Leer a Poulantzas para entender el autoritarismo neoliberal y las extremas derechas

Nota Kawleche— Traducimos del francés, para nuestra sección de teoría Kamal, “Lire Poulantzas pour comprendre l’autoritarisme néolibéral et les extrêmes droites”, del intelectual de izquierda griego Panagiotis Sotiris, artículo publicado en Contretemps, Revue de critique communiste, el 12 de julio del corriente año. El texto de Sotiris versa sobre el reconocido pensador marxista grecofrancés Nicos Poulantzas (Atenas, 1936 – París, 1979) y sus aportes político-sociológicos a la dilucidación crítica del fenómeno fascista. Poulantzas es recordado como una de las principales luminarias del marxismo estructuralista de los años sesenta y setenta, junto a autores como Althusser y Godelier.
La edición del artículo de Contretemps incluye el siguiente copete: “Nicos Poulantzas ha desarrollado una interpretación original del fascismo como una posibilidad inherente a todos los estados capitalistas en condiciones de crisis. Su obra puede ayudarnos a comprender el peligro que representa la extrema derecha contemporánea, pero también las tendencias autoritarias en el seno del extremo centro neoliberal (del que el macronismo es una encarnación evidente)”.
Panagiotis Sotiris es profesor de Filosofía Política y Social en la Universidad Abierta de Grecia. Ha centrado su investigación en la teoría marxista y posmarxista. Es autor, entre otros libros, de Comunismo y filosofía. La aventura teórica de Louis Althusser (2004). Milita en la izquierda radical helénica y por la defensa de la universidad pública en su país. Colabora, asimismo, con diversos medios periodísticos de tendencia socialista, tanto de Grecia como a nivel internacional. Integra el comité de redacción de Historical Materialism. Vive en Atenas.

 

Por Panagiotis Sotiris

Nicos Poulantzas es uno de esos marxistas que intentaron pensar el fascismo como un desafío tanto teórico como estratégico. Sus escritos sobre el fascismo no estaban motivados simplemente por consideraciones teóricas, sino que también respondían a demandas políticas urgentes. Su objetivo no era sólo analizar el proceso que condujo al fascismo, sino también distinguir el fascismo como régimen de otras formas de «estado de excepción».

Poulantzas rechazó el enfoque liberal, que presentaba el fascismo como una anomalía en la historia del capitalismo y no nos decía nada sobre este sistema en general. Pero también cuestionó el determinismo económico de los marxistas que describían los regímenes fascistas como una función necesaria del desarrollo capitalista en el periodo de Entreguerras. Según Poulantzas, el potencial fascista existía en los estados capitalistas, pero la realización de ese potencial dependía del resultado de las luchas de clases.

Con el auge de los movimientos políticos de extrema derecha en Europa, Estados Unidos y otros lugares, la cuestión de si estos movimientos repetirán la experiencia del fascismo de entreguerras, totalmente o en parte, es objeto de un amplio debate. Poulantzas puede proporcionar un importante punto de referencia para estos debates. Su advertencia de que las democracias capitalistas avanzan hacia una especie de “estatismo autoritario”, que preserva las formas liberal-democráticas de gobierno al tiempo que pisotea las libertades civiles, parece especialmente pertinente a la luz de las tendencias contemporáneas.

El golpe de estado de 1967 en Grecia

La experiencia de la dictadura militar griega de 1967 a 1974 fue especialmente importante para el giro de Poulantzas hacia la cuestión del fascismo. Este régimen fue un momento decisivo para el sistema político y la izquierda de ese país, en particular para el movimiento comunista. Representaba el caso límite del estado anticomunista que había tomado forma tras la victoria del bando monárquico en la guerra civil de finales de los años cuarenta.

Este estado combinaba ciertos elementos formales del parlamentarismo con la criminalización de la actividad política comunista y la existencia de una «constitución paralela», es decir, un conjunto de disposiciones autoritarias «excepcionales» consagradas por ley y reforzadas por el protagonismo de centros de poder autonomizados dentro del estado, como el Ejército y la monarquía. Tras un periodo de intensas luchas sociales y crisis políticas, el ejército se erigió en el «partido del estado» tras el golpe militar del 21 de abril de 1967, con el apoyo de al menos algunos elementos del estado y sus servicios.

Al mismo tiempo, la facilidad con que se instauró la dictadura precipitó una crisis estratégica para la izquierda. Los partidos de izquierda no se habían preparado realmente para ello, lo que derivó en detenciones masivas y llevó a un punto crítico los conflictos internos en el Partido Comunista de Grecia (KKE) [por sus siglas en griego transliterado], catalizando la escisión del partido en 1968. Pero Poulantzas también tenía otras preocupaciones.

De hecho, ciertas corrientes de la izquierda revolucionaria francesa posterior a 1968, como la Izquierda Proletaria Maoísta, tendían a presentar el gaullismo como una forma de fascismo, postura que el teórico marxista griego rechazaba. Poulantzas quería distanciarse de quienes extendían la etiqueta de «fascista» a formas de gobierno autoritario que, de hecho, eran diferentes del fascismo. Al mismo tiempo, quería examinar cómo las formas fascistas de estado, y más en general los «estados de excepción», podían surgir en coyunturas de crisis política o incluso de crisis del estado. Esto contrastaba con la tendencia, evidente en muchas lecturas dominantes del fascismo, a considerarlos simplemente como una especie de «patología» o «anomalía» política, en lugar de tratarlos como una posibilidad latente dentro de las formaciones sociales capitalistas.

En un texto publicado en griego en 1967 en la revista de la Unión de Estudiantes Griegos de París (EPES) [por sus siglas en griego transliterado], Poulantzas insistía en que el golpe de estado de 1967 no fue fascista porque carecía de la “base popular” asociada al fascismo clásico.1 Tampoco fue “bonapartista”, porque la Grecia de finales de los sesenta carecía del “equilibrio catastrófico” entre fuerzas sociales opuestas que podría conducir al bonapartismo, en línea con el análisis de Karl Marx y Friedrich Engels sobre la Francia del siglo XIX. Según Poulantzas, fue un golpe de estado que se correspondía con la estrategia internacional del imperialismo estadounidense. Se produjo en un momento en que las luchas populares estaban en auge, aunque todavía no habían alcanzado un punto de equilibrio con las fuerzas de la burguesía, y en que había divisiones en el seno de las clases dominantes. El hecho de que ciertas partes del estado griego, como el Ejército, hubieran adquirido una relativa autonomía era otro síntoma.

Poulantzas concluyó que, dado que la toma del poder por los militares en 1967 no fue un golpe fascista y no tenía base popular, la izquierda debía boicotear cualquier intento del nuevo régimen de crear organizaciones de masas:

“Según el informe de Dimitrov, estas organizaciones debían utilizarse [para desplegar allí la actividad comunista] –como ocurrió en Alemania e Italia– porque un revolucionario está donde están las masas y hace allí su trabajo. Y Dimitrov se burla constantemente de los «revolucionarios» que plantean el problema en el plano de la «honradez» individual. Por otra parte, si, como yo creo, no se trata de un golpe fascista, y mucho menos de un régimen estabilizado, nuestra línea debe ser un «boicot» absoluto a las organizaciones que pueda crear para atraer a las masas, con el fin de mantenerlo aislado”2.

Esta posición contrastaba también con la adoptada por los partidos de izquierda clandestinos en la España franquista, que se habían infiltrado en los sindicatos oficiales que el régimen había creado.

Fascismo y dictadura

La principal elaboración teórica de Poulantzas sobre estas cuestiones se encuentra en Fascismo y dictadura,3 publicado por primera vez en 1970, dos años después de su famosa obra Poder político y clases sociales. En ella, continúa su teorización coherente del fascismo, distinguiéndolo de otras formas de gobierno de excepción, y vuelve a las cuestiones de estrategia revolucionaria a raíz de Mayo del 68.

Para Poulantzas, el fascismo era “una de las posibles coyunturas”4 de la etapa imperialista del capitalismo. Consideraba el imperialismo como una “etapa del desarrollo capitalista en su conjunto” que no era “un fenómeno reducible únicamente al proceso económico”. En efecto, sólo en la medida en que el imperialismo es considerado como un fenómeno que afecta a la vez a lo económico, lo político y lo ideológico, puede fundamentarse la internacionalización particular de las relaciones sociales en esta etapa”5. Poulantzas oponía esta perspectiva al economicismo de la III Internacional.

Una característica de esta etapa en particular, aparte de sus transformaciones económicas, fue que asignó un nuevo papel al estado capitalista, “concerniente a la vez a sus nuevas funciones, a la extensión de su intervención y al índice de su eficacia”6. Poulantzas vinculó esto a una acumulación de contradicciones dentro de la cadena imperialista durante el periodo de Entreguerras: “si la revolución se hizo en el eslabón más débil de la cadena (en Rusia), el fascismo se estableció en los dos eslabones relativamente más débiles de la zona europea en aquel momento”7.

Poulantzas insistía en que el fascismo sólo podía explicarse por referencia a “la situación concreta de la lucha de clases, que no es en absoluto reductible a una necesidad ineludible del desarrollo «económico» del capitalismo”8. Rechazaba lo que denominaba el “catastrofismo” de la III Internacional, la idea de que el colapso del sistema era el resultado fatal de sus contradicciones internas, y creía que este paradigma erróneo podía explicar muchos de los fracasos estratégicos del movimiento comunista europeo con respecto al fascismo.

Poulantzas argumentó que era analítica y políticamente desastroso presentar el fascismo como algo parecido a la revolución, entendidos ambos como expresiones de la supuestamente catastrófica crisis económica del capitalismo. En Fascismo y dictadura, intentó desarrollar una teoría que trata el fascismo como “una forma de estado y de régimen en el ‘límite’ extremo del estado capitalista”9, lo que significa que no es ni un caso «patológico» del estado burgués ni un desarrollo inevitable del mismo, sino que depende de coyunturas particulares determinadas por el resultado de las luchas de clases.

Poulantzas subrayó la importancia de los análisis del fascismo desarrollados por pensadores comunistas como August Thalheimer, Antonio Gramsci y León Trotsky. Al mismo tiempo, sin embargo, criticó algunos de sus argumentos. Pensaba, por ejemplo, que la noción de “equilibrio catastrófico” que habían utilizado Thalheimer y Gramsci, basada en la interpretación de Marx del bonapartismo, no era aplicable en casos donde la clase obrera ya había sido derrotada, como Italia o Alemania en la década de 1920. También creía que Trotsky se había equivocado al percibir un peligro fascista inminente en Francia en la década de 1930.

Los elementos del fascismo

Según Poulantzas, los elementos clave en el surgimiento del fascismo son los siguientes.

En primer lugar, la existencia de una “situación de profundización y exacerbación de las contradicciones internas entre las clases dominantes y las fracciones de las clases dominantes”10, proceso que conduce a una crisis de hegemonía, en el sentido de que “ninguna clase o fracción de clase dominante parece capaz de imponer, ya sea por sus propios medios de organización política o a través del estado «democrático parlamentario», su dirección a las demás clases y fracciones del bloque dominante”11.

En este contexto, la emergencia de “la hegemonía de una nueva fracción de clase dentro del bloque dominante: la del capital financiero, o incluso del gran capital monopolista”12, así como una crisis de la representación de los partidos y de la ideología dominante. La “estrategia ofensiva de la burguesía” coincide así con una “etapa defensiva de la clase obrera”13.

Al desarrollar estos elementos, Poulantzas quiso evitar cualquier concepción estrechamente «instrumentalista» del fascismo. Insistió en que, durante y después de su ascenso al poder, los partidos y estados fascistas gozaron por lo general de una “autonomía relativa”14 respecto al bloque de la clase dominante y a las fracciones específicas del gran capital monopolista cuya hegemonía habían establecido.

Poulantzas fue muy crítico con ciertos aspectos del análisis del fascismo de la III Internacional. Apuntó especialmente a las formulaciones del dirigente comunista búlgaro Georgi Dimitrov en el VII Congreso de la Internacional Comunista de 1935, en las que el fascismo se definía como “la dictadura de los elementos más reaccionarios, chovinistas e imperialistas del capital financiero”. Para Poulantzas, se trataba de una concepción esquemática de los intereses económicos que representaba el estado fascista. También abría el camino a una estrategia de alianzas que podía incluir a todas las fracciones del capital excepto a las identificadas por Dimitrov como parte de la base del fascismo. Aunque el fascismo representaba un nuevo equilibrio de poder dentro de las clases dominantes, esto no significaba, según el autor de Fascismo y dictadura, que representara exclusivamente los intereses del capital financiero.

Además, contrariamente a la retórica de la III Internacional, Poulantzas insistía en que las grandes derrotas de las clases trabajadoras y la crisis ideológica del movimiento obrero y sus organizaciones eran aspectos importantes del ascenso del fascismo. También subrayó lo inadecuado del concepto de “socialfascismo”, que presentaba a la socialdemocracia y al fascismo como fuerzas gemelas, potencialmente cómplices, y subestimaba el hecho de que los partidos fascistas habían desarrollado una base social propia.

Poulantzas también estudió el particular apego de los estratos pequeñoburgueses a los partidos fascistas. Argumentó que, en un periodo de crisis económica y política, ciertos elementos de la ideología de los partidos fascistas, como la “estatolatría”, el nacionalismo, el elitismo, el racismo y el militarismo, proporcionaban una salida a estos estratos.

Poulantzas ha ofrecido un análisis muy detallado del fascismo en el poder como un «estado de excepción» intervencionista que ayudó a superar una crisis ideológica y amplió el alcance de la intervención estatal más allá de los límites establecidos por la ley. El sistema de partido único no eliminó las contradicciones entre las distintas fracciones de las clases dominantes, insiste, pero sí ofreció formas de «representación directa» típicas de la ideología fascista:

“Son formas típicas de «representación directa» en casos de desorganización política del bloque dominante, el cortocircuito de los partidos políticos por el papel «organizador» directo de otros aparatos estatales, y formas, también típicas, de sumisión de las masas populares a la ideología dominante”15.

La suspensión de las elecciones competitivas y multipartidarias no significaba la suspensión de la legitimidad como tal, creía Poulantzas, yendo así a contracorriente de las teorías del totalitarismo. Los partidos fascistas en el poder invocaban constantemente una cierta forma de «soberanía popular» y se comprometían a la movilización regular de las masas.

Crisis orgánicas

Fascismo y dictadura es una importante contribución al debate sobre la naturaleza del fenómeno fascista. Ciertamente tiene sus defectos, como la tendencia del autor a pensar que las estrategias articuladas dentro de los aparatos estatales estaban determinadas principalmente por el equilibrio de fuerzas dentro de las fracciones de la clase dominante y entre ellas. Esto iba en contra de su propia insistencia en la autonomía relativa del estado. Poulantzas también subestimó hasta qué punto el fascismo se basaba en una forma de política de masas.

No obstante, su análisis combina dos dimensiones esenciales de este fenómeno. Por un lado, trata el fascismo como un aspecto «orgánico» de determinados periodos históricos, vinculado a la transformación de los regímenes de acumulación y de los aparatos estatales. Por otro, subraya sus características contingentes, que reflejan la dinámica coyuntural de la lucha de clases en un país determinado. De este modo, Poulantzas subraya el potencial de aparición del fascismo, al tiempo que demuestra que no toda forma de autoritarismo estatal es fascista.

El mismo deseo de evitar calificar de «fascistas» todas las formas del «estado de excepción» se puso de manifiesto en La crise des dictatures, publicado en 1975.16 Se trata de un libro más «intervencionista» que sus otras obras, escrito para analizar el final de los regímenes autoritarios de derechas en Grecia, Portugal y España a mediados de los años setenta. Contiene algunas observaciones muy interesantes sobre el papel del imperialismo estadounidense.

