Do you remember revolution?

por Lucio Castellano, Arrigo Cavallina, Giustino Cortiana, Mario Dalmaviva, Luciano Ferrari Bravo. Chicco Funaro, Antonio Negri, Paolo Pozzi, Franco Tommei. Emilio Vesce, Paolo Virno.

[Propuesta de lectura histórico-política para el movimiento de los años Setenta: Estas páginas, escritas por 11 detenidos del 7 de abril en Rebibbia, no son un documento para la defensa. Son un trazado de identidad y una propuesta de interpretación de lo que era la Autonomía en la realidad política y social de la Italia de los años 70’s. Es necesario iniciar una discusión, que nosotros ya hemos iniciado.

De ahora en adelante nos gustaría decir dos cosas. La primera es que este escrito es un acto de lealtad; los acusados ​​del 7 de abril no se presentan como víctimas y mucho menos como arrepentidos, aunque se pregunten por una derrota; a pesar de saber que esto no les granjeará la benevolencia de una opinión que hoy rechaza toda memoria (de ahí el título irónico y autocrítico que eligieron). La segunda es que todo lo relacionado con este documento suyo, nos parece, se puede discutir, e incluso radicalmente, pero con honestidad, reubicando las palabras y su significado en el contexto de los años a los que se refieren («violencia «Será la prueba del buen teórico). Después de eso, también puedes estar en desacuerdo con todo. El manifiesto está abierto a cualquier aportación que tenga este espíritu. (rr)]1

 

Mirando hacia atrás, reexaminando una vez más los años setenta con memoria y razón, estamos seguros de al menos una cosa: que la historia del movimiento revolucionario, de la oposición extraparlamentaria primero y de la autonomía después, no ha sido distorsionada por los marginados o los excéntricos, crónica de alucinaciones sectarias, sucesos de catacumbas o furia del ghetto. Creemos realista afirmar, por otra parte, que esta historia ¾parte de la cual se ha convertido en un «asunto procesal» está indisolublemente entrelazada con la historia general del país, con los pasajes y cesuras cruciales que la marcaron.

Manteniendo firme este punto de vista (de por sí banal, pero, en estos tiempos, temerario e incluso provocador), planteamos un bloque de hipótesis histórico-políticas sobre la última década, que van más allá de las preocupaciones de la defensa judicial inmediata. Las consideraciones que siguen, a menudo en forma de simple exposición de problemas, no están dirigidas a los jueces, que hasta ahora sólo se han interesado por la mercancía de los «arrepentidos», sino a todos aquellos que han luchado en los últimos años: a los camaradas del 68, a los del 77, a los intelectuales que «disienten» (¿es eso lo que dicen ahora?) juzgando racional la revuelta. Para que ellos a su vez intervengan, rompiendo el círculo vicioso de represión y nuevo conformismo.

Creemos que ha llegado el momento de volver a afrontar la verdad histórica de los años setenta. Contra el arrepentido, la verdad. Después y contra los arrepentidos, un juicio político. Una asunción global de responsabilidad es hoy posible y necesaria: es uno de los pasos funcionales hacia la plena afirmación del «post-terrorismo» como dimensión específica de la confrontación entre nuevos movimientos e instituciones.

Es obvio que no tenemos nada que ver con el terrorismo; que hemos sido «subversivos» lo es igualmente. Nuestro juicio se desarrolla entre estas dos «cosas obvias». Nada se da por sentado, el deseo de los jueces de uniformar la subversión y el terrorismo es conocido, es intenso: llevaremos la batalla defensiva con los medios técnico-políticos adecuados. Pero la reconstrucción histórica de los años 1970 no puede desarrollarse cómodamente sólo en la sala del Foro Itálico: debe abrirse un debate franco y amplio, en paralelo al juicio, entre los sujetos reales que fueron protagonistas de la «gran transformación». Éste es, entre otras cosas o sobre todo, un requisito indispensable para hablar en términos adecuados de las tensiones que impregnan nuestros años 80.

1– La característica específica del 68 italiano es la mezcla entre fenómenos sociales innovadores y disruptivos ¾en muchos sentidos típicos de la industrialización madura¾ y el paradigma clásico de la revolución política comunista.

La crítica radical del trabajo asalariado fue la fuerza impulsora central detrás de las luchas de masas, la matriz de un antagonismo fuerte y duradero, el contenido material de toda la esperanza futura que el movimiento representa. Esto dio sustancia al desafío masivo dirigido contra roles y jerarquías; hacia lucha por la igualdad salarial, por los ingresos separado de la productividad; al ataque sobre la organización del conocimiento social; a las exigencias cualitativas por cambios en la estructura de vida cotidiana ¾en una palabra, al esfuerzo general por lograr objetivos concretos, formas de libertad.

En otros países del Occidente capitalista (Alemania, EE.UU.), estas mismas fuerzas transformadoras se habían desarrollado como un cambio molecular en las relaciones sociales, sin plantear directa e inmediatamente el problema del poder político, de una gestión alternativa del Estado.

En Francia e Italia, debido a las rigideces institucionales y a la forma muy simplificada de regular los conflictos, el tema del poder, de su «toma», se vuelve inmediatamente preeminente.

En Italia, especialmente, a pesar de que en muchos aspectos el año 1968 marcó una aguda discontinuidad con la tradición «laborista» y estatista del movimiento obrero histórico, el modelo político comunista fue injertado de manera vital en el cuerpo de los nuevos movimientos. La extrema polarización del conflicto de clases y la pobreza de un tejido de mediación política (por un lado, las comisiones internas, por otro, antes del nacimiento de las autoridades locales, un Estado de Bienestar aún hipercentralista) favorecen un entrelazamiento efectivo entre las peticiones de mayores ingresos y mayor libertad y el objetivo leninista de » destruir la máquina estatal».

2– Entre el 68 y principios de los 70, el problema de encontrar una salida política y un resultado para las luchas estuvo en la agenda de toda la izquierda, tanto la «vieja» como la «nueva».

Tanto el PCI como los sindicatos, así como los grupos extraparlamentarios, aspiraban a un cambio drástico en el equilibrio del poder, que completaría y estabilizaría el cambio en las relaciones de fuerza que ya se había producido en las fábricas, en la industria y en el mercado del trabajo. Hubo una larga y atormentada batalla por la hegemonía dentro de la izquierda en relación a la naturaleza y la calidad de esta solución política (comúnmente considerada necesaria y decisiva).

Los grupos revolucionarios, mayoritarios en escuelas y universidades, pero arraigados también en las fábricas y en los servicios, tenían muy claro que el reciente impulso de transformación había coincidido con una deslumbrante ruptura del anterior marco de legalidad, y pensaba insistir en ese camino, impidiendo una recuperación institucional de los márgenes de mando y de beneficio. La extensión de las luchas al interior de todo el territorio metropolitano y la construcción de formas de contrapoder eran consideradas necesarias para contrarrestar el chantaje de la crisis económica. PCI y sindicato, en cambio, veían en el desmoronamiento de la centro-izquierda y en las “reformas de estructura” el resultado moral del 68. Un nuevo “marco de compatibilidades” y una red de mediación institucional más compleja y articulada hubieran debido garantizar una especie de protagonismo obrero en el relanzamiento del desarrollo económico.

Si la polémica más áspera se ha planteado entre organizaciones extraparlamentarias e izquierda histórica, no es menos cierto que la lucha ideal para cualificar el resultado del movimiento ha atravesado, también, horizontalmente estas dos formaciones. Basta con recordar aquí, a título de ejemplo, la crítica formulada por Amendola a la Federación Unitaria de Metalúrgicos (F.L.M.) de Turín, y, en general, al “sindicato del movimiento». O bien las diversas interpelaciones que daban los componentes del sindicato unitario del naciente fenómeno de los «consejos de zona». Del mismo modo, en la otra vertiente, basta con citar la diferencia entre el filón “obrerista” y el marxista-leninista. Así y todo, la división de las orientaciones se producía, como ya se ha dicho, en torno a un único, esencial problema: la traducción en términos de poder político de la conmoción que se produjo en las relaciones sociales a partir del 68.

3– Al principio de los años 70, los grupos extraparlamentarios plantearon el problema del empleo de la fuerza, de la violencia, en absoluta coherencia con la tradición comunista revolucionaria: o sea, considerándola uno de los instrumentos necesarios para incidir en el terreno del poder.

No hay ahí fetichismo alguno de la violencia como medio, sino por el contrario su estrecha subordinación al avance del enfrentamiento de masas; y al mismo tiempo, aceptación plena de su pertinencia. Respecto al tejido mismo de la conflictividad social, la cuestión del poder político ofrecía una indudable discontinuidad, un carácter no lineal, especifico. Después de Avola, de Corso Traiano, de Battipaglia, “el monopolio estatal de la fuerza” aparecía un obstáculo ineludible con el que confrontarse sistemáticamente.

Desde un punto de vista programático, entonces, la ruptura violenta de la legalidad se concibe en términos ofensivos, como manifestación de un contrapoder: consignas como “tomarse la ciudad” o “insurrección” sintetizaban esta perspectiva, considerada inevitable, pero no inmediata.

Desde un punto de vista concreto, en cambio, la organización sobre el plano de la ilegalidad es una cosa muy modesta, con una finalidad exclusivamente defensiva y contingente: defensa del piquete, de las ocupaciones de casas, de la manifestación, medidas de prevención y de seguridad ante un eventual ataque de la derecha (que, desde el atentado de Piazza Fontana, no se podía excluir).

En definitiva: una teoría de ataque, de ruptura, correspondiente a la fusión de un nuevo sujeto político, el del 68, con la cultura comunista, y por otra parte realizaciones prácticas minimalistas. Sin embargo, es claro que, tras el “bienio rojo” 68-69, para miles y miles de militantes, incluidos los cuadros de base del sindicato, fuese absolutamente un hecho de sentido común el organizarse en el terreno de la “ilegalidad”, así como debatir públicamente tiempo y modo del choque con las estructuras represivas del Estado.

4– En aquellos años, el rol de las primeras organizaciones clandestinas (GAP [Grupos de Acción Partisana-Ejército Popular de Liberación], BR [Brigadas Rojas]) es absolutamente marginal y ajeno a la temática del movimiento.

La clandestinidad, la evocación obsesiva de la tradición partisana, la referencia al obrero profesional, no tienen nada que ver con la organización de la violencia por parte de las vanguardias de clase y de los grupos revolucionarios.

El GAP, remitiéndose al antifascismo de la resistencia y a la tradición comunista de la “doble vía” de los años 50’s, propugnaba la adopción de medidas preventivas ante un golpe que se daba por inminente. Las BR formadas por la confluencia de los marxistas-leninistas de Trento, con los ex PCI de las bases milanesas y de los ex FGCI [Federazione Giovanile Comunista Italiana] de la Reggio Emilia  buscaron, durante toda la primera fase, simpatía y contacto en la base comunista, no en el movimiento revolucionario. Antifascismo y “lucha armada por las reformas” caracterizaban su accionar.

Paradojalmente, la propia aceptación de una perspectiva de lucha, incluso, ilegal y violenta por parte de la vanguardia comunista del movimiento, volvía absoluta e insuperable la distancia respecto a la clandestinidad y a la “lucha armada” como opción estratégica. Los esporádicos contactos que hubo entre “grupos” y las primeras organizaciones armadas, no solo no atenuaron, sino que, muy por el contrario, acentuaron, exponencialmente, lo irreconciliable de la cultura y línea política de ambos bandos.

5– En el ’73-’74, el trasfondo político global en el que durante años había crecido el movimiento estalla. En un breve arco de tiempo se producen múltiples rupturas de las continuidades existentes, mutando perspectivas y comportamientos, se alteran las propias condiciones del conflicto social. Este brusco viraje se explica en base a numerosas causas concomitantes e interdependientes. La primera está constituida por el juicio del PCI sobre el cierre de espacios a nivel internacional, con la consiguiente urgencia de encontrar una “salida política” inmediata en base a las condiciones existentes.

Ello conlleva una fractura, destinada a ampliarse, en el interior de ese medio político-social compuesto, pero hasta entonces sustancialmente unitario, que había buscado, tras el 68, un aterrizaje en el terreno del poder que reflejase la radicalidad de las luchas y de sus contenidos transformadores. Una parte de la izquierda (PCI y sindicatos confederados) empieza a aproximarse al terreno gubernamental, en contra de amplios sectores del movimiento.

La oposición extraparlamentaria se ve obligada a volver a definirse sobre el “compromiso” perseguido por el PCI. Y esta redefinición significa crisis, y progresiva pérdida de identidad. En efecto, la lucha por la hegemonía en la izquierda, que en cierta medida había justificado la existencia de los “grupos”, parece ahora resolverse mediante una decisión unilateral, que rompe, separa las perspectivas, pone fin a la dialéctica.

De ahora en adelante el tema de la “salida política”, de la gestión alternativa del Estado, se identifica con la moderación de la política del PCI. Las organizaciones extraparlamentarias, aún decididas a moverse en ese territorio, sólo pueden tratar de perseguir y condicionar la trayectoria del “compromiso”, constituyendo su “versión extremista” (recuérdese la presentación de listas “revolucionarias” a las elecciones administrativas de 1975, y a las legislativas de 1976). Otros grupos, en cambio, comprueban los límites de su experiencia, y antes o después caminan hacia su disolución.

6.- En segundo lugar, con los contratos del 72-73, la figura central de las luchas en las fábricas, el obrero de la cadena de montaje, el obrero-masa, pierde su papel ofensivo y unificado. Comienza la restructuración de la gran empresa.

