando unos piratas se asentaron en Sainte-Marie, se casaron con mujeres malgaches y se dedicaron al comercio de esclavos, dirigiendo gran parte de su tráfico humano a la colonia de Nueva York. Los jefes de los linajes locales atacaron y erradicaron el asentamiento en 1697. Después, Nathaniel North y su tripulación pirata construyeron un nuevo asentamiento en Ambonavola en 1698, basado en las prácticas democráticas e igualitarias de los barcos piratas. También ellos tomaron esposas malgaches, y formaron alianzas que durarían hasta la muerte de North en 1712. Las mujeres malgaches utilizaron el botín pirata para establecerse como comerciantes y conseguir mayor autonomía. Graeber considera que estas mujeres dieron un golpe de Estado contra las restricciones patriarcales de su cultura.

El héroe de la historia de Graeber es un joven carismático llamado Ratsimilaho, hijo de un marino convertido en pirata y de una malgache que representaba una figura destacada entre los betsimisaraka. Entre 1712 y 1720, Ratsimilaho lideró a los betsimisaraka en una serie de guerras contra un jefe rival, Ramangano, y los tsikoa, un clan del sur que se hizo con el control de varias ciudades portuarias de la costa noreste de la isla para comerciar con los europeos. Ratsimilaho se asemejaba a los capitanes piratas que proyectaban un gran poder y utilizaban la violencia contra sus rivales políticos, al tiempo que dirigían a su propia comunidad mediante deliberaciones colectivas y democráticas. Utilizaba el “kabary”, una institución de discusión y debate, del mismo modo que los piratas utilizaban la asamblea común para gobernar sus barcos. También empleó medios de guerra piratas, entre ellos el uso de mosquetes. Ratsimilaho no tardó en derrotar a los tsikoa, a los que llamó «betanimena» -los cubiertos de barro rojo- cuando se retiraron derrotados.

La victoria de Ratsimilaho sobre Ramangano en 1720 consolidó lo que se convirtió en la Confederación Betsimisaraka, la cual, durante los 30 años siguientes, llevaría a cabo lo que Graeber llama un «experimento de proto-Ilustración». Apoyándose en las prácticas piratas de igualdad y antipatía por la autoridad concentrada y arbitraria, Ratsimilaho y los betsimisaraka crearon y mantuvieron un «simulacro de reino» descentralizado, no jerárquico y participativo que se opuso al comercio de esclavos, estableció prácticas igualitarias y experimentó décadas de prosperidad.

A diferencia de la mayoría de los críticos de Pirate Enlightenment, he leído la mayoría de las fuentes primarias de Graeber. Estamos de acuerdo en cuestiones fundamentales: en primer lugar, que la propia Libertalia fue una ficción, una invención literaria. Esto no es algo controvertido. En segundo lugar, estamos de acuerdo en que las prácticas sociales reales y empíricamente probadas de los piratas inspiraron y dieron forma a la historia de Libertalia. Las ideas plasmadas en Libertalia eran concepciones reales y vivas. No eran algo utópico, es decir, «sin lugar»; contaban con un lugar y, como muestra hábilmente Graeber, contaban también con una historia.

En puntos menores podríamos discrepar: ¿fue Daniel Defoe «Charles Johnson», el autor de General History of the Pyrates [Historia general de los piratas, Valdemar, 2017] y su sección sobre Libertalia? Graeber sugiere que probablemente sí, pero yo no lo creo: el libro de Johnson contenía conocimientos marítimos más detallados de los que podría haber poseído o incluso comprendido Defoe. La sección sobre Libertalia fue probablemente obra de un equipo de escritores de Grub Street [calle de Londres conocida por sus editores, publicistas y periodistas] que tenían vínculos con piratas reales a los que entrevistaron para el libro, así como acceso a manuscritos inéditos difundidos en círculos oficiales. Sin embargo, nada de esto socava el argumento más general de Graeber: que entre 1720 y 1750 surgió en Madagascar una sociedad democrática radical como una cabeza de hidra.

Sin embargo, Pirate Enlightenment tiene otras limitaciones. Gran parte de la historia tratada por Graeber no sólo es desconocida sino incognoscible, como él mismo libremente reconoce. Además, dudo que hubiera tantos piratas en Madagascar como afirma él; «varios miles» me parece completamente imposible. Dudo incluso que fueran «varios centenares», ya que sólo surcaban los mares unos 5.000 piratas en cualquier parte del periodo que estudia Graeber. Estas cifras tienen su importancia, porque el argumento sobre la repercusión de los piratas en las culturas del noreste de Madagascar depende hasta cierto punto de una cierta densidad en su presencia física: cuanto menor haya sido el número de antiguos piratas, menos probable y menos duradera habrá sido su influencia. Cabe añadir que los piratas que se asentaron en Madagascar no eran más que una pequeña minoría del total de la población pirata entre 1650 y 1730, la llamada «edad de oro», y que los piratas del Atlántico estaban mucho menos implicados en el tráfico de esclavos que los que tenían su base en el océano Índico.

También es importante recordar que la «cultura pirata» (la forma de dirigir un barco) era en sí misma un fenómeno dinámico que cambiaba con el tiempo. Formaron la «edad de oro» tres generaciones distintas de piratas. Sus culturas eran continuistas, pero en modo alguno idénticas. A medida que los bucaneros de las décadas de 1660 y 1670 dieron paso a los piratas de la década de 1690, a los que siguieron los de las décadas de 1710 y 1720, la cultura pirata se hizo más igualitaria y democrática con el tiempo, conforme las élites abandonaban el negocio del robo por mar y los marineros comunes adquirían un mayor control sobre el funcionamiento de los barcos piratas. Fue crucial que los piratas que se asentaron en Madagascar durante la década de 1690 (por muchos que fueran) lo hicieran en una época en la que los grandes mercaderes y traficantes de esclavos aún tenían mucho poder sobre sus acciones.

La práctica de la esclavitud entre los betsimisaraka es una cuestión que atraviesa la narración de Graeber, pero que nunca se aborda en su totalidad. Graeber sostiene que parte del éxito del proyecto de Ratsimilaho consistió en desconectar a su región y a su pueblo del comercio de esclavos cada vez más agresivo en los océanos Atlántico e Índico. Pero Graeber desvela pruebas de que Ratsimilaho y sus compañeros guerreros poseían esclavos, lo que, de ser cierto, haría que su «experimento» fuera menos democrático de lo que afirma Graeber, y que no estuviera al margen de los sistemas esclavistas que surcaban los océanos Atlántico e Índico.

A pesar de estas reservas, considero que Pirate Enlightenment es uno de los libros más creativos que se hayan publicado sobre la historia de la piratería. La razón principal es que Graeber ofrece nuevas ideas y nuevos puntos de vista sobre la historia de estos forajidos marítimos. La mayoría de los libros sobre piratas no aportan ideas nuevas, y los hay que no las aportan en absoluto, sólo resultados de investigación, que son útiles pero limitados. Lo que Graeber ofrece de nuevo es un análisis de cómo funcionó el proceso de cambio de la cultura pirata entre los betsimisaraka: cómo los pueblos del noreste de Madagascar eran agentes conscientes de la historia que tomaban decisiones de inclusión y transformación dentro de la matriz de sus propios valores y su propia cultura. Uno de los puntos fuertes del libro de Graeber es su análisis de la estructura y la cultura de la sociedad betsimisaraka y su evolución a lo largo del tiempo. Aun cuando carece de fuentes sobre personas, acontecimientos y épocas concretas, me resulta convincente Graeber. Llevó a cabo su trabajo de campo, tenía un conocimiento práctico de la lengua malgache, contaba con antiguos compromisos intelectuales y culturales en Madagascar. Combina con éxito dos tipos de Historia desde abajo: la marítima y la indígena. Se trata de una combinación poco habitual, pero con todas las de ganar. Trata a la gente corriente, especialmente a las mujeres, como pensadores, creadores y artífices de la Historia. Su teoría y sus métodos son tan democráticos e igualitarios como la cultura que trata de esclarecer.

Me apresuro a añadir que no soy especialista en la historia de Madagascar y que la influencia del libro de Graeber dependerá en gran medida de lo que tengan que decir al respecto los estudiosos de los betsimisaraka. Graeber ha ofrecido una interpretación que trata de dar el mayor sentido posible a las pruebas disponibles sobre los piratas y los betsimisaraka a lo largo de mucho tiempo. Puede que se equivoque en algunos detalles, pero sospecho que su interpretación general será difícil de refutar.

Al igual que sus historias de la deuda y del amanecer de «todo», Pirate Enlightenment de Graeber nos incita a pensar. Al mismo tiempo, algunas de las ideas de Graeber no son tan nuevas como él afirma, mientras que otras son más grandes de lo que él deja que sean. Afirmar, como afirma él, que el igualitarismo de los piratas no era un ideal «occidental» no es una idea nueva. Hace más de 20 años, Peter Linebaugh y yo argumentamos en nuestro libro The Many-Headed Hydra [La hidra de la revolución. Marineros, esclavos y comuneros en la historia oculta del Atlántico, Traficantes de sueños, Madrid, 2022], que esos principios de organización social y política los creó, preservó y recreó un proletariado multirracial atlántico en una larga serie de luchas, desde 1600 aproximadamente hasta la década de 1830. A lo largo del siglo XVIII, una tradición de radicalismo marítimo ofreció constantemente nuevas posibilidades políticas: entre los piratas de las décadas de 1710 y 1720, en las rebeliones de las ciudades portuarias de la década de 1730, en la Revolución Americana de las décadas de 1760 y 1770, y en los masivos motines navales de todo el Atlántico de la década de 1790. Graeber no indaga en los orígenes de la cultura pirata, aunque sí señala que los filibusteros ofrecían «una visión profundamente proletaria de la liberación».

The Nation, 21 de marzo de 2023

 

Cuando se jubilan los ladrones

Francis Gooding

Al igual que muchos otros importantes inventos científicos, las primeras recetas de pólvora de verdad se idearon en China. El cóctel clásico de azufre, salitre y carbón se conocía al menos desde el siglo IX d.C., aunque los alquimistas taoístas, que buscaban oro e inmortalidad, ya conocían preparaciones similares desde hacía cientos de años. Una referencia muy temprana aparece en el Zhenyuan Miaodao Yaolue (Esenciales clasificados del misterioso Tao del verdadero origen de las cosas), un texto atribuido en parte al alquimista del siglo III Zheng Yin. En él advierte contra la mezcla de azufre, realgar, miel y salitre, una combinación peligrosamente deflagrante: los alquimistas que experimentaban con esos ingredientes habían quemado edificios y se habían chamuscado las barbas. La lista de Zheng de procedimientos que debían evitarse también incluía la ingestión de elixires de plomo, plata, mercurio y cinabrio (con resultado de muerte); tomar cinabrio derivado del mercurio y el azufre (causa forúnculos y llagas); y beber «zumo de plomo negro», un brebaje poco apetecible que el bioquímico y sinólogo Joseph Needham pensaba que era posiblemente una «suspensión caliente de grafito», lo que suena como un ponche caliente hecho de virutas de lápiz. Fuera lo que fuese, el zumo de plomo negro te ponía al parecer muy enfermo, pero ni siquiera Zheng parecía pensar que alguien fuera a preparar una bebida de pólvora: se limitaba a advertir a la gente de que no se quemara los bigotes jugando con ella. Por otra parte, era un alquimista, no un rey pirata malgache que hacía un juramento mágico de hermandad. Y para ese ritual era esencial una bebida de pólvora.

La fórmula, registrada por el cronista franco-mauriciano Nicolas Mayeur en 1806 y reproducida en la obra de David Graeber Pirate Enlightenment, consistía en mezclar pedernales, bolas de plomo, pólvora y agua de río con la punta de un cuchillo sobre un escudo al que le hubiera dado la vuelta, y beberlo con jengibre empapado en la sangre de los juramentados. Mayeur, un comerciante de esclavos retirado reconvertido en historiador, relataba los rituales de la coronación de un joven llamado Ratsimilaho, hijo de un capitán pirata inglés y de una princesa malgache, que fue investido en 1720 gobernante de una nueva entidad política en la costa del noreste de Madagascar, la Confederación Betsimisaraka. Centrada en la ciudad de Ambonavola, o Foulpointe (actual Mahalevona), y extendida a lo largo de más de quinientos kilómetros, la confederación había unificado los estados locales existentes mediante una combinación de guerra y diplomacia. Se considera que, en su mayor parte, fue una creación del notable Ratsimilaho, que era probablemente un adolescente todavía cuando ascendió al poder. De niño había visitado Inglaterra, muy probablemente con su padre («Capitán Tom»), y había recibido por lo menos una educación parcial. En los relatos convencionales se le presenta como un visionario ilustrado que pretendía llevar la ciencia y las letras contemporáneas a una nueva nación modelada según los estados de Europa. Pero parece que su confederación se sostuvo sobre todo gracias a su carisma personal. Cuando murió en 1750, empezó a desintegrarse; para principios del siglo XIX había desaparecido.

El relato de Mayeur, «Histoire de Ratsimilaho, Roi de Foule-pointe et des Betsimisaraka», se conserva como manuscrito en la Biblioteca Británica. No es, ni mucho menos, la única historia de reyes y reinos piratas en Madagascar, pero sí una de las pocas que es mucho más que un relato pintoresco. Mayeur no era un aficionado: había vivido y trabajado en la isla durante 25 años y había recabado información de algunos de los generales y confidentes de Ratsimilaho, que ya eran ancianos. También conocía al hijo y heredero de Ratsimilaho. El tema de su obra era, sin duda, una persona real, y la Confederación Betsimisaraka existió con toda seguridad; los habitantes de la zona se llaman a sí mismos betsimisaraka hasta el día de hoy. Según Graeber, que realizó su trabajo de campo antropológico en Madagascar a finales de la década de 1980, se trata de «uno de los pueblos más obstinadamente igualitarios de Madagascar». Así pues, no cabe duda de que algo políticamente inusual ocurrió en el noreste de Madagascar a principios del siglo XVIII, y de que tuvo algo que ver con los piratas y sus descendientes.

No está muy claro qué es lo que fue exactamente. Otros reinos malgaches de la época han dejado una huella perceptible, pero los arqueólogos no han encontrado pruebas físicas de ningún tipo de estado centralizado en la zona: ni obras públicas ni palacios, ni indicios de ningún sistema de administración o fiscalidad, ni rastro de un ejército o una burocracia, de hecho, nada que indique interrupción alguna de las formas de vida existentes en la costa. Mayeur y quienes le siguieron creían que Ratsimilaho era un visionario precoz y un brillante estratega militar, pero hay otros relatos contemporáneos que lo pintan simplemente como un desagradable jefe local, o como lugarteniente de otro rey en otro lugar de la isla, o incluso como lugarteniente de un «rey» pirata completamente distinto llamado John Plantain. Es un panorama confuso. ¿Qué se puede hacer con todo esto?», se pregunta Graeber.

En Pirate Enlightenment, or the Real Libertalia intenta responder a esta pregunta. Como sugiere el título, para Graeber hay más en juego de lo que cabría esperar de un breve episodio de la historia local o de una anécdota larga y aburrida sobre un reino pirata que nunca existió, aunque el libro esté repleto de material pintoresco: pactos de sangre y envenenamientos, magos y princesas, ciudades piratas aisladas en islas tropicales, reyes impostores que se enseñorean de falsos imperios y mucho más. Sin embargo, más allá de todo esto, Graeber tiene algo que decir sobre el modo en que los acontecimientos de la costa nororiental de Madagascar pueden replantear nuestra comprensión de la evolución intelectual en el Siglo de las Luces.

Madagascar era a finales del siglo XVII una anomalía. Situada fuera de la senda de las grandes rutas marítimas, no se encontraba plenamente integrada en el sistema de comercio internacional que funcionaba en el Océano Índico. Quedaba fuera de la creciente influencia de las potencias europeas: no había entrado en la jurisdicción de la Real Compañía Africana Británica ni de la Compañía de las Indias Orientales, y los intentos de asentamiento de holandeses y franceses habían fracasado repetidamente. El oeste de la isla estaba dominado por grandes y poderosos reinos, entre los que los comerciantes suajilis y árabes conocidos como “antalaotra” («Gente del Mar») controlaban el comercio regular de ida y vuelta con Zanzíbar y el continente africano. Pero el este, especialmente el noreste, estaba mucho menos desarrollado. Por lo tanto, era de escaso interés para las potencias locales y estaba fuera del alcance de las extranjeras, lo que lo convertía en un escondite y lugar de retiro ideal para los piratas, que se habían dado cuenta de que el riquísimo tráfico marítimo del océano Índico y el mar Rojo ofrecía premios aún mayores que los que se podían conseguir en el Caribe. En las últimas décadas del siglo XVII, gran número de bucaneros y salteadores empezaron a recalar allí, muchos de los cuales tomaron esposas malgaches y se establecieron en las comunidades locales. A finales de la década de 1690, quizás unos cuantos miles de piratas habían establecido su residencia temporal o permanente, y la costa noreste estaba “salpicada de pequeños asentamientos piratas”, algunos de los cuales se convirtieron en ciudades o puertos importantes.

El mayor y más famoso fue Sainte-Marie. Fundada por un asesino en busca y captura llamado Adam Baldridge, Sainte-Marie era una ciudad-fortaleza situada en la pequeña isla de Nosy Baraha, cerca de la costa de Ambonavola. Llegó a albergar a un millar de habitantes, muchos de ellos piratas en activo o retirados, y servía de puerto de reabastecimiento y aprovisionamiento a los barcos piratas, así como de lugar en el que guardar las ganancias mal habidas. Se convirtió en parada habitual de la «ronda pirata» que se extendía desde el Caribe hasta el océano Índico, y el propio Baldridge tenía un acuerdo con un deshonesto hombre de negocios de Nueva York que utilizaba la compraventa de malgaches esclavizados como tapadera para deshacerse de joyas y objetos de lujo saqueados. Sainte-Marie fue finalmente saqueada en 1697 por malgaches del continente, después de que Baldridge acometiera una redada de esclavos especialmente traicionera.

De vuelta a Europa, los informes muy adornados sobre ciudades como Sainte-Marie y personajes como Baldridge circularon ampliamente como cotilleos de café y materia de literatura popular. Las historias de piratas eran tan atractivas -y han demostrado ser tan duraderas- que Graeber cree que pueden haber constituido «la forma más importante de expresión poética producida por ese proletariado emergente del Atlántico Norte cuya explotación sentó las bases de la revolución industrial»: una especie de contra-literatura anarco-fabulosa que cautivó al público con grandes historias de criminalidad extravagante, tesoros y reinos antiheroicos fuera de la ley creados por hombres condenados que navegaban bajo la calavera y las tibias cruzadas. A veces, estas historias también tenían un toque político, ya que el folclore pirata abundaba en rumores y fantasías sobre la organización de los nuevos estados fundados por los bucaneros en los remotos trópicos. Los legendarios reinos piratas se imaginaban como algo muy distinto de las sociedades europeas de la época: a menudo se presentaban como utopías en las que se habían abolido la miseria y la dominación, en las que los ciudadanos eran iguales y todas las cosas se repartían equitativamente entre ellos, y en las que los asuntos políticos se decidían por medios democráticos.

