Remedios Zafra: «Es imposible una utopía humana en un mundo donde cada cual sobrevive frente a su pantalla/espejo»

Remedios Zafra (Zuheros, 1973) es doctora en Arte y Filosofía Política, investigadora del Instituto de Filosofía del CSIC y autora de ‘El entusiasmo’ (Premio Anagrama de Ensayo) y ‘El bucle invisible‘ (Premio Internacional de Ensayo Jovellanos), entre otros ensayos. Conversar con ella nos ayuda a entender la realidad selvática en la que nos movemos y, sobre todo, nos permite atisbar qué marcos nos ayudarán a afrontar y liderar los retos futuros desde una visión y acción colectivas.

Por Federico Buyolo

Vivimos un momento complejo, donde el tiempo se convierte en un tiempo ocupado y no queda espacio para la reflexión. ¿A pesar de la llegada de la tecnología, somos más frágiles hoy?

Si todos hablan al mismo tiempo y el ruido lo ocupa todo, es difícil escuchar y más aún comprender profundizando, somos entonces más vulnerables a la manipulación; si todo está ocupado por tareas y prisa, si no hay espacio ni tiempos vacíos para provocar un desvío, seguiremos la inercia de repetir lo de siempre; si la tecnología nos ayuda a la par que nos suma nuevas necesidades y nos hace adictos a ella, terminamos conectados incluso cuando dormimos; si en la vida digital se alienta la solución rápida, la ansiedad crece esperando tener botones y no pensamiento para cada preocupación; si las lógicas que predominan son mayoritariamente competitivas y numéricas y se centran en el «uno mismo», nos hacemos más solitarios y desconfiados de lo comunitario… Sí, me parece que cuando esto pasa, somos más frágiles.

Has hablado sobre cómo la hipervisualización que sufrimos nos convierte no en productores sino en productos de la red. ¿Estamos condenados a ser un instrumento más del tecnocapitalismo?

No estamos condenados, pero sí orientados a ser producto. Aunque el vestido que traía la tecnología digital parecía llevar escrito «más tiempo propio, más democracia, más conocimiento…», pasamos por alto que su estructura ponía al capital a los mandos, en este caso a un puñado de empresas que acumulan grandísimo poder, buscando no «más valores» sino «más beneficios». La clave ha sido crear un espacio de socialización aparentemente gratuito donde el «yo» se hace protagonista y se exhibe como producto. Por un lado, se crea la necesidad de «estar» y de «volver»; por otro, nosotros y nuestros datos son el «a cambio de».

¿Estamos caminando hacia una sociedad más individual o de suma de individualidades?

Si hablamos de una digitalización regida bajo fuerzas monetarias como la actual sí se incentiva una sociedad más individualista, en tanto que se identifica a las personas como competidoras, dificultando los vínculos entre iguales y llevando lo colectivo a algo numérico, o a la identificación emocional por oposición a otro grupo. Hay por tanto más de suma de individualidades porque se impone una estructura digital pensada para ello.

Estamos viendo cómo se está generando una nueva manera de censura ligada al exceso de información, ¿cómo salimos de esta situación?

Me parece importante advertir del espejismo que esto genera: el exceso no es lo mismo que «la multiplicidad de voces». El exceso habla de una saturación que dificulta ver. El exceso de luz también nos ciega. Ocurre entonces que se favorece delegar en los números más altos. Como efecto, se ha ido reforzando una forma de valor que encumbra «lo más visto» como lo más importante, pasando por alto que una alta audiencia no congrega necesariamente valores positivos o información contrastada. De hecho, a veces es lo más polémico o lo más esperpéntico lo que alimenta esos números altos. Salir de esa situación requiere frenar la hegemonía de este «valor» acumulativo y revalorizar los contextos que aporten rigor, contraste científico, ética.

Expuestos permanentemente, el valor de las cosas se mide mediante los likes, los seguidores, las visualizaciones, nuestra incidencia en la red. ¿Quién marca el valor de las cosas hoy?

Desde hace años se viene asentando un valor escópico que parece igualar ojos a capital, sea en modo audiencia, seguidores o likes. Ese valor numérico es rápido y emocional, pero ante todo es un «valor de mercado» que sobrepone lo más visto como lo más valioso, esquivando otras formas de valor que requieren «otro tiempo» y que no son fácilmente operacionalizables ni predecibles. Pienso en la reflexión, la ética, la justicia, la creatividad…

¿Esta hipervisualización de modelos idealizados puede llevarnos a la frustración personal?

Es paradójico que ante el inmenso número de personas conectadas hablemos de modelos idealizados que aquí son modelos homogéneos, es decir, no de pluralidad sino de refuerzo de estereotipos y mundos más simplificados. Quizá por ello puede ser un aliciente aspirar a lograrlos, porque son concretos y epidérmicos —aparentar ser no es lo mismo que ser—. Para conseguirlos a veces solo hay que acallar la voz ética. Y claro que es frustrante, tanto para quien no comparte esta forma de ser/estar en internet, como para quien entra en ese juego de pose solo posible recreando imagen de vida y no necesariamente viviendo.

Has defendido que hay tres aspectos que marcan la vida hoy: aceleración, caducidad y exceso. Hemos hablado de la aceleración del mundo y del exce- so de información, ¿qué pasa con la caducidad? ¿Todo es efímero? Ante esto, ¿quién asume la responsabilidad si todo pasa rápidamente a otra pantalla?

Lo caduco es la base de la actualización constante y, en cierta forma, el corazón de la desinformación. Conscientes de que lo dicho hoy, verdadero o falso, será sustituido por otra noticia mañana, hay quienes lo hacen circular con algún propósito sabiendo que pocos contrastarán la información, y que la responsabilidad se diluirá entre el exceso de voces. Por ello es sumamente importante contar con medios que garanticen marcos de información veraz y no sometidos a las lógicas precarias que se valen de la caducidad, la saturación y la celeridad.