El uso de indemnizaciones por despido y la primera renovación parcial de las tecnologías cambiaron fundamentalmente la estructura de producción, mitigando la intensidad de las formas de lucha anteriores, incluidas las huelgas. Los “grupos hegemónicos” y su poder sobre la organización del trabajo se ven desplazados por la reestructuración de la maquinaria y de la jornada laboral. La representatividad de los consejos de fábrica, y por tanto, la dialéctica entre “derecha” e “izquierda” que existía en su interior, se encoge rápidamente.

El poder del obrero de línea no se debilita por la presión de un “ejército industrial de reserva” tan tradicional como fantasmático, o sea, por la competencia de los parados. El punto es que la reconversión industrial privilegia inversiones en sectores ajenos a la producción de masa, convirtiendo así en centrales, de relativamente marginales, a otros segmentos de fuerza trabajo (mujeres, jóvenes, y diplomados), con menor historia organizativa a sus espaldas. Ahora el terreno de enfrentamiento concierne siempre más a los equilibrios globales del mercado de trabajo, el gasto público, la reproducción del proletariado y la juventud, la distribución de cuotas de renta independientes de la prestación laboral.

7– En tercer lugar, se produce un cambio interior en la subjetividad del movimiento, de su “cultura”, de su horizonte proyectual. En resumen: se consuma una ruptura con la tradición interna del movimiento obrero, con la idea de la “toma del poder”, con el objetivo canónico de la “dictadura del proletariado”, con los últimos destellos del “socialismo real”, con toda vocación de gestión.

Lo que ya chirriaba en el matrimonio sesentayochista entre contenidos innovadores del movimiento y modelo de la revolución política comunista, se convierte ahora en abismo total. El poder es visto como una realidad ajena y hostil, de la que hay que defenderse, pero a la que no se puede conquistar o derribar, sino sólo reducir, mantener alejada. El punto crucial está en la afirmación de sí mismo como sociedad alternativa, como riqueza de comunicación, de libre capacidad productiva, de formas de vida. Conquistar y gestionar “espacios” propios: ésta es la práctica dominante de los sujetos sociales para los que el trabajo asalariado ha dejado de ser punto y simple “episodio”, contingencia, disvalor.

El movimiento feminista, con su práctica de comunidad, y su separación del resto de la sociedad, con su crítica de la política y de los poderes, con su áspera desconfianza hacia toda representación institucional y “general” de necesidades y deseos, con su amor por la diferencia, es emblemático de la nueva fase. En él se inspirará más o menos explícitamente la trayectoria del proletariado juvenil a mediados de los años 70.

El propio referéndum sobre el divorcio es un indicio de gran significado de la tendencia a la “autonomía de lo social”. Imposible seguir hablando del “álbum de familia”, ni siquiera de una familia mal avenida. La nueva subjetividad de masa es ajena al movimiento obrero: lenguajes y objetivos han dejado de comunicarse. La propia categoría de “extremismo” no explica ya nada, todo lo contrario, confunde y enturbia. Se puede ser “extremista” sólo en relación con algo semejante: pero es precisamente esa “semejanza” la que va desapareciendo rápidamente. Quien busca continuidad, quien aprecia el “álbum”, sólo puede dirigirse al universo separado de las “organizaciones combatientes” marxistas-leninistas.

8.- Los tres aspectos del giro que se dio entre 1973 y 1975, pero en particular el último, concurren en el nacimiento de la “Autonomía Obrera”.

La Autonomía se forma contra el proyecto del “Compromiso”, en respuesta al fracaso de los grupos, más allá del obrerismo, mediante una interacción conflictual permanente con la reestructuración productiva. Pero sobre todo expresa la nueva subjetividad, la riqueza de sus diferencias, su distanciamiento de la política formal y de los mecanismos de representación. No ya “salida política”, sino potencia articulada y concreta de lo social.

En ese sentido, el localismo es una característica definitoria de la experiencia autónoma. La profunda distancia de la perspectiva de una posible gestión alternativa del Estado, excluye una centralización del movimiento. Cada corriente regional de la Autonomía reproduce las particularidades concretas de la composición de clase, sin sentir esto como una limitación, sino más bien como una razón de ser. Es literalmente imposible, por tanto, trazar una historia unitaria de la Autonomía romana o milanesa, la del veneto o la meridional.

9– De 1974 a 1976 se intensifica y difunde la práctica de la ilegalidad y de la violencia. Pero esta dimensión del antagonismo, desconocida en el período precedente, carece de toda finalidad global antiestatal, no prefigura ninguna “ruptura revolucionaria”. Éste es el aspecto esencial. En las metrópolis la violencia aumenta, en función de una satisfacción inmediata de necesidades, de la conquista de “espacios” que gestionar con total independencia, y como respuesta a las reducciones de los gastos públicos.

En 1974 la “autorreducción” de las tarifas del trasporte, organizada en Turín por el sindicato, vuelve a lanzar de modo clamoroso la “ilegalidad de masas” ya experimentada antes, sobre todo en el campo de los alquileres. Casi en todas partes, y en relación con todo el abanico de los gastos sociales, se pone en práctica esta particular forma de garantía de la renta. Si el sindicato había considerado la autorreducción como un gesto simbólico, el movimiento la convierte en un camino material generalizado.

Pero más aún que la autorreducción, es la ocupación de casas en San Basilio, en octubre de 1974, lo que señala un punto de inflexión, al presentar un alto grado de “militarización” espontánea, de defensa de masas en respuesta a la sanguinaria agresión policial. La otra etapa decisiva para el movimiento es la de las grandes manifestaciones de la primavera de 1975 en Milán, tras el asesinato de Varalli y Zibecchi a manos de fascistas y carabineros. Los durísimos enfrentamientos en la calle son el punto de partida de una secuencia de luchas que atacan las medidas económicas de la austeridad, la que ya se empieza a llamar “política de los sacrificios”. A lo largo de todo el 75 y 76 se conforma el tránsito -en muchos aspectos “clásico” en la historia del welfare- de la autorreducción a un comportamiento de apropiación: de un comportamiento defensivo en relación con los continuos aumentos de los precios, a una práctica ofensiva de satisfacción colectiva de las necesidades, tendente a subvertir los mecanismos de la crisis.

La apropiación -cuyo máximo ejemplo a nivel internacional fue la noche del black-out neoyorkino- alcanza todos los aspectos de la existencia metropolitana: es “gasto político”, ocupación de locales para actividades asociativas libres, es el “tranquilo hábito” del proletariado juvenil de no pagar la entrada en el cine o en los conciertos, es el rechazo de las horas extraordinarias, y la dilatación de las pausas en la fábrica. Pero es sobre todo apropiación del “tiempo de vida”, la liberación del mando de la fábrica, la búsqueda de comunidad.

10- A mediados de los 70 se perfilan dos tendencias distintas en la reproducción ampliada de la violencia. Esquematizando, con una satisfactoria aproximación, se pueden distinguir dos génesis diferentes del impulso hacia la militarización del movimiento. La primera es la resistencia a ultranza frente a la restructuración productiva en las grandes y medianas empresas

10– A mediados de los 70 se perfilan dos tendencias distintas en la reproducción ampliada de la violencia. Esquematizando con una satisfactoria aproximación, se pueden distinguir dos génesis diferentes del impulso hacia la militarización del movimiento. La primera es la resistencia a ultranza frente a la restructuración productiva en las grandes y medianas empresas.

Sus protagonistas son muchos cuadros obreros formados políticamente entre el 68 y el 73, decididos a defender a toda costa las bases materiales de su fuerza contractual. La reconstrucción es vivida como catástrofe política. Sobre todo los militantes de fábrica que se habían comprometido más a fondo con la experiencia de los consejos, tienden a identificar restructuración con derrota, encontrando confirmación a su postura en las repetidas concesiones sindicales en el tema de las condiciones de trabajo. La sustancia de su postura estaba en dejar la fábrica como era, para preservar así una relación de fuerza favorable. Entre este núcleo de problemas, y entre las filas de este personal político-sindical, las Brigadas Rojas, del 74 al 75 y en adelante, despiertan simpatías y alcanzan cierto nivel de implantación

11– La otra corriente ilegal -en muchos aspectos diametralmente opuesta a la primera- está formada por los sujetos sociales que son el resultado de la restructuración, de la descentralización productiva, de la movilidad. La violencia se genera aquí por la ausencia de garantías, por las formas fragmentadas y precarias de conseguir la renta salarial, por el choque inmediato con la dimensión social, territorial, global del mando capitalista.

La figura proletaria que emerge de la restructuración choca violentamente con la organización urbana, con la administración de los flujos de beneficios, y se bate por el autogobierno de la jornada laboral. Este segundo tipo de ilegalidad, que a grosso modo puede conectarse con la experiencia autónoma, no posee nunca el carácter de un proyecto orgánico, y se distingue por la total coincidencia entre la forma de lucha y la consecución del objetivo. Esto conlleva a la ausencia de “estructuras” o “funciones” separadas, específicas, predispuestas al empleo de la fuerza.

A menos que se quiera aceptar el “pasolinismo” como categoría suprema de comprensión sociológica, resulta inevitable resaltar que la violencia difusa del movimiento de aquellos años era un instrumento necesario de autoidentificación y de afirmación de un nuevo y poderoso sujeto productivo, nacido del declinar de la centralidad de la fábrica, y sometido a las fuertes presiones de la crisis económica.

12– El movimiento del 77 expresa, en sus connotaciones esenciales, una nueva composición de clase, y no fenómenos de marginación.

La “segunda sociedad” es, o va camino de serlo, la “primera” en cuanto a capacidad productiva, inteligencia técnico-científica, riqueza de cooperación. Los nuevos sujetos de las luchas reflejan, o anticipan, la identificación creciente entre proceso de trabajo material y actividad comunicativa, en breve, la realidad de la fábrica informatizada y del terciario avanzado. El movimiento es fuerza productiva rica, independiente, conflictual. La crítica del trabajo asalariado muestra ahora una vertiente positiva, creativa, bajo la forma del “autoempleo”, y de gestión parcial desde la base de los mecanismos del welfare. La “segunda sociedad”, que ocupa el escenario en 1977, es “asimétrica” en relación con el poder estatal: no busca oposición frontal, sino elusión, es decir, en concreto, busca espacios de libertad y de renta donde consolidarse y crecer. Esta “asimetría” era un dato inestimable, que testimoniaba la consistencia del proceso social en marcha. Pero necesitaba tiempo. Tiempo y mediación. Tiempo y negociación.

13– En cambio, la operación restauradora del Compromiso histórico niega al movimiento tiempo y espacios, al volver a proponer un antagonismo simétrico en relación con el Estado.

El movimiento se ve sometido a un espantoso proceso de aceleración, que bloquea su potencial articulación, y lo deja sin márgenes de mediación. Contrariamente a lo que ocurre en otros países europeos, y en especial en Alemania, donde la operación represiva se acompaña de formas de negociación con los movimientos, y no incide en su reproducción, el compromiso histórico procede con un largo mazo, negando legitimidad a todo lo que escapa y se opone a la nueva reglamentación corporativa del conflicto. La intención represiva posee en Italia tal generalidad, que se resuelve directamente contra los impulsos sociales espontáneos.

Sucede entonces que la adopción sistemática de medidas político-militares por parte del Gobierno reintroduce de modo “exógeno” la necesidad de la lucha política general, a menudo como pura y simple “lucha por la supervivencia”, mientras que margina y condena al ghetto a las prácticas emancipadoras del movimiento, así como a su densa positividad en el terreno de la calidad de vida y de la satisfacción directa de las necesidades.

14– – La Autonomía organizada se encuentra atenazada entre el ghetto y el enfrentamiento inmediato con el Estado. Su “esquizofrenia” y después su derrota nacen de su intento de escapar a esta tenaza, manteniendo una relación entre riqueza y articulación social del movimiento, por una parte, y las necesidades propias del enfrentamiento antiestatal por otra.

Esta tentativa resulta, al cabo de pocos meses, del todo imposible y fracasa en ambos frentes. La “aceleración” sin precedentes del 77 lleva a la Autonomía organizada a perder lentamente los contactos con estos sujetos que, sustrayéndose de la lucha política tradicional, recorren senderos diversificados ¾unas veces individuales, otras incluso de cogestión ¾ para trabajar menos, vivir mejor, producir libremente. Por otra parte, la propia “aceleración” lleva a la Autonomía a cortar todo contacto con aquellas pulsiones militaristas que estaban presentes en el movimiento, y en la propia Autonomía, y que se convierten, en poco tiempo, en tendencia separada hacia la formación de bandas armadas.

La tenaza, en lugar de abrirse, se cierra aún más. La forma organizativa de la Autonomía, su discurso político sobre el poder, su concepción de la política, son duramente cuestionadas tanto por el ghetto como por las formaciones “militaristas”.

Hay que añadir, sin embargo, que la autonomía también paga todas las debilidades de su propio modelo político-cultural, centrado en el crecimiento lineal del movimiento, en su continua expansión y radicalización. Es un modelo en el que lo viejo y lo nuevo se entrelazan: el «viejo» extremismo anti institucional y las nuevas necesidades emancipadoras. La separación y la «otredad» que distinguen a los nuevos sujetos y sus luchas son a menudo interpretadas por la autonomía como una negación de cualquier mediación política, más que como un apoyo a ella. El antagonismo inmediato contrasta con cada interlocución, con cada «negociación», con cada «uso» de las instituciones.

15– Al finalizar el 77 y a lo largo de todo el 78 se multiplican las formaciones organizadas que operan en un terreno específicamente militar, mientras se acentúa la crisis en la Autonomía organizada.

