La posibilidad de un golpe de Estado en Bolivia: el exabrupto de Zúñiga

por Salvador Schavelzon*

El intento de golpe de Estado del Gral. Juan José Zúñiga revive el debate sobre la inestabilidad y fragilidad institucional sudamericana, a partir de una crisis política en Bolivia que viene desarrollándose al tiempo en que se acercan las elecciones presidenciales de agosto de 2025. Es a partir de estos acontecimientos que nos preguntamos y buscamos responder, en este texto, cuáles son las fuerzas que prevalecen hoy en el capitalismo de la región.

Una tentativa de golpe de Estado que “murió en la playa” y fue controlada rápidamente por el gobierno de Luis Arce Catacora, sin fuerzas militares acudiendo al llamado de un general, permiten que se exponga, como en una radiografía, la situación política que vive el país. Más allá de reconocer la fuerza del argumento más simple, que explica estos actos como una aventura individual de un militar que hace un golpe porque se le ordenaba la dimisión, y que descarta, así, otras explicaciones como la teoría del autogolpe de Arce y la de las tentativas de intervención norteamericana en procura del control del litio boliviano, el episodio quijotesco permite vislumbrar:

  1. Un contexto político: el gobierno progresista debilitado.

 

Después de casi 20 años en el gobierno y 30 desde su fundación, el MAS presenta una crisis relacionada con la gestión del poder, la falta de proyecto y la distancia con los movimientos sociales y luchas que le dieron origen. Con la crisis de sucesión de fondo, el gobierno aparece sin respuestas frente a una crisis económica donde la escasez de dólares y de combustibles interrumpe la estabilidad anterior y abre el camino a una profundización del discurso del cansancio con el sistema político. La situación ha dado espacio a discursos populistas de derecha, que vienen ganando espacio en el país, la región y el mundo. Esta crisis deriva en la explicación que da primeramente el propio Zúñiga, cuando percibe que su movimiento no terminaría bien: fue un pedido del presidente para mejorar su imagen[1].

 

2. Sucesión indefinida dentro del MAS.

Vemos el conflicto candente en torno a la posibilidad de una nueva candidatura de Evo Morales en la elección de 2025. Además de la oposición de parte de la ciudadanía a una nueva reelección, que ya fue rechazada en el referendo de 2016 y que detonó el levantamiento popular de 2019, la candidatura enfrenta hoy la oposición del actual presidente, su sucesor y ex ministro de hacienda por varios años[2]. Luis Arce fue elegido para el cargo por el mismo Evo Morales, contradiciendo la decisión de las bases del MAS, que votaron a favor del actual vicepresidente, David Choquehuanca, también ex ministro de Morales, y posible candidato. Sólo estos elementos dan cuenta de formas de construir liderazgo y poder estatal que alimentan disputas encarnizadas. La disputa por los cargos y la centralización del poder no permiten la renovación y revitalizar un partido que nació como partido-movimiento y que hoy sostiene una guerra interna, entre dos facciones: evistas y arcistas[3].

Las candidaturas de Evo, como lo fueron las de Lula, Maduro y Cristina Kirchner se ha tornado una plataforma para el crecimiento y organización de las fuerzas de oposición. El progresismo está atrapado en la disyuntiva entre el respeto y la lealtad al líder y a la dificultad de lidiar con formas personalistas de poder que empobrecen los procesos y apartan el poder de las bases sociales. Al mismo tiempo, la volatilidad política, se impone, cuando, ni las encuestas, ni la experiencia de 2019, transforman a Evo en el candidato natural, imprescindible, para mantener el poder con el progresismo, como se pensaba antes de 2016. Al mismo tiempo, el MAS aún es la principal fuerza política y recuperó apoyo popular en el gobierno de Jeanine Áñez. Si no fuese por la disputa de facciones, podría permanecer en el gobierno. Trágicamente para el MAS, sin embargo, esta lucha se encuentra en un punto de no retorno. Tanto Arce como Morales van a luchar hasta el fin para que el otro no sea candidato, y un tercero no alineado, por ahora, no aparece como posibilidad.

 

3.  Fuerzas armadas descontentas y buscando participar en las decisiones.

Influenciados por los discursos antisistema de la derecha populista, los militares se encuentran hoy ganando espacio en la política, tanto en los discursos “intervención militar”, comunes en la base del bolsonarismo, o también vestidos de demócratas y con opiniones de jerarcas castrenses en las redes sociales. Fortalece este posicionamiento la tendencia en la población a seguir discursos de mano dura en la línea de Bukele, así como el de la crítica a la “casta política”, al modo de Milei, Vox, Trump y otras derechas. Esta tendencia se encuentra con el contexto boliviano, donde los acuartelamientos y tensiones entre poder político, militares y policiales han ocurrido con cierta frecuencia. En febrero de 2003 hubo enfrentamientos con militares y policías por cuestiones gremiales y salariales; militares y policías interferirían como grupo de presión en la redacción de la nueva constitución en 2007; rechazarían actuar contra la movilización autonomista de la Media Luna en 2008; y desobedecerán también al gobierno de Morales en 2019, en rechazo a la represión contra los movilizados.

A pesar de los intentos, en los primeros años del gobierno del MAS, para reformar las fuerzas armadas, que incluso comenzaron a gritar como parte del protocolo las consignas del Che Guevara: “Patria o Muerte, Venceremos”, siempre han mantenido una tendencia a posicionarse de manera antidemocrática. En América Latina, se posicionan como un grupo de poder que obtiene beneficios presupuestarios e influencia en la gestión pública, con inserción en sectores mando político, como fue el caso de los 10 mil militares en el anterior gobierno brasileño, muchos aún en funciones. La vicepresidenta de Milei fue escogida por su proximidad al sector militar más reaccionario, negacionista del terrorismo de Estado del mismo modo que lo es Jair Bolsonaro.

 

4. La explicación geopolítica.

El intento de golpe trae nuevamente la discusión de los intereses transnacionales, por los recursos naturales y el litio, siempre presente en el imaginario de la izquierda y del nacionalismo. Es necesario aclarar, en las interpretaciones de la izquierda cuál ha sido la política del MAS en relación a este tema y también la de los Estados Unidos y otras potencias, que parecen lejos de buscar una solución mediante una acción improvisada y torpe, como fue la de Zuñiga el 24 de junio, por más antipático que les resulte el MAS, que en el pasado ya expulsó embajadores, a la DEA y a la Agencia de Cooperación y Desarrollo norteamericana, USAID.

Como en Ecuador, que en los últimos años pasó de escenarios de movilización social indígena y urbana, con un alto protagonismo de la Confederación de Nacionalidades Indígenas, a una agenda de seguridad pública y respuestas a la derecha, Bolivia hoy parece estar lejos de la época en que el cuestionamiento del orden venía de la fuerza de la comunidad andina y de los movimientos sociales. Ni la fuerza sindical de los trabajadores del campo y de la minería, ni las comunidades indígenas, que dieron lugar a la plurinacionalidad, aparecen hoy con fuerza, después de un ciclo político de casi 20 años, que se inició como un movimiento de las calles, pero se constituyó como un proyecto de Estado, con un discurso orientado a la clase media urbana, asumiendo el contexto neoliberal, y con las rentas estatales para los más pobres  a modo de programa electoral y enfocado en el estímulo del consumo.

Entonces, si el progresismo del MAS está en crisis y dividido, también es verdad que ni la Media Luna, ni la derecha tradicional o republicana tienen respuestas para la crisis y tampoco tienen un buen candidato para oponerse al MAS. La extrema derecha racista, religiosa y violenta, que apareció en Bolivia con una década de antelación en relación a países como Brasil y Argentina, tampoco está controlando la situación política. Grupos políticos representados por nombres como Tuto Quiroga, ex vicepresidente del dictador Hugo Banzer − electo en democracia− y Fernando Camacho, gobernador de Santa Cruz preso por los acontecimientos de 2019, representante de la línea dura de la Media Luna fracasaron en el gobierno de Jeanine Añez. Nadie apuesta mucho por las candidaturas de la derecha liberal republicana, como Carlos Mesa y Doria Medina, actores políticos desprestigiados y asociados a “la casta” tanto por el MAS como por las nuevas derechas. El empresario y pastor evangélico, de origen sud coreano, Chi Hyun Chung, que quedó tercero en 2019 y fue denominado como el Bolsonaro de Bolivia, tampoco tiene presencia ni capacidad de seducción electoral.

Nuevas y viejas modalidades de golpe en América del Sur

La izquierda latinoamericana discutió hasta el cansancio sobre los golpes de estado y el avance de la derecha en los últimos años en la región. Después de los casos del Paraguay, con Fernando Lugo, en 2012, y el de Manuel Zelaya en Honduras, en 2009. Al mismo tiempo, la democracia prevalece en toda la región, inclusive el intento de evitar la dimisión de Zúñiga se realizó con vociferaciones en defensa de la democracia, aunque esto se hiciese con tanques frente al Palacio de Gobierno.

La idea del golpe fue el marco que el PT le confirió al impeachment de la presidenta Dilma Rousseff, a pesar de que el gobierno de Temer, en los hechos, no fue considerado ni tratado por el partido de Lula da Silva como una dictadura. Se trataría de un golpe, porque las pedaleadas fiscales no configuran un delito de responsabilidad, como la constitución exige en la norma relativa a destitución presidencial. Pero Dilma fue destituida del cargo por no contar con los votos para impedirlo en el Congreso Nacional, frente al avance electoral de las fuerzas opositoras, del mismo modo que Collor de Melo en 1992. Del mismo modo, Pedro Castillo sería seguramente destituido, en Perú, cuando hizo un discurso para cerrar el Congreso y convocar a una Asamblea Constituyente, lo que derivó en su detención acusado de intentar realizar un autogolpe, con el sombrío antecedente de Fujimori, también en 1992.

Dina Boluarte, la vicepresidenta que sucedió a Castillo en diciembre de 2022, no convocó a elecciones, como debería haber hecho, y se atrincheró en el poder, con el apoyo del sector conservador del parlamento, que quiso se mantuviera el mandato −corporativamente− y de las fuerzas armadas. Su gobierno es sí, de hecho, considerado dictatorial por la oposición, pero como en otros casos, es importante notar que no hubo un gobierno de reformas importantes que pudiesen explicar la caída de Castillo como una contrarrevolución, o resistencia a las reformas progresistas favorables a un pueblo movilizado o con demandas satisfechas.

La respuesta de Chávez al golpe de 2002, cuando volvió al poder, luego de un golpe de Estado efectivamente consumado y con apoyo explícito de USA, y gracias a la movilización popular y de militares leales, que lo repuso en el poder, no fue posible ni para el PT en 2016, ni para el MAS en 2019. En junio de 2024 no hubo un golpe consumado, ni fue necesaria la movilización que tanto Evo Morales, como la CUT y las juntas vecinales habían rápidamente convocado y no fue necesaria porque Luis Arce se mantuvo firme en el poder. El ejemplo de Venezuela, es importante como referencia para entender la fragilidad política que llevó a las caídas de Dilma, en 2016, y Evo, en 2019, pero mantuvo aislada los movimientos irregulares de Zúñiga.

La discusión continúa, hasta hoy, alrededor de la caída de Evo Morales en Bolivia, noviembre de 2019, y vuelve ahora con la sublevación de Zúñiga. Hubo dudas sobre la aplicabilidad del concepto de “golpe”, porque Evo Morales y Álvaro García Linera dejaban el poder, superados por las manifestaciones callejeras, de amplio espectro, contra la reelección y no solo asociadas con la derecha conservadora. En muchos sentidos, la movilización de Zúñiga se parecía más a un golpe de estado tradicional que a las recomendaciones de Kalimán para que Evo Morales renunciara. En 2019, desde la cumbre del MAS hubo un llamado a abandonar cargos y posiciones parlamentarias, que no fue atendido, pero que dejó al país sin gobierno, tal vez esperando una fuerte movilización que no se concretó.

A favor de la tesis de golpe se mencionaba justamente el hecho de que los militares recomendaran la renuncia y el retiro de la colaboración de las fuerzas armadas, que se negaban a continuar reprimiendo sin garantías que no serían responsabilizadas legalmente, como lo fueron en 2003. Hubo, sin embargo, fuerzas sociales relevantes, como la Central Obrera de Bolivia, que también apoyaron la destitución o la celebración de nuevas elecciones. También podemos hablar de golpe de estado si consideramos la formación de un gobierno ilegítimo que no convocó elecciones de inmediato. Los detalles son importantes para evitar explicaciones incompletas que aparecen desde la distancia y ven erróneamente a Evo o Dilma en una situación como la de Salvador Allende o, por el contrario, definen a Evo como un dictador.

Es importante entender las diferencias esenciales de las situaciones que derrocan, o no, un gobierno, así como el sentido político actual de la disputa entre sectores que buscan el control del Estado. ¿Cuál es el proyecto y objetivo de quien busca gobernar? ¿Son golpes que sólo disputan el poder entre grupos políticos? ¿O como décadas atrás, existe una disputa geopolítica y local entre proyectos alternativos de sociedad?

En octubre de 2019, Evo Morales, se vio obligado a abandonar el gobierno después de una elección polémica, que desafiaba el referéndum de 2016 − donde venció el voto popular contrario a la reforma de la constitución para dar lugar a la reelección indefinida− y el conteo de votos, en vivo, por televisión fue interrumpido, cuando el MAS no podía aún lograr la mayoría de diez puntos necesaria para evitar una segunda vuelta con Carlos Mesa. Esa interrupción no fue totalmente explicada, de modo que las sospechas de fraude dieron lugar a las jornadas de movilizaciones que, después de varios días de represión en las calles, mostraron la fragilidad en el control de los poderes establecidos del Estado, y la situación que escapó del control político del MAS.

La caída de Evo Morales se produce luego de que esta autoridad dejara públicamente en manos de la OEA una auditoría de las elecciones, y el organismo interamericano determinara que las mismas debían realizarse nuevamente. La destitución autodeterminada de la línea sucesoria en manos del MAS, dio paso a una toma de posesión ilegítima de la segunda vicepresidenta del Senado. Jeanine Áñez y otros dirigentes serían juzgados y detenidos cuando el MAS regresara a la presidencia con Luis Arce, en 2020.

La diferencia con la confusa tentativa de golpe o sublevación de Zúñiga está dada por la presencia de una fuerte movilización ciudadana en las calles, en 2019, que no existió el 24 de junio. Otros poderes, instituciones, gobiernos, inclinaron la cancha contra Evo Morales en 2019 y no entraron en acción con Zúñiga. Si bien aún está en discusión como participaron en 2019 y seguramente se exagere sobre ese papel, podemos decir dos cosas sobre su ausencia en 2014: por un lado la democracia en Bolivia mostró fortaleza; por otro, mostró debilidad. Basta que una movilización social, del transporte, instituciones (pensemos en la iglesia y fuerzas de seguridad) se alinean contra un gobierno para que este caiga, incluso contando -como el MAS en Bolivia- con mayoría parlamentaria.