¿Podríamos entender que hay una estrategia para desactivar lo colectivo y fomentar la idea de que no hay solución a los retos del presente?

La estructura social naturalizada con las redes donde cada cual entra desde un perfil personal en torno al que gira cada universo propio orienta la interacción a un posicionamiento individualista e instantáneo desde la más pura lógica capitalista que elige logro rápido, aquí y ahora, entorpeciendo el compromiso con lo que requiere más tiempo, más escucha, a los otros. La desactivación comunitaria es el «por defecto» al que alienta el tecnocapitalismo. Por otro lado, la conciencia de los problemas sociales —que siempre son colectivos— exige trabajo también colectivo, requiere cuidar los vínculos entre las personas. No sé si estrategia, pero sí hay una clara relación entre los modelos de mundo que se movilizan en cada caso.

Con esto que nos explicas, ¿corremos el riesgo de un nihilismo social al darnos cuenta de que no hay nada que hacer para lograr el cambio?

Es un riesgo social, en tanto que para lograr cambios se precisa abordar la complejidad colectivamente, cuidarnos, imaginar y planificar, pero también acometer trabajos que no son fácilmente exhibibles y que requieren salir de la pose y romper las dinámicas de ahora. Si las energías se agotan en ser anuncios publicitarios de nuestros proyectos y no en trabajar en nuestros proyectos, todo juega a favor de la espectacularización del mundo, la política e incluso la guerra. Pero tomar conciencia de este riesgo —tú, yo, nosotros— debería ser el interruptor para movilizarnos.

Necesitamos de la reflexión y la pausa, pero ¿cómo lo hacemos si no estamos siendo capaces de parar y compramos ideas preconcebidas? ¿Cómo podemos virar hacia ese pensamiento lento que planteas?

Es tan importante parar que cabría poner en práctica todas las iniciativas: desengancharse, valorando que hay mucho de adicción en esa inercia, reconstruir vínculos que importan y cuidarnos, o incluso llegar al hartazgo y salir expulsados… Quiero decir que las soluciones son diversas, contextuales y colectivas, vale la pena probarlas. Sin embargo, diría que lo que está en juego no es la lentitud como objetivo, sino un pensamiento más lento que «necesita serlo» porque es instrumento de la conciencia, la alianza y la imaginación que conllevan los cambios.

Otro asunto sería la precarización, ¿se puede construir una sociedad próspera desde la economía del entusiasmo?

Cuando el entusiasmo es instrumentalizado para rentabilizar el trabajo negando un pago o considerando que el trabajador ya está pagado con la satisfacción de «hacer lo que le gusta», se legitima la precariedad como suelo de este abuso. Se corre el riesgo de que esos trabajos que conllevan pasión solo puedan ser para quienes ya tienen recursos y pueden permitirse trabajar a cambio de capital simbólico, como afecto, prestigio o visibilidad. Una sociedad próspera se sostiene en el pago a sus trabajadores y en la penalización de estos abusos.

Si hablamos de precariedad, no puedo dejar de recordar tu libro Frágiles (Anagrama), en el que expones la relación entre tecnocapitalismo y patriarcado y la importancia del feminismo como respuesta. ¿A qué te refieres?

Las mujeres han estado habitualmente en esos ámbitos productivos no remunerados o mal pagados, de manera que la relación entre lo feminizado y lo precarizado ha sido frecuente. Partiendo de esa relación establezco un paralelismo entre patriarcado y tecnocapitalismo: ambos se apoyan en la perversión de convertir a los sujetos oprimidos en agentes responsables de su propia subordinación (mujeres y autoexplotados); alientan la enemistad entre mujeres y la rivalidad entre trabajadores; aíslan en la esfera doméstica y ahora habitaciones conectadas; legitiman la suficiencia del pago con afecto en un caso y visibilidad en otro. Como sugieres, este paralelismo nos permitiría también valorar cómo el feminismo puede ser un ejemplo propositivo que ayude a enfrentar las formas de autoexplotación que el tecnocapitalismo alienta. Hacerlo desde la toma de conciencia, la sororidad y el cuidado mutuo, la articulación colectiva.

Hablas de empoderamiento colectivo desde la intimidad. ¿Cómo podemos construir esa colectividad?

A diferencia de los vínculos colectivos heredados o asumidos sin ser pensados, la colectividad que nace de la conciencia de un daño compartido y de una intimidad opresiva tiene gran fuerza política. Para el feminismo compartir lo que nos daña y ha sido educado para callarse ayuda a empoderar: «A mí también me pasa», «No estoy sola en esto». Es un hermanamiento que está presente en toda conciencia colectiva de la desigualdad.

¿No crees que es necesario generar nuevas narrativas para lograr la transformación que comentas? Y en este sentido, ¿qué papel juega el arte?

Creo que vivimos un momento explosivo en la creación cultural de narrativas que recogen la pluralidad de visiones identitarias que estamos viviendo. El cine y las series serían un ejemplo. Aunque hay otros problemas que dificultan la transformación de imaginario. En el último siglo, el arte ha sido un territorio aliado para el feminismo y las reivindicaciones políticas de la igualdad. Entre otras cosas porque permite especular con lo posible y tantear otros imaginarios; pero también dar cobijo a la complejidad de lo contradictorio cuando nos rebelamos frente a las identidades que nos limitan pero que también forman parte de lo que somos.

Se habla mucho de la necesidad de incluir la tecnología en las escuelas, ¿no crees que quizás es necesario, además, fomentar la creatividad, los valores de lo común y el arte como instrumento de empoderamiento?

No solo creo que la creatividad y la educación en valores son esenciales para la educación, sino que lo son especialmente para abordar la tecnología y un mundo que normaliza vivir mediados por ella. De hecho, me parece más deseable apostar por una escuela creativa y reflexiva que por una repleta de tecnología pero sin oportunidades para pensar por sí mismos.

