Joseph Stiglitz: «Tenemos ahora una oligarquía destruyendo las reglas del juego»

Premio Nobel de Economía en 2001, Joseph E. Stiglitz (Gary, Indiana, 1943) es uno de los economistas más influyentes del mundo. En su último libro, ‘Camino de libertad. La economía y la buena sociedad’ (Taurus, 2025), propone una visión de la libertad basada en la justicia social y la igualdad de oportunidades. Hablamos con él sobre la guerra arancelaria de Donald Trump, la importancia de los medios de comunicación y la academia como contrapesos del poder y la necesidad de ampliar la libertad de elección. 

Por Elena Herrero-Beaumont

En una época de fragilidad emocional y social, hablar de libertad casi suena utópico. ¿Por qué decidió escribir este libro ahora? ¿Qué le llevó a repensar la libertad como tema central del debate económico?

Escribí el libro antes de las elecciones de 2024 en Estados Unidos. Era consciente de que la libertad sería un tema central, y por un momento así fue. Kamala Harris usó «Yes She Can» como himno de su campaña, y hubo debates sobre los derechos reproductivos y otras libertades clave. Algunas de las cuestiones que se planteaban, como la libertad de portar un arma, trataban de algo que es central en el libro: el reconocimiento de que la libertad de una persona puede restringir la de otra. Estos temas surgieron, pero no dominaron la campaña. Fueron unas elecciones en las que mucha gente sentía que no iba bien y Donald Trump prometía un cambio. No creo que entendieran completamente que sería un caos y una desestabilización de las instituciones. Pero fue una elección sobre el cambio, y Harris representaba la continuidad. Los valores de la libertad están tan arraigados en la cultura estadounidense que pensé que merecía un debate más profundo. Porque lo que representaba el Partido Demócrata era la libertad de cada individuo de desarrollar su potencial. Si pudiera cambiar la conversación sobre lo que los republicanos llaman libertad —hacer lo que uno quiera sin importar las consecuencias—, pensé que podría convencer a la mayoría de que mi concepción de la libertad es la que ellos realmente desean. Quienes defendemos posturas progresistas tenemos en realidad una agenda que expande la libertad. Durante mucho tiempo, ha sido la derecha la que ha reclamado la agenda de la libertad. Yo quería recuperar eso y convertirlo en una parte central del debate intelectual y político.

Usted critica la noción individualista de libertad, en gran medida formulada por pensadores como Hayek y Friedman. ¿Cómo entiende la libertad real? ¿Por qué reducir la intervención del Estado no es suficiente para garantizar que las personas sean verdaderamente libres?

Abordo este tema desde la perspectiva económica. Cuando los economistas hablan de libertad suelen preguntarse: «¿Qué eres libre de hacer?». Alguien al borde de la inanición no tiene libertad. La libertad real depende del conjunto de oportunidades que una persona tiene, y eso rara vez se amplía de forma individual. Pongo ejemplos donde cooperar amplía la libertad. Incluso una pequeña restricción puede en realidad ampliar la libertad. Por ejemplo, los semáforos: en una ciudad como Nueva York, son una limitación; no puedes avanzar hasta que se ponga en verde. Pero si no existiera ese semáforo habría caos. Así que una simple regulación nos permite avanzar. Lo mismo ocurrió durante la pandemia. La vacuna de ARN mensajero se desarrolló gracias a recursos públicos. Ningún individuo por sí solo podría haberlo hecho. Requirió inversión estatal, que se financia con impuestos. Esa obligación —pagar impuestos— es una restricción menor frente a la libertad de vivir que nos dio esa vacuna. Cooperar implica aceptar ciertas limitaciones, pero en el panorama general, esas limitaciones amplían enormemente nuestras posibilidades y nuestra libertad real.

Esto está conectado con la visión utilitarista, en el sentido de que tus acciones deben realizarse de una forma que beneficie al mayor número de personas. ¿En qué se distingue de lo que, por ejemplo, John Stuart Mill quería transmitir?

John Stuart Mill vivió en una época marcada por la intolerancia, y por eso centró su defensa de la libertad en el derecho a creer y pensar libremente, siempre que eso no afectara a otros. Fue un gran defensor de la tolerancia. Yo también trato ese tema, aunque su enfoque sobre lo que hoy llamamos «externalidades» era secundario. Pero casi 200 años después vivimos en sociedades densas e interconectadas. Y en estas economías, lo que una persona hace tiene un impacto mucho mayor sobre los demás. Por eso, el problema no es solo la tolerancia sino también de qué manera las acciones de una persona pueden afectar a los demás. Un monopolista que fija precios altos le quita a otro la libertad, quizás incluso la posibilidad de comprar un medicamento vital. Eso es una compensación. Y los economistas trabajamos precisamente con compensaciones. En el libro argumento que una sociedad razonable, tras una buena deliberación, concluirá que es más importante preservar los derechos de los explotados que los del explotador. Que la libertad de vivir sin miedo es más importante que la libertad de portar un arma automática. Habrá desacuerdos, claro, pero creo que puede lograrse un consenso amplio. En los casos más complejos, propongo que pensemos como lo haría el «espectador imparcial» de Adam Smith o bajo el «velo de la ignorancia» de John Rawls. Cuando pensamos en qué tipo de sociedad queremos vivir, deberíamos hacerlo desde la perspectiva de que no sabemos en qué lugar vamos a nacer dentro de esa sociedad. Y creo que la mayoría de la gente estaría de acuerdo en que un sistema impositivo progresivo bien diseñado es el sistema contractual que todos apoyaríamos.

Las contribuciones de John Rawls no han tenido el impacto que una gran filosofía como la suya debería haber tenido. ¿Por qué cree que está ocurriendo esto en Estados Unidos, donde se ha vuelto tan difícil transmitir estos mensajes al público y a los líderes políticos?

El debate en Estados Unidos ha sido secuestrado por una visión muy egoísta del individualismo, promovida por sectores del Partido Republicano. Es un individualismo que no considera el velo de la ignorancia de Rawls ni el espectador imparcial de Adam Smith. El peor ejemplo son Elon Musk y Donald Trump. Tenemos ahora una oligarquía destruyendo las reglas del juego. Porque el Congreso es el único que puede redactarlas, y ellos simplemente las están ignorando mientras arrasan con los distintos departamentos del gobierno. Ni siquiera están prestando atención a las salvaguardas, a las normas establecidas por congresos anteriores. Estas son las acciones más antidemocráticas que hemos enfrentado en la historia de nuestra nación. La naturaleza de los oligarcas es que les resulta muy difícil entender realmente la vida de los estadounidenses comunes, que en toda su vida ganan lo que ellos ganan en una hora. No pueden comprender sus necesidades ni preocupaciones. Al desmantelar el papel del Estado, eliminan servicios que no valoran porque no los necesitan, pero que son esenciales para millones de personas.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Qué ha fallado por parte de los demócratas?

Es un tema que traté en mi libro El precio de la desigualdad, publicado en 2012, basado en un artículo que escribí en 2011 titulado Of the 1%, by the 1%, for the 1%. Allí advertía que Estados Unidos había permitido que la desigualdad creciera de forma excesiva y percibida —con razón— como injusta. No acompañamos adecuadamente a quienes quedaron rezagados en la transición de una economía agraria hacia una basada en servicios y conocimiento. Muchos quedaron sin oportunidades ni esperanza. Aunque los demócratas mostraban más compasión, terminaron aceptando muchas de las mismas políticas neoliberales que los republicanos, solo que con algo más de empatía. Eso nos dejó con más de 40 años de creciente desigualdad. En ese contexto, advertí que era terreno fértil para un demagogo. No sabía quién sería, pero finalmente fue alguien tan peligroso como Trump, que supo aprovechar el malestar, amplificarlo y polarizar a la sociedad. Y me preocupaba el hecho de que el mundo está lleno de una gran oferta de demagogos potenciales. Lo preocupante es que esto puede agravarse con la inteligencia artificial y otras crisis. Trump propone destruir nuestras instituciones educativas, imponer aranceles que no generarán empleos y elevarán la inflación. Así que mi lectura de lo que ocurrirá es que, mientras la retórica sea airada y haya una guerra cultural contra los demócratas, el resultado será el empeoramiento de las mismas fuerzas que lo llevaron al poder.

Sostiene que la verdadera libertad requiere de un acceso efectivo a la educación, a la sanidad, a la vivienda, a la seguridad económica. ¿Cómo podemos garantizar estas condiciones sin caer en el paternalismo?

Ante todo, no se trata de quitar la libertad de elegir. La libertad de elección es fundamental, y la agenda progresista que propongo busca ampliarla. Por ejemplo, en Estados Unidos la mayoría solo tiene acceso a una o dos aseguradoras privadas de salud, muchas de las cuales obtienen beneficios negando la atención médica, lo que ha generado una gran frustración. Lo que propongo es una opción pública pero no obligatoria. Una aseguradora sin fines de lucro. Su objetivo no sería explotar a los individuos, sino mejorar sus vidas y ofrecer una buena atención médica. Ese es un ejemplo de cómo podemos fomentar mejores decisiones y dar más opciones. Lo mismo con la vivienda. En 2008, vimos cómo las hipotecas mal diseñadas destruyeron el patrimonio de millones. Una opción pública podría ofrecer condiciones más humanas: flexibilidad ante la pérdida de empleo, reglas más justas y sin afán de lucro. Sería una alternativa segura, no una imposición. Por último, nuestro sistema educativo debería enseñarnos a tomar mejores decisiones. Porque las decisiones son complejas, tienen consecuencias para toda la vida. Y ahora mismo quienes tienen un interés particular en que elijas lo que les conviene son los principales proveedores de información. Sería bueno que la información viniera de alguien sin ese tipo de conflicto de intereses.

Usted aboga por un capitalismo progresista con instituciones que restauren la confianza pública y protejan el bien común. Lo que Donald Trump está haciendo es erosionar y desmantelar las principales instituciones. Tengo dos preguntas al respecto. Primero: ¿ve suficiente resistencia desde la sociedad civil y la academia? Segundo: ¿cree que ese sector sigue siendo lo suficientemente fuerte como para combatir esta guerra? Y si no es así, ¿qué futuro ve para Estados Unidos en los próximos años?

Tienes toda la razón. Hay una guerra en marcha ahora mismo por parte de la administración Trump contra las instituciones que sostienen la democracia. Una democracia es más que elecciones cada cuatro años. Muchos tememos que en 2026 no vayamos a tener unas elecciones justas y libres. Trump ataca todas las instituciones que ofrecen salvaguardas: como la prensa, a la que llama «enemigo del pueblo», las universidades y el sistema judicial. Estamos al borde de una crisis constitucional. En cuanto a las universidades, Trump fue tan lejos que Harvard dijo: «Hasta aquí», y todas las demás universidades estuvieron de acuerdo. Primero fue una intromisión, pidiendo solo un poco, y Columbia cedió. Muchos de nosotros dijimos que había sido un error porque los regímenes autoritarios primero piden un poco, luego piden mucho. El aspecto más decepcionante ha sido la actitud de los despachos de abogados, porque se esperaría que los bufetes defendieran la ley. Pero cedieron, y accedieron a ofrecer lo que se estima que serán hasta mil millones de dólares en honorarios y servicios legales para promover la agenda ilegal de Trump. Afortunadamente, no todos lo hicieron. Las universidades están siendo atacadas porque son fuente de pensamiento independiente. No se trata solo de proteger a los individuos, sino de proteger nuestra democracia. El sistema de contrapesos no solo existe dentro del gobierno. Se trata también de un conjunto de equilibrios dentro de la sociedad donde los medios de comunicación y el mundo académico desempeñan un papel absolutamente central. Donald Trump simplemente no entiende esto, y quiere aplastar la libertad académica. No lo vamos a permitir. Nuestros estudiantes, nuestro profesorado, están unidos en este valor fundamental.

Muchos académicos están pensando en mudarse a Europa. ¿Qué futuro ve para la Unión Europea en los próximos años? ¿Y cómo cree que las guerras comerciales van a afectar la economía europea?

Europa es hoy el principal bastión de la democracia y los derechos humanos. Y eso está atrayendo a muchos profesionales y académicos desde Estados Unidos. Es irónico: durante el siglo XX, el mundo académico estadounidense se fortaleció gracias a quienes huyeron de Europa por la pérdida de libertad. Ahora, el movimiento es inverso. En muchos sentidos, es aún peor que eso, porque una de las fortalezas de Estados Unidos siempre ha sido el poder blando, el respeto que nos tenían, y eso se ha perdido. La cuestión comercial es más simple. Casi con certeza perderemos la guerra comercial. Estados Unidos representa solo el 20% del PIB mundial. Los productos que Estados Unidos exporta a China son productos agrícolas, que puede comprar a cualquier otro país. En cambio, los productos que Estados Unidos importa de China son muy específicos y no pueden adquirirse fácilmente en otros países. En particular, las tierras raras solo pueden comprarse en China. En ese sentido, Trump ha cometido un error aún mayor. Cree que, porque el volumen de importaciones chinas es mayor, tenemos más poder de negociación. En realidad, los aranceles estadounidenses son un shock de demanda para China, pero los aranceles chinos representan un shock de oferta para nosotros, y responder a eso es mucho más difícil y costoso. Para empeorar aún más las cosas, dos de nuestras principales industrias exportadoras son el turismo y la educación. Él no entiende que en una economía del siglo XXI las exportaciones no son solo bienes, sino también servicios. Pero ¿quién querría venir a estudiar o hacer turismo a un país donde puedes ser detenido sin explicación? Estas son acciones propias de gobiernos autoritarios. Pero ni siquiera los peores gobiernos autoritarios del mundo hacen esto, porque no quieren dañar su reputación. Lo que hemos visto en Estados Unidos es lo peor de lo peor, y se hace de forma aleatoria. Es una revolución cultural improvisada, con gente actuando sin pensar, sin ninguna conciencia de las consecuencias de sus actos.

¿Qué ha aprendido a lo largo de su vida sobre la conexión entre la libertad y el sufrimiento? ¿Y qué diría a quienes desde su vulnerabilidad luchan e intentan mantener la esperanza en una sociedad buena? 

Tenemos la capacidad de crear una sociedad mejor. No es fácil, y lamentablemente hay fuerzas que empujan en contra. Las cosas son frágiles, más frágiles de lo que nos gustaría. Cuando comencé mi carrera, hace más de 60 años, me preocupaban los derechos civiles. Marché con Martin Luther King en 1963 en Washington D.C. Hice mi posgrado en parte porque quería ver qué podíamos hacer los economistas, los científicos sociales, para mejorar el mundo. Durante un tiempo, las cosas mejoraron, pero luego empeoraron. Y aunque entendimos mejor las dinámicas que generaban desigualdad, esas mismas fuerzas se intensificaron. La creciente concentración de riqueza y de poder terminó creando el caldo de cultivo perfecto para los demagogos. Y aquí estamos. Así que mi respuesta es que tenemos que seguir luchando. Recientemente apareció un artículo precioso en la portada de un periódico mostrando a Bernie Sanders, un hombre de 83 años como yo, junto a Alexandria Ocasio-Cortez, una joven política muy inteligente, recorriendo el país. Están reuniendo multitudes de 40.000 personas o más. Hay mucho entusiasmo por un nuevo progresismo, y eso es lo que me da esperanza. Creo que, al final, vamos a ganar.