Zúñiga fue un militar vinculado al gobierno y asiduo de movimientos sociales, que estuvo lejos de poder convocar a un levantamiento popular. Entre 2019 y 2024 existe la diferencia entre soldados que van con tanques a ocupar la sede del gobierno y soldados que deciden no usar sus armas, solidarizándose con la población contra el gobierno. El debate latinoamericano se ha volcado sobre explicaciones formalistas, sobre la caracterización de un golpe de estado, cuando lo que importa, más allá de las modalidades, es la fuerza política de un bando y del otro, el apoyo de un gobierno o un motín o rebelión golpista.

No sorprende que los militares no simpaticen con los gobiernos progresistas, cuyos orígenes son la izquierda o los movimientos sociales. Mucho dinero en bonos se destinó a los militares en los primeros gobiernos de Evo, para comprar disciplina y obediencia. Por lo tanto, la falta de colaboración, tras semanas de movilizaciones, no puede señalarse como un factor decisivo que un gobierno del MAS no estaba preparado para afrontar. La recomendación de dimisión fue sólo un elemento más para definir la caída de un Gobierno que había perdido la fuerza política real que le permitiera controlar, como en otros momentos, la situación desestabilizadora. En este sentido se cruzan los dos procesos de 2019 y 2024: las fuerzas armadas otorgándole el derecho de intervenir políticamente en las decisiones del país.

Para el gobierno del MAS, altamente atacado, desde la llegada al Palacio, lo que siempre fue determinante, para controlar la situación, fue la fuerza del voto. Es lo que sostuvo a Evo Morales en 2008, cuando obtuvo el 67,4% de aprobación, en un referéndum revocatorio, y lo que sustenta a Arce hoy, pero llevaron al derrocamiento del presidente y vicepresidente en 2019.

Las particularidades de estas coyunturas, de gobiernos depuestos en la región, llevaron a que la izquierda latinoamericana hable de una “nueva modalidad de golpe”. La situación política interna, las condiciones internacionales y también la dinámica de los acontecimientos han sido muy diferentes a las situaciones guardadas en la memoria política de la reciente historia latinoamericana, con golpes militares apoyados por la CIA seguidos de detenciones políticas, censura, exilio, muerte de militantes opositores al régimen, y que hoy los adolescentes estudian en la escuela.

Siguiendo el guión de la toma del capitolio por los seguidores de Trump, cuando éste perdió las elecciones, los seguidores de Bolsonaro dieron un paso más en relación a golpes políticos, suaves o de “nueva modalidad”, con elementos de las “viejas modalidades” golpistas. Los movimientos fuera de la institucionalidad aparecen hoy como una posibilidad en el repertorio político táctico de la derecha, pero siguen no siendo ni centrales ni necesarios en términos del poder geopolítico de las derechas que, son capaces de imponerse mediante el voto y también imponer sus intereses ante gobiernos de cualquier signo político. El movimiento que no reconoció la victoria de Lula el 8 de enero de 2023, de hecho, ocupó sedes de los tres poderes del Estado en Brasilia, con imágenes asociadas a la tradicional idea de golpe de estado, pero sin poder avanzar en el camino de imponerse sobre el poder real, derivado de las elecciones de 2022.

En el mismo sentido debe entenderse el intento de golpe o levantamiento de Zúñiga, el 26 de junio en La Paz. El intento quedó aislado sin apoyo. A diferencia de otras situaciones, esta vez hubo tanques militares rodeando el poder político y un jefe del ejército amenazando con tomar la Casa Grande del Pueblo. Sin embargo, como en Brasil, el poder político estaba protegido. Las críticas de Estados Unidos, o de gobiernos de derecha de la región, fueron tímidas, pero eso no quiere decir que esa sea la táctica utilizada para garantizar contratos a empresas extranjeras o recuperar poder para gobiernos afines. Si ese fuera el caso, Nicolás Maduro, enfrentado fuertemente a los Estados Unidos más que cualquier otro gobierno, con fuerte oposición y crisis económica, ya no sería presidente de Venezuela.

Más allá de la psicología y la desesperación de Zúñiga, y de las especulaciones sobre elementos operando en una coyuntura política, podemos decir que la derecha movilizada por las redes sociales, los militares que se acercan al poder político y los discursos populistas de derecha que desautorizan las instituciones en el contexto de una crisis política real, son parte de un fenómeno político identificable en toda la región latinoamericana. La derecha de  la Media Luna, Milei o Bolsonaro, no son una derecha republicana ni legalista. A pesar de declararse democrática, tiene objetivos políticos que utilizan las instituciones de manera instrumental y coyuntural, como también quiso hacerlo la izquierda, en algunos momentos de la historia. Como fuerzas insurgentes, las derechas hoy son fuerzas institucionales, aliadas al establishment político y que no apuntan a la movilización como estrategia política. En los márgenes o desde adentro de estos movimientos, sin embargo, hay repertorios que nos remiten a las dictaduras y ciertamente continuarán apareciendo en el escenario político.

Podemos hablar de una crisis de la república y de derechas que se rebelan, en las redes sociales o contra la institucionalidad, buscando formas de romper con el orden que, hoy, representa el progresismo. El MAS, como fuerza política dominante, ya movilizó elementos antirrepublicanos presentes en la política boliviana, por ejemplo, con la creación del Estado Plurinacional, en la constitución que, según declara en el preámbulo, busca la superación de la forma republicana y que, en los primeros años del gobierno de Evo Morales, representaba un voto a favor del cambio y en contra del orden.

El gobierno de Luis Arce no tiene la fuerza de la irrupción del MAS en 2005, aunque sea heredero de esa movilización, y siempre ha cultivado la imagen de un técnico responsable, un trabajador bancario que mantenía la economía en orden. Esto fue suficiente para mantener el poder, aun cuando fue cuestionado por Evo Morales y con el descontento de la población en general. Tenemos, al final, veinte años de construcción de poder institucional que requieren más que una corriente de opinión defendida por los tanques de un general desconocido para la mayoría. La pregunta sigue siendo si en 2025 el MAS será con Arce, el voto en defensa de la democracia y el orden, o si ante la eventual habilitación de Evo Morales podrá representar un voto antisistema y de cambio, aún, frente a una derecha que pueda rearticular el discurso ensayado por Zúñiga, ganando un espacio político actualmente inexistente.

Zúñiga, al final, no representó ninguna fuerza más allá de sí mismo, a pesar de su discurso anti-evista y del alto cargo que aún podía intentar ostentar. Hubo, como siempre, muchas llamadas telefónicas e incluso se habló de un plan de intervención elaborado por la inteligencia militar, como también la hubo en Brasil en enero de 2023. Pero Zúñiga actuó sin estrategia y coordinación, fuera de tiempo, apresurado por la inminente destitución, individualmente, junto a unos cientos de soldados que le obedecieron directamente pero que no dispararon ni avanzaron contra el gobierno de Arce.

La desesperación de Zúñiga

Sectores favorables a Luis Arce resaltaron que este enfrento cara a cara el intento de golpe de Estado del general Zúñiga, en medio del levantamiento, mientras que Evo Morales y García Linera abandonaron el país en 2019. La comparación es injusta, porque en 2024 no había el nivel de conflicto y violencia política de 2019. No hubo ninguna amenaza a la vida de Arce, sobre todo porque políticamente no es en él en quien el MAS y el gobierno se apoya. Como Alberto Fernández en relación con Cristina Kirchner, es esta fragilidad la que también alimenta la disputa interna que busca el retorno de Evo a la presidencia. Lo que sale a la luz es la rivalidad entre el presidente y el líder histórico del partido detrás de la crisis. Hubo declaraciones de Zúñiga en televisión el 24 de junio amenazando con una intervención militar si Morales era elegido, lo que motivó el pedido de Luis Arce a la renuncia del comandante, provocando el intento de rebelión.

Meses atrás, Evo Morales había denunciado operaciones de inteligencia relacionadas con el grupo Pachajcho, organizado desde el comando del ejército de Zúñiga. Morales advirtió que podrían aparecer pruebas en su contra y que podría ser eliminado físicamente. En un contexto de guerra fría con Arce, las declaraciones responsabilizaron indirectamente al actual presidente, que consideraba a Zúñiga un soldado leal, y lo había mantenido en el cargo durante la última renovación del mando de las Fuerzas Armadas. Las declaraciones contra Evo de Zúñiga en la televisión, habían conducido, efectivamente, a la decisión de su destitución por parte de Arce, quien claramente no tenía ningún interés en escalar de esta manera el conflicto con Morales, prefiriendo buscar descalificar a Evo Morales a través de congresos partidarios, justicia electoral u otros medios políticos, fortalecido por la idea de que mide mejor que el líder histórico en las encuestas.

La inminente destitución que, planeó el gobierno, puede leerse como una victoria de Evo Morales y también una muestra de civilización no fratricida por parte de Arce. Quizás, de hecho, las operaciones contra Morales, en el Chapare, avanzaban por un camino que el gobierno del MAS no aprobaría ni autorizaría internamente, ni consideraba que los beneficiara. Esto nos lleva a pensar en el desenlace y la reacción de Zúñiga, ligada a especulaciones sobre el papel de las operaciones de inteligencia utilizadas en política. En este lugar hay que leer la reacción final de impotencia, con movimientos que no tienen claro si estaban en contra de la posible candidatura de Evo Morales, aún no confirmada, o también iban dirigidos contra Arce, esperando el apoyo de la población y sectores militares que no llegaron.

El día 26, en Plaza Murillo, Zúñiga pronunció un discurso contra la clase política pidiendo la liberación de los “presos políticos” de 2019, mencionando a los militares que se encuentran en prisión, Jeanine Áñez y Fernando Camacho. En medio del levantamiento, dijo en un momento que sólo buscaba el reemplazo de algunos ministros, aparentemente tratando de salvar a Arce quien, de hecho, no parecía ser el objetivo de toda la operación. Sin embargo, dijo a la prensa en el lugar, que entraría y ocuparía el Palacio. Con el intento golpista fracasado, acusó al propio Arce de planear un autogolpe, idea luego reproducida por sectores evistas y también por voces de la extrema derecha latinoamericana, adepta, como es sabido, a las versiones conspirativas[4].

Si la fuerza del gobierno de Arce aparece en el resultado de un intento de golpe incompleto, también es la fuerza de Evo Morales la que aparece detrás de los acontecimientos. Si el plan de Zúñiga parece preocupantemente posible en la América Latina actual, la falta de reacciones favorables es tranquilizadora. Incluso Jeanine Áñez y Fernando Camacho han criticado el movimiento de Zúñiga desde la prisión. La fuerza del MAS, además de Arce y Evo Morales, todavía parece controlar una situación de caos institucional y descontento que permitió el exabrupto de Zúñiga. Podemos decir que después de este episodio y de la presidencia de Jeanine Áñez, será necesario otro tipo de enfoque para superar la fuerza del MAS, todavía considerado la principal fuerza política del país, de manera más contundente que los partidos que apoyan a los gobiernos progresistas de Chile, Brasil y también que el kirchnerismo.

El golpe por el litio boliviano

La versión de que venían por el litio de Bolivia no tardó en aparecer en el imaginario político de la izquierda latinoamericana, que escuchó a la generala Laura Richardson, jefa del comando sur del ejército norteamericano, decir en grupos de WhatsApp que América Latina es importante por su petróleo, el litio y el agua dulce que puede proporcionar.

También está el tuit de Elon Musk, posteriormente borrado, donde daba a entender que los gobiernos podrían ser derrocados cuando fuera necesario, en respuesta a alguien que acusaba a Estados Unidos de dar un golpe de estado contra Evo Morales para obtener litio para Musk. En el inconsciente colectivo latinoamericano quedó la idea, que hoy es rumiada, con el levantamiento de Zúñiga, de que a Evo lo derrocaron para que Estados Unidos tuviera el litio boliviano. Pero en la política boliviana el orden de los factores no es ese.

Es un hecho que la historia de las venas abiertas de América Latina es la de los poderes políticos locales bailando al son de los intereses de explotación, y comerciales, de los poderosos países del norte. En uno de los capítulos del libro de Eduardo Galeano, que Hugo Chávez regaló en su día a Barack Obama, el escritor uruguayo narra los detalles de cómo Estados Unidos garantizó el suministro de hierro barato al país del norte, obteniendo el 49% de la empresa estatal Companhia Vale do Rio Doce, para los capitales estadounidenses, en una trama que se vincula con el golpe de Estado de 1964 en Brasil.

Pero este imaginario, que emerge inmediatamente ante cualquier situación interpretada como un golpe de Estado, necesita adaptarse a la realidad de los actuales gobiernos progresistas que no interfieren en los negocios de las empresas capitalistas extranjeras. Dilma Rousseff entregó todo lo solicitado por los sectores políticos que luego la derrocarían, incluidos los derechos laborales y las concesiones de explotación petrolera, mientras el propio poder político se debilitaba. Asimismo, Evo Morales no tuvo una política contra la explotación del litio por parte de empresas privadas, lo que puede ayudar a eliminar esta interpretación sobre las motivaciones para derrocar al MAS, ahora o en 2019.

Es cierto que la disputa por las materias primas bolivianas hoy puede involucrar intereses chinos, en disputa, con empresas norteamericanas, rusas, indias y europeas occidentales. También es importante recordar que una de las medidas más importantes del primer gobierno de Evo Morales, en 2006, fue aumentar los impuestos a las empresas productoras de hidrocarburos, en el decreto denominado nacionalización, que, sin embargo, permitió a las empresas continuar funcionando, nacionalizando sólo la distribución. Estos impuestos ya habían aumentado de, algo así como, el 30% al 51% en 2005, durante la presidencia de Carlos Mesa, quien asumió después de la huida de Gonzalo Sánchez de Lozada, y con Evo llegaron al 81%. El movimiento que llevó a Evo Morales al gobierno fue una revuelta popular, en 2003, contra Sánchez de Lozada, cuando intentó exportar gas boliviano a Estados Unidos.

Pero hoy, a diferencia de otros líderes latinoamericanos, como Petro en Colombia, ningún dirigente del MAS cuestiona el modelo extractivista con inversión de empresas extranjeras. Esto no significa que el mundo empresarial no interfiera en la política interna y en la diplomacia, y que eventualmente pueden alinearse con la oposición al MAS. Pero Evo Morales no enfrentó los intereses de los grupos de poder, especialmente después de poner fin a la disputa con la oposición de la Media Luna y aprobar la Constitución en 2009, cediendo en casi todos los puntos que podrían generar conflictos e inestabilidad, como las concesiones mineras, la reforma agraria y, también la reelección, que se limitaba a un mandato sucesivo.

Así como la US Steel poseía en 1964 el 49% de las acciones de Vale y el acceso al yacimiento de hierro en la Serra dos Carajás do Pará, argumentando que Brasil no tenía capital para hacerlo, Evo Morales firmó en 2019 un contrato con una empresa alemana que se llevaría el 49% de la producción boliviana de litio[5]. La resistencia del pueblo potosino contra la firma de este contrato acabo consiguiendo revertir la decisión y fue parte importante en el nacimiento del caldo social de organizaciones que se movilizaran contra la reelección de Evo Morales y García Linera.