Poulantzas identificó una “pluralidad de tácticas estadounidenses” en su actitud hacia los regímenes del sur de Europa. Esta pluralidad está “vinculada a las contradicciones del propio capital estadounidense” que encontraron su expresión en el seno del estado, en Washington:

“Se trata de un caso original de «fascismo exterior», es decir, de una política exterior que, las más de las veces, no duda en recurrir a los peores genocidios, pero encarnada en instituciones que, lejos de representar un caso ideal de democracia burguesa –basta pensar, entre otras cosas, en la situación de las minorías sociales y étnicas en EE.UU.–, permiten, sin embargo, una representación orgánica de las diversas fracciones del capital en el seno de los aparatos y ramas del aparato estatal. Un régimen así, si se funda en una verdadera unión sagrada de la gran mayoría de la nación en torno a los principales objetivos políticos (unión sagrada sobre la que habría mucho que decir) va necesariamente acompañado de contradicciones constantes y abiertas en el seno de los aparatos de estado”17.

En un momento dado, según Poulantzas, la actitud de Washington podría abarcar “una serie de posibles soluciones” que van desde “diversos grados de apoyo a la aceptación más o menos pasiva de soluciones consideradas un mal menor, hasta una cierta ruptura”. Los distintos aparatos estatales implicados en la política exterior estadounidense podrían incluso, en cierta medida, trabajar con objetivos contrapuestos:

“La CIA, el Pentágono y el aparato militar, el Departamento de Estado, el poder ejecutivo –la administración [presidencial] y el Congreso– adoptan a menudo tácticas diferentes: lo hemos visto, lo seguimos viendo, en el caso de Grecia, Portugal y España. Es más, estas tácticas son a veces paralelas, dando lugar a redes que son a su vez paralelas, ignorándose o incluso luchando entre sí”18.

El estatismo autoritario

En la década del 70, Poulantzas siguió trabajando en cuestiones relacionadas con el estado, llevando su investigación en dos direcciones importantes. Por un lado, Poulantzas desarrolló una definición relacional del estado muy original, según la cual el estado no es una «entidad intrínseca», sino que es en sí mismo “una relación, más exactamente la condensación de una relación de fuerzas entre clases y fracciones de clases”19.

Por otro lado, propuso una teorización más elaborada de lo que denomina “crisis del estado”:

“Se trata de una serie de contradicciones que se expresan, de manera específica, en el seno mismo del estado (el estado es la condensación material de una relación) y que son factores directos de las características específicas de la crisis del estado, desde la agudización de las contradicciones internas entre ramas y aparatos del estado y dentro de cada uno de ellos, hasta los complejos desplazamientos de dominio entre aparatos, pasando por sus permutaciones de función, la acentuación del papel ideológico de un aparato dado que acompaña al fortalecimiento en el ejercicio de la violencia estatal, etcétera”20.

Para Poulantzas, esto conduce a un giro autoritario “que podría significar simplemente que cierta forma de «política democrática» ha llegado a su fin en el capitalismo”.

Poulantzas identificó una serie de transformaciones que conforman este nuevo autoritarismo propio del «estado fuerte»:

“La prodigiosa concentración de poder en el ejecutivo a expensas no sólo de la representación «popular» parlamentaria, sino también a expensas de una serie de redes de representación basadas en el sufragio popular […] La confusión orgánica de los tres poderes (ejecutivo, legislativo, judicial) y la invasión constante de los campos de acción y competencia de los aparatos o ramas que les corresponden […] El ritmo acelerado de restricción de las libertades políticas de los ciudadanos ante la arbitrariedad estatal […] El precipitado declive del papel de los partidos políticos burgueses y el desplazamiento de sus funciones político-organizativas (tanto en relación con el bloque dominante como con las clases dominadas) hacia la administración y la burocracia estatales […] La acentuación en el ejercicio de la violencia estatal (tanto en el sentido de violencia física como en el sentido de «violencia simbólica») (…) La introducción de toda una nueva red de circuitos y cinturones de «control social» (aislamiento policial, sectorización psicológico-psiquiátrica, supervisión de la asistencia social)”21.

En su último libro, Estado, poder y socialismo, Poulantzas discierne en estas transformaciones de los estados capitalistas la emergencia de lo que denomina «estatismo autoritario»:

“Una nueva forma de estado está en vías de imponerse […] que designaré, a falta de un término mejor, estatismo autoritario. Es un término que puede indicar la tendencia general de esta transformación: la monopolización acentuada por parte del estado de todos los ámbitos de la vida económica y social, unida a la decadencia decisiva de las instituciones de la democracia política y a la restricción draconiana y multiforme de esas libertades llamadas «formales» cuya realidad descubrimos hoy hecha añicos”22.

Poulantzas se cuidó de distinguir este estatismo autoritario del totalitarismo o del fascismo. No porque subestimara la magnitud de estas transformaciones o su carácter autoritario, sino más bien porque, para él, no se trata de una forma de «estado excepcional», sino de la mutación autoritaria de los propios estados capitalistas «democráticos»:

“La emergencia del estatismo autoritario no puede identificarse, pues, ni con un nuevo fascismo ni con un proceso de fascistización. Este estado no es ni la nueva forma de un estado de excepción real ni, en sí mismo, la forma transitoria hacia tal estado: representa la nueva forma «democrática» de la república burguesa en la fase actual […]. Este estado, probablemente por primera vez en la existencia e historia de los estados democráticos, no sólo contiene elementos dispersos y difusos de totalitarismo, sino que cristaliza su disposición orgánica en un dispositivo permanente paralelo al estado oficial”23.

Durante este periodo, Poulantzas se interesó por la transformación autoritaria de los estados capitalistas y por el carácter autoritario o «totalitario» del «socialismo realmente existente» en el bloque oriental liderado por la Unión Soviética. En cierto sentido, la concepción de una vía democrática al socialismo que formuló en Estado, poder y socialismo fue su forma de abordar ambos retos.

Poulantzas creía que, gracias a la existencia de poderosos movimientos sociales, sería posible imponer cambios profundos dentro del estado que condensaran el cambio en el equilibrio de poder a nivel social. Una estrategia que combinara la conquista del poder gubernamental y la movilización social autónoma podría abrir el camino a la transformación socialista. Esta idea de un socialismo democrático que combinara formas de democracia representativa y directa fue también su respuesta al callejón sin salida del «socialismo realmente existente» al estilo soviético.

Leer a Poulantzas hoy

Poulantzas fue muy criticado por su excesivo optimismo sobre la posibilidad de una transformación radical-democrática del estado y por subestimar la forma en que la dinámica material inscrita en el estado, precisamente lo que él describía como “estatismo autoritario”, impondría su lógica a cualquier acceso al gobierno por parte de fuerzas de izquierda (como demostraría la experiencia de países como Francia y Grecia en los años ochenta). Su suicidio en 1979 puso fin prematuramente a su carrera teórica, dejando abiertos muchos interrogantes sobre las orientaciones que podría haber tomado su pensamiento a partir de entonces.

No obstante, Poulantzas nos legó conocimientos inestimables sobre la transformación de los estados capitalistas. En particular, identificó tendencias y cambios autoritarios que se harían mucho más evidentes en los años posteriores a su muerte. Todos estamos demasiado familiarizados con los aspectos autoritarios y disciplinarios de los estados neoliberales, incluido el uso de la legislación «antiterrorista» como tapadera de prácticas represivas y mecanismos de vigilancia.

Poulantzas también tenía razón al anticipar que el programa neoliberal de privatización y desregulación no significaría la retirada del estado. Al contrario, requiere la expansión de las intervenciones y mecanismos administrativos, la mayoría de los cuales están aislados de cualquier forma de control democrático o permeabilidad a los movimientos populares.

La proliferación de autoridades supuestamente «independientes» (y no elegidas) y el aumento del poder de los bancos centrales son ejemplos típicos. En el contexto europeo, la imposición de políticas neoliberales bajo los auspicios de la integración europea ha supuesto la extensión de la autoridad de las instituciones no elegidas de la Unión Europea y la prioridad otorgada a la regulación europea sobre los procesos democráticos de toma de decisiones a escala nacional.

El trabajo de Poulantzas puede ayudarnos a comprender mejor el actual auge de los movimientos políticos de extrema derecha. Esto está vinculado no sólo a situaciones de crisis política, incluida la crisis de la izquierda en sus diversas formas, sino también a la transformación autoritaria de los estados, con el auge de nuevas formas de racismo de estado dirigidas contra los migrantes y los refugiados. Además, y quizás lo más importante, su trabajo destaca el hecho de que no podemos separar la resistencia al fascismo y al autoritarismo estatal de las luchas anticapitalistas más amplias.

Esta resistencia sólo puede ser eficaz si se basa en un bloque de las clases trabajadoras con las demás clases subalternas, y no en alianzas minimalistas limitadas a la simple defensa de la democracia liberal. Después de todo, son principalmente los partidos del llamado “arco constitucional” los que han orquestado las actuales mutaciones «posdemocráticas» de los estados capitalistas avanzados. La mayoría de los movimientos políticos de extrema derecha no tienen ningún problema en declarar su plena conformidad con el actual marco institucional de la democracia liberal, incluidas sus encarnaciones trasnacionales como la UE.

Esto pone de relieve otra lección importante que podemos aprender de Poulantzas. Aunque su visión de una vía democrática al socialismo ha sido criticada con razón por sus posibles lecturas reformistas, su afirmación de que “el socialismo sólo puede ser democrático” no era simplemente una cuestión de distanciarse de la experiencia de la URSS y sus satélites. También implica que “la democracia sólo puede ser socialista”, en el sentido de que no existe un vínculo «orgánico» entre capitalismo y democracia. La única manera de alcanzar la democracia como gobierno autónomo de los subalternos es luchar por superar el capitalismo.

NOTAS

1 “Οι πολιτικές μορφές του στρατιωτικού πραξικοπήματος” [Las formas políticas del golpe de estado militar], jun. 1967, en Ο πολιτικός διανοούμενος Νίκος Πουλαντζάς. Κείμενα 1967-1979 [Nicos Poulantzas, intelectual político. Textos 1967-1979], ed. preparada por Dimitris Karydas y Dimitris Psarras, Atenas, Εκδοση της Εφημερίδας τωνΣυντακτών, 1979.
2 Ibid., p. 34.
3 N. Poulantzas, Fascisme et dictature. La Troisième Internationale face au fascisme, París, Seuil, 1974. [Hay trad. castellana: Fascismo y dictadura. La III Internacional frente al fascismo, México, Siglo XXI, 1971].
4 Ibid., p. 13.
5 Ibid., p. 20.
6 Ibid., p. 17.
7 Ibid., p. 22.
8 Ibid., p. 40.
9 Ibid., p. 63.
10 Ibid., p. 77.
11 Ibid., p. 78.
12 Ibid., p. 79.
13 Ibid., p. 85.
14 Ibid., p. 96.
15 Ibid., p. 364.
16 Poulantzas, La crise des dictatures, París, Seuil/Maspero, 1975. [Hay trad. castellana: La crisis de las dictaduras: Portugal, Grecia, España, México, Siglo XXI, 1976].
17 Ibid., p. 41.
18 Ibid., p. 42.
19 Poulantzas, L’Etat, le pouvoir, le socialisme, París, PUF, 1978, p. 141. [Hay trad. castellana: Estado, poder y socialismo, México, Siglo XXI, 1979].
20 Poulantzas, “Les transformations actuelles de l’Etat, la crise politique et la crise de l’Etat”, en N. Poulantzas (dir.), La crise de l’Etat, París, PUF, 1976, pp. 44-45. [Hay trad. castellana: La crisis del Estado, Barcelona, Fontanella, 1977].
21 Ibid., pp. 55-56.
22 L’Etat, le pouvoir, le socialismo, ob. cit., pp. 225-226.
23 Ibid., pp. 231-232, 233.

Entrevista a Paolo Virno

Colectivo Situaciones: Nos parece que un diálogo con vos tiene que partir de lo que parece ser una gran premisa de tus trabajos y el de otros tantos compañeros italianos, como es la teorización del posfordismo desde el punto de vista del trabajo y sus mutaciones. Es claro que en tu punto de vista el posfordismo pone en juego –saca a la superficie– rasgos o caracteres de especie –y por tanto, no especializados– que antes se hallaban por fuera de la producción capitalista. Y bien: ¿es posible encontrar, según esta perspectiva, en tus últimos textos –que reunimos en este libro– una cierta continuidad entre las preocupaciones que aparecen en Gramática de la multitud y estas indagaciones en torno al animal humano, el lenguaje, la innovación y lo “abierto”? ¿Dirías que la propia investigación sobre el posfordismo y la multitud requieren un giro por las neurociencias, la antropología y la lingüística moderna como modo de arribar a la naturaleza del animal lingüístico y a sus perspectivas políticas actuales? ¿Por qué? ¿Es siempre la misma preocupación política la que persiste en esta deriva de tus investigaciones?

 

Paolo Virno: Puedo equivocarme, es cierto, pero me parece que incluso las investigaciones más abstractas que he tratado de desarrollar en estos últimos quince años han tenido como punto de partida la multitud contemporánea. La multitud es el sujeto gramatical y el análisis sobre la estructura del tiempo histórico (El recuerdo del presente, Paidos, 2003) y las principales prerrogativas del lenguaje verbal (Cuando el verbo se hace carne, Tinta Limón-Cactus, 2004) son los predicados. Estoy verdaderamente convencido de que la multitud es el modo de ser colectivo caracterizado por el hecho de que todos los requisitos naturales de nuestra especie adquieren una inmediata importancia política. Por esto me pareció importante indagar en profundidad estos requisitos. Es claro que no sirven para nada los cortocircuitos, las fórmulas brillantes con las que, melancólicamente, se intenta ganar un gran aplauso. Si se habla de lenguaje verbal, o de tiempo histórico, es necesario asumir una travesía en el desierto, en la que nos vamos a encontrar con paradojas y callejones sin salida, en la que nos perderemos en análisis complicados que requieren instrumentos específicos. Tan solo al final de un recorrido teórico no poco tortuoso –y precisamente gracias a eso– se descubre (sólo a veces,  por supuesto) que los problemas enfrentados permiten comprender mejor –no metafórica, sino literalmente– las acciones y las pasiones más actuales.

La indagación sobre la “naturaleza humana” concierne centralmente a la lucha política. Pero a condición, por supuesto, de evitar algunas  tonterías significativas. La más tonta de estas tonterías consiste en querer deducir una estrategia política –y, en el peor de los casos, hasta una táctica– de los rasgos distintivos de nuestra especie. Es lo que hace Chomsky (admirable, por otra parte, por el vigor con el que pelea contra los canallas de la administración de los Estados Unidos) cuando dice: el animal humano, dotado por motivos filogenéticos de un lenguaje capaz de hacer cosas siempre nuevas, debe batirse contra los poderes que mortifican su congénita creatividad. Buenísimo, ¿pero qué ocurre si la creatividad lingüística se vuelve recurso económico fundamental  en el capitalismo posfordista? La antropología es el campo de batalla de la política, no un apuntador teatral que nos dice qué es necesario hacer. La “naturaleza humana” –es decir, las invariantes biológicas de nuestra especie– nunca dispone una solución: es siempre parte del problema.