Fuente: Ethic.es

Escuchar a los muertos

Por Raúl Zibechi

La asamblea de los muertos, los caídos en la lucha, dialoga con los zapatistas vivos. El intercambio fue representado en la primera obra de teatro del Encuentro de Rebeldías y Resistencias “Algunas partes del todo”, en el semillero de Morelia desde el 2 hasta el 16 de agosto.

Los muertos explican a los combatientes actuales que en la historia de las revoluciones y las luchas siempre se reproduce la pirámide, siempre quedan algunos allá arriba. Y les piden que no repitan sus errores porque, si lo hacen, va a volver a quedar la pirámide y con ella las mismas opresiones contra las que se levantaron. Así de simple es la historia del siglo XX mirada desde abajo.

La cultura política zapatista supone cambios de fondo respecto a lo que hemos aprendido y reproducido las generaciones de rebeldes, hasta ahora. No se trata de cambios menores, de estilo o de palabras, sino una radical y profunda transformación que pasa por la crítica y la autocrítica, para desembocar en una nueva forma de ver y de hacer. Si tomamos todos y cada uno de los temas que hacen a la lucha revolucionaria, podremos comprender la profundidad de los contrastes entre el zapatismo y la vieja cultura política de las izquierdas.

En la década de 1970, uno de los lemas que nos impulsaba rezaba: “Ser como el Che”. Por un lado, apelaba a una ética del compromiso militante, de poner el cuerpo y dar la vida si es necesario, lo que me sigue resultado válido. Por otro, llamaba a seguir sus pasos, lo que ya me parece problemático porque se propone un camino sin haber hecho un balance autocrítico.

Desde 1994, el EZLN se propuso recorrer un camino propio, diseñado por los pueblos organizados y no por la vanguardia, a la que muy pronto le quitaron el protagonismo, quizá al colocar al CCRI (Comité Clandestino Revolucionario Indígena) al timón de mando.

El lema “mandar obedeciendo” implica una ruptura completa con los modos vanguardistas que sólo obedecen a lo que decide la dirección de la vanguardia, o sea varones, blancos o mestizos, formados en universidades, bien hablados y poco o nada dispuestos a escuchar a los pueblos.

Una revolución en la lucha. Pero tan otra, tan diferente, que muchos militantes no tienen capacidad y voluntad de comprenderla, de aceptar que las cosas no deben ser como fueron antes. Por más que el EZLN se empeña en explicar que son un movimiento diferente, no resulta sencillo para quienes siguen comprometidos con la vieja cultura política, comprender de qué se trata la propuesta y las formas de hacer zapatistas.

Una primera cuestión remite a ese diálogo entre los muertos y los vivos, que se resume en la pirámide y en la necesidad de destruirla o derribarla, no en invertirla como señaló el capitán Marcos en uno de los comunicados recientes.

Una segunda cuestión son los conceptos de triunfo y derrota, por poner apenas un ejemplo. Para la vieja cultura, el triunfo es la toma del poder, o en la versión electoral, la llegada al Palacio de Gobierno.

Se trata de juntar muchas personas, a las que denominan “masas”, inertes por tanto, imantadas por el jefe o caudillo de turno, al que deben seguir sin más. Para triunfar no sólo hace falta ser muchos, sino unidad y homogeneizar las propias filas para poder ser dirigidas por arriba de la pirámide.

En esta cultura, la pirámide no sólo es necesaria, sino que se convierte en el centro, y eso se resume en quién está allá arriba, en tal o cual nombre. Puede ser un Evo Morales o un quien sea, que cuando ya no está, todo se viene abajo porque ha chupado la energía colectiva, desorganizando a los pueblos que todo lo colocan fuera de sí mismos, en el mandamás o caudillo de turno.

Para los pueblos, el triunfo, la ganancia, es seguir siendo pueblos. Algo que no pasa por entrar al palacio, por la toma del poder de los otros, que no tiene la menor utilidad y que debilita a los pueblos. Se trata de construir lo propio, salud, educación, poder o como le llamemos a ese modo de tomar decisiones y de hacerlas cumplir.

En tercer lugar, el diálogo con los muertos supone un balance de las revoluciones pasadas. Todas ellas comenzaron con la crisis de los estados-nación y todas los volvieron más fuertes, más potentes, mientras sus sociedades se hicieron más frágiles y dependientes. En suma, más pirámides, más altas, más impresionantes. Esta es la triste realidad de todas las revoluciones, más allá de que también trajeron cosas positivas para los pueblos.

Hay mucho más que se resume en los siete principios zapatistas. La cultura de la vanguardia es muy similar a la de la izquierda electoral: consiste en tomar el poder. Por eso, han pasado con tanta facilidad de la guerrilla a las elecciones. El zapatismo supone algo diferente. Rechazan la homogeneidad como un intento de dominación fascista; la unidad porque se hace bajo la jefatura de alguien, individual o colectivo. Nada más y nada menos.

Cooperativas bajo asedio: la disputa por la economía popular en Ecuador

Por Decio Machado

En Ecuador, las cooperativas de ahorro y crédito representan mucho más que simples instituciones financieras. Son herederas de una tradición comunitaria de solidaridad, confianza mutua y gestión autónoma de recursos en territorios que el sistema financiero privado descarta y donde el Estado suele llegar tarde o nunca llega.

Las cooperativas de ahorro y crédito constituyen, además, un contrapeso histórico a la hegemonía de la banca privada, operando bajo lógicas de proximidad social antes que de maximización de utilidades. De hecho, nacieron como iniciativas de organización comunitaria y barrial; creándose desde abajo, para resolver las necesidades de financiamiento de campesinos, comerciantes, artesanos y trabajadores que no tenían acceso al sistema bancario tradicional. Es por ello que su presencia se concentra en parroquias rurales, cantones pequeños y periferias urbanas, consolidándose como el único vehículo financiero disponible en territorios marginalizados, bajo el desprecio del análisis de costo-beneficio de los grupos financieros tradicionales.

Sin embargo, debido a su capacidad operativa mediante estructuras administrativas relativamente ligeras, contratación de personal local y costos menores al de las entidades financieras convencionales, en la actualidad el sector financiero popular y solidario agrupa a más de 6.1 millones de socios (usuarios), administra unos USD 28 mil millones en activos y representa aproximadamente un tercio del sistema financiero nacional.

Lo anterior, sumado a las más de 16.800 organizaciones (cooperativas de servicios, de producción, de vivienda y de consumo, además de asociaciones productivas y organizaciones comunitarias) que constituyen en llamado “sector real” de la economía popular y solidaria, las cuales en su conjunto involucran a más de 540.000 personas, conforma un ecosistema reconocido por el Estado ecuatoriano, sobre todo a partir de la vigente Constitución de 2008, como un sector económico estratégico.

Ese “sector real” en el cual se desarrollan procesos de producción, intercambio, comercialización, y consumo de bienes y servicios, se relaciona con el sector financiero popular y solidario principalmente a través de productos de ahorro y crédito que los socios de la economía popular y solidaria mantienen con las instituciones financieras pertenecientes al ecosistema. Esta interrelación se materializa en que más de 295.000 socios, asociados y miembros del “sector real” de economía popular y solidaria son también socios en el sector financiero popular y solidario; donde cerca de 100.000 personas de este entorno cuentan con operaciones de crédito vigentes y unas 319.000 personas cooperativistas mantienen depósitos en distintas instituciones financieras del sector.

Salud y legitimidad de las cooperativas

En términos de indicadores de solvencia, el índice de morosidad de las cooperativas de ahorro y crédito ronda el 8,33% promedio, más alto que el 3,27% promedio de la banca privada, aunque que se mantiene en un rango sostenible para el tipo de público al que atienden. A su vez, las políticas de prevención enmarcadas en índices de cobertura de cartera y requerimientos de liquidez obligatoria establecidos por la Superintendencia de Economía Popular y Solidaria (organismo de regulación y control) han operado positivamente evitando cualquier riesgo de colapso sistémico en un sector donde, a la par, el seguro de depósitos COSEDE cubre hasta USD 32.000, lo que brinda una protección importante al pequeño ahorro en cooperativas grandes. Por último, cabe señalar que la solidez del sector financiero popular y solidario radica en que su cartera de crédito se distribuye entre miles de pequeños prestatarios, lo que reduce el riesgo de concentración.

Por otro lado y en lo que respecta al rol social del sistema financiero popular y solidario, la más reciente demostración de su razón de ser tuvo lugar durante la pandemia de 2020, momento en el que mientras los bancos restringían créditos, las cooperativas de ahorro y crédito siguieron financiando microemprendimientos, agricultura familiar y pequeños negocios, lo que reafirmó su legitimidad social.

De hecho, el crecimiento sostenido de este sector durante las últimas décadas se sustenta sobre estos tres pilares estructurales: confianza de los socios en el sector, inserción territorial y legitimidad social.

El apetito de la banca privada

Frente a la amplia diversidad existente en el sector cooperativo, el sistema bancario tradicional se caracteriza por su alta concentración en pocos actores privados. El sistema financiero privado es dominado por tres grandes emporios bancarios que, además, condicionan políticas regulatorias a su favor. La competencia entre estos se enmarca en la disputa por la captación de depósitos y el otorgamiento de créditos de consumo y productivos.

En este contexto, estos grandes bancos privados llevan años interesados en apoderarse de un botín tan apreciable como el capital acumulado en las cooperativas de ahorro y crédito más grandes del país.

Durante los últimos siete años y en especial a partir de la aprobación de la “ley para la defensa de la dolarización” en abril de 2021, los voceros de la gran banca privada nacional no han cesado de arremeter públicamente contra el sector financiero popular y solidario. La narrativa común utilizada por estos combina estrategias de contraste (diferencias normativas) y miedo (crisis inminente).

Ataque al modelo económico popular y solidario

Más allá de la disputa por nichos de mercado, el neoliberalismo y las cooperativas representan dos enfoques económicos opuestos. El neoliberalismo promueve la liberalización del mercado, la privatización y la desregulación, con el objetivo de fomentar el crecimiento económico a través de la competencia individual. Por otro lado, las cooperativas son organizaciones de propiedad conjunta y control democrático, donde los miembros buscan satisfacer necesidades comunes mediante la colaboración y la solidaridad.

Dicho antagonismo se evidenció institucionalmente en la pugna mantenida por años entre los gurús locales del neoliberalismo, reposicionados en los entornos de influencia en la política gubernamental a partir del gobierno de Lenín Moreno, y los funcionarios y operadores de la Superintendencia de Economía Popular y Solidaria. Pese a la gradual implementación en el país de una política liberal y pro-mercado, hoy derivado en neoliberalismo pragmático con rasgos autoritarios, sector financiero popular y solidario se mantuvo sin sufrir graves agresiones.

Sin embargo, el Fondo Monetario Internacional (FMI) en su Programa de Evaluación del Sector Financiero con Ecuador (Agosto/2023), sentaría las bases de la reforma legal hoy en curso. Ignorando que cooperativas y bancos son entidades de naturaleza distinta (sentido de identidad y propiedad, nicho de negocio, modelo de toma de decisiones…), en dicho informe se señala que: “considerando que el funcionamiento y los modelos de negocio de las cooperativas de crédito más grandes son más cercanos a los bancos que a las demás cooperativas, las autoridades podrían considerar transferir la supervisión de las cooperativas más grandes a la Superintendencia de Bancos”. El documento sostiene además que dicha transferencia “podría mejorar la eficiencia y eficacia de la supervisión”, indicando que la falta de control no permite “obtener una visión integral del perfil de riesgo” de las cooperativas.

Las recomendaciones del FMI conllevan una gran carga de intencionalidad más política que técnica, pues la Superintendencia de Bancos lleva años bajo control de los principales bancos del país, dejando de ser un organismo de regulación y control para ser una estructura al servicio de quienes dominan el sector financiero nacional.

Lo anterior marca el punto de partida de la actual ofensiva contra la cooperativas de ahorro y crédito, y por extensión, contra el sistema de la economía popular y solidaria en su conjunto. La agenda fondomonetarista propiciaría la actual alianza estratégica entre el poder político y el poder financiero frente a las cooperativas de ahorro y crédito. Mientras el gobierno de Daniel Noboa busca, bajo supuestos criterios de modernización económica, acabar con viejos modelos y estructuras comunitarias históricamente enraizadas en el país; los grandes bancos que controlan el sistema financiero privado buscan desplazar a la economía solidaria de su nicho natural, con el fin de capturar un mercado que ha sabido sostenerse con base en la cercanía comunitaria.

Así las cosas y teniendo en cuenta que el Estado no es un mero aparato de que “administra” la sociedad, sino una condensación de relaciones de fuerza, en la Asamblea Nacional tendrían lugar dos episodios consecutivos que cambiarían radicalmente el escenario hasta entonces existente. El primero tuvo lugar el 12 de mayo de 2025, con la censura -mediante juicio político- de la funcionaria a cargo de la Superintendencia de Economía Popular y Solidaria durante el periodo de resistencia a la captura del sector por parte de los grandes grupos de capital financiero privado. El segundo momento se da apenas un mes después, cuando el 24 de junio es aprobada en el Legislativo la Ley Orgánica de Integridad Pública y su Disposición Transitoria Décimo Primera, mediante la cual dispone identificar a las cooperativas de ahorro y crédito que deban ser transformadas en sociedades anónimas del sector financiero privado y traspasarlas a la supervisión de la Superintendencia de Bancos.

La disposición mencionada actúa como llave para un proceso de transformación forzada de cooperativas en bancos, bajo el argumento de modernizar la gestión, fortalecer la solvencia y aumentar la transparencia, poniendo en juego no solo la autonomía de estas entidades, sino el destino mismo de la economía popular y solidaria.

Por añadidura, es de reseñar que detrás de este discurso tecnocrático se esconde un interés evidente: la conversión de cooperativas en bancos abre la puerta a la entrada de accionistas privados (los grandes bancos), los cuales con mayor músculo financiero se harán con el control mayoritario de instituciones que hasta ahora habían sido propiedad de los socios de las cooperativas.

El gobierno, en sintonía con organismos multilaterales y cámaras empresariales, presenta esta normativa como parte de una agenda de “modernización capitalista”. El relato oficial insiste en que el país debe alinearse con “estándares internacionales” que garanticen confianza de inversionistas extranjeros y la estabilidad macroeconómica.

Sin embargo, modernización aquí se traduce en el desmantelamiento de formas de organización económica enraizadas en la cultura popular para imponer modelos financieros verticales, ajenos a la lógica del territorio. Bajo el ropaje de la eficiencia y la transparencia, lo que se promueve es una redistribución regresiva del poder económico: quitarle a las bases sociales organizadas para entregarle a los grandes capitales.

El trasfondo político: una economía al servicio del capital

No se trata solo de una disputa técnica sobre la regulación financiera. Lo que está en juego es la orientación misma del modelo económico ecuatoriano. Las cooperativas encarnan una tradición de autonomía social y resiliencia comunitaria, vital en un país atravesado por crisis recurrentes. Su desarticulación significa, en términos políticos, la pérdida de un espacio de soberanía económica frente a los intereses del capital financiero.

El Estado actúa aquí como garante del mercado, no como defensor del interés público. El discurso de integridad y transparencia funciona como pretexto para allanar el camino a la concentración de capitales y la subordinación de la economía popular a las reglas del juego neoliberal.

En definitiva, el problema de fondo no es si las cooperativas deben “modernizarse” o no, sino quién controla los recursos financieros del país: ¿los socios organizados bajo principios de solidaridad y proximidad, o un puñado de grupos económicos que ya concentran buena parte de la riqueza nacional?