Lo más importante para entender la crisis actual de Bolivia, parece estar relacionada con el fin de los buenos tiempos que trajo al Estado boliviano la aparición de reservas de gas a principios de los años 2000, lo que unido a los altos precios y las ventas garantizadas, vía gasoducto, a los países vecinos, garantizaban una cierta bonanza de algunos años, en un Estado que poco antes sólo cerró sus cuentas con la ayuda de la cooperación internacional. En cualquier caso, aunque la nueva promesa son las reservas de litio, esto no está en juego en la actual crisis política[6].

La Crisis Política que Continúa Abierta

En 2019, la fuerza del movimiento contra la reelección de Evo, logró derrocar al presidente. En 2024, el discurso de un militar que intentaba sumarse a este mismo movimiento no fue suficiente para dar un golpe de Estado. Es difícil imaginar otro resultado, cuando aún no se ha confirmado la candidatura de Evo Morales para las elecciones que tendrán lugar en agosto de 2025. Nadie hace un movimiento armado preventivo contra una candidatura, no confirmada, y con más de un año de antelación, arriesgándose a una detención que, los militares de alto rango, en diferentes crisis la historia reciente de Bolivia muestra que no logran evitar.

Con una justicia débil y fácilmente manipulable por los sucesivos gobiernos, la candidatura de Evo Morales fue autorizada en 2015, a pesar de la prohibición expresa en la constitución, con el argumento de que era un derecho humano de Evo Morales poder postularse. Del mismo modo, una sentencia del Tribunal Constitucional interpreta ahora que no se permiten dos mandatos sucesivos, sino dos mandatos en cualquier momento, dejando al expresidente en una virtual situación de inhabilitación.

Por eso es más plausible pensar que el General Zúñiga intentó revertir su suerte lanzando una carta con pocas posibilidades de prosperar, como una salida desesperada en un contexto de crisis y sin apoyo internacional, ni plan para que nadie se quede con el litio mediante ese camino. Para los intereses reales del capitalismo y la geopolítica del suministro de energía, es necesaria una solución estable, que hoy no requiere recurrir al ejército, ni derrocar gobiernos, pero que sólo un golpe de Estado podría proporcionar en los años 60 o 70, cuando los ejemplos de Cuba, Allende e incluso los gobiernos nacionalistas burgueses amenazaron los intereses capitalistas y el control político de la región.

Al mismo tiempo vemos que hoy la democracia es fuerte y no está en riesgo, precisamente porque es débil. Respecto a esto, más allá de la fuerza de una respuesta en el Twitter de Elon Musk, de las fuerzas de derecha e izquierda que se organizan con mensajes en WhatsApp, y que también se manipula la justicia para que alguien sea candidato o no, la fuerza está en el sistema capitalista, en el modelo extractivo e intereses que ningún gobierno cuestiona.

La insubordinación de Zúñiga no demuestra la posibilidad de un gobierno militar, ni la fuerza de los intereses capitalistas sobre los recursos naturales bolivianos. Pero sí da cuenta de una crisis política, en la que ni la derecha republicana liberal, ni la derecha conservadora de la Media Luna, ni el MAS parecen tener las herramientas para solucionarla. Es natural que los acontecimientos del 26 de junio remonten a la época de las dictaduras, porque el discurso político de la extrema derecha prepara a la población para ello, pero también es común ver los intentos desestabilizadores hundirse, no siendo necesarias para las bases del poder actual estas intervenciones más allá de la disputa entre sectores y grupos políticos por el control del gobierno y el acceso a los recursos estatales.

El movimiento Zúñiga es parte de una crisis política sin fin, donde el progresismo y la derecha se turnan en disputas de gobierno que no modifican la estructura del poder. Aunque el negocio de la minería maneja siempre un alto nivel de violencia e ilegalidad, para el capitalismo de Elon Musk, Biden y las grandes empresas mineras, invitadas a invertir en la región, un contrato aprobado en un gobierno que caería rápidamente o enfrentaría una movilización popular sin ningún apoyo no sirve. Por eso también no hubo una fuerza internacional que garantizara estabilidad política y fortaleza económica a Jeanine Áñez, ahora en la prisión, donde pronto también estarán Zúñiga y los pocos que lo siguieron.

La incertidumbre en torno a las elecciones de 2025 también podría generar situaciones de tensión política. No sabemos quién encabezará el próximo gobierno, pero sí sabemos que el litio será explotado sin importar el impacto ambiental, ni el sector político que lo autorice. La democracia es suficiente para un modelo de desarrollo y de negocios que funcione de manera estable más allá de los señores de la guerra, los golpes militares, las crisis económicas y la inestabilidad gubernamental.

NOTAS:

[1]Según Zúñiga el domingo 24 de junio: “El presidente me dijo: la situación está muy jodida, muy crítica. Es necesario preparar algo para levantar mi popularidad. ‘¿Sacamos los blindados?’ – ‘Sacá’, Luis Arce habría dicho como respuesta.

[2]https://desinformemonos.org/sentidos-de-la-eleccion-boliviana/

[3]https://nuso.org/articulo/307-evistas-versus-arcistas/

[4]https://x.com/i/web/status/1808110552624832630

https://www.bbc.com/mundo/articles/c4ngxn45y0yo

[5]https://passapalavra.info/2019/11/129004/

[6]https://nuso.org/articulo/las-arcenomics-no-escapan-a-la-maldicion-de-los-recursos-naturales/

*Salvador Schavelzon, Profesor del PROLAM (USP) e UNIFESP-Osasco.

Traducción del portugués: Santiago Arcos-Halyburton

Bolivia: las claves de la asonada militar y sus coletazos

por Pablo Stefanoni

La imagen de los militares entrando por la fuerza al Palacio Quemado recorrieron el mundo y sembraron confusión en Bolivia. El frustrado putsch de una facción del Ejército, en medio del rechazo nacional e internacional, se da en el marco de la erosión de la gestión de Luis Arce producto, en gran medida, de las guerras intestinas en el Movimiento al Socialismo (MAS). Pese a su rápido fracaso, la rebelión militar tendrá consecuencias políticas.

Los tanques en la Plaza Murillo terminaron siendo una especie de farsa que podría haber derivado en tragedia, en un clima político crecientemente deteriorado por las disputas en el interior del Movimiento al Socialismo (MAS), hoy fracturado en dos alas: evistas y arcistas. En la tarde del miércoles 26 de junio el comandante general del Ejército, Juan José Zúñiga -quien había sido destituido el martes en la noche pero se negaba a reconocer la decisión presidencial- ocupó esa emblemática plaza con tanquetas. Utilizó incluso una de ellas para abrir por la fuerza la puerta del Palacio Quemado, la antigua sede del gobierno hoy compartida con la aledaña Casa Grande del Pueblo. La confusión sobre las intenciones y las estrategias en juego reinó durante casi toda la asonada, mientras varios ministros colocaban muebles para evitar el ingreso de los uniformados.

La tensión había ido escalando luego de que el general Zúñiga se refiriera a la imposibilidad del ex-presidente Evo Morales de volver a presentarse a las elecciones presidenciales y respondiera a varias de sus acusaciones tildándolo de «mitómano». En una entrevista con el programa local No Mentirás del 24 de junio, el jefe castrense dijo que «legalmente Evo Morales está inhabilitado. La CPE [Constitución Política del Estado] dice que no puede ser más de dos gestiones, y el señor fue reelegido. El Ejército y las Fuerzas Armadas tienen la misión de hacer respetar y cumplir la CPE. Ese señor no puede volver a ser presidente de este país».

Zúñiga se refería a un polémico fallo del Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP) que, en una sentencia sobre otra cuestión, incluyó una forzada interpretación de la Constitución de 2009 que dejaría afuera de la carrera presidencial al tres veces presidente. La Constitución señala que solo son posibles dos mandatos consecutivos, pero el tribunal «interpretó» que son dos en total -consecutivos o no-, lo que fue presentado por Morales como un intento de proscripción política por parte de la «derecha endógena», en el marco de lo que denominó un «plan negro» para sacarlo del juego político, orquestado, según él, por los ministros de Justicia, Iván Lima, y de Gobierno, Eduardo del Castillo.

Las declaraciones amenazantes de Zúñiga, nombrado comandante del Ejército a fines de  2022 por el presidente Luis Arce Catacora, enervaron al ex-presidente y al evismo, que comenzó a hablar de un «autogolpe» en ciernes. «El tipo de amenazas hechas por el comandante general del Ejército, Juan José Zúñiga, nunca se dieron en democracia. Si no son desautorizadas por el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas [Luis Arce] se comprobará que lo que en verdad están organizando es un autogolpe», denunció Morales en su cuenta de X, desde donde critica a diario al gobierno de Arce, al que considera un traidor al llamado «Proceso de cambio».

Pero no fue solo el ex-presidente. Las amenazas de Zúñiga violaban los reglamentos militares y la Constitución, lo que explica la decisión de Arce de destituirlo. Pero esto fue considerado por el jefe militar como una expresión de «desprecio» pese a su lealtad al presidente. El miércoles, 26 de junio, según informó el diario El Deber, fue citado para ser relevado formalmente, pero llegó a la Plaza Murillo con blindados y soldados encapuchados. Y el país asistió a un general actuando como «movimiento social», lo que en los hechos constituye un golpe de Estado, increpando cara a cara al presidente Arce tras ingresar por la fuerza al Palacio Quemado, mientras los colaboradores del presidente le gritaban golpista y le exigían a gritos que retirara a los uniformados.

El aislamiento de Zúñiga, sin apoyo político ni social, explica posiblemente su intento de darle un contenido político a su rebelión: dijo que iba a liberar a «presos políticos» como la ex-presidenta Jeanine Áñez y el ex-gobernador de Santa Cruz Fernando Camacho y que iba a restaurar la democracia. «Una elite se ha hecho cargo del país, vándalos que han destruido al país», arengó a las puertas de su vehículo blindado, frente al Palacio Quemado y el Parlamento. Su argumento de que «las Fuerzas Armadas pretenden reestructurar la democracia, [para] que sea una verdadera democracia, no de unos dueños que ya están 30 y 40 años en el poder» cayó en saco roto. La reacción interna y externa fue contundente. Hasta opositores actualmente en prisión como Áñez y Camacho condenaron la acción militar. También lo hicieron los ex-presidentes Carlos D. Mesa y Jorge «Tuto» Quiroga. Fuera del país, mandatarios de diverso signo ideológico -salvo el argentino Javier Milei, que lo dejó en manos de su canciller- llamaron a defender las instituciones y condenaron a los sublevados.

Entretanto, organizaciones matrices como la Central Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB) o la Central Obrera Boliviana (COB), al igual que Evo Morales, que sigue siendo el líder de los sindicatos de cultivadores de coca del Chapare en Cochabamba (tiene allí sus oficinas y su emprendimiento de piscicultura), convocaron a la huelga general, el bloqueo de caminos y una gran marcha hacia La Paz.

Arce, por su lado, dio un breve discurso, llamando también a la movilización, en medio de conatos de enfrentamientos en la Plaza Murillo, donde los manifestantes eran expulsados con gases lacrimógenos. Y se dispuso a nombrar un nuevo mando militar en las tres fuerzas.

Sin rebelión en los cuarteles militares ni policiales, la cuerda de Zúñiga para mantener el levantamiento y lograr quedarse en su puesto por la fuerza se iba acabando. Involucrado en al menos un caso de desvío de fondos -del pago del bono Juancito Pinto, en manos de militares- durante el gobierno de Evo Morales, y sin un gran desempeño en su carrera, este militar era considerado muy cercano a Arce y parece haber reaccionado de manera impulsiva. Su retirada de la Plaza Murillo se pareció a una desbandada, con manifestantes persiguiendo a los soldados rezagados.

Tras ser detenido, junto al vicealmirante Juan Arnez, ex-comandante de la Armada, Zúñiga dijo que había actuado por orden del presidente: «El presidente [Arce] me dijo la ‘situación está muy jodida, es necesario preparar algo para levantar mi popularidad’». Eso dejó una granada activada para los próximos días. La idea de un autogolpe stricto sensu parece desmentida por el propio hilo de los acontecimientos -¿cuál era exactamente el plan?-, que se parecen más a una sucesión de hechos descarrilados en el marco de una fuerte erosión de la institucionalidad -y de la gestión del oficialismo-, producto en gran medida del enfrentamiento en el interior del MAS.

Luego de su vuelta al poder en diciembre de 2020 de la mano de Luis Arce, el candidato elegido por Morales desde su exilio en Argentina, las relaciones entre el ex-presidente y su ministro de economía durante más de una década se desgastaron rápidamente y terminaron en una disputa abierta por el poder. Arce, quien al parecer se había comprometido a no competir por la reelección en 2025, decidió luego que sí buscará un segundo mandato; y Evo Morales, que intentó una reelección tras otra, sin reparar en la letra y el espíritu de la nueva Carta Magna, considera que fue destituido por un golpe de Estado en 2019 y que tiene el derecho de competir nuevamente por la presidencia. Esa disputa tiene paralizada a la Asamblea Legislativa, en un contexto económico que hoy tiene poco que ver con los años del auge económico pre-2019.

La escasez de dólares y combustibles deja ver un agotamiento del modelo aplicado desde 2006, cuando Evo Morales fue elegido como el primer presidente indígena de Bolivia y, en medio de una espectacular épica política, dio inicio a la «Revolución democrática y cultural», que en el plano económico desplegó un «populismo prudente» muy pendiente de no aumentar el déficit fiscal y acumular reservas de divisas récord en el Banco Central.

El propio Arce reconoció hace poco que la situación del diésel era «patética» y ordenó la militarización del sistema de provisión de combustibles, con el objetivo de evitar el contrabando a los países vecinos de diésel subsidiado por el Estado boliviano. La crisis económica afecta muy especialmente a Arce, quien, sin gran carisma, construyó su legitimidad como el ministro del «milagro económico». En el plano político, la pinza entre el Poder Ejecutivo y el Judicial ha debilitado al Poder Legislativo, cuya mayoría se divide también en arcistas y evistas, y cada bando acusa al otro de «hacerle el juego a la derecha». También se han prolongado los mandatos de las autoridades judiciales, lo que es denunciado a diario por los evistas.

El presidente del senado, Andrónico Rodríguez, un sindicalista cocalero formado por Evo Morales como una suerte de sucesor, tuiteó tras el repliegue de los militares: «De magistrados autoprorrogados a un supuesto golpe o autogolpe, el pueblo boliviano se hunde en la incertidumbre. Este desorden institucional, donde las autoridades extienden ilegalmente sus mandatos y se socavan los principios democráticos, está llevando al país a una situación de caos y desconfianza, agravando la crisis y amenazando la estabilidad y el bienestar del país». Los coletazos de la asonada continuarán. Lejos de una tregua en el espacio masista, la lucha interna se intensificará.

Parte de la disputa es por la siglas del Movimiento al Socialismo (MAS), un partido de movimientos sociales que mostró, en 2020, su capacidad de movilización electoral incluso en contextos difíciles como el que vivió bajo el gobierno de Áñez -y del ministro de Gobierno Arturo Murillo, luego detenido en Estados Unidos por corrupción-: se han judicializado los congresos de cada ala, con miras a 2025, año del bicentenario boliviano.