Este análisis descarnado y tabernario de las ideas sobre la igualdad, la propiedad, el contrato social y el poder político resulta algo reconocible como variante popular de lo que llegarían a ser los temas esenciales del pensamiento de la Ilustración. Daniel Defoe comparó a los colonos piratas de Madagascar con los fundadores de Roma, y Montesquieu afirmó que los griegos también eran piratas en su origen; Graeber sugiere que las historias de política pirata eran bien conocidas por muchos escritores y pensadores de la época. Como rudo utopista comprometido con la libertad frente a todas las leyes y gobiernos existentes, el pirata era «una figura de la Ilustración tan importante como Voltaire o Adam Smith» (no conviene romantizar demasiado. Los piratas podían tener tan pocos escrúpulos y ser tan brutales como sugiere su reputación más convencional, aunque quizá en esto no fueran excepcionales para los baremos de la época).

La democracia pirata más famosa de la época fue Libertalia, o Libertatia, un asentamiento legendario que se dice se ubicaba en… ¿dónde si no?… Madagascar. Aparece en A General History of the Pyrates (Historia general de los piratas), un compendio en dos volúmenes sobre los piratas y  sus hazañas publicado en Londres en 1724, y atribuido a un tal «Capitán Johnson», pero que normalmente se cree que fue escrito por Defoe. El libro ofrece relatos detallados de bucaneros infames como Henry Avery y «Calico Jack» Rackham, de los que figuran todos menos uno en los anales históricos.

La excepción es un pirata francés conocido como capitán Misson. Alentado por su compinche, un «sacerdote lascivo» llamado Caraccioli al que había recogido en Roma, Misson se hizo a la mar, según la Historia General de los piratas, con la intención de «hacer la guerra legalmente a todo el mundo, ya que le privaría de la libertad a la que tenía derecho por las leyes de la naturaleza».

A bordo de su barco, el Victoire, la liberté, la égalité y la fraternité eran ya aparentemente la norma: los prisioneros eran tratados sin violencia, los africanos esclavizados eran liberados y se unían voluntariamente a la tripulación, y las decisiones se tomaban por acuerdo general. Tras muchas aventuras en el mar, Misson y Caraccioli fundaron un asentamiento en la costa malgache: Libertalia, tierra de libertad. Sus habitantes pasaron a llamarse Liberi, y todas sus nacionalidades y lenguas anteriores se disolvieron juntas para convertirse en «uno hecho de muchos». Su gobierno debía ser de «forma democrática, en la que el pueblo fuera el artífice y juez de sus propias leyes». Se abolieron la esclavitud y la religión organizada, y la tierra y el ganado se repartieron a partes iguales, como se había hecho con el botín de la piratería en la Victoire. Se corrió la voz de la sociedad libre de Misson. Muchos otros piratas famosos, como Henry Avery, se unieron a ellos antes de que el asentamiento fuera destruido por los hostiles malgaches.

Así rezaba la historia. No hay pruebas de que Misson o Libertalia existieran realmente, pero la descripción de la vida a bordo del Victoire tiene una base de verdad: algunos barcos piratas, a diferencia de los buques mercantes y de la marina, funcionaban según principios igualitarios. Sin ninguna autoridad superior que confiriera poder al capitán, los barcos piratas se regían por consenso. Las decisiones se tomaban a menudo en común, sin que el capitán tuviera ningún poder especial de mando excepto durante la batalla, y algunos barcos tenían incluso artículos escritos que establecían los términos para la distribución justa del botín. Los miembros de la tripulación también podían recibir compensaciones por las heridas sufridas. Como en Libertalia, estos barcos podían ser un crisol donde uno se hacía de muchos. Graeber cree que los barcos podrían haber desempeñado un papel de «punta de lanza en el desarrollo de nuevas formas de gobierno democrático» en aquella época. “Las tripulaciones piratas”, escribe,

“estaban a menudo formadas por tantos tipos diferentes de personas con conocimientos de tantos tipos diferentes de organización social (un mismo barco podía contar con ingleses, suecos, esclavos africanos fugados, criollos caribeños, nativos americanos y árabes), comprometidos con un cierto igualitarismo tosco y despreocupado, mezclados en situaciones en las que la rápida creación de nuevas estructuras institucionales era absolutamente necesaria, que en cierto sentido eran laboratorios perfectos de experimentación democrática”.

Tales hechos piráticos seguramente alimentaron el folclore sobre las utopías piratas, pero no todo era fabulación. Puede que la Sainte-Marie de Baldridge fuera poco más que una ciudad de ladrones sin gobierno real, pero en esto no era típica. Los piratas de Madagascar experimentaron realmente con la política del barco pirata en tierra. A principios del siglo XVIII, un bermudeño llamado Nathaniel North estableció una comunidad pirata en Ambonavola, sede de la Confederación Betsimisaraka de Ratsimilaho. North, «un pirata reticente e inusualmente concienzudo», se hizo respetar entre los malgaches de la costa como mediador imparcial en las disputas locales y, según Graeber, «fue diligente a la hora de convertir las asociaciones democráticas desarrolladas en un principio a bordo de los barcos en formas que fueran viables en tierra», incluyendo un sistema judicial improvisado caracterizado por juicios justos para los malhechores de la comunidad, con un jurado elegido por sorteo.

Aunque Sainte-Marie fue objeto de ataques, la mayoría de los demás asentamientos costeros se salvaron. Muchos piratas asentados formaban ahora parte de familias malgaches, y algunos defendían eficazmente la costa contra las incursiones europeas en busca de esclavos, sobre todo robando los barcos de los esclavistas. Los malgaches siempre los considerarían forasteros, pero los piratas se habían convertido en un elemento importante y semiintegrado de la sociedad costera. De hecho, los descendientes de padres piratas y madres malgaches -gente como Ratsimilaho- acabaron convirtiéndose en una aristocracia hereditaria conocida como los “malata” (de «mulato»), y luego los “zana-malata” («hijos de los malata»), ascendencia con la que aún se identifican.

Pero Graeber no sólo está interesado en la historia de los piratas. Quiere mostrarnos cómo se entendió su llegada desde el punto de vista malgache, y los efectos que los asentamientos piratas tuvieron en la sociedad malgache existente. Estamos familiarizados con lo que suele ocurrirles a las sociedades indígenas cuando empiezan a colonizar sus tierras europeos hirsutos y fuertemente armados, pero Graeber sostiene que la interacción entre los colonos piratas y los malgaches costeros fue compleja y bastante equilibrada. A pesar de su caché como extranjeros exóticos, los piratas tenían muy poco capital social. Sin embargo, tenían armas útiles y muchas ropas elegantes producto del saqueo, y podían comerciar con potencias lejanas para obtener artículos de lujo. Y cuando no se veían arrastrados a los pequeños conflictos locales endémicos, los piratas, como forasteros, estaban en condiciones de negociar neutralmente entre las partes beligerantes. Es posible que sus propias formas de organización democrática y justicia improvisada les resultaran útiles. En cualquier caso, según Graeber, el efecto neto de su asentamiento en la costa fue inesperado: un florecimiento de la autonomía comercial de las mujeres, seguido del establecimiento, en la Confederación Betsimisaraka, de lo que en cierta medida era una sociedad más igualitaria que la existente. Ni el poder de la mujer ni las relaciones sociales igualitarias habían sido anteriormente una característica notable de la vida malgache en la costa noreste, como tampoco lo eran en la vida europea de principios del siglo XVIII.

Las mujeres malgaches parecen haber advertido la llegada de los piratas como una nueva oportunidad socioeconómica. El matrimonio con un pirata con un buen botín podía ofrecer a una joven la oportunidad de establecerse como comerciante independiente y también de escapar a las restricciones de lo que podía ser una sociedad violentamente patriarcal (mientras que en algunas zonas de Madagascar las disposiciones relativas al sexo y al matrimonio eran bastante libres, en el noreste la influencia histórica de los Zafy Ibrahim, una élite de celo religioso descendiente quizá de judíos yemenitas, o tal vez de gnósticos ismailíes, significaba que las mujeres estaban sometidas a controles muy estrictos). Graeber sugiere que haríamos bien en invertir los términos del relato europeo convencional: los malata no surgieron porque se establecieran piratas extranjeros en la costa y tomaran esposas malgaches, sino porque las mujeres malgaches salieron a buscar hombres extranjeros con los que casarse». Los piratas, por su parte, consideraron que casarse con malgaches era una excelente solución al eterno problema del botín, ya que sus nuevas parejas podían deshacerse de los bienes robados, que de otro modo serían difíciles de trasladar.

Al parecer, este acuerdo permitía a las mujeres una gran autonomía. Como el marido pirata no tenía ninguna posición social y normalmente ni siquiera hablaba la lengua local, cedía casi todas las responsabilidades económicas y sociales a su pareja. Al casarse con un pirata, una mujer podía librarse de un plumazo del control de su familia y acceder a una posición de independencia económica, social y, al parecer, sexual, sin ningún pariente político a la vista. Los puertos y pueblos de la costa se convirtieron a veces en «ciudades de mujeres», donde el comercio y los contactos con el mundo exterior estaban controlados por una nueva clase de mujeres comerciantes, que «constituían la columna vertebral de esas comunidades… ninguna decisión importante podía tomarse sin ellas». Graeber cree que, al unirse a forasteros ricos y prestigiosos, las jóvenes malgaches vieron la oportunidad de «recrear la sociedad local» a su manera, «y eso es precisamente lo que consiguieron con la creación de las ciudades portuarias, la transformación de las costumbres sexuales y la promoción de sus hijos por parte de los piratas como nueva clase aristocrática».

¿Y Ratsimilaho, el esclarecido rey adolescente? Tras su investidura por consenso general como «jefe a perpetuidad» en Ambonavola -ocasión para el ritual de la pólvora, que era una mezcla de magia de guerra malgache convencional y brindis piratas con ron y pólvora-, se celebraron una serie de grandes reuniones públicas para decidir la forma de su gobierno. Ratsimilaho dejó que los jefes locales siguieran dirigiendo sus propios asuntos, interviniendo sólo para mediar en disputas o quejas. Sin embargo, en algún momento se desmantelaron las jerarquías aristocráticas de la costa y los diversos clanes locales se equipararon a los betsimisaraka. Allí permanecieron, socialmente igualados, mientras la mayoría se mantenía unida. A pesar de la herencia y la reputación del propio Ratsimilaho, los malata, las mujeres comerciantes y los piratas estaban prácticamente excluidos de su corte y sus deliberaciones. Pero llegó a acuerdos con ellos para que también pudieran mantener su posición sin interferencias. Por su parte, las malatas y sus ambiciosas madres continuaron el proceso de definirse a sí mismas como élite hereditaria foránea, evolución que finalmente disolvió la influencia del conservador Zafy Ibrahim sobre las mujeres. Aunque todo esto pueda parecer una forma poco rigurosa de dirigir un reino, durante los treinta años de gobierno, aproximadamente, sin intervención de Ratsimilaho, hubo una paz sostenida, los betsimisaraka se consolidaron como pueblo y la costa noreste quedó protegida de la esclavitud. Todavía se considera que fue una edad de oro.

La preocupación fundamental de Graeber es demostrar que la efervescencia intelectual del siglo XVIII nunca se limitó a los salones y cafés de las capitales europeas: también se hablaba de política, derechos y democracia en lugares muy distantes. Y en algunos de ellos -los barcos piratas, los asentamientos piratas y la sociedad costera malgache, por ejemplo-, las nuevas formas de organizar la vida social no eran meras cuestiones de debate especulativo, sino experimentos vivos y prácticos. Estas Libertalias reales pueden incluso que hayan supuesto una influencia significativa en lo que finalmente sucedió en aquellos salones: Graeber aporta abundantes pruebas de que se discutía enérgicamente sobre lo que hacían exactamente los antihéroes más infames de la época en sus reductos junto al mar.

Ampliar la visión para convertir a hombres como Ratsimilaho y Nathaniel North en los héroes de una Ilustración de contrabando constituye, sin duda, una emocionante subversión de la ortodoxia: una provocación útil de la historia desde abajo que muestra que la periferia se movía más rápido que el centro, como suele ocurrir. Pero Graeber va más allá. No se trata sólo de que deba enmendarse la historia de la Ilustración a fin de reflejar su verdadera complejidad, sino de que los enfoques convencionales de la historia global necesitan un profundo reajuste. Los malgaches no eran sólo los anfitriones rezagados de reinos piratas, imaginarios o no: se habían ocupado de sus propios experimentos políticos. No eran los piratas los que tomaban la iniciativa, ni siquiera sus hijos, sino los malgaches costeros que se habían implicado plenamente en un diálogo rico e íntimo durante muchos años con un variopinto grupo de forasteros de tierras lejanas. La Confederación Betsimisaraka debe considerarse un «experimento político proto-iluminista, una síntesis creativa de la gobernanza pirata y algunos de los elementos más igualitarios de la cultura tradicional malgache». Formaba parte de una red de comercio, política y folclore que se extendía por todo el planeta y convertía a los habitantes de la costa en «actores políticos globales en el sentido más amplio del término».

Asegurar el lugar de los malgaches del siglo XVIII en la historia de la Ilustración no nos exige demoler la historia de Europa. Cuando Joseph Needham mostró a sus lectores en inglés que la pólvora se había descubierto en China, no cambió ni un ápice la historia del uso de la pólvora en Europa, más allá de situarla sobre una base más precisa e interesante. Graeber observa que la «condena general del pensamiento de la Ilustración», de moda en algunos círculos, es «bastante extraña», dados los temas radicales de los pensadores de la Ilustración, la estrecha participación de las mujeres y el hecho de que muchas de las fuentes reconocidas de inspiración no eran europeas. Asumir que el chovinismo histórico de los europeos ha borrado siempre la aportación de todos los demás lleva a cabo ese borrado con gran economía: «Un libro de cuatrocientas páginas que ataca a Rousseau sigue siendo un libro de cuatrocientas páginas sobre Rousseau». Lo que hace falta es un cambio total de enfoque. No tanto la «descolonización» de la historia -una palabra insulsa e insuficiente, tomada del léxico de la oficialidad- sino una revolución en nuestra comprensión de su profundidad y amplitud. El mundo era mucho, mucho más grande que aquello que ocurría en París y Londres.

The London Review of Books, 30 de marzo de 2023

El desmantelamiento de la democracia en India

Nota.— Este texto de parresía y denuncia que incluimos en Brulote, la sección política de Kalewche, es el discurso que pronunció la escritora india Arundhati Roy el martes 12 de septiembre, cuando en la ciudad de Lausana, Suiza, la Fundación Charles Veillon le entregó el 45° Premio Europeo del Ensayo por la traducción francesa (Gallimard, 2021) de su último libro, Azadi: Freedom, Fascism, Fiction (Haymarket, 2020), aún no disponible en nuestro idioma; y también por toda su prolífica trayectoria como ensayista, que incluye títulos como El final de la imaginación (1998), Retórica bélica (2003), Espectros del capitalismo (2014) y Mi corazón sedicioso (2019), que han enriquecido la tradición político-intelectual de izquierdas. El discurso de Roy fue en inglés. Aquí compartimos nuestra traducción castellana, hecha a partir de la transcripción publicada por Scroll.in –un portal de noticias indostano– el 14 de septiembre.
El domingo pasado, en nuestra sección de letras Naglfar, editamos un fragmento de la primera y más popular novela de Roy, El dios de las pequeñas cosas. En la nota de presentación, luego de algunas someras referencias sobre la autora y su ópera prima (que sugerimos leer o releer), anticipamos:
“Próximamente, publicaremos en Kalewche la transcripción completa de un elocuente y acuciante discurso de Arundhati Roy pronunciado en Europa, con motivo de una premiación muy reciente, donde la autora denuncia no solo los desastrosos costos socioambientales del «milagro económico» (capitalismo neodesarrollista) en la India de Modi, sino también su deriva chovinista y autoritaria, alarmantemente fascistoide. Una deriva con niveles inusitados de intolerancia religiosa, en la cual un supremacismo hinduista exacerbado viene protagonizando innumerables atropellos contra las minorías del país (especialmente musulmanes y cristianos), en una espiral de odio y violencia que ya acumula innumerables actos de discriminación (de facto y de iure), golpizas, linchamientos, violaciones sexuales y masacres. Un fenómeno que hacen recordar, por su magnitud y brutalidad, a los pogromos contra las comunidades judías y otros luctuosos episodios de «limpieza étnica» del siglo pasado”.
Siete días después, cumplimos lo prometido. Lo que sigue, pues, es una radiografía descarnada de la India actual, regida por el Bharatiya Janata Party o Partido Popular Indio (BJP, por sus siglas en inglés), una fuerza política nacionalista-populista de derecha, neoliberal en lo económico y neoconservadora en lo cultural, que ha hecho del hindutva o la «hinduidad» –una identidad nacional esencialista, radicalizada, tradicionalista, confesionalizada y fundamentalista, centrada excluyentemente en el hinduismo, la religión mayoritaria del país; y en el hindi, lengua oficial y más hablada de la república– su gran caballito de batalla electoral, en un contexto crecientemente iliberal: una democracia representativa burguesa de baja a bajísima intensidad. Los tiempos más o menos «progresistas» del Congreso Nacional Indio heredero de Gandhi –el partido oficialista de una India poscolonial y periférica, tan capitalista y pauperizada como la de hoy, pero no patriotera ni integrista, ni descaradamente plutocrática y pro-mercado, sino socialdemócrata, laica e intercultural, al menos parcial o nominalmente– han quedado atrás. La época de Nehru y sus sucesores pasó hace mucho tiempo. Entrado el siglo XXI, el pujante crecimiento económico de la India del BJP es innegable, como en otros países del Asia meridional y oriental. Pero la vieja problemática de la miseria y desigualdad no se ha resuelto. Los pasivos socioambientales del capitalismo indio, los costos humanitarios y ecológicos del trinomio neodesarrollismo-neoliberalismo-extractivismo, siguen siendo espantosos, y en algunos aspectos, peores. Solo que ahora existen dos nuevos agravantes: el autoritarismo político y la intolerancia étnico-religiosa instigada desde el gobierno. No solo las minorías musulmanas, cristianas y zoroastrianas son hostilizadas, discriminadas o relegadas, sino también –aunque en grado diferente– aquellas que pertenecen a la familia dhármica, en la cual se inscribe el hinduismo mayoritario: el budismo, el jainismo y el sijismo. Los críticos de este proceso lo denominan «azafranización». La más damnificada, sin duda, es la comunidad islámica. En ella se centra Arundhati Roy. La islamofobia ha alcanzado en India niveles de virulencia inusitados, alarmantes.
La disertación de Roy en inglés puede verse completa aquí, aunque sin subtítulos.

Por Arundhati Roy

Agradezco a la Fundación Charles Veillon que me haya concedido el Premio Europeo de Ensayo 2023. Puede que no sea inmediatamente evidente lo encantada que estoy de recibirlo. Incluso es posible que me esté regodeando. Lo que más feliz me hace es que se trata de un premio de literatura. No para la paz. No para la cultura o la libertad cultural, sino para la literatura. Por escribir. Y por escribir el tipo de ensayos que escribo y he escrito durante los últimos 25 años.