Mi última pregunta es de futuro. Vivimos en un mundo distópico donde las utopías más que miradas hacia el futuro se convierten en miradas retroutópicas. ¿Dónde sitúas la utopía?

Es imposible una utopía humana en un mundo donde cada cual sobrevive frente a su pantalla/espejo. Quizás un primer paso sería afirmar: «Esto no». No hay utopía ni mejora en un planeta en declive si cada cual vive en su mundo virtual como cobayas encerradas entre paredes donde se proyecta el campo. Para mí la utopía habita en la motivación colectiva por el cuidado mutuo y no por la guerra, en la primacía de una responsabilidad y una ética por el planeta y por la vida, en sobreponer política y ciudadanía al dominio del capital, recuperando el valor del conocimiento y la escucha, del reconocimiento de errores, de la pasión por un hacer con sentido, también social.

Ecuador en la encrucijada

Ecuador volverá a las urnas el próximo 13 de abril para elegir su próximo mandatario. Tras una primera vuelta donde la diferencia entre las dos principales candidaturas en disputa fue menor a 20 mil votos, el actual presidente Daniel Noboa y la candidata de la Revolución Ciudadana Luisa González mantienen un pulso muy igualado en esta segunda vuelta.

Por Decio Machado / Brecha

Durante las próximas cuatro semanas Daniel Noboa, joven millonario perteneciente a las élites tradicionales del país y que busca la reelección tras poco más de 14 meses al frente del gobierno nacional, y Luisa González, candidata progresista representante del movimiento político liderado por el expresidente Rafael Correa, se disputarán voto a voto la presidencia del Ecuador en el balotaje. Todo ello en un país flagelado por una espiral de violencia que registra 1.300 asesinatos en los primeros 50 días del año (un crimen por hora), donde tan solo un 33% de sus ciudadanos en edad de trabajar tiene empleo formal, el 28% de la población es pobre y más del 12% están en situación de pobreza extrema.

Desde el año 2020, punto de arranque de la grave crisis multifacética que transversaliza el país, la sociedad ecuatoriana ha asistido a seis procesos electorales, entre elecciones municipales y provinciales, consultas populares y comicios presidenciales. En paralelo, el pesimismo como estado de ánimo predominante y la desafección política de los ecuatorianos ha ido paulatinamente creciendo.

En este contexto de desencanto generalizado, estos comicios ponen fin a una diversidad política ficcional derivada de la amplia cartografía de actores existente en el sistema de partidos ecuatoriano. El Consejo Nacional Electoral contabiliza 78 organizaciones políticas registradas en este último proceso electoral, 17 de ellas son de carácter nacional y 61 de ámbito provincial. Lo anterior implicó la existencia de 16 candidaturas en la papeleta de votación presidencial en primera vuelta, obteniendo 12 de estas un resultado electoral inferior al 1% de la votación. A la par, el 88% del voto se concentró sobre las dos candidaturas -Noboa y González- que se disputarán la segunda vuelta, estableciéndose el voto nulo como la tercera opción preferencial del electorado ecuatoriano.

Así las cosas y más allá de los inciertos resultados que deriven del balotaje, el inmediato escenario político ecuatoriano parecería apuntar a una lógica bipartidista en la Asamblea Nacional que pondría fin a un período marcado por la protesta social, la debilidad gubernamental y protagonismo de actores políticos externos al ecosistema institucional existente.

De hecho y pese a que Ecuador sea un país históricamente caracterizado por sus periódicos desbordes y estallidos que derivan de la lucha social, las últimas movilizaciones masivas capaces de rebasar los marcos impuestos por la institucionalidad dominante tuvieron lugar en octubre de 2019 (última antes de la pandemia) y junio de 2022 (la única postpandemia). Esa identidad política de perfil rebelde e insumisa que anteriormente protagonizaba la esfera pública confrontando en las calles a los distintos gobiernos nacionales y las élites tradicionales del país, parece haber optado en la actualidad por expresarse electoralmente. Aunque muy lejos de quienes disputarán el balotaje, ese 5,29% de votos alcanzados por el dirigente indígena Leonidas Iza en este proceso electoral convierte al movimiento Pachakutik en la tercera fuerza política del país.

Militarización y control social

Los ecuatorianos irán a las urnas en estado de “conflicto armado interno”, fruto de la declaratoria decretada catorce meses atrás por el presidente Noboa en respuesta a los altos niveles de inseguridad y violencia que vive Ecuador. Legitimada en las urnas la política gubernamental de “mano dura” en materia de seguridad, el proceso de militarización que lo acompaña se profundiza en el país.

Pese a que la data empírica demuestra el fracaso rotundo de la estrategia de militarización aplicada por el gobierno del presidente Noboa, la “normalización” de la guerra y de todas sus consecuencias (asesinatos sicariales, ejecuciones extrajudiciales, desapariciones forzadas, despojos violentos, extorsión, secuestros, vulneración de la legalidad por parte del aparato represivo…) permitió ir instalando socialmente la tesis sobre la necesidad de un mayor cierre democrático bajo el fin de garantizar mayor seguridad, reducida la comprensión de esta seguridad a la regulación y control del “orden público”. De igual manera, todo lo que concierne al nuevo “orden de violencia” va gradualmente desplegándose a través de múltiples modalidades y justificado bajo el mismo propósito.

Así las cosas, mientras el actual discurso mainstream insiste en afirmar que el incremento de la delincuencia es producto de una Constitución que consideran “blanda, garantista y protectora de los delincuentes”, reforma legislativa tras reforma legislativa se van eliminando garantías constitucionales en el ordenamiento jurídico ecuatoriano que antes constituían interesantes avances en la progresión de los derechos.