La debilidad de la oposición, que quedó asociada al gobierno autoritario, ineficiente y marcado por la corrupción de Jeanine Áñez, y tiene grandes dificultades para encontrar nuevas figuras, atiza la «ch’ampa guerra» entre evistas y arcistas, que piensan el poder como una disputa «interna». Pero en medio de la volatilidad electoral regional y global, esta visión entraña un riesgo, incluso si consideramos que la base electoral alrededor del MAS sigue siendo fuerte y que la experiencia de Áñez funciona como una «dosis de recuerdo» para los movimientos sociales e indígenas.

Aún es pronto para saber cómo impactará el putsch fallido en las relaciones de fuerza en el interior del espacio del MAS (que hoy ya no existe como partido unificado). Tras superar el desafío del grupo militar sublevado, Arce se enfrenta ahora al fuego político cruzado de evistas y opositores, que ya comenzaron a hablar de «show político» para tratar de devaluar el capital político que el presidente podría conseguir por el apoyo nacional e internacional a las instituciones y la vigencia de la democracia, y su decisión de increpar cara a cara al «general golpista».

 

Publicado originalmente en https://www.nuso.org/

Pablo Stefanoni es doctor en Historia por la Universidad de Buenos Aires. Publicó varios artículos y libros sobre las izquierdas y América Latina y combina el trabajo periodístico con la investigación en ciencias sociales. Es autor de Los inconformistas del Centenario. Intelectuales, socialismo y nación en una Bolivia en crisis (1925-1939) (La Paz, Plural, 2015) y coautor, con Martín Baña, de Todo lo que necesitás saber sobre la Revolución Rusa (Buenos Aires, Paidós, 2017). Desde 2011 se desempeña como jefe de redacción de la revista Nueva Sociedad. Colabora con la edición Cono Sur de Le Monde Diplomatique y con el suplemento «Ideas» del diario La Nación. Actualmente forma parte del Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas (CeDInCI)/Universidad Nacional de San Martín (Unsam).

La izquierda más allá de la resistencia: debemos volver pensar en futuros alternativos posibles

Entrevista especial con Rodrigo Santaella

Por Instituto Humanitas Unisinos

Traducción: Decio Machado

La agencia colectiva parece estar relegada a un segundo plano en nombre de pronósticos y diagnósticos sobre el desarrollo tecnológico en sí, según el policientista.

Si, por un lado, el aceleracionismo de izquierdas tiene riesgos y límites a la hora de poner su confianza en el desarrollo tecnológico para asegurar avances y transformaciones sociales; por otro lado, esta corriente teórico-política tiene el «mérito» de «sacudir» a la izquierda tradicional «resignada, acomodada y adaptada, es decir, una izquierda que ha renunciado a cualquier tipo de imaginación política y -en ese límite- concibió la idea de que el único rol posible es administrar el capitalismo» afirma Rodrigo Santaella en la presentación de las principales ideas que marcan el pensamiento conocido como «aceleracionismo de izquierda».

En la videoconferencia titulada El problema del aceleracionismo de izquierda, promovido por el Instituto Unisinos Humanitas, el investigador comenta sobre los desafíos de la izquierda en el campo de la imaginación política. Una de las palabras más fuertes en el campo izquierdo es  «resistencia» y difícilmente se puede pasar de la resistencia a algún otro tipo de producción y alternativa de novedad. Para enfrentar las actual amenaza fascista, no basta con defender las instituciones y las formas de vida liberales. Para enfrentar al fascismo, hay que ofrecer un proyecto alternativo diferenciado al actual modelo capitalista en el que vivimos, imaginar un futuro diferente y ofrecer esta imaginación como proyecto. Es decir, volver a enfocarnos sobre alternativas de futuro posibles y llevar esto al debate público y político, subraya el entrevistado.

Según Santella, por un lado, la izquierda tradicional sufre de la falta de comprensión sobre el desarrollo capitalista tecnológico y, por otro, los aceleracionistas son rehenes del determinismo tecnológico. «El determinismo tecnológico, que es el síntoma de una concepción errónea de la tecnología, es el principal problema del aceleracionismo de izquierda y cualquier aceleracionismo en general». Lo que parece faltar es una reflexión más cuidadosa y profunda sobre la relación entre la tecnología y la sociedad. El elemento básico de esta discusión, la cual por cierto no aporta nada nuevo, es que las tecnologías no son neutras o neutrales. La evidencia de esto es que «el desarrollo tecnológico que hemos tenido hasta ahora ha sido guiado por y hacia el capitalismo.»

A continuación, publicamos la conferencia de Rodrigo Santaella en el formato de la entrevista…

Rodrigo Santaella es doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de Sao Paulo (USP), magister en Ciencias Políticas por la Universidad Estatal de Campinas (Unicamp) y licenciado en Ciencias Sociales por la Universidad Federal de Ceará (Universidad Federal de Ceará). Entre 2007 y 2008 realizó estudios durante un año en la Universidad Nacional de La Plata, Argentina, centrándose principalmente en la historia social y política de América Latina. Actualmente realiza investigaciones postdoctorales en la Universidad LUT en Lappeenranta, Finlandia, con proyectos relacionados con la planificación económica, la tecnología y la transición digital verde. Es miembro permanente del Programa de Posgrado en Políticas Públicas de la Universidad Estatal de Ceará.

¿Qué es el aceleracionismo de izquierdas?

El aceleracionismo de izquierdas es una corriente de pensamiento político e intervención que entiende que, en lugar de frenar o resistir los avances tecnológicos del capitalismo, es necesario, por el contrario, acelerarlos. El aceleracionismo de izquierdas defiende la liberación de las fuerzas tecnológicas constructivas generadas por el propio capitalismo, como si el capital les impidiera alcanzar su máxima expresión y ponerlos al servicio del bienestar de la gente. En otras palabras, es como que el capital estuviera produciendo condiciones tecnológicas para que todos vivan otro tipo de vida al que hoy vivimos, pero la propia dinámica del capital desarrolla las ataduras que no permite que se cumplan estas condiciones de desarrollo de una vida diferente y mejor. Los aceleracionistas de izquierda quieren acelerar al máximo el desarrollo tecnológico para que este transversalice el capitalismo desde dentro, llegándose así a otro tipo de sociedad.

¿Cuáles son los orígenes de este pensamiento?

Los orígenes filosóficos y teóricos del aceleracionismo están en el mayo de 68, en el postestructuralismo francés que, desde el espíritu de aquel tiempo contra la burocratización, estaba muy preocupado por la libertad, la líbido y el deseo. Es decir, en la construcción de un sujeto deseante, que no fuese objeto de ataduras. Aquella era una izquierda libertaria, deseante y contestataria al formato rígido de los partidos, de los sindicatos establecidos y crítica de lo que estaba convirtiéndose la Unión Soviética.

Deleuze, Guattari y Lyotard argumentaban en 1974 que el problema con el capitalismo no es que desterritorialice. Por el contrario, es que no lo hace lo suficiente. Es necesario desterritorializar aún más, es decir, transversalizar al capitalismo y producir aún más deseo y potencia. La idea de acelerar está presente en el pensamiento del estructuralismo francés y puede considerarse la primera ola de lo que es el aceleracionismo de izquierda. En cierto modo, esto tiene que ver con una herencia marxista o más bien con una herejía marxista. Marx consideraba que el capitalismo produce mejores condiciones materiales que los modos de producción anteriormente establecidos, creando así condiciones para su propia supervivencia y evolución. Pero el capitalismo, en relación con las tendencias tecnológicas, es más complejo y cambiante que esto.

Podemos pensar en tres líneas diferentes de pensamiento de Marx relacionadas con la maquinaria y la tecnología. La primera y más importante es la idea de que las máquinas son cada vez más importantes en el proceso de producción y, por ello, el trabajo humano está perdiendo importancia. Esto causa una crisis respecto al viejo concepto de que tan solo el trabajo humano produce valor. Entonces la maquinaria contribuye también a la crisis del valor y a la acentuación de las contradicciones del capitalismo.

Las otras dos líneas, aunque menores, también son importantes pues parten del supuesto de que las máquinas pueden transformarse, convirtiéndose en autónomas de los trabajadores. Por un lado, está la idea de que el capital se desarrolla o evoluciona tanto y de tal manera que empieza a funcionar casi automáticamente mientras los trabajadores se van convirtiendo en algo cada vez más superfluo. Esta situación parece una victoria del capital en su relación con el trabajo, pero al mismo tiempo dicha victoria es pobre y circunstancial, porque cuando el capital se deshace del trabajo ya no puede producir valor. La automatización subvertiría el capital, aboliendo el trabajo y el valor, y esto terminaría por generar una crisis terminal del capitalismo. Los aceleracionistas utilizan esta vertiente conceptual de Marx.

Por otro lado, Marx tiene una reflexión respecto a que las máquinas también podrían convertirse en autónomas de los trabajadores, pero esto generaría una dominación total de las máquinas sobre los trabajadores y un proceso en el cual las máquinas y el capital, de una manera casi distópica, se emanciparían de su condición o status de trabajo. Así las cosas, no sería el trabajo lo que se emancipa del capital, sino el capital que parece tender a emanciparse de la mano de obra. Estamos ante una vertiente más pesimista de esta derivación del pensamiento marxista.

¿Qué es y cómo surge el aceleracionismo de derechas?

Después de la primera ola post-68, la segunda ola de aceleracionismo surgió en la Unidad de Investigación de la Cultura Cibernética de la Universidad de Warwick, en el Reino Unido. Este grupo estaba dirigido por Nick Land y Sadie Plant. Para Land, el capitalismo es una gigantesca máquina de flujos de producción de vida, constancia y procesos que fluye de una manera que no controlamos. En este sentido, los seres humanos no son más importantes que las máquinas y no controlan nada en este proceso. Según él, para que la máquina pueda seguir su curso, es necesario liberarla de los lazos de los seres humanos y, por tanto, liberar al capital. Acelerar, para Land, es «dejar fluir la cosa», sin estar demasiado interesado en el elemento humano. No nos corresponde intentar construir una alternativa porque formamos parte de un engranaje mucho más grande que nos mueve. A su juicio, es necesario vivir este caos y aprovechar este viaje hacia lo desconocido, la distopía, hacia el caos. Land es el fundador y representante de lo que convencionalmente se llamó aceleracionismo de derecha. Es la inspiración de algunos de los multimillonarios que invierten en neurotecnología, startup e Inteligencia Artificial, como Elon Musk.

Dentro de la Unidad de Investigación en Cultura Cibernética hubo otra vertiente de aceleracionismo a partir de Mark Fisher, un discípulo de Land, que se apartó políticamente del maestro y pensó en otro tipo de aceleracionismo, según el cual es necesario liberar los flujos proporcionados por el capital de los límites del capital, definiendo un aceleracionismo prometeico de izquierda que se estaría encaminado hacia la construcción de otro tipo de sociedad. La idea es que el capitalismo neoliberal bloquea las posibilidades de desarrollo humano proporcionada por el propio capital y, por lo tanto, tenemos que empujarlo hacia adelante en la medida que sea posible.

¿Cuál es el problema que el aceleracionismo propone resolver en el campo izquierdo?

Desde un punto de vista político, este problema tiene tres dimensiones. La primera, desde el punto de vista de los aceleradores, es que la izquierda tradicional no entiende los cambios contemporáneos del capitalismo, especialmente los cambios relacionados con la tecnología. Pero hay otros dos problemas profundos: la izquierda ya no tiene un proyecto futuro y no puede salir de las alternativas locales y muy puntuales. Los aceleracionistas están tratando de dialogar con estos problemas políticos, por lo tanto, con una izquierda que se resigna, se acomoda, se adviene, es decir, una izquierda que ha renunciado a cualquier tipo de imaginación política y, en este límite, concibió la idea de que el único rol posible que puede desempeñar es administrar o gestionar el capitalismo.

Históricamente, la izquierda siempre ha estado orientada al futuro, a imaginar otros modelos de la sociedad, pensando en otros futuros posibles; mientras que la derecha siempre ha sido reaccionaria, tradicionalista y resistente al cambio. La derecha se agarraba al pasado y la izquierda apuntaba al futuro. Con el avance del neoliberalismo esto se ha invertido curiosamente: la izquierda parece aferrarse mucho más a las tradiciones y al pasado, mientras que la derecha propone futuros, aunque distópicos y caóticos, propone alternativas y tiene una capacidad de imaginación política a veces superior al de las izquierdas. Los aceleracionistas dicen que la izquierda está combatiendo desde las políticas locales, es decir, haciendo política como reacción al autoritarismo centralista estalinista y a los partidos tradicionales, priorizando lo local, lo inmediato y lo voluntarista. El problema está en que la izquierda no tiene una estrategia para conquistar el poder y presentar una propuesta alternativa.

Resistencia

El principal mérito del aceleracionismo de izquierdas es sacudir las perspectivas de una izquierda que se adecuó al orden establecido y a los localismos, de una izquierda que se acostumbró a resistir. Una de las palabras más fuertes en el campo de la izquierda es la palabra «resistencia» y difícilmente podemos pasar de la resistencia a algún otro tipo de producción alternativa y novedosa. La provocación del aceleracionismo de izquierdas es muy importante porque critica a una izquierda que se ha acostumbrado a defender las instituciones capitalistas neoliberales contra el avance fascista. Para hacer frente a las amenazas fascistas no basta con defender las instituciones y las formas de vida liberales. Para enfrentar al fascismo, hay que ofrecer un proyecto alternativo diferente, imaginar un futuro diferente y ofrecer esa imaginación como proyecto en sí mismo. Es decir, volver a orientarse hacia el futuro y llevar esto -de forma firme- al debate político y público. El aceleracionismo intenta hacer esto con la izquierda y ese es su principal mérito. Los aceleracionistas proponen que tengamos la osadía de soñar futuros diferentes, que nuevamente hablemos de  sociedades alternativas, del fin del capitalismo, y esto sacude la política de forma interesante porque no están repitiendo las cosas de hace 80 o 100 años atrás, ni se limitan a las soluciones locales y/o la administración-gestón del capitalismo.

¿Qué soluciones proponen?

La literatura del aceleracionismo de izquierdas es bastante amplia y mencionaré algunos aspectos que sintetizan algunas ideas. Uno de ellos es el post-trabajo, es decir, la automatización tiende a eliminar el trabajo humano. Los aceleracionistas parten de esta suposición o hipótesis. Esto crea, para la izquierda, una confusión y tendencia a resistir dicha posibilidad en aras a mantener los puestos de trabajo. Un ejemplo es la máquina que sustituye al cobrador de los buses. La izquierda defiende el trabajo del cobrador de buses. La tendencia de la izquierda es resistir y defender el paradigma del empleo, que es lo que garantiza la supervivencia de las personas. Pero la idea del post-trabajo de los aceleracionistas pasa por revertir esta visión, es decir, en lugar de resistirse a la automatización, hay que impulsarla, con el fin de que dicha automatización reemplace y nos libere del trabajo en su conjunto. Es decir, hablamos del fin del trabajo.

En este paradigma surge la pregunta: ¿cómo se sostiene la gente sin trabajo? Con la renta básica universal para todos. En el libro Inventing the future: postcapitalism and a world without work, Nick Srnicek y Alex Williams presentan una propuesta sistematizada al respecto. Las directrices inmediatas para construir estas transformaciones sociales tienen que ver con la reducción paulatina de la jornada laboral, la renta básica universal y el trabajo enfocado a un cambio cultural.