Estado de situación y perspectivas

En la tarde del 4 de agosto de 2025, la Corte Constitucional del Ecuador informaría de la suspensión provisional de la Disposición Transitoria Décimo Primera de la Ley Orgánica de Integridad Pública.

Esta decisión se enmarca en el proceso de admisibilidad de las acciones públicas de inconstitucionalidad y de suspensión de normas que, a primera vista, podrían afectar derechos fundamentales. Se trata de una actuación técnica y jurídica que busca precautelar el cumplimiento y la supremacía de la Constitución de la República del Ecuador, sin que constituya aún pronunciamiento de fondo sobre dicho proceso.

Lo anterior, pese a que presuponga cierto nivel de avance de las posturas en defensa de la economía popular y solidaria, prolonga en el tiempo el actual escenario de incertidumbre, a la espera, sin fecha establecida, de un dictamen final de la Corte Constitucional al respecto.

Mientras tanto, por esta decisión y otras similares derivadas de la aprobación indebida de leyes consideradas económicas urgentes en la Asamblea Nacional, el gobierno ha convertido estratégicamente a la Corte Constitucional en su principal antagonista político. Posiblemente estemos en los preámbulos de lo que será un nuevo proceso constituyente, en esta ocasión regresivo en materia de derechos.

Por su parte y ante este escenario de acoso y derribo al sector financiero popular y solidario, tanto el espectro político de la izquierda institucional como de la social brillan por su ausencia. Los primeros, inmersos en un proceso de crisis interna tras su última derrota electoral y desconectados cada vez más de la realidad sociopolítica nacional, guardan silencio e incluso fueron cómplices del juicio político que censuró a quien fuera la anterior titular de la Superintendencia de Economía Popular y Solidaria, el único organismo del Estado que hasta poco antes había defendido al sector de la economía popular frente a la presión de las juntas regulatorias -financiera y monetaria-, el Ministerio de Economía y Finanzas, la comisión legislativa de desarrollo económico, el lobby del capital financiero y los multilaterales. Los segundos, con una dirección política recién instalada y en franco proceso de renuncia a sus reivindicaciones históricas como movimiento social, abandonan a su suerte al amplio segmento indígena que compone el sector cooperativo financiero nacional. De hecho, hay algunos que de forma muy infantil incluso hablan de derecho de los indígenas a montar bancos.

Por último y en lo que respecto al sector, mientras la actual dirección de la Superintendencia de Economía Popular y Solidario guarda un silencio cómplice respecto al conflicto, la heterogeneidad que transversaliza el mundo de las cooperativas de ahorro y crédito se muestra de diferentes formas. Unos se agrupan y organizan para hacer frente a la embestida gubernamental y bancario, otros buscan negociar una salida particular para sus cooperativas e incluso hay quienes apoyan la desarticulación del sector, pensando ilusóriamente en apropiarse de determinadas instituciones financieras solidarias y la sucesión dinástica de sus gerencias.

Conclusión

La Disposición Transitoria Décimo Primera es una jugada estratégica que redefine el tablero financiero en Ecuador. Bajo el disfraz de un tecnicismo legal y de la falsa necesidad de darle estabilidad al sector de las cooperativas, se abre paso a una reconfiguración estructural: la economía popular y solidaria pierde autonomía, se socava las bases de la economía tradicional, la banca privada gana un nuevo mercado y el gobierno se presenta como un actor modernizador del país mientras cumple servilmente la agenda fondomonetarista.

El desenlace no es menor. Está en juego la posibilidad de que Ecuador siga siendo un país donde convivan múltiples formas de organización económica, o que la uniformidad capitalista, cada vez más feroz e impuesta desde arriba, termine borrando décadas de construcción comunitaria y solidaria.

Produciendo Relaciones Comunitarias frente al Estado y al Mercado

por Alejandro Marambio-Tapia

 

El propósito de este artículo es destacar el desarrollo de iniciativas económicas alternativas y la capacidad que tuvieron (y tienen) para producir y reforzar la emergencia de la comunitario en Chile, lo que resultó crucial para enfrentar la crisis sociosanitaria y socioeconómica de principios de esta década. A través del análisis de los casos, observaremos como estas iniciativas económicas de intercambio no convencionales colaboraron a producir y explicar relaciones comunitarias más allá de cercanías geográficas y emocionales. Consideramos que esto fue (es) factible por la fuerza relacional de la vida económica de escala comunitaria, y por la forma en que estas iniciativas económicas albergaron prácticas de consumo crítico. Nuestra propuesta de consumo crítico se define como una adquisición y apropiación de bienes y servicios orientada a la colectivización, que conlleva una reflexividad mínima sobre el consumo en sí mismo, lo que permite sostener tanto racionalidades alternativas al mercado desregulado como politizaciones que no toman como principal referente al Estado.

El contexto de la crisis sociosanitaria permitió observar la debilidad del mercado -en su versión hegemónica desregulada neoliberal- para proveer un marco coherente, constante y fluido para el intercambio, la provisión y el consumo a nivel micro. Luego, la emergencia de prácticas económicas fuera del mercado, parcial o completamente, constituye una experiencia en comunidad que logró ofrecer cohesión social en una sociedad. Este marco alternativo de provisión se dio en una sociedad caracterizada por una financiarización de la vida cotidiana (salud, educación, vivienda, consumo, etc.), por un endeudamiento de hogares normalizado, y un Estado usualmente ausente. Esto se sumó a la desconfianza y distanciamiento que impusieron los confinamientos en Chile, uno de los más extendidos de Latinoamérica, que implicó restricciones totales y parciales entre marzo de 2020 y julio de 2021 en los centros urbanos del país.

Este marco alternativo de provisión refiere a formas de consumo e intercambio que circulan en el ecosistema de la economía social-solidaria, esto es, el conjunto de ideas y prácticas individuales, colectivas y empresariales que abordan la economía desde una perspectiva más solidaria, colaborativa y ética que la economía marginalista o “convencional” (da Ros, 2007; Gibson-Graham, 2017) y que en ese sentido son alternativas a las que imperan en el actual sistema económico.

Para elaborar nuestro análisis, prestamos atención a cuatro experiencias ejemplares y representativas de las prácticas económicas a estudiar, todas ubicadas en ciudades intermedias de Chile: la plataforma de Trueque de Talca; el Banco de Tiempo de Talca; el colectivo Plantarte Newén de Chillán, y la Cooperativa de Ollas Comunes-Radio Popular de Rancagua. Entendemos que la agencia actúa como un catalizador de acciones entendidas solamente como individuales y económicas, de acuerdo a las comprensiones unívocas y convencionales del consumo (Warde, 2015), y que llegan a colectivizarse en lo comunitario. ¿Y cómo entendemos lo comunitario? En términos generales y operacionales: iniciativas localizadas, realizadas de manera asociativa, orientadas al bienestar, sin fines de lucro, sin dependencia exclusiva del Estado (Cubillos et al, 2022). Estas prácticas de consumo e intercambio funcionan como parte de un enjambre de prácticas -acciones distintas que se superponen al compartir materialidades, significados y habitualidades (Schatzki, 2012)- que van formando una constelación de entramados comunitarios (Gutiérrez, 2020). Esta forma de ver lo comunitario se desliga de referencias excesivamente territoriales, como un barrio, y se amplía hacia un funcionamiento más en red, que, no obstante, nunca deja de tener un asiento local en lo territorial, algo propio de ciudades intermedias. Finalmente, y más allá de una visión tradicional o idealizante, argumentamos que lo comunitario vino a permitir la reproducción material y simbólica de la vida, en alternativa a las deficiencias del Estado y el mercado, durante la pandemia.

Plataformas de trueque, bancos del tiempo, cooperativas de autoconsumo y colectivos de ollas comunes tienden a minimizar el uso del dinero como valor de cambio y realzan la relevancia de la necesidad y el valor de uso, creando mercados alternativos (Easton & Araujo, 1994) en algunos casos con tintes contrahegemónicos y de resistencia cotidiana (Johansson & Vinthagen, 2016). En términos prácticos, buscan operar desde una racionalidad de la reciprocidad, la cooperación y la simetría, aun cuando ello no está exento de tensiones. Incrustados en dichas relaciones comunitarias, no necesariamente personales, estos intercambios involucran lo material, pero también protección y contención. Esto considera el factor emergente de la crisis sociosanitaria, pero también nuevos vínculos que van desarrollándose a partir del despliegue comunitario en las ciudades, a pesar de las condiciones de confinamiento. A diferencia de lo que se ha sostenido respecto al mercado desregulado, se puede observar que ciertas versiones del mercado no corroen necesariamente lo comunitario (Block y Sommers, 2014).

 

VUELTA A LO COMUNITARIO: MÁS ALLÁ DE LAS PROXIMIDADES URBANAS

Durante las últimas décadas, se ha producido una recuperación de la relevancia de lo comunitario como modo de observar a la sociedad (Lash, 1997). Se trata de una comunidad ya no con un carácter tradicional ni monolítico, sino que plagada de fragmentaciones, políticas identitarias, expresiones relacionadas al consumo, y movilizaciones con distintas intensidades de organización (Edwards, 2009), que pueden situarse, o no, dentro del mercado, y que pueden dialogar, o no, con los Estados y la política convencional.

A partir de lo anterior, lo comunitario serían entramados que organizan relaciones sociales de cooperación para la reproducción material y simbólica de la vida (Gutiérrez, 2020; Cubillos-Almendra et al, 2022). Es una comunidad que se puede constituir desde vínculos de parentesco extendidos hasta organizaciones más o menos consolidadas o redes, como en los casos que analizamos en este texto. Se trata entonces de vínculos no determinados por la proximidad física ni por referencia unívoca al barrio, sino que más bien por ciertas adscripciones voluntarias (De Marinis, 2005) a redes que ocurren en las ciudades. Estos entramados permiten un entrar y salir de la mercantilización hacia la desmercantilización, y se orientan al bienestar para sus miembros, quienes pueden participar en estos múltiples entramados con el telón de fondo de lo territorial-local. En este operar, se van generando racionalidades y posibilidades de contra-agencia (Deville, 2016) que no siempre se procesan de manera consciente (Johansson & Vinthagen, 2016).

 

MERCADOS AUTORREGULADOS Y RELACIONES COMUNITARIAS

Uno de los puntos problemáticos de la decadencia de lo público-estatal es el giro político-cultural construido a partir de la ideología de los mercados autorregulados, que no es otra cosa que la entronización de la lógica de la ley de la oferta-demanda y su penetración en el resto de las esferas sociales (Polanyi, 1989). Sin embargo, el doble-movimiento polanyiano en su forma original -esto es, la sociedad organizada a través de un poder estatal, dominando al mercado salvaje- ya no rinde frutos, como se constató en la pandemia. El Estado y sus políticas, en particular en el caso chileno, donde se ha consolidado el retiro del Estado tras cuarenta años de tecnocracia neoliberal, pierde su rol de árbitro de la relación capital-trabajo, consolidando la individualización, desmovilización y precarización de las relaciones sociales y económicas. Sin embargo, la constatación histórica de la imposibilidad de un mercado desincrustado de la sociedad sigue vigente. La no “naturalidad” del mercado autorregulado abre las posibilidades de mirar la economía desde una perspectiva cultural. De hecho, la economía está instituida en instituciones sociales diversas (Polanyi, 1989), pero también está en las relaciones, a nivel micro (Zelizer, 2008; Bandelj, 2015). Esto quiere decir que nuestras prácticas económicas tienen justificaciones, motivaciones y racionalidades de índole moral, social, afectiva, y tienen relación con (des)confianzas, redes, (malos)entendidos, (pre)juicios. Luego, la economía está en la sociedad y está constituida por relaciones sociales y comunitarias. En este sentido relacional, recogemos la discusión respecto al poder “corrosivo” del mercado hacia las relaciones sociales al despojarlas de sentido más significativo y reemplazarlas por la mera instrumentalidad del intercambio de mercado (Block & Sommers, 2014). Por el contrario, apuntamos a testear el poder productor de relaciones (Zelizer, 2008) y entramados de la economía en su conjunto cuando precisamente es capaz de reconfigurar otro tipo de mercados, a través de las experiencias que abordamos en este artículo.

Finalmente, estas dinámicas relacionales permiten también la circulación de materialidades y discursos que sostienen modos alternativos para la economía produciendo iniciativas de economía social-solidaria y mercados con racionalidades alternativas, donde las formas de intercambio y consumo tendrán también otro sentido.

 

EXPERIENCIAS ECONÓMICAS CONTRAHEGEMÓNICAS EN TRES CIUDADES INTERMEDIAS

  1. Cooperativa de Ollas Comunes-Radio Popular

La Cooperativa de Ollas Comunes (COC) de la Radio Popular funcionó desde mayo hasta septiembre de 2020. Esta red de apoyo, provisión y distribución logró abastecer a 20 Ollas Comunes de Rancagua durante el gran confinamiento de 2020, que se prolongó entre 3 a 6 meses. En torno a ella se articulan otras actividades, como rifas y campañas de donación. Respecto a la Radio Popular de Rancagua, que actúa como iniciativa nodriza de esta red, se tiene registro de sus inicios de actividades a comienzos de 2020, visibilizando distintas actividades de protesta social y actividades políticas de la comuna, vinculadas a la revuelta social que tuvo lugar en octubre de 2019 en todo el país y que tuvo como resultado dos procesos de cambio constitucional, finalmente fallidos, en los años siguientes. Puede ser identificada como una práctica de economía solidaria, en el sentido más literal del concepto, puesto se origina como un espacio de acopio de alimentos y apoyo logístico a las ollas comunes surgidas solidariamente para proveer a la comunidad. Se evidencia una labor de comunicación, movilización y articulación comunitaria que busca promover instancias similares en el futuro.

  1. Trueque en Talca

Trueque en Talca (TT) es un grupo de Facebook que nace en marzo de 2020. Su objetivo es el intercambio de objetos, bienes y servicios, sin usar dinero. Durante los primeros meses alcanzan los 4 mil miembros. La creadora del grupo logra visibilidad pública al ser entrevistada por la televisión local. En mayo de 2020 alcanzan los 17 mil miembros y para 2021, se estabilizan en torno a los 24 mil miembros, quienes pueden intercambiar diversos tipos de bienes, y principalmente alimentos, ropa, electrodomésticos, y cualquier otro tipo de objetos. No se permite el intercambio de armas, drogas, medicamentos, y sustancias ilícitas.

La dinámica del grupo se basa en que las personas pueden publicar los objetos o servicios que tengan disponibles para intercambiar, sea por el motivo que sea. Al ofrecer algo se indica qué tipo de bienes necesita o quiere intercambiar. Las personas interactúan en las publicaciones del grupo, donde se realizan las ofertas y los intercambios de hacen de manera directa y presencial.

  1. Plantarte Newén

Plantarte Newén (PN) de Chillán es un espacio colectivo donde desde 2015 se promueven las huertas agroecológicas, soberanía alimentaria, distribución de semillas libres, talleres de huerta, arte callejero, sabiduría ancestral, intercambio de bienes, servicios y conocimientos, promoción de prácticas de consumo consciente y economía circular, y acopio de alimentos no perecibles, ropa y calzado. Sobre esta base, y considerando las consecuencias económicas de la pandemia, deciden realizar una campaña solidaria para ir en ayuda de los comerciantes de la feria de abastos Diagonal Las Termas de Chillán, quienes se vieron afectados por las restricciones del confinamiento para poder trabajar. Además de estas campañas de donaciones, también realizan trueques en donde ofrecen semillas y plantines de sus huertas comunitarias, a cambio de otras semillas, ropa, alimentos, etc. Participan de manera estable 15 personas, pero su alcance llega a las 40–50 personas.