Resultado de lo anterior, la aun vigente Constitución de Montecristi -otrora referente del neo-constitucionalismo social posneoliberal- se va convirtiendo con el paso del tiempo en un “frankenstein” cada vez más desarticulado respecto a su marco teórico fundacional.

En septiembre de 2024, una investigación publicada por la Fundación Periodistas Sin Cadenas reveló información hasta entonces reservada según la cual entre enero y julio del 2024, la Fiscalía General del Estado abrió 145 causas a miembros de las Fuerzas Armadas por extralimitación en el ejercicio de actos de servicios; mientras también en ese mismo período, el Ministerio Público habilitó 12 investigaciones previas por ejecuciones extrajudiciales.

La sociedad ecuatoriana comenzó a tener conocimiento de esta realidad oculta a finales del pasado año por la cobertura mediática dada al “caso Las Malvinas”. Un siniestro episodio que involucra a miembros de las Fuerzas Armadas en la desaparición forzada y posterior asesinado de cuatro niños afroecuatorianos, con edades comprendidas entre 11 y 15 años, hijos de familias pobres.

A los datos anteriores, habría que sumar también otras seis denuncias por desapariciones forzadas en la provincia de Los Ríos y más de 200 denuncias de presos que habrían recibido torturas y malos tratos en las cárceles ecuatorianas, que desde enero del pasado año están bajo control militar, a raíz de la declaratoria de “conflicto armado interno”. Todos estos expedientes están bajo seguimiento de diferentes organizaciones de la sociedad civil vinculadas a la defensa a los derechos humanos, las cuales han puesto en marchas sus propios sistemas de monitoreo ante la opacidad de la información por parte de la Fiscalía General del Estado y las instituciones del Ejecutivo ecuatoriano.

Cierre democrático

Más allá del perfil despótico del presidente Daniel Noboa, quien violentando el marco normativo vigente combina de forma indebida el ejercicio de su cargo presidencial con su rol como candidato a la reelección haciendo uso del patrimonio público para fines políticos personales, el proceso de militarización que vive el país ha provocado que las cúpulas de las fuerzas militares y policiales -el aparato represivo del Estado- se ubiquen hoy en una posición distinta a la que la democracia liberal tradicionalmente les había asignado.

La política de mano dura y militarización aplicada por el presidente Daniel Noboa en un país inmerso desde hace años en una crisis de debilitamiento institucional, se evidencia como una herramienta de destrucción de los fundamentos de la democracia, desvirtuando la competencia política, atentando contra el principio de separación de poderes y erosionando aun más la escasa confianza en las instituciones.

De prolongarse esta situación en el tiempo, lo que ahondaría aun más el quiebre ya existente en el deficiente sistema democrático ecuatoriano, se abriría el camino hacia un estado de indefensión cuya afectación sobre los sectores populares consolidaría el actual proceso de desmovilización social que vive el país, permitiendo a su vez el avance de acciones gubernamentales perfectamente compatibles con la categoría de la necropolítica.

Es esto último lo que le da relevancia al actual proceso electoral. Más allá de la disputa del poder entre el cada vez menos progresista progresismo ecuatoriano y la fracción de las élites que en este momento captura el Estado, los movimientos sociales y las organizaciones populares del país deben entender que Ecuador vive un momento de encrucijada.

Trump, MAGA, desregulación y «pequeñas perturbaciones» arancelarias

Por Michael Roberts

Trump ve a los Estados Unidos como una gran corporación capitalista de la que es el director ejecutivo. Al igual que hizo cuando era el jefe del programa de televisión, The Apprentice, cree que está dirigiendo una empresa y, por lo tanto, puede emplear y despedir a la gente a voluntad. Tiene una junta directiva que asesora y/o cumple sus órdenes (los oligarcas estadounidenses y los ex presentadores de televisión). Pero las instituciones del estado son un obstáculo. Por lo tanto, el Congreso, los tribunales, los gobiernos estatales, etc. deben ser ignorados y/o obligados a llevar a cabo las instrucciones del CEO.

Como buen capitalista (sic), Trump quiere liberar a EEUU sociedad anónima de cualquier restricción para obtener ganancias. Para Trump, la empresa y sus accionistas, el único objetivo son las ganancias, no las necesidades de la sociedad en general, ni salarios más altos para los empleados de la empresa de Trump. Eso significa recortar cualquier gasto superfluo para mitigar el calentamiento global y evitar daños al medio ambiente. La empresa estadounidense debería obtener más ganancias y no preocuparse por tales «externalidades».

Como agente inmobiliario, Trump cree que la forma de aumentar las ganancias de su empresa es hacer acuerdos para adquirir otras empresas o llegar a acuerdos sobre precios y costes para garantizar las máximas ganancias para su empresa. Como cualquier granempresa, Trump no quiere que ningún competidor gane cuota de mercado a su costa. Así que quiere aumentar los costes de las corporaciones nacionales rivales, como Europa, Canadá y China. Lo está haciendo aumentando los aranceles a sus exportaciones. También está tratando de conseguir que otras empresas menos poderosas lleguen a acuerdos comerciales en los que acepten más bienes y servicios de corporaciones estadounidenses (empresas de salud, alimentos transgénicos, etc, por ejemplo, el Reino Unido). Y su objetivo es aumentar las inversiones de la empresas estadounidense en sectores rentables como la producción de combustibles fósiles (Alaska, fracking, perforación), tecnología patentada (Nvidia, AI) y, sobre todo, en bienes raíces (Groenlandia, Panamá, Canadá, Gaza).

Cualquier empresa quiere pagar menos impuestos sobre sus ingresos y ganancias, y Trump tiene como objetivo lograrlo para su empresa estadounidense. Así que Trump y su «asesor» Musk han utilizado una bola de demolición contra los departamentos gubernamentales, sus empleados y cualquier gasto en servicios públicos (incluso defensa) para «ahorrar dinero», para que Trump pueda reducir costes, es decir, reducir los impuestos sobre las ganancias corporativas y las personas súper ricas bien pagadas que se sientan en su junta empresarial de EEUU SA y ejecutan sus órdenes ejecutivas.