Han trazado, paso a paso, el descenso de la India (aunque algunos lo ven como un ascenso) primero al mayoritarismo y luego al fascismo en toda regla. Sí, seguimos teniendo elecciones, y por eso, para asegurarse un electorado fiable, el mensaje de supremacismo hindú del gobernante Bharatiya Janata Party [Partido Popular Indio, BJP por sus siglas en inglés] se ha difundido sin descanso entre una población de 1.400 millones de personas. En consecuencia, las elecciones son una temporada de asesinatos, linchamientos y dog-whistling1: el momento más peligroso para las minorías de la India, musulmanes y cristianos en particular.

Ya no sólo debemos temer a nuestros dirigentes, sino a toda una parte de la población. La banalidad del mal, la normalización del mal, se manifiestan ahora en nuestras calles, en nuestras aulas, en muchísimos espacios públicos. La prensa hegemónica, los cientos de canales de noticias 24 horas, se han puesto al servicio de la causa del mayoritarismo fascista. La Constitución de la India ha sido efectivamente dejada de lado. Se está reescribiendo el Código Penal indio. Si el régimen actual obtiene la mayoría en 2024, es muy probable que veamos una nueva Constitución.

Es muy probable que se lleve a cabo el proceso de lo que se denomina «delimitación» –una reordenación de las circunscripciones electorales– o gerrymandering, como se conoce en Estados Unidos, dando más escaños parlamentarios a los estados de habla hindi del norte de la India donde el BJP tiene su base. Esto provocará un gran resentimiento en los estados del sur y puede llegar a balcanizar la India. Incluso en el improbable caso de una derrota electoral, el veneno supremacista calará hondo y afectará a todas las instituciones públicas destinadas a supervisar los controles y equilibrios [checks and balances]. Ahora mismo, prácticamente no hay ninguno, excepto un Tribunal Supremo debilitado y socavado.

Permítanme darles las gracias una vez más por este prestigioso premio y por el reconocimiento de mi trabajo, aunque debo decirles que un premio a toda una vida hace que una persona se sienta vieja. Tendré que dejar de fingir que no lo soy. En cierto modo, es una gran ironía recibir un premio por 25 años de escritura advirtiendo sobre la dirección que tomábamos, que no fue tenida en cuenta, sino a menudo objeto de burlas y críticas por parte de los liberales y de quienes se consideraban también «progresistas».

Pero ahora se ha acabado el tiempo de las advertencias. Estamos en una fase diferente de la historia. Como escritora, sólo puedo esperar que mis escritos den testimonio de este capítulo tan oscuro que se está desarrollando en la vida de mi país. Y ojalá que el trabajo de otros como yo perdure, que se sepa que no todos estábamos de acuerdo con lo que estaba ocurriendo.

Mi vida como ensayista no estaba planeada. Simplemente ocurrió.

Mi primer libro fue El dios de las pequeñas cosas, una novela publicada en 1997. Coincidía con el 50° aniversario de la independencia de la India del colonialismo británico. Hacía ocho años que había terminado la Guerra Fría y el comunismo soviético había quedado enterrado entre los escombros de la guerra afgano-soviética. Era el comienzo del mundo unipolar dominado por Estados Unidos en el que el capitalismo era el vencedor incontestable. India se realineó con Estados Unidos y abrió sus mercados al capital privado.

La privatización y el ajuste estructural eran el himno del libre mercado. India se sentaba a la mesa más alta. Pero en 1998 llegó al poder un gobierno nacionalista hindú dirigido por el BJP. Lo primero que hizo fue realizar una serie de pruebas nucleares. Fueron recibidas por la mayoría del pueblo, incluidos escritores, artistas y periodistas, en un lenguaje de nacionalismo virulento y chovinista. Lo que era aceptable como discurso público cambió de repente.

Por aquel entonces, yo acababa de ganar el Premio Booker por mi novela y, sin quererlo, me había convertido en una de las embajadoras culturales de esta agresiva «Nueva India». Era portada de las principales revistas. Sabía que, si no decía nada, se daría por sentado que estaba de acuerdo con todo aquello. Comprendí entonces que callar era tan político como hablar. Comprendí que denunciar supondría el fin de mi carrera como princesa de cuentos de hadas del mundo literario. Más que eso, comprendí que, si no escribía lo que creía sin importarme las consecuencias, me convertiría en mi peor enemiga y posiblemente nunca volvería a escribir.

Así que escribí para salvarme a mí misma. Mi primer ensayo, El fin de la imaginación, se publicó simultáneamente en dos importantes revistas de gran tirada, Outlook y Frontline. Inmediatamente me tacharon de traidora y antinacional. Recibí esos insultos como laureles, no menos prestigiosos que el Premio Booker. Me embarcaron en un largo viaje de escritura sobre represas, ríos, desplazamientos, castas, minería y guerras civiles, un viaje que profundizó mis conocimientos y entrelazó mi ficción y mi no ficción de tal forma que ya no pueden separarse.

Leeré un breve extracto de uno de los ensayos de mi libro Azadi [«Libertad» en hindi], que trata de cómo estos ensayos viven en el mundo. Se titula “El lenguaje de la literatura”:

“Cuando los ensayos se publicaron por primera vez (primero en revistas de gran tirada, luego en Internet y finalmente como libros), fueron vistos con torva sospecha, al menos en algunos círculos, a menudo por aquellos que ni siquiera estaban necesariamente en desacuerdo con la política. La escritura se situaba en un ángulo opuesto a lo que convencionalmente se considera literatura. El recelo era una reacción comprensible, sobre todo entre los inclinados a la taxonomía, porque no podían decidir qué era exactamente: ¿panfleto o polémica, escrito académico o periodístico, cuaderno de viaje o simple aventurerismo literario?”

“Para algunos, simplemente no contaba como escritura: ‘Oh, ¿por qué has dejado de escribir? Estamos esperando tu próximo libro’. Otros pensaban que yo era una pluma de alquiler. Recibía todo tipo de ofertas: ‘Cariño, me encantó el artículo que escribiste sobre las represas, ¿podrías escribirme uno sobre el maltrato infantil?’ (Esto ocurrió de verdad.) Me sermoneaban severamente (sobre todo hombres de casta superior) sobre cómo escribir, los temas sobre los que debía escribir y el tono que debía adoptar”.

“Pero en otros lugares –llamémoslos lugares fuera de la carretera– los ensayos se tradujeron rápidamente a otras lenguas indias, se imprimieron como panfletos, se distribuyeron gratuitamente en bosques y valles fluviales, en pueblos atacados, en campus universitarios donde los estudiantes estaban hartos de que les mintieran. Porque esos lectores, en el frente, chamuscados ya por el fuego que se extendía, tenían una idea totalmente distinta de lo que es o debe ser la literatura”.

“Menciono esto porque me enseñó que el lugar de la literatura lo construyen escritores y lectores. Es un lugar frágil en algunos aspectos, pero indestructible. Cuando se rompe, lo reconstruimos. Porque necesitamos cobijo. Me gusta mucho la idea de una literatura que se necesita. Literatura que da cobijo. Refugio de todo tipo”.

Hoy es impensable que cualquier medio de comunicación de la India, que vive de la publicidad de las empresas, publique ensayos como éste. En los últimos veinte años, el libre mercado, el fascismo y la llamada prensa libre han bailado juntos para llevar a India a un punto en el que no puede llamarse democracia.

En enero de este año, ocurrieron dos cosas que sirven para ilustrar esto de una manera que probablemente nada más podría hacerlo. La BBC emitió un documental en dos partes titulado India: The Modi Question, y unos días después, una pequeña empresa estadounidense llamada Hindenburg Research, especializada en lo que se conoce como «venta en corto activista»2, publicó lo que ahora se conoce como el Informe Hindenberg, una detallada exposición de las escandalosas irregularidades cometidas por la mayor empresa de la India, el grupo Adani.

El momento BBC-Hindenburg fue retratado por los medios de comunicación indios como nada menos que un ataque a las Torres Gemelas de la India: el primer ministro Narendra Modi y el mayor industrial de la India, Gautam Adani, que era, hasta hace poco, el tercer hombre más rico del mundo. Los cargos que se les imputan no son sutiles. La película de la BBC implica a Modi en la instigación de asesinatos en masa. El Informe Hindenburg acusa a Adani de llevar a cabo “la mayor estafa de la historia empresarial”. El 30 de agosto, The Guardian y Financial Times publicaron artículos basados en documentos incriminatorios obtenidos por el Organized Crime and Corruption Reporting Project que corroboran aún más el Informe Hindenburg.

Las agencias de investigación indias y la mayoría de los medios de comunicación indios no están en condiciones de investigar o publicar estas historias. Cuando los medios extranjeros lo hacen, es fácil entonces, en la actual atmósfera de pseudo-hipernacionalismo, retratarlo como un ataque a la soberanía india.

El episodio 1 del film de la BBC The Modi Question trata sobre el pogromo antimusulmán de 2002 que asoló el estado de Guyarat después de que se responsabilizara a los musulmanes del incendio de un vagón de tren en el que 59 peregrinos hindúes fueron quemados vivos. Modi había sido nombrado –no elegido– ministro principal del estado sólo unos meses antes de la masacre. La película no trata sólo de los asesinatos, sino también del viaje de veinte años que algunas víctimas hicieron a través del laberíntico sistema legal indio, manteniendo la fe, esperando justicia y responsabilidad política.

Incluye testimonios de testigos presenciales; el más conmovedor, el de Imtiyaz Pathan, que perdió a diez miembros de su familia en la «masacre de la Sociedad Gulbarg», en la que una turba asesinó a 60 personas, entre ellas un antiguo diputado, Ehsan Jaffri, que fue descuartizado y quemado vivo. Era rival político de Modi y había hecho campaña contra él en unas elecciones recientes. Fue una de las varias masacres igualmente espantosas que tuvieron lugar durante esos días en Guyarat.

Otra de las matanzas, que no aparece en la película, fue la violación en grupo de Bilkis Bano, de 19 años, y el asesinato de 14 miembros de su familia, incluida su hija de tres años. El pasado agosto, en el Día de la Independencia, mientras Modi se dirigía a la nación para hablar de la importancia de los derechos de la mujer, su gobierno, ese mismo día, indultó a los violadores-asesinos de Bilkis y su familia, que habían sido condenados a cadena perpetua. Habían pasado la mayor parte de su tiempo en la cárcel en libertad condicional. Ahora son hombres libres. Fueron recibidos con guirnaldas a la salida de la cárcel. Son ahora miembros respetados de la sociedad y comparten escenario con políticos del BJP en programas públicos.

El film de la BBC reveló un informe interno encargado por el Ministerio de Asuntos Exteriores británico en abril de 2002, hasta ahora inédito para el público. El informe de investigación estimaba que “al menos 2.000” personas habían sido asesinadas. Calificaba la masacre de pogromo planificado de antemano que presentaba “todas las características de la limpieza étnica”. Afirmaba que contactos fiables le habían informado de que se había ordenado a la policía que se retirara. El informe culpaba directamente a Modi. Tras el pogromo de Guyarat, los Estados Unidos le denegaron el visado. Modi ganó tres elecciones consecutivas y fue ministro principal de Guyarat hasta 2014. La prohibición se revocó cuando se convirtió en primer ministro.

El gobierno de Modi prohibió el film. Todas las plataformas de redes sociales han acatado la prohibición y han retirado todos los enlaces y referencias al film. A las pocas semanas del estreno del film, las oficinas de la BBC fueron rodeadas por la policía y allanadas por funcionarios de Hacienda.

El Informe Hindenburg acusa al Grupo Adani de participar en una “descarada trama de manipulación bursátil y fraude contable”, que –mediante el uso de entidades ficticias en paraísos fiscales– sobrevaloró artificialmente sus principales empresas cotizadas e infló el patrimonio neto de su presidente. Según el informe, siete de las empresas de Adani que cotizan en bolsa están sobrevaloradas en más de un 85%. Modi y Adani se conocen desde hace décadas. Su amistad se consolidó tras el pogromo de Guyarat de 2002.

En aquel momento, gran parte de la India, incluida la India empresarial, retrocedió horrorizada ante la matanza abierta y la violación masiva de musulmanes que se escenificó en las calles de las ciudades y pueblos de Guyarat por parte de turbas de justicieros hindúes que buscaban «venganza». Gautam Adani apoyó a Modi. Con un pequeño grupo de industriales guyaratíes creó una nueva plataforma de empresarios. Denunciaron a los críticos de Modi y le apoyaron mientras iniciaba una nueva carrera política como Hindu Hriday Samrat, el “Emperador de los Corazones Hindúes”. Así nació lo que se conoce como el modelo de «desarrollo» de Guyarat: un nacionalismo hindú violento respaldado por el dinero de las grandes empresas.

En 2014, tras tres mandatos como ministro principal de Guyarat, Modi fue elegido primer ministro de la India. Voló a su ceremonia de investidura en Delhi en un jet privado con el nombre de Adani estampado en la carrocería de la aeronave. En los nueve años de mandato de Modi, Adani se convirtió en el hombre más rico del mundo. Su fortuna pasó de 8 mil millones de dólares a 137 mil millones. Sólo en 2022, ganó 72 mil millones de dólares, más que los ingresos combinados de los siguientes nueve multimillonarios del mundo juntos. El Grupo Adani controla ahora una docena de puertos marítimos que representan el movimiento del 30% de la carga de la India, siete aeropuertos que manejan el 23% de los pasajeros aéreos de la India y almacenes que colectivamente almacenan el 30% del grano de la India. Posee y explota centrales eléctricas que son las mayores generadoras de electricidad privada del país.

Sí, Gautam Adani es uno de los hombres más ricos del mundo, pero si nos fijamos en su despliegue durante las elecciones, el BJP no es solo el partido político más rico de la India, sino quizá incluso del mundo. En 2016, el BJP introdujo el sistema de bonos electorales para permitir a las empresas financiar a los partidos políticos sin que sus identidades se hicieran públicas. Se ha convertido, por lejos, en el partido con mayor cuota de financiación empresarial. Parece como si las Torres Gemelas tuvieran un sótano común.

Del mismo modo que Adani apoyó a Modi cuando lo necesitaba, el gobierno de Modi ha apoyado a Adani y se ha negado a responder a una sola pregunta formulada por miembros de la oposición en el Parlamento, llegando incluso a borrar sus discursos de las actas parlamentarias.

Mientras el BJP y Adani acumulaban fortunas, Oxfam afirmaba en un informe demoledor que el 10% de la población india más rica posee el 77% de la riqueza nacional total. El 73% de la riqueza generada en 2017 fue a parar al 1% más rico, mientras que 670 millones de indios, que constituyen la mitad más pobre de la población, solo vieron aumentar su riqueza en un 1%. Aunque la India es reconocida como una potencia económica con un enorme mercado, la mayor parte de su población vive en una pobreza abrumadora.

Millones viven de raciones de subsistencia que se entregan en paquetes con la cara de Modi impresa en ellos. India es un país muy rico con gente muy pobre. Una de las sociedades más desiguales del mundo. Para su desgracia, Oxfam India también ha sido asaltada. Y Amnistía Internacional y muchas otras ONG problemáticas de la India han sido acosadas para que cierren.

Nada de esto, en absoluto, ha hecho cambiar de opinión a los líderes de las democracias occidentales. Pocos días después del momento Hindenburg-BBC, tras unas reuniones “cálidas y productivas”, el primer ministro Modi, el presidente Joe Biden y el presidente Emmanuel Macron anunciaron que India compraría 470 aviones Boeing y Airbus. Biden afirmó que el acuerdo crearía más de un millón de puestos de trabajo en Estados Unidos. Los Airbus llevarán motores Rolls Royce. “Para el próspero sector aeroespacial del Reino Unido”, dijo el primer ministro Rishi Sunak, “el cielo es el límite”.

En julio, Modi viajó a Estados Unidos en visita de estado, y a Francia como invitado principal el Día de la Bastilla. ¿Te lo puedes creer? Macron y Biden le adulaban de la manera más embarazosa, sabiendo perfectamente que esto se convertiría en oro puro de campaña para las elecciones generales de 2024, en las que Modi se presentará a un tercer mandato. No hay nada que no supieran sobre el hombre al que están abrazando.

Debían conocer el papel de Modi en el pogromo de Guyarat. Debían saber de la enfermiza regularidad con que los musulmanes son linchados públicamente, de cómo algunos linchadores fueron recibidos con guirnaldas por un miembro del gabinete de Modi, y también del precipitado proceso de segregación y guetización de los musulmanes. Debían estar al tanto de la quema de cientos de iglesias por «justicieros» hindúes.

Debían saber de la persecución de políticos de la oposición, estudiantes, activistas de derechos humanos, abogados y periodistas, algunos de los cuales han sido condenados a largas penas de prisión; de los ataques a universidades por parte de la policía y presuntos nacionalistas hindúes; de la reescritura de los libros de texto de historia; de la prohibición de películas; del cierre de Amnistía Internacional India; de la redada en las oficinas de la BBC en la India; de los activistas, periodistas y críticos del gobierno incluidos en misteriosas listas de exclusión aérea; y también de la presión sobre académicos, tanto indios como extranjeros.

Debían saber que India ocupa ahora el puesto 161 de 180 países en la Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa, que muchos de los mejores periodistas indios han sido expulsados de los principales medios de comunicación y que los periodistas pronto podrían verse sometidos a un régimen regulador censor en el que un organismo nombrado por el gobierno tendrá potestad para decidir si los informes y comentarios de los medios de comunicación sobre el gobierno son falsos o engañosos. Y la nueva ley de tecnologías de la información, destinada a acallar la disidencia en las redes sociales.

Debían saber de las violentas turbas de «justicieros» hindúes armados con espadas que, de forma regular y abierta, piden la aniquilación de los musulmanes y la violación de las mujeres musulmanas.

Debían saber de la situación en Cachemira, que a partir de 2019 se vio sometida a un apagón de comunicaciones de un mes de duración –el corte de internet más largo de una democracia– y cuyos periodistas sufren acoso, detenciones e interrogatorios. Nadie en el siglo XXI tendría que vivir como ellos, con una bota en la garganta.

Debían saber de la Ley de Enmienda de la Ciudadanía aprobada en 2019, que discrimina descaradamente a los musulmanes, de las protestas masivas que desencadenó y de cómo esas protestas solo terminaron después de que decenas de musulmanes fueran asesinados al año siguiente por turbas hindúes en Delhi (lo que, por cierto, tuvo lugar mientras el presidente Donald Trump estaba en la ciudad en visita de estado, y sobre lo que no pronunció ni una palabra). Debían saber cómo la policía de Delhi obligó a jóvenes musulmanes gravemente heridos que estaban tendidos en la calle a cantar el himno nacional indio mientras los pinchaban y pateaban. Uno de ellos murió posteriormente.