  1. Banco del Tiempo

El Banco del Tiempo de Talca (BDT) opera como una plataforma digital ad hoc donde sus miembros intercambian servicios donde no se pone el acento en un valor monetario o en una medida equivalente y estandarizada, sino en el ofrecer y requerir ciertas habilidades, en forma de servicios o productos, a cambio de otras. En este sentido, la estructuración del BDT se sostendría en las necesidades y posibilidades de quienes forman parte de la organización, para así poder ver “que lo que yo hago te sirve a ti, y lo que tú haces me puede servir a mí” (Entrevista 1, BDT) y de este modo “se cubren necesidades entre las personas y se cobran con tiempo” (Entrevista 2, BDT). La organización del Banco de Tiempo de Talca, en principio es abierta, cualquier persona puede participar; en la medida que pueda ofrecer algo y a la vez sepa reconocer sus necesidades personales para así poder pedir otra cosa a cambio. Se realizan entrevistas a quienes desean formar parte del BDT, en las que se busca identificar los servicios o bienes que podrían entregarse para obtener horas y a la vez aquellos que se requerirían canjeando las horas acumuladas. Es posible observar que hay un flujo de participantes, que ingresan o se van de la organización, entre quienes se han encontrado: psicólogos, reikistas, electricistas, médicos, abogados, personas que practican permacultura, limpiadores, mueblistas, choferes, chefs.

 

NI ESTADO, NI MERCADO: DESAFIANDO ASISTENCIALISMO E INDIVIDUALISMO DESDE COMUNIDADES PRODUCIDAS POR MERCADOS ALTERNATIVOS

Las iniciativas aquí analizadas son diversas, perocomparten su vinculación con racionalidades económicas alternativas -un ethos colectivo-colaborativo- y orientación al consumo desde una perspectiva colectiva y reflexiva. Esto se basa, en primer término, en un rechazo a valores que se identifican como parte de la acción del Estado y del mercado desregulado neoliberal: asistencialismo e individualismo, respectivamente. Primero, rechazan discursivamente al asistencialismo, que asumen como perpetuador de opresiones. No obstante, las iniciativas se mueven en un eje que va desde lo asistencial a lo potencialmente transformador. Transitan desde un auxilio inmediato hacia una visualización de injusticias, y luego de formas de intercambiar y consumir como alternativas a esas injusticias. El consumo es reconfigurado en otros escenarios fuera de los imaginarios de la cultura de consumo, como el mall, y se repolitiza desde una perspectiva crítica: las decisiones de consumo pueden ayudar romper estructuras de exclusión y desigualdad, y a pensar y a discutir modos de vida reivindicativos. Es sacar al consumo (y a la economía doméstica en general) de la esfera privada y tratar de articularlo con un elemento productor de lo comunitario y del cambio social.

El rechazo al asistencialismo y al individualismo es coherente con la idea de un Estado y un Mercado que exasperan por la falta de integración y de respuestas a los problemas sanitarios y económicos. Así, por ejemplo, fruto de las observaciones, vemos que las experiencias de participación presencial directa, como la COC y Plantarte Newén se presentaron como una opción de supervivencia y resiliencia tanto para personas que no tenían ingresos -y que así podían acceder a alimentación e insumos básicos- como para quienes querían evitar la exposición a lugares de alta concurrencia como supermercados. Por otra parte, si bien no sostienen relaciones con el Estado y son críticos de las prácticas políticas por parte de partidos políticos tradicionales, comprenden la necesidad de institucionalidad y se muestran anuentes a vincularse con la esfera más pública electoral hacia el futuro. En el caso de Plantarte Newén, es una organización regular que implica mayor nivel de colectivización y conciencia de lo común, que no dialoga con el Estado y no tiene problemas de autonomía, pero sin duda tiene una articulación de vocación pública, ya que desea incidir en la acción de otros individuos, para sumarlos. Lo anterior se ve como el corolario colectivo-colaborativo que justifica la existencia misma de dichas organizaciones.

En el caso de la Radio Popular, que sostiene a la COC, se destaca como espacio de encuentro para la articulación y coordinación de marchas y acciones de protesta, y luego acciones económicas politizadas, tanto de un intento de desafío a la autoridad política como a la lógica individualista de supervivencia. “Tuvimos mucho cuidado al momento de hacer esta cooperativa y de dejar claro que nosotros somos cooperadores, no somos organizadores de ollas comunes, porque los organizadores son los pobladores; ellos la trabajan y la mantienen en función de las necesidades de cada población… Nosotros siempre presentándonos como una organización social-política, aclarando que para nosotros la olla era un acto político tomando en cuenta la situación social y económica que está viviendo el país en este momento”. (Entrevista 3, Radio Popular).

La COC es un proyecto auto-categorizado como político, pero que opera en la esfera de la distribución y el consumo, con lógicas económicas de circulación de recursos que son insoslayables. Sus organizadores sostienen que no es sólo la entrega de alimentos, sino que la misma forma cómo los consiguen y circulan es lo que quieren enfatizar. Lo ven como una forma distinta de hacer política y que contribuye a generar autonomía y capacidad de contra-agencia.

El TT y el BDT, que ocurre de manera presencial indirecta, puesto que sus intercambios se inician en una plataforma virtual, pero luego se concretan en lo presencial, ocurren fuera del mercado convencional, y constituyen un mercado otro que también discute contra el asistencialismo e individualismo. Sin embargo, no necesariamente implican una politización o una conciencia de aquello. En el caso del TT, sí hay una narrativa desde la creadora del grupo que piensa en un modo de hacer algo de “economía colaborativa y solidaria, circular y sustentable” (Entrevista 4, TT), que luego se expande por sus redes cercanas, como una bola de nieve, y que permitiría construir poco a poco esta suerte de “nuevo doble-movimiento” que contribuye a crear entramados comunitarios. No obstamte, sólo cuando la participación en estos mercados alternativos se hace más recurrente se producen una noción de colectividad reflexiva para cada individuo. “Se crea una mentalidad colectiva comunitaria y eso hace mirar los propios hábitos individuales, que nunca se dejan de lado, pero ahora uno los observa con más detención”. (Entrevista 20, COC).

Los organizadores del TT lo reconocen como algo no asistencial, aunque sí sirve para conectar a quienes trabajan en organizaciones e instancias de ayuda social con quienes la requieren. La acción estatal la vinculan con el clientelismo y el partidismo. Por ello, se intenciona que no haya proselitismo, aunque a través del trocamiento de ciertos productos, algunos integrantes pudieran leerlo así, ya que hay algunos productos con una carga política, porque transportan una visión de mundo (Marambio-Tapia, 2023). Aunque no hay un discurso político en su manera tradicional, si se promueve la práctica del trueque como una alternativa a las formas económicas dominantes. Esto es recogido por algunos participantes que consideran que la red de apoyo y conexiones derivadas de la iniciativa tienen la capacidad de hacer contra-agencia a lo hegemónico, y de producir y cohesionar lo comunitario. “El trueque hace frente a un modelo de sociedad que prioriza la competencia y la individualidad” (Entrevista 5, TT). Esta combinación de intercambios materiales con una significación reflexiva va constituyendo el consumo crítico como forma de participar en estos mercados alternativos.

 

CRÍTICA Y REPRODUCCIÓN MATERIAL: LA POLITIZACIÓN DEL CONSUMO

Respecto a su historicidad, muchas de estas experiencias no surgen tan solo como respuesta a la crisis sociosanitaria de 2020–2021 o a la revuelta social de 2019, sino que son trazables a momentos anteriores. Las surgidas en este momento de crisis sobre crisis están generalmente constituidas por actores con una cierta trayectoria anterior. Las trayectorias de las prácticas económicas son diferentes entre sí. En Plantarte Newénse confirma la hipótesis de que este tipo de prácticas económicas mostraba una mayor consciencia desde antes del 2019, ya que como ellos señalan en sus páginas, vienen trabajando desde hace ya cuatro años. En cambio, las iniciativas estudiadas en Talca y Rancagua surgen a partir de la crisis sanitaria, que sirve como motivación para su realización. Aun así, es posible que quienes impulsen estas prácticas tengan una trayectoria previa que les permita desplegarse con más fuerza en la crisis sanitaria.

En la perspectiva más política de estas iniciativas económicas se han identificado actores concretos, como el mall, a quienes le asignan una posición estructural en la desigualdad y un halo dominador en lo urbano. Sus acciones, entonces, están orientadas a interrumpir circuitos de desigualdad socioeconómica, como la predominancia en el consumo de malls y supermercados, como símbolos del modelo chileno y de un consumo irreflexivo. “Los productos que… están más controlados por un grupo de 5 o 6 empresas que determinan los valores de los productos etcétera e incluso generando como competencias injustas en contra de los almaceneros…”, (Entrevista 22, cooperativa) o “(es injusto que) hoy en día no haya gente que cultive una diversidad de hortalizas o muy pocas, sino que hayan territorios gigantes con monocultivos con pesticidas agro-tóxicos en dónde en el fondo lo más importante recibir la mayor ganancia al menor costo…” (Entrevista 23, cooperativa).

Esta revalorización de lo político a través de los modos y lugares de consumo es posible rastrearla a la revuelta de 2019. Tanto en TT como en los colectivos que promueven economías solidarias hay un espacio para la construcción del consumidor crítico, es decir, un consumidor que a lo menos considera la información de los productos para evaluar su completa trazabilidad: impacto ambiental, impacto social, la posición del producto en los circuitos y redes de intercambio y de producción. Una trazabilidad que opera en términos éticos y políticos, de una comprensión del ser humano como parte de un ecosistema integral y de que las formas en que se producen las cosas no son naturales. También implica el reconfigurar una práctica individual y llevarlo a un plano colectivo, en términos de consecuencias, y de un manejo común. No se trata sólo de modificar una conducta, sino que es prefigurar un nivel mínimo de una vida futura posible.

“…no verlo como consumismo… en el mismo trueque vamos a intercambiar un bien que nos va a beneficiar a las dos, y el no ver el dinero lo hace ver distinto, el incluir el reciclaje en esa práctica, nosotros tenemos un espacio en la casa un espacio libre donde recibimos ropa y de ahí nosotras podemos sacar tela para hacer las toallas o gente también que vienen a buscar, nosotras mismas nos vestimos de ahí. Yo creo que la diferencia es el interés y la noción que le damos a ese intercambio el que no sea tan importante el recurso monetario”. (Entrevista 6, usuario TT)

Se identifica una contra-agencia respecto al sistema materialista e individualista y que permite construir y cohesionar lo comunitario a través del consumo y lo económico, al dotar de sentido a estas acciones económicas. No hay expectativas de que ese mismo Estado les brinde condiciones de existencia distintas a las actuales, ni tampoco respecto al mercado, al que tienen a relacionar más con contaminación ambiental y destrucción de biodiversidad.

De acuerdo a lo visto en las notas de campo, los usuarios individuales del trueque se colectivizan a través de los intercambios del mismo trueque y de su pertenencia a dicha plataforma virtual y a las relaciones que van iniciando y consolidando. Hay nociones básicas de consumir fuera del mercado hasta de estar contribuyendo a experiencias “colaborativas y transformadoras”, como la denominan sus propios participantes. Al contextualizar el trueque en el marco de los colectivos más consolidados, las prácticas económicas de producción, intercambio y consumo, usualmente adjuntas a un estilo de vida más bien limitado, se transforman en una militancia que se dirige a lo público, y a lo político en cuanto a proponer nuevos modos de vida, nuevos modos de producir, nuevos modos de consumir. Cuestiones que desde los mercados o desde el Estado se tratan de mantener en lo privado y doméstico, como el consumo (Marambio-Tapia, 2020), experiencias como el TT, BDT y Plantarte Newén lo van llevando a lo público, en distintos niveles. Por ejemplo, en el trueque hay ciertas infraestructuras que son creadas más allá de los actores de mercado que desearían que no se produjera esa agencia. Y ese trueque por definición se da en lo público y se da en esferas que permiten construir y participar de un colectivo o de una comunidad con reglas y regulaciones propias y autoimpuestas.

 

LA ECONOMÍA DE LAS RELACIONES Y LOS PROYECTOS DE CONSUMO COLABORATIVOS

La economía de base funciona esencialmente sobre relaciones sociales, ya sean copresenciales o a través de canales digitales. Territorialmente, TT y BDT comparten el hecho de que potenciaron su funcionamiento en plataformas digitales, ya que antes sólo se difundían ocasionalmente en ferias. Como se ha constatado globalmente, la pandemia fortaleció la realización de actividades no presenciales. Muchos de los servicios ofrecidos por BDT y en parte por el centro Newén se adaptaban sin mayores problemas a este nuevo escenario relacional. Estas formas económicas constituyeron una forma de hacer comunidad, que va más allá de la proximidad geográfica, del barrio, de la junta de vecinos, pero que no por eso se desliga del territorio. Prueba de ello, es como el BDT se constituyó como un dispositivo de emergencia territorial en tiempos de pandemia. “Una vez pase la pandemia, va a tener que haber como una reconstrucción social/económica del país; porque la crisis nos ha golpeado fuerte y nos va a seguir golpeando dentro de los próximos meses. Entonces desde el banco de tiempo podemos fortalecer esta reconstrucción después de la pandemia.” (entrevista 12, coordinador BDT).

¿Prevalecerá la economía relacional post-pandemia (si cabe el término)? La respuesta no puede ser sólo sanitaria. Hay elementos sociopolíticos en juego. En relación con los vínculos estas iniciativas forman comunidad en el sentido de personas con intereses afines y que trascienden la vecindad local. Esto implica que hay expectativas en torno a este tipo de relaciones para cuando las cuarentenas y encierros salieran de lo habitual (“entonces como que se inscribían esperando a que pasara la pandemia para hacerlo como personal”, entrevista 12, coordinador/a BDT). Estas expectativas de establecer relaciones más allá de la virtualidad, y de establecer relaciones por afinidades que pueden llegar a ser políticas o éticas. “Yo creo que la pandemia, pasó, y permite que las condiciones sean propicias para fomentar un tipo de economía distinta” (Entrevista 16, participante COC). “…creo que las personas que participan en grupos de trueque pueden estar más abiertas a las ideas que se plantean en el Banco de Tiempo, porque ya están saliéndose un poco de la lógica media capitalista”, (entrevista 12, coordinador/a BDT).

Otra forma de responder la pregunta anterior es considerar las racionalidades económicas implicadas. En el caso del TT, hay concepciones tangenciales de valor de uso y cambio implícitos, pero que no coinciden con los valores de mercado. En concreto, quienes participan de un trueque en particular asumen que los productos intercambiados no son equivalentes en su valor de cambio. Por ello, la necesidad -o valor de uso- es el primer valor. Tiene ciertas reglas: la esencia es que no se puede comprar ni vender. Se basa indefectiblemente en un vínculo de confianza, mucho mayor que en el mercado desregulado. Por ejemplo, se habla de una “energía del trueque”, lo que circula con el trocar, un intercambio entre iguales, que se distancia tanto del regalar o de deshacerse de un “cachureo” [trasto viejo] y como también del comprar y del valor del cambio. No puede perderse la simetría de las relaciones. Por ello, es que las distinciones sociales producidas a partir de la disponibilidad del dinero son rechazadas.