Pero no son solo los impuestos y los costes del gobierno los que deben ser recortados. La empresa EEUU SA debe liberarse de «pequeñas» regulaciones sobre actividades comerciales como: reglas de seguridad y condiciones de trabajo en la producción; leyes anticorrupción y leyes contra medidas comerciales desleales; protección del consumidor contra estafas y robos; y controles sobre especulación financiera y activos peligrosos como bitcoin y criptomonedas. No debería haber restricciones para la empresa estadounidense de Trump para hacer lo que quiera. La desregulación es clave para hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande (MAGA).

Trump ha ordenado que el Departamento de Justicia abandone todos los procedimientos en curso bajo la Ley de Prácticas Corruptas en el Extranjero (una legislación contra el soborno y prácticas contables destinada a mantener la integridad de las transacciones comerciales), durante 180 días. Trump tiene como objetivo eliminar diez regulaciones por cada nueva regulación existente para «desatar la prosperidad a través de la desregulación». Ha despedido al jefe de la Oficina de Protección Financiera del Consumidor (CFPB) y ha ordenado a todos los empleados que «cesen toda actividad de supervisión y examen». El CFPB se creó a raíz de la crisis financiera de 2007-08 y tiene como tarea redactar y hacer cumplir las normas aplicables a las empresas de servicios financieros y a los bancos, priorizando la protección del consumidor en las operaciones de crédito.

Trump quiere más tokens especulativos, más proyectos cripto (como los iniciados por sus hijos) y ha comenzado su propia mememoneda. Los cambios recién propuestos en la regulación contable harían mucho más fácil a los bancos y los administradores de activos mantener tokens cripto, una medida que acerca este activo altamente volátil al corazón del sistema financiero.

Sin embargo, solo han pasado dos años desde que Estados Unidos estuvo al borde de su crisis más grave de quiebras bancarias desde la tormenta financiera de 2008. Un puñado de bancos regionales, algunos del tamaño de los prestamistas más grandes de Europa, se topó con sus límites, incluido Silicon Valley Bank, cuya desaparición estuvo a punto de desencadenar una crisis en toda regla. El accidente de SVB tuvo varias causas inmediatas. Sus tenencias de bonos se estaban desmoronando en valor a medida que las tasas de interés de EEUU aumentaban. Con solo unos pocos golpes de tecla en una aplicación app, la base de clientes tecnológicos asustados e interconectados del banco retiró los depósitos a un ritmo insostenible, dejando a los multimillonarios pidiendo a gritos asistencia federal. Esta desregulación es «un gran error y será peligrosa», dijo Ken Wilcox, quien fue director ejecutivo de SVB durante una década hasta 2011. «Sin buenos reguladores bancarios, los bancos enloquecerán», dijo a la publicación hermana del FT, The Banker.

El mantra de la desregulación de Trump para su empresa estadounidense está teniendo eco entre los ejecutivos de la UE y el Reino Unido. La UE y el Reino Unido ya han abandonado los nuevos requisitos bancarios para el capital internacional acordados en Basilea III, siguiendo el ejemplo de los Estados Unidos. El ex jefe del BCE y banquero de Goldman Sachs, Mario Draghi, está pidiendo ahora el fin de las regulaciones operadas por los estados miembros de la UE, que según él «son mucho más perjudiciales para el crecimiento que cualquier arancel que pueda imponer los Estados Unidos, y sus efectos nocivos están aumentando con el tiempo. La UE ha permitido que la regulación alcance a la parte más innovadora de los servicios, la digital, obstaculizando el crecimiento de las empresas tecnológicas europeas y evitando que la economía desbloquee grandes ganancias de productividad».

En el Reino Unido, la canciller (ministra de finanzas) Rachel Reeves pidió que los reguladores financieros «derriben las barreras regulatorias» que frenan el crecimiento económico, lo que sugiere que la regulación posterior al colapso financiero ha «ido demasiado lejos». ¡El presidente del organismo regulador del mercado de valores del Reino Unido, la Autoridad de Competencia y Mercados, ha sido reemplazado por el ex jefe del Reino Unido de Amazon! El defensor del pueblo para las finanzas del Reino Unido también ha dimitido recientemente, debido a los enfrentamientos sobre el enfoque pro-empresas del gobierno. Reeves quiere una auditoría completa de los 130 reguladores de Gran Bretaña para saber si algunos deberían ser disueltos. Reeves dijo a una serie de importantes banqueros que «durante demasiado tiempo, hemos regulado el riesgo en lugar del crecimiento, y por eso estamos trabajando con los reguladores para entender cómo una reforma general puede impulsar el crecimiento económico». Eso significa que la desregulación y la asunción de riesgos están a la orden del día.

El Pacto Verde de la UE, políticas supuestamente destinadas a descarbonizar la economía, se están dilatando para competir con la empresa estadounidense de Trump. El comisionado responsable de la UE, Teresa Ribera, ya ha «pospuesto» una ley contra la deforestación por un año. Ahora quiere reducir el número de pequeñas y medianas empresas afectadas por las regulaciones ambientales existentes y reducir los requisitos de presentación de informes, ahorrando así aparentemente el 20% del coste de la regulación. Bruselas ha estimado el coste de cumplir con las normas de la UE en 150 mil millones de euros al año, una cantidad que quiere recortar en 37,5 mil millones de euros para 2029. «Lo que tenemos que evitar es usar la palabra simplificación para significar desregulación», dijo Ribera. «Creo que la simplificación puede ser muy necesaria… para ver cómo podemos hacer las cosas más fáciles». Pero como dice Heather Grabbe, principal consejero del grupo de expertos económicos Bruegel, estos cambios propuestos «parecen ir mucho más allá de la simplificación, lo que facilitaría la presentación de informes, y parecen estar alejándose de la transparencia, que es lo que los inversores han estado pidiendo».