Los grandes clásicos del pensamiento político moderno, Hobbes y Spinoza para mencionar sólo a los más notorios, han visto en la naturaleza humana la materia prima de la acción política: una materia prima a partir de la cual la acción política puede generar formas histórico-sociales harto diversas. Por eso Hobbes y Spinoza han sido, entre otras cosas, dos antropólogos profundos y realistas. Pero, ¿qué cosas han cambiado hoy respecto de la época en la que se formó el estado moderno? Una sobre todo: las principales facultades del animal humano, además de sus afectos característicos, son colocadas como resortes de la producción social. Marx definía la fuerza de trabajo como “el conjunto de las capacidades psíquicas y físicas de un cuerpo humano”. Pues bien, esta definición se vuelve completamente verdadera sólo en los últimos treinta años. En efecto, solo recientemente las competencias cognitivas y lingüísticas han sido puestas a trabajar. De este modo, quien –con gestos de desprecio– descuida la indagación sobre la “naturaleza humana”, no está en condiciones de comprender las características sobresalientes de la fuerza de trabajo contemporánea. El panorama teórico actual está atestado de naturalistas ciegos a la historia y de historicistas que se indignan si se habla de naturaleza. El defecto de unos y de otros no está en la parcialidad de sus acercamientos, sino, por el contrario, en la incapacidad de ambos para aprehender los aspectos sobre los que concentran unilateralmente su atención. Los cultores de una naturaleza humana de la que ha sido borrada la dimensión histórica equivocan, en última instancia, su percepción sobre la naturaleza; los cultores de una historia escindida del trasfondo biológico no dan cuenta, de ninguna manera, de la historia. La teoría de la multitud debe sustraerse a este doble impasse.

 

CS: Tal vez no sea justo hablar de un “pesimismo” en estos textos pero, sin dudas, la cuestión del “mal” en el “animal abierto”, ya no protegido por la soberanía del estado –ahora en crisis–, recoloca la cuestión de lo negativo en el centro de tu reflexión, dando a la noción de ambivalencia una mayor nitidez. ¿Por qué surge la necesidad de abundar en lo “negativo” ahora? ¿Se debe a coyunturas políticas y teóricas que nos puedas explicar o, más bien, a otro tipo de exigencia reflexiva? ¿Qué consecuencias tiene, en tu trabajo, este énfasis? ¿Cómo definírías el estatuto teórico y político de la “negación no dialéctica”?

 

PV: En los últimos años trabajé sobre dos cuestiones –una lógico-ligüística, la otra antropológica— que tienen mucho que ver con la multitud. La primera cuestión, la lógico-lingüística, dice así: ¿cuáles son los recursos mentales que nos permiten cambiar nuestra forma de vida? ¿En qué consiste una acción innovadora? ¿Qué ocurre precisamente cuando una regla deja de funcionar, pero aún no se ha encontrado otra que la reemplace? A estas preguntas he tratado de responderlas examinando detalladamente un ejemplo significativo de creatividad lingüística: el chiste. El chiste es un microcosmos en el que operan las mismas fuerzas que, a gran escala, nos permiten un éxodo social y político. Por eso, hablando del funcionamiento de la frase humorística, me he encontrado discutiendo, entre otras cosas, el estado de excepción y la crisis de un sistema normativo.

La segunda cuestión, la antropológica, concierne a la carga destructiva inscripta en nuestra especie, a la “negatividad” con la que tiene que lidiar un ser dotado de lenguaje. Entre las dos cuestiones hay un vínculo muy estrecho: por paradójico que pueda parecer, los requisitos que posibilitan la innovación son los mismos que alimentan la agresividad en los enfrentamientos entre semejantes. Basta pensar en la negación lingüística: ésta permite oponerse a una ley injusta, pero abre la posibilidad, también, de que pueda tratarse a alguien (a un hebreo o a un árabe, por ejemplo) como a un no-hombre. Los ensayos recogidos en este libro están dedicados a la “lógica del cambio” y al llamado “mal”. Ambos términos, repito, tienen su referente carnal en la multitud posfordista. Se podría decir: la multitud está caracterizada por una fundamental oscilación entre la innovación y la negatividad.

Pero la pregunta de ustedes se refiere, sobre todo, a la negatividad, a la peligrosidad del animal humano. Procuraré, por consiguiente, decir algo más sobre este aspecto. La reflexión sobre la negatividad, sobre el mal, no nace de un juicio pesimista sobre el presente, de una desconfianza en los nuevos movimientos. Al contrario, es la madurez de los tiempos la que impone esta reflexión: hoy es concebible una esfera pública por fuera del estado, más allá del estado. Esto significa que es totalmente realista construir –en las luchas sociales– instituciones que ya no tengan como jefe al “soberano”, que disuelvan todo “monopolio de la decisión política”. Estas instituciones pos-estatales deben ofrecer de distintos modos –y resolver de distintos modos– el problema de cómo mitigar la agresividad del animal humano, su carga (auto)destructiva. Es la actualidad de la superación del estado la que vuelve imperiosas preguntas como éstas. Y repito: no es precisamente una injustificada melancolía por el curso del mundo. Pensar que la multitud es absoluta positividad es una tontería inexcusable. La multitud está sujeta a disgregación, corrupción, violencia intestina. Por otro lado, sus primeras manifestaciones no suelen ser exaltadas: en los años ’80 –mientras el fordismo entraba rápidamente en crisis– las nuevas figuras del trabajo social se presentaron con rasgos “desagradables”: oportunismo, cinismo, miedo. Si el nuestro es un éxodo que nos conduce más allá de la época del estado, no podemos no tener en cuenta las “murmuraciones en el desierto”. Para pensar las murmuraciones, es decir, la negatividad inscripta en la multitud (acordémonos de la violencia sobre los más débiles que fue verificada en el estadio de New Orleans donde estaban refugiados los “muchos” que no tenían los medios para  escapar del ciclón Katrina…), son necesarias categorías diferentes a las dialécticas y nociones distintas, por ejemplo, de aquella de “antítesis”. De acuerdo. Pero necesitamos categorías que estén en condiciones de asumir toda la realidad de lo negativo –en lugar de excluirlo o velarlo. En este libro propongo las nociones de “ambivalencia” y de “oscilación”. Y también un uso no freudiano del término freudiano “siniestro”. Freud dice que lo que nos aterroriza es precisa y solamente aquello que, en otro momento, tuvo la capacidad de protegernos y tranquilizarnos. Así, esta duplicidad de lo siniestro puede servir, tal vez, para decir que la destructividad es sólo un modo “otro” de manifestarse de aquella capacidad que nos permite, por otro lado, inventar nuevos y más satisfactorios modos de vivir.

 

CS: Hay en tu trabajo una discusión en torno a la noción schmittiana de soberanía. Esa discusión, sin embargo, se relativiza ante el diagnóstico de la crisis profunda de los estados centrales. Aún así, a lo largo de tus textos persiste una preocupación por evitar recaer en perspectivas políticas “estatistas”. Pero si la soberanía estatal está en crisis ¿cuáles serían estos riesgos?

En todos tus textos se percibe además la supervivencia de un razonamiento caro a la tradición del obrerismo italiano sobre el posfordismo, según el cual la medida del valor, que ha entrado en crisis con las mutaciones del proceso productivo, vive, sin embargo, una sobrevida reaccionaria en la forma salarial. ¿Crees que algo similar ocurre con la soberanía política? ¿Es ella también una forma anacrónica pero paradojalmente presente de la medida de la vida contemporánea, como el salario?¿Y cómo convive todo esto con la noción de un “estado de excepción permanente”?

 

PV: El estado central moderno conoce una crisis radical, pero no cesa de reproducirse a través de una serie de metamorfosis inquietantes. El “estado de excepción permanente” es, sin duda, uno de los modos en que la soberanía sobrevive a sí misma, prolonga indefinidamente la propia decadencia. Vale para el “estado de excepción permanente” aquello que Marx decía de las sociedades por acciones: estas últimas constituían, a su juicio, una “superación de la propiedad privada sobre la base misma de la propiedad privada”. Dicho de otra manera, las sociedades por acciones dejaban filtrar la posibilidad de superar la propiedad privada, pero, al mismo tiempo, articulaban esta posibilidad reforzando y desarrollando cualitativamente la misma propiedad privada. En nuestro caso se podría decir: el “estado de excepción permanente” indica una superación de la forma-estado sobre la base misma de la estatalidad. Es una perpetuación del estado, de la soberanía, pero también la exhibición de su propia crisis irreversible, de la plena madurez de una república ya no estatal.

Yo creo que el “estado de excepción” sugiere algunos puntos para pensar las instituciones de la multitud de manera positiva, su posible funcionamiento, sus reglas. Un ejemplo solamente: en el “estado de excepción” se atenúa –hasta desaparecer casi por completo– la diferencia entre ”cuestiones de derecho” y “cuestiones de hecho”: las normas vuelven a ser hechos empíricos y algunos hechos empíricos adquieren un poder normativo. Así, esta relativa indistinción entre norma y hecho –que hoy produce leyes especiales y cárceles como Guantánamo– puede tener, sin embargo, una declinación alternativa, voviéndose un principio “constitucional” de la esfera pública de la multitud. El punto decisivo es que la norma debe exhibir siempre su origen actual y, al mismo tiempo, mostrar la posibilidad de influir en el ámbito de los hechos. Debe exhibir, en fin, su revocabilidad y su sustituibilidad. Toda regla debe presentarse, al mismo tiempo, como una unidad de medida de la praxis y como algo que debe, a su vez,  ser medido siempre de nuevo.

 

CS: Todo esto se articula con tu crítica a un cierto antiestatismo ingenuo, que se pronuncia en nombre de una supuesta bondad originaria de la multitud, una y otra vez arruinada -rousseauneanamente- por la institución (del lenguaje, de la propiedad, etc.). Por nuestra parte encontramos mucha potencia en esta argumentación que nos coloca, por así decirlo, “de cara a la ambivalencia” radical. Y agradecemos mucho esta valentía de complejizar allí donde nuestras debilidades pueden ser más notables.

En este contexto, sin embargo, tu advertencia no llega al escepticismo, en la medida en que evocás de muchas maneras la noción de “institución” de la multitud (katechon, “negación de la negación”, etc). Entonces: ¿cómo pensar la dimensión política de estas “instituciones” (¿de éxodo?) en relación con el diagrama estratégico en el que encontramos de un lado a la soberanía estatal (¿en crisis pero revivida?)pero también respecto del mal con el que la multitud debe coexistir mediante operaciones de diferimiento, desplazamiento y contención? ¿Hay relación entre “mal” y “soberanía” en la época en que “lo abierto” del animal lingüístico fuerza la excepción cotidiana (“¿fascismo postmoderno?”)? ¿Podrías explicarnos cómo vislumbrás este juego político-institucional en su “nueva” complejidad?

 

PV: A esta pregunta he intentado responderla de modo detallado en el ensayo “El llamado mal y la crítica del estado”, incluido en este volumen. Incluso una respuesta parcial está contenida, creo, en algunas de las cosas que he dicho anteriormente. Quisiera agregar ahora, un par de consideraciones polémicas. Verdaderamente “escéptico” sobre la suerte del movimiento internacional me parece ser aquel que pinta la multitud como “buena por naturaleza”, solidaria, inclinada a actuar en armonía, ausente de toda negatividad. Quien piensa así, ya se ha resignado a reducir al movimiento new global a fenómenos contraculturales o mediáticos, a su metamorfosis en un conjunto de tribus marginales, incapaces de incidir realmente sobre las relaciones de producción. Reconocer el “mal” de la (y en la) multitud significa enfrentarse con las dificultades inherentes a la crítica radical de un capitalismo que valoriza a su modo la misma naturaleza humana. Quien no reconoce este “mal” ya se ha resignado a no tener demasiado vuelo; o, dicho de otro modo, se resigna al peligro de hacer vivir al movimiento por debajo de sus propios medios.

Segunda observación. Pongámonos de acuerdo con el uso de la palabra “institución”. ¿Es un término que pertenece exclusivamente al vocabulario del adversario? Creo que no. Creo que el concepto de “institución” es decisivo, también (y, acaso, sobre todo) para la política de la multitud. Las instituciones son el modo en que nuestra especie se protege del peligro y se da reglas para potenciar la propia praxis. Institución es, por lo tanto, también un colectivo de piqueteros. Institución es la lengua materna. Instituciones son los ritos con los que tratamos de aliviar y resolver la crisis de una comunidad. El verdadero desafío es individualizar cuáles son las instituciones que se colocan más allá del “monopolio de la decisión política” encarnado en el estado. O incluso: cuáles son las instituciones a la altura del “General Intellect” del que hablaba Marx, de aquel “cerebro social” que es, al mismo tiempo, la principal fuerza productiva y un principio de organización republicana.

 

CS: A diferencia de otras lecturas sobre el posfordismo, en tus argumentos pareciera que un cierto énfasis en la ambivalencia del animal lingüísitco y su relación con el Estado, llevan a una indiferencia respecto de los diagnósticos sobre las nuevas formas de control y gestión de las vidas que van más allá del poder de las soberanías de los estados nacionales (“sociedades de control”, la “noopolítica”, la “biopolítica”, etc). ¿Cómo plantearías tu posición al respecto?

 

PV: No, no soy en absoluto indiferente a otros análisis del posfordismo. Algunos los aprecio, otros los critico; todos, no obstante, me implican y me obligan a formularme preguntas, a reflexionar mejor.

Pongo dos ejemplos: la “sociedad de control”. Es una buena categoría. Significa, en líneas generales, que la cooperación del trabajo social perdería parte de su potencia (y de su eficacia en vistas de la valorización capitalista) si fuese dirigida y disciplinada en cada detalle. La invención y la innovación no son ya patrimonio del emprendedor shumpeteriano, sino prerrogativas del trabajo vivo. Para el capitalista es necesario apropiarse de la innovación a posteriori, seleccionando en ella los aspectos afines a la acumulación y eliminando todo lo que puede dar lugar a libres instituciones de la multitud. En cierto sentido, hay un retorno desde la “subsunción real” del trabajo hacia la “subsunción formal”. O, dicho de otra manera y dejando de lado la jerga marxiana, hay un pasaje desde formas de dominio basadas en la negación de toda autonomía de la fuerza de trabajo hacia  formas de dominio que impulsan a la fuerza-trabajo a producir innovación, cooperación inteligente, etc. Es necesario añadir: la “sociedad de control”, con su modernísima “subsunción formal”, requiere más, y no menos, violencia represiva. Y se entiende el por qué: la valorización capitalista del trabajo vivo en cuanto general intellect, si por un lado exige que el trabajo vivo goce de una cierta autonomía, por el otro debe impedir que ésta se transforme en conflicto político. Y lo impide con una ferocidad de la que el fordimo no tenía necesidad.

Segundo ejemplo: la biopolítica. El gobierno de la vida depende del hecho de que se vende la propia fuerza de trabajo. La fuerza de trabajo es pura potencia sin aún aplicación efectiva: potencia de hablar, de pensar, de actuar. Pero una potencia no es un objeto real. Ella existe en cuanto “alojada” por un organismo biológico, el cuerpo de obrero. Para esto el capital gobierna la vida: porque, precisamente, la vida es portadora de la fuerza de trabajo, sustrato de una pura potencia. No porque quiera mandar sobre los cuerpos como tales. Entonces, es de la noción de fuerza de trabajo que surge el gobierno de la vida. Foucault (junto a tantos otros) se desembarazó con demasiado apuro de Marx, con el efecto de llegar tiempo después a ciertos resultados marxianos, pero poniendo la cabeza en el lugar de los pies.

 

CS: Todas las noticias que llegan del mundo de las tecnociencias y la digitalización nos hablan de un intento directo de alterar la propia composición y forma de las especies, incluyendo la humana. Con la promesa de “mejorar lo humano” o simplemente “evitar el sufrimiento” existe actualmente un cúmulo de experimentos dirigidos a modificar la memoria, intervenir sobre el cebrero, el sistema nervioso, etc. Las tecnociencias operan sobre la hipótesis de un hombre-informático, genoma, ADN, etc. ¿Cómo leés estos intentos de modificación genética, de lo animal y de lo humano? ¿Apuntan realmente a desdibujar sus fronteras? ¿Qué naturaleza tiene el tipo de poder que opera en este nivel del tecnocapitalismo?

