Así eliminó Estados Unidos los gasoductos Nord Stream

La Administración Biden cumplió sus amenazas: un grupo de buzos de la Marina aprovechó unas maniobras de la OTAN en el Báltico para colocar explosivos en los oleoductos y la Armada noruega los hizo detonar tres meses después lanzando una boya sonar.

Por Seymour Hersh

El Centro de Buceo y Salvamento de la Marina de EE.UU. se encuentra en un lugar tan desconocido como su nombre: en lo que una vez fue un camino rural de Panama City, una ciudad turística en auge situada en el noroeste de Florida, 112 kilómetros al sur de la frontera con Alabama. El edificio que alberga el centro es tan anodino como su ubicación: una monótona estructura de hormigón posterior a la II Guerra Mundial con el aspecto de un instituto de formación profesional de la zona oeste de Chicago. Al otro lado de lo que ahora es una carretera de cuatro carriles hay una lavandería automática y una escuela de danza.

El centro lleva décadas formando a buceadores de aguas profundas altamente cualificados que, asignados a unidades militares estadounidenses por todo el mundo, son capaces de realizar inmersiones técnicas para hacer tanto lo bueno –utilizar explosivos C4 para limpiar puertos y playas de escombros y artefactos sin detonar– como lo malo, es decir volar plataformas petrolíferas extranjeras, obstruir válvulas de centrales eléctricas submarinas o destruir esclusas en canales de navegación cruciales. El centro de Panama City, que cuenta con la segunda piscina cubierta más grande del país, era el lugar perfecto para reclutar a los mejores, y más taciturnos, graduados de la escuela de buceo que el verano pasado cumplieron con éxito la misión que se les había autorizado a realizar a 260 pies (79,2 metros) bajo la superficie del mar Báltico.

La Guardia Costera sueca publica un video de la fuga del Nord Stream (26 de septiembre). | Fuente: Voice of America.

El pasado mes de junio, los buzos de la Armada, que operaban al amparo de un ejercicio de la OTAN ampliamente publicitado y conocido como BALTOPS 22, colocaron los explosivos que, al ser activados por control remoto tres meses después, destruyeron tres de los cuatro gasoductos Nord Stream, según una fuente con conocimiento directo de la planificación de la operación.

Dos de los gasoductos, conocidos colectivamente como Nord Stream 1, llevaban más de una década suministrando gas natural ruso a Alemania y gran parte de Europa Occidental. El segundo par de gasoductos, denominados Nord Stream 2, se habían construido pero aún no estaban operativos. A medida que las tropas rusas se concentraban en la frontera ucraniana y se avecinaba la guerra más sangrienta en Europa desde 1945, el presidente Joseph Biden consideró que los gasoductos eran un vehículo para que Vladimir Putin utilizara el gas natural como arma para sus ambiciones políticas y territoriales.

Cuando se le pidió un comentario sobre esta historia, Adrienne Watson, portavoz de la Casa Blanca, dijo en un correo electrónico: “Esto es falso y una completa ficción”. Tammy Thorp, portavoz de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), escribió de forma similar: “Esta afirmación es total y absolutamente falsa”.

La decisión de Biden de sabotear los oleoductos se produjo después de más de nueve meses de debate altamente secreto de ida y vuelta dentro de la comunidad de Seguridad Nacional de Washington sobre la mejor manera de lograr ese objetivo. Durante gran parte de ese tiempo, la cuestión no era si había que llevar a cabo la misión, sino cómo hacerlo sin dejar ninguna pista abierta sobre quién era el responsable.

Había una razón burocrática vital para confiar en los graduados de la exigente escuela de submarinismo del centro de Panama City. Los buzos eran sólo de la Marina, y no miembros del Mando de las Fuerzas Especiales de Estados Unidos, cuyas operaciones encubiertas deben ser comunicadas al Congreso e informadas con antelación a los líderes del Senado y la Cámara de Representantes, la llamada Banda de los Ocho. La Administración Biden hizo todo lo posible para evitar filtraciones, ya que la planificación se llevó a cabo a finales de 2021 y en los primeros meses de 2022.

El presidente Biden y su equipo de política exterior –el consejero de Seguridad Nacional Jake Sullivan, el secretario de Estado Tony Blinken y Victoria Nuland, la subsecretaria de Estado para Política Exterior– habían manifestado de forma clara y coherente su hostilidad hacia los dos gasoductos, que discurrían en paralelo a lo largo de 750 millas bajo el mar Báltico desde dos puertos diferentes en el noreste de Rusia, cerca de la frontera con Estonia, pasando cerca de la isla danesa de Bornholm antes de desembocar en el norte de Alemania.

Esa ruta directa, que evitaba tener que pasar por Ucrania, había sido una bendición para la economía alemana, que disfrutaba de abundante gas natural ruso barato, suficiente para hacer funcionar sus fábricas y calentar sus hogares, al tiempo que permitía a los distribuidores alemanes vender el gas sobrante, con beneficios, por toda Europa Occidental. Cualquier acción que pudiera atribuirse a la administración estadounidense violarían las promesas de Estados Unidos de minimizar el conflicto directo con Rusia. El secreto era esencial.

Desde el principio, Washington y sus socios antirrusos de la OTAN consideraron que el Nord Stream 1 era una amenaza para el dominio de Occidente. El holding que lo sustenta, Nord Stream AG [cuyo presidente es el excanciller alemán Gerhard Schroeder, amigo personal de Putin], se constituyó en Suiza en 2005 en asociación con Gazprom, una empresa rusa que cotiza en bolsa y que produce enormes beneficios a sus accionistas, dominada por oligarcas conocidos por ser esclavos de Putin.

Gazprom controlaba el 51% de la empresa, mientras que cuatro empresas energéticas europeas –una en Francia, otra en los Países Bajos y dos en Alemania– compartían el 49% restante de las acciones y tenían derecho a controlar las ventas posteriores del gas natural barato a distribuidores locales en Alemania y Europa Occidental. Los beneficios de Gazprom se repartieron con el gobierno ruso, y se calcula que los ingresos estatales por gas y petróleo ascendieron en algunos años hasta el 45% del presupuesto anual de Rusia.

Los temores políticos de Estados Unidos eran fundados: Putin dispondría ahora de una importante fuente de ingresos adicional y muy necesaria, y Alemania y el resto de Europa Occidental se volverían adictos al gas natural de bajo coste suministrado por Rusia, disminuyendo al mismo tiempo la dependencia europea de Estados Unidos. De hecho, eso es exactamente lo que ocurrió. Muchos alemanes vieron el Nord Stream 1 como parte del cumplimiento de la famosa teoría de la Ostpolitik del excanciller Willy Brandt, que permitiría a la Alemania de posguerra rehabilitarse a sí misma y a otras naciones europeas destruidas en la Segunda Guerra Mundial mediante, entre otras iniciativas, la utilización del gas ruso barato para alimentar un mercado y una economía comercial prósperos en Europa Occidental.

Nord Stream 1 ya era suficientemente peligroso, en opinión de la OTAN y Washington, pero Nord Stream 2, cuya construcción finalizó en septiembre de 2021, duplicaría, si lo aprobaban los reguladores alemanes, la cantidad de gas barato a disposición de Alemania y Europa Occidental. El segundo gasoducto también proporcionaría gas suficiente para cubrir más del 50% del consumo anual de Alemania. Las tensiones entre Rusia y la OTAN no cesaban de aumentar, respaldadas por la agresiva política exterior de la Administración Biden.

La oposición al Nord Stream 2 estalló en vísperas de la toma de posesión de Biden, en enero de 2021, cuando los republicanos del Senado, encabezados por Ted Cruz, de Texas, plantearon repetidamente la amenaza política del gas natural ruso barato durante la audiencia de confirmación de Antony Blinken como secretario de Estado. Para entonces, un Senado unificado había aprobado con éxito una ley que, como dijo Cruz a Blinken, “detuvo [el gasoducto] en seco”. El Gobierno alemán, presidido entonces por Angela Merkel, ejercería una enorme presión política y económica para poner en marcha el segundo oleoducto.

¿Se enfrentaría Biden a los alemanes? Blinken dijo que sí, pero añadió que no había hablado de los puntos de vista concretos del presidente entrante. “Conozco su firme convicción de que el Nord Stream 2 es una mala idea”, dijo. “Sé que nos haría utilizar todas las herramientas persuasivas que tenemos para convencer a nuestros amigos y socios, incluida Alemania, de que no sigan adelante con él”.

Unos meses después, cuando la construcción del segundo gasoducto estaba a punto de concluir, Biden se acobardó. En mayo, en un giro sorprendente, la Administración renunció a imponer sanciones a Nord Stream AG, y un funcionario del Departamento de Estado admitió que intentar detener el gasoducto mediante sanciones y diplomacia “siempre había sido una posibilidad remota”. Entre bastidores, funcionarios de la Administración habrían instado al presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, que por entonces se enfrentaba a la amenaza de una invasión rusa, a que no criticara la medida.

Las consecuencias fueron inmediatas. Los republicanos del Senado, liderados por Cruz, anunciaron un bloqueo inmediato de todos los candidatos de Biden en política exterior y retrasaron la aprobación de la ley anual de defensa durante meses, hasta bien entrado el otoño. Más tarde, Politico describió el cambio de rumbo de Biden sobre el segundo oleoducto ruso como “la única decisión, posiblemente más que la caótica retirada militar de Afganistán, que ha puesto en peligro la agenda de Biden”.

La Administración se tambaleaba, a pesar de obtener un respiro en la crisis a mediados de noviembre, cuando los reguladores energéticos alemanes suspendieron la aprobación del segundo gasoducto Nord Stream. Los precios del gas natural se dispararon un 8% en pocos días, en medio del temor creciente en Alemania y Europa de que la suspensión del gasoducto y la posibilidad cada vez mayor de una guerra entre Rusia y Ucrania provocaran un invierno frío muy poco deseado. Washington no tenía clara la postura del recién nombrado canciller alemán, Olaf Scholz. Meses antes, tras la caída de Afganistán, Scholz había apoyado públicamente el llamamiento del presidente francés Emmanuel Macron a una política exterior europea más autónoma, en un discurso en Praga, sugiriendo claramente una menor dependencia de Washington y sus veleidades.

Durante todo ese tiempo, las tropas rusas se habían ido posicionando de forma constante y ominosa en las fronteras de Ucrania, y a finales de diciembre más de 100.000 soldados estaban en posición de atacar desde Bielorrusia y Crimea. La alarma crecía en Washington; Blinken calculó que ese despliegue de tropas podría “duplicarse en poco tiempo”.

La atención de la Administración volvió a centrarse en Nord Stream. Mientras Europa siguiera dependiendo de los gasoductos para obtener gas natural barato, Washington temía que países como Alemania se mostraran reacios a suministrar a Ucrania el dinero y las armas que necesitaba para derrotar a Rusia.

Fue en este momento de inquietud cuando Biden autorizó a Jake Sullivan a reunir un grupo interagencias para idear un plan.

Todas las opciones debían estar sobre la mesa. Pero sólo una prevalecería.

Planificación

En diciembre de 2021, dos meses antes de que los primeros tanques rusos entraran en Ucrania, Jake Sullivan convocó una reunión de un grupo de trabajo recién formado –hombres y mujeres del Estado Mayor Conjunto, la CIA y los Departamentos de Estado y del Tesoro– y pidió recomendaciones sobre cómo responder a la inminente invasión de Putin.

Sería la primera de una serie de reuniones ultrasecretas, en una sala segura de la última planta del Old Executive Office Building, adyacente a la Casa Blanca, que era también la sede del President’s Foreign Intelligence Advisory Board (PFIAB). Hubo la habitual charla de idas y venidas que acabó desembocando en una pregunta preliminar crucial: ¿la recomendación que debía remitir el grupo al presidente sería reversible –como otra ronda de sanciones y restricciones monetarias– o irreversible –es decir, acciones cinéticas [eufemismo que implica una guerra activa], que no podrían deshacerse?

Lo que quedó claro para los participantes, según la fuente con conocimiento directo del proceso, es que Sullivan pretendía que el grupo presentara un plan para la destrucción de los dos gasoductos Nord Stream, y que estaba cumpliendo los deseos del presidente.

Durante las siguientes reuniones, los participantes debatieron las opciones de ataque. La Marina propuso utilizar un submarino recién estrenado para atacar directamente el oleoducto. La Fuerza Aérea discutió la posibilidad de lanzar bombas con espoletas retardadas que pudieran detonarse a distancia. La CIA argumentó que, se hiciera lo que se hiciera, tendría que ser encubierto. Todos los implicados comprendieron lo que estaba en juego. “Esto no es cosa de niños”, dijo la fuente. Si se podía rastrear el ataque hasta Estados Unidos, “era un acto de guerra”.

En aquel momento, la CIA estaba dirigida por William Burns, un exembajador en Rusia de modales suaves que había sido subsecretario de Estado en la Administración Obama. Burns autorizó rápidamente un grupo de trabajo de la Agencia entre cuyos miembros ad hoc figuraba –por casualidad– alguien que conocía las capacidades de los buzos de aguas profundas de la Marina en Panama City. Durante las semanas siguientes, los miembros del grupo de trabajo de la CIA comenzaron a elaborar un plan para una operación encubierta que utilizaría buzos de profundidad para provocar una explosión a lo largo del oleoducto.

El precedente de 1971

Ya se había hecho antes algo parecido. En 1971, la inteligencia estadounidense se enteró por fuentes aún no reveladas de que dos importantes unidades de la Armada rusa se comunicaban a través de un cable submarino enterrado en el Mar de Okhotsk, en la costa del Lejano Oriente ruso. El cable enlazaba un mando regional de la Marina con el cuartel general en Vladivostok.