Debían saber que, al mismo tiempo que festejaban a Modi, los musulmanes huían de una pequeña ciudad de Uttarakhand, en el norte de India, después de que extremistas hindúes afiliados al BJP marcaran con una equis sus puertas y les dijeran que se marcharan. Se habla abiertamente de un Uttarakhand “sin musulmanes”. Debían saber que, bajo el mandato de Modi, el estado de Manipur, en el noreste de la India, se ha sumido en una bárbara guerra civil. Se ha producido una forma de limpieza étnica. El Centro es cómplice, el gobierno estatal es partidista, las fuerzas de seguridad están divididas entre la policía y otros cuerpos sin cadena de mando. Se ha cortado Internet. Las noticias tardan semanas en filtrarse.

Aun así, las potencias mundiales deciden dar a Modi todo el oxígeno que necesita para destruir el tejido social y quemar la India. Para mí, esto es una forma de racismo. Dicen ser demócratas, pero son racistas. No creen que los «valores» que profesan deban aplicarse a los países no blancos. Es una vieja historia, por supuesto.

Pero no importa. Lucharemos nuestra propia batalla y, al final, recuperaremos nuestro país. Sin embargo, si se imaginan que el desmantelamiento de la democracia en India no va a afectar a todo el mundo, deben de estar delirando.

Para todos aquellos que creen que India sigue siendo una democracia, estos son algunos de los acontecimientos que han tenido lugar en los últimos meses. A esto me refería cuando decía que hemos entrado en una fase diferente. Se acabó el tiempo de las advertencias, y debemos temer a sectores del pueblo tanto como tememos a nuestros líderes.

En Manipur, donde hace estragos una guerra civil, la policía, totalmente facciosa, entregó a dos mujeres a una turba para que las pasearan desnudas por un pueblo y luego las violaran en grupo. Una de ellas vio cómo asesinaban a su hermano pequeño ante sus ojos. Mujeres que pertenecen a la misma comunidad que los violadores les han apoyado, e incluso han incitado a sus hombres a violar.

En Maharashtra, un agente armado de la Fuerza de Protección Ferroviaria recorrió el pasillo de un tren disparando a pasajeros musulmanes y pidiendo a la gente que votara a Modi.

Un «justiciero» hindú enormemente popular, a menudo fotografiado codeándose con altos funcionarios políticos y policiales, pidió a los hindúes que participaran en una marcha religiosa a través de un asentamiento de mayoría musulmana densamente poblado. Es el principal acusado del asesinato de dos jóvenes musulmanes que fueron atados a un vehículo y quemados vivos en febrero.

El pueblo de Nuh linda con Gurgaon, donde tienen sus oficinas grandes empresas internacionales. Los hindúes de la marcha llevaban ametralladoras y espadas. Los musulmanes se defendieron. Como era de esperar, la marcha acabó en violencia. Seis personas murieron. Un imán de 19 años fue masacrado en su cama, su mezquita destrozada e incendiada. La respuesta del estado ha sido arrasar todos los asentamientos musulmanes más pobres y provocar la huida de cientos de familias para salvar sus vidas.

El primer ministro no ha dicho nada al respecto. Estamos en época electoral. El próximo mayo habrá elecciones generales. Todo forma parte de una campaña electoral. Estamos preparados para más derramamiento de sangre, asesinatos en masa, ataques de falsa bandera, guerras fingidas y cualquier cosa que polarice aún más a una población ya polarizada.

Acabo de ver un breve y escalofriante video filmado en el aula de una pequeña escuela. La profesora hace que un niño musulmán se ponga de pie junto a su pupitre y pide al resto de los alumnos, chicos hindúes, que se acerquen uno a uno y le den una bofetada. Amonesta a los que no le han pegado lo bastante fuerte. Hasta ahora, los hindúes del pueblo y la policía han presionado a la familia musulmana para que no presente cargos. Al niño musulmán se le ha devuelto la matrícula y se le ha retirado de la escuela.

Lo que está ocurriendo en la India no es esa variedad laxa de fascismo de Internet. Es algo real. Nos hemos convertido en nazis. No sólo nuestros líderes, no sólo nuestros canales de televisión y periódicos, sino también amplios sectores de nuestra población. Un gran número de hindúes que viven en Estados Unidos, Europa y Sudáfrica apoyan a los fascistas tanto política como materialmente. Por el bien de nuestras almas, y por las de nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos, debemos levantarnos. No importa si fracasamos o tenemos éxito. Esa responsabilidad no recae sólo sobre nosotros en la India. Pronto, si Modi gana en 2024, se cerrarán todas las vías de disidencia. Ninguno de ustedes en esta sala debe fingir que no sabía lo que estaba pasando.

Si me lo permiten, terminaré leyendo una sección de mi primer ensayo, El fin de la imaginación. Es una conversación con un amigo sobre el fracaso –y mi manifiesto personal de escritora–.

“Dije que, en cualquier caso, la suya era una visión superficial de las cosas, esta suposición de que la trayectoria de la felicidad de una persona, o digamos la realización, había llegado a su punto máximo (y ahora debe descender) porque había tropezado accidentalmente con el «éxito». Se basaba en la creencia poco imaginativa de que la riqueza y la fama eran la materia obligatoria de los sueños de todo el mundo.”

“Has vivido demasiado tiempo en Nueva York, le dije. Hay otros mundos. Otro tipo de sueños. Sueños en los que el fracaso es factible. Honroso. A veces incluso merece la pena esforzarse. Mundos en los que el reconocimiento no es el único barómetro de la brillantez o la valía humanas. Hay muchos guerreros que conozco y quiero, personas mucho más valiosas que yo, que van a la guerra cada día sabiendo de antemano que fracasarán. Es cierto que tienen menos «éxito» en el sentido más vulgar de la palabra, pero no por ello se sienten menos realizados.”

“El único sueño que merece la pena, le dije, es soñar que vivirás mientras estés vivo y morirás sólo cuando estés muerto. (¿Presciencia? Tal vez.)”

“‘¿Qué significa exactamente?’ (Arqueó las cejas, un poco molesta.)”

“Intenté explicarlo, pero no lo hice muy bien. A veces necesito escribir para pensar. Así que se lo escribí en una servilleta de papel. Esto es lo que escribí: ‘Amar. Ser amado. Para no olvidar nunca tu propia insignificancia. Para no acostumbrarte nunca a la indecible violencia y a la vulgar disparidad de la vida que te rodea. A buscar la alegría en los lugares más tristes. Para perseguir la belleza hasta su guarida. A no simplificar nunca lo complicado ni complicar lo sencillo. A respetar la fuerza, nunca el poder. Sobre todo, a observar. Intentar comprender. No apartar nunca la mirada. Y nunca, nunca, olvidar.’”

Permítanme agradecerles de nuevo el honor de este premio. Me ha encantado la parte de la cita del premio en la que dice: “Arundhati Roy utiliza el ensayo como una forma de combate”.

Sería presuntuoso, arrogante e incluso un poco estúpido por parte de una escritora creer que puede cambiar el mundo con sus escritos. Pero sería lamentable que ni siquiera lo intentara.

Antes de irme… sólo quiero decir esto: Este premio viene con un montón de dinero. No se quedará conmigo. Lo compartiré con los muchos activistas, periodistas, abogados y cineastas increíblemente valientes que siguen plantando cara a este régimen, casi sin recursos. Por sombría que sea la situación, sepan que hay una tremenda lucha contra ella.

 

NOTAS DEL EDITOR

1 La traducción literal de dog-whistling sería algo así como «silbatina para perros». Se refiere a la práctica de atraer canes con un silbato, generalmente ultrasónico, inaudible para el ser humano. En política, se le dice dog-whistling a la estrategia electoralista o populista de seducir a las mayorías con mensajes ambiguos, de doble sentido, evitando o minimizando el rechazo entre las minorías.
2 En inglés, activist short-selling. Véase https://cmr.berkeley.edu/2023/06/activist-short-sellers-bring-many-a-mighty-down/#:~:text=The%20past%20decade%20has%20seen,the%20market%20about%20their%20negative.

Leer a Poulantzas para entender el autoritarismo neoliberal y las extremas derechas

Nota Kawleche— Traducimos del francés, para nuestra sección de teoría Kamal, “Lire Poulantzas pour comprendre l’autoritarisme néolibéral et les extrêmes droites”, del intelectual de izquierda griego Panagiotis Sotiris, artículo publicado en Contretemps, Revue de critique communiste, el 12 de julio del corriente año. El texto de Sotiris versa sobre el reconocido pensador marxista grecofrancés Nicos Poulantzas (Atenas, 1936 – París, 1979) y sus aportes político-sociológicos a la dilucidación crítica del fenómeno fascista. Poulantzas es recordado como una de las principales luminarias del marxismo estructuralista de los años sesenta y setenta, junto a autores como Althusser y Godelier.
La edición del artículo de Contretemps incluye el siguiente copete: “Nicos Poulantzas ha desarrollado una interpretación original del fascismo como una posibilidad inherente a todos los estados capitalistas en condiciones de crisis. Su obra puede ayudarnos a comprender el peligro que representa la extrema derecha contemporánea, pero también las tendencias autoritarias en el seno del extremo centro neoliberal (del que el macronismo es una encarnación evidente)”.
Panagiotis Sotiris es profesor de Filosofía Política y Social en la Universidad Abierta de Grecia. Ha centrado su investigación en la teoría marxista y posmarxista. Es autor, entre otros libros, de Comunismo y filosofía. La aventura teórica de Louis Althusser (2004). Milita en la izquierda radical helénica y por la defensa de la universidad pública en su país. Colabora, asimismo, con diversos medios periodísticos de tendencia socialista, tanto de Grecia como a nivel internacional. Integra el comité de redacción de Historical Materialism. Vive en Atenas.

 

Por Panagiotis Sotiris

Nicos Poulantzas es uno de esos marxistas que intentaron pensar el fascismo como un desafío tanto teórico como estratégico. Sus escritos sobre el fascismo no estaban motivados simplemente por consideraciones teóricas, sino que también respondían a demandas políticas urgentes. Su objetivo no era sólo analizar el proceso que condujo al fascismo, sino también distinguir el fascismo como régimen de otras formas de «estado de excepción».

Poulantzas rechazó el enfoque liberal, que presentaba el fascismo como una anomalía en la historia del capitalismo y no nos decía nada sobre este sistema en general. Pero también cuestionó el determinismo económico de los marxistas que describían los regímenes fascistas como una función necesaria del desarrollo capitalista en el periodo de Entreguerras. Según Poulantzas, el potencial fascista existía en los estados capitalistas, pero la realización de ese potencial dependía del resultado de las luchas de clases.

Con el auge de los movimientos políticos de extrema derecha en Europa, Estados Unidos y otros lugares, la cuestión de si estos movimientos repetirán la experiencia del fascismo de entreguerras, totalmente o en parte, es objeto de un amplio debate. Poulantzas puede proporcionar un importante punto de referencia para estos debates. Su advertencia de que las democracias capitalistas avanzan hacia una especie de “estatismo autoritario”, que preserva las formas liberal-democráticas de gobierno al tiempo que pisotea las libertades civiles, parece especialmente pertinente a la luz de las tendencias contemporáneas.

El golpe de estado de 1967 en Grecia

La experiencia de la dictadura militar griega de 1967 a 1974 fue especialmente importante para el giro de Poulantzas hacia la cuestión del fascismo. Este régimen fue un momento decisivo para el sistema político y la izquierda de ese país, en particular para el movimiento comunista. Representaba el caso límite del estado anticomunista que había tomado forma tras la victoria del bando monárquico en la guerra civil de finales de los años cuarenta.

Este estado combinaba ciertos elementos formales del parlamentarismo con la criminalización de la actividad política comunista y la existencia de una «constitución paralela», es decir, un conjunto de disposiciones autoritarias «excepcionales» consagradas por ley y reforzadas por el protagonismo de centros de poder autonomizados dentro del estado, como el Ejército y la monarquía. Tras un periodo de intensas luchas sociales y crisis políticas, el ejército se erigió en el «partido del estado» tras el golpe militar del 21 de abril de 1967, con el apoyo de al menos algunos elementos del estado y sus servicios.

Al mismo tiempo, la facilidad con que se instauró la dictadura precipitó una crisis estratégica para la izquierda. Los partidos de izquierda no se habían preparado realmente para ello, lo que derivó en detenciones masivas y llevó a un punto crítico los conflictos internos en el Partido Comunista de Grecia (KKE) [por sus siglas en griego transliterado], catalizando la escisión del partido en 1968. Pero Poulantzas también tenía otras preocupaciones.

De hecho, ciertas corrientes de la izquierda revolucionaria francesa posterior a 1968, como la Izquierda Proletaria Maoísta, tendían a presentar el gaullismo como una forma de fascismo, postura que el teórico marxista griego rechazaba. Poulantzas quería distanciarse de quienes extendían la etiqueta de «fascista» a formas de gobierno autoritario que, de hecho, eran diferentes del fascismo. Al mismo tiempo, quería examinar cómo las formas fascistas de estado, y más en general los «estados de excepción», podían surgir en coyunturas de crisis política o incluso de crisis del estado. Esto contrastaba con la tendencia, evidente en muchas lecturas dominantes del fascismo, a considerarlos simplemente como una especie de «patología» o «anomalía» política, en lugar de tratarlos como una posibilidad latente dentro de las formaciones sociales capitalistas.

En un texto publicado en griego en 1967 en la revista de la Unión de Estudiantes Griegos de París (EPES) [por sus siglas en griego transliterado], Poulantzas insistía en que el golpe de estado de 1967 no fue fascista porque carecía de la “base popular” asociada al fascismo clásico.1 Tampoco fue “bonapartista”, porque la Grecia de finales de los sesenta carecía del “equilibrio catastrófico” entre fuerzas sociales opuestas que podría conducir al bonapartismo, en línea con el análisis de Karl Marx y Friedrich Engels sobre la Francia del siglo XIX. Según Poulantzas, fue un golpe de estado que se correspondía con la estrategia internacional del imperialismo estadounidense. Se produjo en un momento en que las luchas populares estaban en auge, aunque todavía no habían alcanzado un punto de equilibrio con las fuerzas de la burguesía, y en que había divisiones en el seno de las clases dominantes. El hecho de que ciertas partes del estado griego, como el Ejército, hubieran adquirido una relativa autonomía era otro síntoma.

Poulantzas concluyó que, dado que la toma del poder por los militares en 1967 no fue un golpe fascista y no tenía base popular, la izquierda debía boicotear cualquier intento del nuevo régimen de crear organizaciones de masas:

“Según el informe de Dimitrov, estas organizaciones debían utilizarse [para desplegar allí la actividad comunista] –como ocurrió en Alemania e Italia– porque un revolucionario está donde están las masas y hace allí su trabajo. Y Dimitrov se burla constantemente de los «revolucionarios» que plantean el problema en el plano de la «honradez» individual. Por otra parte, si, como yo creo, no se trata de un golpe fascista, y mucho menos de un régimen estabilizado, nuestra línea debe ser un «boicot» absoluto a las organizaciones que pueda crear para atraer a las masas, con el fin de mantenerlo aislado”2.

Esta posición contrastaba también con la adoptada por los partidos de izquierda clandestinos en la España franquista, que se habían infiltrado en los sindicatos oficiales que el régimen había creado.

Fascismo y dictadura

La principal elaboración teórica de Poulantzas sobre estas cuestiones se encuentra en Fascismo y dictadura,3 publicado por primera vez en 1970, dos años después de su famosa obra Poder político y clases sociales. En ella, continúa su teorización coherente del fascismo, distinguiéndolo de otras formas de gobierno de excepción, y vuelve a las cuestiones de estrategia revolucionaria a raíz de Mayo del 68.

Para Poulantzas, el fascismo era “una de las posibles coyunturas”4 de la etapa imperialista del capitalismo. Consideraba el imperialismo como una “etapa del desarrollo capitalista en su conjunto” que no era “un fenómeno reducible únicamente al proceso económico”. En efecto, sólo en la medida en que el imperialismo es considerado como un fenómeno que afecta a la vez a lo económico, lo político y lo ideológico, puede fundamentarse la internacionalización particular de las relaciones sociales en esta etapa”5. Poulantzas oponía esta perspectiva al economicismo de la III Internacional.

Una característica de esta etapa en particular, aparte de sus transformaciones económicas, fue que asignó un nuevo papel al estado capitalista, “concerniente a la vez a sus nuevas funciones, a la extensión de su intervención y al índice de su eficacia”6. Poulantzas vinculó esto a una acumulación de contradicciones dentro de la cadena imperialista durante el periodo de Entreguerras: “si la revolución se hizo en el eslabón más débil de la cadena (en Rusia), el fascismo se estableció en los dos eslabones relativamente más débiles de la zona europea en aquel momento”7.

Poulantzas insistía en que el fascismo sólo podía explicarse por referencia a “la situación concreta de la lucha de clases, que no es en absoluto reductible a una necesidad ineludible del desarrollo «económico» del capitalismo”8. Rechazaba lo que denominaba el “catastrofismo” de la III Internacional, la idea de que el colapso del sistema era el resultado fatal de sus contradicciones internas, y creía que este paradigma erróneo podía explicar muchos de los fracasos estratégicos del movimiento comunista europeo con respecto al fascismo.

Poulantzas argumentó que era analítica y políticamente desastroso presentar el fascismo como algo parecido a la revolución, entendidos ambos como expresiones de la supuestamente catastrófica crisis económica del capitalismo. En Fascismo y dictadura, intentó desarrollar una teoría que trata el fascismo como “una forma de estado y de régimen en el ‘límite’ extremo del estado capitalista”9, lo que significa que no es ni un caso «patológico» del estado burgués ni un desarrollo inevitable del mismo, sino que depende de coyunturas particulares determinadas por el resultado de las luchas de clases.

Poulantzas subrayó la importancia de los análisis del fascismo desarrollados por pensadores comunistas como August Thalheimer, Antonio Gramsci y León Trotsky. Al mismo tiempo, sin embargo, criticó algunos de sus argumentos. Pensaba, por ejemplo, que la noción de “equilibrio catastrófico” que habían utilizado Thalheimer y Gramsci, basada en la interpretación de Marx del bonapartismo, no era aplicable en casos donde la clase obrera ya había sido derrotada, como Italia o Alemania en la década de 1920. También creía que Trotsky se había equivocado al percibir un peligro fascista inminente en Francia en la década de 1930.

Los elementos del fascismo

Según Poulantzas, los elementos clave en el surgimiento del fascismo son los siguientes.

En primer lugar, la existencia de una “situación de profundización y exacerbación de las contradicciones internas entre las clases dominantes y las fracciones de las clases dominantes”10, proceso que conduce a una crisis de hegemonía, en el sentido de que “ninguna clase o fracción de clase dominante parece capaz de imponer, ya sea por sus propios medios de organización política o a través del estado «democrático parlamentario», su dirección a las demás clases y fracciones del bloque dominante”11.

En este contexto, la emergencia de “la hegemonía de una nueva fracción de clase dentro del bloque dominante: la del capital financiero, o incluso del gran capital monopolista”12, así como una crisis de la representación de los partidos y de la ideología dominante. La “estrategia ofensiva de la burguesía” coincide así con una “etapa defensiva de la clase obrera”13.