En la perspectiva relacional de la economía hay espacio para tensiones entre las racionalidades colectivas-colaborativas que ayudan a producir comunidad, y aquellas más utilitarias-individualistas que perviven con fuerza, sobre todo en TT y BD, donde se reconoce una tensión entre lo individual y colectivo, puesto que la participación se inicia desde lo individual y es una práctica más espontánea que conscientemente transformadora. “Entiendo que que respondamos a lógicas más de lo individualista, capitalista, clientelares y nos cuesta de repente como tomarle el peso en el fondo a que un trabajo colectivo… algunos todavía no participan activamente o no todo lo constantemente que uno esperaría, y se generan algunas lagunas que tienen que ser apoyadas por los que sí están más vinculados” (Entrevista 21, COC).

Evidentemente, esta red de conexiones y relaciones no está exenta de tensiones. En general, no se puede idealizar lo comunitario ni en un sentido tradicional-pasado ni en un sentido prístino-futuro. Hay tensiones entre las racionalidades individuales y colectivas, o entre lo comunitario y el mercado. Esto se debe a que las motivaciones al entrar y salir de estos entramados económicos no son puras, sino que más bien diversas, donde en un extremo está lo individual (i.e. obtener un beneficio inmediato) y en el otro consolidar proyectos colectivos (i.e. crear orgánicas u emprendimientos colectivos transformadores), incluyendo el espectro intermedio. Incluso, en el caso del BDT hay un problema sobre cómo procesar la racionalidad esencial del banco del tiempo, en tanto intercambio diferido de servicios. Colisionan ahí las perspectivas de considerarlo una especie de voluntariado y no un intercambio simétrico. Aún más, de acuerdo a lo constatado en las observaciones y entrevistas, se generan problemas para valorar y medir los intercambios, respecto al entendimiento individual el intercambio como de servicios, donde concretamente algunos oferentes no consideran sus servicios como equivalentes, versus la propuesta colectiva de intercambiar tiempo, donde cada hora sería equivalente. De lo contrario, en el primer caso, el tiempo sería un mero dinero no monetario. En definitiva, el BDT es un tipo de mercado no corrosivo con las relaciones comunitarias. Va en contra el individualismo, pero vive tensionado por las subjetividades individualistas más normalizadas.

Respecto al manejo de recursos que sostienen la iniciativa Plantarte Newén, los intercambios se basan en la lógica de la reciprocidad y solidaridad (Letelier- Araya et al. 2019). Hay una orientación hacia al valor de uso, propia de trueques, bancos de tiempo y monedas sociales. Esto implica no sólo bienes y servicios, sino que la circulación de ciertos saberes y competencias También están incorporadas prácticas de economía circular. Esto implica que no todas las prácticas se pueden analizar por separado, sino que más bien ocurren como un enjambre de prácticas (Schatzki, 2012) que se coordinan constantemente, y que tienen materialidades, saberes y significados similares, como se puede apreciar cuando se articulan y analizan todas estas prácticas como una crítica a la sociedad de consumo, entendida por ellos como un espacio de crecimiento económico sin freno e insustentable, primacía del valor de cambio y circuitos lineales de la economía, antes que circulares.

El funcionamiento en red es significativo en todos los casos analizados. Las articulaciones se basan en la capacidad de agenciar recursos bajo las condiciones de restricción de la pandemia, y porque se comprende que de otra forma sería mucho más complejo cumplir objetivos. Se trata de una red de múltiples formatos, basada en canales virtuales, mediales y relacionales. En general, son prácticas económicas que dependen de vínculos relacionales es una economía incrustada en la comunidad, una plataforma de vínculos que funciona desde y para los vínculos relacionales de corte comunitario (no exclusivamente de parentesco/amistad). Evidentemente, algunas personas lo ven como una extensión a nivel comunitario de algo que podría darse a nivel mucho más reducido, casi familiar. La participación misma en los intercambios tiene el potencial de generar relaciones.

El intercambio está incrustado en relaciones sociales que involucran intercambio material, pero también protección y contención. Esto considera relaciones surgidas en el contexto de la crisis sociosanitaria, pero también nuevos vínculos que van desarrollándose a partir de la gestión de la plataforma del BDT, por ejemplo. Al igual que en TT, los administradores/moderadores tienen una función un tanto normativa, que apunta a preservar y cuidar las relaciones, en tanto, se asume que es un bien colectivo y/o común. A los lazos estables, que pueden ser intermitentes, se pertenece más por decisión propia que por una adscripción geográfica. Por lo mismo, se pueden superponer varias militancias. Se concentran en resolver problemas materiales, pero también emocionales. Se fundan en lo relacional.

 

CONSUMO CRÍTICO Y FORMACIÓN DE MERCADOS CONTRAHEGEMÓNICOS

El estallido social de 2019 en Chile fue origen y consolidación de algunas experiencias alternativas de consumo. Estas experiencias requieren ciertas competencias organizativas que se van adquiriendo a través de la misma operación de estas experiencias y a través de redes y relaciones, que producen comunidad, colectivos, colaboración y dotan de otros significados a las prácticas de consumo, sin que pierdan su sustrato manterial, como hemos observado a la luz de los datos. Sostenemos que estas experiencias cristalizan aspectos materiales, éticos y políticos del consumo, desde una perspectiva crítica.

Nuestra propuesta de consumo crítico pone atención en tres dimensiones: reflexiva, material y colectiva, con una subdimensión cultural y otra política. Lo reflexivo hace referencia a la posición que tomarían los consumidores para informarse y tomar conciencia respecto al origen, trazabilidad y efectos políticos y económicos que tienen los productos y servicios que adquieren y apropian, en particular, impactos en el sistema socioambiental, en los mercados del trabajo, las economías locales y las desigualdades socioeconómicas, financieras y de género (Marambio-Tapia, 2022; Pérez-Roa et al, 2022).

La dimensión material hace referencia a las acciones concretas que devienen de esta dimensión reflexiva; por ejemplo, preferir ciertos productos y dejar de preferir otros, relacionado con las dinámicas del boycott o buycott del Norte Global, aun cuando dichos conceptos resulten discutibles, puesto que involucran ciertas condiciones estructurales difícil de abordar desde la sola soberanía del consumidor. Esto se hace patente en las sociedades del Sur Global, y aún más, en los periodos críticos de la pandemia. Esto se materializó en la opción, por ejemplo, de preferir productores y distribuidores locales, como ferias, almacenes pequeños, los espacios de autoproducción y mercados alternativos como el TT y BST. Situándonos en la dimensión colectiva, el consumo crítico involucra no sólo acción u omisión relacionada con adquisición o apropiación, sino que incorpora aspectos 82

culturales y políticos. En la trama cultural, apunta a la formación de una cultura de consumo distinta a aquella propia del consumismo -he ahí la opción real de no consumir- que se relaciona con estilos de vida integralmente más críticos de la hegemonía económica. Esto se plasma en la resignificación que ocurre de las prácticas de consumo colaborativas como una forma de hacer comunidad. En la trama política, que opera sobre lo anterior, implica la organización y difusión de dichos estilos de vida, pasando de lo individual a lo colectivo, con una mayor conciencia de la politización que todos estos ciclos van produciendo. Lo anterior se observó en la noción de usar las intancias de reproducción material para la difusión de contenidos arrastrados desde el estallido social, que para el tiempo de la pandemia, todavía sonaba cercano en Chile. Aun más, el ejercicio mismo de consumo crítico fue visto como una forma de “resistir” las opresiones.

Estas prácticas, iniciativas y plataformas fueron un punto de entrada para algunos participantes a expresar formas de lealtad, de forma consciente y voluntariosa, que luego pudieren encontrarse más explícitamente por movimientos sociales consolidados (Yates, 2011) o movimientos sociales económicos (Portilho, 2009). Esta “acción colectiva individualizada” que podemos encontrar en el consumo, no es mediada por representantes ni acciones convencionales, y se distingue de la acción colectiva pura, porque opera en arenas distintas a la participación política grupal (Micheletti, 2003).

La mirada del consumo crítico recoge también los devenires de la crisis de representación del sistema político tradicional, y la desconfianza creciente en las instituciones del Estado y del mercado (Edwards, 2009), que como vimos en observaciones y entrevistas, se extremó en el periodo de crisis sociosantiaria. El consumo, ahora desde una perspectiva crítica, es una fuente de identidades colectivas y politizadas, que le disputa espacios a la política representativa. En ese sentido, estos espacios de consumo crítico pueden ser considerado como una alternativa a las formas políticas convencionales en sociedades donde la desafección con el sistema político es alta (Micheletti, 2003). En términos más amplios, el consumo crítico opera bajo el supuesto que el involucramiento en política es mediado por formas de acción individualizadas y organizadas en términos de afinidad, redes y horizontalidad (Tormey, 2007). En este sentido, las experiencias comunitarias de consumo e intercambio combinarían lo doméstico-privado del consumo con el cambio social de gran escala, a través de colectivizar lo individual y politizar estas esferas de consumo. Esta colectivización de lo individual conduce a reflexiones acerca de los modos de consumo en el principio de la pandemia, y su relación con nociones de sustentabilidad, precarización laboral y social, y la instalación de acciones y discursos que ven la crisis sociosanitaria como una oportunidad para levantar y/o potenciar modos de vida distintos a los que circulaban en el periodo previo a la pandemia. Para el caso chileno, esto se hibridó, a nivel comunitario, con el escenario de repolitización que trajo la revuelta social iniciada en octubre de 2019. La instalación de competencias y perspectivas de consumo crítico puede llegar a producir escalamiento de las iniciativas que trascienden la pandemia, y afincar redes y entramados comunitarios que antes no existían o que lo hacían tenuemente.

Asimismo, pudimos observar empíricamente la formación de mercados con otras lógicas distintas a las imperantes, esto es, basados en nociones de horizontalidad, colaboración y valor de uso, al referirnos en particular a las plataformas de trueque, los bancos de tiempo y los circuitos locales de intercambio. Argumentamos que estos mercados también tienen el poder de levantar lo comunitario al reforzar sus entramados y propiciar cohesión social. De esta forma contribuimos a la discusión sobre la naturaleza de los mercados. Un intercambio de mercado, basado en la maximización de intereses, es una forma posible, pero no excluyente, que una comunidad en un momento dado tiene para resolver el problema de distribución de bienes. El mercado desregulado implica que sus precios sólo se determinan por una lógica interna, esto es por la ley de la oferta y la demanda. Cuando todo trabajo, naturaleza y dinero están sometido a ello, para Polanyi se trata de una “sociedad de mercado”. Sin embargo, hay otras formas posibles, y que no sólo corresponden a momentos históricos anacrónicos, sino que a relaciones de reciprocidad, redistribución y los vínculos comunitarios, que forman otro de tipo de mercados (Easton & Araujo, 1994) como los que reseñamos en este artículo. Estos vínculos poseen y agencian una capacidad de coordinación significativa, y que en parte se presentaron como un recurso vivo para enfrentar la pandemia. De todas maneras, estas formas conviven y ninguna se sostiene a sí misma como la única forma “natural” de realizar estos intercambios y acceder al bienestar.

Todas estas iniciativas de ciudades intermedias son distintas experiencias en que la comunidad se protege del mercado autorregulado, como telón de fondo de la crisis global y permanente. Los intercambios económicos –la economía- no necesariamente corroe a la comunidad. Hay algo en común que se va proyectando y creciendo, más allá de los intercambios. Es, básicamente, rehacer, reconstituir y ampliar el tejido comunitario y la sensación misma de comunidad. Estas iniciativas comunitarias, de alguna forma, vienen a cuestionar con voz alta ese sentido de naturalidad que se ha atribuido al mercado, y demuestran con la práctica, de que son posibles otras formas de intercambio y consumo, que estén más en correspondencia con la naturaleza social de estas prácticas económicas y sean a su vez no corrosivas de lo comunitario, y que además se alinean con los objetivos de inclusión y justicia social que teóricamente Estado y mercado persiguen (Arun, 2022). El intercambio está incrustado en relaciones sociales, no necesariamente personales, pero sí involucran intercambio material, y también protección y contención. Esto incluye el factor emergente de la crisis sociosanitaria, pero también nuevos vínculos que van desarrollándose a partir de la gestión de esta plataforma. Se configura un nuevo “doble-movimiento”, esta vez desde las experiencias de colectivización comunitarias, ya que el mercado nunca terminó de corroer lo comunitario, y esto permite que se configuren otras reacciones posibles ante la impotencia del Estado.

Finalmente, la crisis sociosanitaria y su demanda de resiliencia invita a repensar la concepción de consumidores y los valores de mercado. Está siendo una contraposición entre la (desigual) sobreproducción capitalista, su desconexión con las necesidades y falta de agencia de los consumidores en este sistema, y entre las economías que se guíen por la solidaridad y la consideración de las necesidades y derechos de sujetos concretos, sus hogares y sus vínculos sociales. En la crisis sociosanitaria el consumo se vio restringido, lo que llevó a evaluar sus decisiones teniendo en cuenta la utilidad de los bienes, su bienestar y el beneficio generado por su uso. Con mayores o menores niveles de conciencia se tiene en consideración la circularidad de los bienes (Pego-Monteiro, 2020). Esto no significa que se aparte de la racionalidad del consumo, sino que prosigue otros caminos. La crisis sociosanitaria marca un hito en este tipo de experiencias. O bien consolida iniciativas que vienen gestándose, y las determina a realizar acciones de adaptación, o bien, marca el inicio de nuevas experiencias, a nivel colectivo o desde la decisión individual de sumarse a lo colectivo, en el marco de la detección de necesidades emergentes que trae la situación de confinamiento, desempleo y restricciones en general. Se trata de una constatación de forma práctica de lo que anuncian discursos de la esfera política: el retiro o ausencia del Estado, y la ineficacia y segregación del mercado como asignador de recursos. Sin duda estos proyectos son iniciativas potencialmente transformadoras -algunas incluso dialogan con los discursos del buen vivir (Vanhulst y Beling, 2014), y que pueden ser tanto mercados no corrosivos como instancias de construcción de lo comunitario por medio de la colectivización de lo que aparentemente se sitúa como una acción económica individual.

 

CONCLUSIONES

Los cuatro estudios de caso presentados aquí ejemplifican las diversas formas en que el consumo crítico y las prácticas económicas alternativas surgieron en respuesta a la crisis sociosanitaria durante la pandemia en Chile. Cada estudio de caso refleja diferentes niveles de participación comunitaria, politización e historicidad, lo que proporciona información valiosa sobre cómo estas iniciativas operan fuera de los sistemas económicos convencionales. Cada estudio de caso ilustra cómo estas iniciativas sirven como respuestas potencialmente transformadoras a las prácticas económicas dominantes desde el consumo crítico y su capacidad para fomentar la cohesión comunitaria en medio de las crisis. Replantean el consumo como una actividad colectiva, en lugar de ser exclusivamente individual, lo que es vital para la construcción de la comunidad. También destacan cómo estas iniciativas respondieron a las debilidades del sistema de mercado durante la pandemia, ilustrando las formas en que los enfoques basados en la comunidad pueden brindar resiliencia y apoyo cuando las estructuras estatales y de mercado fallan.