En cuanto a controlar la producción de combustibles fósiles, olvídelo. Karen McKee, directora del departamento de soluciones de productos de ExxonMobil, importante empresa petrolera y gaseista, declaró al FT que las inversiones futuras en Europa dependerían de la claridad regulatoria de Bruselas. «Lo que realmente estamos buscando ahora es acción» y que Bruselas reforme su regulación «bien intencionada» y permita que la industria innove, dijo. «La competitividad es el foco en este momento porque estamos simplemente en una crisis. Estamos logrando la descarbonización en Europa a través de la desindustrialización«, se quejó McKee. Aparentemente, el fracaso del capital europeo para invertir y crecer se debe a las regulaciones sobre la producción de combustibles fósiles y a que impiden que las corporaciones puedan competir.

Parece que todos los gobiernos se están tragando la estrategia de Trump para su empresa estadounidense. Puede maximizar las ganancias si elimina todas las restricciones y llega a acuerdos. Lo que Trump, la UE y el Reino Unido ignoran es que la desregulación nunca ha proportado crecimiento económico y una mayor prosperidad. Por el contrario, simplemente ha aumentado el riesgo de caos y colapso. Y eso significa que, eventualmente, perjudica la rentabilidad.

Solo tenemos que recordar la ridícula posición adoptada por el gobierno laborista británico antes del colapso financiero mundial a principios de la década de 2000 sobre lo que llamaron «regulación ligera» de los bancos. Ed Balls, entonces Ministro de la City (ahora presentador de un programa de entrevistas) en su primer discurso a la City de Londres dijo: «El éxito de Londres se ha basado en tres grandes fortalezas: las habilidades, la experiencia y la flexibilidad de la fuerza laboral; un compromiso claro con los mercados globales, abiertos y competitivos; y una regulación ligera basada en principios». El entonces canciller y que pronto sería primer ministro, Gordon Brown, habló con los banqueros y dijo: «Hoy en día, nuestro sistema de regulación ligera y basada en el riesgo se cita regularmente, junto con el internacionalismo de la City y las cualificaciones de quienes trabajan aquí, como una de nuestras principales atracciones. Nos ha proporcionado una gran ventaja competitiva y es considerado como el mejor centro financiero del mundo». ¿Qué pasó después y dónde está Gran Bretaña ahora?

Rachel Reeves no ha aprendido nada de la crisis de 2008. En su primer discurso en Mansion House como canciller del Reino Unido en noviembre pasado, se hizo eco del llamamiento a la desregulación. Pero como señaló Mariana Mazzucato, según la OCDE, el Reino Unido es el segundo país menos regulado en productos financieros y el cuarto en su mercado laboral. Y el Banco Mundial sigue calificando al Reino Unido como uno de los páises mejor situado en términos de «facilidad para hacer negocios».

Pero ahora parece que, para competir con la empresa estadounidense de Trump, Europa y el Reino Unido no solo deben participar en una «carrera hacia abajo» fiscal (Reeves se niega a financiar los servicios públicos con un impuesto sobre el patrimonio o un impuesto sobre las ganancias corporativas, por el contrario, quiere reducir este último), Europa y el Reino Unido también deben participar en una carrera hacia abajo de desregulación. Incluso los economistas del Banco de Inglaterra están preocupados por la «desregulación competitiva», ya que inevitablemente aumentaría el riesgo de un colapso financiero.

Cualquiera que haya leído mis artículos a lo largo de los años sabe que creo que la regulación sobre las empresas capitalistas no funciona, como lo demuestra el colapso financiero mundial de 2008, la implosión de los bancos regionales de EEUU en 2023 y muchos otros ejemplos en finanzas, negocios y servicios. No puede haber una «regulación» efectiva real sin la propiedad pública controlada por organizaciones democráticas de trabajadores. La desregulación puede no aumentar el riesgo de crisis financieras, o más accidentes industriales o estafas a consumidores y más corrupción, pero suceden de todos modos. Pero no proporcionará más crecimiento económico y mejores niveles de vida y servicios públicos.

De hecho, por eso la estrategia corporativa de Trump está a punto de fracasar. El aumento de los aranceles a otras corporaciones puede dar a la empresa estadounidense de Trump una ventaja temporal de precios, pero pronto podría ser devorada por los costes más altos de los bienes y servicios proporcionados por corporaciones nacionales rivales que la empresa de Trump todavía necesita y a las que debe comprar. El riesgo es acelerar la inflación. Y eso no les conviene a los empleados de la empresa. Además, llegar a acuerdos sobre el comercio y los bienes raíces o reducir los impuestos sobre las ganancias nunca ha llevado a aumentos significativos en el crecimiento económico. Eso depende de la inversión en los sectores productivos. Es más probable que la mayoría de los recortes de impuestos terminen en la especulación financiera por parte de las corporaciones y los súper ricos.

Si una estrategia corporativa falla, el CEO normalmente tiene que asumir la responsabilidad y los directores y accionistas de la empresa pueden volverse contra el CEO. Y si la corporación no puede ofrecer mejores salarios y condiciones para sus trabajadores, sino solo una inflación más alta y servicios públicos colapsados, eso podría llevar a serios problemas dentro de la empresa. Atentos.

En su intervención en el Congreso de los Estados Unidos ayer después de 100 días en el cargo, el presidente Donald Trump afirmó que los nuevos aranceles sobre las importaciones de los mayores socios comerciales de los Estados Unidos causarían «un poco de perturbación». Pero pronto terminaría y «los aranceles tratan de hacer que Estados Unidos vuelva a ser rico y que Estados Unidos vuelva a ser grande», dijo. «Está sucediendo, y sucederá bastante rápido».