 

PV: El problema no es nuevo. El animal humano es el único que, más allá de vivir, debe volver posible la propia vida. Por un lado, esto es correlato de su contexto ambiental; por el otro, él mismo reformula siempre de nuevo la relación con este contexto. Es un animal naturalmetne artificial. Esto para decir que el hombre ha modificado siempre, al menos en cierta medida, su propio ambiente e, incluso, su propio cuerpo. O mejor: la praxis humana es siempre aplicada a las mismas condiciones que vuelven humana a la praxis. Hoy este aspecto se ha puesto en primer plano, ha devenido industria. En mi opinión, los movimientos deberían mostrar una cauta simpatía por las tecnociencias. Cauta, obviamente, porque éstas están sobrecargadas de intereses capitalistas. Pero simpatía, porque éstas muestran –aunque sea, incluso, de una forma a menudo detestable– la posibilidad de recomponer la antigua fractura entre ciencias del espíritu y ciencias naturales.

 

CS: Sobre la “ocurrencia”. Dado que la “ocurencia” es el diagrama interno de la innovación, y por qué no, de la praxis misma, surge de inmediato el problema del estatuto del “Tercero” que es a la vez “Público”. En una primera lectura nos ha parecido que si bien la “ocurrencia” reúne tres figuras o posiciones (el ocurrente, aquel sobre el que cae la ocurrencia y el tercero que aprueba o desaprueba la ocurrencia) en la que descansa toda esta estructura, que así es inmediatamente pública, sin embargo, pareciera subsistir un lugar más activo en el ocurrente mismo, es decir, en quien elabora su hipótesis-ocurrencia, cuya suerte será luego evaluada. La pregunta que te formulamos, entonces, es la siguiente: ¿qué hay de una política activa y posible del lado del Tercero Mismo? ¿No demanda la propia condición de la “inteligencia general” una permanente sensibilización respecto de las ocurrencias de los otros, y no sólo una búqueda atenta del momento propicio para devenir uno mismo ocurrente?

 

PV: Estoy completamente de acuerdo con la hipótesis que formulan. En el chiste, la “tercera persona” (así la llama Freud), esto es, el público, es un componente esencial, pero pasivo. Equivale, a groso modo, a aquellos que asisten a una asamblea política, valorando los discursos que se suceden en ella. Sin la presencia de estos espectadores, los discursos pronunciados no tendrían sentido alguno. Pero, al menos a primera vista, ellos no hacen nada. ¿Es realmente así? Quizás no. Sobre todo al interior del movimiento new global, el rol de la “tercera persona”, del público, es, ya de por sí, una forma de intervención activa. Hoy, quien escucha una ocurrencia o un discurso político, lo rearticula mientras lo escucha, elabora sus desarrollos posibles, modifica su significado: en síntesis, lo transforma en el momento mismo en que lo recibe. Tiene que ver, en fin, con un público activo.

 

Septiembre de 2006

El capitalismo tardío como desciframiento de la modernidad

Por Francisco Louçã

El marxista belga Ernest Mandel popularizó el término «capitalismo tardío» para describir la forma en que el sistema había cambiado en las décadas de posguerra. La obra de Mandel marcó un hito en el estudio del capitalismo, y aún hoy podemos aprender mucho de su análisis.

Este texto es el prólogo a El capitalismo tardío de Ernest Mandel (Viento Sur-Sylone/Verso libros, 2023)

Cuando, en 1961, Ernest Mandel entregó el manuscrito del Tratado de economía marxista[1] a su editor, todavía era relativamente poco conocido fuera de los círculos militantes en los que había estado involucrado desde su juventud.

Con 38 años, y tras una larga preparación del libro, no solo disponía de un conocimiento profundo de la teoría y de las alternativas en disputa, sino también de datos empíricos y aportaciones de otras ciencias; y, de esta manera, se oponía a una tendencia entre los marxistas posteriores a la Segunda Guerra Mundial que, en el contexto de la Guerra Fría y después del fracaso de las revueltas en Francia y en Grecia, con la imposición de las reglas del imperio norteamericano en Occidente y con el reforzamiento del estalinismo en la URSS, se volcaron a la filosofía y, sobre todo, a la estética, alejándose de la lucha política y del análisis de las contradicciones del capitalismo triunfante. El libro disfrutó de un éxito generalizado desde su publicación en 1962 y confirmó a Mandel como el más dotado y profundo de los economistas marxistas, lo que se consolidaría a lo largo de los años siguientes.

Sin embargo, como nos cuenta en el prefacio de la primera edición alemana de este libro, publicado en 1972 y que sería su aportación fundamental, el autor quedó insatisfecho con el capítulo sobre la economía contemporánea, que consideraba como “demasiado descriptivo”; sobre todo, porque no profundizaba en el análisis de las etapas de la evolución del capitalismo y, en particular, porque no relacionaba las leyes del desarrollo del capital con el estudio de sus diversas manifestaciones (lo que sería su principal punto de divergencia con las teorías monocausales de las crisis de sobreproducción, que eran dominantes durante la década de 1960 y anteriores).

El camino de cara a ese libro, que es el que ahora está en manos del lector o lectora, recorrió dos vías fundamentales. La primera fue la profundización en el estudio de Marx, con la publicación de La formación del pensamiento económico de Karl Marx, en 1968. Se trataba de una polémica contra la visión entonces hegemónica, según la cual habría dos Marx contrapuestos, uno de juventud, más bien romántico, y otro de madurez, científico y riguroso. Althusser era, por entonces, uno de los impulsores de esta comprensión de la “ruptura epistemológica” entre los dos Marx, pero no era el único. Ahora bien, como ha demostrado Mandel, el concepto de “alienación” atraviesa toda la obra y establece un puente entre las obras de juventud, como los Manuscritos de París (1844), y las últimas obras, de madurez, como El Capital (1867). La publicación de los Gründrisse (1858), que apareció en 1939, en el año en que comenzó la Guerra, y especialmente su edición de 1953, demostraron con claridad cómo Marx mantuvo a lo largo de su vida sus conceptos fundamentales sobre la naturaleza de la explotación y cómo hizo de ellos un manifiesto de combate. La amistad de Mandel con Roman Rosdolsky, uno de los fundadores del Partido Comunista de Ucrania, un viejo bolchevique y profundo conocedor de los textos marxistas, puede haber contribuido a este camino de estudio de Marx (Rosdolsky murió en 1967, siendo publicado póstumamente en ese mismo año el notable Génesis y Estruc-tura del Capital de Karl Marx). Siendo así, que desde el Tratado Mandel ha consolidado su marxismo crítico y, por tanto, no solo con fidelidad al origen, sino también impulsando su desarrollo.

La segunda vía que prosiguió a lo largo de esa década –que, no se debe olvidar, fue también la época del Mayo del 68, del otoño italiano, del crecimiento de resistencias antifascistas en el Estado Español y bajo otras dictaduras– fue el trabajo sobre la crisis económica. Sus siguientes publicaciones, en ese campo, fueron dos artículos en el Socialist Register y en Le Temps Modernes, en 1964[2], analizando la posibilidad de un vuelco económico. Este esfuerzo demostraba cómo buscaba profundizar su interpretación de las fuerzas actuantes en la crisis. Fueron estos dos procesos intelectuales, el estudio del Marx menos conocido y la discusión de las contradicciones del modo de producción capitalista, los que lo llevaron a la Tercera Edad del Capitalismo, publicado inicialmente en alemán como Capitalismo Tardío[3]. Los dos títulos tienen cierta ambigüedad, a la que se refiere el autor en el prólogo original: no se trataría de identificar una nueva época, ni un “neocapitalismo”, ni una nueva fase de un “capitalismo monopolista de Estado”, sino una secuencia temporal dentro de la época del imperialismo. “Lamento, además, no haber encontrado un nombre mejor para esta época histórica que este –insatisfactorio porque es sólo cronológico y no sintético– de Spaktapitalismus, o tercera edad del capitalismo”, escribe[4].

Este libro, que es también la tesis doctoral que Mandel presentó para su aprobación en la Universidad Libre de Berlín, donde fue profesor invitado (en el mismo año ocupó una plaza en la Universidad de Vrijen, en Bruselas), fue escrito entre 1970 y 1972, cuando la noción de una profunda crisis sistémica aún era dudosa pero comenzaba a merecer atención (en 1971, el sistema monetario internacional establecido en Bresatton Woods había sido destrozado por Nixon). El autor había explicado las crisis económicas en su Tratado siguiendo la idea del eco-ciclo de la inversión, sin considerar entonces los largos períodos de transformación tecnológica y social. Ahora bien, a partir de 1964, amplió su perspectiva y comenzó a estudiar los trabajos de Kondratiev (artículos de 1922, 1924 y 1926 y el resumen del debate en el Instituto de Coyuntura de Moscú, que sólo se publicará en 1928 en ruso)[5], la confrontación con Trotsky sobre el tema (el informe de 1921 al congreso de la Komintern y su polémica de 1923 con Kondratiev)[6], y la contribución del más heterodoxo de los economistas ortodoxos, Joseph Schumpeter (sobre todo, su libro Business Cycles de 1939)[7]. A partir de estos autores, a los que Mandel reinterpretaría proponiendo su propia teoría, el estudio de las ondas largas del desarrollo capitalista pasó a ocupar su agenda y se convirtió en uno de las incorporaciones más sustanciales que introdujo este libro (en ediciones posteriores, también separaría el texto sobre la ideología y el Estado en dos capítulos distintos, con la intención de desarrollar el tema, aunque sólo lo esbozaría).

Las ondas largas y el capitalismo tardío

La constatación de la existencia de largos periodos de aceleración y desaceleración económica a lo largo del siglo XIX y principios del XX había sido reconocida por muy diferentes autores: Parvus (1901) y Van Gelderen (1913), ambos miembros de partidos socialdemócratas, Bresciani-Turroni (1913, 1916), Pareto, que luego sería nombrado senador vitalicio por Mussolini (1913) y Tonelli (1921), en la academia. Otros economistas han abordado el mismo tema (Aftalion, Tugan-Baranowski). Estos diversos economistas estuvieron de acuerdo con la cronología de largos períodos de expansión y contracción y reconocían la necesidad de combinar factores económicos, políticos y sociales en su análisis. Sin embargo, las explicaciones eran contradictorias: para Pareto, las ondas serían el resultado de conflictos dentro de la élite dominante, particularmente entre especuladores y rentistas, mientras que para Turroni y Tonelli, como para Parvus y Van Gelderen, serían el efecto de luchas sociales determinadas por la disputa sobre la tasa de ganancia.

Van Gelderen sería, entre estos autores, quien propondría una tesis más elaborada, siendo seguido por De Wolff, amigo suyo[8]. Kondratiev, especialista en estadística, comenzó a dedicarse al tema en 1922 y no conocía los escritos de Gelderen, pero llegó a la misma conclusión[9]. Trotsky, que habría conocido el concepto de su camarada Parvus sobre períodos Sturm und Drang[10], de expansión y depresión en las economías capitalistas, se refirió al tema en su discurso en el congreso de la Komintern de 1921, reconociendo diferentes etapas y “coyunturas” en la evolución económica.

De esta manera, pretendía agregar un elemento de crítica a la posición de la ultraizquierda de la Internacional, en particular a la de Bela Kun y la dirección del KPD, que defendían la tesis de que la revolución era inminente ante el esperado colapso del capitalismo, y que recomendaban una acción ofensiva, sobre todo en Alemania. Kondratiev publicó su primer estudio, en el que planteó la hipótesis de un movimiento estadísticamente detectable de grandes variaciones en el desarrollo capitalista, en 1922. Sin embargo, al año siguiente Trotsky lo criticó, utilizando datos del Times londinense para identificar una “curva de desarrollo capitalista” que sería modificada por eventos exógenos, como revoluciones, guerras y decisiones políticas. Criticó así el intento de endogeneizar todos los factores políticos y de ignorar la autonomía de la esfera social en relación con la economía, es decir, el papel de la estrategia y de los partidos políticos. Kondratiev quedaría sorprendido por esta crítica, pues se sentía cerca de cómo se abordó el tema en el discurso de 1921, y no comprendió que el blanco de Trotsky pasara a ser otro sector de su propio partido: la tesis de Bujarin sobre la estabilización del sistema, en el polo opuesto del debate anterior. La visión de Trotsky, que de alguna manera influyó en la lectura de Mandel, era que, si hay una tendencia de desarrollo económico, son los factores políticos exógenos los que determinan los puntos de inflexión, o que las contradicciones internas producen un “equilibrio dinámico” a través de rupturas determinadas exógenamente. En otras palabras, la política manda. De alguna manera, esta interpretación se impuso trágicamente en la vida de estos hombres: en 1928, Kondratiev fue arrestado y, aunque seguiría escribiendo en prisión, ya no podía comunicarse con sus colegas y fue fusilado después de ocho años de cárcel; Trotsky sería por el mismo período apartado del partido y exiliado, y más tarde asesinado.

Las contribuciones teóricas de Mandel

Este libro de Mandel sobre la “tercera edad” constituye su magnum opus y su análisis global más sistemático del capitalismo y sus cambios estructurales. En el momento de su publicación y en los años siguientes, parte del debate sobre la existencia o no de estas ondas largas, que ya se había avivado, se centró en el uso de diversas técnicas estadísticas para medir las desviaciones de la serie real en relación a una tendencia teórica, a través de la descomposición de series (como hicieran Kondratiev y Oparin, y prosiguieran Kuznets, Imbert, Dupriez, Duijn, Kleinknecht, Menshikov, Ewijk, Zwan, Hartman, Metz, Reijnders, etc.)[11]. Por el contrario, Mandel se basa en el estudio de las contradicciones internas del modo de producción capitalista para explicar el paso de una fase de expansión a otra de depresión, sugiriendo que serán necesarios shocks sistémicos para generar una nueva fase de expansión (fase A), una vez instalado un largo período de retracción o desaceleración de la tasa de ganancia y acumulación, pero el viraje a la fase de contracción (fase B) es producida por el propio movimiento de acumulación y sus contradicciones. Así, no propone una simple síntesis entre Trotsky y Kondratiev, sino una teoría distinta y original, que incorpora la autonomía del proceso político en el marco de las “leyes del desarrollo”, o tendencias fuertes de la evolución del capitalismo, que, como ya se verá, son “parcialmente indeterminadas”, y considera “la sociedad como una totalidad orgánica estructurada, movida por el peso de las contradicciones internas”[12]. Así, Mandel fue uno de los primeros autores en desarrollar una explicación históricamente integrada de estos procesos. A éste le siguieron algunos otros autores, en el período de mayor florecimiento del estudio de las ondas largas: Gordon (y los primeros trabajos de la Social Structures of Accumulation), algunos de los regulacionistas franceses, también Shaikh, Wallerstein, Freeman, Pérez, Tylecote, Rosier, Dockès, Kleinknecht e historiadores y estadísticos de las fases del capitalismo, como Maddison. Hay una importante razón teórica para que largos períodos de la historia económica no estén representados por las mismas relaciones estructurales, calculadas a través de una regresión u otro instrumento de descomposición estadística: es que las mutaciones son permanentes en el proceso económico, ya sea en la innovación tecnológica, en los conflictos en las relaciones laborales, en los cambios en las instituciones políticas, o en la estructura y tamaño de los mercados, o incluso en los cambios en las estrategias de los grupos sociales. Las premisas de equilibrio están destinadas a fracasar, y los métodos econométricos tradicionales, particularmente aquellos que asumen el principio de estabilidad causal e intertemporal, dan respuestas erradas a una pregunta errada.