El artículo ha explorado las experiencias de consumo crítico y economía social que emergieron durante la pandemia en tres ciudades intermedias de Chile, destacando su capacidad para articular alternativas autónomas frente a las prácticas hegemónicas del sistema económico dominante. Los hallazgos indican que estas iniciativas no solo han respondido a las necesidades inmediatas generadas por la crisis sanitaria, sino que también han potenciado el fortalecimiento de vínculos comunitarios, la re-politización del consumo y la reflexión sobre modos de vida más sostenibles y equitativos. A través de la colectivización de prácticas que antes eran percibidas como acciones individuales, se ha evidenciado un potencial transformador significativo que invita a vislumbrar nuevas comprensiones de la economía y de las relaciones sociales.

El estudio presenta limitaciones, por cierto, principalmente relacionadas con la representatividad geográfica y el alcance de los casos analizados. Dado que se concentró en un contexto específico y temporal, podrían surgir variaciones en otras regiones o bajo diferentes condiciones socioeconómicas. Además, la investigación tuvo que lidiar con la dificultad de capturar iniciativas que operan en la informalidad, lo que podría haber limitado la exhaustividad del análisis.

Se sugiere la necesidad de realizar estudios que amplíen el foco geográfico y temporal, incorporando experiencias de iniciativas similares en otros contextos post-pandemia. Asimismo, se podría profundizar en el impacto a largo plazo de estas alternativas en la configuración de economías locales y en las dinámicas de empoderamiento comunitario. Una investigación de corte longitudinal podría ofrecer luces sobre cómo institucionalizar y escalar estas iniciativas, creando así un marco más robusto para la economía social y solidaria en Chile y más allá. Estas líneas de desarrollo futuro podrán contribuir a fortalecer la discusión sobre alternativas al modelo económico dominante y a fomentar un consumo más crítico y consciente en la sociedad.

Coordinador de Postgrado y Extensión de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile; Académico de la Escuela de Sociología e investigador del Centro de Estudios Urbano-Territoriales (CEUT) de la Universidad. Católica del Maule Licenciado en Información Social con Minor en Sociología, Periodista, Pontificia Universidad Católica de Chile; Magíster en Comunicación Pública, Universidad de Chile; Magíster en Sociología de la Modernización, Universidad de Chile; Doctor en Sociología, The University of Manchester. Sus líneas de investigación son: Estudio social de la economía; consumo y sociedad; consumo sostenible; financiarización y endeudamiento; desigualdades y clases sociales.

 

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Lo que el «neoliberalismo» ya no explica: sobre cegueras conceptuales, luchas en curso y la necesidad de una reinvención democrática

por Felipe Fortes

La insistencia en tratar al “neoliberalismo” como la llave maestra para comprender una serie de transformaciones y rupturas históricas, que se intensifican con la emergencia y los efectos ya visibles del gobierno de Trump 2.0, se ha repetido, justamente, cuando esa llave se revela cada vez más ineficaz para abrir cualquier puerta. El propio escenario político ya apunta hacia mutaciones mas profundas y peligrosas. Aun así, se busca, con frecuencia, reactualizar el concepto, como si el aun pudiese dar cuenta de las nuevas formas de dominación y de las rupturas institucionales en curso.
El diagnostico de una ruptura con el neoliberalismo, para nosotros, ya no es sorprendente: vivimos, de hecho, una crisis inminente que atraviesa tres dimensiones interconectadas —de la democracia, de la globalización y de los ciclos de lucha democráticos que, en la última década, venían democratizando y globalizando, además, al propio neoliberalismo. Sin embargo, los conceptos que heredamos para describir el desorden mundial parecen cada vez menos adecuados para definir esas nuevas mutaciones. Lo que nos sorprende, entonces, es que tantos sigan repitiendo “neoliberalismo” como si aun nombrasen algo latente y vivo. De este modo, la pregunta que hacemos hoy es: ¿por qué aun insistimos en ese concepto, cuando los propios autodenominados “neoliberales” parecen haberlo abandonado como horizonte de su política? Al fin y al cabo, nos hace girar en círculos -como la danza de un trompo, que gira hasta que pierde su eje y cae- y ya no es capaz de hacer frente a la crisis actual.
Responder esta pregunta exige más que una polémica terminológica. Se trata de interrogar al propio vocabulario que compone la caja de herramientas de la crítica contemporánea y sus visibles limitaciones. El termino “neoliberalismo”, al permanecer como centro gravitacional de explicación de las transformaciones de las políticas globales, puede producir un efecto paralizante: el de mantener el análisis prisionero de un pasado -reciente, es verdad-, pero que ya no esta más en disputa, en cuanto el presente se reorganiza mediante nuevas dinámicas, más violentas, más rápidas, más difíciles de nombrar y, en nuestra perspectiva, antineoliberales (1).
Esta parálisis se torna aun mas evidente cuando recordamos que gran parte de la doxa de izquierda asimilo, voluntaria o involuntariamente, el neoliberalismo como uno de los simulacros del fin de la historia: un ciclo únicamente de derrotas, cierres y regresión, en el cual ya no habría espacio para antagonismos vivos. Con eso, se volvió incapaz de percibir la potencia de resistencia e invención que emergía, justamente, al interior de las formas ambiguas de gubernamentalidad neoliberal. Ante las transformaciones actuales, seguir usando ese termino es como intentar leer el nuevo mapa del poder con el blueprint de un edificio que acaba de colapsar.
Nuestra intención aquí no es negar la existencia o los efectos del neoliberalismo, mucho menos ignorar hasta que punto fue, por décadas, una matriz eficaz de gubernamentalidad capitalista global. En la mejor de las lecturas, inspirada en Foucault, el neoliberalismo puede ser comprendido como un dispositivo de gubernamentalidad política que, si por un lado profundizaba una lógica de comando, por el otro abría campos inesperados de subjetivación, movilización y antagonismo. No sólo la lógica de la producción de subjetividad, sino la subjetividad pensada dinámicamente como producción. Sin embargo, a diferencia de Foucault —quien lamentablemente solo vivió los albores de este proceso—, lo experimentamos en su enésima potencia y también en su inminente crisis terminal. Y esto nos permite percibir con mayor claridad la ambivalencia de su matriz.
La paradoja es conocida, pero precisa ser reafirmada: el neoliberalismo fue también el terreno de emergencia de una serie de ciclos de luchas que, en su pluralidad, dieron forma -aunque disforme – a las dinámicas que, en esa época, llamamos como alterglobalizacion. Del Occupy a la Primavera Árabe, pasando por Junio de 2013 y Maidan, lo que llamábamos neoliberalismo aparecía menos como una totalidad cerrada y mas como un campo de gubernamentalidad inestable, llena de disputas, resistencias, antagonismos e invenciones.
El problema es que es ciclo parece haberse agotado. Y tal vez -no por casualidad – 2013 haya sido el canto del cisne del neoliberalismo -del punto de vista del Brasil – en cuanto que campo de experimentación productiva de ambivalencias, en el cual, por método, interpretábamos las crisis como desestabilizaciones del sistema que proyectaban aun más lejos sus propias contradicciones, abriendo, así, brechas democráticas a lo largo del recorrido. Desde entonces, a lo que asistimos es al bloqueo de esas derivas y su inversión: la aceleración de dinámicas que ya no operan según la ambivalencia o la ambigüedad, sino que según una tentativa de cierre y destitución de ese espacio global que antes pretendíamos liberar en toda su potencia y que ahora necesitamos, ante todo, reconstruir.
Entonces, antes de definir lo que esta por venir, tenemos que preguntarnos lo que ese concepto esconde hoy. Cuando un concepto sobrevive mas por inercia que por precisión, corre el riesgo de tornarse un obstáculo: en lugar de rastrear el presente, lo encubre; en vez de abrir posibilidades, las cierra. Es este punto ciego el que no interesa explorar.
Esta reflexión nace, no de una polémica dirigida, sino que a la urgencia critica de reevaluar los nombres con que describimos las aporías del presente. Porque, en ciertos momentos, la fidelidad a la realidad exige infidelidad al vocabulario que heredamos. La pregunta, finalmente, no es mas ¿“que es el neoliberalismo?”, sino: ¿qué nos impide ver nuestro apego a este concepto? Y, más aún, ¿qué luchas reales no reconocemos cuando seguimos describiendo el mundo a través de la misma lente que ha sido arañada por los últimos veinte años?
Tal vez sea hora de retomar el gesto de Spinoza -aquel que, al pulir lentes, no solo miraba mas lejos, sino que miraba mejor, enseñando que ver el mundo exige fabricar nuevas superficies de reflexión.
“Neoliberalismo” fue, a pesar de su inflación, durante décadas, un concepto eficaz: nominó políticas, estrategias y racionalidades especificas de gobierno que marcaran la reestructuración global del capitalismo posfordista desde los años 1970. Fue, sin duda, una herramienta importante para describir una fase determinada de la articulación entre mercado, Estado y subjetividad.
Nomino con precisión los dispositivos de desregulación -conducida, contra la propia ideología del mercado, por medio de la intervención directa del Estado, en momentos específicos, como regulador de la liberalización -, de la financiarización, de la privatización de la vida y de la modulación de la conducta individual bajo la forma del emprendedurismo difuso. Pero, para cada uno de esos dispositivos, descubríamos -alegremente – sus contrarios: formas transversales de cooperación, producción y saberes no capturables, explosiones subjetivas y líneas de fuga que atravesaban los propios mecanismos de control.
El crédito, por ejemplo -aunque operase como motor de la deuda -, cargaba también una tensión interna: podía servir a la lógica de la culpabilización individual, pero igualmente abrir espacio para experimentaciones colectiva basadas en la confianza, afecto y riesgo compartido. En los barrios periféricos, entre migrantes y poblaciones racializadas, surgirán practicas informales de rotación del crédito, asociaciones de microcrédito, solidaridades financieras que desafiaban la lógica de la escasez y de la responsabilización individual. La figura del “pobre endeudado”, lejos de ser solo pasiva, rebelaba una potencia de organización económica desde abajo -que, muchas veces, escapaba al radar de la critica y a la captura institucional e, infelizmente, tampoco encontró resonancia en dinámicas institucionales capaces de traducirlas en nuevos derechos. Las instituciones, en este caso, fallaron en reconocer y acompañar la emergencia de esas subjetividades, dejando sin traducción jurídica y política formas vivas de invención social.
A contrapelo de la precarización, se abrió espacio para una multiplicidad de subjetividades móviles, femeninas, migrantes, cognitivas, que comenzaron a reconocer y polinizar mutuamente sus luchas, atravesando el desierto de las garantías en las disputas por los nuevos derechos. Plataformas y redes fueron, desde el inicio, zonas ambiguas: simultáneamente vehículos de invención política e infraestructuras de captura. Y, si su potencia de circulación y conexión nunca existió separada de la lógica de extracción y modulación, eso no impidió que fuesen atravesadas por prácticas de cooperación, creación y organización democrática descentralizada
La tensión, entonces, estaba inscrita en la propia forma del neoliberalismo. Esta era la ambivalencia radical del neoliberalismo en tanto que campo de gubernamentalidad: producía antagonismo junto a modulación, resistencia junto a captura, deseo de libertad y autonomía junto a difusión social del mando. No era un régimen de pura dominación, sino que un terreno inestable de luchas.
Hoy, sin embargo, esa fase esta en crisis, una crisis tríptica, que atraviesa simultáneamente la globalización, la democracia y las formas contemporáneas de subjetivación política. Los lazos institucionales del orden internacional se rompen a cada nuevo decreto de excepción -como los de Trump – y cada vez que los representantes electos de las democracias liberales flirtean con la fuerza bruta de regímenes autoritarios. Fue el caso de la vergonzosa ceremonia en que el presidente Lula, electo democráticamente, asistió al desfile militar de Putin, en Moscú, un gesto simbólico que, en nombre de una diplomacia pretendidamente “equilibrada”, acaba por normalizar un régimen que ataca frontalmente la soberanía y la vida democrática de otros pueblos (2).
Al mismo tiempo, muchos movimientos sociales enfrentan un impasse interno: en lugar de la continua producción de nuevos puntos de vista -un perspectivismo radical de las luchas, capaz de abrir composiciones y reorganizar estrategias -, observase frecuentemente la cristalización del gesto político de la cooperación transversal en lógicas identitarias de autodefensa, que reproducen fronteras y bloquean la creación de dinámicas comunes. La diferencia, que podría ser fuerza de invención, es transmutada en la repetición de la identidad; y la cooperación, antes experimentada como motor político, cede lugar al aislamiento estratégico y al agotamiento de las luchas en el atrincheramiento simbólico, lo que, paradojalmente, refuerza las dinámicas xenófobas y racistas de la extrema derecha.
Esas infraestructuras hibridizan lo artificial y lo orgánico -un proceso que, en sí, carga potenciales expresivos y cooperativos -, pero que hoy viene siendo capturado por una nueva arquitectura de poder orientada al cierre de las derivas democráticas. Esta reorganización opera mediante la saturación de los espacios de decisión y por la modulación de los afectos, del lenguaje y de la percepción, estrechando los horizontes de lo posible en la tentativa de someter la inteligencia algorítmica a una arquitectura de control (3). Lo que esta en curso es la explotación de un nuevo nomos global -aún inestable y no completamente mapeado-, en el cual las alianzas entre regímenes autoritarios y conglomerados tecnológicos moldean, en tiempo real, los limites de la política, del lenguaje y de la vida.
Es importante dejar claro: el problema no es la algorítmica en si -ella es, cada vez más, el nuevo campo de lucha. Es en ese plano que se reorganiza hoy la disputa por la democracia, por el lenguaje y por la imaginación política. Se trata, entonces, de una configuración emergente entre autoritarismo y tecnologías de control- algo que, por aproximación, podemos denominar como tecno fascismo. La palabra es provisoria y ya aparece en muchos contextos diferentes, pero nos parece mas que adecuada para abrir la caja-negra del presente que seguir insistiendo en un concepto -”neoliberalismo” – que ya no lo describe (4).
El efecto del uso inercial de ese concepto es el de una critica que gira en falso: ella continúa describiendo al enemigo con los mismos términos, aun cuando ya admite que las formas de dominación, los dispositivos de gubernamentalidad y, por consecuencia, los focos de resistencia se han transformado radicalmente. Persistir en una critica a lo “neoliberal” cuando ya se opera en un régimen tecno-político que, al mismo tiempo, se declara post-global -y lo hace no a través de la complacencia de las democracias liberales (que todavía están tratando de contener la marea), sino a través de la militarización y la multiplicación de zonas de guerra —, es como intentar descifrar el presente con un mapa antiguo, donde las nuevas fronteras aun no fueron trazadas.
El problema, entonces, no está en haber usado el termino, sino que en seguir usándolo como si el presente aun estuviese contenido en él. El apego a lo familiar produce un efecto de seguridad, pero también de ceguera: al mantener la critica donde ella ya no opera con eficacia, no se ve lo que esta emergiendo. Como toda lente desgastada, el concepto comienza a distorsionar en lugar de aclarar. Y, peor: se corre el riesgo de no reconocer como política y resistencia a aquello que ya esta aconteciendo, simplemente porque acontece fuera del vocabulario autorizado de la crítica. Es el caso de la resistencia ucraniana que no usa el rojo porque allí, el rojo, es el color favorito de sus verdugos.
La guerra de Ucrania representa, hoy, un divisor tanto conceptual como político. Contra toda tentación de verla apenas como un “conflicto geopolítico entre imperialismos”, lo que sucede allí es mucho mas profundo y urgente: una resistencia real, material y organizada, de una población que se moviliza para recomponer instituciones democráticas en medio de la destrucción. La resistencia ucraniana, en este caso, recoloca la política en el terreno de la inmanencia no como ideología, sino que como practica cotidiana de defensa de un deseo democrático claro: el de vivir en libertad, reconstruir instituciones y escoger sus propios aliados, inclusive el ingreso en la Unión Europea y en la OTAN. Zelensky fue electo justamente con ese mandato, que, nos guste o no, expresa un proyecto político legitimo ante un régimen autoritario que niega a Ucrania hasta el mismo derecho de existir en tanto país soberano.
Al acusar a Zelensky de ser un “payaso neoliberal”, es la propia izquierda la que acaba vistiendo la nariz roja del payaso. No se trata allí de un proyecto revolucionario trascendente, sino que, de la defensa, con las herramientas disponibles, de la continuidad de un proceso democrático ya instituido, así como precario, incompleto y marcado por contradicciones. Reconstruir las ciudades, mantener escuelas y hospitales funcionando, sustentar el vinculo colectivo bajo el trauma: ese es el gesto radical de la política en Kiev, Mykolaiv o Kharkiv.
Incluso en contextos diferentes, como la Franja de Gaza, reconocemos fuerzas que resisten a la destrucción absoluta, incluso sin un marco democrático ya establecido y atravesadas por mediaciones trágicas, como el ataque de Hamas a civiles israelíes: expresión de un fundamentalismo religioso que, en sí mismo, debería preocupar seriamente a la izquierda. La extrema violencia de los bombardeos ordenados por Netanyahu contra los palestinos -las masacres sobre la población civil, los cercos prolongados, los cortes de agua, luz y comida – y la catástrofe humanitaria en curso producen, bajo los escombros, redes de solidaridad, formas elementales de organización colectiva, tentativas concretas de sustentar la vida.
Estas formas de resistencia -diversas en sus condiciones, estrategias y horizontes – tienen en común la tentativa de sustentar la vida y recomponer vínculos políticos bajo las ruinas. Pero es justamente en Ucrania donde esa resistencia asume, de manera mas explicita, la tarea de reconstruir instituciones democráticas ya existentes, aunque frágiles y atravesadas por contradicciones. Es en ese terreno que se torna indispensable reconocer el gesto político que allí se afirma.
Reconocer ese proceso no es romantizar ningún nacionalismo, tampoco apagar las contradicciones internas de la democracia en Ucrania. Se trata de comprender que, ante la destrucción militar y simbólica conducida por Putin, la sociedad ucraniana produjo redes, formas de gobierno descentralizadas, alianzas democráticas y practicas tecno-políticas de resistencia (5). De modo paradojal, la guerra se transformó en un laboratorio de reinvención política —en que la defensa de la democracia no es una bandera abstracta, sino que un acto de sobrevivencia y de creación institucional. Incluso en medio de los escombros y los asedios, hay un gesto a la vez constituyente e instituyente —real, inmanente, político— que se opone tanto al imperialismo ruso como a la normalización de la excepción como régimen global.
Es por la lucha en Ucrania que pasa el futuro de Europa, no porque ella represente un ideal de pureza ideológica o un nuevo mesianismo, sino porque allí se torna visible la posibilidad concreta de recomponer un espacio político común en medio del colapso. La defensa de Ucrania es, en este sentido, también la defensa de Europa, en tanto proyecto federativo inconcluso y como campo en disputa donde la democracia aun puede ser ampliada, reinventada y pluralizada. Frente al ascenso de la extrema derecha, la crisis migratoria manipulada por intereses xenófobos y la erosión de la solidaridad transnacional, la experiencia ucraniana recoloca la cuestión europea como tarea política -no como bloque geo-económico cerrado, sino que como horizonte federativo abierto a la recomposición democrática entre pueblos, lenguas, culturas y luchas.
Su lucha opera en el plano de la urgencia: reconstruir ciudades, defender lenguas, mantener redes eléctricas, proteger a los niños, conectar redes civiles, reorganizar la vida común bajo bombardeo. Esta dimensión material de la resistencia es justamente lo que la crítica abstracta no consigue nominar porque no cabe en el vocabulario consagrado de la izquierda “antiimperialista” y de su foco monotemático sobre el neoliberalismo.
La negativa de amplios sectores de la crítica global, en reconocer esta lucha como política revela más sobre sus prisiones conceptuales que sobre la realidad concreta en la que la defensa de la democracia solo se vuelve posible enfrentando la brutalidad de la guerra desde dentro. Y quienes se niegan a armar a Ucrania en nombre del pacifismo abstracto también se convierten en corresponsables de la erosión del espacio democrático.
La preocupación de “no legitimar el Occidente neoliberal” se transforma, en este caso, en parálisis analítica y, en ultima instancia, en complicidad pasiva con la destrucción de los espacios que aun sostienen derechos e instituciones. Se trata no solo de un error político, sino que de una traición a la propia pretensión de pensar lo real a partir de la dinámica de las luchas y de la producción de derechos.
La pregunta, por lo tanto, no es «¿cuál es el lado correcto de la geopolítica?», sino: ¿dónde están hoy las fuerzas que intentan reconstruir, tras el colapso, las condiciones constituyentes e institucionales de la democracia?
Lo mismo aplica a la crítica de las plataformas digitales, la inteligencia artificial y la aceleración algorítmica. La tentación de fusionarlos bajo la etiqueta de «neoliberalismo digital» —o «capitalismo de vigilancia»— bloquea la pregunta más difícil y urgente: ¿qué tipo de intervención política es posible en este nuevo régimen de abstracción, control y mando? ¿Cómo podemos disputar el poder que se ejerce no solo sobre los cuerpos, sino también sobre las mentes, los datos, las conexiones, los afectos y los modelos de predicción?
La respuesta, si ha de ser estratégica, no puede basarse en la nostalgia de un Afuera. Lo que la perspectiva «afuera del neoliberalismo» nos trajo, como un caballo de Troya, fueron los regímenes de Trump y Putin. Exige, pues, la afirmación de un punto de vista inmanente en las luchas que ya están en curso: en los movimientos migratorios que escapan a la vigilancia —y a los que les importa poco o nada si están “reproduciendo una lógica neoliberal” cuando, en sus luchas, más allá de las ideologías, van a América a pelear por un pedazo del futuro, por la constitución e institución de sus derechos—; en las redes de solidaridad en medio de la multiplicación de las guerras; en los experimentos aún no nacidos de luchas algorítmicas; en los choques contra el cierre territorial y epistémico.
La política actual no se resume en la resistencia a la dominación- pasa por la invención de formas de vida que desafíen el colapso. Y esto no ocurre desde fuera, sino desde dentro de la crisis, desde dentro de la guerra, incluso para que esta no se extienda ni alcance los «márgenes» donde la paz, más que una opinión, sigue siendo, con todos sus problemas, un derecho establecido.
De esta manera, la política no solo se hace nombrando a los enemigos del pasado, sino reconociendo los conflictos del presente.
Finalmente, lo que escapa al «neoliberalismo» es la dimensión completa de la reconfiguración planetaria de las infraestructuras algorítmicas, ahora concentradas en formas del monopolio y oligopolio, operadas por las Big Tech: formas privadas post-soberanas que, no solo extraen datos, sino que modulan el deseo, el lenguaje, los comportamientos y las decisiones. Esta reorganización está vinculada al regreso de los nacionalismos como barreras activas al mercado global, produciendo una estriación del espacio mundial que interrumpe los circuitos de circulación e interdependencia que han marcado abiertamente las últimas décadas. Al mismo tiempo, se intensifica el intento de derrumbar el régimen de derechos universales, sustituyéndolo por formas selectivas de excepción y un apartheid jurídico-tecnológico. La multiplicación de zonas de guerra de alta intensidad —desde Europa del Este hasta Oriente Medio— se entrelaza con guerras comerciales, expresadas en aumentos arancelarios, sanciones unilaterales y embargos cruzados. En este escenario, el dólar —la moneda global por excelencia, sustentada por una hegemonía construida no solo sobre la fortaleza económica, sino también sobre la estabilidad institucional y la confianza depositada en las democracias liberales— comienza a perder su centralidad. Su papel no se limitaba a la convertibilidad o la reserva de valor: funcionaba como ancla monetaria para un cierto horizonte de previsibilidad global, basado en acuerdos legales, marcos multilaterales y, aunque de forma desigual, en la referencia a una base institucional democrática mínima.
El debilitamiento del dólar, en este sentido —sin que ninguna otra moneda pueda sustituirlo, ya que una moneda no se crea por decreto— no solo es un síntoma del declive de un dispositivo técnico-financiero asociado al desmoronamiento de la hegemonía estadounidense. Es, sobre todo, un indicio de la erosión de las condiciones políticas que sustentaban un tipo de articulación planetaria abierta a las disputas democráticas, a la circulación y negociación de diferencias, y que permitió el surgimiento de formas políticas transnacionales, redes insurgentes y experimentos democráticos globales.
Lo que amenaza con surgir en su lugar es un sistema fragmentado, guiado por esferas de influencia, sostenido por fuerzas mucho más letales que el dólar —o cualquier moneda—, como el pánico nuclear, eficaz precisamente en la medida en que erosiona la confianza en la democracia.
A esto se suma el surgimiento de formas de resistencia que, paradójicamente, también son acusadas de neoliberales, precisamente porque despojan a la sociedad de las apariencias ideológicas consagradas por las tradiciones. Estas son luchas que no se reconocen en fórmulas heredadas, sino que operan en un plano concreto: supervivencia, recomposición institucional, cuerpos asediados, y, por esta misma razón, escapan a la crítica que insiste en guiarse por una cartografía conceptual obsoleta.
Si hay un nombre que deba reinscribirse en el centro del debate, quizás sea otro: democracia. No como una fórmula vacía o un fetiche institucional, sino como un campo inestable de experimentación, defensa y reconstrucción. La democracia como tarea. Como proceso. Como riesgo, pero también como una garantía mínima de que es posible competir sin miedo a la muerte ni al asesinato político.
Los procesos democráticos pueden perderse, capturarse, derrotarse, pero hay que luchar por ellos y vivirlos como lo que son: campos de lucha y experimentación de la libertad, expresiones de poder constituyente e instituyente. Y por esta misma razón, necesitan ser defendidos en los lugares concretos donde se ven amenazados y reinventados: dentro de la guerra, y no fuera de ella; En Ucrania, en las batallas de las redes, con los migrantes, con quienes sufren bombardeos, en las brechas de las infraestructuras algorítmicas.
Más que acertar con el nombre, se trata de reabrir la escucha hacia dónde se mueve algo, y nombrar, aquí, no es describir: es elegir un campo de intervención inmediata. Y quizás, en este momento, el nombre más incómodo, más exigente, más olvidado, es precisamente el que más importa.
Repitámoslo, entonces: DEMOCRACIA