Para muchos la ecuación: “lucha política = lucha armada”, aparece como la última respuesta realista al cepo que el Compromiso histórico ha cerrado en torno al movimiento. En una primera fase ¾según un esquema repetido innumerables veces ¾ grupos de militantes al interno del movimiento realizan el así llamado “salto” de la violencia endémica a la lucha armada, aun concibiendo esta elección y sus pesadas obligaciones, como “articulación” de las luchas, como creación de una especie de “estructura de servicios”. Pero una forma de organización destinada específicamente a la acción armada se revela estructuralmente inadecuada a las prácticas del movimiento, y no puede dejar de separarse de él en un tiempo más o menos breve.

Ocurre entonces que las numerosas siglas de “organizaciones combatientes” nacidas entre el 77 y 78, terminan por imitar el modelo, al principio combatido, de las Brigadas Rojas, o incluso por entrar en ellas. Los guerrilleros históricos, las BR, precisamente como detentadores de una “guerra contra el Estado” completamente aislada de la dinámica del movimiento, acaban por ampliarse de forma “parasitaria” a costa de las derrotas de la lucha de masas.

En particular en Roma, a finales del 77, las BR reclutan de forma masiva entre las filas de un movimiento en crisis. La Autonomía, a lo largo de ese año, había constatado sus propias graves limitaciones, oponiendo al militarismo de Estado una radicalización iterativa del enfrentamiento en la calle, que no le permitía consolidarse, sino más bien dispersaba la potencialidad del movimiento. El acentuarse de la represión y los errores cometidos por la Autonomía en Roma y en alguna que otra ciudad han allanado el camino a las B.R. Esta última organización, que había criticado violentamente las luchas del 77, se encuentra, paradójicamente, recogiendo sus frutos más visibles en términos de reforzamiento organizativo. La represión y los errores de la autonomía en Roma y en algunas otras ciudades allanaron el camino a las BR. Esta última organización, que había criticado duramente las luchas del 77, se encontró, paradojalmente, cosechando conspicuos frutos, en términos de fortalecimiento organizativo.

16– La derrota del movimiento de 1977 comienza con el secuestro y asesinato de Aldo Moro.

Las BR, de manera análoga, aunque trágicamente paródica de lo que había hecho la izquierda histórica a mediados de los años 70, persiguen una “salida política” propia, separada y a expensas del antagonismo social.

La “cultura” de las BR con sus tribunales, cárceles, prisioneros, procesos ¾ y su práctica de “fracción armada” en la autonomía de lo político, se empleaban tanto en contra de los nuevos sujetos del conflicto, como contra el aparato institucional.

Con la “operación Moro” la unidad del movimiento se quiebra de manera definitiva, y comienza una fase de crepúsculo y de deriva, caracterizada por la lucha frontal de la Autonomía contra el brigadismo, pero también por la regresión de la lucha política de amplios sectores proletarios y juveniles. . La «emergencia», que el Estado y el PCI enarbolan con bombos y platillos, golpea en la oscuridad y, de hecho, elige lo que ha surgido y es público y «subversivo» como cabeza de turco sobre la que ejercer su destructividad en primera instancia. La autonomía se ve así sometida a un ataque violentísimo que pretende, en primer lugar, crear tierra arrasada en las grandes fábricas del norte. Y así los “colectivos autónomos” de fábrica son en seguida acusados de probable filo terrorismo por parte del sindicato y del PCI, y convertidos en sospechosos, denunciados, fichados. Y cuando, precisamente en los días del secuestro de Moro, la Autonomía lanza la lucha contra el restablecimiento del sábado como día laboral en Alfa Romeo, la respuesta de la izquierda histórica es una respuesta “antiterrorista”, militar, demonizante. Comienza así el proceso de expulsión de la fábrica de la nueva generación de vanguardia de las luchas ¾proceso que culminará con el despido de 61 obreros de la FIAT en otoño de 1979.

17–Después de Moro, en el escenario desolado de una sociedad civil militarizada, Estado y BR se enfrentan con lógica especular.

Las BR recorren rápidamente esa parábola irreversible que conduce a la lucha armada a convertirse en “terrorismo” en su auténtico sentido: comienzan las campañas de aniquilamiento. Carabineros, jueces, magistrados, dirigentes de empresa, sindicalistas son asesinados ya únicamente por la “función” que ocupaban, como explicaron más adelante los “arrepentidos”. Los “peinados” policiales sistemáticos contra la Autonomía, en el 79, han eliminado el único tejido colectivo político del movimiento con capacidad de combatir con eficacia la lógica terrorista. Así, entre 1979 y 1981, las BR pueden por vez primera reclutar militantes no sólo entre las “organizaciones combatientes” menores, sino directamente entre jóvenes y adolescentes, apenas politizados, cuyo descontento y rabia carecen ya de toda mediación política y programática.

18– Los “arrepentidos”, como fenómeno de masa, son la otra cara el terrorismo, igualmente militarizada, igualmente horrible.

El “arrepentidismo” es la variante extrema del terrorismo, su pavloviano “reflejo condicionado”, el testimonio último de su total extrañeza y abstracción con respecto al tejido del movimiento. La incompatibilidad entre el nuevo sujeto social y la lucha armada se manifiesta de manera distorsionada y terrible en las confesiones pactadas de los arrepentidos.

El “arrepentidismo” es “lógica de aniquilamiento” judicial, venganza indiscriminada, celebración de la ausencia de memoria histórica, precisamente cuando, de manera perversa y manipulada, se pone en funcionamiento una “memoria individual”. Los “arrepentidos” mienten incluso cuando dicen la “verdad”, unificando lo que está dividido, eliminando las motivaciones y el contexto, evocando los efectos sin las causas, estableciendo presuntos nexos, interpretando la realidad con las lentes de los diversos “teoremas”.

El “arrepentidismo” es terrorismo introyectado en las instituciones. No hay post-terrorismo sin una superación paralela de la cultura del arrepentimiento.

19– La derrota seca y definitiva de las organizaciones políticas de movimiento, a finales de los 70, no ha coincidido ni de forma parcial con una derrota del nuevo sujeto político y productivo, que en el 77 había realizado su “ensayo general”.

Este sujeto político ha realizado una larga marcha en los lugares de trabajo, en la organización del saber social, en la “economía alternativa”, en las instancias locales, en el aparato administrativo. Se ha propagado a ras de tierra, rehuyendo el enfrentamiento político directo, maniobrando entre ghetto y negociación, entre separación y cogestión. Aunque comprimido y obligado a menudo a la pasividad, constituye, hoy más que ayer, el nudo no resuelto de la crisis italiana.

La reorganización de la jornada laboral, la presión sobre el gasto público, las cuestiones de la defensa del ambiente y la elección de tecnologías, la crisis del sistema de partidos y el problema de un nuevo pacto constitucional: detrás de todo esto, y no sólo en los pliegues del Informe Censis, vive intacta la densidad de un sujeto de masa con sus exigencias de salario, de libertad, de paz.

20– Tras el Compromiso histórico y después del terrorismo, otra vez se trata, exactamente como en 1977, de abrir espacios de mediación, que permitan a los movimientos expresarse y crecer.

Lucha y mediación política. Lucha y negociación con las instituciones. Esta perspectiva ¾aquí como en Alemania ¾ se hace posible y necesaria no por la timidez y el atraso del conflicto social sino, por el contrario, por la extrema madurez de sus contenidos.

Contra el militarismo estatal, y contra toda nueva propuesta de “lucha armada” (de la que no existe una versión “buena”, alternativa a la ideología de la Tercera Internacional de las BR, ya que resulta, como tal, inadecuada y hostil a los nuevos movimientos), es necesario retomar y desarrollar la línea del 77. Una potencia productiva, colectiva e individual, que se sitúa en contra y más allá del trabajo asalariado, y con la que el Estado debe medirse también en términos administrativos y econométricos, debe ser capaz de ser al mismo tiempo autónoma, antagonista y capaz de mediaciones.

Prision de Rebibbia, Rome

Traducción del italiano de Santiago Arcos-Halyburton

Notas

1.- Nota de los redactores de https://archivioautonomia.it/

Lugares ya no comunes: “Izquierda”

Por Paolo Virno / Il Manifesto

Entre las ideas, o palabras talismán, de las que es bueno y justo despedirse, hay algunas que se han vuelto patéticas (‘derechos’, ‘pueblo’, ‘refundación’, por ejemplo), que merecen la sonrisa reservada a las cosas viejas de pésimo gusto, botín de chamarileros y del Partido Democrático (PD). Pero hay otras, entre las palabras talismán, tenaces como la mala hierba, pomposas y petulantes, capaces de obstaculizar durante mucho tiempo la reanudación de la lucha de clases en el seno de un capitalismo que ha barrido los talleres de Ford y Taylor. En este segundo grupo de conceptos no sólo vacuos, sino también nocivos, destaca el de «izquierda».Herencia de la Revolución Francesa, la noción de izquierda se ajusta a la plebe, no al trabajo asalariado; se refiere a los excluidos y a los parias, no a los obreros de las fábricas. La alineación política, pero también y sobre todo sentimental, denominada «izquierda» se ha batido siempre por el «desarrollo de las fuerzas productivas», ignorando con ánimo sereno la guerra civil latente que anida en el seno de ese desarrollo (basta pensar en el mors tua vita mea a cuenta de las horas extraordinarias y los ritmos de trabajo). Ha invocado, la cultura de la izquierda, la «unidad nacional» y el respeto a las prerrogativas del Estado soberano, aunque esa unidad no haya excluido el voto a favor de la guerra mundial (voto concedido en 1914 por todas las socialdemocracias europeas) y ese respeto puede implicar el asentimiento a leyes especiales y cárceles de máxima seguridad (como ocurrió en los años del «compromiso histórico»).

La necesidad de abandonar sin vacilaciones el territorio desolado marcado en los mapas con el nombre de izquierda se advierte echando la vista atrás, a los años 70 del siglo pasado. Fueron los años en los que tuvo lugar el primer y único intento de revolución comunista en el seno del capitalismo maduro. Ni rastro de lucha contra el atraso; ninguna «cuestión campesina» que dirimir luchando contra el hambre y la pelagra; rápido abandono del empalagoso amor por los últimos y los marginados, tan querido por los primeros y los bien conectados (todos de izquierdas, of course). El catálogo era el siguiente: ralentizar los ritmos de producción, reducir al frenesí a quienes se arrogaban el derecho de fijarlo, segar las horas extraordinarias, arrancar aumentos iguales del salario base para todos, arrinconar a la dirección de las empresas, discernir en todas las articulaciones de la vida asociada (escuelas, transportes, aparatos de comunicación, organización de los lugares de residencia, etc.) dos intereses opuestos entre los que un compromiso es tan probable como la conversión de los gorriones a la castidad. Ninguna de las voces de este catálogo goza de la simpatía del progresismo encaprichado con los derechos civiles; todas, de hecho, suscitan su repugnancia.

Mal visto por la izquierda fue entonces el muy descortés poder obrero que se había afirmado en el interior de los talleres y luego también en la esfera pública metropolitana. Mientras los reformadores contagiados por Pasolini execraban las «necesidades inducidas» por la sociedad de consumo en los lugareños hasta entonces entregados a una admirable sobriedad, los obreros de las fábricas, deseosos de consumir rápidamente los bienes de este mundo, hacían todo lo posible (un posible convertido en tal, es decir, es decir posible sólo por el hecho de que a menudo era ilegal) para sacudirse esa horrible necesidad inducida que es el trabajo asalariado. Para nada de izquierdas, el deseo de disfrutar hasta el fondo del propio aquí y del propio ahora remitía, si acaso, a un razonable significado de la palabrita «comunismo».

El éxodo de ese lugar insalubre donde se oficia el culto al progreso, comenzado en el curso de los años 70 gracias al intento de revolución comunista entonces escenificado, es ahora un hecho consumado, una realidad empírica de enorme relieve, a pesar del clamoroso fracaso de esa revolución. La multitud que produce con el  lenguaje y con jirones de saber, para la que no existe una frontera fiable entre tiempo de trabajo y tiempo de vida, ha metabolizado una ruptura irreversible con la izquierda, con su claudicante doctrina y su praxis tan benéfica como un gas urticante. Nada que ver con la adoración del Estado, la exaltación del pleno empleo, la idea de ciudadanía de la que el progresismo reformador ha hecho ostentación a modo de carné de identidad a lo largo de todo un siglo.

Tres me parecen los principios constitucionales que podrían inspirar, hoy más que nunca, una práctica política alejada de la izquierda, pero sin lugar a dudas comunista (comunistas, y por tanto, no de izquierdas: he aquí una inferencia irrefutable, siempre a tener en cuenta). El primer principio es la plena actualidad de la abolición del trabajo asalariado. Escribe Marx que no hay que liberarlo, puesto que en todos los países modernos ya es libre, sino abolirlo como una desgracia intolerable. Además de constituir desde el principio una calamidad, el trabajo asalariado se ha convertido en las últimas décadas en un coste social excesivo. Hay algo de superfluo, incluso de parasitario, en el rendimiento bajo patrón cuando el pensamiento y el lenguaje se muestran como el recurso público, es decir, el bien común, que más contribuye a satisfacer necesidades y deseos. Para quien tenga necesidad de frasecitas marxianas: hay algo parasitario en el trabajo asalariado cuando el proceso de reproducción de la vida se confía al general intellect, al intelecto general de una multitud.