Escasez vs Abundancia

Otro libro importante en esta corriente es Comunismo de lujo totalmente automatizado, de Aaron Bastani. A partir de un diagnóstico de cómo las tecnologías desarrolladas en el capitalismo crean condiciones materiales para una sociedad sin trabajo, sin clase y con abundancia, este autor propone una organización social absolutamente diferente. Según él, la diferencia entre nuestro momento presente respecto a las revoluciones comunistas y socialistas del siglo XX es que ahora existen las condiciones materiales para el cambio, mientras que antes, no existían. Según Bastani, la tecnología -por ejemplo- ya provee condiciones para la abundancia de energía, porque en sólo 90 minutos la Tierra es calentada por el Sol con energía igual a lo que la humanidad consume en todo un año.

Con esto, está diciendo que el Sol ya provee la energía necesaria para que la humanidad se sostenga con tranquilidad. Sólo tienes que acelerar la tecnología para desarrollar el uso de la energía solar y esto resolverá el problema energético de la humanidad. También habla de la producción de carne sintética, sin maltrato a los animales, sobre la extracción en asteroides para producir materia prima o sobre la biotecnología para resolver problemas de salud. Como todas estas tecnologías se basan en la información y la automatización, la lógica es que en el transcurso del tiempo el costo de estas tienda a cero. Con base a esto, se producirían en abundancia, porque la única lógica que produce escasez es la del capitalismo. En el momento en que la abundancia sea evidente, el capitalismo será superado.

Planificación económica

Otra tendencia interesante es la discusión sobre la planificación económica y democrática, que ha sido clásica en el campo de la izquierda y el socialismo desde las revoluciones del siglo XX. La idea es más o menos la siguiente: en el capitalismo, lo que coordina las relaciones sociales, la producción y distribución de bienes es el mercado porque, según Hayek, uno de los padres teóricos del neoliberalismo, el mercado es la forma más efectiva de producir información sobre lo que la gente quiere y, por lo tanto, de generar información sobre lo que se debe producir. Según esta visión, el capitalismo es la forma más eficaz porque produce información espontánea y descentralizada, por lo tanto, democrática. Cualquier alternativa que centralice la producción, prediciendo o presuponiendo lo que la gente demandará es menos democrática y menos eficiente debido a la falta de información concreta sobre lo que la gente realmente quiere y necesita.

Este debate fue importante en las décadas de 1920 y 1930; es el debate del llamado cálculo socialista: ¿Es posible planificar la producción de mercancías? ¿Es posible predecir y entender la demanda de la gente y planificarla a partir de esto? ¿Es posible dirigir la demanda de arriba abajo, mediante -por ejemplo- un plan estatal? Los socialistas dicen que esto es posible y tienen diferentes formas de argumentarlo. Los liberales capitalistas afirman que no es posible, ya sea porque es lógicamente imposible, como afirmaba Milton Friedman, o porque no hay tecnología posible en el presente para hacerlo, como argumentaría Hayek en su momento.

Desde la década de 1920 hasta hoy, hemos vivido un cambio brutal en la capacidad de procesamiento y almacenamiento de datos. La idea del big data, de la plataformización articulando todo, de los algoritmos procesando información a partir de una cantidad creciente de datos generando lo que se conoce como Inteligencia Artificial IA, cambia el escenario tecnológico por completo.

En The people’s Republic of Walmart: How the world’s biggest corporations are laying the foundation for socialism, los aceleracionistas Leigh Phillips y Michal Rozworski defienden la tesis de que si Walmart y Amazon, que son dos corporaciones capitalistas gigantes, fueran países, tuvieran un PIB mayor que muchos países, teniendo todo su proceso productivo planificado internamente mediante el uso de tecnologías. Incluso tienen un proceso de predicción de las demandas de sus consumidores. El éxito del proceso de planificación en el capitalismo demuestra que técnicamente es posible. Por lo tanto, podemos trasplantarlo al modelo estatal sin buscar beneficios o plusvalía, con procedimientos y forma democrática, para -utilizando la misma técnica- producir un resultado similar de la planificación económica en las sociedades como un todo. Esta es una tesis fuerte e interesante, que ha generado mucho debate dentro y fuera del aceleracionismo.

La discusión sobre la planificación se mantiene muy vigente al día de hoy y algunos autores proponen sistemas de planificación en varias tendencias, pero con esta base común: la tecnología contemporánea proporciona otro nivel para este debate y es posible pensar en otras formas de coordinación de las relaciones sociales, coordinación de la producción y coordinación de la distribución, todas ellas distintas a las del mercado. Estas propuestas tratan de resolver ese problema planteado desde el aceleracionismo de izquierdas en relación a esa izquierda tradicional carente de proyecto de futuro, que no tiene imaginación política y que se ha acomodado al modelo capitalista.

¿Cuáles son los límites del aceleracionismo de izquierdas y qué riesgos conlleva este tipo de corriente de pensamiento?

Mencionaré dos aspectos. El primer problema del aceleracionismo de izquierda podría resumirse con la palabra “eurocentrismo”, aunque implica más cosas. Es necesario analizar el capitalismo desde su vanguardia, es decir, donde están las fronteras de su desarrollo y la tecnología punta. Para entender el capitalismo, uno debe mirar sus tendencias, pero no puede hacerse esto sin entender y tener en cuenta todas las contra-tendencias existentes. El capitalismo y sus tendencias son pensados, por los aceleracionistas, desde su centro o eje focal, y algunas de las conclusiones o presupuestos que esos autores comparten deviene a partir de esta especificidad. Hay dos problemas en esto. Por un lado, la falta de reconocimiento de las diferentes dinámicas geográficas del capital. El capital, en la búsqueda de eternizar sus procesos de acumulación primitiva, puede destruir deliberadamente todo aquello que construyó en su momento para empezar de cero. Lo puede hacer de múltiples formas, por ejemplo, a través de sus guerras; pero también puede encontrar nuevos lugares en los que desarrollarse, aún inexplorados, como nuevas fronteras agrícolas generando mayores ataques a la naturaleza y mayor explotación del trabajo humano.

Una parte importante de lo que hay detrás de las tecnologías implica la precarización del trabajo humano, concentrada esta en el Sur global. Piense, por ejemplo, en las granjas de clics, la minería manual de datos o en la regulación de contenidos. Además, la tendencia a la automatización total es cuestionada por varios autores, para quienes dicha automatización total no se confirmará a medio y largo plazo debido a las contra-tendencias periódicas existentes en el propio capitalismo. Mientras exista un ejército de reserva industrial y mientras sea más barato explotar dicha mano de obra humana que tecnologizar, no habrá automatización completa en muchos sectores del capital. No considerar estas contra-tendencias supone no saber interpretar la foto de lo que actualmente está sucediendo.

Oda a la modernidad

El segundo problema del eurocentrismo tiene que ver con la idea de un proyecto iluminista de oda a la modernidad, el cual no considera un elemento importante del iluminismo y la modernidad su carácter colonial. Esta discusión no es esencialista en el sentido de que los autores son europeos y, por lo tanto, no merecen nuestro crédito desde el Sur. No, no se trata de eso. El punto es que los supuestos eurocéntricos generan problemas teóricos y políticos. Por ejemplo: dentro de la clave iluminista de oda a las tecnologías, existe también una oda a la revolución verde, destacando su papel en la creación de condiciones materiales para alimentar al mundo entero y utilizando esto como ejemplo de cómo la tecnología puede resolver todos los problemas que enfrentamos, llegando incluso a exaltar el uso de pesticidas y fertilizantes sintéticos como parte importante de este proceso.

La revolución verde, sabemos muy bien de esto, es precisamente el ejemplo más claro de un tipo de desarrollo tecnológico político-económico enfocado al uso de insumos en la super-utilización de tecnologías de la Segunda Guerra Mundial, que tiene consecuencias muy negativas y que aún no se han entendido y explicado de forma completa… Esto sucede ncluso en Europa, donde la regulación sobre agrotóxicos es mucho mayor que en Brasil y resto de países latinoamericanos.

Entonces, cuando uno de estos autores se propone ofrecer e imaginar un futuro diferente desde esa perspectiva, más bien termina haciendo una oda a la revolución verde, ignorando toda discusión popular existente en los movimientos sociales del campo, la soberanía alimentaria, el campesinado, la agroecología, los riesgos y límites de este paradigma. El eurocentrismo tiene dificultades para ver las contra-tendencias y esto lo limita notablemente. El segundo límite -es el más orgánico- está en que, al final, los aceleracionistas tienen una idea errónea sobre la tecnología, pues parten de la percepción de que la tecnología es neutra. Por mucho que afirmen que se necesita voluntad política y organización, existe la presunción de que las tecnologías son neutrales o pueden ser fácilmente refuncionalizadas. Hay un determinismo y un fetichismo tecnológico en este sentido. La tecnofilia no puede entender los límites para la refuncionalización o la reapropiación subversiva del cuerpo técnico del capitalismo. Hay límites para reutilizar estas tecnologías para otros fines. Además, la tecnofilia tiende a caer de nuevo en la idea de dominar la naturaleza, de crear tecnología para dominar el entorno. El ejemplo de la revolución verde es bastante esclarecedor y, en tiempos de profunda crisis socioambiental como la que vivimos, esto es un error fatal.

La Agencia

Finalmente, tiene un importante problema de agencia y conformación de los agentes colectivos de transformación. A menudo y a pesar de la desesperación por parte de los aceleracionistas por hablar de esto, la agencia colectiva parece estar relegada a un segundo plano respecto a los pronósticos y diagnósticos sobre el propio desarrollo tecnológico.

El determinismo tecnológico, que es un síntoma de una concepción errónea de la tecnología, es el principal problema del aceleracionismo de izquierdas y de cualquier aceleracionismo existente. Lo que parece faltar es una reflexión más cuidadosa sobre la relación entre tecnología y sociedad. El elemento básico de esta discusión, que no aporta novedad alguna, es justo lo contrario: las tecnologías no son neutras o neutrales. La Escuela de Frankfurt ya hablaba de ello hace años atrás. El constructivismo discute cómo se desarrollan las tecnologías a desde numerosas posibilidades que van cerrándose a partir de decisiones que tienen que ver con las relaciones sociales. Estas decisiones tienen una dimensión de clase muy importante, es decir, las tecnologías soportan sobre sí mismas condicionantes muy importantes relacionados a los intereses que movilizan y orientan el sentido de su desarrollo.

En cada tecnología está incrustada un conjunto de intereses sintetizados y, por lo tanto, el desarrollo tecnológico que hemos tenido hasta ahora ha sido guiado por y hacia el capitalismo. Las decisiones tomadas entre las numerosas posibilidades de desarrollo tecnológico se hicieron con esta orientación. Los problemas que deben resolverse fueron planteados por y desde esta orientación. Existe una dimensión de clase fundamental en ello y es por ello que no basta con una apropiación de estas tecnologías. Hay una profunda complejidad en todo esto.

Ser humano y técnica

El segundo elemento importante en esto es la visión errónea de que lo humano y lo técnico son dos cosas diferentes. La discusión no puede ocurrir en términos de cómo la tecnología nos impacta y crea condiciones para transformar el mundo. No hay tecnología contemporánea fuera del capitalismo y no hay tecnología contemporánea fuera de lo que es el ser humano contemporáneo. El ser humano es técnico. Desde siempre ha habido una interrelación entre lo humano y lo técnico. El artificio siempre ha sido parte del ser humano. Nos desarrollamos desde el punto de vista social y biológico, desde los artificios y herramientas que hemos ido dominando, desarrollando y aprendiendo su uso. Así fue desde el martillo hasta cuando inventamos la escritura, lo que permite la posibilidad de mantener una parte de la información que está en nuestra cabeza en un papel, lo que, sucesivamente, nos permite tener más espacio para pensar en otras cosas. En resumen, somos técnica.

¿A dónde podemos llegar comprendiendo de estos límites?

El paisaje es bastante complejo y tal vez se pueda encontrar brechas en él. Estratégicamente no se trata solamente de encontrar otros usos para las tecnologías contemporáneas, lo fundamental consiste en desarrollar otra forma de relación entre el ser humano y la técnica y, sobre todo, otros caminos de desarrollo tecnológico, utilizando por supuesto, el conocimiento y la experiencia que hoy tenemos.

Nadie va a destruir el mundo y empezar de cero. Debemos a usar los conocimientos técnicos y la experiencia adquirida para tratar de caminar en una dirección diferente. En esta lucha entre los que quieren mantener el statu quo y los que quieren transformarlo a través de la tecnología, estamos muy atrasados. En 1995 se dijo que había una guerra tecnológica en curso, pero sólo un bando de esta guerra estaba armado: el de las grandes corporaciones. Desde 1995 a nuestros días, todo está dominado por las grandes corporaciones: big data, desarrollo algorítmico, IA, neurotecnología. La izquierda, en cierto modo, ha ido poco a poco dominado las tecnologías, las utiliza para sus propósitos y hoy parece que los dos bandos de esta guerra están armados, pero uno tiene bombas nucleares y otro usa «navajas». Un ejemplo concreto de esto es la disputa en las redes sociales, las cuales se han convertido en un mecanismo de comunicación prioritario. La derecha se dio cuenta primero y ocupó este espacio. A partir de entonces, la izquierda entendió que tiene que disputar su presencia y hegemonía en dichas redes sociales. Pero sólo podemos disputar las redes sociales si entramos en la lógica impuesta por ellas y, por lo tanto, por las corporaciones que son los dueños de estas redes.

Los algoritmos diseñados por estas corporaciones tienen objetivos enfocados a mantener nuestra atención, tomar nuestros datos, mantener nuestra fidelidad, colocarnos en un entorno plataformizado en el que estamos proporcionando datos e interactuando de unas mil maneras diferentes, de las cuales en muchos casos no tenemos ni siquiera consciencia. Por lo tanto, son estos algoritmos, diseñados para estos fines, los que definen los marcos de la disputa de y en las redes sociales. Para competir en este espacio, la gente tiene que adaptarse a ellos.

Como he dicho, somos técnica y nos transformamos a lo largo de todo este proceso de adecuación. Y aquí ves: melancolía, adicción, vanidad, ansiedad, depresión, comparación constante con los demás, constante sensación de atraso, pérdida, la percepción de estar quedándote atrás… y todo esto tiene que ver con la vida que llevamos, pero también tiene que ver con la relación que establecemos con estas redes y dispositivos auxiliares. Nos estamos convirtiendo en una máquina de producir y consumir contenido todo el tiempo. Eso es lo que quieren de nosotros, sin duda.

Debates

El debate sobre las fake news, la desinformación y el uso de las redes sociales para la política de extrema derecha es fundamental, pero no es el único debate importante. El debate sobre el contenido de lo que se publica y el porcentaje de personas a las que llega este contenido no es el único debate importante tampoco. También es importante pensar en lo que nos estamos convirtiendo en este proceso. Nos estamos adaptando, adecuamos y nos vamos convirtiendo en cada vez más sumisos a esta lógica derivada de esta disputa. Este es un ejemplo que ilustra muy bien los límites de la idea del aceleracionismo porque todos lo vivimos en nuestra vida diaria de manera diferente. ¿Queremos acelerar las redes sociales tal y como estas son ahora? ¿Queremos acelerar nuestras relaciones con el actual modelo de redes sociales? ¿Es posible construir otro modelo de red dentro del mismo sistema? Parecería que no. La pregunta que surge es… cómo creamos una experiencia social diferente que, incentivada por quien sea, conformen experiencias puntuales específicas que generen condiciones para nuevos modelos de redes sociales. Se trata entonces de un enfoque materialista de la técnica, no determinista, pero que entiende que el contenido social de la tecnología, así como toda la dimensión social en el capitalismo, está determinada por la economía y la política, con la economía cumpliendo un papel fundamental en esta relación.