Felipe Fortes: es Doctor en Filosofía; investigador del pos-doctorado en el Programa Pós-Graduação de Comunicação e Cultura da UFRJ, con beca de la FAPERJ. Es miembro de los grupos de investigación Laboratório Território e Comunicação (LABTeC) y de la Rede Universidade Nômade. Con Giuseppe Cocco, dicta la catedra “Aceleração Algorítmica, Democracia e Trabalho” en el Colégio Brasileiro de Altos Estudos da UFRJ (CBAE).

Traducción del portugués: Santiago Arcos-Halyburton

NOTAS:

1.- Ideológicamente, muchas de las nuevas dinámicas pueden incluso presentarse bajo formas neoliberales: discursos de mercado, lenguaje empresarial, retórica de la eficiencia o la libertad individual. Pero lo que importa no es la forma ideológica en que se anuncian, sino sus implicaciones materiales. La forma de gobierno de Trump es un ejemplo paradigmático: aunque a menudo se le asocia con el «neoliberalismo», rompió con los pilares centrales de las prácticas neoliberales, adoptando políticas proteccionistas agresivas —como aranceles unilaterales contra China, Europa y México—, desmantelando acuerdos multilaterales y reestructurando el papel del Estado como agente económico nacionalista. Esto no es, por lo tanto, una continuación del neoliberalismo ni un simple cambio, sino una ruptura efectiva con su lógica —económica, jurídica y geopolítica—.

2..- Lula representa, ejemplarmente, el impasse conceptual y político que este texto pretende criticar. Al mismo tiempo que denuncia, con razón, la violencia perpetrada por Israel en Gaza, flirtea sistemáticamente con el putinismo, ya sea minimizando la responsabilidad de Rusia en la guerra en Ucrania o reiterando críticas asimétricas a Zelenski y la resistencia ucraniana. Esta postura, disfrazada de diplomacia «equilibrada», revela no neutralidad, sino una división cínica y selectiva que se niega a reconocer como política legítima la lucha de un pueblo por la autodeterminación democrática.

3.- Hemos llamado a esta forma de poder noopoder. En: COCCO, Giuseppe; FORTES, Felipe. Aceleración algorítmica, crisis de soberanía y noopolítica: la batalla por el control de las redes. Common Place – Estudios de medios, cultura y democracia, Río de Janeiro, n.º 72 (Guerras), sección “Rede Moitará”, pp. 43–70, 30 de abril de 2025. Disponible en:
https://revistas.ufrj.br/index.php/lc/article/view/68200/43224

4.- Como nos recuerda Marx, es el ser humano quien explica al mono, y no al revés. Del mismo modo, no son los residuos del neoliberalismo los que explican las transformaciones actuales del capitalismo, sino estas mismas transformaciones las que reconfiguran el significado de los elementos heredados. El emprendimiento difuso, por ejemplo, persiste, pero ya no es un vector de reorganización estructural: es un punto de partida, no un punto final. Las dinámicas que importan aquí son aquellas que desestabilizan la forma consolidada del sistema, no aquellas que, aunque incorporadas, persisten como residuos dentro de un nuevo orden social, un nuevo modo de acumulación, un nuevo nomos. Lo mismo ocurre en el campo de la inteligencia: es la hibridación entre la inteligencia humana y la artificial la que desafía y redefine lo que entendemos por inteligencia, y no al revés.

5.- Un ejemplo concreto de estas prácticas tecnopolíticas de resistencia es el desarrollo, en plena guerra, de tecnologías de desminado territorial, llevadas a cabo mediante colaboraciones público-privadas entre el gobierno ucraniano y startups locales. Estas innovaciones se guían no solo por objetivos militares, sino también por la reconstrucción civil y la protección de la población. Véase: Innovation Under Fire: Inside Ukraine’s Race to Reinvent Demining, disponible en:
https://tech.eu/2025/06/04/innovation-under-fire-inside-ukraines-race-to-reinvent-demining/

Jason W. Moore: “La historia del capitalismo es una historia de genocidios recurrentes”

Por Adrià Rodríguez (IDRA) 

Hablar con Jason W. Moore (Oregón, 1971) es hablar de capitaloceno, concepto que propuso para “ridiculizar el pensamiento autoritario que se remonta a Malthus a finales del siglo XVIII”, donde la superpoblación era la fuente de la desigualdad. Para el historiador, geógrafo y profesor de Sociología, el cambio climático es responsabilidad de la clase capitalista y de esas 150 empresas transnacionales responsables de más del 70% de las emisiones mundiales de carbono y gases de efecto invernadero desde 1850. La crisis climática, concluye, es una cuestión laboral, una guerra de clases.