Al desarrollar estos elementos, Poulantzas quiso evitar cualquier concepción estrechamente «instrumentalista» del fascismo. Insistió en que, durante y después de su ascenso al poder, los partidos y estados fascistas gozaron por lo general de una “autonomía relativa”14 respecto al bloque de la clase dominante y a las fracciones específicas del gran capital monopolista cuya hegemonía habían establecido.

Poulantzas fue muy crítico con ciertos aspectos del análisis del fascismo de la III Internacional. Apuntó especialmente a las formulaciones del dirigente comunista búlgaro Georgi Dimitrov en el VII Congreso de la Internacional Comunista de 1935, en las que el fascismo se definía como “la dictadura de los elementos más reaccionarios, chovinistas e imperialistas del capital financiero”. Para Poulantzas, se trataba de una concepción esquemática de los intereses económicos que representaba el estado fascista. También abría el camino a una estrategia de alianzas que podía incluir a todas las fracciones del capital excepto a las identificadas por Dimitrov como parte de la base del fascismo. Aunque el fascismo representaba un nuevo equilibrio de poder dentro de las clases dominantes, esto no significaba, según el autor de Fascismo y dictadura, que representara exclusivamente los intereses del capital financiero.

Además, contrariamente a la retórica de la III Internacional, Poulantzas insistía en que las grandes derrotas de las clases trabajadoras y la crisis ideológica del movimiento obrero y sus organizaciones eran aspectos importantes del ascenso del fascismo. También subrayó lo inadecuado del concepto de “socialfascismo”, que presentaba a la socialdemocracia y al fascismo como fuerzas gemelas, potencialmente cómplices, y subestimaba el hecho de que los partidos fascistas habían desarrollado una base social propia.

Poulantzas también estudió el particular apego de los estratos pequeñoburgueses a los partidos fascistas. Argumentó que, en un periodo de crisis económica y política, ciertos elementos de la ideología de los partidos fascistas, como la “estatolatría”, el nacionalismo, el elitismo, el racismo y el militarismo, proporcionaban una salida a estos estratos.

Poulantzas ha ofrecido un análisis muy detallado del fascismo en el poder como un «estado de excepción» intervencionista que ayudó a superar una crisis ideológica y amplió el alcance de la intervención estatal más allá de los límites establecidos por la ley. El sistema de partido único no eliminó las contradicciones entre las distintas fracciones de las clases dominantes, insiste, pero sí ofreció formas de «representación directa» típicas de la ideología fascista:

“Son formas típicas de «representación directa» en casos de desorganización política del bloque dominante, el cortocircuito de los partidos políticos por el papel «organizador» directo de otros aparatos estatales, y formas, también típicas, de sumisión de las masas populares a la ideología dominante”15.

La suspensión de las elecciones competitivas y multipartidarias no significaba la suspensión de la legitimidad como tal, creía Poulantzas, yendo así a contracorriente de las teorías del totalitarismo. Los partidos fascistas en el poder invocaban constantemente una cierta forma de «soberanía popular» y se comprometían a la movilización regular de las masas.

Crisis orgánicas

Fascismo y dictadura es una importante contribución al debate sobre la naturaleza del fenómeno fascista. Ciertamente tiene sus defectos, como la tendencia del autor a pensar que las estrategias articuladas dentro de los aparatos estatales estaban determinadas principalmente por el equilibrio de fuerzas dentro de las fracciones de la clase dominante y entre ellas. Esto iba en contra de su propia insistencia en la autonomía relativa del estado. Poulantzas también subestimó hasta qué punto el fascismo se basaba en una forma de política de masas.

No obstante, su análisis combina dos dimensiones esenciales de este fenómeno. Por un lado, trata el fascismo como un aspecto «orgánico» de determinados periodos históricos, vinculado a la transformación de los regímenes de acumulación y de los aparatos estatales. Por otro, subraya sus características contingentes, que reflejan la dinámica coyuntural de la lucha de clases en un país determinado. De este modo, Poulantzas subraya el potencial de aparición del fascismo, al tiempo que demuestra que no toda forma de autoritarismo estatal es fascista.

El mismo deseo de evitar calificar de «fascistas» todas las formas del «estado de excepción» se puso de manifiesto en La crise des dictatures, publicado en 1975.16 Se trata de un libro más «intervencionista» que sus otras obras, escrito para analizar el final de los regímenes autoritarios de derechas en Grecia, Portugal y España a mediados de los años setenta. Contiene algunas observaciones muy interesantes sobre el papel del imperialismo estadounidense.

Poulantzas identificó una “pluralidad de tácticas estadounidenses” en su actitud hacia los regímenes del sur de Europa. Esta pluralidad está “vinculada a las contradicciones del propio capital estadounidense” que encontraron su expresión en el seno del estado, en Washington:

“Se trata de un caso original de «fascismo exterior», es decir, de una política exterior que, las más de las veces, no duda en recurrir a los peores genocidios, pero encarnada en instituciones que, lejos de representar un caso ideal de democracia burguesa –basta pensar, entre otras cosas, en la situación de las minorías sociales y étnicas en EE.UU.–, permiten, sin embargo, una representación orgánica de las diversas fracciones del capital en el seno de los aparatos y ramas del aparato estatal. Un régimen así, si se funda en una verdadera unión sagrada de la gran mayoría de la nación en torno a los principales objetivos políticos (unión sagrada sobre la que habría mucho que decir) va necesariamente acompañado de contradicciones constantes y abiertas en el seno de los aparatos de estado”17.

En un momento dado, según Poulantzas, la actitud de Washington podría abarcar “una serie de posibles soluciones” que van desde “diversos grados de apoyo a la aceptación más o menos pasiva de soluciones consideradas un mal menor, hasta una cierta ruptura”. Los distintos aparatos estatales implicados en la política exterior estadounidense podrían incluso, en cierta medida, trabajar con objetivos contrapuestos:

“La CIA, el Pentágono y el aparato militar, el Departamento de Estado, el poder ejecutivo –la administración [presidencial] y el Congreso– adoptan a menudo tácticas diferentes: lo hemos visto, lo seguimos viendo, en el caso de Grecia, Portugal y España. Es más, estas tácticas son a veces paralelas, dando lugar a redes que son a su vez paralelas, ignorándose o incluso luchando entre sí”18.

El estatismo autoritario

En la década del 70, Poulantzas siguió trabajando en cuestiones relacionadas con el estado, llevando su investigación en dos direcciones importantes. Por un lado, Poulantzas desarrolló una definición relacional del estado muy original, según la cual el estado no es una «entidad intrínseca», sino que es en sí mismo “una relación, más exactamente la condensación de una relación de fuerzas entre clases y fracciones de clases”19.

Por otro lado, propuso una teorización más elaborada de lo que denomina “crisis del estado”:

“Se trata de una serie de contradicciones que se expresan, de manera específica, en el seno mismo del estado (el estado es la condensación material de una relación) y que son factores directos de las características específicas de la crisis del estado, desde la agudización de las contradicciones internas entre ramas y aparatos del estado y dentro de cada uno de ellos, hasta los complejos desplazamientos de dominio entre aparatos, pasando por sus permutaciones de función, la acentuación del papel ideológico de un aparato dado que acompaña al fortalecimiento en el ejercicio de la violencia estatal, etcétera”20.

Para Poulantzas, esto conduce a un giro autoritario “que podría significar simplemente que cierta forma de «política democrática» ha llegado a su fin en el capitalismo”.

Poulantzas identificó una serie de transformaciones que conforman este nuevo autoritarismo propio del «estado fuerte»:

“La prodigiosa concentración de poder en el ejecutivo a expensas no sólo de la representación «popular» parlamentaria, sino también a expensas de una serie de redes de representación basadas en el sufragio popular […] La confusión orgánica de los tres poderes (ejecutivo, legislativo, judicial) y la invasión constante de los campos de acción y competencia de los aparatos o ramas que les corresponden […] El ritmo acelerado de restricción de las libertades políticas de los ciudadanos ante la arbitrariedad estatal […] El precipitado declive del papel de los partidos políticos burgueses y el desplazamiento de sus funciones político-organizativas (tanto en relación con el bloque dominante como con las clases dominadas) hacia la administración y la burocracia estatales […] La acentuación en el ejercicio de la violencia estatal (tanto en el sentido de violencia física como en el sentido de «violencia simbólica») (…) La introducción de toda una nueva red de circuitos y cinturones de «control social» (aislamiento policial, sectorización psicológico-psiquiátrica, supervisión de la asistencia social)”21.

En su último libro, Estado, poder y socialismo, Poulantzas discierne en estas transformaciones de los estados capitalistas la emergencia de lo que denomina «estatismo autoritario»:

“Una nueva forma de estado está en vías de imponerse […] que designaré, a falta de un término mejor, estatismo autoritario. Es un término que puede indicar la tendencia general de esta transformación: la monopolización acentuada por parte del estado de todos los ámbitos de la vida económica y social, unida a la decadencia decisiva de las instituciones de la democracia política y a la restricción draconiana y multiforme de esas libertades llamadas «formales» cuya realidad descubrimos hoy hecha añicos”22.

Poulantzas se cuidó de distinguir este estatismo autoritario del totalitarismo o del fascismo. No porque subestimara la magnitud de estas transformaciones o su carácter autoritario, sino más bien porque, para él, no se trata de una forma de «estado excepcional», sino de la mutación autoritaria de los propios estados capitalistas «democráticos»:

“La emergencia del estatismo autoritario no puede identificarse, pues, ni con un nuevo fascismo ni con un proceso de fascistización. Este estado no es ni la nueva forma de un estado de excepción real ni, en sí mismo, la forma transitoria hacia tal estado: representa la nueva forma «democrática» de la república burguesa en la fase actual […]. Este estado, probablemente por primera vez en la existencia e historia de los estados democráticos, no sólo contiene elementos dispersos y difusos de totalitarismo, sino que cristaliza su disposición orgánica en un dispositivo permanente paralelo al estado oficial”23.

Durante este periodo, Poulantzas se interesó por la transformación autoritaria de los estados capitalistas y por el carácter autoritario o «totalitario» del «socialismo realmente existente» en el bloque oriental liderado por la Unión Soviética. En cierto sentido, la concepción de una vía democrática al socialismo que formuló en Estado, poder y socialismo fue su forma de abordar ambos retos.

Poulantzas creía que, gracias a la existencia de poderosos movimientos sociales, sería posible imponer cambios profundos dentro del estado que condensaran el cambio en el equilibrio de poder a nivel social. Una estrategia que combinara la conquista del poder gubernamental y la movilización social autónoma podría abrir el camino a la transformación socialista. Esta idea de un socialismo democrático que combinara formas de democracia representativa y directa fue también su respuesta al callejón sin salida del «socialismo realmente existente» al estilo soviético.

Leer a Poulantzas hoy

Poulantzas fue muy criticado por su excesivo optimismo sobre la posibilidad de una transformación radical-democrática del estado y por subestimar la forma en que la dinámica material inscrita en el estado, precisamente lo que él describía como “estatismo autoritario”, impondría su lógica a cualquier acceso al gobierno por parte de fuerzas de izquierda (como demostraría la experiencia de países como Francia y Grecia en los años ochenta). Su suicidio en 1979 puso fin prematuramente a su carrera teórica, dejando abiertos muchos interrogantes sobre las orientaciones que podría haber tomado su pensamiento a partir de entonces.

No obstante, Poulantzas nos legó conocimientos inestimables sobre la transformación de los estados capitalistas. En particular, identificó tendencias y cambios autoritarios que se harían mucho más evidentes en los años posteriores a su muerte. Todos estamos demasiado familiarizados con los aspectos autoritarios y disciplinarios de los estados neoliberales, incluido el uso de la legislación «antiterrorista» como tapadera de prácticas represivas y mecanismos de vigilancia.

Poulantzas también tenía razón al anticipar que el programa neoliberal de privatización y desregulación no significaría la retirada del estado. Al contrario, requiere la expansión de las intervenciones y mecanismos administrativos, la mayoría de los cuales están aislados de cualquier forma de control democrático o permeabilidad a los movimientos populares.

La proliferación de autoridades supuestamente «independientes» (y no elegidas) y el aumento del poder de los bancos centrales son ejemplos típicos. En el contexto europeo, la imposición de políticas neoliberales bajo los auspicios de la integración europea ha supuesto la extensión de la autoridad de las instituciones no elegidas de la Unión Europea y la prioridad otorgada a la regulación europea sobre los procesos democráticos de toma de decisiones a escala nacional.

El trabajo de Poulantzas puede ayudarnos a comprender mejor el actual auge de los movimientos políticos de extrema derecha. Esto está vinculado no sólo a situaciones de crisis política, incluida la crisis de la izquierda en sus diversas formas, sino también a la transformación autoritaria de los estados, con el auge de nuevas formas de racismo de estado dirigidas contra los migrantes y los refugiados. Además, y quizás lo más importante, su trabajo destaca el hecho de que no podemos separar la resistencia al fascismo y al autoritarismo estatal de las luchas anticapitalistas más amplias.

Esta resistencia sólo puede ser eficaz si se basa en un bloque de las clases trabajadoras con las demás clases subalternas, y no en alianzas minimalistas limitadas a la simple defensa de la democracia liberal. Después de todo, son principalmente los partidos del llamado “arco constitucional” los que han orquestado las actuales mutaciones «posdemocráticas» de los estados capitalistas avanzados. La mayoría de los movimientos políticos de extrema derecha no tienen ningún problema en declarar su plena conformidad con el actual marco institucional de la democracia liberal, incluidas sus encarnaciones trasnacionales como la UE.

Esto pone de relieve otra lección importante que podemos aprender de Poulantzas. Aunque su visión de una vía democrática al socialismo ha sido criticada con razón por sus posibles lecturas reformistas, su afirmación de que “el socialismo sólo puede ser democrático” no era simplemente una cuestión de distanciarse de la experiencia de la URSS y sus satélites. También implica que “la democracia sólo puede ser socialista”, en el sentido de que no existe un vínculo «orgánico» entre capitalismo y democracia. La única manera de alcanzar la democracia como gobierno autónomo de los subalternos es luchar por superar el capitalismo.

NOTAS

1 “Οι πολιτικές μορφές του στρατιωτικού πραξικοπήματος” [Las formas políticas del golpe de estado militar], jun. 1967, en Ο πολιτικός διανοούμενος Νίκος Πουλαντζάς. Κείμενα 1967-1979 [Nicos Poulantzas, intelectual político. Textos 1967-1979], ed. preparada por Dimitris Karydas y Dimitris Psarras, Atenas, Εκδοση της Εφημερίδας τωνΣυντακτών, 1979.
2 Ibid., p. 34.
3 N. Poulantzas, Fascisme et dictature. La Troisième Internationale face au fascisme, París, Seuil, 1974. [Hay trad. castellana: Fascismo y dictadura. La III Internacional frente al fascismo, México, Siglo XXI, 1971].
4 Ibid., p. 13.
5 Ibid., p. 20.
6 Ibid., p. 17.
7 Ibid., p. 22.
8 Ibid., p. 40.
9 Ibid., p. 63.
10 Ibid., p. 77.
11 Ibid., p. 78.
12 Ibid., p. 79.
13 Ibid., p. 85.
14 Ibid., p. 96.
15 Ibid., p. 364.
16 Poulantzas, La crise des dictatures, París, Seuil/Maspero, 1975. [Hay trad. castellana: La crisis de las dictaduras: Portugal, Grecia, España, México, Siglo XXI, 1976].
17 Ibid., p. 41.
18 Ibid., p. 42.
19 Poulantzas, L’Etat, le pouvoir, le socialisme, París, PUF, 1978, p. 141. [Hay trad. castellana: Estado, poder y socialismo, México, Siglo XXI, 1979].
20 Poulantzas, “Les transformations actuelles de l’Etat, la crise politique et la crise de l’Etat”, en N. Poulantzas (dir.), La crise de l’Etat, París, PUF, 1976, pp. 44-45. [Hay trad. castellana: La crisis del Estado, Barcelona, Fontanella, 1977].
21 Ibid., pp. 55-56.
22 L’Etat, le pouvoir, le socialismo, ob. cit., pp. 225-226.
23 Ibid., pp. 231-232, 233.

Entrevista a Paolo Virno

Colectivo Situaciones: Nos parece que un diálogo con vos tiene que partir de lo que parece ser una gran premisa de tus trabajos y el de otros tantos compañeros italianos, como es la teorización del posfordismo desde el punto de vista del trabajo y sus mutaciones. Es claro que en tu punto de vista el posfordismo pone en juego –saca a la superficie– rasgos o caracteres de especie –y por tanto, no especializados– que antes se hallaban por fuera de la producción capitalista. Y bien: ¿es posible encontrar, según esta perspectiva, en tus últimos textos –que reunimos en este libro– una cierta continuidad entre las preocupaciones que aparecen en Gramática de la multitud y estas indagaciones en torno al animal humano, el lenguaje, la innovación y lo “abierto”? ¿Dirías que la propia investigación sobre el posfordismo y la multitud requieren un giro por las neurociencias, la antropología y la lingüística moderna como modo de arribar a la naturaleza del animal lingüístico y a sus perspectivas políticas actuales? ¿Por qué? ¿Es siempre la misma preocupación política la que persiste en esta deriva de tus investigaciones?

 

Paolo Virno: Puedo equivocarme, es cierto, pero me parece que incluso las investigaciones más abstractas que he tratado de desarrollar en estos últimos quince años han tenido como punto de partida la multitud contemporánea. La multitud es el sujeto gramatical y el análisis sobre la estructura del tiempo histórico (El recuerdo del presente, Paidos, 2003) y las principales prerrogativas del lenguaje verbal (Cuando el verbo se hace carne, Tinta Limón-Cactus, 2004) son los predicados. Estoy verdaderamente convencido de que la multitud es el modo de ser colectivo caracterizado por el hecho de que todos los requisitos naturales de nuestra especie adquieren una inmediata importancia política. Por esto me pareció importante indagar en profundidad estos requisitos. Es claro que no sirven para nada los cortocircuitos, las fórmulas brillantes con las que, melancólicamente, se intenta ganar un gran aplauso. Si se habla de lenguaje verbal, o de tiempo histórico, es necesario asumir una travesía en el desierto, en la que nos vamos a encontrar con paradojas y callejones sin salida, en la que nos perderemos en análisis complicados que requieren instrumentos específicos. Tan solo al final de un recorrido teórico no poco tortuoso –y precisamente gracias a eso– se descubre (sólo a veces,  por supuesto) que los problemas enfrentados permiten comprender mejor –no metafórica, sino literalmente– las acciones y las pasiones más actuales.

La indagación sobre la “naturaleza humana” concierne centralmente a la lucha política. Pero a condición, por supuesto, de evitar algunas  tonterías significativas. La más tonta de estas tonterías consiste en querer deducir una estrategia política –y, en el peor de los casos, hasta una táctica– de los rasgos distintivos de nuestra especie. Es lo que hace Chomsky (admirable, por otra parte, por el vigor con el que pelea contra los canallas de la administración de los Estados Unidos) cuando dice: el animal humano, dotado por motivos filogenéticos de un lenguaje capaz de hacer cosas siempre nuevas, debe batirse contra los poderes que mortifican su congénita creatividad. Buenísimo, ¿pero qué ocurre si la creatividad lingüística se vuelve recurso económico fundamental  en el capitalismo posfordista? La antropología es el campo de batalla de la política, no un apuntador teatral que nos dice qué es necesario hacer. La “naturaleza humana” –es decir, las invariantes biológicas de nuestra especie– nunca dispone una solución: es siempre parte del problema.