Un equipo cuidadosamente seleccionado de agentes de la CIA y de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) se reunió en algún lugar de la zona de Washington, con el máximo secreto, y elaboró un plan, utilizando buzos de la Marina, submarinos modificados y un vehículo de rescate submarino profundo, que tuvo éxito, después de mucho ensayo y error, en la localización del cable ruso. Los buzos colocaron en el cable un sofisticado dispositivo de escucha que interceptó con éxito el tráfico ruso y lo registró con un sistema de grabación.

La NSA se enteró de que altos oficiales de la marina rusa, convencidos de la seguridad de su enlace de comunicaciones, charlaban con sus compañeros sin cifrar. El dispositivo de grabación y su cinta tenían que ser sustituidos mensualmente y el proyecto siguió adelante alegremente durante una década hasta que se vio comprometido por un técnico civil de la NSA, de 44 años, llamado Ronald Pelton, que hablaba ruso con fluidez. Pelton fue delatado por un desertor ruso en 1985 y condenado a prisión. Los rusos sólo le pagaron 5.000 dólares por sus revelaciones sobre la operación, además de 35.000 dólares por otros datos operativos rusos que proporcionó y que nunca se hicieron públicos.

Aquel éxito submarino, cuyo nombre en clave era Ivy Bells, fue innovador y arriesgado, y ofreció a Estados Unidos valiosísimos datos de inteligencia sobre las intenciones y la planificación de la Armada rusa.

Aun así, el grupo interagencias se mostró inicialmente escéptico ante el entusiasmo de la CIA por un ataque encubierto en alta mar. Había demasiadas preguntas sin respuesta. Las aguas del Mar Báltico estaban fuertemente patrulladas por la marina rusa, y no había plataformas petrolíferas que pudieran servir de cobertura para una operación de buceo. ¿Tendrían que ir los submarinistas a Estonia, justo al otro lado de la frontera de los muelles rusos de carga de gas natural, para entrenarse para la misión? “Eso sería una cagada”, le dijeron a la Agencia.

A lo largo de “todas estas maquinaciones”, dijo la fuente, “algunos trabajadores de la CIA y del Departamento de Estado decían: ‘No hagáis esto. Es estúpido y será una pesadilla política si sale a la luz’”.

Sin embargo, a principios de 2022, el grupo de trabajo de la CIA informó al grupo interagencias de Sullivan: “Tenemos una manera de volar los oleoductos”.

Lo que vino después fue asombroso. El 7 de febrero, menos de tres semanas antes de la aparentemente inevitable invasión rusa de Ucrania, Biden se reunió en su despacho de la Casa Blanca con el canciller alemán Olaf Scholz, quien, tras algunos titubeos, militaba ahora firmemente en el equipo estadounidense. En la rueda de prensa posterior, Biden afirmó desafiante: “Si Rusia invade… ya no habrá Nord Stream 2. Le pondremos fin”.

Veinte días antes, la subsecretaria Nuland había transmitido básicamente el mismo mensaje en una reunión informativa del Departamento de Estado, con escasa cobertura de prensa. “Quiero ser muy clara con ustedes hoy”, dijo en respuesta a una pregunta. “Si Rusia invade Ucrania, de un modo u otro Nord Stream 2 no seguirá adelante”.

Olaf Scholz y Joe Biden, durante su reunión del 7 de febrero en la Casa Blanca. Fuente: Euronews

Varios de los que participaron en la planificación de la misión del oleoducto estaban consternados por lo que consideraban referencias indirectas al ataque.

“Era como poner una bomba atómica sobre el terreno en Tokio y decir a los japoneses ‘vamos a detonarla’”, dijo la fuente. “El plan era que las opciones se ejecutaran después de la invasión y no se anunciaran públicamente. Biden simplemente no lo entendió o lo ignoró”.

La indiscreción de Biden y Nuland, si es que fue eso, pudo haber frustrado a algunos de los planificadores. Pero también creó una oportunidad. Según la fuente, algunos altos cargos de la CIA concluyeron que volar el oleoducto “ya no podía considerarse una opción encubierta porque el presidente acababa de anunciar que sabíamos cómo hacerlo”.

El plan de volar Nord Stream 1 y 2 pasó repentinamente de ser una operación encubierta que requería informar al Congreso a considerarse una operación de inteligencia altamente secreta con apoyo militar estadounidense. Según la ley, explicó la fuente, “ya no había obligación legal de informar de la operación al Congreso. Todo lo que tenían que hacer ahora era simplemente llevarla a cabo, pero seguía teniendo que ser secreta. Los rusos mantienen una vigilancia superlativa del Mar Báltico”.

Los miembros del grupo de trabajo de la Agencia no tenían contacto directo con la Casa Blanca, y estaban ansiosos por saber si el presidente hablaba en serio, es decir, si la misión estaba en marcha. La fuente cuenta: “[El exembajador] Bill Burns vuelve y dice: ‘Hacedlo’”.

La operación

Noruega era el lugar perfecto para ser la base de la misión.

En los últimos años de crisis Este-Oeste, el ejército estadounidense ha ampliado enormemente su presencia dentro de Noruega, cuya frontera occidental recorre 2.250 kilómetros a lo largo del océano Atlántico norte y se funde por encima del Círculo Polar Ártico con Rusia. El Pentágono ha creado puestos de trabajo y contratos muy bien remunerados, en medio de cierta controversia local, invirtiendo cientos de millones de dólares para modernizar y ampliar las instalaciones de la Armada y la Fuerza Aérea estadounidenses en Noruega. Las nuevas obras incluían, sobre todo, un avanzado radar de apertura sintética en el norte, capaz de penetrar profundamente en Rusia, y que entró en funcionamiento justo cuando la Inteligencia estadounidense perdía el acceso a una serie de emplazamientos de escucha de largo alcance dentro de China.

Una base de submarinos estadounidenses recién renovada, que llevaba años en construcción, entró en funcionamiento y ahora más submarinos norteamericanos pueden colaborar estrechamente con sus colegas noruegos para vigilar y espiar un importante reducto nuclear ruso situado a unos 400 kilómetros al este, en la península de Kola. Estados Unidos también ha ampliado una base aérea noruega en el norte y ha entregado a las fuerzas aéreas noruegas una flota de aviones de patrulla P8 Poseidon fabricados por Boeing para reforzar su espionaje de largo alcance sobre todo lo relacionado con Rusia.

A cambio, el Gobierno noruego enfureció a los progresistas y a algunos moderados de su Parlamento el pasado mes de noviembre al aprobar el Acuerdo Complementario de Cooperación en materia de Defensa (SDCA). Según el nuevo convenio, el sistema judicial estadounidense tendría jurisdicción en determinadas “zonas acordadas” del norte sobre los soldados estadounidenses acusados de delitos fuera de la base, así como sobre aquellos ciudadanos noruegos acusados o sospechosos de interferir en el trabajo en la base.

Noruega fue uno de los signatarios originales del Tratado de la OTAN en 1949, en los primeros días de la Guerra Fría. En la actualidad, el comandante supremo de la OTAN es Jens Stoltenberg, un anticomunista convencido, que fue primer ministro de Noruega durante ocho años antes de acceder a su alto cargo en la OTAN, con respaldo estadounidense, en 2014. Era un partidario de la línea dura en todo lo relacionado con Putin y Rusia y había cooperado con la comunidad de inteligencia estadounidense desde la guerra de Vietnam. Desde entonces se confía plenamente en él. “Es el guante que se ajusta a la mano estadounidense”, afirma la fuente.

De vuelta a Washington, los planificadores sabían que tenían que ir a Noruega. “Odian a los rusos, y la armada noruega está llena de excelentes marineros y buceadores que tienen generaciones de experiencia en la muy rentable exploración de petróleo y gas en alta mar”, explica la fuente. También se podía confiar en ellos para mantener la misión en secreto. (Es posible que los noruegos también tuvieran otros intereses. La destrucción de Nord Stream –si los estadounidenses lo conseguían– permitiría a Noruega vender una cantidad mucho mayor de su propio gas natural a Europa).

En algún momento de marzo, algunos miembros del equipo volaron a Noruega para reunirse con el Servicio Secreto y la Marina noruegos. Una de las preguntas clave era qué punto exacto del Mar Báltico era el mejor para colocar los explosivos. Nord Stream 1 y 2, cada uno con dos conjuntos de tuberías, estaban separados en gran parte del trayecto por poco más de un kilómetro y medio en su recorrido hacia el puerto de Greifswald, en el extremo noreste de Alemania.

La Armada noruega no tardó en encontrar el lugar adecuado, en unas aguas poco profundas del Báltico, a pocas millas de la isla danesa de Bornholm. Allí, los dos oleoductos estaban separados por más de una milla de distancia, en un fondo marino de sólo 79,2 metros de profundidad. Los buzos, que operaban desde un cazaminas noruego clase Alta, se sumergirían con una mezcla de oxígeno, nitrógeno y helio que salía de sus tanques y colocarían cargas de C4 en los cuatro conductos con cubiertas protectoras de hormigón. Sería un trabajo tedioso, lento y peligroso, pero las aguas de Bornholm tenían otra ventaja: no había grandes corrientes, que habrían dificultado mucho la tarea de buceo.

Plano de la zona elegida para las explosiones.

Después de investigar un poco, los estadounidenses se decidieron.

En este punto, volvió a entrar en juego el oscuro grupo de buceo de profundidad de la Marina en Panama City. La escuela de aguas profundas, cuyos exalumnos participaron en Ivy Bells, son vistas como un lugar rural aislado poco atractivo para los graduados de élite de la Academia Naval de Annapolis, que normalmente buscan la gloria de ser destinados como Seals, piloto de caza o submarinista. Si uno debe convertirse en un “zapato negro” –es decir, un miembro del poco apetecible comando de buques de superficie– siempre habrá al menos un hueco en un destructor, crucero o buque anfibio. La menos glamurosa de todas es la guerra de minas. Sus buceadores nunca aparecen en las películas de Hollywood ni en las portadas de las revistas populares.

“Los buzos más cualificados para el buceo profundo forman una comunidad muy cerrada; los mejores fueron reclutados para la operación y se les dijo que estuvieran preparados para ser llamados por la CIA a Washington”, explica la fuente.

Los noruegos y los estadounidenses tenían la ubicación y los agentes, pero había otra preocupación: cualquier actividad submarina inusual en las aguas de Bornholm podría llamar la atención de las armadas sueca o danesa, que podrían informar de ello.

Dinamarca también es uno de los signatarios originales de la OTAN y es conocida en los grupos de Inteligencia por sus especiales vínculos con el Reino Unido. Suecia había solicitado su ingreso en la OTAN y había demostrado gran habilidad en el manejo de sus sistemas de sensores magnéticos y de sonido submarino que rastreaban con éxito los submarinos rusos que de vez en cuando aparecían en aguas remotas del archipiélago sueco y se veían obligados a salir a la superficie.

Los noruegos se unieron a los estadounidenses para insistir en que algunos altos funcionarios de Dinamarca y Suecia debían ser informados en términos generales sobre la posible actividad submarina en la zona. De ese modo, algún superior podría intervenir y elaborar un informe fuera de la cadena de mando, blindando así la operación del oleoducto. “Lo que se les decía y lo que sabían era deliberadamente diferente”, me dijo la fuente. (La embajada noruega, a la que se pidió un comentario sobre esta historia, no ha respondido).

Los noruegos fueron clave para resolver otros obstáculos. Se sabía que la armada rusa poseía tecnología de vigilancia capaz de detectar y activar minas submarinas. Los artefactos explosivos estadounidenses debían camuflarse para que el sistema ruso los viera como parte del fondo natural, lo que requería adaptarse a la salinidad específica del agua. Los noruegos tenían una solución.

Una imagen de la isla danesa de Bornholm, en cuyas aguas se colocaron los explosivos que destruyeron las tuberías.

Los noruegos también tenían una solución para la cuestión crucial de cuándo debía tener lugar la operación. Cada mes de junio, desde hace 21 años, la Sexta Flota norteamericana, cuyo buque insignia tiene su base en Gaeta (Italia), al sur de Roma, patrocina un gran ejercicio de la OTAN en el Mar Báltico en el que participan decenas de barcos aliados de toda la región. El ejercicio de ese año, que se iba a celebrar en junio, fue bautizado como Operaciones Bálticas 22, o BALTOPS 22. Los noruegos propusieron que ésta sería la tapadera ideal para plantar las minas.

Los estadounidenses aportaron un elemento vital: convencieron a los planificadores de la Sexta Flota para que añadieran al programa un ejercicio de investigación y desarrollo. El ejercicio, según hizo público la Marina, implicaba a la Sexta Flota en colaboración con los “centros de investigación y guerra” de la Marina. El evento en el mar se celebraría frente a la costa de la isla de Bornholm y en él participarían equipos de buceadores de la OTAN sembrando minas, y los equipos competidores utilizarían la última tecnología submarina para encontrarlas y destruirlas.

Se trataba tanto de un ejercicio útil como de una ingeniosa tapadera. Los chicos de Panama City harían lo suyo y los explosivos C4 se colocarían al final de los BALTOPS22, con un temporizador de 48 horas. Los estadounidenses y noruegos ya habrían abandonado el lugar antes de la primera explosión.

Los días corrían en la cuenta atrás. “El reloj avanzaba y nos acercábamos a la hora de la misión”, recuerda la fuente.