El enfoque materialista de la técnica, que se da cuenta de que la tecnología no es neutral, nos hace mirar el escenario de forma sustancialmente en menos optimistas que los aceleracionistas. La inercia con respecto a las tendencias que estamos discutiendo va mucho más allá, probablemente hacia la dirección de una emancipación cada vez mayor del capital respecto del trabajo, tal y como Marx indicaba y no al contrario. Así las cosas, caminamos hacia la emancipación del capital en relación con el trabajo, hacia mayores tragedias socioambientales y mayor caos social del que ya estamos viviendo. Imagina entonces si aceleramos este proceso.

¿Cuál es entonces el desafío?

El gran reto es desviarnos del actual camino y encontrar usos y concepciones de tecnologías que contribuyan a la alteración general de la correlación de fuerzas. Pero esto no es sencillo porque no hay desarrollo tecnológico que en sí mismo camine o se enfoque hacia superar el capitalismo. El desarrollo tecnológico puro y simple en el capitalismo siempre será capitalista y actualmente nos está llevando a la tragedia. Lo que existe es la posibilidad de que de forma entrelazada se pueda comenzar a construir caminos alternativos de organización social. ¿Pero de dónde partir? Pues de la lucha política y de experiencias concretas. Tenemos que dar un giro acentuado para cambiar la trayectoria, frenando y acelerando.

¿Cómo decidir en qué frenar y en qué acelerar? Aquí está la importancia de la planificación, la planificación a diferentes escalas. No creo que tengamos en estos momentos motivos racionales para el optimismo, pero por otro lado, no hay otra manera que luchar. Recordando a Gramsci, necesitamos tener el pesimismo de la razón, mirar a la realidad tal y como es, y posicionar el optimismo de la voluntad. Necesitamos también contar con lo aleatorio, con el azar. Cuando miramos a nuestro alrededor, parece que no conseguimos encontrar alternativas de cambio y seguimos avanzando hacia el caos, pero la realidad es mucho más compleja de lo que podemos entender a simple vista. Existe un aleatorismo y una complejidad que no alcanzamos a ver en su totalidad. Nos toca a nosotros, con el optimismo de la voluntad, tratar de situar elementos en esta complejidad para que surjan nuevas condiciones y, a partir de ahí, encaminarnos hacia el desarrollo tecnológico desde y en otra dirección. Si sólo administramos o gestionamos el capitalismo, la inercia, seguramente nos llevará al colapso. En este punto los aceleracionistas de izquierda tienen razón. Esta, tal vez sea la principal lección que podemos aprender de ellos.

 

¿Una ola reaccionaria en Europa? Más o menos

por Pablo Stefanoni

 

Las elecciones para el Parlamento Europeo, que se desarrollaron entre el 6 y el 9 de junio pasado, anticipaban, según varios titulares de prensa, una ola de triunfos de la extrema derecha en los 27 países de la Unión. «Se viene el fascismo» fue el eco que dominó un proceso electoral que, como suele ocurrir con los comicios europeos, genera menos interés en la población llamada a las urnas. ¿Se ha verificado ese pronóstico? Solo en parte y con varios matices. 

«El relato que ha dominado la campaña electoral europea desde principios de año -el ascenso de la extrema derecha y el retroceso de los ecologistas- se ha confirmado en las urnas. Tras las elecciones de 2014 y 2019, el centro de gravedad del Parlamento Europeo se ha desplazado un poco más a la derecha, al término de unos comicios considerados por muchos decisivos para el futuro del continente», escribió el periodista Ludovic Lamant en la revista francesa Mediapart. Como recuerda Steven Forti, la extrema derecha es primera fuerza en seis países (Francia, Italia, Hungría, Austria, Bélgica y Eslovenia) y segunda en otros seis (Alemania, Polonia, Países Bajos, Rumania, República Checa y Eslovaquia). Y si se unieran todas las facciones ultras, tendrían la segunda bancada de la Eurocámara (25% de los escaños). Hace 20 años, prosigue Forti, las derechas radicales superaban por los pelos el 10% y hace 40 años, en 1984, no llegaban ni a 4%. 

Marine Le Pen y Giorgia Meloni, las grandes ganadoras del domingo 9 de junio, tienen mucho que festejar. Aun así, prosigue Lamant, «la hipótesis de que el Parlamento sea rehén de los partidos de extrema derecha parece descartada. El Partido Popular Europeo (PPE, el bloque conservador de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen) sigue siendo la primera fuerza. Y la coalición saliente, formada por tres grupos etiquetados como «proeuropeos» (el PPE, los socialdemócratas y los liberales), parece capaz de superar por sí sola la barrera de la mayoría absoluta (361 escaños). En esta fase, las proyecciones le otorgan 401 escaños [sobre 720], un orden de magnitud más o menos similar al del Parlamento saliente».

Si en la campaña, cuando los conservadores dudaban de los guarismos que obtendrían, Von der Leyen se había abierto a una alianza con los sectores más «moderados» de la extrema derecha, como el liderado por Giorgia Meloni, una vez hechas las cuentas, la política conservadora alemana se declaró contraria a ambos extremos: «de derecha» y «de izquierda», aunque varios de los partidos conservadores de su bancada ya han deshecho los «cordones sanitarios» y han pactado en sus países con los radicales de derecha domésticos.

El problema es que las extremas derechas han ganado en países centrales de la Unión Europea: Agrupación Nacional (RN, por sus siglas en francés) se ha impuesto en Francia con una lista encabezada por el actual presidente del partido y sobrino político de Marine Le Pen, el joven Jordan Bardella; Hermanos de Italia (FdI, por sus siglas en italiano) se impuso en la tercera economía de la eurozona, y Alternativa para Alemania (AfD, por sus siglas en alemán) dio el sorpasso y quedó segunda, por encima del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), reviviendo fantasmas y traumas variados, en virtud de los vínculos emocionales de una parte de ese colectivo con el pasado nacional-socialista. Si solo se hubiera votado en la ex-República Democrática Alemana (comunista), AfD habría quedado primera. Pero no se trata de una ola sino de un crecimiento sostenido, que plantea desafíos diversos.

En Francia, RN -que viene creciendo desde hace años- cosechó 31,4% de los votos y 30 bancas -es el partido individual con más diputados de la Eurocámara-; Meloni obtuvo 28,8% gracias en parte al declive de la Liga de Matteo Salvini -con la centroizquierda del Partido Democrático, liderado por Elly Schlein, en alza, con 24,1%- y AfD consiguió 15% -y siete diputados más que en 2019-. AfD fue excluida del grupo Identidad y Democracia (ID) -donde están RN de Le Pen y la Liga- por las declaraciones pronazis de uno de sus líderes -Maximilian Krah había dicho que no todos quienes portaban un uniforme de las SS eran criminales y al final terminó dimitiendo-. Ahora AfD quedó como «no alineado», fuera de ambos bloques ultras -ID y Conservadores y Reformistas Europeos- que se redefinirán con los nuevos resultados. Le Pen busca una unión de extremas derechas que no es fácil: Ucrania/Rusia y otros temas los dividen, incluidas disputas a escala nacional.

En el caso alemán, se trató de una mezcla de castigo a la coalición semáforo en el poder -socialdemócratas, verdes y liberales- y de un declive electoral progresivo del SPD (que obtuvo el porcentaje más bajo desde 1949).

La extrema derecha, liderada por el Partido de la Libertad (FPÖ, por sus siglas en alemán), ganó también en Austria -con 25,4%-: se trata de uno de los primeros partidos «desdiabolizados» de la extrema derecha europea, gracias a los acuerdos con los conservadores desde el año 2000. Y en Hungría, el partido de Viktor Orbán, quien se propone una contrarrevolución cultural a escala europea, mantuvo su hegemonía con 44,8%, aunque con el desafío de un disidente de esta fuerza, que formó el partido Respeto y Libertad y obtuvo 30%.

Mientras que en Francia los conservadores de Los Republicanos se hundieron a 7,3%, en España el Partido Popular (PP) quedó en primer lugar con 34,2% -aunque no logró la victoria holgada que deseaba frente al Partido Socialista Obrero Español (PSOE), que resistió con 30,2%- y en Alemania la Unión Demócrata Cristiana (CDU) se impuso cómodamente con 30%. En España, la extrema derecha de Vox, aliada al presidente argentino Javier Milei, obtuvo 9,6% -una mejora respecto de las anteriores elecciones europeas pero limitada por el dinamismo conservador del PP-. La emergencia de la agrupación Se Acabó la Fiesta, con un discurso radical antipolíticos y una campaña heterodoxa en las redes sociales, ha sido una de las sorpresas de la elección con 4,6%. En Portugal, donde los socialistas consiguieron el primer lugar con 32,1%, la extrema derecha de Chega (Basta) aglutinó 9,8% de los votos.

Los conservadores también se impusieron en Irlanda –donde Sinn Féin quedó tercero– y en Grecia, pero allí 38% de los votos fueron a diversas opciones de izquierda: Syriza, socialdemócratas y comunistas. Un dato importante: los liberales de Donald Tusk ganaron en Polonia, donde Ley y Justicia, una fuerza influyente de la extrema derecha europea, quedó segunda -tras perder la elecciones y el gobierno en 2023-.

El panorama de la izquierda es muy variado. El derrumbe de La Izquierda en Alemania obedeció, en parte, a la emergencia de la facción de izquierda antiprogresista de Sahra Wagenknecht. Por su parte, el desplome de Sumar en España, ante un PSOE más dinámico, provocó la renuncia de la vicepresidenta Yolanda Díaz al liderazgo del espacio.

Los medios se refirieron a lo ocurrido en el extremo norte de Europa como «la excepción nórdica». Allí cayó la extrema derecha, que venía en alza, y creció la izquierda. Luz al final del túnel, oasis electoral… los nórdicos -corrientemente idealizados- venían experimentando un auge ultra que esta vez cedió. En Finlandia, la Alianza de la Izquierda obtuvo el segundo lugar; en Suecia, el Partido de la Izquierda fue el que más creció; y en Dinamarca, la izquierda verde del Partido Popular Socialista logró ser la fuerza más votada.

En Finlandia, la Alianza de la Izquierda, liderada por Li Andersson, consiguió 17% de los votos, y sus propios dirigentes mostraron su sorpresa. La extrema derecha del Partido de los Finlandeses (antes Verdaderos Finlandeses), que forma parte del gobierno de coalición conservador, se hundió a 7,6% (había sido la segunda fuerza en las elecciones generales de abril de 2023 con 20,1%). Como recuerda Javier Biosca Azcoiti en un artículo reciente, el partido de extrema derecha, que controla siete ministerios y cuya líder, Riikka Purra, es viceprimera ministra y ministra de Finanzas, ha sufrido varios escándalos desde que alcanzó el poder. Durante su primer mes como viceprimera ministra se filtraron en la prensa las declaraciones racistas de Purra en un foro hace 15 años. «Si están por Helsinki, ¿alguien se apunta a escupir a mendigos y golpear a niños negros?», escribió. Otro ministro debió dimitir tras revelarse que había participado en un evento de una organización pronazi. También había difundido un muñeco de nieve de su factura con capucha del Ku Klux Klan y una soga en la mano.

En Suecia, el Partido de la Izquierda consiguió 11% y la socialdemocracia se impuso con 25%. En el caso sueco, relata un artículo del Huffpost, el partido de extrema derecha -que ha caído de 20,5% a 13,2%- ha tenido que lidiar durante las últimas semanas con una investigación periodística que reveló que la formación había estado utilizando cuentas troll en redes sociales para, además de lanzar sus mensajes ultraderechistas, atacar a partidos de gobierno aliados. La noche electoral, uno de sus diputados fue descubierto entonando una canción de corte nazi. 

En Dinamarca, se impuso la izquierda verde del Partido Popular Socialista con 17,4% de los votos y la socialdemocracia en el gobierno -que ha impulsado fuertes políticas antiinmigración- retrocedió al tercer lugar. (El Partido Popular Socialista fue fundado en 1959 tras la expulsión del presidente del Partido Comunista de Dinamarca, Aksel Larsen, tras condenar la invasión soviética de Hungría). Y en Bélgica, los posmaoístas del Partido del Trabajo -que es más fuerte en Valonia que en Flandes- obtuvieron 5,6% a escala federal.

El resultado francés ha impactado con fuerza en la política doméstica. El presidente Emmanuel Macron decidió, de manera sorpresiva, disolver la Asamblea Nacional y convocar a elecciones anticipadas para el 30 de junio. La extrema derecha, con Bardella de candidato, buscará la mayoría parlamentaria para «cohabitar» con Macron eligiendo al primer ministro, mientras Macron busca reeditar un clivaje muy desgastado para posicionar a su espacio, Renacimiento, como el dique republicano contra la extrema derecha. El 15% obtenido por la candidata macronista, Valérie Hayer, muestra el desgaste de su propia figura, extremadamente impopular en gran parte de Francia, donde es visto como «el presidente de los ricos». 

La izquierda francesa, por su parte, se reagrupó de urgencia en un Frente Popular que deberá tomar forma en los próximos días, mientras temas como Ucrania y Gaza tensionan sus filas. Si la anterior alianza -la Nueva Unión Popular, Ecológica y Social (NUPES)- tenía a La Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon como figura central, con los socialistas debilitados por su marginalidad en las últimas presidenciales, esta vez el Partido Socialista ha logrado revivir con la candidatura independiente de Raphaël Glucksmann, que obtuvo 13,8% de los votos, lo que redefine parcialmente la correlación de fuerzas dentro de la izquierda. El Frente Popular genera entusiasmo en las bases y podría extenderse a la izquierda social y ciudadana. El periódico Liberation tituló su portada del 11 de junio con esa consigna: Faire Front Populaire (Construir un frente popular).

Marine Le Pen vuelve a delegar, como en las europeas, la batalla para el 30 de junio en su joven delfín de 28 años, quien se mueve con destreza en TikTok, donde tiene 1,5 millones de seguidores y varios de sus posteos suman uno, dos y hasta cinco millones. En esas publicaciones, escribió la analista Mary Harrington, no se retrata «la Francia estereotipada» que circula en el extranjero, sino una «Francia conservadora, de pueblo pequeño, de convenciones sociales y orgullo feroz por los detalles minuciosos de la cultura regional»; una Francia tratada durante mucho tiempo como «moribunda, envejecida e irrelevante» a la que se suman hoy nuevas cohortes de jóvenes. «Es difícil saber -añade Harrington- si este fenómeno es un reflejo de la participación política de la Generación Z o un esfuerzo por atraerla. Pero sea cual fuere la causalidad, el paso de la comunicación escrita al vídeo está dando poder a un nuevo tipo de político».