De hecho, muy rápido. Ayer, Trump ordenó aranceles del 25 % a los bienes importados de Canadá y México a los Estados Unidos y un arancel adicional del 10 % a las importaciones chinas, imponiendo a los tres principales socios comerciales de Estados Unidos barreras significativamente más altas. Las medidas provocaron una respuesta inmediata de Beijing, que dijo que impondría un arancel del 10-15% a los productos agrícolas estadounidenses, que van desde soja y carne de res hasta maíz y trigo a partir del 10 de marzo. Canadá también dio a conocer los aranceles sobre 107 mil millones de dólares de importaciones estadounidenses, comenzando con 21 mil millones de dólares de importaciones inmediatamente. «Canadá no dejará que esta decisión injustificada quede sin respuesta», dijo el primer ministro Justin Trudeau. Los gravámenes contra Ottawa se fijan en el 25 %, excepto para los productos petrolíferos y energéticos canadienses, que se enfrentan a un arancel del 10 %. Canadá representa alrededor del 60% de las importaciones de crudo de los Estados Unidos.

China también apuntó a empresas estadounidenses, colocando a diez empresas en una lista negra de seguridad nacional y reforzando los controles de exportación a otras 15. También prohibió a la empresa de biotecnología estadounidense Illumina exportar su equipo de secuenciación genética a China. Beijing había añadido a Illumina a su lista de «entidades poco confiables» el mes pasado en respuesta al aluvión inicial de aranceles de Trump.

Todos los aranceles previstos llevarían la tasa arancelaria de los Estados Unidos a más del 20% en solo unas pocas semanas, el más alto desde antes de la Primera Guerra Mundial. Como señala Joseph Politano, los costes de estas acciones son enormes, cubriendo 1.300 millones de dólares en importaciones estadounidenses o aproximadamente el 42 % de todos los bienes importados por los Estados Unidos, o el mayor aumento arancelario desde la infame Ley Smoot-Hawley de hace casi un siglo.

Los aranceles harán subir los precios de EEUU para materias primas clave como gasolina, fertilizantes, acero, aluminio, madera, plástico y otras. Los comestibles, especialmente las frutas y verduras frescas de México, serán más difíciles de encontrar. Las industrias manufactureras que dependen de complejas cadenas de suministro integradas de América del Norte (vehículos, computadoras, productos químicos, aviones y más) podrían detenerse si esos vínculos se cortan por la fuerza. Los costes podrían aumentar para teléfonos, computadoras portátiles y electrodomésticos cuya producción está particularmente concentrada en China y México. Los exportadores se verán perjudicados por el aumento de los costes de las materias primas, la apreciación de la moneda y los próximos aranceles de represalia, todos los cuales reducirán la actividad económica de los Estados Unidos.

Los costes totales de estos aranceles recaudarían 160 mil millones de dólares de los consumidores y empresas estadounidenses que pagarían más por sus compras de bienes importados, y más por venir. Las medidas del martes de Trump son solo el 40% de sus medidas propuestas. Si se implementa el próximo lote, aumentaría el coste de las importaciones a más de 600 mil millones de dólares, o el 1,6 % del PIB.

Un argumento económico para imponer aranceles a los bienes importados es proteger a las empresas nacionales de la competencia extranjera. Al gravar las importaciones, los precios nacionales se vuelven relativamente más baratos y los ciudadanos cambian el gasto de bienes extranjeros a bienes nacionales, expandiendo así la industria nacional. Pero este argumento tiene poco apoyo empírico. La Reserva Federal de Nueva York analizó recientemente el impacto del aumento de los aranceles en las empresas nacionales. Concluyó que «extraer ganancias de la imposición de aranceles es difícil porque las cadenas de suministro globales son complejas y los países extranjeros toman represalias. Usando los rendimientos del mercado de valores en los días de anuncio de la guerra comercial, nuestros resultados muestran que las empresas experimentaron grandes pérdidas en los flujos de efectivo esperados y los resultados reales. Estas pérdidas fueron de base amplia, con empresas expuestas a China experimentando las mayores pérdidas».

Además, como muestra el economista danés, Jesper Rangvid, Trump solo mira el comercio bilateral de bienes, ignorando el comercio de servicios y las ganancias del capital y el trabajo. Da la casualidad de que los ingresos que los Estados Unidos obtienen de sus exportaciones de servicios al menos a la zona euro y los rendimientos del capital y los salarios del trabajo que han exportado allí compensan sus déficits bilaterales en bienes. El saldo general de la cuenta corriente bilateral de la zona euro con los Estados Unidos está cerca de cero.

Lejos del aluvión arancelario de Trump para «hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande», tiene todas las perspectivas de llevar a la economía estadounidense a una recesión y arrastrar a las otras economías importantes con él. El Instituto Kiel considera que las exportaciones de la UE a los Estados Unidos caerían en un 15-17 %, lo que llevaría a una contracción «significativa» del 0,4 % en el tamaño de la economía de la UE, mientras que el PIB de los Estados Unidos se reduciría en un 0,17 %. Si hay aranceles recíprocos por parte de la UE, eso duplicaría el daño económico y aumentaría la inflación en 1,5 puntos porcentuales. Las exportaciones manufactureras alemanas a los Estados Unidos serían las más golpeadas, con una caída de casi un 20 %. Si bien la magnitud exacta de las exportaciones perdidas a lo largo del tiempo no está clara (dado que tomará tiempo para que las cadenas de suministro se restablezcan), si estos gravámenes persisten, es probable que cree un arrastre sustancial en el PIB de las principales economías que comercian con los Estados Unidos.

El impacto general en la fabricación estadounidense podría sumar casi el 1% del PIB en exportaciones perdidas.