Y entonces… Washington se lo pensó mejor. Las bombas seguirían colocándose durante los BALTOPS22, pero a la Casa Blanca le preocupaba que el plazo de dos días para la detonación estuviera demasiado cerca del final del ejercicio y pareciera obvio que Estados Unidos había participado en la operación.

En su lugar, la Casa Blanca hizo una nueva petición: “¿Pueden los muchachos que están sobre el terreno idear alguna forma de volar los gasoductos más tarde, cuando se les ordene?”.

Algunos miembros del equipo de planificación estaban enfadados y frustrados por la aparente indecisión del presidente. Los buzos de Panama City habían practicado repetidamente la colocación del C4 en las tuberías, como harían durante los BALTOPS, pero ahora el equipo de Noruega tenía que idear una forma de dar a Biden lo que quería: la posibilidad de emitir una orden de ejecución con éxito en el momento que él eligiera.

La Inmaculada Concepción

Encargarse de un cambio arbitrario y de última hora era algo que la CIA estaba acostumbrada a gestionar. Pero la decisión también agudizó las preocupaciones que algunos compartían sobre la necesidad, y la legalidad, de toda la operación.

Las órdenes secretas del presidente también evocaron el dilema de la CIA en los días de la guerra de Vietnam, cuando el presidente Lyndon Johnson, enfrentado al creciente sentimiento contra la guerra, ordenó a la Agencia que violara sus estatutos –que le prohibían específicamente operar dentro de Estados Unidos– espiando a los líderes antibélicos para determinar si estaban siendo controlados por la Rusia comunista.

La Agencia acabó accediendo, y a lo largo de la década de 1970 quedó claro hasta dónde estaba dispuesta a llegar. Tras los escándalos del Watergate, los periódicos revelaron que la Agencia espió a ciudadanos estadounidenses, participó en el asesinato de líderes extranjeros y socavó al gobierno socialista de Salvador Allende.

Aquellas revelaciones condujeron a una espectacular serie de comisiones de investigación a mediados de los años setenta en el Senado, dirigidas por Frank Church, de Idaho, que dejaron claro que Richard Helms, director de la Agencia en aquel momento, asumió que tenía la obligación de hacer lo que el presidente quería, incluso si eso significaba violar la ley.

Reunión entre Joe Biden y Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN. Bruselas, 2021. Fuente: OTAN

En un testimonio inédito a puerta cerrada, Helms explicó con pesar que “cuando actúas bajo órdenes secretas de un presidente es como si tuvieras una Concepción Inmaculada. “Tanto si está bien que la tengas como si está mal, [la CIA] trabaja bajo reglas y normas básicas diferentes a las de cualquier otra parte del Gobierno”. En esencia, estaba diciendo a los senadores que él, como jefe de la CIA, entendía que había estado trabajando para la Corona, y no para la Constitución.

Los estadounidenses que trabajaban en Noruega seguían la misma dinámica y empezaron a lidiar disciplinadamente con el nuevo problema: cómo detonar a distancia los explosivos C4 por orden de Biden. Era una tarea mucho más exigente de lo que pensaban en Washington. El equipo de Noruega no podía saber cuándo pulsaría el botón el presidente. ¿Sería en unas semanas, en unos meses, o en medio año o más?

El C4 fijado a los gasoductos se activaría mediante una boya de sonar lanzada por un avión con poca antelación, pero el procedimiento requería la tecnología más avanzada de procesamiento de señales. Una vez instalados, los dispositivos de temporización retardada fijados a cualquiera de los cuatro oleoductos podrían activarse accidentalmente por la compleja mezcla de ruidos del fondo del mar Báltico, muy transitado, procedentes de barcos cercanos y lejanos; perforaciones submarinas; fenómenos sísmicos, olas e incluso criaturas marinas. Para evitarlo, la boya de sonar, una vez en su lugar, emitiría una secuencia de sonidos tonales de baja frecuencia únicos –muy parecidos a los emitidos por una flauta o un piano– que serían reconocidos por el temporizador y, tras unas horas de retardo preestablecidas, activarían los explosivos. (“Se necesita una señal lo bastante robusta para que ninguna otra señal pueda enviar accidentalmente un impulso que detone los explosivos”, me explica el Dr. Theodore Postol, profesor emérito de Ciencia, Tecnología y Política de seguridad nacional del MIT. Postol, que ha sido asesor científico del jefe de Operaciones Navales del Pentágono, señaló que el problema al que se enfrentaba el grupo en Noruega debido al retraso de Biden era una cuestión de azar: “Cuanto más tiempo estén los explosivos en el agua, mayor será el riesgo de que una señal aleatoria active las bombas”).

El 26 de septiembre de 2022, un avión de vigilancia P8 de la Marina noruega realizó un vuelo aparentemente rutinario y lanzó una boya de sonar. La señal se propagó bajo el agua, inicialmente al Nord Stream 2 y luego al Nord Stream 1. Pocas horas después, se activaron los explosivos C4 de alta potencia y tres de las cuatro tuberías quedaron fuera de servicio. A los pocos minutos, los charcos de gas metano que quedaban en los gasoductos destruidos podían verse esparciéndose por la superficie del agua, y el mundo se enteró de que había ocurrido algo irreversible.

Las repercusiones

Inmediatamente después del atentado contra el oleoducto, los medios de comunicación estadounidenses lo trataron como un misterio sin resolver. Rusia fue citada repetidamente como probable culpable, tras las calculadas filtraciones de la Casa Blanca, pero sin establecer nunca un motivo claro para semejante acto de autosabotaje, más allá del castigo a Europa. Unos meses más tarde, cuando se supo que las autoridades rusas habían buscado discretamente estimaciones del coste de reparación de los oleoductos, el New York Times resumió la noticia como “complicadas teorías sobre quién estaba detrás” del ataque. Ningún gran periódico estadounidense profundizó en las amenazas contra los oleoductos formuladas previamente por Biden y la subsecretaria de Estado Nuland.

Aunque nunca quedó claro por qué Rusia querría destruir su propio y lucrativo oleoducto, el secretario de Estado Blinken ofreció una justificación reveladora de la acción ordenada por el presidente.

Preguntado en una conferencia de prensa el pasado septiembre sobre las consecuencias del empeoramiento de la crisis energética en Europa Occidental, Blinken describió el momento como potencialmente bueno:

“Es una oportunidad única para eliminar de una vez por todas la dependencia de la energía rusa y, por lo tanto, quitarle a Vladimir Putin el arma de la energía como medio para avanzar en sus designios imperiales. Eso es muy importante y ofrece una tremenda oportunidad estratégica para los años venideros, pero mientras tanto estamos decididos a hacer todo lo posible para asegurarnos de que las consecuencias de todo esto no las sufran los ciudadanos de nuestros países ni, para el caso, de todo el mundo”.

Más recientemente, Victoria Nuland expresó su satisfacción por la desaparición del más reciente de los oleoductos. En una comparecencia ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado a finales de enero, dijo al senador Ted Cruz: “Al igual que usted, me complace mucho, y creo que a la Administración también, saber que el Nord Stream 2 es ahora, como a usted le gusta decir, un trozo de metal en el fondo del mar”.

La fuente utiliza una expresión mucho más coloquial para calificar la decisión de Biden de sabotear más de 1.500 millas de oleoducto ruso-europeo cuando se acercaba el invierno. “Bueno”, dijo, hablando del presidente, “tengo que admitir que el tipo tiene un par de pelotas. Dijo que iba a hacerlo, y lo hizo”.

Cuando le pregunté por qué creía que los rusos no habían respondido, dijo cínicamente: “Quizá esperan tener la capacidad de hacer lo mismo que hizo Estados Unidos”.

“Es una bonita historia de primera página”, concluye la fuente. “Detrás había una operación encubierta que colocó a expertos sobre el terreno y equipamiento que funcionó con comunicaciones cifradas”

“El único fallo fue la decisión de hacerlo”.

————

Este artículo se publicó originalmente en inglés en Substrack.

Saint-Simonistas del sur: Prebisch y Furtado

Raúl Prebisch y Celso Furtado concebían a la economía como la antesala a etapas superiores de desarrollo: en el caso del brasileño, hacia la plena democracia; en el argentino, para alcanzar la autonomía geopolítica.

Por Nicolas Allen

La ideología del desarrollismo fue el consenso al que arribaron los gobiernos latinoamericanos en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial, cuando la recomposición del capitalismo global abrió la pregunta por el camino de las economías nacionales. Las respuestas, variadas según el caso nacional, partieron de una crítica común a la doxa neoclásica reinante: las «ventajas naturales» en el centro industrial y en la periferia agroexportadora —de tecnología y de recursos primarios, respectivamente— no eran ni ventajas ni naturales desde el punto de vista de la realidad periférica.

De acuerdo con Fernando Henrique Cardoso, el apogeo del periodo desarrollista entre 1950 y fines de 1960 representó el primer aporte original de América Latina al pensamiento económico. Forjado al calor de las grandes transformaciones sociales latinoamericanas de la posguerra, será un claro ejemplo de «las ideas en su lugar» en contraposición a las «ideas fuera de lugar» de Roberto Schwarz (Cardoso, 1977: 8). La historia intelectual hace hincapié además en una ambigüedad constitutiva del pensamiento desarrollista, cuya máxima expresión se alcanzó en los dos referentes de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (en adelante CEPAL). Torcuato di Tella considera que el economista argentino Raúl Prebisch «empezó y terminó como utopista, pasando por el largo sendero intermedio de la tecnocracia» (Botana et al., 1988: 12). El brasileño Celso Furtado, segundo al mando tras Prebisch en la CEPAL, incluye un epígrafe de Paul Valéry en el primer volumen de sus memorias que hace eco de esa misma concepción: «Nous sommes-nous pas une fantaisie organisée, une incohérence qui fonctionne, et un désorde qui agit?» [TR: ¿No somos acaso una fantasía organizada, una incoherencia que sirve, un desorden que funciona?].

Esa ambigüedad propia del desarrollismo se condensa alrededor de la imagen de la modernidad, como matriz organizativa de las sociedades americanas —el espíritu burocrático— y a su vez, como sociedad utópica lejana. H.W. Singer por su parte recuerda como el imperativo modernizador, emitido desde el Primer Mundo, fue reprochada de utópica en el Tercero: «los consideraron [a los de la CEPAL] un grupo de irresponsables y fanáticos, unos utópicos radicales a quienes solo les podían encomendar alguna rama intrascendente dentro de las instituciones internacionales» (Meier & Seers, 1984: 297).

Revisar tanto los encuentros como los desencuentros entre las dos figuras máximas del primer think tank continental nos permite trazar las distintas facetas de una ideología nacida bajo el signo de una dialéctica «ambivalente», entre la crítica de la modernidad como una universalidad incompleta y la puja por la progresiva realización de su totalidad mediante la integración de su «periferia» (Bauman, 2011). Por medio de su análisis será posible registrar en cada figura que nos interesa aquí una arista diferente de la polisemia que se desprende del desarrollismo en cuanto concepto; o sea, para decir con Reinhart Koselleck, su «semántica histórica». Sostenemos, por un lado, que Furtado se inspiraba en un caudal de ideas que se traducía en la acepción particular de desarrollo como sustituto laico para la más antigua noción de progreso civilizacional. En cambio, para Prebisch el desarrollo se declina como modernización weberiana, donde la planeación implica la progresiva racionalización del estado burocrático. Los dos intelectuales, en distintos grados, planteaban la economía como el escenario privilegiado de sus intervenciones y como la antesala a etapas superiores de desarrollo: en el caso de Furtado, hacia la plena democracia que tenia al desarrollo de las fuerzas productivas como condición previa; en lo que concierne a Prebisch, para alcanzar la autonomía geopolítica.

Inicios de la CEPAL

Fue en el año 1947 que la ONU comenzó a impulsar comisiones económicas regionales con metas de crecimiento especificas para cada territorio. Concebida en sus inicios para las regiones devastadas en la guerra, el Consejo Económico y Social de la ONU rindió antes las protestas de los miembros americanos y cedió la formación de una rama para el subcontinente (Dosman, 2008). Por cierto, el clima político posguerra propiciaba líneas argumentativas propicias: la destrucción de capitales por la Segunda Guerra Mundial o por la Gran Depresión, se sostenía, eran equiparables con el subdesarrollo inducido por el legado imperialista, remediables todos con algún «Plan Marshall». Como consta Carlos Altamirano, el desarrollismo surgió así como ideologema trasversal a todos los regímenes ideológicos, donde la mentalidad de les trente glorieuses se difundía con la lógica productivista-planificadora tanto en el bloque soviético como en el estado de bienestar, y incluso en el recién bautizado «Tercer Mundo» (Altamirano, 1998).

Esa nueva comisión, la CEPAL, se destacaba por las competencias políticas que la iban a colocar en relación estrecha y directa con varios gobiernos americanos. Entre 1949 y 1954, la CEPAL reunió a los más destacados economistas americanos para explicar la especificidad económica de la región. Ya en la segunda mitad del decenio, el caudal de técnicos custodiados por Presbich y Furtado había sentado la base de su propio credo desarrollista, una autentica “estructura de sentimiento” que pronto echara raíces en los gobiernos de Arturo Frondizi en Argentina, y Juscelino Kubitschek y João Goulart en Brasil.