Lejos de una ola mayoritaria, lo que se ve es una fuerte fragmentación del voto -con una alta abstención: solo en 11 de los 27 países se superó el 50% de participación-, con minorías intensas de extrema derecha que, dado el clima político-cultural más amplio de crisis progresista, logran marcar la agenda y la conversación pública. Pero la «rebeldía de derecha», que consigue a menudo capturar el inconformismo respecto de la precarización de la vida social, la dificultad para acceder a una vivienda, las inseguridades culturales y la erosión de los servicios públicos, navega por aguas inciertas cuando esas mismas derechas llegan al gobierno. Reto Mitteregger, investigador en comportamiento electoral y partidos políticos de la Universidad de Zurich, aporta otra razón en una conversación con ElDiario.es: «Lo que vemos en Suecia, Dinamarca y Finlandia podría ser una forma de descontento con los actuales gobiernos. En estos países, la derecha radical es parte del gobierno (Finlandia), lo apoya desde fuera (Suecia) o el Ejecutivo ha adoptado políticas migratorias de la extrema derecha (Dinamarca). Los partidos más a la izquierda son, por el contrario, los principales partidos de la oposición».

Es difícil evaluar el impacto de estas reconfiguraciones. La maquinaria de Bruselas busca ser una aplanadora de radicalismos, a menudo al costo de cierta institucionalidad tecnocrática/posdemocrática. Pero aun así, lo que ocurra en Francia y Alemania puede incidir en la Unión tal como la conocemos, que mantiene a los conservadores como sus ambiguos garantes, moviéndose entre la defensa de las instituciones y la pulsión por pactar con los ultras.

Publicado originalmente en https://www.nuso.org/

Pablo Stefanoni es doctor en Historia por la Universidad de Buenos Aires. Publicó varios artículos y libros sobre las izquierdas y América Latina y combina el trabajo periodístico con la investigación en ciencias sociales. Es autor de Los inconformistas del Centenario. Intelectuales, socialismo y nación en una Bolivia en crisis (1925-1939) (La Paz, Plural, 2015) y coautor, con Martín Baña, de Todo lo que necesitás saber sobre la Revolución Rusa (Buenos Aires, Paidós, 2017). Desde 2011 se desempeña como jefe de redacción de la revista Nueva Sociedad. Colabora con la edición Cono Sur de Le Monde Diplomatique y con el suplemento «Ideas» del diario La Nación. Actualmente forma parte del Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas (CeDInCI)/Universidad Nacional de San Martín (Unsam).

Ana Valdivia, investigadora en inteligencia artificial de la Universidad De Oxford: “Si el algoritmo es racista es porque se ha entrenado con datos racistas”

Ana Valdivia (Barcelona, 1990) es profesora e investigadora en Inteligencia Artificial, Gobierno y Políticas en el Oxford Internet Institute de la Universidad de Oxford. Matemática e informática, ha estudiado la influencia en las sociedades de la recopilación masiva de datos o el uso de algoritmos en las fronteras. Actualmente su trabajo se centra en los impactos medioambientales y sociales de la inteligencia artificial. Colabora con organizaciones como AlgoRace, que analiza los usos de la IA desde una perspectiva antirracista, y escribe en el blog La paradoja de Jevons. Atiende a CTXT por videoconferencia.

Por Elena de Sus / CTXT

Ya que es usted matemática e informática, me gustaría pedirle en primer lugar que nos explique qué es eso que llamamos inteligencia artificial y hasta dónde puede llegar, porque claro, tenemos a los señores de OpenAI hablando de “riesgos catastróficos para la humanidad”…

Pues a ver, ¿qué es la inteligencia artificial? A mí me gusta mucho la definición que está reflejada en la nueva Ley de Inteligencia Artificial de la Unión Europea. Explica que es un conjunto de hardware y software en el que un algoritmo se programa con un objetivo y llega a alcanzar ese objetivo de la manera más eficiente, algorítmicamente hablando, con datos.

O sea, básicamente es un algoritmo que se programa en un ordenador, o en un servidor, y que alcanza un objetivo aprendiendo de los datos que le han sido dados. No es algo nuevo. El concepto de inteligencia artificial se acuñó en 1956 en Estados Unidos, lo que pasa es que en aquella época la capacidad computacional de los ordenadores no era la que tenemos ahora, ni las sociedades estaban tan “datificadas”: hoy en día se recogen muchos más datos que en 1956. Entonces, se ha producido una explosión de esta tecnología porque hay ordenadores más potentes y hay datos con los que entrenar esos algoritmos en esos ordenadores potentes.

En esta definición de la ley europea también se explica que hay diferentes técnicas en las que se puede basar un algoritmo de inteligencia artificial, que son el aprendizaje automático, el aprendizaje profundo, algoritmos basados en reglas predefinidas o métodos más estadísticos como la heurística. Son conceptos muy técnicos, pero creo que esa definición está muy bien.

¿Hasta dónde puede llegar esta tecnología? Pues eso depende de la sociedad y de las manos en las que caiga. Yo publiqué un escrito en 2020 en el que hablaba sobre los mitos de la inteligencia artificial. Predecía que en los siguientes años los avances de la inteligencia artificial iban a recaer en manos de empresas privadas porque son las que tienen la capacidad de pagar la infraestructura para entrenar algoritmos como ChatGPT. Y es lo que está pasando. Desde las universidades ya nos hemos quedado muy cortas porque no tenemos esa capacidad computacional.

La IA llegará hasta donde quieran estas empresas privadas y hasta donde la regulación les permita. Ahora se le están poniendo trabas a OpenAI con los datos, por el tema del copyright. Uno de los talones de Aquiles de la inteligencia artificial son los datos. Sin ellos no puedes entrenar algoritmos. ChatGPT se ha entrenado extrayendo todos los datos de internet, pero muchos tenían un copyright

Ha mencionado la gran cantidad de recursos que hacen falta para sacar adelante estos sistemas y creo que eso es lo que está estudiando ahora mismo. No sé si podría contar un poco de eso, de la parte más “física” de la IA.

Llevo muchos años investigando la inteligencia artificial y siempre he analizado la parte del código: cómo crear algoritmos que sean más transparentes o más justos, cómo mitigar los sesgos, etc.

En los últimos años me he ido dando cuenta de que la parte de la infraestructura, de la materialidad de la inteligencia artificial, estaba muy poco analizada. Y creo que es algo que se debe tener en cuenta en estos marcos de rendición de cuentas algorítmica. Cuando tú auditas un algoritmo, no solo tienes que auditar el código, también tienes que auditar qué empresa lo ha hecho, bajo qué software, cuánta agua se ha gastado, cuánto carbono se ha emitido, si ha tenido algún impacto en las comunidades locales… Es lo que estoy estudiando ahora, desde el origen: qué minerales se necesitan para crear las GPUs, que son los microchips con los que se entrenan algoritmos como ChatGPT porque tienen la capacidad de procesar algoritmos sofisticados de manera más rápida. Quién está fabricando GPUs a nivel mundial, que es Nvidia, con un 80% del mercado de GPUs. Casi toda la infraestructura de la inteligencia artificial recae en esta empresa. Luego, cuando esos microchips se envían a centros de datos, cuánta energía gastan, cuánta agua. Por último, el final del ciclo. Cada cinco años los centros de datos tienen que renovar su infraestructura, eso significa que cada cinco años las GPUs de un centro de datos se desechan; pues bueno, dónde se desechan, cómo se reciclan… Y qué impacto medioambiental y social está teniendo cada una de esas fases.

Estudio eso y también otra parte de la industria de la inteligencia artificial, que es quién está etiquetando los datos, quién está entrenando los algoritmos, etc. Siempre hace falta mucho trabajo humano.

¿Hasta qué punto el consumo de recursos de la IA es superior al que ya tenía la industria de las tecnologías de la información y comunicación? Porque los megacentros de datos ya existían…

Las GPUs, que son los chips que se utilizan para jugar a videojuegos y para la inteligencia artificial, consumen mucha más agua y mucha más electricidad porque son más sofisticados.

El primer móvil que tuvimos gastaba mucha menos electricidad que el móvil que tenemos ahora, porque ahora tenemos nuestra vida digital, claro. Se da la paradoja de Jevons. La tecnología cada vez es más eficiente pero cada vez hay más, cada vez necesitamos más centros de datos, tenemos cada vez más aparatos digitales, entonces sí, todo es más eficiente pero, al fin y al cabo, estamos consumiendo mucho más.

El hecho de que el control de la tecnología esté quedando en manos privadas, ¿qué consecuencias puede tener en su desarrollo?

En el campo de la inteligencia artificial siempre ha habido colaboraciones público-privadas de empresas tecnológicas con universidades. Por ejemplo, el primer chatbot que se codificó fue obra de IBM y la Universidad de Georgetown en Estados Unidos.

Pero últimamente está recayendo solo en manos privadas porque son los que tienen los datos y la capacidad computacional, lo vemos por ejemplo con Twitter. Twitter era una fuente muy rica de datos para las investigadoras académicas como yo, porque podías analizar ciertos comportamientos sociales en redes, pero esa información ya no está disponible.

Cuando Elon Musk decidió dejar de facilitarla, todos mis estudiantes entraron en pánico. Ahora tienes que pagar si quieres tener acceso a estos datos. Se han privatizado todas las fuentes de información, pertenecen a Microsoft, Amazon, o Google. Como ellos tienen la materia prima de los datos, ya nos queda muy poco que hacer a las universidades.

Luego está el tema de la capacidad de cómputo. En mi departamento, en Oxford, ahora empezamos a tener GPUs, pero son muy costosas.

Las universidades jugamos en un segundo nivel en cuanto a desarrollo tecnológico. Ahora estamos auditando lo que están haciendo las empresas privadas. Poniendo el ojo crítico o desarrollando cosas a partir de lo que ellos han desarrollado. ¿Cuántos papers científicos están ahora analizando el ChatGPT, sus sesgos y sus aplicaciones? Esta va a ser la tendencia en los próximos años.

Sobre el tema de los sesgos, he estado leyendo el informe Una introducción a la IA y la discriminación algorítmica para movimientos sociales, de AlgoRace, del que es una de las investigadoras principales. Muchas veces en redes, cuando alguien habla de los sesgos de la inteligencia artificial, aparece otro que responde que las personas, los funcionarios, también tienen sesgos. La conclusión a la que se llega en el informe, si no he entendido mal, es que la inteligencia artificial va a ser racista mientras el sistema en su conjunto sea racista, pero no sé si se puede mitigar esto de alguna manera.

Veíamos que en España todo el mundo decía que la inteligencia artificial es racista, y para mí esa narrativa es una manera de escurrir el bulto de las grandes tecnológicas y de las personas que están diseñando esa inteligencia artificial racista, porque la inteligencia artificial en sí es una herramienta. Es como un martillo. Lo puedes utilizar para clavar un cuadro en la pared y poner tu casa más bonita o para hacer daño a una persona. La inteligencia artificial la puedes utilizar para seguir reproduciendo violencias estructurales, por ejemplo, con un algoritmo que haga más difícil pedir ayudas públicas a comunidades históricamente marginalizadas, o puedes crear un algoritmo que te analice movimientos financieros dentro de los partidos políticos e identifique quién está haciendo movimientos corruptos.

En España aún no tenemos un algoritmo que detecte ese tipo de corrupción, pero tenemos el algoritmo Bosco que dice si tienes derecho al bono social para la factura de la luz o no. La fundación Civio ha querido auditarlo, pero no nos han permitido acceder al código.

Me ha sorprendido saber que se están utilizando ya muchos algoritmos de este tipo en España, no lo sabía.

Sí, sí, se utilizan mucho. Está el Bosco; está Viogen, que es el de la violencia de género; hay otro de violencia de género en el País Vasco, yo misma lo estuve auditando con un juez y con una experta en temas legales y de tecnología. Una cosa que me resulta interesante es que la mayoría de veces la justificación para implementar un algoritmo en la vida pública es la falta de recursos. Por ejemplo, en el caso del algoritmo de violencia de género en el País Vasco, la justificación fue que la Ertzaintza no tenía suficientes expertos en violencia de género.

Entonces dijeron, bueno, como tenemos falta de recursos humanos, lo que vamos a hacer es poner un algoritmo que prediga el riesgo de violencia de género que tiene cualquier persona que venga a nuestra comisaría a reportar que está sufriendo esta violencia.

Una de las cosas que decimos Javi [Javier Sánchez Monedero, el otro investigador principal del informe] y yo es: no, primero mejora la infraestructura, pon los recursos necesarios en ese sitio. Una vez la Ertzaintza tenga los recursos para evaluar de una manera humana esos casos de violencia, entonces sí, pon el algoritmo como una herramienta extra, pero un algoritmo que esté bien diseñado, porque este algoritmo está muy mal diseñado, funciona muy, muy mal. Y está hoy en día asesorando casos de violencia de género en el País Vasco.

La inteligencia artificial no es una solución a ningún problema estructural. Se tendría que poner como una herramienta de ayuda ante un sistema público bien financiado y con trabajadores en buenas condiciones.

También puede ser una forma de escurrir el bulto, supongo, porque lo que haga la máquina no es culpa de nadie…

A mis alumnos en la Universidad de Oxford siempre les desmitifico la idea del black box, de la caja negra, siempre les digo que los algoritmos no son una caja negra, que muchas veces las cajas negras son las instituciones, porque cuando yo, como informática y matemática, tengo acceso al código de un algoritmo, puedo preguntarle al algoritmo cómo está tomando las decisiones, lo puedo auditar. El problema es que muchas veces las administraciones o las instituciones no te dan permiso.

Pero es posible interrogar a los algoritmos igual que a las personas, incluso el algoritmo es un poquito más transparente porque no te puede mentir. Tú lo estás viendo, son fórmulas matemáticas, en cambio una persona sí que te puede mentir sobre cómo ha tomado una decisión.

Así que los procesos algorítmicos siempre son más transparentes que los humanos. Incluso esa transparencia permite detectar cuándo una institución tiene sesgos racistas.

Esto lo hemos visto en el Reino Unido, cuando el Ministerio de Interior decidió implantar un algoritmo para analizar las solicitudes de visados para entrar al país. Lo tuvieron que cancelar porque casi todas las personas de África recibían una puntuación muy alta, que indicaba que su caso debía examinarse en profundidad, lo que alargaba el proceso.

Entonces decidieron cancelarlo porque efectivamente la ley en el Reino Unido exige un trato igualitario sin tener en cuenta tu nacionalidad, tu género, tu orientación sexual, etc. Y se estaba vulnerando esa ley porque el algoritmo valoraba en función de la nacionalidad.

Vale, se canceló y todo bien, pero yo digo que tendríamos que ir más allá, porque el algoritmo estaba mostrando que históricamente las solicitudes que venían de África recibían un mayor escrutinio, que los humanos las estaban tramitando así. Los algoritmos pueden revelar patrones racistas o sexistas de nuestras instituciones. Si el algoritmo es racista es porque se ha entrenado con datos racistas, porque los humanos que han producido esos datos tenían comportamientos racistas.

Me ha llamado la atención el ejemplo que ha puesto antes de un algoritmo para investigar la corrupción. ¿Cree que los sectores progresistas deberían utilizar más estas herramientas o explorar un poco ese tema?