En esta entrevista, Moore también desarrolla la idea de ‘naturaleza barata’ y los “los intentos, desde arriba, de devaluar la vida humana”. También analiza el genocidio en Gaza –“singular, pero no excepcional”– y facilita herramientas clave para organizar movimientos antisistémicos que puedan dar respuesta a un capitalismo en crisis.

Quisiera empezar preguntándole por el concepto que ha desarrollado de “naturaleza barata”. ¿De qué manera este concepto es relevante hoy en día para abordar la crisis ecológica?

El capitalismo es un sistema de naturaleza barata. La naturaleza barata incluye no solo los suelos y los arroyos, los campos y los bosques, sino que incluye la fuerza de trabajo humana. La historia del capitalismo, desde Colón en 1492 hasta nuestros días, es la historia de una lucha por la naturaleza barata. La naturaleza barata incluye lo que yo llamo los cuatro elementos baratos, o los cuatro baratos: trabajo barato, alimentos baratos, energía barata y materias primas baratas. Para que el capitalismo pueda superar sus crisis necesita reducir el precio de la fuerza de trabajo, los alimentos, la energía y las materias primas, y al mismo tiempo aumentar su volumen. La naturaleza barata no consiste solo en cómo los capitalistas hacen bajar el precio de estos cuatro elementos, también es un proceso de devaluación en el sentido del término en inglés “cheapening”, relativo a privar de dignidad y respeto. Esto es lo que todos los grandes imperios hicieron: devaluar la vida y el trabajo de la gran mayoría.

¿Qué implica incluir la fuerza de trabajo como parte de la naturaleza barata?

A pesar de que hoy se habla de que la humanidad es la causa del cambio climático, la realidad es que durante la mayor parte de la historia del capitalismo casi toda la humanidad fue ubicada en el reino de la naturaleza. En palabras de la gran economista política Maria Mies, el capitalismo se nutre del trabajo no remunerado de las mujeres, la naturaleza y las colonias. Las fuentes de la naturaleza barata están en la trama de la vida, pero los mecanismos para producir y extraer naturaleza barata implican la dominación y la opresión. Por lo tanto, cuando hablamos de naturaleza barata no solo nos referimos a la naturaleza biofísica y biológica, sino también a los intentos, desde arriba, de devaluar la vida humana y el conjunto de la trama de la vida.

Recientemente ha escrito sobre el fin de esta naturaleza barata, el fin del proceso histórico por el cual el capitalismo no paga sus cuentas. La economista Daniela Gabor analiza cómo los poderes públicos reducen el riesgo de los privados invirtiendo sumas de dinero cada vez mayores para desplazar la crisis ecológica. ¿Hasta qué punto podemos decir que el dinero barato es una estrategia para evitar el fin de la naturaleza barata?

Desde finales de 1980 hasta hace quizá tres años, la era neoliberal estuvo marcada por una política monetaria expansiva de dinero barato. Lo vimos en Japón, en Europa o en Estados Unidos. Hoy, eso parece haber terminado. Y esto nos dice algo importante en respuesta a su pregunta: el capitalismo nunca resuelve sus crisis. Simplemente, las desplaza de un lado a otro. Pero solo las puede desplazar moviéndose hacia nuevas fronteras de dinero barato, trabajo barato, comida barata, energía barata, materias primas baratas y residuos baratos. Todas esas fronteras hoy han sido cercadas. La fuente de la vitalidad del capitalismo era moverse hacia nuevas fronteras y luego organizar nuevas y vastas revoluciones industriales. Hoy esto ha terminado, definitivamente.

Hoy también asistimos al fin de la comida barata. Desde 2008, los precios de los alimentos se han disparado en todo el mundo, principalmente debido a que el capital huyó de la crisis de las hipotecas subprime a la bolsa de Chicago para especular con materias primas y alimentos. Los poderes públicos están invirtiendo enormes sumas de dinero para contener los precios de los alimentos, porque saben que es una de las causas del malestar social. Esto está acelerando la concentración de poder en las grandes empresas agroindustriales y acelerando la crisis ecológica, que a su vez aumenta el precio de los alimentos. ¿Cómo romper esta espiral?

Analicemos la relación del capitalismo con la agricultura. Si nos remontamos al siglo XVI podemos ver que el modelo de revolución agrícola lanzado por el capitalismo fue exitoso. Lo que hizo fue producir cada vez más alimentos con cada vez menos fuerza de trabajo. Eso liberó a la mano de obra para trabajar en fábricas y astilleros, para trasladarse a las ciudades e impulsar el desarrollo económico moderno. Todas las grandes épocas doradas, desde la inglesa y la holandesa en los siglos XVI y XVII hasta el siglo estadounidense, se basaron en una revolución agrícola que logró producir más y más alimentos para que su precio bajara, haciendo que el precio de la fuerza de trabajo también disminuyera. La relación entre la alimentación y la fuerza de trabajo es muy estrecha, ya que el precio de los alimentos condiciona el precio de la mano de obra. Esa era ha terminado. Lo sabemos por la progresiva desaceleración de la productividad agrícola en todo el mundo, especialmente en las áreas que fueron el corazón de la revolución verde, como Estados Unidos o India. La alimentación es una de las principales cuestiones políticas del presente, una cuestión de orden social y de inestabilidad política. Dos de las principales revoluciones de la historia mundial moderna, la francesa y la rusa, fueron provocadas por problemas alimentarios. El cambio climático ahora hace imposible una nueva revolución agrícola capitalista en los términos que he descrito.

Quisiera que profundizáramos en el concepto de capitaloceno y en qué propone desde un punto de vista analítico.

El antropoceno significa, literalmente, la era del hombre. Se presenta como un hecho evidente, como una nueva era geológica. En realidad, se trata de un argumento político escondido bajo el espejismo de la buena ciencia. No hay nada original en el concepto de antropoceno. No es más que un cambio de nombre del holoceno. El concepto de capitaloceno es una provocación. Es un intento de burlarse y ridiculizar el pensamiento autoritario que se remonta a Malthus a finales del siglo XVIII. Malthus pensaba que la superpoblación era la fuente de la desigualdad, lo cual era muy conveniente para él y sus amigos ricos, porque así no tenían que asumir ninguna responsabilidad por el marcado aumento de la desigualdad en Inglaterra a finales del siglo XVIII. Según su lógica, la desigualdad no era culpa de los capitalistas, de la explotación ni de los cercamientos, era culpa de la naturaleza y la ley natural, de que, según ellos, los pobres tenían demasiados hijos. Otras versiones de este argumento aparecerían posteriormente. A finales del siglo XIX, otro período de profunda revuelta social, fue el darwinismo social y la revolución eugenésica. En 1968, en el momento de las revueltas del Tercer Mundo y en el Occidente imperialista, tenemos un medioambientalismo dominante, lo que Martínez-Alier llama el medioambientalismo de los ricos. Cada vez que la clase dominante se ve amenazada, vuelve a la idea de la naturaleza y la ley natural porque es más fácil justificar ideológicamente la guerra, la violencia y la desigualdad a través de un conflicto eterno entre el hombre y la naturaleza, que explicarlo a través de una guerra de clases entre la gran mayoría, campesinos y trabajadores, y la clase capitalista.

¿Y desde un punto de vista político? ¿De qué manera diría que el capitaloceno es fundamental para las formas actuales de organización y para los movimientos antisistémicos actuales?

El capitaloceno dice que los orígenes de la crisis climática se remontan a la era de Colón. La aniquilación de las poblaciones del nuevo mundo para esclavizarlas contribuyó al severo cambio climático del siglo XVII. El capitaloceno también es una manera de decir que el cambio climático es responsabilidad de la clase capitalista, del 1% o, actualmente, del 0,1%. Y que los responsables del cambio climático tienen nombres y direcciones. Basta pensar en las 150 empresas transnacionales responsables de más del 70% de las emisiones mundiales de carbono y gases de efecto invernadero desde 1850. Al igual que con la trata de esclavos, sabemos quién es el responsable de la crisis climática. Es un crimen contra la humanidad, un ecocidio. Y los responsables deben rendir cuentas. Tienen nombres y direcciones, sabemos quién ha cometido el delito, podemos tomar medidas. Por lo tanto, el capitaloceno es una forma de señalar que los problemas de la vida planetaria y de la crisis climática pueden atribuirse a las clases capitalistas del Occidente imperial.

Antes ha mencionado la obra de Maria Mies y su análisis de cómo el capitalismo se apropia del trabajo de las colonias, de las mujeres y de la naturaleza. En su pensamiento usted ha desarrollado una idea similar, la distinción entre apropiación y explotación, que también ha hecho Nancy Fraser. Esta distinción es fundamental para construir alianzas entre el movimiento ecologista y otras luchas como las sindicales o las luchas por la vivienda ¿De qué forma piensa que esta distinción puede ser políticamente útil?

No hay luchas ecológicas separadas de la cuestión laboral. Ese es el primer argumento que deben plantear los socialistas; que la crisis climática es una cuestión laboral, como dice Matthew Huber, una guerra de clases. El racismo, el sexismo y el imperialismo existen con un solo propósito: aumentar la tasa de ganancia y ampliar las posibilidades de acumulación de la superclase planetaria. Lo que hizo Maria Mies, la gran socióloga feminista y marxista alemana, fue llamar nuestra atención sobre las dinámicas de la opresión y el trabajo no remunerado en la formación de las clases trabajadoras. El proletariado, la clase obrera, no se define solo por la relación laboral asalariada. Todos los hogares de la clase trabajadora dependen de grandes cantidades de trabajo no remunerado. Se trata de una estrategia de naturaleza barata que reduce el precio de la fuerza de trabajo. El tiempo de trabajo socialmente necesario está determinado por procesos políticos de dominación que extraen el trabajo no remunerado socialmente necesario de las mujeres, la naturaleza y las colonias. El capitalismo no es, en sentido estricto, un sistema económico. Contiene un sistema económico, pero es un sistema social que organiza la trama de vida y que va mucho más allá del control de cualquier civilización, de los ciclos solares, de la órbita de la tierra, de las erupciones volcánicas.

La crisis capitalista y ecológica se despliega a través de lo que Neil Smith describió como desarrollo desigual. Este desarrollo desigual es causa y consecuencia de la competencia interna del capital. ¿En qué punto nos encontramos 40 años después de que Neil Smith escribiera su libro?

La dinámica competitiva, que está en el corazón del capitalismo, ha terminado. En todos los principales sectores económicos del mundo dominan cuatro, quizás cinco empresas. Da igual si nos fijamos en los contratistas militares, en las grandes empresas farmacéuticas, en los medios de comunicación, en la fabricación de automóviles o en las grandes empresas tecnológicas; hay cuatro o cinco empresas por sector. Esto es lo que los estudiosos han llamado capitalismo monopolista, pero lo que vemos hoy supera su imaginación más descabellada. Entonces, ¿qué tipo de capitalismo es este? Es un capitalismo zombi. Bajo el capitalismo zombi, las bases de vitalidad han desaparecido, pero el cuerpo permanece. El capitalismo está muerto por dentro, pero permanece para alimentarse del cerebro de los vivos. Así lo ha descrito Nancy Fraser en El capitalismo caníbal.

¿Qué papel tienen los poderes públicos en sostener las contradicciones inherentes al capitalismo zombi?

Los Estados Unidos han participado en aproximadamente 170 intervenciones militares desde 1999. A medida que la crisis climática se intensifica, también lo hace la maquinaria de guerra que viene de Washington. Los ambientalistas deben tomarse esto muy en serio. La capitalización bursátil de las 50 empresas más grandes del planeta equivale al 30% de toda la actividad económica del planeta. Este es un nivel de centralización extrema y está relacionado con la asociación extremadamente interrelacionada entre el capital y los Estados. En los Estados Unidos, en la relación entre Goldman Sachs, Wall Street y la Casa Blanca, o entre Silicon Valley y la Casa Blanca, o entre los contratistas militares y la Casa Blanca, siempre vemos a las mismas personas. Esto plantea cuestiones fundamentales sobre la democracia, incluso sobre la democracia limitada que se nos ha otorgado bajo el capitalismo. En todo el mundo presenciamos una crisis de la democracia liberal que tiene sus raíces en el fin de la naturaleza barata. No se puede superar, no se superará. Lo que tendrá éxito es alguna forma de acumulación con la política al mando, que por cierto es la condición normal de la civilización antes del capitalismo.

Está hablando de la era de la guerra y de su relación con el colapso ecológico. ¿De qué manera el genocidio en Gaza está relacionado con el ecocidio?

Gaza es singular, pero no excepcional. La historia del capitalismo es una historia de genocidios recurrentes. La lógica básica del imperialismo es la de un proyecto civilizador –por supuesto, lo digo con sarcasmo– que establece dos zonas. Una zona en la que impera una regularidad similar a la de una ley en los centros imperialistas, y zonas de sacrificio en todos los demás lugares. ¿Y quién habita las zonas de sacrificio? Los salvajes –así piensan los imperialistas, así es como hablan–. Primero eran salvajes, más tarde fueron subdesarrollados. Así es como los imperios se ven a sí mismos, como civilizadores. ¿Y a quién están civilizando? A los salvajes, los humanos que no son del todo humanos, que no están preparados para los mercados, para la democracia, para la civilización. Debemos enseñarles, dicen, y si no se les puede enseñar, hay que borrarlos de la faz de la Tierra. Todo esto es, al pie de la letra, la retórica del Gobierno israelí para ejecutar sus crímenes en Gaza. Los alemanes de la Segunda Guerra Mundial tenían la misma retórica. Los británicos en la India tenían la misma retórica. Podemos dar innumerables ejemplos, ya sea del imperio estadounidense, el imperio británico o el imperio holandés antes que ellos. Esta es también la historia de los genocidios indígenas que se sucedieron durante los siglos XIX y XX en América del Norte. Esta dinámica que acabo de describir es también la dinámica de cómo se producen naturalezas baratas, cuando los seres humanos se convierten en parte de la naturaleza y se les trata como un objeto prescindible, como algo que se puede dominar en aras del beneficio.

A lo largo de su trabajo ha desarrollado el concepto de ecología-mundo, tratando de describir cómo, en las distintas eras del capitalismo, el trabajo, la energía, la alimentación y la naturaleza se combinan de diferentes maneras. ¿Qué formas de resistencia imagina o cree que necesitamos en esta etapa de la ecología-mundo?

Necesitamos todas las formas de resistencia, aún más importante, no basta con resistirse. Históricamente, la expansión y el crecimiento del capital a lo largo de los siglos permitieron un modesto proceso de reformas graduales, sobre todo en el Occidente imperial. Algunas partes de la población mundial podrían ser cooptadas dándoles unas cuantas zanahorias más, metafóricamente hablando. Cuando no tienes zanahorias, solo tienes palos. Hoy no hay más zanahorias. Y una cosa que sabemos históricamente, hay un gran libro de Walter Scheidel titulado The Great Leveler en el que se expone este punto, es que ninguna redistribución de la riqueza y el poder de los ricos a los pobres ha ocurrido nunca sin violencia. Eso no se debe a que la gente sea violenta, sino a que las clases dominantes quieren conservar su riqueza y su poder por cualquier medio necesario. El contexto del fin de la naturaleza barata plantea cuestiones políticas nuevas y espinosas para los movimientos sociales de principios del siglo XXI. Debemos desarrollar una estrategia política que vaya más allá de la política fallida del horizontalismo, para que el poder político extienda la democracia en este momento de crisis.