Por cierto, la ilusión industrialista fue un tópico de larga data. Cabe remarcarse, como hace Christian Ferrer, que desde el siglo XIX hasta la actualidad casi no hubo un pensamiento utópico que no proyectara una forma de sociedad industrial como tipo ideal del futuro (Ferrer, 2011). En esta línea, el destacado precursor Alejandro Bunge había anticipado en la década del 20 que el esquema agropecuario exportador representaría una encerrona histórica para los países periféricos. Como antecedente más concreto, la crisis mundial de 1929 produjo una descolocación de las economías nacionales dentro del mercado mundial, enterrando los últimos vestigios del pensamiento librecambista finisecular. De ahí se abrieron, escribía Furtado en su Desarrollo y estancamiento, dos caminos posibles: la reversión a una economía autárquica construida sobre pilares precapitalistas —la agricultura y la artesanía—, o el camino de la industrialización y, con ella, la integración regional (Furtado, 1966).

Si bien muchos consideran la industrialización sustitutiva como sinónimo de la CEPAL, en rigor nació su inspiración a partir de una crítica a la industrialización periférica «realmente existente», de carácter excluyente y concentrado en cuanto a la distribución de los frutos de avances tecnológicos (Kay, 1991). Precisamente, el motivo para su fundación fue la cuestión de capital: como conseguirlo para dar inicio a la «fase intensiva» de la producción capitalista que alcanzara a todos los sectores económicos, y no solo los más avanzados. Mientras Furtado y Prebisch a ese fin habían propuesto una industrialización programada con una dosis de proteccionismo, el gradualismo implícito en ese planteo se fue transformando a lo largo de la década en los programas de desarrollo más acelerados de Rogelio Frigerio en Argentina y en el plan de «50 años en 5» de Kubitschek en Brasil (Altamirano, 1998; Schwarcz & Starling, 2015). Sin suficiente capitalización, se argumentaba, la brecha tecnológica entre centro y periferia volvería insuperable. Así hacia fines de la década de los años 50 e inicios de los 60 varios países latinoamericanos pactaron con las recién consolidadas multinacionales y tomaron préstamos del Banco Mundial. El pensamiento desarrollista, así nacido, se bifurcó en dos tendencias enfrentadas: una, la intervención estatal como clave del desarrollo —la opción preferida por Prebisch—, y otra, favorecida por Furtado, que planteaba la inversión de capitales extranjeros, subordinado al capital local, como fuerza propulsora (Wasserman, 2008).

Las ideas vertebrales de la CEPAL se plasmaron en El desarrollo económico de la América Latina y algunos de sus principales problemas (1949), conocido informalmente como el «Manifiesto Prebisch». El principal problema radicaba en lo que Prebisch diagnosticó como «el deterioro en los términos de intercambio». En otros términos, era la difusión desigual de tecnología: los productos primarios de la periferia tienen una menor elasticidad que las manufactureras del centro, y ante una caída de precios, el primero no goza un aumento de demanda compensatoria como sí es el caso del segundo. Sumando a ese cuadro volátil el contraste laboral entre el centro, donde altos niveles de sindicalización garantizaban la retención de buena parte de la productividad, y que la sobra de mano de obra del sector rural deprimía los salarios de la periferia, era evidente que el comercio internacional no solo perpetuaba la asimetría entre el centro y la periferia sino que también la profundizaba.

La Guerra Fría constituyó un telón de fondo hostil en donde cualquier teoría disidente podría ser rápidamente interpretada como «alineamiento». El golpe de Estado en Guatemala de 1954 fue señal de advertencia: Prebisch observó mientras uno de los faros continentales del programa modernizador fue intervenido por la CIA, bajo el pretexto de que el Partido Comunista guatemalteco había integrado la coalición reformista encabezado por Jacobo Árbenz. De esta manera el desarrollismo se encontró tensionado entre las dos potencias mundiales en conflicto. Furtado reflexiona sobre la improbabilidad de la existencia de la CEPAL en medio de la oleada anticomunista:

[C]irculavam notícias […] de que estava para chegar um emissário do Departamento do Estado […] a probabilidade de sobrevivência era pequena […] Dada a magnitude dos interesses em confronto naqueles momentos. [Circulaban noticias […] de que estaba por llegar un emisario del Departamento del Estado […], la probabilidad de sobrevivencia era pequeña […] [d]ada la magnitud de los intereses en confrontación en aquellos momentos.] (Furtado 2014, 247)

Rechazando la subordinación a Washington, Prebisch y Furtado también se habían pronunciado en contra del modelo soviético de planificación. En ese sentido, la CEPAL contemplaba la posibilidad de que el altercado entre el Oeste y el Este —la Guerra Fría— sea desplazado en América Latina por una teoría fundamentada en el eje Norte/Sur.

Nuevas herejías

El pensamiento anticíclico de John Maynard Keynes representó el principal insumo intelectual para la CEPAL. Aún así, en la cumbre de Bretton Woods de 1944 el economista británico falló contra las economías nacionales subdesarrolladas, alegando que «no [tenían] nada para contribuir» en el debate sobre la reestructuración económica global (Dosman, 2008). El economista tucumano Prebisch tuvo la distinción de ser expresamente prohibido de la Cumbre por orden del Departamento del Estado de los Estados Unidos, una oposición que Washington quiso levantar otra vez cuando Prébisch fue elegido para tomar el cargo de Secretario de la CEPAL (Dosman, 2008; Prashad, 2007). Con razón el nuevo hegemon global se mostraba nervioso: el «caudillo intelectual», como lo apoda Joseph Hodara, planteaba que el subdesarrollo era un fenómeno político–cultural, no fatal-evolutivo, y una estructura modificable por la voluntad de los hombres. Esta caracterización también da cuenta del rasgo más distintivo de la CEPAL: su vocación tecnocrática antes que científica, donde la pretensión de crear teorías y modelos se desvanece ante un voluntarismo utópico que se inscribe dentro de una tradición intelectual que remonta a Saint-Simon en el siglo XIX y Thorstein Veblen en el XX.

Su actitud frente a las «élites de poder» le valió a Prebisch el apodo «heresiarca», término con el cual el brasileño Furtado bautizó la iconoclasia del par argentino en su búsqueda de una contra-teoría a la dominante, de «las ventajas competitivas» de tipo ricardiana (Furtado, 2014). La visión de Prebisch se plasmó en el paradigma centro-periferia, el planteo de que tanto el desarrollo como el subdesarrollo constituyen un proceso único y que las desigualdades se reproducen a través del comercio internacional. Según esa perspectiva, el patrón de desarrollo en la periferia, el «desarrollo hacia fuera», significaba que la región carecía de autonomía propia, siempre condicionada por el desarrollo del centro. Como agregará Furtado años después, ese desafío al libreto liberal fue el anuncio de una incipiente teoría antimperialista (Furtado, 2014).

El intelectual nordestino había integrado a la CEPAL primero como combatiente de la Segunda Guerra Mundial con la Fuerza Expedicionaria Brasileña y luego como investigador doctoral en Economía de la Sorbona. Su incorporación significó una ampliación de la prédica cepalina en términos de su óptica socio-histórica: como deja en evidencia su obra maestra de 1959 Formação Economica do Brasil [Formación Económica de Brasil], Furtado partió de la historia universal y el longue dureé en sus estudios. De ese modo, el pensador brasileño Celso Furtado pudo señalar entonces y a lo largo de su carrera que el subdesarrollo no era una etapa previa al desarrollo, sino un aspecto particular de desarrollo capitalista, desarticulado y con rasgos de economía dual donde conviven islas de alta productividad en un mar de pobreza y atraso tecnológico. (Furtado, 1964). Como uno de los principales afluentes de la posterior corriente dependista, Furtado pondría el acento en los patrones de consumo como factor determinante en el subdesarrollo. La tecnología importada para producir bienes de consumo acentúa la situación de dependencia, mientras el carácter intensivo del capital tiende a concentrar los ingresos y aumentar el superávit de la mano de obra. En ese esquema, el crecimiento tiende a aumentar tanto la dependencia como la explotación, y por ende el subdesarrollo, ahora entendido como la desigualdad propia de la sociedad periférica.

La formación del heresiarca

Cuando Prebisch ascendió al cargo de Secretario de la CEPAL en 1950, ya era una rara avis: hasta 1943 había manejado la economía argentina de manera casi exclusiva, y, entre tantos destacados economistas, era el único sudamericano de renombre internacional. Esa fama no le ahorró la reputación que había sembrado en la Republica Argentina como asesor de la Sociedad Rural Argentina y luego como director-fundador del Banco de la Nación durante la Década Infame: jamás pudo disociarse completamente de los regímenes conservadores. El contraste entre la notoriedad conservadora que le fue acordado por su rol en la política local y su aceptación progresista tras sucesivos periplos por la CEPAL y después por la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) forma un verdadero leitmotiv en la biografía intelectual del tucumano.

La presencia del Estado arbitral en el pensamiento prebischiano marca un núcleo estable en medio de diversas influencias: el joven Prebisch mostró simpatía por los bolcheviques en cuanto pudieron desde el Estado engendrar una nueva sociedad. Del filósofo italiano Vilfredo Pareto retomó el concepto -archí-liberal- de la política como querella entre elites con el Estado como escenario privilegiado. Tulio Halperin Donghi incluso detecta una admiración por el monarquismo ilustrado (Halperin Donghi, 2007). Otra influencia destacable fue la filosofía georgista, donde el acento puesto en la redistribución de la renta como acto fundacional de la comunidad nacional vino a ser una pieza clave en el impuesto a la renta que Prebisch impulsó en su rol de Subsecretario de Hacienda bajo la presidencia provisional de Gral. José Félix Uriburu (pariente materno de Prebisch) (2007).

Si el contexto dictatorial de la década de los años 30 influyó en Prebisch la idea del soberano ilustrado como la mejor opción posible, el nacionalismo de Prebisch siguió un curso igualmente pragmático. Consideremos el hecho de que ya a principios de la década de los años 20 con la Sociedad Rural había empezado a acuñar la dicotomía centro/periferia. De esa manera, su visión nacionalista reclamaba que la política proteccionista del sector agropecuario sea extendida más allá del conjunto de países industriales en Europa Occidental y los aliados estratégicos de Washington. Aunque su colaboración con la SRA le ganara la enemistad de la izquierda argentina –para Arturo Jauretche, el economista siempre será un defensor de la primarización de la economía argentina-, queda en evidencia que Prebisch pretendía introducir en el sector terrateniente pampeano un sentido de clase que correspondería a una elite dirigencial comprometida con el bien común de la nación. En efecto, el armado de carteles de precios agropecuarios que Prebisch había militado en esos años fue lo que años después sería la formación del OPEP y la promoción transitoria de «una democracia petrolera», llamado Movimiento de Países No Alineados (Prashad, 2008).

Ocupando un pedestal entre titanes de la economía política como Keynes y el Ministro de Economía alemana Hjalmar Schacht, el argentino fue la encarnación latinoamericana más acabada de una fe ascendiente: la disciplina económica como destilación de la «ciencia del estado». Como lo explica Halperin Donghi, la creación del Banco de la Nación fue la consagración del estado argentino como “demiurgo: que se organiza a sí mismo mientras forja una sociedad nueva (Halperin Donghi, 2015). Tampoco es de extrañar que esa afirmación acompaña a Prebisch en la escena internacional, donde a través de la CEPAL y la UNCTAD intentará repetir el mismo ademán al nivel supra-estatal. Esa «estadolatría» puede explicar parte las ambivalencias políticas que le perseguiría como figura publica, o representante del régimen conservador o defensor de la causa del Tercer Mundo; el equivalente sureño del progresista Keynes, fue a menudo emparejado con el director de la economía del Tercer Reich. Como diría el mismo Prebisch: «Yo no soy un político. Soy un tecnócrata y creo en la tecnocracia, y los técnicos son neutrales en la política» (Dosman, 2008: 95).

El pupilo

El joven Furtado —casi veinte años más joven que el célebre Prebisch cuando los dos economistas se conocieron en Santiago de Chile— luchó contra el fascismo en Europa y fue el recipiente del premio Franklin D. Roosevelt por un ensayo sobre la democracia. Volvió a encontrarse en Brasil de 1945 con la salida de Getúlio Vargas y la ascendencia del «Udenismo» (União Democrática Nacional), un programa político que parecía promisorio de una apertura democrática institucional. Las memorias que Furtado escribirá años más tarde (A fantasia organizada; A fantasia desfeita) están atravesados por las preocupaciones respecto a la herencia autoritaria brasileña, y dejan ver entre tendencias autoritarias en competencia que el brasileño había llegado a la conclusión de que la socialdemocracia era el formato político que calzaba con el programa desarrollista. Notable entre los recuerdos es la fijación de Francia como ejemplo modélico: por su manera de reconstruir la economía posguerra sobre la base de una fuerte democracia social y, ejemplificado en la figura de De Gaulle, su afán de mostrarse independiente respecto al nuevo poder global hegemónico, los Estados Unidos. Las memorias dejan constancia de algunas curiosidades: ideas del marxismo y existencialismo parisino; la influencia de Fernand Braudel y la Escuela de los Annales.

A diferencia del espíritu burocrático de Prebisch, Furtado encarnaba la ideal de la intelligenstia en su acepción mannheimiana. Mientras el argentino concibió su deber en términos técnicos, Furtado encaró su tarea intelectual en términos de un promulgador de cambio social, cuya intervención podría iluminar la realidad brasileña e iniciar una refundación democrática (Halperin Donghi, 2015). Por cierto, la variante del estructuralismo perteneciente al brasileño ponderaba aspectos en que el argentino jamás mostró interés: Furtado había previsto que las altas tasas de productividad procurados por las medidas desarrollistas podrían liberar un conflicto sobre el destino de la distribución (de salarios) y redistribución (por impuestos) de la riqueza, y con ello, tensionar la democracia a favor de tendencias autoritarias. Esas ponderaciones revelan un pensamiento donde la dimensión política mantiene cierta autonomía respecto a la economía.