El segundo principio constitucional que sanciona la definitiva despedida de los defensores de los derechos de ciudadanía es la destrucción de la soberanía del Estado. A condición de que adoptemos al menos por un momento la definición de esta última propuesta por un jurista nazi, vejada sin freno por los filósofos de izquierda desde hace treinta años. Según Carl Schmitt, la soberanía del Estado consiste enteramente en el «monopolio de la decisión política». Pues bien, escapan de la jaulita del reformismo progresista quienes, lejos de proyectar su transferencia a un sujeto social distinto, pretenden socavar y extinguir tal monopolio. Rehuyendo la «toma del poder», el antimonopolismo de los muy jóvenes y de los declinantes que detestan el socialismo por comunistas se vale de todo tipo de tácticas: cautelosos compromisos e invención de instituciones acreditadas precisamente por ilegales, secesión y participación. La palabra clave a la que se recurrirá después de la era del reformismo estatal, es decir, del éxodo, indica ante todo el muy variopinto conjunto de decisiones políticas que permiten dejar atrás el Egipto en el que prevalece el monopolio de la toma de decisiones políticas.

El tercer principio de una política que ya no es de izquierdas estriba en la meticulosa apreciación de todo lo que hay de único e irrepetible en la existencia de cada miembro de nuestra especie. Se podría decir que se saborea, en nuestra época, la posibilidad de un individualismo por fin no caricaturizado. De un individualismo, por tanto, en el que la singularidad del individuo es el resultado complejo de la relación con lo que es máximamente común, compartido, impersonal. El pronombre «yo» desciende del infame y sin embargo muy digno «se» (se habla, se juega, se ama, etc.). A esta descendencia ha aludido Marx con el sintagma ‘individuo social’. Es la trama colectiva de la experiencia («social») la que finalmente alumbra una incomparable variación («individual»).

Estos principios constitucionales, lejos de apuntar a un melancólico sol del porvenir, forman parte de nuestra experiencia inmediata. Definen el lugar de la posible lucha anticapitalista, lo circunscriben y la amueblan, substrayéndola con serena resolución a esa historia de un loco contada por un borracho en que se ha convertido la izquierda política y cultural de los últimos años.

Paolo Virno
Filósofo y semiólogo napolitano, fue militante de Potere Operaio en los años 70. Encarcelado en 1979, acusado de pertenencia a las Brigadas Rojas, quedó finalmente absuelto después de tres años en prisión. Ha sido profesor en las universidades de Urbino, Cosenza y Montreal, y enseña actualmente Filosofía del Lenguaje en la Universidad de Roma III.

 

«Los sirios celebran que en Ucrania se mate a generales rusos implicados en crímenes de guerra en Siria”

por Mariia Shynkarenko

Entrevista con Leila Al-Shami

 

Para la gran mayoría de los ucranianos, Siria antes de 2011 probablemente era solo otro país árabe, pero después de que comenzó la guerra, pasó a simbolizar el curso de acción que no queremos que se repita en Ucrania. ¿Qué distingue al régimen de Assad de regímenes similares en el norte de África?

A lo largo de su historia, la respuesta del régimen de Assad a cualquier tipo de disidencia ha sido siempre la represión violenta. En la década de 1970, hubo un movimiento contra el régimen de Hafez Al Assad (el padre del actual presidente). Lo que en un principio comenzó como un movimiento diverso, acabó concentrándose en la ciudad de Hama y liderado por los Hermanos Musulmanes. La respuesta del régimen fue enviar la fuerza aérea y destruir completamente la ciudad. Entre 20.000 y 40.000 civiles fueron asesinados y miles más desaparecieron en las cárceles del régimen.

Cuando estalló la revolución contra el régimen en 2011, muchos sirios eran optimistas y pensaban que Bashar Al Assad traería reformas. Llevaba una década en el poder y muchos creían que era fundamentalmente diferente de su padre; que era un modernizador más abierto. Cuando llegó al poder habló mucho de la necesidad de reformas, aunque se centró principalmente en reformas económicas más que políticas. Al final, respondió a las demandas del pueblo de la única manera que este régimen conoce: aterrorizándolos para que se sometieran.

Habiendo trabajado en el campo de los derechos humanos en Siria –con prisioneros políticos, durante la primera década de Bashar en el poder–, esperaba que la respuesta a la revolución que comenzó en 2011 fuera la represión. Aunque no esperaba la magnitud del horror que se desató, tampoco era optimista en cuanto a que Assad dimitiera rápidamente, como vimos hacer a los dictadores en Túnez y Egipto.

En Egipto, el régimen militar estaba en el poder, y su rostro era Mubarak. Así que les resultó fácil sacrificar a Mubarak y mantener a los militares en el poder. En Túnez fue similar y pudieron sacrificar a Ben Ali: hubo una transición a la democracia, pero la antigua clase dirigente estaba esperando para volver. En Siria es un poco diferente. En Siria, la cabeza del régimen es el régimen. El poder está muy concentrado en manos de la familia Assad. Además, el régimen jugó la carta sectaria –es de la secta minoritaria alauita–, por lo que logró mantener el apoyo de muchas minorías contra la oposición predominantemente sunita contra la que estaba dispuesto a llevar a cabo una violencia genocida. Además, el régimen contó con el apoyo de Rusia e Irán, que intervinieron para protegerlo.

¿El apoyo ruso jugó un papel importante para ayudar a Assad en el momento más difícil para él?

Tanto Rusia como Irán intervinieron para apoyar al régimen en momentos en que estaba cerca del colapso y parecía que la revolución podría triunfar. Irán ha brindado a Siria un apoyo financiero y económico masivo y ha enviado muchas milicias a luchar en Siria, lo que le dio al conflicto una dimensión sectaria, ya que las milicias chiítas apoyadas por Irán luchaban contra la mayoría sunita siria. E Irán intervino directamente en 2013, lo que permitió al régimen hacer avances significativos contra la oposición.

Rusia proporcionó aviones y bombas y brinda apoyo político al régimen en foros internacionales. Y Rusia intervino militarmente directamente en 2015 y ha bombardeado muchas partes del país.

Si Rusia e Irán no hubieran intervenido, Assad se habría visto obligado a abandonar el poder hace mucho tiempo. Es el apoyo extranjero y las bombas extranjeras lo que mantiene al régimen en el poder, en contra de los deseos de la gran mayoría de la población siria.

Cuando leí su libro Burning Country: Syrians in Revolution and War, no podía creer que una tragedia así pudiera ocurrir a semejante escala. Al ver los horrores que se desarrollan en Ucrania, las atrocidades que enfrentan los sirios se vuelven más tangibles para nosotros, por lo que realmente empatizo con el pueblo de Siria.

Sí, es devastador. Es aún más difícil porque este horror comenzó desde una posición de gran esperanza y fe en la revolución. La revolución tuvo tantos éxitos. Vimos, en todo el país, a la gente autoorganizarse para administrar sus asuntos diarios, creando Consejos Locales independientes y eligiendo a sus miembros: su primera experiencia de democracia en décadas. La gente dirigió escuelas, instalaciones de agua y saneamiento, hospitales. Crearon periódicos y estaciones de radio independientes. Se establecieron muchos centros de mujeres para alentar a las mujeres a desempeñar un papel activo en la revolución y la vida comunitaria. Nada de esto fue posible bajo el totalitarismo de Assad, donde se restringió toda la sociedad civil. Esta fue siempre la mayor amenaza para el régimen –porque demostraba que era posible una alternativa democrática– y por eso fue tan salvajemente reprimida.

¿Podrías hablarnos un poco sobre la política internacional del régimen sirio antes de 2011? ¿Cómo eran las relaciones con la URSS durante la Guerra Fría? ¿Cómo afectó esto al régimen?

Siria mantuvo una relación estrecha con la URSS durante la Guerra Fría, a pesar de que el régimen sirio reprimía brutalmente a los comunistas. La URSS patrocinó a Hafez Al Assad, mientras establecía relaciones para ampliar su esfera de influencia en oposición a las potencias occidentales. Proveyó armas, entrenamiento e inteligencia al ejército sirio. Muchos sirios viajaron a la URSS para estudiar durante este período.

La URSS utilizó este tipo de intercambio cultural como una táctica para adoctrinar a los ciudadanos de los países aliados con su ideología. Recientemente, hablé con activistas de África Occidental y compartieron historias similares sobre el apoyo de la URSS a los africanos para que estudiaran allí. Algunos de esta generación de africanos ahora apoyan las intervenciones de Putin en África, viéndola como un baluarte contra el imperialismo occidental/francés, por lo que esta táctica funcionó.

Cuando la Unión Soviética colapsó, Hafez Al Assad se apresuró a orientarse hacia los Estados del Golfo y comenzó a implementar reformas neoliberales para abrir el país a los inversores del Golfo. Pero las relaciones con Rusia se mantuvieron y cuando Putin llegó al poder quiso reactivar las relaciones con Oriente Medio, considerándolo una región útil en la lucha geopolítica de Rusia contra Occidente.

No creo que Rusia vea ninguna afinidad ideológica con el régimen sirio y no lo percibe como un socio importante. Creo que el apoyo de Rusia a Assad se ha utilizado como una forma de contrarrestar la influencia occidental y, en el caso de Siria, Rusia es ahora más influyente que las potencias occidentales.

También me preguntaba si Rusia aprovecha las oportunidades educativas que ofrece el Sur global para propagar sus ideas. Uno de mis médicos aquí en Viena es sirio y acepta pacientes ucranianos en particular porque habla ruso. Tuvimos una conversación política y me dijo que era de Siria, así que intercambiamos nuestras muestras de solidaridad. Pero lo primero que me resultó interesante fue que se fue a estudiar a Rusia, donde aprendió ruso. Y su país sufrió la intervención y los bombardeos rusos. Por lo tanto, me pregunto cómo ven los sirios a Rusia ahora.

La respuesta a esta pregunta depende de a qué sirios se le pregunte. Porque los sirios que están afiliados al régimen verán a Rusia como un aliado, aunque incluso dentro de ese grupo existe preocupación por la influencia externa ahora, ya sea de Rusia o de Irán.

Pero para el resto de nosotros, la mayoría, Rusia es una potencia imperialista. Ha intervenido para apoyar a una dictadura fascista para llevar a cabo un genocidio contra el pueblo sirio. El bombardeo aéreo ruso ha destruido grandes partes del país y ha apuntado específicamente a la infraestructura civil, como hospitales, en áreas controladas por la oposición. Rusia ha sido recompensada por su apoyo con lucrativos contratos de petróleo y gas. La empresa rusa Stroytransgaz, propiedad de un oligarca vinculado al Kremlin, ha recibido el 70 por ciento de todos los ingresos de la producción de fosfatos durante los próximos cincuenta años. Siria tiene una de las mayores reservas de fosfatos del mundo. Se han establecido bases militares rusas y ahora se «celebran» las fiestas nacionales rusas en Siria.

El apoyo que Rusia da al régimen no es sólo militar, sino también político. Por ejemplo, en el escenario internacional, Rusia desempeña en Siria el mismo papel que Estados Unidos desempeña en Israel. Todas las mociones que se presentan ante el Consejo de Seguridad o ante los organismos de la ONU son siempre vetadas por Rusia. Rusia otorga esa protección política para impedir cualquier medio de rendición de cuentas internacional o para avanzar con un acuerdo de paz que no se ajuste a los términos del régimen. Rusia ha sido muy activa en sus intentos de conseguir “acuerdos de paz”, pero en realidad no son acuerdos de paz. Están tratando de obligar a los sirios a capitular ante los términos del régimen.

Usted ha mencionado que hay diferentes sirios y personas con diferentes opiniones. Y hoy en día Siria se asocia en gran medida con el yihadismo y la lucha sectaria de todos contra todos. Pero la revolución siria comenzó como una protesta democrática masiva que en realidad unió a ciudadanos de diferentes orígenes étnicos y confesiones.

Entonces, ¿cuánto de la actual fragmentación y sectarismo de la lucha se debe a las políticas del régimen de “dividir y vencer”, a los yihadistas y a la incapacidad de la oposición democrática para realmente trascender los prejuicios y las mezquinas ambiciones de una solidaridad más amplia?

Para que quede claro la estructura del régimen: la familia Assad proviene de la secta alauita, que es una minoría en Siria. La mayoría de la población es musulmana sunita, pero también hay chiítas, cristianos, drusos y otros. Cuando comenzó el levantamiento, era un movimiento muy diverso. Incluía a hombres y mujeres de todos los estratos sociales, de todos los grupos religiosos y étnicos. Hubo muchos intentos de no caer en el sectarismo. En las protestas, la gente llamaba a la unidad entre todos los sirios, sostenía carteles y pancartas que hacían llamamientos a las comunidades minoritarias, etc.

Por supuesto, un movimiento democrático fuerte y no sectario era la mayor amenaza para el régimen de Assad porque podía ganar apoyo internacional. Así que el régimen de Assad tuvo que sectarizar e islamizar el conflicto. Y lo hizo muy deliberadamente, una ingeniería sectaria, por así decirlo. Por ejemplo, en 2011-2012, cuando el régimen estaba deteniendo a todos esos manifestantes pacíficos en favor de la democracia, liberó a muchos extremistas islámicos de la prisión. Y muchos de los liberados pasaron a encabezar algunas de las brigadas más radicales que existían. Por ejemplo, Hassan Aboud, uno de los fundadores de Ahrar al-Sham, fue liberado, y Zahran Alloush, el ex líder de Jaysh al-Islam, así como personas que se convirtieron en figuras importantes de Jabhat al-Nusra, que era la filial de Al-Qaeda, y también de ISIS.