Los grandes clásicos del pensamiento político moderno, Hobbes y Spinoza para mencionar sólo a los más notorios, han visto en la naturaleza humana la materia prima de la acción política: una materia prima a partir de la cual la acción política puede generar formas histórico-sociales harto diversas. Por eso Hobbes y Spinoza han sido, entre otras cosas, dos antropólogos profundos y realistas. Pero, ¿qué cosas han cambiado hoy respecto de la época en la que se formó el estado moderno? Una sobre todo: las principales facultades del animal humano, además de sus afectos característicos, son colocadas como resortes de la producción social. Marx definía la fuerza de trabajo como “el conjunto de las capacidades psíquicas y físicas de un cuerpo humano”. Pues bien, esta definición se vuelve completamente verdadera sólo en los últimos treinta años. En efecto, solo recientemente las competencias cognitivas y lingüísticas han sido puestas a trabajar. De este modo, quien –con gestos de desprecio– descuida la indagación sobre la “naturaleza humana”, no está en condiciones de comprender las características sobresalientes de la fuerza de trabajo contemporánea. El panorama teórico actual está atestado de naturalistas ciegos a la historia y de historicistas que se indignan si se habla de naturaleza. El defecto de unos y de otros no está en la parcialidad de sus acercamientos, sino, por el contrario, en la incapacidad de ambos para aprehender los aspectos sobre los que concentran unilateralmente su atención. Los cultores de una naturaleza humana de la que ha sido borrada la dimensión histórica equivocan, en última instancia, su percepción sobre la naturaleza; los cultores de una historia escindida del trasfondo biológico no dan cuenta, de ninguna manera, de la historia. La teoría de la multitud debe sustraerse a este doble impasse.

 

CS: Tal vez no sea justo hablar de un “pesimismo” en estos textos pero, sin dudas, la cuestión del “mal” en el “animal abierto”, ya no protegido por la soberanía del estado –ahora en crisis–, recoloca la cuestión de lo negativo en el centro de tu reflexión, dando a la noción de ambivalencia una mayor nitidez. ¿Por qué surge la necesidad de abundar en lo “negativo” ahora? ¿Se debe a coyunturas políticas y teóricas que nos puedas explicar o, más bien, a otro tipo de exigencia reflexiva? ¿Qué consecuencias tiene, en tu trabajo, este énfasis? ¿Cómo definírías el estatuto teórico y político de la “negación no dialéctica”?

 

PV: En los últimos años trabajé sobre dos cuestiones –una lógico-ligüística, la otra antropológica— que tienen mucho que ver con la multitud. La primera cuestión, la lógico-lingüística, dice así: ¿cuáles son los recursos mentales que nos permiten cambiar nuestra forma de vida? ¿En qué consiste una acción innovadora? ¿Qué ocurre precisamente cuando una regla deja de funcionar, pero aún no se ha encontrado otra que la reemplace? A estas preguntas he tratado de responderlas examinando detalladamente un ejemplo significativo de creatividad lingüística: el chiste. El chiste es un microcosmos en el que operan las mismas fuerzas que, a gran escala, nos permiten un éxodo social y político. Por eso, hablando del funcionamiento de la frase humorística, me he encontrado discutiendo, entre otras cosas, el estado de excepción y la crisis de un sistema normativo.

La segunda cuestión, la antropológica, concierne a la carga destructiva inscripta en nuestra especie, a la “negatividad” con la que tiene que lidiar un ser dotado de lenguaje. Entre las dos cuestiones hay un vínculo muy estrecho: por paradójico que pueda parecer, los requisitos que posibilitan la innovación son los mismos que alimentan la agresividad en los enfrentamientos entre semejantes. Basta pensar en la negación lingüística: ésta permite oponerse a una ley injusta, pero abre la posibilidad, también, de que pueda tratarse a alguien (a un hebreo o a un árabe, por ejemplo) como a un no-hombre. Los ensayos recogidos en este libro están dedicados a la “lógica del cambio” y al llamado “mal”. Ambos términos, repito, tienen su referente carnal en la multitud posfordista. Se podría decir: la multitud está caracterizada por una fundamental oscilación entre la innovación y la negatividad.

Pero la pregunta de ustedes se refiere, sobre todo, a la negatividad, a la peligrosidad del animal humano. Procuraré, por consiguiente, decir algo más sobre este aspecto. La reflexión sobre la negatividad, sobre el mal, no nace de un juicio pesimista sobre el presente, de una desconfianza en los nuevos movimientos. Al contrario, es la madurez de los tiempos la que impone esta reflexión: hoy es concebible una esfera pública por fuera del estado, más allá del estado. Esto significa que es totalmente realista construir –en las luchas sociales– instituciones que ya no tengan como jefe al “soberano”, que disuelvan todo “monopolio de la decisión política”. Estas instituciones pos-estatales deben ofrecer de distintos modos –y resolver de distintos modos– el problema de cómo mitigar la agresividad del animal humano, su carga (auto)destructiva. Es la actualidad de la superación del estado la que vuelve imperiosas preguntas como éstas. Y repito: no es precisamente una injustificada melancolía por el curso del mundo. Pensar que la multitud es absoluta positividad es una tontería inexcusable. La multitud está sujeta a disgregación, corrupción, violencia intestina. Por otro lado, sus primeras manifestaciones no suelen ser exaltadas: en los años ’80 –mientras el fordismo entraba rápidamente en crisis– las nuevas figuras del trabajo social se presentaron con rasgos “desagradables”: oportunismo, cinismo, miedo. Si el nuestro es un éxodo que nos conduce más allá de la época del estado, no podemos no tener en cuenta las “murmuraciones en el desierto”. Para pensar las murmuraciones, es decir, la negatividad inscripta en la multitud (acordémonos de la violencia sobre los más débiles que fue verificada en el estadio de New Orleans donde estaban refugiados los “muchos” que no tenían los medios para  escapar del ciclón Katrina…), son necesarias categorías diferentes a las dialécticas y nociones distintas, por ejemplo, de aquella de “antítesis”. De acuerdo. Pero necesitamos categorías que estén en condiciones de asumir toda la realidad de lo negativo –en lugar de excluirlo o velarlo. En este libro propongo las nociones de “ambivalencia” y de “oscilación”. Y también un uso no freudiano del término freudiano “siniestro”. Freud dice que lo que nos aterroriza es precisa y solamente aquello que, en otro momento, tuvo la capacidad de protegernos y tranquilizarnos. Así, esta duplicidad de lo siniestro puede servir, tal vez, para decir que la destructividad es sólo un modo “otro” de manifestarse de aquella capacidad que nos permite, por otro lado, inventar nuevos y más satisfactorios modos de vivir.

 

CS: Hay en tu trabajo una discusión en torno a la noción schmittiana de soberanía. Esa discusión, sin embargo, se relativiza ante el diagnóstico de la crisis profunda de los estados centrales. Aún así, a lo largo de tus textos persiste una preocupación por evitar recaer en perspectivas políticas “estatistas”. Pero si la soberanía estatal está en crisis ¿cuáles serían estos riesgos?

En todos tus textos se percibe además la supervivencia de un razonamiento caro a la tradición del obrerismo italiano sobre el posfordismo, según el cual la medida del valor, que ha entrado en crisis con las mutaciones del proceso productivo, vive, sin embargo, una sobrevida reaccionaria en la forma salarial. ¿Crees que algo similar ocurre con la soberanía política? ¿Es ella también una forma anacrónica pero paradojalmente presente de la medida de la vida contemporánea, como el salario?¿Y cómo convive todo esto con la noción de un “estado de excepción permanente”?

 

PV: El estado central moderno conoce una crisis radical, pero no cesa de reproducirse a través de una serie de metamorfosis inquietantes. El “estado de excepción permanente” es, sin duda, uno de los modos en que la soberanía sobrevive a sí misma, prolonga indefinidamente la propia decadencia. Vale para el “estado de excepción permanente” aquello que Marx decía de las sociedades por acciones: estas últimas constituían, a su juicio, una “superación de la propiedad privada sobre la base misma de la propiedad privada”. Dicho de otra manera, las sociedades por acciones dejaban filtrar la posibilidad de superar la propiedad privada, pero, al mismo tiempo, articulaban esta posibilidad reforzando y desarrollando cualitativamente la misma propiedad privada. En nuestro caso se podría decir: el “estado de excepción permanente” indica una superación de la forma-estado sobre la base misma de la estatalidad. Es una perpetuación del estado, de la soberanía, pero también la exhibición de su propia crisis irreversible, de la plena madurez de una república ya no estatal.

Yo creo que el “estado de excepción” sugiere algunos puntos para pensar las instituciones de la multitud de manera positiva, su posible funcionamiento, sus reglas. Un ejemplo solamente: en el “estado de excepción” se atenúa –hasta desaparecer casi por completo– la diferencia entre ”cuestiones de derecho” y “cuestiones de hecho”: las normas vuelven a ser hechos empíricos y algunos hechos empíricos adquieren un poder normativo. Así, esta relativa indistinción entre norma y hecho –que hoy produce leyes especiales y cárceles como Guantánamo– puede tener, sin embargo, una declinación alternativa, voviéndose un principio “constitucional” de la esfera pública de la multitud. El punto decisivo es que la norma debe exhibir siempre su origen actual y, al mismo tiempo, mostrar la posibilidad de influir en el ámbito de los hechos. Debe exhibir, en fin, su revocabilidad y su sustituibilidad. Toda regla debe presentarse, al mismo tiempo, como una unidad de medida de la praxis y como algo que debe, a su vez,  ser medido siempre de nuevo.

 

CS: Todo esto se articula con tu crítica a un cierto antiestatismo ingenuo, que se pronuncia en nombre de una supuesta bondad originaria de la multitud, una y otra vez arruinada -rousseauneanamente- por la institución (del lenguaje, de la propiedad, etc.). Por nuestra parte encontramos mucha potencia en esta argumentación que nos coloca, por así decirlo, “de cara a la ambivalencia” radical. Y agradecemos mucho esta valentía de complejizar allí donde nuestras debilidades pueden ser más notables.

En este contexto, sin embargo, tu advertencia no llega al escepticismo, en la medida en que evocás de muchas maneras la noción de “institución” de la multitud (katechon, “negación de la negación”, etc). Entonces: ¿cómo pensar la dimensión política de estas “instituciones” (¿de éxodo?) en relación con el diagrama estratégico en el que encontramos de un lado a la soberanía estatal (¿en crisis pero revivida?)pero también respecto del mal con el que la multitud debe coexistir mediante operaciones de diferimiento, desplazamiento y contención? ¿Hay relación entre “mal” y “soberanía” en la época en que “lo abierto” del animal lingüístico fuerza la excepción cotidiana (“¿fascismo postmoderno?”)? ¿Podrías explicarnos cómo vislumbrás este juego político-institucional en su “nueva” complejidad?

 

PV: A esta pregunta he intentado responderla de modo detallado en el ensayo “El llamado mal y la crítica del estado”, incluido en este volumen. Incluso una respuesta parcial está contenida, creo, en algunas de las cosas que he dicho anteriormente. Quisiera agregar ahora, un par de consideraciones polémicas. Verdaderamente “escéptico” sobre la suerte del movimiento internacional me parece ser aquel que pinta la multitud como “buena por naturaleza”, solidaria, inclinada a actuar en armonía, ausente de toda negatividad. Quien piensa así, ya se ha resignado a reducir al movimiento new global a fenómenos contraculturales o mediáticos, a su metamorfosis en un conjunto de tribus marginales, incapaces de incidir realmente sobre las relaciones de producción. Reconocer el “mal” de la (y en la) multitud significa enfrentarse con las dificultades inherentes a la crítica radical de un capitalismo que valoriza a su modo la misma naturaleza humana. Quien no reconoce este “mal” ya se ha resignado a no tener demasiado vuelo; o, dicho de otro modo, se resigna al peligro de hacer vivir al movimiento por debajo de sus propios medios.

Segunda observación. Pongámonos de acuerdo con el uso de la palabra “institución”. ¿Es un término que pertenece exclusivamente al vocabulario del adversario? Creo que no. Creo que el concepto de “institución” es decisivo, también (y, acaso, sobre todo) para la política de la multitud. Las instituciones son el modo en que nuestra especie se protege del peligro y se da reglas para potenciar la propia praxis. Institución es, por lo tanto, también un colectivo de piqueteros. Institución es la lengua materna. Instituciones son los ritos con los que tratamos de aliviar y resolver la crisis de una comunidad. El verdadero desafío es individualizar cuáles son las instituciones que se colocan más allá del “monopolio de la decisión política” encarnado en el estado. O incluso: cuáles son las instituciones a la altura del “General Intellect” del que hablaba Marx, de aquel “cerebro social” que es, al mismo tiempo, la principal fuerza productiva y un principio de organización republicana.

 

CS: A diferencia de otras lecturas sobre el posfordismo, en tus argumentos pareciera que un cierto énfasis en la ambivalencia del animal lingüísitco y su relación con el Estado, llevan a una indiferencia respecto de los diagnósticos sobre las nuevas formas de control y gestión de las vidas que van más allá del poder de las soberanías de los estados nacionales (“sociedades de control”, la “noopolítica”, la “biopolítica”, etc). ¿Cómo plantearías tu posición al respecto?

 

PV: No, no soy en absoluto indiferente a otros análisis del posfordismo. Algunos los aprecio, otros los critico; todos, no obstante, me implican y me obligan a formularme preguntas, a reflexionar mejor.

Pongo dos ejemplos: la “sociedad de control”. Es una buena categoría. Significa, en líneas generales, que la cooperación del trabajo social perdería parte de su potencia (y de su eficacia en vistas de la valorización capitalista) si fuese dirigida y disciplinada en cada detalle. La invención y la innovación no son ya patrimonio del emprendedor shumpeteriano, sino prerrogativas del trabajo vivo. Para el capitalista es necesario apropiarse de la innovación a posteriori, seleccionando en ella los aspectos afines a la acumulación y eliminando todo lo que puede dar lugar a libres instituciones de la multitud. En cierto sentido, hay un retorno desde la “subsunción real” del trabajo hacia la “subsunción formal”. O, dicho de otra manera y dejando de lado la jerga marxiana, hay un pasaje desde formas de dominio basadas en la negación de toda autonomía de la fuerza de trabajo hacia  formas de dominio que impulsan a la fuerza-trabajo a producir innovación, cooperación inteligente, etc. Es necesario añadir: la “sociedad de control”, con su modernísima “subsunción formal”, requiere más, y no menos, violencia represiva. Y se entiende el por qué: la valorización capitalista del trabajo vivo en cuanto general intellect, si por un lado exige que el trabajo vivo goce de una cierta autonomía, por el otro debe impedir que ésta se transforme en conflicto político. Y lo impide con una ferocidad de la que el fordimo no tenía necesidad.

Segundo ejemplo: la biopolítica. El gobierno de la vida depende del hecho de que se vende la propia fuerza de trabajo. La fuerza de trabajo es pura potencia sin aún aplicación efectiva: potencia de hablar, de pensar, de actuar. Pero una potencia no es un objeto real. Ella existe en cuanto “alojada” por un organismo biológico, el cuerpo de obrero. Para esto el capital gobierna la vida: porque, precisamente, la vida es portadora de la fuerza de trabajo, sustrato de una pura potencia. No porque quiera mandar sobre los cuerpos como tales. Entonces, es de la noción de fuerza de trabajo que surge el gobierno de la vida. Foucault (junto a tantos otros) se desembarazó con demasiado apuro de Marx, con el efecto de llegar tiempo después a ciertos resultados marxianos, pero poniendo la cabeza en el lugar de los pies.

 

CS: Todas las noticias que llegan del mundo de las tecnociencias y la digitalización nos hablan de un intento directo de alterar la propia composición y forma de las especies, incluyendo la humana. Con la promesa de “mejorar lo humano” o simplemente “evitar el sufrimiento” existe actualmente un cúmulo de experimentos dirigidos a modificar la memoria, intervenir sobre el cebrero, el sistema nervioso, etc. Las tecnociencias operan sobre la hipótesis de un hombre-informático, genoma, ADN, etc. ¿Cómo leés estos intentos de modificación genética, de lo animal y de lo humano? ¿Apuntan realmente a desdibujar sus fronteras? ¿Qué naturaleza tiene el tipo de poder que opera en este nivel del tecnocapitalismo?

 

PV: El problema no es nuevo. El animal humano es el único que, más allá de vivir, debe volver posible la propia vida. Por un lado, esto es correlato de su contexto ambiental; por el otro, él mismo reformula siempre de nuevo la relación con este contexto. Es un animal naturalmetne artificial. Esto para decir que el hombre ha modificado siempre, al menos en cierta medida, su propio ambiente e, incluso, su propio cuerpo. O mejor: la praxis humana es siempre aplicada a las mismas condiciones que vuelven humana a la praxis. Hoy este aspecto se ha puesto en primer plano, ha devenido industria. En mi opinión, los movimientos deberían mostrar una cauta simpatía por las tecnociencias. Cauta, obviamente, porque éstas están sobrecargadas de intereses capitalistas. Pero simpatía, porque éstas muestran –aunque sea, incluso, de una forma a menudo detestable– la posibilidad de recomponer la antigua fractura entre ciencias del espíritu y ciencias naturales.

 

CS: Sobre la “ocurrencia”. Dado que la “ocurencia” es el diagrama interno de la innovación, y por qué no, de la praxis misma, surge de inmediato el problema del estatuto del “Tercero” que es a la vez “Público”. En una primera lectura nos ha parecido que si bien la “ocurrencia” reúne tres figuras o posiciones (el ocurrente, aquel sobre el que cae la ocurrencia y el tercero que aprueba o desaprueba la ocurrencia) en la que descansa toda esta estructura, que así es inmediatamente pública, sin embargo, pareciera subsistir un lugar más activo en el ocurrente mismo, es decir, en quien elabora su hipótesis-ocurrencia, cuya suerte será luego evaluada. La pregunta que te formulamos, entonces, es la siguiente: ¿qué hay de una política activa y posible del lado del Tercero Mismo? ¿No demanda la propia condición de la “inteligencia general” una permanente sensibilización respecto de las ocurrencias de los otros, y no sólo una búqueda atenta del momento propicio para devenir uno mismo ocurrente?

 

PV: Estoy completamente de acuerdo con la hipótesis que formulan. En el chiste, la “tercera persona” (así la llama Freud), esto es, el público, es un componente esencial, pero pasivo. Equivale, a groso modo, a aquellos que asisten a una asamblea política, valorando los discursos que se suceden en ella. Sin la presencia de estos espectadores, los discursos pronunciados no tendrían sentido alguno. Pero, al menos a primera vista, ellos no hacen nada. ¿Es realmente así? Quizás no. Sobre todo al interior del movimiento new global, el rol de la “tercera persona”, del público, es, ya de por sí, una forma de intervención activa. Hoy, quien escucha una ocurrencia o un discurso político, lo rearticula mientras lo escucha, elabora sus desarrollos posibles, modifica su significado: en síntesis, lo transforma en el momento mismo en que lo recibe. Tiene que ver, en fin, con un público activo.