El nativo de Paraíba tuvo una formación humanística y compartía con otros brasileños cultos de la época un marcado interés en la identidad nacional, un tópico que en el caso argentino tendía a fundirse con el problema de la modernización. Los inicios intelectuales de Furtado, plasmados en su tesis doctoral «A economia colonial do Brasil nos séculos XVI e XVII» [La economía nacional de Brasil en los siglos XVI y XVII], retoman preocupaciones contemporáneas sobre el destino histórico brasileño. Junto con Caio Prado Junior, se suma a una línea historiográfica que esgrimía con la «tesis de feudalismo» tan corriente entre partes de la izquierda prosoviética y ciertos pensadores de la modernidad brasileña: la macroperspectiva propuesta por Furtado insistía en la conformación del país como eslabón colonial dentro sistema-mundial capitalista. Con esta trayectoria, era lógica que a Furtado le iba corresponder dentro de la CEPAL agregarle ropaje histórico a los planteos sincrónicos del maestro (Furtado, 2014).

Tal vez el contraste mayúsculo con Prebisch sea por el halo progresista del brasileño. En 1959 Furtado, desde la Superintendência do Desenvolvimento do Nordeste [Superintendencia del Desarrollo del Nordeste], tradujo la óptica cepalista del subdesarrollo a la escena nacional, adaptando sus ideas para comprender la desigualdad en el ritmo de desarrollo entre el próspero sudeste y el atrasado nordeste del país. Lograr convertir la región más indigente y postergada de la República en una entidad política de gran peso nacional fue sin duda uno de los logros del brasileño, aunque, al igual que sucedío con Prebisch, ese legado sería sometido a una contundente crítica de la izquierda brasileña: las crecientes actividades de las Ligas Camponesas en la zona dejó en evidencia que el programa reformista encontró en el órgano rural del Partido Comunista Brasileño un importante rival cuyo reproche -que la SUDENE sirvió para la expansión capitalista brasileña y que representaba los intereses industriales del sudeste- parece tener cierto fundamento (Olivieira, 1977).

El tablero político

Prebisch asumiría el puesto de director del organismo en 1950 tras su fallida postulación como miembro del Fondo Monetario Internacional. En rigor, Prebisch había caído victima de un intricado complot geopolítico: en 1949 Washington se había propuesto un fugaz acercamiento a Juan Domingo Perón, cuya antipatía mutua con Prebisch fue motivo suficiente para frustrar su nominación al FMI; no obstante la oposición desde Argentina, parece que la protesta de parte del gobierno brasileño de Gaspar Dutra y los primeros destellos de la histeria anticomunista en Washington hubieran logrado el mismo efecto (Dosman, 2008). La relaciones entre Prebisch y Brasil cambió a partir de 1951 cuando Getulio Vargas asumió el papel de defensor de la Comisión y hasta salió en su defensa ante la ofensiva de los EEUU. Prebisch había señalado en varias ocasiones su estimación del líder del Estado Novo quien había protagonizado la modernización en el campo económico del país (Halperin Donghi, 2015). En ese sentido, Furtado cobró importancia dentro del grupo, siendo cabecilla de la llamada «sección roja» de la CEPAL y director del Departamento de Desarrollo. En concreto, fue la presencia de Furtado que impulsó la primera aproximación entre Prebisch y Brasil, sentando la base para lo que sería el cruce entre asesoramiento técnico y una política económica desarrollista. En una visita al país acompañado por Furtado en 1951, Prebisch vaticinó que la economía brasileña sería ejemplo del programa desarrollista del futuro, y los diarios de San Pablo respondieron que el tucumano era «el símbolo vivo de la industrialización latinoamericana» (Dosman, 2008: 284).

Desde el palco de la Fundación Gétulio Vargas, el economista y viejo colega de Prebisch, Eugenio Gudin despotricaba contra la CEPAL. La «mística de planificación» de la CEPAL, insistía Gudin, pretendía suplantar la iniciativa privada con un modelo que quisiera desdeñar las leyes económicas universales. Gudin, en privado con Furtado, comentó que los cepalistas hubieran sido novelistas antes que economistas (Furtado, 2014). En Argentina, pese a cierta similitud con la política económica del gobierno peronista, el organismo encontró una oposición rotunda. Prebisch guardaba rencor por la estatización de su Banco Nacional en 1946 bajo Perón, cuya política industrial Prebisch encontró incoherente. La CEPAL también representó un parteaguas entre viejos colegas: Federico Pinedo, el ex- compañero de Prebisch durante el gobierno de facto Agustín P. Justo, había empezado a cuestionar los fundamentos teóricos del grupo (Altamirano, 1998). Según Pinedo, el equívoco de la doctrina cepalista fue en suponer que las economías latinoamericanas eran homogéneas y abordables con una perspectiva única. Pero la crítica de Pinedo da cuenta de una herida narcisista, y que el espectro del subdesarrollo había alterado la autoconcepción del país rioplatense que guardaba recuerdos de ser una potencia económica mundial.

1955 marcó un punto de quiebre en la relación entre Furtado y Prebisch. Parece, en parte, que Furtado no reconocía en «El Plan Prebisch» una coherente aplicación del credo desarrollista, sino un calco de los preceptos del FMI donde, en cambio, Prebisch tenía que seguir las líneas de Francia en su recuperación económica posguerra (Dosman, 2008). Furtado pronto dejaría la CEPAL, cuando Prebisch optó por suprimir un informe elaborado por el brasileño sobre la economía mexicana que discrepaba con algunos puntos del programa cepalista. El desacuerdo dejó en evidencia caminos bifurcados: Furtado se mostraba cada vez más preocupado de que la visión de Prebisch no sopesaba la cuestión nacional. Así, en 1958 el brasileño asumió un puesto en la administración pública con el gobierno de Juscelino Kubitschek, y luego con João Goulart. Con su enfoque puesto en la periférica zona del nordeste, se culminó una tendencia a pensar la especificidad de la región en un sentido más radical que aquel contemplado por Prebisch.

El argentino, por su parte, no volvería al país que ya había acogido las lecciones desarrollistas bajo el liderazgo del presidente Frondizi y su Secretario de Relaciones Económicas Rogelio Frigerio. Frigerio discrepaba con Prebisch sobre el itinerario para alcanzar una plena industrialización, pero sobre todo objetaba a la injerencia del organismo internacional. De ese modo, los años pos-CEPAL encontraron a Prebisch alejándose de la planificación económica en su recorte nacional, acercándose más a las iniciativas centradas en la ONU. Su ascenso al puesto de secretario general de la UNCTAD -organismo responsable por elevar los intereses comerciales del tercer mundo frente a los carteles financieros del primer mundo- muestra el camino inverso a Furtado: para que las economías nacionales de la periferia alcancen pleno desarrollo, era necesario intervenir en las reglas del comercio internacional desde las nuevas instituciones reguladoras (como el GATT, y posteriormente el OMC).

Una fantasía organizada

Si el desarrollismo vino a ser el programa para poner fin al atraso, la desigualdad y la dependencia, el correlativo fue la postulación de una identidad común: los pueblos subdesarrollados. Según la canónica formulación de Antonio Cândido, esa «consciencia de subdesarrollo» típica de los años 50 fue dialécticamente ligada a la puja para superar el subdesarrollo de la conciencia (1989). Como hemos notado previamente, el desarrollismo nació bajo un signo ambivalente, de esa puja por la emancipación intelectual pero a partir de un dogma plenamente antagónico, es decir, de «la transformación total de las culturas y formaciones sociales de tres continentes de acuerdo con los dictados de las del llamado Primer Mundo» (Escobar, 2007: 11).

Con la corriente marxista de la nueva teoría de dependencia, era posible tildar a Prebisch y Furtado de reformistas. Los dos asumirían de modo de autocrítica alguna parte de esa perspectiva. Como reconoce Prebisch, el error estuvo «en resistir los cambios necesarios a la estructura social» (Prebisch, 1980: 15). Por cierto, Furtado, el más avanzado de los dos por sus consideraciones sociales, no llegó a contemplar seriamente la reforma agraria desde la superintendencia del SUDENE en el nordeste de Brasil. Mientras el énfasis cepalista en el comercio global como fuente de subdesarrollo dio paso a una mirada centrada en las relaciones sociales de producción, también la crítica del capitalismo en su variante liberal se iba desplazando por una teoría crítica marxista del capitalismo tout court.

Al emitir un juicio sobre el legado de Furtado y Prebisch, vale recordar que en sus recorridos internacionales se enfrentaban a los popes de la teoría neoclásica y también con las «teorías de modernización» en alza durante la primera época de la CEPAL. Como W.W. Rostow sostenía, los países desarrollados eran tales debido a su «espíritu moderno» y que el desarrollo industrial era su destino histórico; a los países en vía de desarrollo, en cambio, les correspondería primero superar su «tradicionalismo» antes de implementar un programa industrial (Rostow, 1960). Argumentación que, con fuertes ecos werberianos en lo que respecta a la modernización y el «espíritu puritano», encontró réplica en Prebisch y Furtado.

Prebisch sentencia en su manifiesto que la industrialización tiene como fin la autonomía regional, y un modo pragmático de salir del círculo vicioso del desarrollo. La industrialización, sostenía Prebisch, «no es […] un fin en sí misma», sino el único medio de captar el progreso técnico y elevar «el nivel de vida de las masas» (Prebisch, 1949: 6). El capitalismo de masas que Furtado y Prebisch habían pregonado se fundamentó en que con inversiones estatales y la promoción del desarrollo económico pueda surgir un mercado popular con productos accesibles para la mayoría de la población y una redistribución relativa de las riquezas. A mediados de los ‘60, el surgimiento de los estados burocráticos-autoritarios en Argentina (1966) y Brasil (1964) significó que los estados desarrollistas quedaran truncos, y que la posible viabilidad del programa desarrollista se redujera a una mera conjetura histórica.

 

Discusiones en la izquierda latinoamericana

Por Claudio Katz

El futuro de la región no depende sólo de la lucha social, la confrontación con la derecha y los desengaños con el progresismo de baja intensidad.

También será determinado por la consolidación de alternativas políticas de izquierda, que demuestren inteligencia y capacidad para lidiar con las complejas disyuntivas que se avecinan.

Sólo esas vertientes podrían abrir un curso superador de la nueva oleada de gobiernos de centroizquierda, mediante dinámicas de radicalización política. Ese curso permitiría desenvolver la perspectiva anticapitalista que requiere un proyecto emancipador.

JUSTIFICACIONES DEL PROGRESISMO

Para forjar un rumbo de victorias populares hay que exponer los cuestionamientos al progresismo sin vergüenza, timidez o culpa. Ninguna de esas críticas favorece a la derecha, si es expuesta desde un campo de confrontación con las fuerzas reaccionarias y en un frente de batalla contra ese enemigo principal. No se puede construir un proyecto popular en silencio o con maniobras que eludan el debate. Los caminos alternativos no brotarán en forma espontánea, sin clarificar divergencias, ni asumir el costo de incomodar a los propios aliados.

La forma más corriente de soslayar este desafío es la presentación de los gobiernos progresistas como acontecimientos auspiciosos, en comparación a las opciones reaccionarias. Esa obviedad debería ser simplemente señalada como punto de partida, para evaluar las enormes falencias de esas administraciones. Pero esta segunda parte del problema es frecuentemente omitida, a la espera que el propio curso de la vida política corrija las carencias de esos gobiernos. Esa expectativa carece de asidero, puesto que el simple paso de tiempo suele agravar esas insuficiencias.

Sólo encarando una acción decidida contra las capitulaciones de los mandatarios de centroizquierda, se puede evitar la canalización derechista del descontento popular. Esa captura por parte de las fuerzas conservadoras es muy probable, si no existen alternativas de izquierda construidas con propuestas oportunas y factibles. Este último curso se forja en la polémica con los desaciertos del progresismo.

Es evidente, por ejemplo, que el triunfo de la derecha en el plebiscito de Chile demostró la capacidad de los lideres conservadores, para difundir mentiras y ocultar sus propias trayectorias. Pero esos engañosprosperaron por el vacío imperante en el otro bando, como consecuencia de incontables capitulaciones.

Esas agachadas son la tónica predominante en el progresismo light, que no inicia las rupturas pendientes con el neoliberalismo. El esperado avance hacia un estadio posliberal no se consumó en el ciclo anterior, ni irrumpirá en la oleada actual, si persisten las políticas de sometimiento a las clases dominantes. Estas adversas orientaciones deben señalarse para conquistar las metas del movimiento popular.

Una forma habitual de soslayar este problema es el elogio al progresismo cuando obtiene triunfos y el silencio ante los escenarios inversos. En el primer caso se comparte acertadamente el gran fervor que suscitan las buenas noticias. Pero lo más importante son los pronunciamientos en la adversidad. Aquí no basta con reproducir la descripción de lo sucedido. Hay que exponer abiertamente las causas del retroceso que generan las políticas de perpetuación del status quo (Aznárez, 2021).

MIRADAS COMPLACIENTES

Lo ocurrido en Argentina ilustra las negativas consecuencias de convalidar la sumisión del progresismo a los poderosos. Toda la gestión de Alberto Fernández estuvo signada por ese sometimiento, desde su renuncia a expropiar una estratégica y quebrada empresa de alimentos (Vicentin). Posteriormente suscribió un acuerdo con el FMI que afianzó el modelo actual de deterioro salarial, desigualdad y precarización. Favoreció a los grandes exportadores en desmedro del desarrollo interno y aceptó las presiones de la derecha para preservar el poder de una casta judicial, sostenida por los grandes medios de comunicación.