La razón por la que el régimen hizo esto fue para enviar un mensaje tanto a una audiencia externa como a una interna. Externamente, quería decir: mira, esto es parte de la guerra contra el terrorismo, estamos luchando contra extremistas islámicos, puede que yo no te guste, pero estos tipos con barba son diez veces peores. En el plano interno, se enviaba un mensaje a los grupos minoritarios, a la comunidad alauita, a los grupos cristianos: se decía de nuevo que tal vez no les gustara, pero la alternativa es peor y que si estos extremistas islámicos llegan al poder, las minorías no estarán seguras.

Así que fue una táctica que funcionó tanto en el plano interno como en el internacional. El régimen también creó conflictos sectarios enviando bandas armadas de grupos alauitas conocidos como Shabiha a las comunidades sunitas para que llevaran a cabo masacres. La idea era provocar una respuesta y conseguir que las comunidades sunitas fueran a las comunidades alauitas y chiítas y también cometieran masacres. Y en ocasiones eso funcionó, hubo represalias.

Pero exactamente como usted dice, es una política de “dividir y gobernar”. Y lamentablemente, hoy en día hay muchos grupos minoritarios que no necesariamente apoyarían al régimen, pero se sienten más seguros estando del lado del régimen que del lado de la oposición. Y con el tiempo, especialmente debido a la intervención de Irán, el conflicto se ha vuelto cada vez más sectario.

¿Cómo afectó la militarización a la revolución? ¿Había alternativas?

En primer lugar, creo que es importante reconocer que la militarización era inevitable. El régimen utilizó la violencia masiva contra quienes se oponían a él y la gente tuvo que defenderse a sí misma y a sus comunidades. Se convirtió en una lucha por la supervivencia. Los métodos pacíficos de lucha son inadecuados cuando un régimen está dispuesto a utilizar tácticas de exterminio contra una población civil.

Pero la militarización trae consigo toda una serie de problemas. Margina a los activistas civiles, a quienes trabajan en sus comunidades, que son la columna vertebral de la revolución. Da poder a los señores de la guerra y a los grupos autoritarios y permite que las potencias extranjeras (que proporcionan armas) influyan en el movimiento, siempre de una manera que sirva a sus intereses, no a los intereses de los revolucionarios.

Siempre hubo una alternativa: brindar apoyo a la oposición democrática, a quienes estaban construyendo alternativas al régimen en sus comunidades, incluso bajo bombardeos salvajes. Si estas personas hubieran recibido la solidaridad que merecían, el aspecto militar no se habría vuelto tan dominante y la resistencia civil habría tenido más fuerza.

¿Cuál es el papel de la izquierda en la revolución siria? Sé que hay muchas voces destacadas, como Yassin al-Haj Saleh, Riyad al-Turk y Omar Aziz. ¿Qué puede decirnos de la izquierda?

En Siria no había una izquierda grande, independiente y organizada por dos razones. En primer lugar, el régimen de Assad reprimía a todos los izquierdistas independientes, que acababan en prisión o huían del país. El régimen luego cooptó a un gran sector de la izquierda tradicional, el Partido Comunista Sirio, que más tarde se unió al gobierno en el Frente Progresista Nacional. Se trata de una coalición de diferentes partidos, pero en general es sólo una imagen sin participación real en ella: todo está controlado por el Partido Baaz y el presidente. En segundo lugar, la estructura de la economía siria fue un factor en la ausencia de sindicatos y la formación de una cultura y una política de clase trabajadora, ya que la mayoría de los lugares de trabajo son pequeñas empresas familiares.

Así que realmente no había una base de izquierda fuerte, independiente y organizada desde la que empezar, aparte del partido de Riad Al-Turk, que se escindió del Partido Comunista Sirio, y algunos otros partidos más pequeños y kurdos que fueron perseguidos. Cuando se produjo la revolución, muchos jóvenes izquierdistas que formaban parte del Partido Comunista Sirio abandonaron el partido y se unieron a la revolución. Fueron muy francos al afirmar que sus supuestos camaradas de izquierda (tanto en Siria como a nivel internacional) traicionaron a los sirios y la lucha del pueblo. Hay una serie de grupos independientes más pequeños y luego individuos influyentes como el escritor e intelectual Yassin Al Haj Saleh y Omar Aziz, quien fue el ideólogo detrás de la idea de los Consejos Locales que se establecieron para autogobernar el territorio controlado por la oposición. Omar Aziz terminó siendo arrestado y murió en prisión, y Yassin Al Haj Saleh huyó del país y ahora vive en el exilio.

¿Cree usted que esta situación de la izquierda desorganizada en Siria podría ser la razón de la falta de solidaridad y apoyo a la revolución siria por parte de la izquierda estadounidense y europea?

Podría ser un factor, pero la ignorancia también lo es. Por ejemplo, hace unos años, sindicalistas e “izquierdistas” de todo el mundo viajaron en misión de solidaridad a Siria en apoyo del régimen. ¡Parecen ignorar por completo que los izquierdistas independientes están reprimidos y que los sindicatos independientes no existen!

La izquierda occidental en su conjunto no ha apoyado a los sirios en su lucha por la libertad. En parte, esto se debe al problema del “campismo” que se ha vuelto dominante en el pensamiento de izquierda. Estos llamados “antiimperialistas” creen que las únicas potencias imperialistas son Estados Unidos y Occidente, no ven que existen otros imperialismos, como Rusia e Irán. Por lo tanto, han apoyado al régimen, viéndolo, incorrectamente, como un baluarte contra el imperialismo occidental. No escucharon las voces sirias sobre el terreno y difundieron todo tipo de desinformación sobre lo que estaba sucediendo, negando incluso que el régimen llevara a cabo masacres químicas y absolviéndolo de toda responsabilidad.

Suena muy familiar en el contexto ucraniano.

Los partidarios de la revolución siria también suelen expresar su solidaridad con los palestinos y usted también firmó una carta en apoyo de Gaza. ¿Cuál es la relación entre los partidarios de una Siria democrática y los palestinos, especialmente teniendo en cuenta que una parte de la izquierda palestina participa en el campismo?

Desde el 7 de octubre, hemos visto muchos intentos de los sirios de acercarse a los palestinos y mostrar solidaridad. No sólo declaraciones, sino también en las habituales manifestaciones de los viernes contra el régimen, la gente lleva banderas palestinas y ha decorado las paredes con murales en apoyo a Palestina. En la ciudad de Idlib, han rebautizado una plaza central como Plaza de Gaza y la han decorado con la bandera palestina.

Los sirios sienten mucha afinidad con la gente de Palestina. Estamos conectados, históricamente, ya que la gente de Palestina, Siria, Jordania y Líbano estaban todos unidos en Bilad al Sham, nuestra cultura es muy similar. Además, la ocupación de Palestina es un tema central para los árabes y los musulmanes, debido a la magnitud de la injusticia allí y porque nuestros regímenes han utilizado la causa palestina como una forma de reforzar su apoyo entre sus propias poblaciones.

Los palestinos también se han solidarizado con los sirios desde el estallido de la revolución; lo vi yo misma, especialmente entre la gente de Gaza cuando estuve allí. Sin embargo, también hay muchos palestinos que han caído en la política campista. Muchas voces prominentes en Palestina, especialmente entre la gente de Occidente, han calumniado y desacreditado la revolución siria, apoyando esencialmente al régimen. En las protestas por Palestina que ahora tienen lugar en los campus universitarios de Estados Unidos, vemos a gente que sostiene la bandera de la milicia libanesa Hezbolá, apoyada por Irán, y la ven como parte de la resistencia a Israel. Hezbolá ha participado activamente en el genocidio contra los sirios: implementó asedios de hambre en comunidades de la oposición similares a lo que Israel está haciendo ahora en Gaza. Estos no son aliados para la liberación. Nuestra solidaridad debe basarse en principios comunes, no en qué estados participan en un conflicto. Debe basarse en las luchas de los pueblos por la libertad y la justicia social, de lo contrario no tiene sentido. Como decía la declaración a la que se refirió antes de los sirios revolucionarios en apoyo de Palestina: «la solidaridad mutua e interseccional es esencial, nuestras luchas son una, nuestra libertad depende de la libertad de cada uno de los otros».

¿Podrías contarnos algo más sobre el bando izquierdista árabe?

Tradicionalmente, en el mundo árabe hay tres corrientes políticas principales: el islamismo, el arabismo/nacionalismo y los izquierdistas. Muchos de los que crecieron y no se sintieron representados por el islamismo o el arabismo de los regímenes nacionalistas (como los grupos minoritarios en Siria) se hicieron izquierdistas. Hay una división similar a la que se observa en la izquierda global. La izquierda árabe tradicional cayó en una política campista similar, en la que el imperialismo estadounidense e Israel son el enemigo final. Muchos de ellos apoyaron la dictadura de Assad, viéndola como parte del «eje de la resistencia». Por supuesto, siempre hubo excepciones, aquellos que eran izquierdistas antiautoritarios, como los del Partido Comunista de Riad Al-Turk que mencionamos anteriormente y que lucharon por la democracia y las libertades civiles. Sin embargo, también hay una nueva generación que surgió de las revoluciones y tiene un análisis mucho más sofisticado que se corresponde con la realidad del mundo en el que vivimos, un mundo de imperialismos en competencia, que se opone a todos los opresores y apoya todas las luchas por la dignidad. Tengo muchas esperanzas en esta nueva generación, aunque hemos vivido una contrarrevolución violenta y actualmente estamos derrotados, desorganizados y traumatizados.

¿Cómo ha afectado la guerra ruso-ucraniana a Siria?

Ha habido mucha solidaridad y apoyo de los sirios hacia los ucranianos, y viceversa, ha sido hermoso de ver. Creo que nos identificamos mucho con las luchas de cada uno por varias razones. Ambos tenemos un enemigo común en el estado ruso, ambos hemos pasado por levantamientos populares antes de entrar en una situación de conflicto y ambos hemos tenido que lidiar con algunas de las políticas campistas de las que hemos estado hablando, donde nuestras luchas han sido desacreditadas y nuestros enemigos apoyados. Esto, y nuestro trauma colectivo, nos ha unido. Muchos sirios han viajado a Ucrania en misiones de solidaridad y, al comienzo del conflicto, se acercaron para dar consejos prácticos, como por ejemplo sobre cómo protegerse de los ataques de “doble toque”, que es una táctica favorita que usa Rusia para matar a tantos civiles como sea posible (después de un bombardeo, Rusia vuelve a bombardear la zona una vez que los equipos de rescate han llegado). Y he llegado a conocer a muchos ucranianos a través de su solidaridad con Siria. Los sirios celebran cuando ven a generales rusos, que estuvieron involucrados en crímenes de guerra en Siria, siendo asesinados en Ucrania; para nosotros es una pequeña muestra de justicia. Esperamos que algún día Ucrania se libere del imperialismo ruso, como esperamos que Siria también se libere.

Pero en un nivel más amplio, la guerra ruso-ucraniana no afectó tanto a Siria. Rusia tuvo que retirar algunas tropas de Siria para trasladarlas a Ucrania, pero no hizo mucha diferencia dado el momento en que se produjo, cuando la mayoría de las grandes batallas ya habían terminado.

Intentamos demostrar en el discurso global por qué es importante derrotar a Rusia, en particular porque Ucrania no es el primer país atacado por Rusia. Antes lo fueron Siria, Georgia y Chechenia. De modo que se podría delimitar un patrón de invasión. Así podríamos construir una solidaridad en torno al argumento antiimperialista de que defender y ayudar a Ucrania implica defender y ayudar a Siria y viceversa. ¿Cree que esto sucederá?

Definitivamente, tenemos que seguir avanzando en este tema. No sólo hoy, sino también a lo largo de la historia, Rusia no es una potencia imperialista. Los occidentales desconocen por completo el papel histórico de Rusia. Basta con mirar el mapa para saber que Rusia es un Estado creado a partir de una conquista colonial. Si no desafiamos la visión del mundo de la gente –en la que Occidente está en el centro de todo– no podremos responder a algunos de los desafíos que enfrentamos actualmente a nivel global.

Desde fuera parece que la revolución siria está perdida, pero en agosto del año pasado se produjo una nueva oleada de protestas en el sur de Siria. ¿Cómo valora la situación actual y las esperanzas de que finalmente se pueda derrocar a Assad?

En las zonas del país que no están bajo el control del régimen de Assad, como la provincia de Idlib y algunas partes del norte de Siria, las protestas semanales contra el régimen han continuado desde 2011 hasta hoy. Esto demuestra que la gente todavía no ha renunciado a los valores y las demandas de la revolución.

Desde agosto, ha habido un levantamiento en la provincia meridional de Sweida. Esto es interesante porque Sweida es una población mayoritariamente drusa, y su gente adoptó una posición de neutralidad cuando comenzó la revolución. No se unieron a la revolución, pero tampoco apoyaron al régimen. Sin embargo, las condiciones de vida se deterioraron mucho en los últimos años a medida que la economía se derrumbaba y esto hizo que la gente saliera a las calles a protestar. Y ahora están pidiendo claramente la caída del régimen y se identifican con otras áreas de Siria que luchan por la libertad -oímos cánticos en solidaridad con Idlib y viceversa- y ha habido muchos asaltos a las oficinas del gobernante Partido Baath y a puestos del régimen. Como son un grupo minoritario, el régimen no respondió con la violencia masiva y las detenciones que vimos en otras zonas de mayoría sunita –por las razones que mencionamos antes–, que el régimen quiere presentarse como un “defensor de las minorías”, por lo que las protestas han continuado hasta hoy.