La descomposición estadística de las series se inspiró en el trabajo pionero de Ragnar Frisch, quien en un artículo publicado en 1933 (el mismo que le haría merecedor del primer Premio Nobel de Economía, establecido en 1969), proponía la distinción entre un sistema de impulso [estímulos] (generado por shocks exógenos no sistemáticos) y un sistema de propagación [contagio] (que representaría el mecanismo de la economía, determinando un efecto de disipación de los shocks). Si bien Frisch no realizó un análisis estadístico con datos empíricos, sino una simulación matemática, tanto porque desconfiaba del enfoque probabilístico que servía de base para las regresiones y cálculos estadísticos, como porque creía que no sería posible obtener pruebas estadísticas de la “autonomía”, es decir, de la robustez de comportamiento de variables esenciales, propuso esta dicotomía como base para el análisis de los ciclos[13]. Con el éxito de este modelo, se estableció y después se prolongó en la epistemología positivista de la econometría tradicional, que la causalidad debe ser expresada desde la perspectiva de proximidad exógena, proposición que disgustaba a Schumpeter, con el que mantuvo correspondencia Frisch para la elaboración de este texto, quien, a diferencia de su colega, intuía que el capitalismo genera sus propias innovaciones y sus propias crisis y ésa es su naturaleza. Por otro lado, al discutir el notable libro de Schumpeter sobre los ciclos económicos, Business Cycles, algunos distinguidos economistas lo criticaron por no especificar estas relaciones causales mecánicas[14]. Schumpeter no quería hacerlo, dado que consideraba el capitalismo como un proceso adaptativo, lo que Mandel retoma con minuciosidad a partir de las evidencias precisadas en la Tercera Edad, mostrando el impacto y la adaptación de sucesivos “sistemas de máquinas”[15].

Ahora bien, la incapacidad de los métodos analíticos tradicionales para identificar tanto el mecanismo de equilibrio como la regularidad de estos shocks exógenos, que serían causales, se deriva no tanto de la realidad como de la forma de estos mismos métodos para analizar los datos. Por otro lado, las fronteras entre la exogeneidad y la endogeneidad están definidas por el tipo de modelo que se considere y, por lo tanto, pueden variar, sin ser necesariamente una consecuencia de la realidad. Lo que no es posible es exigir un modelo económico puramente endógeno, por dos razones, siendo la primera que la economía no es suficiente para explicar el capitalismo. En segundo lugar, como demostró Polanyi en The Great Transformation (1944), la imagen de un funcionamiento independiente y mecánico de la esfera económica, imponiéndose a la sociedad, es una proyección ideológica del liberalismo para la justificación del mercado imperfecto, un factum de la imaginación. De hecho, la exigencia de una teoría que lo explique todo es absurda: para que sea posible una explicación con completa formalización endógena, tendría que incluir todas las variables e incluso la extravagante afirmación de que las fuerzas económicas determinan todos los procesos sociales, guerras y revoluciones, así como el propio contexto institucional en todo momento.

Por otro lado, una explicación puramente exógena sería redundante e irrelevante, porque explicaría los acontecimientos por los propios acontecimientos. O sea, el debate sobre la endogeneidad o exogeneidad de los factores causales, que resumió Mandel y que condiciona el horizonte de muchos científicos, es un artificio de un mundo en el que la modelización se ha convertido en la única forma legítima de interpretación científica. Por lo tanto, la centralización exclusiva en la endogeneidad o la explicación por determinación causal exógena son soluciones autodestructivas.

Mandel sugirió una alternativa, una economía realista basada en el conocimiento de la historia. Por eso, en el capítulo cuatro de este libro, critica tanto a Kondratiev como a Schumpeter por no utilizar la tasa de ganancia (o la acumulación) como indicador fundamental de la dinámica temporal del capitalismo, y así propone estudiar las diversas formas del capital y sus transformaciones en la segunda mitad del siglo XX. Durante los últimos quince años de su vida se dedicó a profundizar en este tema, que comenzó a ser discutido en esta Tercera Edad.

“Determinismo paramétrico” y variables semiautónomas

El problema sería retomado por Mandel en 1978, en sus conferencias Alfred Marshall en la Universidad de Cambridge, que fueron publica- das en 1980 como The Long Waves of Capitalist Development, y sobre todo más tarde en un texto de 1985, que dedicó a estudiar las “variables parcialmente independientes” y que fue incluido como anexo en una reciente edición francesa de la Tercera Edad. En este texto estudia la “lógica interna en el análisis marxista clásico”, señalando que algunas variables deben ser consideradas exógenas en el largo plazo, pero que, al no resultar de un simple formalismo que establezca la frontera endógeno-exógeno (es decir, lo que es o no incorporado y definido como consecuencia del proceso formalizado en un modelo dado), son generados en el corto y medio plazo por el propio proceso económico. Mandel llamó a esto las “variables parcialmente independientes (autónomas)”, que representan “todas las dimensiones básicas del modo de producción capitalista”[16], tales como la composición orgánica del capital (volumen y distribución del capital) y su estructura (proporción de activos fijos y circulantes y su distribución entre sectores), la tasa de plusvalía, la tasa de acumulación (y consumo productivo e improductivo de la plusva- lía), la evolución del tiempo de rotación del capital, las dificultades de realización, el intercambio entre sectores, incluyendo las nuevas formas del sector económico de la industria militar o las finanzas. Con este concepto, Mandel pretendía evitar la trampa del reduccionismo de los modelos analíticos y condensar el sistema en el que se determinan estas variables, es decir, las fronteras donde se dan los conflictos por el control, coordinación y poder[17].

Esas variables describirían procesos automáticos en la estructura económica: “Pueden determinar la velocidad, la dirección, el grado de homogeneidad/heterogeneidad del desarrollo. No pueden alterar la naturaleza del sistema o invertir sus tendencias históricas generales (…). Además de la lógica interna del sistema, existen factores exógenos que están activos, que co-determinan parcialmente el desarrollo del sistema, al menos a corto y medio plazo”[18]. Pero el texto añadía que la lógica interna está contenida por la estructura paramétrica que delimita sus trayectorias posibles y que las grandes mutaciones sistémicas se dan en ese espacio: «Entonces, cualquier interacción entre las fuerzas exógenas y endógenas siempre está limitada por esos parámetros, por esas restricciones, y alcanza sus límites cuando amenaza con eliminar los mecanismos básicos del sistema”[19].

De este modo, Mandel se aleja, y con razón, de los debates clásicos de la primera mitad del siglo XX, en los que se posicionaron Luxemburg, Hilferding, Grossmann o Bujarin, que basaban sus análisis de ciclos en los esquemas de reproducción de El Capital. Mandel criticó esta estrategia analítica, dado que se trata de estudios basados en la simplificación del equilibrio de la reproducción, son fotografías estáticas y, en cambio, deberían estudiarse las tendencias inherentes a la ruptura de esos equilibrios, como la relación entre factores causales y sólo comprensibles en contextos concretos. Sin historia, la teoría económica es incapaz de ver la realidad.

Michal Kalecki había abordado un problema similar en uno de sus últimos artículos, en 1968, sugiriendo la definición de “variables semiautónomas” para representar las fuerzas exógenas en el contexto de los modelos matemáticos, pero que debían ser explicadas por la teoría, y así formuló sus modelos de crecimiento y crisis. De esta manera, abandonó la inquietante demanda de una endogeneización completa de la relación entre variables, al mismo tiempo que señaló que un modelo limitado a unas pocas variables nunca podría representar la realidad. Por eso prefería modelos flexibles, asumiendo sus limitaciones, pero realistas, aunque parciales, sustentados en una teoría general que interpretase sus limitaciones y resultados. No desarrolló este tema, pero su intuición fue notable[20]. Es por reconocer estas dificultades que el concepto de variables parcialmente independientes es tan importante, pues desarrolla el papel condicionante de la historia en el marxismo: en lugar de simplificación y determinismo, reincorpora la sucesión de modos de producción en una historia indeterminista y como totalidad orgánica, que analiza procesos y no el equilibrio, utilizando la dialéctica en lugar de una inalterabilidad causal, o determinaciones concretas y locales y no abstractas. Tal vez por eso, en una síntesis autobiográfica en los últimos años de su vida, escrita para el Biographical Dictionary of Dissenting Economists, Mandel subraya que una de sus contribuciones principales fue la noción de “determinismo dialéctico (paramétrico)” opuesto al “determinismo mecanicista”[21],  o sea, subrayó su oposición al positivismo y al marxismo dogmático.

De este modo, apuntó que las fuerzas exógenas no son realmente independientes y deben ser descritas como «variables parcialmente autónomas», o siguiendo a Kalecki, semiautónomas. Kalecki y Mandel sugirieron así que el análisis de la sociedad es irreductible a la simplicidad y el reduccionismo es un error. Este es el enigma de las ondas largas, que son períodos específicos de la historia del capitalismo: las teorías tradicionales no pueden detectar ni un mecanismo ni una regularidad,que son conceptos urdidos para ignorar la historia y descubrir, en su lugar, alguna continuidad y equilibrio.

Complejidad e historia

Al resolver este rompecabezas teórico y al transformar su marxismo en un desciframiento de la modernidad, Mandel mostró cómo el contexto de las ondas largas permitía simultáneamente un rechazo del mecanicismo y entender una historia abierta. Así, es la lucha de clases la que determina la historia y estos grandes períodos, como había sugerido Maddison, son «fases del desarrollo capitalista», que forman y exigen “shocks sistémicos”: la lucha de clases, una vez más[22]. Contra cualquier determinismo tecnológico y estudiando la aceleración de las innovaciones y las transformaciones del capital fijo, u otras condiciones para modificar la composición orgánica del capital y la tasa de beneficio, sobre todo las que resultan de la indeterminación del conflicto social, Mandel y Chris Freeman se acercaron en esta visión de lo que el segundo describía como la tensión entre el sistema tecnoeconómico y la estructura socioinstitucional, lo que puede evitar, retardar o potenciar el impacto de esos cambios y determinar el proceso oscilatorio[23].

De esta forma, reivindicaba la incorporación de la economía como ciencia social y el marxismo como teoría crítica, es decir, como economía política en sentido clásico. La obra de Mandel es un ejemplo paradigmático de este enfoque, que se presentaba claramente cómo el proyecto de comprender y actuar en la realidad social y económica, introduciéndose en sus dinámicas internas, en sus factores ambientales y en las mediaciones políticas e institucionales. Consciente de la dimensión de este trabajo, afirmaba que “podemos aceptar, por tanto, la idea de que las ondas largas son mucho más que las subidas y bajadas rítmicas de la tasa de crecimiento de las economías capitalistas. Son períodos históricos distintos en un sentido real”[24]. Es esa integración teórica la que hace de su teoría un desafío permanente, que no busca una superposición o suma de causas, sino una historia concreta de los conflictos, basada en el análisis del poder y de la coordinación entre las economías y sociedades. Es en esa complejidad que transcurre la modernidad tan enferma en la que vivimos.

Notas

[1] Ernest Mandel (1962), Traité d’Économie Marxiste, Paris: Julliard, 2 volúmenes.

[2] Ernest Mandel (1964), “The Economics of Neocapitalism”, Socialist Register, 1, pp.56-80; (1964), “L’Apogée du Neocapitalisme et ses Lendemains”, Temps Modernes, 20: 219-220, p. 193-210. Mandel abandonaría pronto el concepto de “neocapitalismo”, pero la importancia de estos dos artículos es que son sus primeros textos en que anticipa el agotamiento del largo ciclo expansivo.

[3] El título La Tercera Edad del Capitalismo fue el adoptado en la edición francesa, con la anuencia del autor. Es cierto que el título original, El Capitalismo Tardio, que reflejaba alguna influencia de la Escuela de Frankfurt, donde se usaba ese término, fue visto por Mandel como sinónimo de la versión francesa, aquí seguida. Otras ediciones optaron por traducir literalmente el título original (la brasileña, por ejemplo).

[4] Ernest Mandel (1972/1997), Le Troisième Âge du Capitalisme, Paris: Ed. La Passion, p. 16.

[5] Los principales textos de Nikolai Kondratiev, incluyendo sus tablas estadísticas, sólo fueron publicados en francés en 1992 (ed. Louis Fontvieille, ed., 1992, N.D. Kondratieff, Les Grands Cycles de la Conjoncture, Paris: Economica). La edición inglesa, incluyendo otros textos inéditos, es de 1998 (Londres: Pickering & Chatto, en 4 volúmenes).

[6] La ponencia que Leon Trotsky presentó ante la Komintern fue publicada en The First Five Years of the Communist International, 1945, New York: New Park, vol. 1, pp. 174-226. Su crítica a Kondratiev está en “The Curve of Capitalist Development”, 1973, in Problems of Everyday Life, New York y Londres: New Park, pp. 273-80. El debate en el Instituto de la Coyuntura sólo era entonces conocido por el resumen sesgado de George Garvy (1943, “Kondratieff ’s Theory of Long Cycles”, Review of Economics and Statistics, 25:4, pp.203-220). En ese debate, uno de los investigadores del Instituto de la Coyuntura dirigido por Kondratiev, Oparin, presentó una interpretación alternativa como ponencia en un seminario en 1926, disintiendo sobre el método estadístico de su director y criticando la arbitrariedad de la selección de las ecuaciones, pero asumiendo que existirían puntos discretos de equilibrio y una tasa “natural” de crecimiento de las reservas de oro, siguiendo una teoría monetarista.

[7] Joseph Schumpeter (1939), Business Cycles, New York: Martino, reedición de 2014.

[8] 8 Van Gelderen sólo escribió una serie de artículos sobre las ondas largas (“Spring- vloed-Beschouwingen over Inclustrieele Ontwikkeling en Prijsbeweging”, 1913, en el Die Nieuwe Tijd, no. 4, 5, 6, Amsterdam). Sus ideas fueron después desarrolladas por un amigo, De Wolff, pero ambos escribían en holandés y los textos permanecieron desconocidos para la suya y para las generaciones siguientes. Después de publicar estos artículos, Van Gelderen no volvió al tema y después la tragedia interrumpió su vida (se suicidó en 1940 cuando los nazis ocuparon su país). Kondratiev y los otros participantes en el debate de 1926 no conocían estas contribuciones, que sólo fueron publicadas en inglês en 1996 (por Christopher Freeman, ed., 1996, Long Wave Theory, Aldershot: Elgar).

[9] La cronología de esos cambios en la tendencia era la siguiente: 1781-1851, 1851- 1873, 1873-1894, 1894-1913,1913-… Esto corresponde aproximadamente a las cronologías de los autores anteriores, como a la adoptada por los italianos y por Van Gelderen, que Trotsky probablemente desconocía. La coincidencia de tantos autores diferentes sobre la misma cronología sugiere que, incluso trabajando inde- pendientemente, se les hacían manifiestas características evidentes y comunes del desarrollo del capitalismo en el siglo XIX.

[10] Alexander Parvus (1901), “Die Handelskrisis und die Gewerkschaften”, in Parvus et al., Die langen Wellen der Konjunktur, Berlin, 1972.