 

Septiembre de 2006

El capitalismo tardío como desciframiento de la modernidad

Por Francisco Louçã

El marxista belga Ernest Mandel popularizó el término «capitalismo tardío» para describir la forma en que el sistema había cambiado en las décadas de posguerra. La obra de Mandel marcó un hito en el estudio del capitalismo, y aún hoy podemos aprender mucho de su análisis.

Este texto es el prólogo a El capitalismo tardío de Ernest Mandel (Viento Sur-Sylone/Verso libros, 2023)

Cuando, en 1961, Ernest Mandel entregó el manuscrito del Tratado de economía marxista[1] a su editor, todavía era relativamente poco conocido fuera de los círculos militantes en los que había estado involucrado desde su juventud.

Con 38 años, y tras una larga preparación del libro, no solo disponía de un conocimiento profundo de la teoría y de las alternativas en disputa, sino también de datos empíricos y aportaciones de otras ciencias; y, de esta manera, se oponía a una tendencia entre los marxistas posteriores a la Segunda Guerra Mundial que, en el contexto de la Guerra Fría y después del fracaso de las revueltas en Francia y en Grecia, con la imposición de las reglas del imperio norteamericano en Occidente y con el reforzamiento del estalinismo en la URSS, se volcaron a la filosofía y, sobre todo, a la estética, alejándose de la lucha política y del análisis de las contradicciones del capitalismo triunfante. El libro disfrutó de un éxito generalizado desde su publicación en 1962 y confirmó a Mandel como el más dotado y profundo de los economistas marxistas, lo que se consolidaría a lo largo de los años siguientes.

Sin embargo, como nos cuenta en el prefacio de la primera edición alemana de este libro, publicado en 1972 y que sería su aportación fundamental, el autor quedó insatisfecho con el capítulo sobre la economía contemporánea, que consideraba como “demasiado descriptivo”; sobre todo, porque no profundizaba en el análisis de las etapas de la evolución del capitalismo y, en particular, porque no relacionaba las leyes del desarrollo del capital con el estudio de sus diversas manifestaciones (lo que sería su principal punto de divergencia con las teorías monocausales de las crisis de sobreproducción, que eran dominantes durante la década de 1960 y anteriores).

El camino de cara a ese libro, que es el que ahora está en manos del lector o lectora, recorrió dos vías fundamentales. La primera fue la profundización en el estudio de Marx, con la publicación de La formación del pensamiento económico de Karl Marx, en 1968. Se trataba de una polémica contra la visión entonces hegemónica, según la cual habría dos Marx contrapuestos, uno de juventud, más bien romántico, y otro de madurez, científico y riguroso. Althusser era, por entonces, uno de los impulsores de esta comprensión de la “ruptura epistemológica” entre los dos Marx, pero no era el único. Ahora bien, como ha demostrado Mandel, el concepto de “alienación” atraviesa toda la obra y establece un puente entre las obras de juventud, como los Manuscritos de París (1844), y las últimas obras, de madurez, como El Capital (1867). La publicación de los Gründrisse (1858), que apareció en 1939, en el año en que comenzó la Guerra, y especialmente su edición de 1953, demostraron con claridad cómo Marx mantuvo a lo largo de su vida sus conceptos fundamentales sobre la naturaleza de la explotación y cómo hizo de ellos un manifiesto de combate. La amistad de Mandel con Roman Rosdolsky, uno de los fundadores del Partido Comunista de Ucrania, un viejo bolchevique y profundo conocedor de los textos marxistas, puede haber contribuido a este camino de estudio de Marx (Rosdolsky murió en 1967, siendo publicado póstumamente en ese mismo año el notable Génesis y Estruc-tura del Capital de Karl Marx). Siendo así, que desde el Tratado Mandel ha consolidado su marxismo crítico y, por tanto, no solo con fidelidad al origen, sino también impulsando su desarrollo.

La segunda vía que prosiguió a lo largo de esa década –que, no se debe olvidar, fue también la época del Mayo del 68, del otoño italiano, del crecimiento de resistencias antifascistas en el Estado Español y bajo otras dictaduras– fue el trabajo sobre la crisis económica. Sus siguientes publicaciones, en ese campo, fueron dos artículos en el Socialist Register y en Le Temps Modernes, en 1964[2], analizando la posibilidad de un vuelco económico. Este esfuerzo demostraba cómo buscaba profundizar su interpretación de las fuerzas actuantes en la crisis. Fueron estos dos procesos intelectuales, el estudio del Marx menos conocido y la discusión de las contradicciones del modo de producción capitalista, los que lo llevaron a la Tercera Edad del Capitalismo, publicado inicialmente en alemán como Capitalismo Tardío[3]. Los dos títulos tienen cierta ambigüedad, a la que se refiere el autor en el prólogo original: no se trataría de identificar una nueva época, ni un “neocapitalismo”, ni una nueva fase de un “capitalismo monopolista de Estado”, sino una secuencia temporal dentro de la época del imperialismo. “Lamento, además, no haber encontrado un nombre mejor para esta época histórica que este –insatisfactorio porque es sólo cronológico y no sintético– de Spaktapitalismus, o tercera edad del capitalismo”, escribe[4].

Este libro, que es también la tesis doctoral que Mandel presentó para su aprobación en la Universidad Libre de Berlín, donde fue profesor invitado (en el mismo año ocupó una plaza en la Universidad de Vrijen, en Bruselas), fue escrito entre 1970 y 1972, cuando la noción de una profunda crisis sistémica aún era dudosa pero comenzaba a merecer atención (en 1971, el sistema monetario internacional establecido en Bresatton Woods había sido destrozado por Nixon). El autor había explicado las crisis económicas en su Tratado siguiendo la idea del eco-ciclo de la inversión, sin considerar entonces los largos períodos de transformación tecnológica y social. Ahora bien, a partir de 1964, amplió su perspectiva y comenzó a estudiar los trabajos de Kondratiev (artículos de 1922, 1924 y 1926 y el resumen del debate en el Instituto de Coyuntura de Moscú, que sólo se publicará en 1928 en ruso)[5], la confrontación con Trotsky sobre el tema (el informe de 1921 al congreso de la Komintern y su polémica de 1923 con Kondratiev)[6], y la contribución del más heterodoxo de los economistas ortodoxos, Joseph Schumpeter (sobre todo, su libro Business Cycles de 1939)[7]. A partir de estos autores, a los que Mandel reinterpretaría proponiendo su propia teoría, el estudio de las ondas largas del desarrollo capitalista pasó a ocupar su agenda y se convirtió en uno de las incorporaciones más sustanciales que introdujo este libro (en ediciones posteriores, también separaría el texto sobre la ideología y el Estado en dos capítulos distintos, con la intención de desarrollar el tema, aunque sólo lo esbozaría).

Las ondas largas y el capitalismo tardío

La constatación de la existencia de largos periodos de aceleración y desaceleración económica a lo largo del siglo XIX y principios del XX había sido reconocida por muy diferentes autores: Parvus (1901) y Van Gelderen (1913), ambos miembros de partidos socialdemócratas, Bresciani-Turroni (1913, 1916), Pareto, que luego sería nombrado senador vitalicio por Mussolini (1913) y Tonelli (1921), en la academia. Otros economistas han abordado el mismo tema (Aftalion, Tugan-Baranowski). Estos diversos economistas estuvieron de acuerdo con la cronología de largos períodos de expansión y contracción y reconocían la necesidad de combinar factores económicos, políticos y sociales en su análisis. Sin embargo, las explicaciones eran contradictorias: para Pareto, las ondas serían el resultado de conflictos dentro de la élite dominante, particularmente entre especuladores y rentistas, mientras que para Turroni y Tonelli, como para Parvus y Van Gelderen, serían el efecto de luchas sociales determinadas por la disputa sobre la tasa de ganancia.

Van Gelderen sería, entre estos autores, quien propondría una tesis más elaborada, siendo seguido por De Wolff, amigo suyo[8]. Kondratiev, especialista en estadística, comenzó a dedicarse al tema en 1922 y no conocía los escritos de Gelderen, pero llegó a la misma conclusión[9]. Trotsky, que habría conocido el concepto de su camarada Parvus sobre períodos Sturm und Drang[10], de expansión y depresión en las economías capitalistas, se refirió al tema en su discurso en el congreso de la Komintern de 1921, reconociendo diferentes etapas y “coyunturas” en la evolución económica.

De esta manera, pretendía agregar un elemento de crítica a la posición de la ultraizquierda de la Internacional, en particular a la de Bela Kun y la dirección del KPD, que defendían la tesis de que la revolución era inminente ante el esperado colapso del capitalismo, y que recomendaban una acción ofensiva, sobre todo en Alemania. Kondratiev publicó su primer estudio, en el que planteó la hipótesis de un movimiento estadísticamente detectable de grandes variaciones en el desarrollo capitalista, en 1922. Sin embargo, al año siguiente Trotsky lo criticó, utilizando datos del Times londinense para identificar una “curva de desarrollo capitalista” que sería modificada por eventos exógenos, como revoluciones, guerras y decisiones políticas. Criticó así el intento de endogeneizar todos los factores políticos y de ignorar la autonomía de la esfera social en relación con la economía, es decir, el papel de la estrategia y de los partidos políticos. Kondratiev quedaría sorprendido por esta crítica, pues se sentía cerca de cómo se abordó el tema en el discurso de 1921, y no comprendió que el blanco de Trotsky pasara a ser otro sector de su propio partido: la tesis de Bujarin sobre la estabilización del sistema, en el polo opuesto del debate anterior. La visión de Trotsky, que de alguna manera influyó en la lectura de Mandel, era que, si hay una tendencia de desarrollo económico, son los factores políticos exógenos los que determinan los puntos de inflexión, o que las contradicciones internas producen un “equilibrio dinámico” a través de rupturas determinadas exógenamente. En otras palabras, la política manda. De alguna manera, esta interpretación se impuso trágicamente en la vida de estos hombres: en 1928, Kondratiev fue arrestado y, aunque seguiría escribiendo en prisión, ya no podía comunicarse con sus colegas y fue fusilado después de ocho años de cárcel; Trotsky sería por el mismo período apartado del partido y exiliado, y más tarde asesinado.

Las contribuciones teóricas de Mandel

Este libro de Mandel sobre la “tercera edad” constituye su magnum opus y su análisis global más sistemático del capitalismo y sus cambios estructurales. En el momento de su publicación y en los años siguientes, parte del debate sobre la existencia o no de estas ondas largas, que ya se había avivado, se centró en el uso de diversas técnicas estadísticas para medir las desviaciones de la serie real en relación a una tendencia teórica, a través de la descomposición de series (como hicieran Kondratiev y Oparin, y prosiguieran Kuznets, Imbert, Dupriez, Duijn, Kleinknecht, Menshikov, Ewijk, Zwan, Hartman, Metz, Reijnders, etc.)[11]. Por el contrario, Mandel se basa en el estudio de las contradicciones internas del modo de producción capitalista para explicar el paso de una fase de expansión a otra de depresión, sugiriendo que serán necesarios shocks sistémicos para generar una nueva fase de expansión (fase A), una vez instalado un largo período de retracción o desaceleración de la tasa de ganancia y acumulación, pero el viraje a la fase de contracción (fase B) es producida por el propio movimiento de acumulación y sus contradicciones. Así, no propone una simple síntesis entre Trotsky y Kondratiev, sino una teoría distinta y original, que incorpora la autonomía del proceso político en el marco de las “leyes del desarrollo”, o tendencias fuertes de la evolución del capitalismo, que, como ya se verá, son “parcialmente indeterminadas”, y considera “la sociedad como una totalidad orgánica estructurada, movida por el peso de las contradicciones internas”[12]. Así, Mandel fue uno de los primeros autores en desarrollar una explicación históricamente integrada de estos procesos. A éste le siguieron algunos otros autores, en el período de mayor florecimiento del estudio de las ondas largas: Gordon (y los primeros trabajos de la Social Structures of Accumulation), algunos de los regulacionistas franceses, también Shaikh, Wallerstein, Freeman, Pérez, Tylecote, Rosier, Dockès, Kleinknecht e historiadores y estadísticos de las fases del capitalismo, como Maddison. Hay una importante razón teórica para que largos períodos de la historia económica no estén representados por las mismas relaciones estructurales, calculadas a través de una regresión u otro instrumento de descomposición estadística: es que las mutaciones son permanentes en el proceso económico, ya sea en la innovación tecnológica, en los conflictos en las relaciones laborales, en los cambios en las instituciones políticas, o en la estructura y tamaño de los mercados, o incluso en los cambios en las estrategias de los grupos sociales. Las premisas de equilibrio están destinadas a fracasar, y los métodos econométricos tradicionales, particularmente aquellos que asumen el principio de estabilidad causal e intertemporal, dan respuestas erradas a una pregunta errada.

La descomposición estadística de las series se inspiró en el trabajo pionero de Ragnar Frisch, quien en un artículo publicado en 1933 (el mismo que le haría merecedor del primer Premio Nobel de Economía, establecido en 1969), proponía la distinción entre un sistema de impulso [estímulos] (generado por shocks exógenos no sistemáticos) y un sistema de propagación [contagio] (que representaría el mecanismo de la economía, determinando un efecto de disipación de los shocks). Si bien Frisch no realizó un análisis estadístico con datos empíricos, sino una simulación matemática, tanto porque desconfiaba del enfoque probabilístico que servía de base para las regresiones y cálculos estadísticos, como porque creía que no sería posible obtener pruebas estadísticas de la “autonomía”, es decir, de la robustez de comportamiento de variables esenciales, propuso esta dicotomía como base para el análisis de los ciclos[13]. Con el éxito de este modelo, se estableció y después se prolongó en la epistemología positivista de la econometría tradicional, que la causalidad debe ser expresada desde la perspectiva de proximidad exógena, proposición que disgustaba a Schumpeter, con el que mantuvo correspondencia Frisch para la elaboración de este texto, quien, a diferencia de su colega, intuía que el capitalismo genera sus propias innovaciones y sus propias crisis y ésa es su naturaleza. Por otro lado, al discutir el notable libro de Schumpeter sobre los ciclos económicos, Business Cycles, algunos distinguidos economistas lo criticaron por no especificar estas relaciones causales mecánicas[14]. Schumpeter no quería hacerlo, dado que consideraba el capitalismo como un proceso adaptativo, lo que Mandel retoma con minuciosidad a partir de las evidencias precisadas en la Tercera Edad, mostrando el impacto y la adaptación de sucesivos “sistemas de máquinas”[15].

Ahora bien, la incapacidad de los métodos analíticos tradicionales para identificar tanto el mecanismo de equilibrio como la regularidad de estos shocks exógenos, que serían causales, se deriva no tanto de la realidad como de la forma de estos mismos métodos para analizar los datos. Por otro lado, las fronteras entre la exogeneidad y la endogeneidad están definidas por el tipo de modelo que se considere y, por lo tanto, pueden variar, sin ser necesariamente una consecuencia de la realidad. Lo que no es posible es exigir un modelo económico puramente endógeno, por dos razones, siendo la primera que la economía no es suficiente para explicar el capitalismo. En segundo lugar, como demostró Polanyi en The Great Transformation (1944), la imagen de un funcionamiento independiente y mecánico de la esfera económica, imponiéndose a la sociedad, es una proyección ideológica del liberalismo para la justificación del mercado imperfecto, un factum de la imaginación. De hecho, la exigencia de una teoría que lo explique todo es absurda: para que sea posible una explicación con completa formalización endógena, tendría que incluir todas las variables e incluso la extravagante afirmación de que las fuerzas económicas determinan todos los procesos sociales, guerras y revoluciones, así como el propio contexto institucional en todo momento.

Por otro lado, una explicación puramente exógena sería redundante e irrelevante, porque explicaría los acontecimientos por los propios acontecimientos. O sea, el debate sobre la endogeneidad o exogeneidad de los factores causales, que resumió Mandel y que condiciona el horizonte de muchos científicos, es un artificio de un mundo en el que la modelización se ha convertido en la única forma legítima de interpretación científica. Por lo tanto, la centralización exclusiva en la endogeneidad o la explicación por determinación causal exógena son soluciones autodestructivas.

Mandel sugirió una alternativa, una economía realista basada en el conocimiento de la historia. Por eso, en el capítulo cuatro de este libro, critica tanto a Kondratiev como a Schumpeter por no utilizar la tasa de ganancia (o la acumulación) como indicador fundamental de la dinámica temporal del capitalismo, y así propone estudiar las diversas formas del capital y sus transformaciones en la segunda mitad del siglo XX. Durante los últimos quince años de su vida se dedicó a profundizar en este tema, que comenzó a ser discutido en esta Tercera Edad.

“Determinismo paramétrico” y variables semiautónomas

El problema sería retomado por Mandel en 1978, en sus conferencias Alfred Marshall en la Universidad de Cambridge, que fueron publica- das en 1980 como The Long Waves of Capitalist Development, y sobre todo más tarde en un texto de 1985, que dedicó a estudiar las “variables parcialmente independientes” y que fue incluido como anexo en una reciente edición francesa de la Tercera Edad. En este texto estudia la “lógica interna en el análisis marxista clásico”, señalando que algunas variables deben ser consideradas exógenas en el largo plazo, pero que, al no resultar de un simple formalismo que establezca la frontera endógeno-exógeno (es decir, lo que es o no incorporado y definido como consecuencia del proceso formalizado en un modelo dado), son generados en el corto y medio plazo por el propio proceso económico. Mandel llamó a esto las “variables parcialmente independientes (autónomas)”, que representan “todas las dimensiones básicas del modo de producción capitalista”[16], tales como la composición orgánica del capital (volumen y distribución del capital) y su estructura (proporción de activos fijos y circulantes y su distribución entre sectores), la tasa de plusvalía, la tasa de acumulación (y consumo productivo e improductivo de la plusva- lía), la evolución del tiempo de rotación del capital, las dificultades de realización, el intercambio entre sectores, incluyendo las nuevas formas del sector económico de la industria militar o las finanzas. Con este concepto, Mandel pretendía evitar la trampa del reduccionismo de los modelos analíticos y condensar el sistema en el que se determinan estas variables, es decir, las fronteras donde se dan los conflictos por el control, coordinación y poder[17].

Esas variables describirían procesos automáticos en la estructura económica: “Pueden determinar la velocidad, la dirección, el grado de homogeneidad/heterogeneidad del desarrollo. No pueden alterar la naturaleza del sistema o invertir sus tendencias históricas generales (…). Además de la lógica interna del sistema, existen factores exógenos que están activos, que co-determinan parcialmente el desarrollo del sistema, al menos a corto y medio plazo”[18]. Pero el texto añadía que la lógica interna está contenida por la estructura paramétrica que delimita sus trayectorias posibles y que las grandes mutaciones sistémicas se dan en ese espacio: «Entonces, cualquier interacción entre las fuerzas exógenas y endógenas siempre está limitada por esos parámetros, por esas restricciones, y alcanza sus límites cuando amenaza con eliminar los mecanismos básicos del sistema”[19].