También en el norte de Siria en los últimos meses ha habido un levantamiento contra Hayat Tahrir Al Sham, que formalmente era Jabhat Al Nusra. Se trata de una milicia islamista autoritaria que tiene mucho poder y gobierna partes del noroeste del país. Está muy claro que los sirios rechazan todas las formas de autoritarismo, ya sea del régimen o de cualquier otro grupo. La lucha sigue siendo por la libertad y la democracia.

Durante muchos años ha escrito sobre la revolución siria, que cada vez parecía más desesperanzada.

Me sentí descorazonada cuando leí su libro porque parece que no se puede hacer nada y, además, los sirios no tienen tanto apoyo en la arena internacional como, por ejemplo, Palestina o Ucrania. ¿Cómo ha logrado sobrevivir todos estos años sin desesperarse? Creo que los ucranianos necesitamos este tipo de ideas.

Los últimos años han sido muy traumáticos para los sirios. Nuestro país ha sido destruido y nuestros seres queridos han sido detenidos, asesinados o desplazados. Los que están en el exilio se enfrentan a la hostilidad, la violencia e incluso a la amenaza de ser devueltos a la fuerza a Siria. Y ahora el mundo se está normalizando con el tirano que creó nuestra miseria. A veces es difícil tener la fuerza para seguir luchando, pero ¿qué podemos hacer? La situación continúa y nosotros también debemos hacerlo.

Los sirios en el terreno no han abandonado su lucha. Por eso, los que estamos fuera debemos seguir apoyándolos, para generar conciencia sobre lo que está sucediendo en Siria. Tenemos el lujo de la distancia y el espacio para respirar. Y lo más importante, podemos organizarnos, para construir conexiones con personas que luchan en otros lugares, como estamos tratando de hacer con esta conversación.

Durante la última década y media, he establecido conexiones con personas de todo el mundo. Muchas de las cuales se sienten excluidas del discurso dominante de la izquierda por muchas de las razones de las que hemos hablado. Esto me da mucha energía para conectarme con otros, para trabajar en comunidad con personas que piensan como yo, para intentar construir una nueva visión del internacionalismo, entre los que están en las periferias, una visión que se centre en las personas, no en los Estados, y que esté en contra de todos los autoritarismos y todos los imperialismos. Ojalá que en el futuro podamos construir juntos un nuevo movimiento.

Traducido del ingles por Santiago Arcos-Halyburton

Publicado en commons.com.ua.

Leila Al-Shami es una autora y activista sirio-británica. Trabajó en el campo de la protección de los derechos humanos en Siria, participa en movimientos de solidaridad internacional y es coautora del libro «Burning Country: Syrians in Revolution and War» junto con Robin Yassin-Kassab. También se hizo conocida por sus críticas al «antiimperialismo idiota» de la izquierda occidental.

Maria Shinkarenko: politóloga, investigadora asociada en el Instituto de Ciencias Humanas de Viena.

Infinito de la comunicación / finitud del deseo

Por Toni Negri

Nunca como hoy la relación media-espectador ha estado tan demonizada, y no hace más que empeorar. Es más, se ha querido dar del mensaje mediático la imagen de una ráfaga de metralleta incrustrándose en el espectador– blanco miserable de un poder omnipresente– y aniquilándole. Este moralismo obtuso y deprimente ha cobrado el porte de un ritual, más en particular para una izquierda incapaz ya de análisis y propuestas positivas y que continúa acantonada en inútiles lamentaciones. Se nos representa una vida cotidiana dominada por el monstruo mediático como una escena poblada de fantasmas, de zombis prisioneros de un destino de pasividad, de frustraciones e impotencias. Esta demonización no es la única componente de la relación media-público-vida cotidiana. La “ciencia de la comunicación” le es un buen soporte. Porque, en efecto, la comunicación es abatida permanentemente sobre la información, y los media se conciben como funciones lineales que prolongan en la sociedad mensajes de una eficacia completamente pavloviana. Como ocurre ya en la lingüística, en las ciencias de la comunicación (o más bien en las “sedicentes” ciencias de la comunicación), hoy el lenguaje es disecado y su subjetividad evacuada. Todo lo que es ético, político, poético, interactivo, no inmediatamente discursivo, en la relación media/público (tal y como lo es ya en la relación sujeto/lenguaje), es eliminado. En esta reducción científica (¡si se la puede llamar así!) se apoyan las concepciones terroristas de los media, las lamentaciones de los moralistas y sobre todo una visión reificada e intransitiva de la vida política que se traduce en: ¡no hay nada que hacer! ¡Imposible escapar a esta esclavitud!” Aquí se confirma la sacralidad del poder, en toda esta nueva modernidad. La izquierda no propone más que la teoría de la manipulación y siente lástima por los desgraciados espectadores a los que se reduce a receptores pasivos. Desde luego, no es nuestra intención negar los efectos regresivos que provoca en sus usuarios el mundo actual de los media. No somos insensibles a la degradación del gusto y del saber colectivo, tampoco a la colonización de los universos de lo vivido. Además, nos parece absolutamente evidente que la máquina mediática actual en absoluto produce esos efectos inocentemente. En el sistema de poder actual produce conscientemente códigos infectados y epidémicos, destinados a impedir y cortocircuitar los mecanismos de producción simbólica. Selección estratégica e instrumental de los contenidos informáticos, inversión sistemática de los sentidos y los valores, reducción extrema de la información a mercancía, y de la comunicación a la enalidad y la futilidad: ¡adelante, con alegría! Pero, una vez reconocido todo esto, ¿es verdad entonces la teoría de la manipulación, podemos seguir sosteniéndola? ¿Siguen de actualidad el catastrofismo y las invocaciones líricas a liberarse de la dominación de los media productores de mercancías de las últimas críticas de la Escuela de Frankfurt? No, el ser humano no es unidimensional, y es preciso rechazar resueltamente las concepciones de las que hemos hablado hasta ahora, y que la izquierda moralizante y pesimista ha hecho suyas. En primer lugar, porque son falsas, y a continuación porque producen como resultado impotencia ética y derrotismo político. Son falsas, pues. No es este el lugar para retomar las largas discusiones, siempre interesantes por otra parte, que han acompañado al desarrollo de las ciencias lingüísticas y la superación de un estructuralismo mecánico y mezquino que han operado. Basta traer a la memoria cómo de Bajtín a Hjelmslev, de Benjamin a Deleuze, por no citar más que a algunos autores esenciales, fue reparada la grave distorsión objetivista y funcional que había sufrido la lingüística, al menos en parte. Por tanto, si hoy es posible empezar a hablar de nuevo de las ciencias de la comunicación, lo es sobre la base de un teoría que reintroduce dimensiones ontológicas y subjetivistas, elementos autopoiéticos y creativos en la descripción de los agenciamientos colectivos que se constituyen en el tejido mediático y comunicativo. La operatividad colectiva, ético-política, emotiva y creativa que actúa en el mundo de la comunicación es un elemento irreductible, una resistencia que se abre a otros caminos: está esencialmente en la base de nuevas constituciones de los sujetos y nuevas interrelaciones que no dejan de producirse. El conjunto “maquínico” de la comunicación mediática es un mundo de transformación y constitución, como el resto de los mundos “maquínicos” en los que se ve inserta la vida del ser humano. Marx había mostrado cómo la acumulación capitalista, al transformar progresivamente al ser humano, es decir, al trabajador, desarrolla al máximo su productividad, haciendo de esta una fuerza productiva capaz de autovalorizarse y por tanto de ser una fuerza revolucionaria.Mediante la acumulación de la comunicación, la consciencia del ser humano se transforma y se vuelve apta para un reconocimiento colectivo de esa ampliación de las posibilidades de saber y de las capacidades de transformación que, sólo ellas, pueden asegurarle más libertad. Entonces, aquí estamos en el corazón del problema, es decir, que hay que considerar el mundo de la comunicación como el lugar en el que las grandes fuerzas sociales del saber y la comunicación se colocan como las únicas fuerzas productivas. El trabajo colectivo de la humanidad toma consistencia en la comunicación y el paradigma comunicativo se identifica poco a poco, pero con una evidencia cada vez mayor, con el del trabajo social, con el de la productividad social. La comunicación se vuelve la forma en la que se organiza el mundo de la vida con toda su riqueza. La nueva subjetividad se constituye en el interior de este contexto de máquinas y trabajo, de instrumentos cognitivos y autoconsciencia poiética, de nuevo medio ambiente y nueva cooperación. El trabajo humano de producción de una nueva subjetividad cobra toda su consistencia en el horizonte virtual que abren cada vez más las tecnologías de la comunicación. Nos es preciso volver una vez más al análisis y la crítica marxianas del trabajo para encontrar en este proceso el mecanismo de la explotación y las razones de la revolución. Volvemos en el caso presente: es decir, en el estadio en el que, de ahora en adelante, la comunicación nos aparece como la máquina que domina a toda la sociedad, pero en cuyo interior la cooperación de las consciencias y las prácticas individuales alcanza su nivel de productividad más elevado– productividad del sujeto, cooperación de los sujetos, producción de un nuevo horizonte de riquezas y al mismo tiempo de liberación. En el seno mismo de este trabajo comunicativo, las resistencias últimas de un mundo capitalista reificado, apresado en las determinaciones fetichistas del horizonte de la mercancía, se debilitan: la realidad, la naturaleza, la sociedad se ven apresadas en la consistencia del flujo de los acontecimientos; entonces la actividad comunicativa de la fuerza de trabajo, de las consciencias comunicantes, de los sujetos cooperantes se vuelve capaz de poner en acción, radicalmente, la transformación social, sin otro límite que la finitud de nuestro deseo. Una finitud que tiene como único obstáculo lo infinito de la tarea. Entramos en una era posmediática. La segunda crítica que podemos hacer a las teorías de la comunicación que hoy nos ofrece el poder se apoya en esta constatación.

A partir de ahí podemos desmistificar la perspectiva de una esclavitud política ineluctable (y de la prosecución de la explotación del trabajo). Es decir, conscientemente, que el triunfo del paradigma comunicativo y la consolidación del horizonte mediático, por su virtualidad, su productividad, la extensión de sus efectos, lejos de determinar un mundo apresado en la necesidad y la reificación, abren espacios de lucha por la transformación social y la democracia radical. Es preciso llevar el combate al interior de este nuevo campo. Combate para reducir a todos los elementos y los agentes que repiten, en el nuevo modo de producción de la subjetividad, las viejas normas, los códigos y los paradigmas miserables del antiguo arte de reinar: lucha de reapropiación de los media y de todas las articulaciones de la comunicación. Las destrucciones que hay que operar en este campo son innumerables: ¿cómo destruir el sistema privado y/o estatal, el monopolio capitalista de la comunicación? ¿Cómo anular la intervención de los profesionales de la comunicación y de todo el sistema de códigos de poder que vehiculan? ¿Cómo minar el terreno en el que descansa ese centro de producción de los aparatos ideológicos? Pero si las destrucciones que hay que operar son amplias y arduas, mucho más importantes aún y más acaparantes son las operaciones positivas que hay que pensar. Se trata de imaginar y construir un sistema colectivo de comunicación en el que estarían excluidos lo privado y lo estatal. Se trata de construir un sistema de comunicación público basado en la interrelación activa y cooperante de los sujetos. Se trata de unir comunicación / producción / vida social en formas de proximidad y cooperación cada vez más intensas. En fin, se trata de contemplar una democracia radical tanto en la sociedad como en la producción, que ha de cobrar forma en las condiciones del horizonte posmediático. 

Publicado en francés en Futur Antérieur, nº 11, 1992/3.

Teorías de las crisis y los ciclos Kondratiev, ¿qué balance 1974-2024?

Por Rolando Astarita

En notas anteriores hemos criticado la idea de que la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia (LTDTG) explica las crisis cíclicas (o sea, propias del ciclo de negocios). Entre otros argumentos, dijimos que la LTDTG, en caso de verificarse, solo explicaría movimientos de largo plazo de la tasa de ganancia y de la acumulación. Lo cual es difícil de encajar en crisis y recesiones que ocurren cada, aproximadamente, 10, 12 o 15 años a lo sumo. Por esta razón, sostuvimos, Marx y Engels no recurrieron a la LTDTG cuando se refirieron a las crisis de 1836, 1847, 1857, 1866, 1873, 1882-1884, 1890. De hecho, las explicaron por la tendencia del capital a la sobreproducción (lo que supone la libre competencia).

Hemos presentado evidencia acerca de estas cuestiones. Entre otros elementos, la correspondencia de Marx y Engels referida a las crisis; lo planteado por Marx en Teorías de la plusvalía, en crítica a quienes negaban la posibilidad misma de la sobreproducción; o lo que escribió Engels sobre las crisis en el Anti-Dühring (texto que indudablemente Marx conoció). En ninguno de estos escritos la ley tendencial de la tasa de ganancia juega un rol que pueda considerarse más o menos significativo para la comprensión de las crisis. Lo cual no impide que muchos marxistas sigan sosteniendo que Marx y Engels explicaron las crisis por la LTDTG. Llegado este punto, nuestros argumentos se agotan.

Sin embargo, un segundo argumento posible sería reconocer que Marx y Engels explicaron las crisis por el impulso a la sobreproducción, y que al hacerlo cometieron un error. En ese caso habría que demostrar que las crisis del siglo XIX no ocurrieron de la manera y por las causas que barajaron.