Pues sí, estaría muy bien que se crearan ese tipo de escrutinios algorítmicos. Sería importante ver quién los diseña, claro, pero un algoritmo te puede mostrar muchísimas cosas porque básicamente analiza patrones en los datos. Así que estaría muy bien que grupos progresistas de nuestro país abogaran por el uso de algoritmos. Vemos cómo estas tecnologías sirven a los poderosos, en vez de utilizarse como una herramienta del pueblo.

Por último, ¿cómo valora la reciente Ley de Inteligencia Artificial de la Unión Europea?

Tiene cosas buenas y malas. Es bueno que se regule esta tecnología. No sé hasta qué punto teníamos ya regulaciones que podían servir. Por ejemplo, la Ley de Protección de Datos. No sé si era necesaria una regulación específica o habría que fortalecer más las que ya teníamos, pero bueno, aun así está bien que se regule.

Por otro lado, vemos muchos vacíos. Por ejemplo, el artículo 83 de ese reglamento dice que todas las bases de datos destinadas a contexto migratorio de la Unión Europea están exentas de la regulación. O sea, que hecha la ley, hecha la trampa también. La Unión Europea se lava las manos y dice que se considerará de riesgo alto toda inteligencia artificial implementada en el contexto migratorio, pero que las suyas propias están exentas. Hay también otros temas como el del reconocimiento facial en vivo, que parecía que se iba a prohibir totalmente, pero al final la policía va a poder utilizarlo. En temas de seguridad también la legislación es muy laxa. Entonces, bueno, está bien, pero está mal. Y también, recordando lo que hemos hablado del impacto medioambiental, este reglamento dice que la inteligencia artificial se utilizará de una manera sostenible, pero no dice cómo de sostenible ni qué significa sostenible ni qué directrices existen.

Judith Butler, filósofa: “Las feministas que no repudian a la derecha antigénero son sus cómplices”

La intelectual estadounidense, una de las más influyentes de nuestro tiempo, regresa a su tema bandera con ‘¿Quién teme al género?’, libro en el que acusa a las feministas antitrans de formar “una alianza inconsciente” con las corrientes conservadoras, que han hecho del género una batalla cultural

Por Marc Bassets / El País

De lejos, impone. El impacto de su obra en el debate público, raro en alguien de la academia. La prosa críptica. El estatus de símbolo en el que adoradores y enemigos proyectan sus fantasmas. Judith Butler (Cleveland, 68 años) es una de las figuras intelectuales más influyentes de nuestro tiempo. De cerca, es otra cosa. Aparece una persona menuda y de aspecto frágil en la puerta de La Coupole, la vieja brasserie de escritores y artistas en el parisiense bulevar Montparnasse. En la conversación se descubre como una mente de acero, implacable: no deja pasar una. También irónica, sarcástica. Ligereza y sesuda seriedad. La profesora de la Universidad de Berkeley, California, que está en París porque ha participado en un ciclo en el Centre Pompidou, además de abrir el género, ha escrito ensayos sobre la violencia por parte de los Estados, la resistencia o el dolor, entre otros temas.

Butler, que se registró hace unos años como persona no binaria en California, explica cuando se le pregunta por los pronombres: “Es una forma de solidaridad con los otros elles (theys, en inglés) del mundo”. Cuando le decimos que la Real Academia Española no admite el pronombre elle, y le preguntamos qué hacer, responde: “Mencione esta norma, si EL PAÍS quiere estar en conformidad con la Real Academia, pero ponga que es consciente de que no es correcto respecto a mí. Depende de usted. No soy la policía. No voy a decir: ‘Haga esto”.

Elle, pues, acaba de publicar ¿Quién teme al género? (Paidós, 2024, traducción de Alicia Martorell Linares), quizá el más accesible de sus libros desde que irrumpió en 1990 con El género en disputa, escrito en una jerga que espantaba a muchos lectores, un estilo que defendía diciendo que “sería un error pensar que la gramática heredada es el mejor vehículo para expresar ideas radicales”. Ahora opta por una mayor claridad: “Si hubiese sabido que El género en disputa tendría una audiencia amplia, probablemente lo habría escrito de otra manera.”

PREGUNTA. Hablaba en El género en disputa de su tío, “encarcelado debido a su cuerpo anatómicamente anómalo”. ¿Cómo influyó en su manera de entender el género?

RESPUESTA. Yo no era consciente, cuando crecía, de que tenía este tío. Nunca le vi. Mi madre nos decía que le mandaron a otro lugar, que no era capaz de pensar ni hablar, que no era comunicativo y que no podríamos visitarlo. Cuando murió, un primo mío descubrió que de hecho sí hablaba y que podríamos haberlo conocido. Con mi primo investigamos y preguntamos a mi madre, que ahora lamenta cómo se gestionó la vida de su hermano. Mi tío no desarrolló rasgos sexuales y mentales considerados normativos, y mi familia, al parecer, se sentía avergonzada de él, y le mandaron a una institución para personas desafiadas psicológicamente. ¿Estaba desafiado psicológicamente? ¿O respondía al rechazo por parte de su familia? La pregunta está abierta.

P. ¿Cómo era su familia?

R. Mis padres y abuelos, especialmente mis abuelos, se esforzaban por asimilarse a las normas culturales de Estados Unidos. Venían de Europa oriental y, al menos en el lado de mi madre, muchas personas en su familia eran judíos que fueron asesinados por los nazis. Así que a mi familia les preocupaban las apariencias. Copiaban las figuras de Hollywood y querían tener un aspecto muy americano, muy chic y elegante. El género era importante. Uno debía aparentar bien su género: ser un hombre guapo y una bella mujer. Crecí en este mundo de secretos e ideales de género. Y supongo que así empecé a pensar en la crueldad de las normas de género y en lo importante que es la libertad de género, la libertad de producir un mundo en el que las personas que no siempre encajan en la norma son libres de vivir y respirar, y ser aceptadas y amadas y reconocidas por ser quienes son, sin discriminación ni patología.

P. La idea del libro ¿Quién teme al género? parte de una experiencia de acoso y violencia en Brasil. ¿Qué ocurrió? ¿Y qué aprendió?

R. Quemaron una efigie mía en el exterior del centro cultural Sesc Pompeia en São Paulo, yo lo vi por internet, estaba escondida dentro. Era 2017. Después me acosaron en el aeropuerto cuando estaba marchándome con mi novia, mi pareja [la politóloga Wendy Brown], no mi mujer porque no quiere casarse conmigo. Llevamos 33 años en pareja y no quiere casarse conmigo, es marxista, no cree en esto [se ríe].

P. ¿Le gustaría a usted?

R. No, pero me gusta pedírselo, se lo pido siempre, es como una broma. Dice que debería divorciarse de mí si me casase con ella. Puede ponerlo en la entrevista.

Judith Butler
Judith Butler en la rosaleda del Jardín de Luxemburgo, París, este 30 de abril. Samuel Aranda

P. Contaba que les acosaron en el aeropuerto.

R. Sí. Me decían: ‘¡Eres pedófila!’. O: ‘’¡Quite sus manos de nuestros hijos!’. Me confundió profundamente. Yo no había entendido que, al menos para algunas personas que forman parte del movimiento antigénero, si quitas la prohibición contra la homosexualidad, entonces se derrumba la prohibición de la sexualidad con los animales, con los menores, y te conviertes en una peligrosa y caótica criatura sexual sin restricciones morales. Es una fantasmagoría. Y me pregunté: ‘¿Qué creerá esta gente que es el género?’. No es un movimiento depredador ni adoctrinador, y, sin embargo, se nos atribuyó la depredación y el adoctrinamiento.

P. Entonces, ¿quién teme al género?

R. Todo el mundo.

P. ¿Todo el mundo? ¿De verdad?

R. Sí, eso creo [estalla en una carcajada]. Disculpe, se supone que soy intelectual y hablo con seriedad. Lo soy, por cierto.

P. ¿Por qué dice que todo el mundo lo teme?

R. Si Giorgia Meloni dice que estos ideólogos del género te quitarán tu identidad sexual, suena terrorífico. La mayoría de las personas quiere saber que su identidad sexual es firme y que nadie le puede quitar su estatus legal como hombre o mujer. Meloni lo dice porque quiere quitar la identidad sexual de las personas trans, les quiere quitar el derecho legal de autoasignarse una identidad sexual. Hay que producir un fantasma, un relato ficticio que asuste a la gente para atraerlo a su bando y atacar a comunidades trans, queer, que son, en una parte mayoritaria, comunidades vulnerables. Pero la verdad es que a todos, en relación con nuestro sexo o género, sea cual sea el lenguaje que usemos, se nos puede hacer sentir ansiedad al respecto. El psicoanálisis va de eso.

P. ¿Usted siente esta ansiedad?

R. Probablemente tanto como usted.

P. Así que todos tenemos miedo del género…

R. Pueden lograr que tengas miedo, o que experimentes una inestabilidad. Los niños, ¿deben actuar así, o jugar así? El género siempre va acompañado de normas, y hay que aprenderlas, no son naturales. Y se aprenden, en parte, con errores, y cuando dicen: “Quítate este lazo del cabello”, o “el color rosa, no, querido”. Aunque Rafa puede llevar rosa.

P. ¿Quién?

R. Rafael Nadal. ¿Cómo puede Rafa llevar el color rosa? Siempre va de rosa. Es el tipo de masculinidad definitiva. Él está cómodo con su masculinidad: “Dadme rosa, dadme violeta”. ¡Me encanta!

P. La ansiedad, ¿cómo la explica?

R. ¿Lo estoy haciendo bien? ¿Cómo se me percibe? ¿Soy un hombre suficientemente fuerte? Si no lo soy, ¿no soy un hombre? Si no llevo según qué cosa, ¿no soy una mujer? Hay muchas normas sociales que nos pueden hacer sentir ansiedad por el género. Los padres, las religiones, las instituciones educativas o estatales. Esta ansiedad la explotan las fuerzas de extrema derecha, la amplifican.

P. ¿Votará a Joe Biden para evitar que gane Donald Trump?

R. No. Le diré lo que pienso. Rechazamos votar por Biden hasta el último minuto. Presionamos a la Administración de Biden, porque todos los jóvenes que se oponen a Biden hace bien en oponerse. Así que no diré nada en favor de Biden.

P. Pero en el último minuto lo dirá.

R. Probablemente, pero dependerá de cómo estén las cosas. Al votar en California [un Estado no decisivo, donde la victoria demócrata ya está garantizada], no es necesario que vote.

P. Su voz tiene peso.

R. No apoyaré a Biden. Criticaré a Trump. Los criticaré a ambos, francamente.

P. ¿Por qué no apoyará a Biden?

R. Porque está apoyando este genocidio horrible en Gaza, y porque ha continuado con las políticas de Trump en la frontera sur de EE UU dejando a una enorme cantidad de personas en una condición de detención indefinida. La frontera sur viola cualquier ley de derechos humanos posible. Prometió que lo cambiaría y no lo ha hecho.

P. Llama genocidio a lo que ocurre en Gaza. ¿No es un término legal, algo que los tribunales decidirán?

R. Es un genocidio. Centenares y centenares de juristas han confirmado que lo que está ocurriendo en Gaza está conforme con lo que dice la Convención contra el genocidio. Esto está establecido.

P. Se ha metido en problemas por sus opiniones sobre esta cuestión.

R. Siempre me meto en problemas.

P. Ahora nos apartamos del género, pero volveremos…

R. …puede que se trate del género. La manera en que se me trata puede que tenga que ver con el género. Quizá, no lo sé. ¿Se me habría tratado igual si fuese un hombre? Es una pregunta.

P. En todo caso, para usted está claro que lo que sucede en Gaza es un genocidio. El ataque de Hamás del 7 de octubre, ¿diría que fue genocida?

R. No. Hubo atrocidades, pero no buscaban la muerte de todas las personas en la región sobre la base de su religión o de su nacionalidad.

P. ¿Lamenta haber dicho que lo que Hamás hizo el 7 de octubre fue un “levantamiento” y un “acto de resistencia”?

R. Debemos hacer una distinción. He condenado a Hamás desde el principio y continúo condenándolo. Yo defiendo una ética y política de la no violencia. Las organizaciones palestinas a las que apoyo son todas no violentas. La resistencia, para mí, no es algo romántico ni un ideal, es descriptivo. Entiendo que resisten, combaten la ocupación, pero nunca he apoyado a Hamás y sigo condenando sus atrocidades.

P. Volvamos al género. Hay algo que se le ha criticado en el nuevo libro y puede sorprender a los lectores, y es que pone en el mismo saco a la extrema derecha, al Vaticano y a las feministas progresistas…

R. … ¡Oh! ¿Feministas progresistas? ¿O bien feministas regresivas? ¡Wow!

P. Se consideran progresistas.

R. No lo creo. ¿Usan esa palabra? Me sorprendería. Si me lo puede usted documentar…

P. Así que no son progresistas.

R. Regresan al reduccionismo biológico, que es aquello contra lo que el feminismo siempre luchó. La biología no es el destino: Simone de Beauvoir.

P. Simone de Beauvoir también dice que la biología existe, habla de hembras y machos.

R. Y yo también lo digo. Yo acepto que la biología existe, no niego la biología. Una cosa es decir que la biología te determina y otra distinta decir que la biología existe. Puede existir sin determinarte. Yo afirmo que la biología existe, pero lo interesante es que las ciencias biológicas constantemente están cambiando el marco en el interior del cual decidir la determinación del sexo. ¿Leemos toda la biología, y vemos los debates internos, los estudios biológicos sobre el sexo y la sexualidad? ¿O solo elegimos los que nos gustan y los conectamos a nuestra teoría para decir “esto es lo que dice la biología”?

P. Pone a estas feministas en el mismo saco que los fascistas.

R. No el mismo saco. Son sacos muy distintos. Lea con atención. Lo que digo es que es una alianza inconsciente. Me pregunto por qué feministas que deberían estar aliadas con gais, lesbianas, trans y con movimientos sociales a veces rompen estas alianzas y se hacen eco de los mismos argumentos de la derecha.

P. Las llama “cómplices”.

R. Si no repudian el ataque de la derecha contra el género, entonces son cómplices. Deberían repudiarlo, luchar en contra. ¿Les importa la violencia basada en el género? ¿El derecho al aborto? ¡Sí! ¿Quieren oponerse a la discriminación basada en el sexo? Todo esto está siendo atacado por el “movimiento contra la ideología de género”, que ataca también al feminismo porque lo coloca junto a los movimientos de gais, lesbianas y trans. ¿Por qué no se disocian de ello? Sería genial si lo repudiasen. Necesitamos una solidaridad contra el fascismo y el autoritarismo emergente. Es una invitación.

P. ¿Una invitación a abandonar su punto de vista?

R. No, pueden mantenerlo, pero asegurándose de que lo hacen de manera que también censuran la crítica fascista del género, para no ser identificadas con ella. J. K. Rowling lo hizo maravillosamente cuando Putin dijo: “Estoy de acuerdo con J. K. Rowling”, y J. K. Rowling rápidamente dijo: “No, somos diferentes”. Y pensé: “Qué bonito”.