[11] Discutí las polémicas sobre Kondratiev y las aportaciones de Mandel sobre todo en Francisco Louçã (1997), Turbulence in Economies, Aldershot: Elgar; (1999), “Ernest Mandel and the Pulsation of History”, in Achcar, Gilbert (ed.), The Legacy of Ernest Mandel, London: Verso, pp. 104-118; (1999), “Nikolai Kondratiev and the Early Consensus and Dissensions about History and Statistics”, History of Political Economy, 31:1, pp. 169-205; (1999), “An Economist at the Crossroad of the Century”, reseña de “Works of Nikolai Kondratiev”, Journal of the History of Economic Thought, 21:2, pp. 203-9; (2012), “Nikolai Kondratiev and Long Waves in Recent Dictionaries and Encyclopaedias”, in Besomi, Daniele (ed.), Crises and Cycles in Economic Dictionaries and Encyclopaedias, pp.443-61, Londres: Routledge; e (2021), “As Time Went By- Why is the Long Wave so Long?”, Journal of Evo- lutionary Economics, 31(3): 749-71.

[12] “Partially Independent Variables and Internal Logic in Classical Marxist Economic Analysis”, publicado inicialmente in Social Sciences Information 14(3), 1985, pp. 485- 505, p.474; reimpreso in (1992), Himmelstrand, Ulf (ed.), Interfaces in Economic and Social Analysis, London, pp. 33- 50. Se cita la versión de 1992, p. 37.

[13] Ragnar Frisch (1933), “Propagation Problems and Impulse Problems in Dynamic Economics”, in K. Koch, ed., Economic Essays in Honour of Gustave Cassel, London: Cass, pp. 171-205. Debe señalarse que, a pesar de este modelo, tanto Frisch como Tinbergen, el físico holandés que compartió con él el premio Nobel de Economia, estaban convencidos de la existencia de las ondas largas en economía y defendieron esa idea a lo largo de sus vidas.

[14] Simon Kuznets (1940), “Schumpeter’s Business Cycles”, in American Economic Review 30, pp. 257-71; Oskar Lange (1941), “Schumpeter’s Business Cycles”, in Review of Economic Statistics 23, pp. 190-93.

[15] 15 Como ocurre con todos los análisis anticipatorios, el de Mandel reveló algunas imprecisiones. Algunas críticas señalaron que lo que consideró la “tercera revolución tecnológica” (desde el final de la Segunda Guerra Mundial), consistente en la generalización de la energía nuclear, en el proceso de automatización y en la electrónica (Troisième Âge, pp. 120-21), ignoró que las primeras generaciones de productos electrónicos no fueron tan impactantes como la difusión de nuevos bienes de consumo duradero. La (micro)electrónica de hoy podría convertirse en la base técnica de una nueva expansión, pero ni su efecto económico era evidente en las décadas de 1980 y 1990, ni están aún dadas las condiciones institucionales y sociales para esta expansión. Pero, como es fácil ver, La Tercera Edad del Capitalismo se publicó apenas un año después de la invención del microprocesador, y su potencial sólo se hizo evidente mucho después. Por otro lado, Mandel sugiere el año 1968 para el final de la fase A de la cuarta onda larga, admitiendo un criterio político dominante, dado que la crisis del sistema monetario internacional y la recesión general que puso fin a los treinta años de expansión sólo ocurriría a principios y a mediados de la década siguiente.

[16] Mandel, 1992, p.38.

[17] 17 No se establece claramente el origen ni el contenido de este concepto. En otra carta privada a este autor (9 de septiembre de 1994), Mandel presentó el concepto como expresión de la incertidumbre en la lucha por el poder. En otra carta a este autor (3 de marzo de 1995), Mandel me dijo que estas “variables parcialmente autónomas” reflejan la incertidumbre y la determinación compleja de la evolución social, en el contexto de las limitaciones históricas. Por tanto, incluirían factores políticos y económicos que forman parte del conflicto social y de la historia real. Supongo que el concepto ha sido influenciado por investigaciones contemporáneas de evolución en biología y procesos dinámicos. Así, a principios de la década de 1980, Levins y Lewontin habían demostrado que la estabilidad de un sistema evolutivo dependía de procesos de retroalimentación y parámetros que gobiernan el índice de evolución y constituyen sus límites. Al mismo tiempo, Prigogine e Isabelle Stengers, y estoy seguro de que Mandel conocía sus trabajos, demostraron que cambiar los parámetros puede causar caos y generar complejidad, o nuevos ordenamientos [organizaciones]. La introducción de los conceptos de complejidad, tiempo, incertidumbre, orden y desorden, entropía y mutación, se ha leído desde entonces en las ciencias sociales como un aporte relevante contra el mecanicismo positivista. Mandel acompañó y, en alguna medida, anticipó esas orientaciones.

[18] Mandel, 1992, p.37.

[19] Ibid. p. 39.

[20] Michael Kalecki, “Trends and Business Cycles Reconsidered”, Economic Journal 78, 1968, pp. 262-76.

[21] Mandel (1992), in Arestis, Sawyer, eds., A Biographical Dictionary of Dissenting Economists, Aldershot: Elgar, p. 340.

[22] Angus Maddison (1991), Dynamic Forces in Capitalist Development, Oxford: Oxford University Press; Mandel (1995), Long Waves of Capitalist Development, Cambridge: Cambridge University Press, p. 141, n. 19, primera edición 1980. Esta idea ya estaba presente en el libro de 1972 (Mandel, Troisième Âge, p. 139).

[23] Escribí con Chris Freeman un análisis de las ondas largas en 2001, publicado como As Times Goes By – From the Industrial Revolutions to the Information Revolution, Oxford: Oxford University Press.

[24] Long Waves, p. 82.

 

Romper el ciclo revueltas-estabilización electoral

Por Raúl Zibechi

Entre agosto y septiembre visité tres países donde en los últimos años hubo importantes levantamientos o revueltas populares: Ecuador, Colombia y Chile. En los tres hubo situaciones similares de gran efervescencia colectiva contra los gobiernos de la derecha, aunque los procesos de fondo mantienen características diferentes.

En Ecuador se registró un levantamiento indígena convocado por la Conaie, en 2019, que consiguió acorralar al gobierno de Lenín Moreno quien debió abandonar el palacio de gobierno en Quito, para refugiarse en Guayaquil. El levantamiento se inscribió en la larga saga de alzamientos indígenas desde principios de la década de 1990, pero en esta ocasión la llegada de contingentes comunitarios visibilizó un potentísimo activismo juvenil en las barriadas populares, sobre todo en el sur de la ciudad.

El levantamiento de 13 días culminó con un multitudinario Parlamento Indígena y de los Movimientos Sociales, que al poco de comenzar su recorrida por el país colapsó ante la convocatoria de elecciones que ganó el actual presidente, Guillermo Lasso. El más vigoroso levantamiento en casi dos décadas se diluyó en las brumas electorales sin dejar casi rastro. El siguiente, en 2022, no tuvo ni de cerca el poder del anterior.

En Colombia se registraron dos revueltas (2019 y 2021). La segunda fue la mayor movilización popular en la historia del país, que quebró al uribismo. En ambos casos, fue la convocatoria de un paro por las centrales sindicales lo que abrió las compuertas de una protesta que se sostuvo por meses. La rebelión fue tan intensa que consiguió despejar grandes espacios urbanos, los “puntos de resistencia”, donde las juventudes de los sectores populares establecieron formas de vida y de toma de decisiones propias.

En muy poco tiempo, los 25 puntos de resistencia de Cali, epicentro de la revuelta, se fueron desmoronando dando paso al apoyo masivo a la candidatura de Gustavo Petro. Por primera vez, candidatos de izquierda ganaron las elecciones, pero la movilización popular perdió su fuerza y ahora las derechas están tomando la iniciativa.

En Chile, desde octubre de 2019, se registró un estallido o revuelta popular en todo el país exigiendo la renuncia del presidente Sebastián Piñera. Millones de personas salieron a las calles y los grupos más activos consiguieron “liberar” zonas enteras, como Plaza Dignidad (ex Plaza Italia), en pleno centro de Santiago. En pocos días se crearon más de 200 asambleas territoriales, pero la casta política consiguió firmar un pacto para convocar una asamblea constituyente, a la que se fueron sumando las organizaciones de base cuya vitalidad se fue perdiendo.

La nueva Constitución elaborada con participación de movimientos y partidos de izquierda fue rechazada por abrumadora mayoría. Mientras el movimiento popular se desorganizaba, el gobierno progresista de Gabriel Boric profundiza el neoliberalismo, no amnistía a los encarcelados durante la protesta y bendice a Carabineros y otras fuerzas represivas que provocaron más de 400 estallidos de ojos de otros tantos manifestantes.

Aunque cada revuelta fue diferente, hay cuestiones comunes: existió en todos los casos un claro desborde desde abajo de jóvenes, mujeres, habitantes de periferias urbanas, pueblos originarios y pueblos negros. La potencia y masividad de las protestas consiguió deslegitimar a los gobiernos, a tal punto que ninguno de los presidentes que las enfrentaron consiguieron volver al gobierno.

Sin embargo, creo que merece alguna reflexión el hecho de que no hayan conseguido descarrilar cuestiones estructurales, como la acumulación por despojo y el neoliberalismo pero, sobre todo, que las organizaciones que nacieron durante las revueltas se hayan dispersado ante la convocatoria electoral.

Este patrón se viene repitiendo de tiempo atrás, por lo menos desde el Argentinazo del 19 y 20 de diciembre de 2021: los políticos profesionales del sistema convocan elecciones y de ese modo retoman la iniciativa, colocando a la defensiva a los movimientos populares. En casi todos los casos, los movimientos no han podido revertir esta situación, ya que los gobiernos que se eligen siguen adelante con el extractivismo.

Realmente no resulta sencillo desmontar o romper este patrón desorganizador de los movimientos de abajo, implementado por la clase dominante. En mi opinión, sólo podremos seguir avanzando si nos tomamos muy en serio este modo de actuar de los de arriba y evitemos someternos a su agenda. No me refiero a votar o no votar, sino a la necesidad de no desorganizarnos cuando convocan a elecciones.

Los sectores que mejor han afrontado esta situación son los que ya estaban bien plantados, como los pueblos originarios de los tres países, en particular el pueblo mapuche en Chile. Una de las principales lecciones que nos deja esta sucesión de revueltas, y la recomposición electoral de la gobernabilidad, es la importancia de la organización de largo aliento.

 

Más allá del neoliberalismo: lecciones para la izquierda

Por Perry Anderson

En mis intervenciones he tratado de enfatizar deliberadamente la fuerza tanto intelectual como política del neoliberalismo señalando que su energía, su intransigencia teórica y su dinamismo estratégico todavía no se han agotado. Creo que es necesario e imprescindible subrayar estos aspectos si queremos combatir eficazmente las políticas neoliberales en el corto y en el largo plazo. Una de las observaciones más importantes de Lenin de cuya herencia la izquierda sigue precisando posee hoy plena vigencia: jamás subestimar al enemigo. Es peligroso ilusionarse con la idea de que el neoliberalismo es un fenómeno frágil y anacrónico. Teórica y políticamente, él continúa siendo una amenaza activa y muy poderosa, tanto aquí en América Latina como en Europa y en otras partes. Un adversario formidable y victorioso, aunque no invencible.

Si miramos las perspectivas que podrían emerger más allá del neoliberalismo vigente, y buscamos orientarnos en la lucha política contra él, no debemos olvidar tres lecciones básicas legadas por estos regímenes.

Primera lección

No tener ningún miedo a estar contra la corriente política de nuestro tiempo. Hayek, Friedman y quienes los siguieron originariamente tuvieron el mérito mérito entendido a los ojos de cualquier burgués inteligente- de realizar una crítica radical del statu quo, aun cuando hacerlo era aventurarse en una empresa muy impopular. No dudaron en mantener una postura de oposición marginal durante un largo período, a pesar de que el saber convencional los trataba como excéntricos y locos. Simplemente, perseveraron hasta el momento en que las condiciones históricas cambiaron y su oportunidad política llegó.

Segunda lección

No transigir en nuestras ideas, no aceptar ninguna dilución de nuestros principios. Las teorías neoliberales fueron extremas y marcadas por su falta de moderación, una iconoclastia chocante para los bienpensantes de su tiempo. Pero a pesar de esto, no perdieron eficacia. Fue precisamente su radicalismo, la dureza intelectual de su agenda, lo que les aseguró una vida tan vigorosa y una influencia tan abrumadora. El neoliberalismo no puede ser confundido con un pensamiento débil, para usar un término de moda e inventado por algunas corrientes posmodernistas con el objeto de avalar teorías eclécticas y flexibles. El hecho de que ningún régimen político realizó jamás la totalidad del sueño neoliberal no es una prueba fehaciente de su ineficacia práctica. Por el contrario, la intransigencia del temario aportado por los ideólogos neoliberales permitió a los gobiernos de derecha implementar el conjunto de medidas drásticas y decididas que ya conocemos. La teoría neoliberal supo proveer, mediante sus principios radicales, una ambiciosa agenda en la cual los gobiernos podían elegir los ítems más oportunos, según sus coyunturales conveniencias políticas o administrativas. El maximalismo neoliberal fue, en este sentido, altamente funcional: proveía un repertorio muy amplio de medidas radicales que se ajustaban a las circunstancias concretas de cada momento específico.

Esta dinámica demostró, al mismo tiempo, el largo alcance de la ideología neoliberal, su capacidad para abarcar todos los aspectos de la sociedad, y así desempeñar el papel de una macrovisión verdaderamente hegemónica del mundo.

Tercera lección

No aceptar como inmutable ninguna institución establecida. Cuando el neoliberalismo era un fenómeno menospreciado y marginal durante el gran auge del capitalismo de los años ‘50 y ‘60, parecía inconcebible para el consenso burgués de aquel tiempo que, en los países ricos, cerca de cuarenta millones de personas fueran conducidas al desempleo sin que esto provocase graves trastornos sociales. Asimismo, parecía impensable proclamar abiertamente la redistribución de los ingresos de los pobres hacia los ricos en nombre del valor de la desigualdad. Era inimaginable, también, la sola posibilidad de privatizar el petróleo, el agua, los correos, los hospitales, las escuelas y hasta las prisiones. Como bien sabemos, cuando la correlación de fuerzas cambió a partir de la larga recesión, todo esto se evidenció como una alternativa factible e, incluso, necesaria. El mensaje de los neoliberales fue, en este sentido, electrizante: ninguna institución, por más consagrada que sea, es, en principio, intocable. El paisaje institucional es mucho más maleable de lo que se cree.

El pensador brasileño norteamericano Roberto Mangabeira Unger teorizó desde la izquierda este proceso más sistemáticamente que cualquier otro intelectual de la derecha, dándole una fundamentación histórica y filosófica en su libro Plasticidad y Poder. Se trata de un viejo tema siempre actual en el pensamiento marxista, “todo lo sólido se desvanece en el aire”, según la célebre proclama del Manifiesto Comunista. Ahora bien, una vez recordadas las lecciones que el neoliberalismo nos ha legado, ¿cómo encarar su superación? ¿Cuáles serían los elementos de una política capaz de vencerlo? El tema es amplio; por eso voy a indicar aquí solamente tres dimensiones que, a mi modo de ver, nos ayudan a pensar un pos neoliberalismo factible.

1. Los valores

Tenemos que atacar sólida y agresivamente el terreno de los valores, resaltando el principio de la igualdad como criterio central de cualquier sociedad verdaderamente libre. Igualdad no quiere decir uniformidad, como afirma el neoliberalismo, sino, por el contrario, la única auténtica diversidad.