Una variante de esta postura sería sostener que las explicaciones de las crisis por sobreproducción eran correctas para el siglo XIX, pero no lo son para las crisis de los siglos XX o XXI. Por caso, en comunicación personal un compañero me ha objetado que la teoría de las crisis por sobreproducción es “anticuada”. O sea, explicaciones como la de Engels en el Anti-Dühring, o Marx en Teorías…, estarían desactualizadas, ya que a partir de determinado momento (¿la crisis de 1900? ¿la de 1907? ¿1920-21? ¿1929-33?), la crisis habría dejado de explicarse por la tendencia a la sobreproducción, y habría pasado explicarse por la acción de la LTDTG. Un análisis que debería combinarse con los cambios ocurridos en el capitalismo. El más nombrado, la eventual supresión de la libre competencia por el monopolio. A pesar del argumento, no vemos sin embargo que los que sostienen que la explicación de Marx y Engels quedó “anticuada” hayan encarado esa eventual revisión teórico-empírica.

LTDTG y ciclos Kondratiev

A lo planteado en el apartado anterior podemos sumar un tercer argumento. Se trataría de conectar la LTDTG con los llamados ciclos largos, o Kondratiev.

Como es conocido, Ernest Mandel es el marxista de referencia de esta tesis (véase El capitalismo tardío, México, Era, 1979; Las ondas largas del desarrollo capitalista, Madrid, Siglo XXI, 1986). En su visión, las fases A, de auge y prosperidad están caracterizadas por un ascenso de las expectativas de las ganancias y de la realización de las ganancias, acompañadas del ascenso de la tasa de acumulación del capital productivo. Las fases B, de crisis y depresión, están determinadas por el descenso de la tasa de ganancia realizada y de la expectativa de ganancia, acompañada de una caída de la tasa de acumulación de capital productivo.

Siempre según Mandel, el análisis marxista había situado los movimientos de la tasa de ganancia en dos marcos temporales diferentes: a) el ciclo industrial; b) la perspectiva de largo plazo, relacionada con la vida del capitalismo (la discusión sobre el derrumbe). Mandel propuso incorporar al análisis un tercer marco temporal, el de las ondas largas de 20 a 25 años de duración. Sostuvo que después de 1848, después de 1893 y después de 1940 en EEUU y 1948 en Europa Occidental y Japón se produjeron cambios a largo plazo de ascensos de la tasa media de crecimiento económico. Ese ascenso estuvo determinado por un ascenso de la tasa de ganancia,  a pesar del descenso cíclico de la tasa media de ganancia al final de cada ciclo industrial y a pesar del declive secular que señalaría el límite histórico del capitalismo. O sea, ubicada entre las dos presiones bajistas de la tasa de ganancia (la que ocurre al final del ciclo y la secular) había lugar para un ascenso de la tasa de ganancia que determinaría una fase ascendente, de unos 25 años de duración, de la economía capitalista. Seguida por una caída de la tasa de ganancia, que estaría en la base de la fase descendente, de unos 25 años. Así, en total, tendríamos las ondas de 50 años, aproximadamente.

De manera que los “marcados ascensos” de la tasa media de ganancia explicarían los ascensos de la tasa media de producción industrial y del comercio mundial después de 1848, 1893 y 1940-1948. A la inversa, la caída de la tasa media de ganancia explicaría la baja del crecimiento económico que hubo hacia 1823, 1873, en el período de entreguerras, y hacia finales de la década de 1960. Como puede verse, la LTDTG tendría importancia para, por un lado, explicar las ondas largas; y por el otro, porque determinaría la tendencia de largo plazo al estancamiento de las fuerzas productivas capitalistas.

Más específicamente, los ascensos de la tasa de ganancia se explicarían por aumentos bruscos de la tasa de plusvalía; por la disminución de la tasa a la que crece la composición orgánica del capital; por la aceleración de la circulación del capital; o una combinación de algunos, o todos, estos factores, que contrarrestan la tendencia de largo plazo a la caída de la tasa de ganancia. Si, por el contrario, estas fuerzas contra-restantes son débiles, o solo opera alguna de ellas, se manifiesta plenamente y caracteriza un largo período depresivo, con una baja tasa media de crecimiento e incluso una tendencia al estancamiento. Esto no excluye ascensos cíclicos de la tasa de ganancia y de la acumulación del capital – o sea, un ciclo comercial “normal”- pero los períodos de recuperación son efímeros y débiles.

Mandel enfatizó que los puntos de inflexión ascendente de la tasa media de ganancia no podían explicarse sobre todo por causas económicas endógenas, sino por causas exógenas, políticas y sociales. Por ejemplo, nuevas conquistas geográficas del capitalismo; guerras; revoluciones y contrarrevoluciones, podían ser factores determinantes. Aunque, una vez iniciada la onda larga expansiva, la lógica interna del capitalismo tendía a regir el curso subsiguiente. Específicamente, la tendencia al aumento de la composición orgánica del capital, y la consecuente presión bajista sobre la tasa de ganancia. En este marco, introducía los cambios tecnológicos y las grandes innovaciones tecnológicas con repercusiones sobre todas las ramas (cuando la innovación cambia toda la tecnología básica de la producción).

Mandel consideraba, como la mayoría de los marxistas, que a partir del estallido de la Primera Guerra y el triunfo de la Revolución de Octubre, había llegado a su fin el período histórico de auge y expansión del modo de producción capitalista. Entonces el capitalismo había entrado en un período de crisis estructural. “… hemos entrado en un nuevo período histórico que implica tanto el declive como la contracción geográfica de ese modo de producción”. La prueba era la extensión a la tercera parte de la humanidad de los “Estados obreros” (URSS; Europa del Este; Yugoslavia; China, Vietnam, Corea). Las ondas largas se ubicarían por lo tanto en una tendencia de muy largo plazo al estancamiento.

Las condiciones para la recuperación de la fase larga recesiva del cuarto Kondratiev

De acuerdo a Mandel, en los 1970 se estaba entonces en la transición desde una onda larga expansiva a una onda larga depresiva. ¿Podía recuperarse el capitalismo? Mandel (1986) pensaba que la primera condición para esa recuperación era que el capital lograra “quebrantar decisivamente la fuerza organizativa y la combatividad de la clase obrera en los países industrializados más importantes” (p. 99). Debería atacar las libertades democráticas; integrar plenamente a la URSS y China en el mercado mundial: y cambiar la estructura de los países atrasados derrotando a los movimientos nacionales. Pero había pocos indicios de que cambios “tan trascendentales” estuvieran a punto de producirse (p. 101). La clase obrera y los pueblos oprimidos del mundo entraban en este período en condiciones mucho más favorables que a fines de la década de 1920 y durante la década de 1930, aunque no lo hicieran “en condiciones ideales” (p. 104). La conclusión era que la “posibilidad técnica” de un nuevo y fuerte ascenso a largo plazo de la tasa de crecimiento del capitalismo dependería de los resultados de batallas cruciales entre el capital y el trabajo en Occidente y en algunos países semi-industrializados del Tercer Mundo; entre los movimientos de liberación nacional y el imperialismo; y entre los países no capitalistas y el imperialismo (pp. 103-104).

Los ciclos Kondratiev no se verifican

La realidad es que el capitalismo se recuperó de la crisis de los años 1970, y la tesis de las ondas largas no se verificó. La discusión sobre la incidencia de la tasa de ganancia en los ciclos Kondratiev se ha convertido en abstracta por la sencilla razón que tales ciclos no existen. La mejor forma de verlo es con lo que ocurrió en los últimos 50 años. Si los ciclos largos fueran propios del capitalismo, su existencia debería haber sido más acusada a medida que el modo de producción capitalista se hizo más universal. Pero eso no es lo que ocurrió.

Según la tesis de las ondas largas entre aproximadamente 1975 y 2000 debería haber ocurrido una fase B, depresiva; seguida de una onda ascendente (fase A de un nuevo Kondratiev) hasta, aproximadamente, 2025. Sin embargo, entre 1974 y 1999 el crecimiento fue del 3,03% anual (datos Banco Mundial, precios constantes en dólares 2015). Prácticamente el mismo que en los 20 años que van de 2000 a 2020. En los 50 años comprendidos entre 1974 y 2024 el producto global creció a una tasa del 3% anual promedio. ¿Dónde están pues las ondas ascendentes y descendentes? Además, ¿cómo se puede sostener que un crecimiento promedio del 3% anual durante 25 años (1974-1999) sea “de tonalidad depresiva”? ¿Qué sentido tiene esto?

En cuento al producto per cápita, entre 1974 y 1999 aumentó a un promedio de 1,32% anual. Y entre 2000 y 2023 creció al 1,68% anual. De conjunto, entre 1974-2023 aumentó a una tasa promedio anual de 1,49%. De nuevo, ¿cómo se puede sostener que un crecimiento del producto por habitante del 1,3% anual, durante 25 años sea propio de una fase recesiva?

Por otra parte, según Mandel la fase B del Kondratiev se caracterizaría por la contracción del mercado mundial. Pero la realidad fue que entre 1974 y 1999 las exportaciones de bienes y servicios crecieron a una tasa promedio anual del 5,2%. El capitalismo penetró en China, los países de la ex URSS, de los regímenes del “socialismo real” del Este de Europa, en Vietnam, en las regiones de la ex Yugoslavia, en Albania. ¿Cómo se podían entender estos fenómenos con la tesis “el mercado mundial se contrae en concordancia con la fase depresiva larga del Kondratiev? Más en general, entre 1974 y 2023 las exportaciones mundiales de bienes y servicios crecieron al 3,8% anual promedio. ¿Contracción del mercado mundial?

Distinguir grises y matices

El hecho de que las ondas largas Kondratiev no tengan verificación empírica no niega que existen períodos –de duración variable- de elevado crecimiento (como fueron los años del boom de la segunda posguerra); períodos de crecimiento débil o tendencia al estancamiento (ejemplo Japón post 1992; zona del euro en los últimos 25 años); y períodos de crecimiento más bien débil, sin llegar a conformar por ello estancamiento. Situaciones como las que observó Engels en la década de 1890 – sobreproducción crónica- podrían ser la causa de estos períodos más bien intermedios, esto es, no de boom y no de depresión. En este respecto, en Valor, mercado mundial y globalización escribimos: “… nos parece necesario superar la visión dicotómica de, o bien crecimiento a tasas doradas del 5 o 6%, o bien depresión. Una visión rígida que se advierte en muchos análisis de heterodoxos y críticos que toman como punto de referencia las tasas excepcionalmente altas de crecimiento económico de las décadas de 1950 y 1960 para “demostrar” que desde hace 25 años (estábamos a principios de los 2000) el capitalismo está en crisis o, por lo menos, en una fase larga depresiva”.

A modo de conclusión

Hacemos un punteo de temas que deberían tratarse, en la medida que están en el meollo de mucho de lo que se discute.

*Sostener que la LTDTG no explica las crisis cíclicas no implica negar que la tasa de ganancia, y la ganancia, no sean las claves de la acumulación capitalista. El impulso del capital a aumentar al máximo la producción de plusvalía tiene su origen en el objetivo de la producción capitalista, la valorización del valor adelantado.

*Es necesario distinguir las teorías de las crisis por subconsumo de las crisis por sobreproducción. La crisis de sobreproducción ocurre porque la oferta supera la demanda, aunque aumente la demanda. Las teorías subconsumistas –en sus versiones más populares- explican las crisis por la debilidad de los salarios, o la pobreza de las masas.

*La sobreproducción precede a la caída de los precios, y por lo tanto también a la caída de las ganancias (o de la tasa de ganancia).

*Marx y Engels explicaron las crisis del siglo XIX por la sobreproducción.

*Los pronósticos sobre el ciclo Kondratiev no se verificaron en el último medio siglo. En los últimos 50 años el producto mundial creció a una tasa anual promedio del 3%; y el mercado mundial a una tasa aproximada del 4% anual. Es necesario preguntarse cuál de las explicaciones de las crisis que están en disputa se ajusta a esta realidad.

 

Profesor de economía de la Universidad Nacional de Quilmes y de la Universidad de Buenos Aires.

La desintegración del mundo occidental

Sólo calibrando el abismo del inconsciente estadounidense podremos descifrar las raíces de la ferocidad social que ahora está en plena manifestación

Por Franco ‘Bifo’ Berardi

La revolución Trump en dos movimientos

¿Recuerdas lo que dijo Joe Biden hace unos meses sobre la posibilidad de una victoria de Trump en las elecciones?

Más o menos dijo que la victoria de Trump destruiría la democracia estadounidense. Creo que no se equivocó: suponiendo que alguna vez existió la democracia estadounidense (cosa que no creo), la llegada de la pandilla Trump-Bannon-Musk representa su liquidación total.

Técnicamente hablando, la llegada de Trump pretende ser una revolución, aunque sea reaccionaria. La revolución trumpista se producirá en dos movimientos: el primero lo anuncia Steve Bannon, el estratega diabólico, el más lúcido de ese gracioso grupo.

En una charla en la Universidad de Nueva York, durante el primer triunfo de Donald, declaró: “Soy leninista”.

A un asombrado académico que pidió explicaciones, Bannon respondió: “Lenin quería destruir el Estado y ese es también mi objetivo”.

De hecho, la designación de locos incompetentes y conocidos violadores para los puestos más altos de la Administración tiende a convertir las instituciones estatales en una broma de carnaval para destruir la esfera pública.

Sin embargo, si para Lenin destruir el Estado era la premisa para construir la dictadura proletaria en nombre de una justicia futura que nunca llegó, para Bannon destruir el Estado significa permitir que se desate la dinámica profunda de la sociedad estadounidense.

Aquí viene el segundo movimiento, cuyo proponente sería Elon Musk: desatar los espíritus animales de la sociedad estadounidense, a partir de una reactivación de las dinámicas salvajes de esta sociedad, nacida de un genocidio y enriquecida por las deportaciones y la esclavitud.