Los críticos de ese rumbo dentro de la coalición oficialista expusieron muchas quejas, pero no ofrecieron otro camino. Nunca exhibieron decisión para revertir la impotencia gubernamental. Al contrario, paulatinamente transformaron sus objeciones en meras justificaciones. El argumento más frecuente de esa convalidación fue la ¨adversidad de las relaciones de fuerza¨ para confrontar con la derecha y cumplir con el electorado. Afirmaron que Alberto debió aceptar los chantajes del poder dominante por la ausencia de un contrapeso equivalente en el campo popular (Aleman, 2022).

Pero esa mirada describe las relaciones de fuerzas como un dato dominante e invariable del escenario político, como si hubiera sido depositado en ese contexto por alguna mano divina. Se omite señalar que los presidentes, ministros y legisladores de un gobierno, no son ajenos a esa puja entre contendientes. Los protagonistas de la vida política forjan o socavan con su acción cotidiana, el balance de fuerzas con los antagonistas. El inmovilismo y la mansedumbre de Fernández influyó directamente en la generación de un marco favorable a los derechistas. Si se divorcia esa actitud de sus consecuencias, lo sucedido en Argentina se torna inexplicable.

Los justificadores de la rendición del gobierno avalaron también el acuerdo con el FMI, repitiendo la extorsión difundida por la derecha para forzar ese compromiso (¨nos quedamos fuera del mundo¨). En lugar de subrayar las nefastas consecuencias de ese convenio, propagaron fantasías sobre su viabilidad (¨podemos pagar, crecer y distribuir¨). Además, el deterioro del nivel de vida que generó ese pacto fue equivocadamente atribuido a otras causas, como la pandemia o la guerra (Katz, 2021).

Esa postura de resignación ante los financistas determinó la acotada resistencia en las calles contra los acreedores. El broche final de esa inacción fue la aprobación legislativa (en forma explícita o disimulada) de un fraude que hipoteca el futuro de varias generaciones.

Muchos progresistas reconocen las terribles consecuencias de esa política oficial, pero relativizan sus efectos en comparación al virulento ajuste que propicia la derecha. Pero en esa caracterización escinden ambos cursos, como si conformaran dos universos desconectados. Lo cierto es que la capitulación del gobierno facilita los atropellos de los neoliberales. La derecha ha recuperado pujanza electoral por el desengaño que generó el oficialismo.

Los desaciertos del progresismo son también justificados con apreciaciones sociológicas. En Argentina es muy frecuente culpar a toda la ¨sociedad¨ en forma indistinta por las agachadas que consuma el oficialismo, como si los gobernados tuvieran la misma responsabilidad que los gobernantes en las decisiones de una gestión. Con ese razonamiento se intenta explicar las consecuencias políticas negativas del rumbo gubernamental.

Un planteo semejante fue expuesto en Brasil durante la década pasada para evaluar la desilusión con el PT. Se afirmó que esa decepción fue consecuencia de la irrupción de una nueva clase media con valores individualistas. El consumismo de ese segmento habría afectado al gobierno que facilitó la propia mejora de ese sector. Esa paradójica sanción a los padrinos de un ascenso social fue enunciada como la principal determinante del retroceso sufrido por el lulismo (Natanson, 2022).

Pero ese abordaje situó un problema político en el diferenciado universo de las conductas sociales. De esa forma se eludió indagar la responsabilidad de los gobernantes en la pérdida de influencia sobre sus viejos adherentes (Katz, 2015:173-176). Este balance tiene enorme actualidad en el comienzo del tercer mandato de Lula. Si en esta nueva oportunidad se repiten las políticas favorables al gran capital, volverán a emerger las frustrantes consecuencias de esas orientaciones.

PROBLEMAS DEL “POSPROGRESISMO”

El generalizado resurgimiento de gobiernos de centroizquierda refuta el influyente diagnóstico de extinción de esa vertiente que expusieron muchos analistas. Resaltaron un ocaso definitivo de la centroizquierda que ha quedado totalmente desmentido,

De esa evaluación también surgieron convocatorias a forjar proyectos “posprogresistas”, con acertadas críticas a las limitaciones de esas experiencias (Modonesi, 2019). Pero esas objeciones incluyeron caracterizaciones muy discutibles de esos gobiernos.

Particularmente polémica fue la tesis de una “revolución pasiva” consumada por esas administraciones, para apuntalar nuevos modelos de las clases dominantes, disciplinando o desmovilizando a las clases subalternas. Esa mirada objetó el postulado opuesto de un “empoderamiento popular” incentivado por esos gobiernos.

En los hechos no prevaleció ninguna de esas dos situaciones contrapuestas. Los pueblos no asumieron el control del sistema político, pero tampoco fueron inmovilizados o anulados como sujetos activos. En realidad, se verificó una variedad de escenarios en los distintos países de la región.

El protagonismo popular conquistado en Bolivia nunca se diluyó, la presencia callejera de los sindicatos y los movimientos sociales argentinos tampoco se extinguió y el indigenismo ecuatoriano retomó la iniciativa una y otra vez. Por el contrario, en Brasil se registró un efectivo reflujo de la acción popular, pero sin derivar en la estabilización de la derecha.

Es cierto que la restauración conservadora advino por las frustraciones que generaron los gobiernos progresistas. Pero ese negativo impacto no sepultó el largo ciclo de luchas populares, que desembocó en las rebeliones de los últimos años y en la presencia de un renovado contexto de centroizquierda gobernante. El desalentador diagnóstico del “posprogresismo” no condice con esta realidad.

Si la experiencia de la década pasada hubiera desembocado en la regimentación o en la desmoralización de los pueblos, América Latina afrontaría un cuadro de inactividad por abajo y no de revueltas. Tampoco se habría verificado un retorno tan generalizado del progresismo al gobierno. En la dinámica de la “revolución pasiva”, esa modalidad habría desaparecido o empalmado con alguna vertiente de la restauración conservadora.

La ultraderecha justamente irrumpe con furia en la actualidad contra el progresismo, porque esa fuerza persiste como un oponente de los grupos reaccionarios. América Latina no ingresó en un período “posprogresista”, sino en un nuevo round de la experiencia anterior.

Estas evaluaciones son importantes para recordar que la opción de la izquierda se forja subrayando que la derecha es el enemigo principal y que el progresismo falla por impotencia, complicidad o cobardía frente a su adversario. De ninguna manera se asemeja a las corrientes reaccionarias. Esta distinción es clave y su omisión obstruye la gestación de una alternativa.

El desconocimiento de este principio fue el principal problema que afrontó en la década pasada la tesis del Consenso de Commodities. Ese enfoque ponía un signo de igual en todos los gobiernos de la región por su compartido aliento a la exportación de materias primas.

Con esa mirada se equiparaba a las administraciones enfrentadas y sometidas a Estados Unidos. Se asemejaba también a los gobiernos en conflicto con los amoldados a las clases dominantes y finalmente se igualaba a los mandatorios sensibles a las demandas de los empobrecidos, con los presidentes manejados por los enriquecidos. Todos quedaban identificados en el mismo casillero por la mera prioridad que asignaban a la explotación de los recursos naturales. Con esa miopía, Evo Morales, Macri, Chávez, Uribe, Lula, Piñera, Correa, Bolsonaro o Kirchner eran colocados una misma bolsa de gobiernos extractivistas (Katz, 2015: 63-75).

Los errores de esa evaluación deben ser asimilados en el nuevo período. La experiencia de la década pasada fue muy aleccionadora y ahora corresponde distinguir con criterios políticos, a los gobiernos de centroizquierda de sus enemigos derechistas. Esa diferenciación es decisiva para desenvolver estrategias que permitan el avance de la izquierda.

MÉXICO Y ECUADOR

La tesis de una etapa ya ulterior al progresismo es expuesta a veces a partir de la experiencia mexicana, en una polémica con el rol jugado por el nuevo gobierno de AMLO en la conjura de las luchas de Ayotzinapa y los movimientos del 2014 (Oprinari, 2022).

Las críticas a los desaciertos de esa administración abarcan un amplio número de tópicos económicos, sociales y geopolíticos (Aguilar Mora, 2023). Pero a diferencia de los precedentes sudamericanos, el progresismo en ese país es un acontecimiento muy reciente que incluye mejoras, expectativa popular y capacidad de movilización contra la derecha.

Las caracterizaciones que acertadamente subrayan las significativas diferencias de AMLO con sus enemigos de la reacción, estiman que ese mandatario presenta un perfil de bonapartismo progresivo (Hernández Ayala, 2023).

Su consolidación en la centroizquierda se ha consumado, frente al techo que alcanzó al cabo de 28 años la experiencia alternativa del zapatismo. En el pico de su popularidad (2001), esa vertiente reunió multitudes en la principal plaza del país. El declive posterior estuvo signado por el aislamiento en campañas auto centradas. Ese curso permitió su consolidación en varias comunidades indígenas, pero diluyó su peso como referencia nacional. La presentación de AMLO como un enemigo equivalente a las tradicionales fuerzas conservadoras contribuyó a ese debilitamiento (Hernández Ayala, 2019).

Estas dificultades presentan un estrecho parentesco con los problemas del enfoque autonomista, que en la década pasada contrapuso la dinámica contestaria de los movimientos sociales, con el amoldamiento de los gobiernos de centroizquierda al status quo. Ese contrapunto inspiró la teoría de “cambiar el mundo sin tomar el poder”, que no pasó la prueba de alguna experiencia exitosa en la región. En ningún país se demostró la factibilidad de concretar conquistas sociales o avances democráticos, soslayando la disputa por el poder luego de acceder al gobierno.

En esa mirada se inspiró también la errónea identificación de las administraciones progresista con sus enemigos de la derecha. Esa equivalencia tuvo consecuencias electorales negativas, cuando implicó convocatorias al voto en blanco, en las disputas entre ambas fuerzas.

El caso más reciente de este desacierto se registró en el balotaje ecuatoriano entre el progresista Arauz y el derechista Lasso. El llamado al voto nulo permitió la conversión del candidato de las fuerzas reaccionarias en presidente del país. Por ese resultado, Ecuador quedó marginado del mapa centroizquierdista que impera en Sudamérica.

Ese caso confirmó cuán equivocada es la equiparación de las dos fuerzas diferentes, como variantes análogas de una misma dominación de los poderosos. Un gobierno que frustra las expectativas populares no se asemeja a otro que reprime manifestaciones, encarcela dirigentes y asesina a los militantes. Salta a la vista la mayor adversidad de este segundo escenario para cualquier proyecto popular.

Es cierto que la hostilidad de Correa hacia los movimientos sociales y su estrategia de transformaciones por arriba (“revolución ciudadana”) crearon un fuerte resentimiento en grandes sectores populares. Pero esas tensiones no justifican la neutralidad electoral frente al enemigo derechista. Se ha corroborado que la izquierda no puede apuntalar su propio proyecto, facilitando el triunfo de personajes tan reaccionarios como Lasso.

La fulminante derrota del presidente ecuatoriano en los comicios de medio término confirma ese diagnóstico. Lasso fue aplastado por el correísmo -con un alto número de votantes- en las principales ciudades y provincias. Los electores sepultaron además el referéndum sobre la seguridad, que el mandatario introdujo con improvisada demagogia para conquistar adhesiones. El resultado de estas elecciones sintoniza con las tendencias políticas imperantes en toda la región y corrobora el desacierto previo de la postura abstencionista.

DEFINICIONES TÁCTICAS EN BRASIL

La postura de la izquierda frente a la segunda vuelta electoral se ha transformado en un problema muy corriente por la frecuencia de esos balotajes. En muchos casos, esas definiciones de la presidencia incluyen un gran protagonismo de la ultraderecha. Esa gravitación, tuvieron tres nefastos personajes en los recientes comicios de Colombia (Hernández), Chile (Kast) y Brasil (Bolsonaro). Esta última elección suscitó, además, importantes debates en la izquierda.

Las controversias en el PSOL -la formación política que se alejó del PT en el 2004 cuestionando el amoldamiento de Lula al neoliberalismo- han sido particularmente aleccionadoras. Ese partido se desarrolló con candidaturas propias y cuando apareció Bolsonaro, mantuvo sus figuras en la primera vuelta, para apoyar al representante del PT (Haddad) en la ronda final.

Pero en la reciente compulsa optó por otro curso. Decidió sostener a Lula en las dos instancias electorales, renunciando a la presentación de sus propios postulantes. Esa decisión fue tomada al cabo de una intensa discusión interna, que terminó priorizando el peligro creado por la eventual reelección de un personaje con proyectos represivos y discursos neofascistas.

La mayoría del PSOL entendió que Bolsonaro podía conseguir un nuevo mandato, a partir de la fuerza social construida por el ex capitán. Comprendió que la batalla contra esa amenaza requería conformar un bloque en torno a Lula, para apuntalar la respuesta callejera a la ultraderecha.

Ese diagnóstico también registró el drástico cambio de escenario que introdujo la liberación del líder del PT y la consiguiente recuperación de ese partido (Arcary, 2022a). Con estos fundamentos, el PSOL decidió relegar su propia construcción para asegurar la derrota del enemigo principal. Percibió, además, el peligro de confinarse a la marginalidad si optaba por sostener su candidatura, chocando con la voluntad colectiva de llevar nuevamente a Lula a la presidencia.

Esa postura prevaleció frente a un enfoque minoritario, que propuso mantener la presentación de papeletas propias en la primera vuelta, para marcar distancias con la designación de Alckmin como vicepresidente (Sampaio Júnior, 2022). La crítica a esta regresiva alianza fue unánime dentro del PSOL, pero la mayoría rechazó dividir el voto antibolsonarista, frente al peligro de un triunfo ultraderechista.