El lema de Marx conserva toda, absolutamente toda, su vigencia pluralista: “a cada uno según sus necesidades, de cada uno según sus capacidades”. La diferencia entre las características, los temperamentos y los talentos de las personas está expresamente grabada en dicha concepción clásica de una sociedad igualitaria y justa. ¿Qué significa esto hoy en día? Igualar las posibilidades reales de cada ciudadano de vivir una vida plena, según sus propias opciones, sin carencias o desventajas debidas a los privilegios de otros. Iguales oportunidades de salud, educación, vivienda y trabajo son el punto de partida. No hay ninguna posibilidad de que el mercado pueda proveer, en cada una de estas áreas, ni siquiera el mínimo requisito de acceso universal a los bienes imprescindibles en cuestión. Solamente una autoridad pública puede garantizar la protección contra la enfermedad, la promoción de los conocimientos y de la cultura, la provisión de vivienda y empleo para todos, etc. Göran Therborn insistió con elocuencia, y yo coincido con él, en la necesidad de defender el principio del Estado de Bienestar. Esta defensa debe articularse a la necesaria extensión de las redes de protección social, no confiando necesariamente su gestión a un aparato estatal centralizado (problema éste que asume una vital importancia no sólo en América Latina sino también en algunos países europeos, como Inglaterra y Suecia).

Para ello precisamos una fiscalización absolutamente distinta de la que existe hoy en nuestros países. No es necesario subrayar aquí el escándalo material y moral del sistema impositivo en Brasil, por ejemplo. Sin embargo, la evasión fiscal por parte de los sectores ricos o meramente acomodados no es solamente un fenómeno de lo que alguna vez se llamó el Tercer Mundo, sino también, y cada vez más, del propio Primer Mundo. Aun cuando no siempre es aconsejable entregar la provisión de los servicios públicos al aparato estatal centralizado, la extracción de los recursos necesarios para financiar los servicios sociales es una función intransferible e indelegable del Estado. Pero, para esto, se precisa un Estado fuerte y disciplinado, capaz de romper la resistencia de los privilegiados y bloquear así la fuga de capitales que cualquier reforma tributaria desencadenaría. Todo discurso antiestatista que ignore esta necesidad, es demagógico.

2. La propiedad

La mayor hazaña histórica del neoliberalismo ciertamente ha sido la privatización de las industrias y los servicios estatales. Aquí se consumó su larga cruzada antisocialista. Paradójicamente, lanzándose a tal proyecto ambicioso, tuvo que inventar nuevos tipos de propiedad privada, como por ejemplo los certificados distribuidos gratis a cada ciudadano en la República Checa o Rusia, dándoles derecho a una proporción igual en acciones de las nuevas empresas privadas. Estas operaciones, claro está, se transformarán, a final de cuentas, en una farsa: esas acciones equitativamente distribuidas serán pronto adquiridas por especuladores extranjeros o mafiosos locales. Sin embargo, lo que estas operaciones demostraron es que no hay ninguna inmutabilidad en el modelo tradicional de propiedad burguesa. Nuevas formas de propiedad popular deberán ser inventadas; formas que desarticulen la rígida concentración del poder que caracteriza a la empresa capitalista. Este es otro de los grandes temas que aborda Mangabeira Unger en su obra, y también una de las cuestiones que discute el gran intelectual marxista, John Roemer, en su nueva obra Un futuro para el socialismo.

Existe hoy una discusión mucho más rica en los países occidentales sobre este tema: la invención de nuevas formas de propiedad popular, con numerosas contribuciones y propuestas diversas. Pero el tema está lejos de ser sólo una preocupación de los países ricos. Por el contrario, gran parte de la discusión más reciente sobre estas cuestiones se desprende directamente de la observación de formas mixtas de propiedad en las empresas colectivas chinas. Las famosas TVES, o sea, las llamadas empresas municipales y de aldeas, que hoy son el motor central del aparente “milagro” que registra una economía que posee el único crecimiento realmente vertiginoso del mundo contemporáneo. En China encontramos formas de propiedad tanto industrial como agraria que no son ni privadas ni estatales sino colectivas, ejemplos vivos de una experiencia social creativa que demuestra un dinamismo sin par en el mundo actual.

3. La democracia

El neoliberalismo tuvo la audacia de decir abiertamente que la democracia representativa no es un valor supremo en sí mismo. Por el contrario, se trata de un instrumento intrínsecamente falible, que puede, y de hecho lo hace, tomarse excesivo. Su provocativo mensaje era claro: precisa mos menos democracia. De ahí, por su insistencia en un Banco Central jurídicamente independiente de cualquier gobierno; o sea, de una constitución que prohíba taxativamente el déficit presupuestario. Aquí también debemos considerar e invertir su lección emancipadora, y pensar que la democracia que tenemos si la tenemos no es un ídolo que debemos adorar, como si fuera la perfección final de la libertad humana. Es algo provisorio y defectuoso, que se puede remodelar. Nuestro desafío es exactamente contrario al que se proponen los neoliberales: precisamos más democracia. Esto no quiere decir que debamos defender una aparente simplificación del sistema de voto, aboliendo la representación proporcional en favor de un mecanismo al estilo norteamericano (propuesta que ha sido preconizada por algunos líderes políticos latinoamericanos). Esta es una receta descaradamente reaccionaria mediante la cual se pretende imponer un sistema de fuerte contenido antidemocrático (de hecho, en Estados Unidos, ni siquiera vota en las elecciones la mitad de la población). Tampoco “más democracia” quiere decir conservar o fortalecer el presidencialismo. Tal vez la peor de las transferencias extranjeras a América Latina haya sido, históricamente, la servil imitación de la constitución de los Estados Unidos del siglo XVIII, la cual, dicho sea de paso, está siendo imitada por los nuevos gobernantes semicoloniales de la Rusia contemporánea.

Una democracia profunda exige exactamente lo opuesto a este poder plebiscitario. Precisa de un sistema parlamentario fuerte, basado en partidos disciplinados, con financiamiento público equitativo y sin demagogias cesaristas. Sobre todo, exige una democratización de los medios de comunicación, cuyo monopolio en manos de ciertos grupos capitalistas superconcentrados y prepotentes es incompatible con cualquier justicia electoral o soberanía democrática real.

En otras palabras, estos tres temas pueden ser traducidos al vocabulario clásico: son las necesarias formas modernas de la libertad, igualdad y no digamos fraternidad, término un tanto sexista, sino solidaridad. Para realizarlas precisamos un espíritu sin complejos, seguro, agresivo, no menos determinado de lo que fue en sus orígenes el neoliberalismo. Esto será lo que un día, tal vez, se llame neosocialismo. Sus símbolos no serán verborrágicos: ni la arrogancia de un águila, ni un burro de sagacidad tardía, ni una paloma de convivencia pacífica y menos aún un tucán de connivencias fisiológicas. Los símbolos más viejos, aquellos instrumentos de trabajo y de guerra, capaces de golpear y de cosechar, tal vez volverán a ser los más apropiados.

Tomado de: La trama del Neoliberalismo. Mercado, Crisis y exclusión social. CLACSO, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales. Buenos Aires. 2003.

El siglo breve de Toni Negri

Traducción: Agustín Artese

El operaismo, los años setenta, el 7 de abril, Rossana Rossanda, el reconocimiento global: el siglo breve de Toni Negri, o 90 años de un filósofo comunista.

Entrevista por Roberto Ciccarelli

Catedrático de doctrina del Estado en la Universidad de Padua, Toni Negri ha sido uno de los organizadores y teóricos del área de la autonomía obrera y ha enseñado en algunas de las más importantes universidades europeas. Entre sus obras cabe destacar Il potere constituenteSpinoza subersivo y Marx más allá de Marx, además de la celebrada trilogía que conforman ImperioMultitud y Commonwealth, escrita junto a Michael Hardt.

En esta entrevista realizada por Roberto Ciccarelli a propósito de su 90º aniversario, Negri reflexiona sobre los años setenta, el operaismo y su tiempo en el exilio. Para Antonio Negri, ser comunista hoy «significa lo mismo que significaba cuando era joven»: un futuro en el que conquistemos el poder para ser libres, para trabajar menos y para querernos los unos a los otros.

La versión original de esta conversación, en italiano, fue publicada por Il Manifesto el 5 de agosto de 2023. Las notas de la presente versión en castellano, incluidas con el objetivo de aclarar algunas referencias y contextualizar a los lectores, pertenecen a su traductor, Agustín Artese.

 

RC

Toni Negri, cumpliste noventa años. ¿Cómo vivís tu tiempo en este momento de tu vida?

TN

Recuerdo que Gilles Deleuze sufría una enfermedad parecida a la mía. Por ese entonces, no existían la asistencia y la tecnología de la gozamos hoy. La última vez que lo vi estaba en silla de ruedas, respirando con tubos de oxígeno. Era una situación verdaderamente dura. También hoy lo es para mí. Pienso que, a esta edad, cada día que pasa es un día menos. No tienes ya la fuerza para convertirlo en un día mágico. Es como cuando comes una buena fruta y te deja en la boca un gusto maravilloso. Esta fruta es la vida, probablemente. Es una de sus grandes virtudes.

 

RC

Noventa años son un siglo breve…

TN

Siglos breves puede haber de diferentes tipos. Existe el clásico período definido por Hobsbawn, que va desde 1917 hasta 1989. Existió el siglo norteamericano que, sin embargo, fue aún mucho más breve: duró desde los acuerdos monetarios y la definición de una governance global en Bretton Woods hasta los atentados a las Torres Gemelas en septiembre de 2001. Por lo que me respecta, mi largo siglo inició con la victoria bolchevique, un poco antes de que yo naciera, y continuó con las luchas obreras y con todos los conflictos políticos y sociales en los que participé.

 

RC

Este siglo breve se cerró con una derrota colosal.

TN

Es verdad. Pero pensaron que la historia había terminado y que había comenzado una época de globalización pacificada. Nada más falso, como podemos ver todos los días desde hace más de treinta años. Estamos en un periodo de transición, aunque —en realidad— siempre lo hemos estado. Incluso en forma subterránea, nos encontramos en un nuevo tiempo, signado por una recuperación global de las luchas, contra las cuales se está desarrollando una dura respuesta. Las luchas obreras han comenzado a entramarse cada vez más con las luchas feministas, antirracistas, en defensas de los migrantes y por la libertad de movimiento, ecologistas, etc.

 

RC

Sos filósofo, ganaste una cátedra en Padova cuando eras jovencísimo. Participaste en los Quaderni Rossi, la revista del operaismo italiano. Investigaste, hiciste trabajo político de base en las fábricas, comenzando por el Petrolchimico de Marghera[1]. Primero formaste parte de Potere Operaio y, después, de Autonomia Operaia. Viviste el largo ciclo del 68 italiano, empezando por el impetuoso 69 obrero en Corso Traiano en Turín[2]. ¿Cuál fue el momento político culminante de esta historia?

TN

Los años setenta, cuando el capitalismo anticipó con fuerza una estrategia para su propio futuro. A través de la globalización, el capitalismo precarizó al trabajo industrial junto al entero proceso de acumulación de valor. En esta transición, se encendieron nuevos polos productivos: el trabajo intelectual, el trabajo afectivo, el trabajo social que construye la cooperación. En la base de esta nueva acumulación de valor obviamente están el aire, el agua, lo viviente y todos los bienes comunes que el capital continuó a explotar para poder combatir la caída de la tasa de ganancia que conoció a partir de los años sesenta.

 

RC

¿Por qué, desde mediados de los años setenta, la estrategia capitalista resultó victoriosa?

TN

Porque faltó una respuesta desde la izquierda. Mejor dicho, por un largo tiempo, la izquierda ignoró totalmente estos procesos. Desde de fines de los años setenta, fue reprimida cualquier forma de potencia intelectual o política, puntual o general, que intentase mostrar la importancia de esta transformación y que tendiera a la reorganización del movimiento obrero alrededor de nuevas formas de socialización y de nuevas formas de organización política y cultural. Fue una tragedia. Es allí donde podemos ver la continuidad entre siglo breve y el tiempo que vivimos ahora. Y desde la izquierda, se buscó congelar el cuadro político en aquello que se poseía.

 

RC

¿Y qué poseía esa izquierda?

TN

Un imagen poderosa, aunque inadecuada incluso para ese entonces. Mitificó la figura del obrero industrial sin comprender que el propio obrero industrial deseaba una cosa completamente diferente. El obrero industrial no quería estar bien en la fábrica de Agnelli, sino que pretendía destruir su organización; quería fabricar autos para ofrecérselos a los demás, pero sin la necesidad de esclavizar a nadie. En Marghera no hubiera querido morirse de cáncer ni destruir el planeta.

Esto es básicamente lo que escribió Marx en su Crítica del programa de Gotha: contra la emancipación del trabajo mercantilizado de la socialdemocracia y por la liberación de la fuerza de trabajo del trabajo mercantilizado. Estoy convencido de que la dirección tomada por la Internacional Comunista —de forma evidente y trágica durante el estalinismo y, después, en una manera cada más contradictoria e impetuosa— destruyó el deseo que había movilizado a masas gigantescas. A lo largo de toda la historia del movimiento comunista, esa fue la batalla.

 

RC

¿En qué consistía el enfrentamiento en ese campo de batalla?

TN

De un lado, estaba vigente la idea de la liberación, que en Italia fue iluminada por la resistencia contra el nazi-fascismo. La idea de la liberación se proyectó en la propia Constitución [italiana], en la forma en que la interpretamos quienes éramos jóvenes por ese entonces. En este proceso no subestimaría la evolución social de la Iglesia Católica, cuyo punto cúlmine fue el Concilio Vaticano II. Del otro lado, se encontraban el realismo de la socialdemocracia, heredado por el Partido Comunista Italiano, el realismo de los Amendola y de los togliattianos de diversa procedencia. Todo esto comenzó a desmoronarse en los años setenta, cuando, en cambio, se presentó la posibilidad de inventar una nueva forma de vida, un nuevo modo de ser comunistas.

Marco Pannella, Rossana Rossanda, Toni Negri y Jaroslav Novak.
RC

Aun te definís como comunista. Hoy en día, ¿qué significa ser comunista?

TN

Lo que significaba para mí cuando era joven: conocer un futuro en el cual habríamos conquistado el poder para ser libres, para trabajar menos, para queremos los unos a los otros. Estábamos convencidos de que conceptos burgueses como «libertad», «igualdad» y «fraternidad» podían realizarse en las consignas como cooperación, solidaridad, democracia radical y amor. Lo pensábamos y lo actuábamos, y era lo que pensaba la mayoría de la izquierda y lo que la hacía existir.

Pero el mundo era y es insoportable, tiene una relación contradictoria con las virtudes esenciales del vivir juntos. Y, aun así, estas virtudes no se pierden, se conquistan con las prácticas colectivas, son acompañadas por la transformación de la idea de productividad, que no significa producir más mercancías en menos tiempos, ni librar guerras cada vez más devastantes. Por el contrario, se trata de darle de comer a todos, de modernizar, de ser felices. El comunismo es una pasión colectiva feliz, ética y política, que combate contra la trinidad de la propiedad, de las fronteras y del capital.

 

RC

La detención del 7 de abril de 1979, en la primera fase de la represión del movimiento de la autonomía obrera, fue un antes y un después. Por diferentes motivos, en mi opinión, fue también un parteaguas para la historia de Il Manifesto, gracias a una intensa campaña garantista que duró varios años. Fue un episodio periodístico único, llevado adelante junto a los militantes de los movimientos, un grupo de intelectuales valientes, el Partido Radical, etc. Ocho años más tarde, el 9 de junio de 1987, cuando fue demolido el castillo de las acusaciones dudosas e infundadas, Rossana Rossanda escribió que fue una «reparación tardía y parcial de algo irreparable». ¿Qué significa para vos todo esto hoy en día?

TN

Antes que nada, fue el símbolo de una amistad innegable. Para nosotros, Rossana fue una persona de una generosidad increíble. Aun cuando, en cierto punto, incluso ella encontró un límite: no lograba imputar al PCI aquello en lo que el PCI se había realmente convertido.