El proyecto de Musk es la creación de un sistema esclavista de alta tecnología, la abolición de las protecciones sociales residuales y el uso sistemático del terror contra las minorías y los inmigrantes. La implementación de este marco programático se vislumbra en declaraciones y en los primeros pasos del proyecto DOGE [Departamento de eficiencia gubernamental y clara referencia con Dogecoin, una criptomoneda apadrinada por Musk].

Pretender que Estados Unidos es una democracia (si la palabra significa algo) implica un estado de negación sistemática, una eliminación obstinada (en el sentido freudiano de Verdrangung) de la psicogénesis del inconsciente estadounidense.

Antes de morir, hace apenas unos meses, Paul Auster escribió un libro (Bloodbath Nation) que intenta comprender la realidad (y el Inconsciente) de la entidad americana.

Auster remarca que en Berlín hay un monumento dedicado a la memoria del Holocausto. En Washington no hay nada dedicado a siglos de esclavitud.

El racismo es el núcleo del inconsciente estadounidense. Por eso Trump es el alma de Estados Unidos.

Mejor dicho: Trump es la erupción psicótica del Inconsciente blanco senescente, incapaz de conciliarse con la cantidad de violencia que acecha a la autopercepción colectiva, y con el declive (declive demográfico, declive mental, declive político).  Trump es la extroversión agresiva del autodesprecio de la cultura blanca.

El Imperio de Augusto a Calígula 

Hace veinticinco años dos eminentes filósofos escribieron, en un libro que recibió amplia atención:

“El Imperio es el poder soberano que gobierna el mundo… El Imperio está emergiendo hoy como el centro que apoya la globalización de las redes productivas y lanza su red ampliamente inclusiva para tratar de envolver todas las relaciones de poder dentro de su orden mundial… Debemos entender la sociedad de control como sociedad en la que los mecanismos de mando se vuelven cada vez más “democráticos”, cada vez más inmanentes al campo social, distribuidos en los cerebros y cuerpos de los ciudadanos…”, (Hardt, Negri: Empire, Harvard, 2000, págs. 20-23).

Deslumbrados por la luz de la era Clinton, Hardt y Negri extrañaban la sustancia nihilista del poder global de Estados Unidos y la naturaleza destructiva de las nuevas tecnologías, dependientes del modelo neoliberal. Ese libro proponía ver el Imperio posmoderno como el equivalente de la tendencia progresista implícita en la utopía de la revolución en red.

“El proyecto imperial, un proyecto global de poder en red, define la cuarta fase o régimen de la historia constitucional de Estados Unidos”. (179).

Hardt y Negri esperaban paz y prosperidad basadas en el principio peer to peer porque no vieron la duplicidad de ese principio y también porque no captaron el abismo irremediable del inconsciente estadounidense.

En el mismo año 2000, Salman Rushdie publicó un libro muy profético, titulado Fury. Leamos algunas líneas:

“…esta Metrópolis construida en Kryptonita en la que ningún Superman se atrevió a poner un pie, donde la riqueza se confundía con riquezas y el gozo de la posesión con felicidad, donde la gente vivía vidas tan pulidas que la gran y dura verdad de la existencia cruda había sido borrada y pulida, y en el que las almas humanas habían vagado tan separadas durante tanto tiempo que apenas recordaban cómo tocarse. […] Esta ciudad cuya legendaria electricidad alimentaba las vallas eléctricas que se estaban erigiendo entre hombres y hombres, y entre hombres y mujeres también”. (Salman Rushdie: Fury, Jonathan Cape, 2001, pág. 86)

La tensión que corría bajo la superficie del globalismo a principios de siglo no es percibida por los autores de Empire, quienes en cambio escribieron:

“El Imperio sólo puede concebirse como una república universal, una red de poderes y contrapoderes estructurados en una arquitectura ilimitada e inclusiva. La expansión imperial no tiene nada que ver con el imperialismo ni con aquellos organismos estatales diseñados para la conquista, el saqueo, el genocidio, la colonización y la esclavitud. Contra tales imperialismos, el Imperio extiende y consolida el modelo de poder en red”. (166-7)

En la misma página del libro, Hardt y Negri citan a Virgilio:

“Ha llegado la edad final que predijo el oráculo,

El gran orden de los siglos renace”. (167)

Poco después de la publicación de este libro, la historia del mundo tomó una dirección totalmente diferente. El golpe de escena del 11 de septiembre provocó una inversión del sentimiento predominante de invencibilidad de la hegemonía occidental.

La interminable expansión pacífica de la democracia dio paso al colapso de la hegemonía global de Estados Unidos.

Después de una década de guerras inconclusas, de decadencia social y de resentimiento creciente, la aparición de Donald Trump marcó el comienzo de una especie de guerra civil caótica en el mismo centro del Imperio.

Ahora, veinticinco años después, la guerra civil en Estados Unidos ha terminado provisionalmente y es fácil entender quién es el ganador (provisional). El ganador no es Augusto, el glorioso y pacífico Emperador glorificado por Virgilio, sino una interesante mezcla de Calígula y Nerón.

El problema de Hard y Negri, la razón por la cual su libro no logró captar el proceso inminente, radica en su indiferencia hacia la dimensión antropológica en la que se despliega la política estadounidense.

Sólo calibrando el abismo del inconsciente estadounidense podremos descifrar las raíces de la ferocidad social que ahora está en plena manifestación.

Inconcebible

Mucho más interesante que el libro de Hardt y Negri es Unthinkable: Trauma, Truth, and the Trials of American Democracy, de Jamie Raskin.

Publicado en 2022, en el primer aniversario de la ridícula insurrección que llevó a miles de seguidores de Trump al corazón político de Estados Unidos, el libro adquiere hoy un nuevo significado, tras el regreso del líder de esa manifestación subversiva.

El autor es miembro del Congreso estadounidense, elegido por el distrito electoral de Maryland, en las filas del Partido Demócrata. Jamie Raskin también es profesor de Derecho Constitucional, autoproclamado liberal y padre de tres hijos. Uno de sus hijos, Tommy, de 25 años, activista político, partidario de causas progresistas, un joven compasivo y empático, falleció el último día del año 2020.

Para ser más precisos, Tommy se suicidó debido a una depresión duradera y también –no hace falta decirlo– a la larga humillación moral de sus valores humanitarios durante los años del primer mandato de Trump.

Este libro ha sido importante para mí porque contiene una reflexión radical sobre el racismo arraigado en la democracia estadounidense (un detalle que se les escapó por completo a los autores del libro de los autoproclamados marxistas que escribieron Empire).

Para Jamie Raskin la decisión final de Tommy no es sólo una catástrofe afectiva, sino el detonante de una reflexión radical sobre la profundidad de la crisis que está desgarrando la democracia liberal.

Leí el libro justo después de su publicación y lo estoy leyendo de nuevo ahora que la vuelta de Trump a la Casa Blanca entierra para siempre la credibilidad de la democracia de ese país y cuestiona la credibilidad misma del concepto de democracia en sí.

Raskin escribe que siempre se ha considerado “radicalmente optimista acerca de cómo la Constitución de la nación misma puede mejorar nuestra condición social, política e intelectual”.

Sin embargo, tras la muerte de su hijo, su percepción de sí mismo cambió. Escribe que su optimismo constitucional se hace añicos por el predominio de la fuerza brutal sobre la fuerza de la Razón y por la propagación de la depresión.

“De repente, este optimismo constitucional me avergüenza y me avergüenza. Temo que mi alegre optimismo político, lo que muchos de mis amigos han atesorado más en mí, se haya convertido en una trampa para el autoengaño masivo, una debilidad que nuestros enemigos pueden explotar. Sin embargo, también me aterroriza pensar en lo que significaría vivir sin este optimismo y también sin mi amado e irremplazable hijo. Los dos siempre fueron de la mano y ahora puedo estar vivo en la tierra sin ninguno de ellos”.

El optimismo político de este generoso profesor de Derecho se ve sacudido por la repentina comprensión de que la democracia liberal se asienta en una base frágil. De hecho, escribe:

“Siete de nuestros primeros diez presidentes eran dueños de esclavos. Estos hechos no son accidentales sino que surgen de la arquitectura misma de nuestras instituciones políticas”.

La esclavitud forma parte del patrimonio cultural de la nación americana, al igual que el genocidio de los primeros habitantes del territorio.

¿Cómo puede esta nación pretender ser vista como un ejemplo para otra persona?

¿Cómo podemos evitar pensar que esta nación es un peligro para la supervivencia de la humanidad?

Se vuelve imposible persistir en el estado de negación: la memoria estadounidense está tan cargada de horror que ninguna evolución política puede borrar esta verdad elemental del inconsciente colectivo de un país cuyo destino manifiesto es la destrucción de toda la humanidad.

En el discurso que Biden pronunció el 6 de enero de 2022, un año después de la funky insurrección, hablando de la necesidad de rechazar la violencia, dijo: “Debemos decidir qué tipo de nación queremos ser”.

¿Decidir qué?

¿Puede Estados Unidos decidir descartar la violencia, si la historia estadounidense se basa en la violencia, la esclavitud y el genocidio?

La irredimibilidad de ese pasado es una fuente de depresión sistémica para Occidente y, por tanto, una fuente sistémica de violencia. Pero ahora, si miramos el panorama geopolítico, si miramos el panorama interno de la cultura occidental, la desintegración parece irreversible.

¿La decadencia y la desintegración del mundo occidental desencadenarán la destrucción final de lo que solíamos llamar civilización?

Desintegración

La desintegración es la tendencia que está surgiendo en todo el mundo occidental.

En los países europeos, como en Estados Unidos, por no hablar de Israel, la población está irreconciliablemente dividida por la alternativa entre democracia liberal y tiranía autoritaria. Así como la democracia liberal siempre ha sido falsa, la alternativa también lo es, pero la desintegración es real.

En mi humilde opinión, la elección de Trump acelerará la desintegración occidental. No creo que habrá una guerra civil como ocurrió durante la guerra española, con multitudes armadas enfrentándose en un frente más o menos definido. No es así como se desarrolla la guerra civil de una población demente. Tendremos una multiplicación de tiroteos racistas, de masacres, simplemente tendremos lo que ya existe, pero cada vez más generalizado, duro y violento.

La deportación masiva prometida por los vencedores resultará más bien en una reaparición del Ku Klux Klan en muchas zonas del país que en una operación real de repatriación imposible de inmigrantes indocumentados. La violencia, el miedo y la agresividad acabarán persuadiendo a muchos inmigrantes a marcharse, pero el proceso difícilmente será pacífico.

La desesperación será la fuerza impulsora de la desintegración estadounidense.

En el libro de investigación de 2020 Muertes por desesperación y el futuro del capitalismo, Anne Case y Angus Deaton describen la desesperación en términos estadísticos. Aumento de la mortalidad, particularmente entre los blancos de entre 45 y 54 años: alcoholismo, suicidio, uso de armas de fuego, obesidad y adicción a opioides (como fentanilo). Disminución general de la esperanza de vida (única entre los países avanzados): de 78,8 años en 2014 a 76,3 años en 2021. Todo esto en presencia del gasto sanitario más alto del mundo (equivalente al 18,8% del PIB).

Sin embargo, no podemos esperar una desintegración pacífica del poder estadounidense. Así como Polifemo, cegado por Ulises, corta a quienes se le acercan, el coloso está destinado a reaccionar con furia imprudente.

En un artículo publicado por e-flux, Slavoj Žižek relativiza el triunfo trumpiano e intenta verlo en perspectiva: la fórmula MAGA podría describirse de manera invertida. Después de décadas de derrotas militares, la superpotencia reconoce que no puede continuar con la política de hegemonía global y debe retirarse antes de tiempo, aceptando, sin admitirlo, una posición de poder local que debe competir en igualdad de condiciones con otras potencias locales, como Rusia, China, India.

La opinión de Žižek está bien fundada, pero mi pregunta es: ¿el bastión del supremacismo blanco aceptará su decadencia sin una reacción que pueda ser nada menos que apocalíptica?

Además, Žižek cree que Europa podría salir fortalecida de la reducción del papel geopolítico estadounidense. Europa, según Žižek, ya no será la “hermana pequeña” del gigante.

Aquí también tengo algunas dudas. La hipótesis de Žižek sólo sería cierta si la UE existiera realmente. Pero la guerra de Ucrania ha llevado a la Unión Europea a una posición de irrelevancia, debilidad y rápida desintegración.

El gobierno francés se ha derrumbado, el gobierno alemán se está derrumbando, mientras la recesión económica está destinada a empeorar.

La derrota estratégica en la guerra contra la Rusia de Putin (el legado de Biden) empuja a la Unión hacia la desintegración, mientras los aliados de Putin, elección tras elección, ganan la mayoría de los parlamentos del continente.

Para concluir este breve ensayo citaré nuevamente a Salman Rushdie:

“No puedo mirar hacia arriba. Allá arriba, ¿qué es eso? Como si un coloso con un enorme desintegrador hiciera un agujero en el aire. Lo miras y quieres morir.

Esto no se puede arreglar. No creo que haya nadie en DC o Cañaveral que sepa qué carajo hacer al respecto”. (Quichotte, Random House, 2020, pág. 374).

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Biografía:

Hardt Negri: Empire, Harvard, 2000.

Paul Auster: Bloodbath Nation, 2024.

Jamie Raskin: The Unthinkable.  Trauma, Truth, and the Trials of American Democracy, 2022.

Salman Rushdie: Fury, Jonathan Cape, 2000.

Salman Rushdie: Quichotte, Random House, 2020.

Slavoj Zizek: After Trump’s Victory: From MAGA to MEGA, e-flux, November 2024.

Felix Guattari, The Three ecologies, 1989.