El resultado de las dos vueltas confirmó el acierto de este enfoque. El inmenso caudal de sufragios conseguidos por el ex capitán corroboró que estuvo muy cerca de la reelección. Esa pesadilla fue evitada por la pujante movilización que suscitó el liderazgo de Lula. Además, el acuerdo concertado con el PT le permitió al PSOL obtener 12 diputados y el principal dirigente de esa formación (Boulos) consiguió una excelente votación en Sao Paulo.

Actualmente se desenvuelve otro debate en el PSOL que opone a los partidarios y críticos de ocupar cargos en la nueva gestión. El primer enfoque sostiene, que en un gobierno en disputa corresponde apuntalar desde adentro esa pugna con posturas radicales El segundo planteo considera que la defensa de la nueva administración frente a las agresiones de la derecha, no implica asumir puestos oficiales. Entiende que ese ingreso neutralizaría la acción de la izquierda, impidiéndole exigir el cumplimiento de lo prometido en la campaña (Arcary, 2022b).

Pero ambas vertientes coinciden en destacar que la derrota del Bolsonaro en las urnas, inaugura una batalla que prosigue en las calles, con una nítida agenda de demandas sociales y democráticas (Boulos, 2022). Esa meta puede ser planteada porque se consiguió la victoria electoral. Es evidente que esas iniciativas serían tímidas, defensivas o inexistentes, si Bolsonaro hubiera persistido como presidente de Brasil.

ANTICIPOS EN LA IZQUIERDA ARGENTINA

El debate en Brasil fue seguido con gran atención por la principal coalición de la izquierda argentina (FIT-U), que procesó una gran variedad de posturas (convergentes y divergentes) con la desenvuelta por el PSOL.

Un sector objetó la decisión adoptada por esa corriente en Brasil, señalando que correspondía votar en blanco en el balotaje, a pesar de la potencial continuidad de un mandatario ultraderechista (Heller, 2022). Basta observar el escaso margen de diferencia en el conteo final, para notar las dramáticas consecuencias de ese planteo, si hubiera tenido incidencia en el desenlace de la elección.

Ese enfoque reconoció las diferencias entre Bolsonaro y Lula, pero destacó que el militar no había logrado forjar un régimen fascistizante. Omitió destacar que ese fracaso no garantizaba el mismo resultado en una segunda gestión. Desconoció cuán suicida resultaba consentir esa posibilidad con el voto en blanco.

El segundo argumento para postular la indiferencia entre ambos candidatos al momento de emitir el voto, fue señalar que la clase capitalista de Brasil (y del imperio) sostenían a Lula y a su conservadora versión de un tercer mandato. Pero si esa actitud de los poderosos fuera determinante de la postura electoral de la izquierda, correspondería sufragar por Bolsanaro, que de acuerdo a esa interpretación carecería de sostén entre los acaudalados.

En los hechos prevaleció una división entre los dominadores locales, acorde a la fractura entre Biden (pro Lula) y Trump (pro Bolsonaro). Pero esa fractura o unanimidad del bloque dominante no aporta ninguna guía para la izquierda. El principal barómetro de ese espacio es la potencial vigencia o anulación de las conquistas democráticas. Con esa brújula, el voto en blanco y el consiguiente peligro de continuidad de Bolsonaro equivalía a un harakiri.

Esta definición es importante en Argentina frente a la eventualidad de disyuntivas del mismo tipo. Hasta ahora esa encrucijada no se avizora, pero es una posibilidad siempre presente en el incierto escenario del 2023.

Lo ocurrido en Brasil tiene gran impacto en Argentina. Bolsonaro perdió, pero la derecha argentina tomó nota del enorme basamento forjado por el ex capitán y repite el mismo discurso ultraliberal y represivo. Milei es un clon del militar que logró gran predicamento y se perfila como una figura de peso en la próxima elección.

El peronismo estaba muy entusiasmado con la victoria de Lula, hasta la reciente (y siempre eventual) renuncia de Cristina a participar en los comicios. Hay muchas analogías entre las dos figuras. Ambos han sido perseguidos por el poder mediático y judicial y gozan de una arrolladora centralidad, tanto entre sus seguidores como en la vida nacional.

Pero existe una obvia diferencia que obstruye la repetición de mismo proceso. Mientras que Lula ganó como opositor denunciando las penurias ocasionadas por Bolsonaro, Cristina es vicepresidenta y no logra despegarse de la fracasada gestión actual.

En la tremenda crisis económico social de Argentina, nadie puede pronosticar lo que sucederá en los próximos meses. La comparación con Brasil interesa en la izquierda, para analizar la política del FIT-U en relación a la experiencia transitada por el PSOL. Esta última formación debatió en el momento acertado el voto a Lula, mientras que en el primer frente suele postular la abstención en esas disyuntivas.

CONFIRMACIONES EN CHILE

La postura de la izquierda frente a los balotajes -que oponen a los vacilantes candidatos progresistas con los agresivos exponentes de la ultraderecha- cobró dramatismo en el desenlace chileno entre Boric y Kast. El primer candidato arrastraba duros cuestionamiento en su propio espacio, pero el segundo exaltaba sin ningún disimulo la trayectoria de Pinochet.

Tal como ocurrió en el primer contrapunto regional de este tipo -Bolsonaro contra Haddad en 2019- la gran mayoría de la izquierda votó por Boric, exponiendo numerosas prevenciones (Boron, 2021).

Posteriormente, algunos sectores que habían sumado su voto contra la ultraderecha, modificaron esa actitud en el plebiscito sobre la Constituyente. Evaluaron que el Apruebo y el Rechazo constituían dos vías para restaurar la misma hegemonía de la clase dominante y optaron por el voto en blanco (Tótoro 2022). Esa postura ilustró la ambivalencia y las contramarchas que suscitan las definiciones electorales en el escenario latinoamericano.

La experiencia acumulada frente a esos desenlaces en los últimos años, no debería dejar ninguna duda sobre conveniencia de votar contra la derecha, en las frecuentes polarizaciones de los comicios finales.

Esa actitud es cuestionada por las corrientes que suelen denunciar las afinidades entre dos sectores pertenecientes al mismo segmento burgués. Objetan la resignación y destacan el daño que genera a la construcción de un proyecto revolucionario cualquier apoyo al reformismo.

En el caso chileno, ese cuestionamiento se asienta en forma valedera en la total adaptación de Boric al establishment y en la objetable permanencia de fuerzas de izquierda en su gabinete. En la dura batalla cultural que se desenvuelve en ese país, contra los arraigados prejuicios neoliberales que instaló el Pinochetismo (y preservó la Concertación), resulta indispensable exponer sin rodeos las críticas al gobierno actual.

Pero esas objeciones nunca deben equiparar a las corrientes reaccionarias con las vertientes progresistas. En esa igualación se confunde a los enemigos con los adversarios, como si fueran dos partes de una misma totalidad.

A veces se justifica esa equivalencia afirmando que no existe un “mal menor”. Pero se olvida que esa misma calificación podría aplicarse a las ponderadas victorias sindicales, sociales o políticas, que se consiguen sin consumar el ideal socialista. Ninguna de esas metas es despreciable por permanecer distanciada del objetivo histórico de la izquierda.

El voto al progresismo contra la derecha -en los plebiscitos o balotajes- simplemente contribuye a frenar la restauración conservadora. Permite limitar los atropellos económicos y contener la violencia contra los oprimidos. De esa forma, se generan escenarios más favorables para el avance de la izquierda y se forjan relaciones de fuerzas más afines a ese objetivo. Esta estrategia resulta además comprensible a la mayoría de la población, que nunca capta los enmarañados razonamientos expuestos para justificar la abstención. El categórico señalamiento de la derecha como enemigo principal, no se limita a las encrucijadas electorales. Es un principio igualmente decisivo frente a las maniobras golpistas de los reaccionarios en el Parlamento. Lo ocurrido recientemente en Perú, donde un sector de la izquierda convalidó con su voto el operativo del fujimorismo y los conservadores para derrocar a Castillo, es ilustrativo del mareo que irrumpe en los momentos decisivos (Aznárez, 2022).

En esas circunstancias emerge a la superficie la ausencia de una brújula estratégica, Esa orientación debe ser retomada revisando los avances y las dificultades que afrontan los proyectos radicales en la región, que analizaremos en el próximo texto.

RESUMEN

Una alternativa de izquierda es indispensable para superar la tibieza del progresismo actual. Esa opción sólo emergerá exponiendo críticas a la inconsecuencia de ese espacio. Para modificar las relaciones de fuerza hay que compartir alegrías y objetar capitulaciones.

La derecha es el enemigo principal que el progresismo no enfrenta con contundencia. La omisión de esa diferencia ha sido problemática en México o Ecuador. La acertada decisión de sostener a Lula en las dos vueltas, contribuyó a crear un escenario más favorable para las demandas populares. En Argentina se afrontan dinámicas semejantes. En Chile y Perú ha quedado corroborada la necesidad de distinguir a los enemigos de los adversarios.

REFERENCIAS

Aznárez, Carlos (2021) El centro político apoyado por la vieja clase política de la Concertación será el mejor aliado del modelo que encarna Boric resumenlatinoamericano.org/2021/12/24/chile-el-centro-politico-apoyado-

Aleman, Jorge (2022) Declaraciones y Debate con respecto al FMI https://www.pagina12.com.ar/401929-declaraciones-y-debate-con-respecto-al-fmi

Katz, Claudio (2021). Tres posturas frente a la deuda, 17-11-2021, www.lahaine.org/katz

Natanson, José (2022). https://www.eldiplo.org/279-vuelve/que-lula-es-el-que-vuelve__trashed/

Modonesi, Massimo (2019). Progresismo y hegemonía en América Latina https://www.laizquierdadiario.com/Entrevista-a-Massimo-Modonesi-progresismo-y-hegemonia-en-America-Latina

Katz. Claudio (2015). Neoliberalismo, Neodesarrollismo, Socialismo, Batalla de Ideas Buenos Aires.

Oprinari, Pablo (2022). La “Cuarta transformación” de López Obrador y la izquierda socialista en México https://www.laizquierdadiario.com/La-Cuarta-transformacion-de-Lopez-Obrador-y-la-izquierda-socialista-en-Mexico.

Aguilar Mora, Manuel (2023) Los diez días de 2023 que AMLO nunca olvidará

Hernández Ayala, José Luis (2023). Dos organizaciones de la izquierda socialista mexicana se fusionan 12/01/2023 https://rebelion.org/dos-organizaciones-de-la-izquierda-socialista-mexicana-se-fusionan/

Hernández Ayala, José Luis (2019). La soledad de los zapatistas https://rebelion.org/la-soledad-de-los-zapatistas/

Arcary, Valerio (2022a) Brasil El PSOL decidió apoyar a Lula. ¿Por qué? https://www.sinpermiso.info/textos/brasil-el-psol-decidio-apoyar-a-lula-por-que

Sampaio Júnior, Plínio de Arruda (2022) El golpe, Lula y Alckmin https://www.resumenlatinoamericano.org/2022/02/06/brasil-el-golpe-lula-y-alckmin/

Arcary, Valerio (2022b). Tres opciones dividen a la izquierda socialista https://vientosur.info/brasil-tres-opciones-dividen-a-la-izquierda-socialista/

Boulos, Guilherme (2022) líder del PSOL y aliado de Lula https://www.pagina12.com.ar/tags/25236-guilherme-boulos

Heller, Pablo (2022). Brasil: por qué votar nulo o en blanco en la segunda vuelta https://prensaobrera.com/internacionales/brasil-por-que-votar-nulo-o-en-blanco-en-la-segunda-vuelta

Boron, Atilio (2021). Antonio Gramsci y el balotaje en Chile https://atilioboron.com.ar/antonio-gramsci-y-el-balotaje-en-chile/

Tótoro Dauno (2022) nos ofrece una mirada https://www.laizquierdadiario.com/Convencion-Constituyente-en-Chile

Aznárez, Carlos (2022). Los errores de Castillo no pueden justificar el reconocimiento de un gobierno golpista de derecha https://www.resumenlatinoamericano.org/2022/12/09/peru-los-errores-de-castillo-no-pueden-justificar-el-reconocimiento-de-un-gobierno-golpista-de-derecha/

Claudio Katz. Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz

 

Raúl Zibechi: «Los progresismos se adaptan al sistema en vez de enfrentarlo»

Por Eric Llopis

En una columna publicada el 1 de febrero en el periódico El País, la periodista brasileña Eliane Brum denunció: “El genocidio (del pueblo indígena) yanomami tiene las huellas de Bolsonaro. El resultado de los cuatro años de laboratorio de la extrema derecha en Brasil emerge en forma de cuerpos infantiles”. Por otra parte, la Defensoría del Pueblo de Perú reportó en sólo un día –el pasado 9 de enero- la muerte de 17 personas como consecuencia de la represión de las fuerzas del orden (principalmente en la ciudad de Juliaca, departamento de Puno).

“El Estado hoy no es el camino para procesar cambios”, afirma el periodista Raúl Zibechi; el investigador uruguayo es autor, junto al sociólogo y analista político Decio Machado, del libro El Estado realmente existente. Del Estado de bienestar al Estado para el despojo, publicado por La Vorágine. Sobre las limitaciones de los gobiernos progresistas, subraya el también autor de Tiempos de colapso. Los pueblos en movimiento: “Se puede reducir la pobreza sin tocar las redes del capital financiero: el narco-paramilitarismo, los militares y las iglesias pentecostales”. La entrevista a Zibechi se realiza por correo electrónico.