 

RC

¿En qué se había convertido?

TN

En un opresor. Masacró a aquellos que denunciaban el desastre en el que se había metido. En aquellos años fuimos muchos quienes lo dijimos. Existía otro camino, escuchar a la clase obrera, al movimiento estudiantil, a las mujeres, a todas aquellas nuevas formas en las que se estaban organizando las pasiones sociales, políticas y democráticas. Nosotros propusimos una alternativa de masas, en forma honesta y limpia. Participábamos de un movimiento enorme que involucraba a las grandes fábricas, a las escuelas, a las distintas generaciones.

La política de clausura por parte del PCI determinó el nacimiento de formas de radicalización terrorista: esto es indudable. Fuimos nosotros quienes terminamos pagando y muy caro. Considerando solo mi caso, en total viví catorce años en el exilio y once años y medio en la cárcel. Il Manifesto siempre defendió nuestra inocencia. Era una completa idiotez pensar que yo y otros miembros de la Autonomia fuésemos considerados los secuestradores de Aldo Moro o asesinos de compañeros. Sin embargo, en la propia campaña por nuestra inocencia, que fue importante y valiente, quedó sin tocar un aspecto sustancial.

 

RC

¿Cuál?

TN

Éramos políticamente responsables de un movimiento mucho más amplio contra el «compromiso histórico» entre el Partido Comunista y la Democracia Cristiana. Contra nosotros fue desatada una respuesta policíaca de la derecha, como podía esperarse. Aquello que, sin embargo, aún no se reconoce es la cobertura que el propio Partido Comunista le dio a esta misma respuesta. En el fondo, teníamos miedo de que cambiase el horizonte político de la clase. Si no se entiende este nudo histórico, ¿cómo hacemos para quejarnos de la inexistencia de la izquierda en la Italia de hoy?

 

RC

El 7 de abril y el así llamado «teorema Calogero»[3] fueron considerados como un paso hacia la conversión de una parte no desdeñable de la izquierda al «justicialismo», es decir, que delegó su política en el poder judicial. ¿Cómo fue posible dejarse arrastrar en una trampa semejante?

TN

Cuando el PCI sustituyó la lucha económica y política por la centralidad de la lucha moral, y lo hizo a través de una serie de jueces que gravitaban en su área de influencia, terminó de recorrer su propio camino. ¿En serio creían que podían usar la justicia para construir el socialismo? La justicia es una de las cosas más caras a la burguesía. Es una ilusión devastadora y trágica que no permite ver el uso de clase del derecho, de la cárcel o de la policía contra los subalternos.

En aquellos años, incluso los jueces jóvenes cambiaron. Antes eran muy diferentes. Los llamaban «pretores de asalto». Recuerdo los primeros números de la revista Democrazia e diritto, donde también trabajé: me alegraba porque hablábamos de justicia de masas. Más tarde, la idea de justicia fue derivada en un sentido muy diferente, retrotraída a los conceptos de «legalidad» y «legitimidad». Y, en el poder judicial, terminaron desapareciendo los posicionamientos políticos y quedaron solamente los posicionamientos entre sus distintas corrientes internas. Hoy nos queda una Constitución reducida a un paquete de normas que ni siquiera se corresponden ya con la realidad del país.

Potere operaio en una manifestación.
RC

En los años de la cárcel, ustedes continuaron con su batalla política. En 1983 escribieron un documento desde la cárcel, publicado por Il Manifesto, titulado «Do you remember revolution?». Se hablaba de la originalidad del 68 italiano, de los movimientos de los años setenta, irreductibles a los «años de plomo». ¿Cómo viviste esos años?

TN

Ese documento decía cosas importantes, pero con un poco de timidez. Creo que decía más o menos las cosas que acabo de mencionar. Fueron tiempos duros. Nosotros estábamos adentro, necesitábamos salir de alguna forma.

Te confieso que, en medio de aquel terrible sufrimiento, para mí era mejor estudiar a Spinoza que pensar en la absurda oscuridad en la que estábamos sumergidos. Sobre Spinoza escribí un libro voluminoso, una especie de acto heroico. No podía disponer de más de cinco libros dentro de mi celda. Y todo el tiempo cambiaba de cárcel «especial»: Rebibbia, Palmi, Trani, Fossombrone, Rovigo. En cada una, una celda nueva con gente nueva. Esperaba algunos días y comenzaba de nuevo. El único libro que llevaba conmigo era la Ética de Spinoza. Tuve la suerte de poder terminar el texto antes del motín de 1981 en la cárcel de Trani, cuando las fuerzas especiales terminaron destruyendo todo. Estoy contento que ese libro haya sacudido un poco la historia de la filosofía.

 

RC

En 1983 fuiste elegido como diputado y pudiste salir de la cárcel por algunos meses. ¿Qué pensás del momento en el que, dentro de la cámara, votaron para hacerte volver a la cárcel y vos decidiste exiliarte en Francia?

TN

Es un episodio que aún me duele. Si debo hacer un juicio histórico y desapegado, pienso que hice bien en irme. En Francia fui útil para establecer relaciones entre distintas generaciones y también pude estudiar. Tuve la posibilidad de trabajar con Félix Guattari, logré insertarme en el debate del momento. Me ayudó muchísimo para entender la vida de los indocumentados [sans papiers]. Lo fui también yo, enseñé aun sin tener documentos. Me ayudaron mis compañeros de la universidad de París VIII.

Pero, en otro sentido, a mí mismo me digo que me equivoqué. Me duele profundamente el hecho de haber dejado a mis compañeros en la cárcel, aquellos con quienes viví los mejores años de mi vida, con quién viví las revueltas durante los cuatro años de prisión preventiva. Haberlos dejado todavía me duele. La cárcel destruyó la vida de compañeros muy queridos y, muchas veces, también a sus familias. Tengo noventa años y pude salvarme. Pero haberme salvado no me tranquiliza frente a ese drama.

 

RC

Incluso Rossanda te criticó…

TN

Sí, me pidió que me comportara como Sócrates. Le respondí que estaba arriesgándome a terminar también yo como el filósofo. Según los informes de la cárcel, de hecho, podría haber muerto. Pannella[4] me sacó materialmente de la cárcel y después me echó todas las culpas del mundo porque no quería volver adentro. Fueron muchos los que me engañaron. Rossana me había puesto en guardia ya por ese entonces y quizás tenía razón.

 

RC

¿Lo hizo alguna otra vez?

TN

Sí, cuando me dijo que no volviera desde París a Italia en 1997, después de catorce años de exilio. Antes de partir, nos encontramos en un café cerca del Museo de Cluny, el museo nacional del Medioevo. Me dijo que habría querido encadenarme para que no me subiera a ese avión.

 

RC

¿Por qué en ese momento decidiste volver a Italia?

TN

Estaba convencido de dar la batalla por la amnistía para todos los compañeros de los años setenta. Por ese entonces funcionaba la comisión bicameral, parecía posible. Terminé otros seis años en la cárcel, hasta 2003. Quizás Rossana tenía razón.

 

RC

¿Qué recuerdo conservas hoy de ella?

TN

Recuerdo la última vez que la vi en París. Una amiga muy tierna, que se preocupaba por mis viajes a China, estaba preocupada por mi salud. Fue una persona maravillosa, entonces y siempre.

 

RC

Anna Negri, tu hija, escribió «Con un pie enredado en la historia» [Con un piede impigliato nella storia] (DeriveApprodi, 2009), donde cuenta esta misma historia desde el punto de vista de sus afectos y también con el punto de vista de otra generación.

TN

Tengo tres hijos maravillosos —Anna, Francesco y Nina— que sufrieron todo lo sucedido de una forma indecible. Miré la serie de [Marco] Bellocchio sobre Moro [Esterno Notte] y aun me sorprende haber sido acusado de aquella increíble tragedia. Pienso en mis dos primeros hijos, que por esos años iban a la escuela. Algunos los veían como los hijos de un monstruo. Estos jóvenes, de una forma u otra, soportaron acontecimientos enormes. Tuvieron que dejar Italia y volvieron, atravesaron ese largo invierno en primerísima persona. El mínimo que pueden sentir es un poco de bronca contra los padres que los pusieron en esa situación. Y yo mismo tengo mis responsabilidades en esta historia. Ahora nos llevamos bien de nuevo. Y esto, para mí, es un regalo de una belleza inmensa.

 

RC

A fines de los años noventa, coincidiendo con los nuevos movimientos globales y con el movimiento contra la guerra, ganaste una fuerte posición de visibilidad junto a Michael Hardt, comenzando por «Imperio». ¿Hoy cómo definirías, en un momento de regreso al especialismo, pero también de regreso de ideas reaccionarias y elitistas, la relación entre filosofía y militancia?

TN

En mi caso, es difícil responder esta pregunta. Cuando me hablan de mi obra [opera], yo respondo «¿Lírica? ¿En serio?». Me dan ganas de reír, porque yo soy más un militante que un filósofo. A algunos les causará gracia, pero yo me veo como Papageno…

 

RC

Es indudable, sin embargo, que vos escribiste muchos libros…

TN

Tuve la suerte de encontrarme a medio camino entre la filosofía y la militancia. En los mejores años de mi vida, pasé permanentemente de una a la otra. Esto me permitió cultivar una relación crítica con la teoría capitalista del poder. Pivoteando sobre Marx, fui de Hobbes a Habermas, pasando por Kant, Rousseau y Hegel. Nombres bastante importantes contra los cuales medirse. En cambio, la línea Maquiavelo-Spinoza-Marx fue una alternativa fructífera.

Insisto: para mí, la historia de la filosofía no es una especie de texto sagrado que mezcla todo el saber occidental —desde Platón hasta Heidegger— con la propia civilización burguesa, legándonos conceptos funcionales al poder. La filosofía es parte de nuestra cultura, pero tenemos que usarla para lo que sirve, es decir, para transformar el mundo y para volverlo más justo. Deleuze hablaba de Spinoza recuperando la iconografía que lo representaba con las ropas de Masaniello. Ojalá fuera así también para mí. Incluso ahora, a mis noventa años, sigo teniendo esta relación con la filosofía. Vivir la militancia es menos fácil y, aun así, logro escribir y escuchar, desde mi situación de exiliado.

 

RC

¿Exiliado, aún hoy?

TN

Un poco, sí. Es un exilio diferente, de todos modos. Depende del hecho que los dos mundos en los que vivo, Italia y Francia, tienen dinámicas de conflicto muy diferentes. En Francia, el operaismo no tuvo muchos seguidores, aunque hoy está siendo redescubierto. La izquierda movimentista francesa estuvo siempre conducida por el trotskismo o por el anarquismo. En los años noventa, con la revista Futur antérieur, con mi amigo y compañero Jean-Marie Vincent, habíamos encontrado una mediación entre gauchisme y operaismo: funcionó por unos diez años. Pero lo hicimos con mucha prudencia, la opiniones sobre la política francesa se lo dejábamos a los compañeros franceses. El único editorial importante escrito por los italianos que participaban en la revista fue aquel sobre la gran huelga ferroviaria de 1995, que tanto se parecía a las luchas italianas.

 

RC

¿Por qué el operaismo está encontrando esta resonancia a nivel global?

TN

Porque responde a las exigencias de la resistencia y de una recuperación de las luchas, como sucede en otras culturas críticas con las cuales dialoga: el feminismo, la ecología política, la crítica poscolonial, por ejemplo. Y, después, porque no es una apéndice de nada ni de nadie. Nunca lo fue. Tampoco fue un capítulo de la historia del PCI, como se ilusionan algunos. En cambio, es una idea precisa sobre la lucha de clases, es una crítica a la soberanía que coagula el poder alrededor del polo patronal, propietario y capitalista. Pero ese poder siempre está dividido y está siempre abierto, incluso cuando parece que no existe alternativa.

Toda la teoría del poder como extensión del dominio y de la autoridad propuesta por la Escuela de Frankfurt y por su evoluciones más recientes es falsa, aun cuando, lamentablemente, sigue siendo hegemónica. El operaismo echa por tierra esta lectura brutal. Es un estilo de trabajo y de pensamiento. Retoma la historia desde abajo, hecha por las grandes masas en movimiento, busca la singularidad en una dialéctica abierta y productiva.

 

RC

Siempre me sorprendieron tus constantes referencias a San Francisco de Asís. ¿De dónde nace tu interés por este santo y por qué lo tomaste como ejemplo de tu alegría de ser comunista?

TN

Desde que era joven, me cargaban porque usaba la palabra «amor». Me tomaban por un poeta o por un iluso. Por el contrario, siempre pensé que el amor era una pasión fundamental que mantiene al género humano en pie. Puede convertirse en un arma para vivir. Vengo de una familia que sufrió mucho durante la guerra y que me enseñó un amor que todavía me hace vivir. Francisco es, en el fondo, un burgués que vive en un tiempo en el que ve la posibilidad de transformar a la propia burguesía, para hacer un mundo en el que la gente se ame y que ame lo viviente.

La referencia a él es, para mí, como la referencia a los Ciompi por parte de Maquiavelo. Francisco es el amor contra la propiedad: exactamente aquello que hubiéramos podido hacer en los años setenta, derribando el desarrollo y creando una nueva forma de producir. Francisco nunca fue retomado como merecía, ni fue tenida en cuenta como se debía la importancia que tuvo el franciscanismo en la historia italiana. Lo cito porque quiero que palabras como «amor» o «alegría» entren en el lenguaje político.

 

Notas

[1] Negri se refiere al establecimiento Petrolchimico en Porto Marghera, en la región italiana del Veneto, sede de intensas experiencias de organización y lucha obrera hacia fines de los años sesenta, particularmente durante los meses de julio y agosto del año 1968, así como durante el «otoño caliente» de 1969.

[2] El entrevistador hace referencia al proceso de lucha de los obreros industriales del complejo metalmecánico de Turín, iniciado en abril de 1969, que culminaría con la «revuelta» de Corso Traiano —sede del establecimiento FIAT Mirafiori, símbolo de la industria automovilística de la ciudad— el 3 de julio del mismo año.

[3] El entrevistador se refiere al «teorema» atribuido al juez Pietro Calogero durante los eventos de represión, persecución y judicialización de dirigentes y militantes de la izquierda extraparlamentaria italiana en los meses que siguieron al secuestro y asesinato de Aldo Moro, en mayo de 1978. Calogero fue el responsable del arresto de Antonio Negri junto a otros dirigentes de Autonomia Operaia, durante las detenciones masivas del día 7 de abril de 1979. La hipótesis avanzada por el juez —el «teorema», apoyado incluso por el propio Partido Comunista Italiano— asociaba directamente la actividad política y académico-intelectual de los detenidos con la «formación y participación de bandas armadas» y la incitación a la «insurrección armada contra el Estado». Como conclusión del desarrollo procesal del «teorema», Negri fue condenado a 12 años de prisión.

[4] Negri se refiere a Marco Pannella (1930-2016), dirigente del Partido Radical Italiano (PR), quién le propuso formar parte de las listas electorales del PR durante las elecciones parlamentarias de 1983, considerándolo referente de un proceso de judicialización, persecución y represión de las disidencias políticas de izquierda durante los años setenta. A pesar de obtener el escaño parlamentario y con ello la inmunidad en las elecciones de junio de 1983, la Cámara de Diputados abriría nuevamente el debate por su arresto, motivo por el cual Negri se exiliaría en Francia pocos meses después, en septiembre del mismo año. Por su negativa de volver a Italia y someterse a un nuevo arresto, el dirigente del PR acusaría públicamente al filósofo y militante de haber abandonado la lucha por la liberación de los compañeros que aún estaban encarcelados.