De este modo, Mandel se aleja, y con razón, de los debates clásicos de la primera mitad del siglo XX, en los que se posicionaron Luxemburg, Hilferding, Grossmann o Bujarin, que basaban sus análisis de ciclos en los esquemas de reproducción de El Capital. Mandel criticó esta estrategia analítica, dado que se trata de estudios basados en la simplificación del equilibrio de la reproducción, son fotografías estáticas y, en cambio, deberían estudiarse las tendencias inherentes a la ruptura de esos equilibrios, como la relación entre factores causales y sólo comprensibles en contextos concretos. Sin historia, la teoría económica es incapaz de ver la realidad.

Michal Kalecki había abordado un problema similar en uno de sus últimos artículos, en 1968, sugiriendo la definición de “variables semiautónomas” para representar las fuerzas exógenas en el contexto de los modelos matemáticos, pero que debían ser explicadas por la teoría, y así formuló sus modelos de crecimiento y crisis. De esta manera, abandonó la inquietante demanda de una endogeneización completa de la relación entre variables, al mismo tiempo que señaló que un modelo limitado a unas pocas variables nunca podría representar la realidad. Por eso prefería modelos flexibles, asumiendo sus limitaciones, pero realistas, aunque parciales, sustentados en una teoría general que interpretase sus limitaciones y resultados. No desarrolló este tema, pero su intuición fue notable[20]. Es por reconocer estas dificultades que el concepto de variables parcialmente independientes es tan importante, pues desarrolla el papel condicionante de la historia en el marxismo: en lugar de simplificación y determinismo, reincorpora la sucesión de modos de producción en una historia indeterminista y como totalidad orgánica, que analiza procesos y no el equilibrio, utilizando la dialéctica en lugar de una inalterabilidad causal, o determinaciones concretas y locales y no abstractas. Tal vez por eso, en una síntesis autobiográfica en los últimos años de su vida, escrita para el Biographical Dictionary of Dissenting Economists, Mandel subraya que una de sus contribuciones principales fue la noción de “determinismo dialéctico (paramétrico)” opuesto al “determinismo mecanicista”[21],  o sea, subrayó su oposición al positivismo y al marxismo dogmático.

De este modo, apuntó que las fuerzas exógenas no son realmente independientes y deben ser descritas como «variables parcialmente autónomas», o siguiendo a Kalecki, semiautónomas. Kalecki y Mandel sugirieron así que el análisis de la sociedad es irreductible a la simplicidad y el reduccionismo es un error. Este es el enigma de las ondas largas, que son períodos específicos de la historia del capitalismo: las teorías tradicionales no pueden detectar ni un mecanismo ni una regularidad,que son conceptos urdidos para ignorar la historia y descubrir, en su lugar, alguna continuidad y equilibrio.

Complejidad e historia

Al resolver este rompecabezas teórico y al transformar su marxismo en un desciframiento de la modernidad, Mandel mostró cómo el contexto de las ondas largas permitía simultáneamente un rechazo del mecanicismo y entender una historia abierta. Así, es la lucha de clases la que determina la historia y estos grandes períodos, como había sugerido Maddison, son «fases del desarrollo capitalista», que forman y exigen “shocks sistémicos”: la lucha de clases, una vez más[22]. Contra cualquier determinismo tecnológico y estudiando la aceleración de las innovaciones y las transformaciones del capital fijo, u otras condiciones para modificar la composición orgánica del capital y la tasa de beneficio, sobre todo las que resultan de la indeterminación del conflicto social, Mandel y Chris Freeman se acercaron en esta visión de lo que el segundo describía como la tensión entre el sistema tecnoeconómico y la estructura socioinstitucional, lo que puede evitar, retardar o potenciar el impacto de esos cambios y determinar el proceso oscilatorio[23].

De esta forma, reivindicaba la incorporación de la economía como ciencia social y el marxismo como teoría crítica, es decir, como economía política en sentido clásico. La obra de Mandel es un ejemplo paradigmático de este enfoque, que se presentaba claramente cómo el proyecto de comprender y actuar en la realidad social y económica, introduciéndose en sus dinámicas internas, en sus factores ambientales y en las mediaciones políticas e institucionales. Consciente de la dimensión de este trabajo, afirmaba que “podemos aceptar, por tanto, la idea de que las ondas largas son mucho más que las subidas y bajadas rítmicas de la tasa de crecimiento de las economías capitalistas. Son períodos históricos distintos en un sentido real”[24]. Es esa integración teórica la que hace de su teoría un desafío permanente, que no busca una superposición o suma de causas, sino una historia concreta de los conflictos, basada en el análisis del poder y de la coordinación entre las economías y sociedades. Es en esa complejidad que transcurre la modernidad tan enferma en la que vivimos.

Notas

[1] Ernest Mandel (1962), Traité d’Économie Marxiste, Paris: Julliard, 2 volúmenes.

[2] Ernest Mandel (1964), “The Economics of Neocapitalism”, Socialist Register, 1, pp.56-80; (1964), “L’Apogée du Neocapitalisme et ses Lendemains”, Temps Modernes, 20: 219-220, p. 193-210. Mandel abandonaría pronto el concepto de “neocapitalismo”, pero la importancia de estos dos artículos es que son sus primeros textos en que anticipa el agotamiento del largo ciclo expansivo.

[3] El título La Tercera Edad del Capitalismo fue el adoptado en la edición francesa, con la anuencia del autor. Es cierto que el título original, El Capitalismo Tardio, que reflejaba alguna influencia de la Escuela de Frankfurt, donde se usaba ese término, fue visto por Mandel como sinónimo de la versión francesa, aquí seguida. Otras ediciones optaron por traducir literalmente el título original (la brasileña, por ejemplo).

[4] Ernest Mandel (1972/1997), Le Troisième Âge du Capitalisme, Paris: Ed. La Passion, p. 16.

[5] Los principales textos de Nikolai Kondratiev, incluyendo sus tablas estadísticas, sólo fueron publicados en francés en 1992 (ed. Louis Fontvieille, ed., 1992, N.D. Kondratieff, Les Grands Cycles de la Conjoncture, Paris: Economica). La edición inglesa, incluyendo otros textos inéditos, es de 1998 (Londres: Pickering & Chatto, en 4 volúmenes).

[6] La ponencia que Leon Trotsky presentó ante la Komintern fue publicada en The First Five Years of the Communist International, 1945, New York: New Park, vol. 1, pp. 174-226. Su crítica a Kondratiev está en “The Curve of Capitalist Development”, 1973, in Problems of Everyday Life, New York y Londres: New Park, pp. 273-80. El debate en el Instituto de la Coyuntura sólo era entonces conocido por el resumen sesgado de George Garvy (1943, “Kondratieff ’s Theory of Long Cycles”, Review of Economics and Statistics, 25:4, pp.203-220). En ese debate, uno de los investigadores del Instituto de la Coyuntura dirigido por Kondratiev, Oparin, presentó una interpretación alternativa como ponencia en un seminario en 1926, disintiendo sobre el método estadístico de su director y criticando la arbitrariedad de la selección de las ecuaciones, pero asumiendo que existirían puntos discretos de equilibrio y una tasa “natural” de crecimiento de las reservas de oro, siguiendo una teoría monetarista.

[7] Joseph Schumpeter (1939), Business Cycles, New York: Martino, reedición de 2014.

[8] 8 Van Gelderen sólo escribió una serie de artículos sobre las ondas largas (“Spring- vloed-Beschouwingen over Inclustrieele Ontwikkeling en Prijsbeweging”, 1913, en el Die Nieuwe Tijd, no. 4, 5, 6, Amsterdam). Sus ideas fueron después desarrolladas por un amigo, De Wolff, pero ambos escribían en holandés y los textos permanecieron desconocidos para la suya y para las generaciones siguientes. Después de publicar estos artículos, Van Gelderen no volvió al tema y después la tragedia interrumpió su vida (se suicidó en 1940 cuando los nazis ocuparon su país). Kondratiev y los otros participantes en el debate de 1926 no conocían estas contribuciones, que sólo fueron publicadas en inglês en 1996 (por Christopher Freeman, ed., 1996, Long Wave Theory, Aldershot: Elgar).

[9] La cronología de esos cambios en la tendencia era la siguiente: 1781-1851, 1851- 1873, 1873-1894, 1894-1913,1913-… Esto corresponde aproximadamente a las cronologías de los autores anteriores, como a la adoptada por los italianos y por Van Gelderen, que Trotsky probablemente desconocía. La coincidencia de tantos autores diferentes sobre la misma cronología sugiere que, incluso trabajando inde- pendientemente, se les hacían manifiestas características evidentes y comunes del desarrollo del capitalismo en el siglo XIX.

[10] Alexander Parvus (1901), “Die Handelskrisis und die Gewerkschaften”, in Parvus et al., Die langen Wellen der Konjunktur, Berlin, 1972.

[11] Discutí las polémicas sobre Kondratiev y las aportaciones de Mandel sobre todo en Francisco Louçã (1997), Turbulence in Economies, Aldershot: Elgar; (1999), “Ernest Mandel and the Pulsation of History”, in Achcar, Gilbert (ed.), The Legacy of Ernest Mandel, London: Verso, pp. 104-118; (1999), “Nikolai Kondratiev and the Early Consensus and Dissensions about History and Statistics”, History of Political Economy, 31:1, pp. 169-205; (1999), “An Economist at the Crossroad of the Century”, reseña de “Works of Nikolai Kondratiev”, Journal of the History of Economic Thought, 21:2, pp. 203-9; (2012), “Nikolai Kondratiev and Long Waves in Recent Dictionaries and Encyclopaedias”, in Besomi, Daniele (ed.), Crises and Cycles in Economic Dictionaries and Encyclopaedias, pp.443-61, Londres: Routledge; e (2021), “As Time Went By- Why is the Long Wave so Long?”, Journal of Evo- lutionary Economics, 31(3): 749-71.

[12] “Partially Independent Variables and Internal Logic in Classical Marxist Economic Analysis”, publicado inicialmente in Social Sciences Information 14(3), 1985, pp. 485- 505, p.474; reimpreso in (1992), Himmelstrand, Ulf (ed.), Interfaces in Economic and Social Analysis, London, pp. 33- 50. Se cita la versión de 1992, p. 37.

[13] Ragnar Frisch (1933), “Propagation Problems and Impulse Problems in Dynamic Economics”, in K. Koch, ed., Economic Essays in Honour of Gustave Cassel, London: Cass, pp. 171-205. Debe señalarse que, a pesar de este modelo, tanto Frisch como Tinbergen, el físico holandés que compartió con él el premio Nobel de Economia, estaban convencidos de la existencia de las ondas largas en economía y defendieron esa idea a lo largo de sus vidas.

[14] Simon Kuznets (1940), “Schumpeter’s Business Cycles”, in American Economic Review 30, pp. 257-71; Oskar Lange (1941), “Schumpeter’s Business Cycles”, in Review of Economic Statistics 23, pp. 190-93.

[15] 15 Como ocurre con todos los análisis anticipatorios, el de Mandel reveló algunas imprecisiones. Algunas críticas señalaron que lo que consideró la “tercera revolución tecnológica” (desde el final de la Segunda Guerra Mundial), consistente en la generalización de la energía nuclear, en el proceso de automatización y en la electrónica (Troisième Âge, pp. 120-21), ignoró que las primeras generaciones de productos electrónicos no fueron tan impactantes como la difusión de nuevos bienes de consumo duradero. La (micro)electrónica de hoy podría convertirse en la base técnica de una nueva expansión, pero ni su efecto económico era evidente en las décadas de 1980 y 1990, ni están aún dadas las condiciones institucionales y sociales para esta expansión. Pero, como es fácil ver, La Tercera Edad del Capitalismo se publicó apenas un año después de la invención del microprocesador, y su potencial sólo se hizo evidente mucho después. Por otro lado, Mandel sugiere el año 1968 para el final de la fase A de la cuarta onda larga, admitiendo un criterio político dominante, dado que la crisis del sistema monetario internacional y la recesión general que puso fin a los treinta años de expansión sólo ocurriría a principios y a mediados de la década siguiente.

[16] Mandel, 1992, p.38.

[17] 17 No se establece claramente el origen ni el contenido de este concepto. En otra carta privada a este autor (9 de septiembre de 1994), Mandel presentó el concepto como expresión de la incertidumbre en la lucha por el poder. En otra carta a este autor (3 de marzo de 1995), Mandel me dijo que estas “variables parcialmente autónomas” reflejan la incertidumbre y la determinación compleja de la evolución social, en el contexto de las limitaciones históricas. Por tanto, incluirían factores políticos y económicos que forman parte del conflicto social y de la historia real. Supongo que el concepto ha sido influenciado por investigaciones contemporáneas de evolución en biología y procesos dinámicos. Así, a principios de la década de 1980, Levins y Lewontin habían demostrado que la estabilidad de un sistema evolutivo dependía de procesos de retroalimentación y parámetros que gobiernan el índice de evolución y constituyen sus límites. Al mismo tiempo, Prigogine e Isabelle Stengers, y estoy seguro de que Mandel conocía sus trabajos, demostraron que cambiar los parámetros puede causar caos y generar complejidad, o nuevos ordenamientos [organizaciones]. La introducción de los conceptos de complejidad, tiempo, incertidumbre, orden y desorden, entropía y mutación, se ha leído desde entonces en las ciencias sociales como un aporte relevante contra el mecanicismo positivista. Mandel acompañó y, en alguna medida, anticipó esas orientaciones.

[18] Mandel, 1992, p.37.

[19] Ibid. p. 39.

[20] Michael Kalecki, “Trends and Business Cycles Reconsidered”, Economic Journal 78, 1968, pp. 262-76.

[21] Mandel (1992), in Arestis, Sawyer, eds., A Biographical Dictionary of Dissenting Economists, Aldershot: Elgar, p. 340.

[22] Angus Maddison (1991), Dynamic Forces in Capitalist Development, Oxford: Oxford University Press; Mandel (1995), Long Waves of Capitalist Development, Cambridge: Cambridge University Press, p. 141, n. 19, primera edición 1980. Esta idea ya estaba presente en el libro de 1972 (Mandel, Troisième Âge, p. 139).

[23] Escribí con Chris Freeman un análisis de las ondas largas en 2001, publicado como As Times Goes By – From the Industrial Revolutions to the Information Revolution, Oxford: Oxford University Press.

[24] Long Waves, p. 82.

 

Romper el ciclo revueltas-estabilización electoral

Por Raúl Zibechi

Entre agosto y septiembre visité tres países donde en los últimos años hubo importantes levantamientos o revueltas populares: Ecuador, Colombia y Chile. En los tres hubo situaciones similares de gran efervescencia colectiva contra los gobiernos de la derecha, aunque los procesos de fondo mantienen características diferentes.

En Ecuador se registró un levantamiento indígena convocado por la Conaie, en 2019, que consiguió acorralar al gobierno de Lenín Moreno quien debió abandonar el palacio de gobierno en Quito, para refugiarse en Guayaquil. El levantamiento se inscribió en la larga saga de alzamientos indígenas desde principios de la década de 1990, pero en esta ocasión la llegada de contingentes comunitarios visibilizó un potentísimo activismo juvenil en las barriadas populares, sobre todo en el sur de la ciudad.

El levantamiento de 13 días culminó con un multitudinario Parlamento Indígena y de los Movimientos Sociales, que al poco de comenzar su recorrida por el país colapsó ante la convocatoria de elecciones que ganó el actual presidente, Guillermo Lasso. El más vigoroso levantamiento en casi dos décadas se diluyó en las brumas electorales sin dejar casi rastro. El siguiente, en 2022, no tuvo ni de cerca el poder del anterior.

En Colombia se registraron dos revueltas (2019 y 2021). La segunda fue la mayor movilización popular en la historia del país, que quebró al uribismo. En ambos casos, fue la convocatoria de un paro por las centrales sindicales lo que abrió las compuertas de una protesta que se sostuvo por meses. La rebelión fue tan intensa que consiguió despejar grandes espacios urbanos, los “puntos de resistencia”, donde las juventudes de los sectores populares establecieron formas de vida y de toma de decisiones propias.

En muy poco tiempo, los 25 puntos de resistencia de Cali, epicentro de la revuelta, se fueron desmoronando dando paso al apoyo masivo a la candidatura de Gustavo Petro. Por primera vez, candidatos de izquierda ganaron las elecciones, pero la movilización popular perdió su fuerza y ahora las derechas están tomando la iniciativa.

En Chile, desde octubre de 2019, se registró un estallido o revuelta popular en todo el país exigiendo la renuncia del presidente Sebastián Piñera. Millones de personas salieron a las calles y los grupos más activos consiguieron “liberar” zonas enteras, como Plaza Dignidad (ex Plaza Italia), en pleno centro de Santiago. En pocos días se crearon más de 200 asambleas territoriales, pero la casta política consiguió firmar un pacto para convocar una asamblea constituyente, a la que se fueron sumando las organizaciones de base cuya vitalidad se fue perdiendo.

La nueva Constitución elaborada con participación de movimientos y partidos de izquierda fue rechazada por abrumadora mayoría. Mientras el movimiento popular se desorganizaba, el gobierno progresista de Gabriel Boric profundiza el neoliberalismo, no amnistía a los encarcelados durante la protesta y bendice a Carabineros y otras fuerzas represivas que provocaron más de 400 estallidos de ojos de otros tantos manifestantes.

Aunque cada revuelta fue diferente, hay cuestiones comunes: existió en todos los casos un claro desborde desde abajo de jóvenes, mujeres, habitantes de periferias urbanas, pueblos originarios y pueblos negros. La potencia y masividad de las protestas consiguió deslegitimar a los gobiernos, a tal punto que ninguno de los presidentes que las enfrentaron consiguieron volver al gobierno.

Sin embargo, creo que merece alguna reflexión el hecho de que no hayan conseguido descarrilar cuestiones estructurales, como la acumulación por despojo y el neoliberalismo pero, sobre todo, que las organizaciones que nacieron durante las revueltas se hayan dispersado ante la convocatoria electoral.

Este patrón se viene repitiendo de tiempo atrás, por lo menos desde el Argentinazo del 19 y 20 de diciembre de 2021: los políticos profesionales del sistema convocan elecciones y de ese modo retoman la iniciativa, colocando a la defensiva a los movimientos populares. En casi todos los casos, los movimientos no han podido revertir esta situación, ya que los gobiernos que se eligen siguen adelante con el extractivismo.

Realmente no resulta sencillo desmontar o romper este patrón desorganizador de los movimientos de abajo, implementado por la clase dominante. En mi opinión, sólo podremos seguir avanzando si nos tomamos muy en serio este modo de actuar de los de arriba y evitemos someternos a su agenda. No me refiero a votar o no votar, sino a la necesidad de no desorganizarnos cuando convocan a elecciones.

Los sectores que mejor han afrontado esta situación son los que ya estaban bien plantados, como los pueblos originarios de los tres países, en particular el pueblo mapuche en Chile. Una de las principales lecciones que nos deja esta sucesión de revueltas, y la recomposición electoral de la gobernabilidad, es la importancia de la organización de largo aliento.