-El Estado realmente existente concluye con el segundo ciclo progresista latinoamericano (gobiernos de esta tendencia en Brasil, Argentina, Colombia, Chile o México); han llegado al poder ejecutivo “en una mayor condición de entreguismo y pactos con el establishment económico y militar de lo conocido y establecido en el primer ciclo”. ¿En qué sentido? ¿Puedes mencionar algún ejemplo?

-Con Decio Machado ya habíamos escrito Cambiar el mundo desde arriba. Los límites del progresismo, para mostrar que no hubo cambios estructurales en ese primer ciclo, y que por el contrario se registró una profundización del capitalismo. Ahora queremos hacer hincapié en que los Estados han mutado, que no son herramientas neutrales (nunca fueron), sino que han sido secuestrados por el uno por ciento para que defiendan sus privilegios.

Además, la situación internacional ha cambiado. Han pasado Trump y Bolsonaro, hay guerras, desde Yemen hasta Ucrania, desde Eurasia hasta África. Y en América Latina tenemos las guerras de despojo, en la Amazonía y en toda Sudamérica, en México y en Centroamérica. El capital ha declarado la guerra a los pueblos para desplazarlos y poder convertir los bienes comunes en mercancías: oro, hierro, cobre, tierras raras; petróleo y gas; soja y palma de aceite, y agua, mucha agua.

Por último, los militares y el Estado en su conjunto están blindando los intereses y los proyectos concretos de las grandes corporaciones. En Colombia, Petro llama al Comando Sur para defender la Amazonía y Lula se la entrega a los militares para que lo dejen gobernar, porque siguen siendo bolsonaristas, eso no cambia de un día al otro. Y aquí aparecen las debilidades de los progresismos: se adaptan al sistema en vez de enfrentarlo.

-Calificáis el Estado realmente existente como “una gran trampa”. ¿Podría deducirse de esta afirmación una cierta equidistancia ante casos como el de Perú, entre el presidente y profesor rural indígena (encarcelado) Pedro Castillo y el actual Gobierno (golpista) de Dina Boluarte (69 muertos en dos meses, como consecuencia de la represión de las protestas)?

-Nunca nada es igual. Detrás de Dina Boluarte están las fuerzas armadas, el empresariado legal e ilegal, Estados Unidos y la derecha peruana. Han impuesto una dictadura institucional, apoyada por el Congreso que fue elegido “democráticamente”, el poder judicial y las diversas instituciones de un Estado colonial.

Pero Pedro Castillo nunca hizo lo que prometió hacer en su campaña, por el contrario negoció con el nuevo capital ilegal emergente (oro, drogas, tráfico de personas), y le dio la espalda a las bases que lo eligieron.

La pregunta es: ¿Pudo haber hecho otra cosa en el Perú patriarcal-colonial del que forma parte? Si hubiera intentado cambios de fondo, uno sólo, el parlamento lo hubiera echado en cuestión de minutos. Por eso decimos que el Estado hoy no es el camino para procesar cambios.

-“El aparato estatal ha sido secuestrado por el capital financiero comandado por el 1%, que utiliza sin el menor rubor el narcotráfico y el paramilitarismo para destruir a los movimientos anti-sistémicos”, se destaca en el texto; ¿es esta afirmación incompatible con el objetivo manifestado por Lula da Silva en el discurso de investidura: rescatar del hambre a 33 millones de personas?

-Por curioso que parezca, se puede reducir la pobreza sin tocar las redes del capital financiero: el narco-paramilitarismo, los militares y las iglesias pentecostales. Todo el Plan Bolsa Familia en sus dos primeras presidencias, involucraba apenas el 0,5% del presupuesto del Estado, y en muchos casos hubo alimentos donados por empresas interesadas en difundir alimentos con organismos genéticamente modificados, y por la cooperación internacional.

El problema de Lula vuelve a ser el mismo, como si la historia se hubiera detenido en 2003: presentar el combate al hambre como una medida anti-neoliberal. Nada de eso. Es necesario combatir el hambre, pero no siguiendo las recetas del Banco Mundial que fue el inventor de la propuesta con políticas sociales focalizadas, sino con cambios estructurales.

Esos cambios deben frenar el avance del agronegocio, de la minería, de la destrucción de la vida, de la Amazonia y de otras zonas intermedias. Pero eso no lo puede hacer el Estado, sino los campesinos, los indígenas, los pueblos negros y mestizos, los que verdaderamente quieren y pueden hacerlo. Durante el gobierno de Bolsonaro la principal resistencia provino de los indígenas, que son el 2% de la población, no de las organizaciones estadocéntricas como los sindicatos.

-Utilizáis en el libro la expresión “Estados para el despojo”. ¿Se podría aplicar a proyectos de infraestructuras como el Tren Maya, promovido por el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, y a las resistencias del movimiento zapatista?

-Totalmente. El despojo en México son esas obras que mencionas, pero además los 300 mil muertos y 100 mil desaparecidos. Porque para despojar, para robar, es necesario atacar a los pueblos y a las personas que viven los territorios que el capital desea reconvertir para su beneficio.

Lo interesante es que hoy en México la resistencia gira no sólo en torno al zapatismo, sino a un Congreso Nacional Indígena cada vez más protagonista y a multitud de colectivos rurales y urbanos, indígenas y no indígenas, que están muy activos, con mucha claridad de lo que está sucediendo que no es sino la masiva y maciza militarización del país por el gobierno de López Obrador.

-¿Crees que son posibles los cambios o disminuir, durante la presidencia de Gabriel Boric, la violencia del Estado de Chile contra la población indígena mapuche? ¿Puede en este caso aplicarse el concepto de “neoliberalismo extractivista”?

-Todo lo contrario. Boric ha militarizado Wall Mapu con mayor intensidad que cualquier gobierno anterior desde 1990. Uno podía pensar que un gobierno de izquierda iba a disminuir la militarización y abrir espacios de negociación, pero es todo lo contrario. Tanto en Chile como en Argentina, ambos gobiernos progresistas, la ofensiva anti mapuche es muy fuerte.

Hay dos razones. Una, que la derecha y gran parte de la sociedad, influidas por el empresariado forestal, uno de los más poderosos en Chile, han tomado al pueblo mapuche de rehén, porque su lucha es frontal contra las plantaciones de pinos que los ahogan.

La segunda es la potencia del pueblo mapuche, que ha realizado 500 recuperaciones de tierras desde 2019, en plena pandemia. Lo más grave para el poder, es el efecto “contagio” de las tomas mapuche hacia pobladores y campesinos no mapuche, que están recuperando tierras que les fueron robadas por las forestales durante la dictadura de Pinochet.

Boric, el Frente Amplio y el Partido Comunista tomaron partido por los empresarios frente al pueblo mapuche y a los campesinos. Esto es muy grave, pero el resultado está a la vista: su gobierno tiene apenas el 28% de respaldo, a menos de un año de haber asumido. El peor desempeño que se recuerda.

-El actual presidente de El Salvador, el derechista Nayib Bukele, ha inaugurado una macrocárcel con el fin de recluir a jóvenes pandilleros (la mayor prisión de América Latina, según fuentes gubernamentales). ¿Cómo se inserta este gran penal en la caracterización del Estado que se hace en el libro?

-El caso de Bukele es patético porque viene de la izquierda, del Frente Farabundo Martí (FMLN), partido por el que fue alcalde de San Salvador cuando apenas tenía 34 años. Ahora es un presidente muy controvertido, conservador, militarista y oportunista. Se jacta de haber construido la cárcel más grande del continente en un país con la tasa de prisioneros más alta del mundo.

Desde el punto de vista conceptual, tal vez estemos ante la deriva hacia un Estado Penitenciario, caracterizado por la violación sistemática de los derechos humanos que, en el fondo, es la otra cara del modelo extractivo que depreda la naturaleza y a las personas.

-Por último, ¿qué referentes actuales destacarías, en el campo popular latinoamericano, de movimientos desde abajo que supongan una alternativa a los partidos/gobiernos progresistas?   

-Los pueblos originarios, en el primer y más destacado lugar, en todos los rincones de este continente. Pero cada vez más los campesinos y los pueblos negros, porque todos ellos son los que más están sufriendo las consecuencias del neoliberalismo. Digamos que están en el frente donde aparecen las retroexcavadoras, la guerra química del glifosato y las bandas armadas de narcos y paramilitares.

Llama la atención la multiplicación de las autodefensas: guardias indígenas, cimarronas y campesinas en Colombia; rondas campesinas y guardianes de las lagunas en Perú; policías comunitarias y el EZLN en México; comunidades mapuche que asumen la autodefensa, así como pueblos amazónicos en Brasil y Perú.

Estas prácticas, más allá de sus diversidades, nos están hablando de pueblos en movimiento que ya no aceptan la tutela ni la intermediación de los Estados y que, aún llegando a acuerdos puntuales con ellos, no confían y deciden ejercer sus poderes propios y sus autonomías.

«Revolución – Una historia intelectual» de Enzo Traverso

Por Mariano Zarowsky

En su último libro, Enzo Traverso vuelve sobre una palabra cargada de sentido político: revolución. A partir de materiales diversos, tal vez olvidados, el historiador recorre las dimensiones intelectuales y emocionales de esos saltos dialécticos que, desde el siglo XIX hasta la actualidad, hicieron estallar el continuo de la historia.

Locomotoras, cuerpos, columnas, barricadas, banderas, pinturas, canciones, carteles, fechas, vidas singulares montan constelaciones de imágenes en las que el pasado, de improviso, resurge bajo nuevas formas.

Revolución, el último libro del italiano Enzo Traverso, no es un relato lineal o cronológico de las revoluciones modernas ni una historia de las ideas o teorías que las impulsaron o interpretaron. Las revoluciones ─cita Traverso a Walter Benjamin─ son “saltos dialécticos que hacen estallar el continuo de la historia”, escribir sobre ellas supone captar su significación mediante imágenes que las condensen en figuras donde el pasado se cristaliza. El método de Traverso, al igual que el de Benjamin en El Libro de los pasajes, es la recopilación y el montaje: apunta a ensamblar construcciones de gran escala con componentes más pequeños que, al observarse con mayor precisión, permiten descubrir en el análisis del momento individual “el cristal del acontecimiento total”.

Traverso reúne en su libro ideas y representaciones para dar forma a una serie de composiciones o imágenes significativas: locomotoras, cuerpos, estatuas, columnas, barricadas, banderas, sitios, pinturas, carteles y películas; incluso los conceptos son abordados como “imágenes dialécticas”, en la medida en que surgen en sus contextos específicos como cristalizaciones intelectuales de necesidades políticas y una conciencia (o inconsciente) colectiva. Desde esta perspectiva -que puede llevar a cierto grado de eclecticismo, reconoce Traverso- el historiador se convierte en una suerte de “trapero” (si argentinizamos el término deberíamos decir: cartonero). Lo esencial es ser consciente del carácter provisorio y performático (y por ende político) de la composición: el investigador puede ordenar y clasificar los objetos que se amontonan en su taller, sabe “que esa operación de montaje no es un orden definitivo; el lugar adecuado de muchas cosas no depende de sus decisiones, que son simplemente una apuesta por el futuro”.

El autor de Melancolía de izquierda se inspira en las concepciones de la historia de Benjamin y Karl Marx (en uno de sus filones): antes que un camino lineal y predeterminado, la historia es un proceso abierto, hecho de giros y bifurcaciones, sin una dirección dada de antemano; su resultado depende de la agencia humana. Las revoluciones son precisamente el momento cúlmine de ese salto dialéctico, por lo que Traverso las examina como una clave interpretativa de la historia moderna.

El método, entonces, pretende ser fiel a su objeto: son las revoluciones mismas las que operan como un “campo magnético” que atrae y relaciona ideas, experiencias, símbolos y memorias, dándole a los conceptos una dimensión concreta y una traducción a la realidad. En la medida en que, a diferencia de las rebeliones, cambian conscientemente el rumbo de la historia, las revoluciones son conceptos convertidos en acción; crean lo que Benjamin denominó “pensamiento en imágenes” o “figuras del pensamiento”: imágenes que condensan ideas, experiencias y emociones, trascendiendo las palabras.

Desde esta perspectiva Traverso piensa Octubre, el emblemático film de Sergéi Eisenstein que, entre otras tantas figuras, analiza en su libro. La traducción misma de los conceptos en acciones y de las experiencias en imágenes recibe ineluctablemente una nueva forma por obra del paso de la revolución como acontecimiento a la revolución desplegada como una secuencia histórica: el acontecimiento es un momento disruptivo y liberador, pero sus símbolos pertenecen a una rememoración colectiva, una tradición revolucionaria que, al iconizar ese acontecimiento, los aparta de su presente y pretende fijar su sentido. En última instancia, la tradición revolucionaria, nos dice Traverso, es la insoluble contradicción entre un momento extático de autoliberación y su inevitable transformación en acción organizada.

Ambos momentos están presentes en Octubre. El análisis de las operaciones que transformaron el acontecimiento en un símbolo es una forma crítica de analizar el pasado, políticamente comprometida con el presente. Si la caída del comunismo arrastró consigo la propia revolución como horizonte, el trabajo de Traverso aspira a elaborar su experiencia, menos para extraer recetas o modelos que para poner a disposición constelaciones de imágenes en las que, de improviso, el pasado pueda resurgir bajo nuevas formas. “Las revoluciones no pueden programarse: siempre vienen cuando menos se las espera”.

Enzo Traverso, La revolución. Una historia intelectual. Fondo de Cultura Económica. 2022

Fuente: https://www.revistaanfibia.com/cuando-menos-se-la-espera-la-revolucion/