Esa es una estimación. Los economistas de la Universidad de Yale van más allá. Modelaron el efecto de los aranceles previstos del 25 % para Canadá y México y los aranceles del 10 % de China, así como los aranceles del 10 % de China ya vigentes. Calcularon que estos aranceles llevarían la tasa arancelaria promedio efectiva a su nivel más alto desde 1943. Los precios internos aumentarían en más del 1% la tasa de inflación actual, el equivalente a una pérdida promedio por hogar de consumidores de 1.600 a 2.000 dólares en 2024. Bajarían el crecimiento del PIB real de EEUU en un 0,6% este año y reducirían un 03-0,4% las futuras tasas de crecimiento anual, borrando las ganancias esperadas en productividad de la IA.

La Cámara de Comercio Internacional de los Estados Unidos está tan preocupada que calculó que la economía mundial podría enfrentar un colapso similar a la Gran Depresión de la década de 1930 a menos que Trump revierta sus planes. «Nuestra profunda preocupación es que este podría ser el comienzo de una espiral descendente que nos sitúe en el escenario de la guerra comercial de la década de 1930», dijo Andrew Wilson, subsecretario general de la CCI. Así que las medidas de Trump pueden ir mucho más allá de «una pequeña perturbación».

Incluso antes del anuncio de los nuevos aranceles, había señales significativas de que la economía estadounidense se estaba desacelerando a cierto ritmo. El impacto del aumento de los aranceles de importación podría ser un punto de inflexión para una recesión. Así lo pensaba Wall Street. Cuando Trump anunció las medidas arancelarias, todas las ganancias en el mercado de valores de EEUU obtenidas desde la victoria electoral de Trump desaparecieron.

En cuestión de semanas, la narrativa sobre la economía estadounidense ha pasado del «excepcionalismo» de su economía a alarmar sobre una repentina recesión de su crecimiento. Las ventas minoristas, la producción manufacturera, el gasto real de los consumidores, las ventas de viviendas y los indicadores de confianza del consumidor han bajado en el último mes o dos. Las previsiones de consenso para el crecimiento real del PIB para el primer trimestre de 2025 son ahora solo un 1,2 % anualizado.

El rastreador GDP NOW de la Reserva Federal de Atlanta, seguido de cerca, pronostica una contracción absoluta.

La manufactura estadounidense ha estado en recesión desde hace un año o más, pero lo que también es preocupante en los últimos indicadores de actividad manufacturera fue un aumento significativo en los costes: «la demanda se redujo, la producción se estabilizó y los despidos de personal continuaron mientras las empresas experimentaban el primer choque operativo de la política arancelaria de la nueva administración. El crecimiento de los precios se aceleró debido a los aranceles, causando nuevos retrasos en la colocación de pedidos, interrupciones en las entregas de los proveedores e impactos en el inventario producido», dijo Timothy Fiore, presidente del ISM. Los nuevos pedidos cayeron más desde marzo de 2022 en el terreno de la contracción y la producción se desaceleró bruscamente. Además, las presiones de los precios se aceleraron a su nivel más alto desde junio de 2022.

El llamado excepcionalismo de la economía estadounidense desde el final de la pandemia siempre fue una ilusión estadística. Un estudio revela la verdadera historia para muchos hogares estadounidenses sobre el empleo, los salarios y la inflación. En primer lugar, está el bajo desempleo casi récord en las cifras oficiales, solo el 4,2 %. Pero esta cifra incluye a las personas sin hogar que trabajan ocasionalmente como empleadas. Si los desempleados incluyeran a aquellos que no pueden encontrar nada más que trabajo a tiempo parcial o que reciben un salario de pobreza (aproximadamente 25.000 dólares), el porcentaje es en realidad del 23,7 %. En otras palabras, casi uno de cada cuatro trabajadores está funcionalmente desempleado en Estados Unidos hoy en día. El salario medio oficial es de 61.900 dólares. Pero si rastreas a todos en la fuerza de trabajo, es decir, si incluyes a los trabajadores a tiempo parcial y a los solicitantes de empleo desempleados, el salario medio es en realidad de poco más de 52.300 dólares al año. «Los trabajadores estadounidenses en la mediana están ganando un 16 % menos de lo que indicarían las estadísticas vigentes». En 2023, la tasa de inflación oficial fue del 4,1 %. Pero el verdadero coste de la vida aumentó más del doble, un 9,4 %. Eso significa que el poder adquisitivo cayó en la mediana en un 4,3 % en 2023.

La respuesta de los líderes europeos a los movimientos arancelarios de Trump y su aparente fin del apoyo a Ucrania en su guerra contra Rusia parecen ser preparativos para más guerra. El gasto mundial en defensa alcanzó un récord de 2,2 billones de dólares el año pasado y en Europa aumentó a 388 mil millones de dólares, niveles no vistos desde la «guerra fría», según el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos. Martin Wolf, el gurú económico keynesiano liberal del Financial Times, dice que «el gasto en defensa tendrá que aumentar sustancialmente. Tenga en cuenta que era del 5 por ciento del PIB del Reino Unido, o más, en las décadas de 1970 y 1980. Puede que no sea necesario estar en esos niveles a largo plazo: la Rusia moderna no es la Unión Soviética. Sin embargo, puede que tenga que ser tan alto como eso durante la acumulación de fuerzas, especialmente si Estados Unidos se retira».

¿Cómo pagar esto? «Si el gasto en defensa va a ser permanentemente más alto, los impuestos deben aumentar, a menos que el gobierno pueda encontrar suficientes recortes de gasto, lo cual es dudoso». Pero no se preocupe, gastar en tanques, tropas y misiles es realmente beneficioso para la economía, dice Wolf. «El Reino Unido también puede esperar de forma realista rendimientos económicos de sus inversiones en defensa. Históricamente, las guerras han sido la madre de la innovación». Luego cita los maravillosos ejemplos de las ganancias que Israel y Ucrania han hecho gracias a la guerra: «La «economía start up» de Israel comenzó en su ejército. Los ucranianos ahora han revolucionado la guerra con drones». No menciona el coste humano involucrado en obtener innovación mediante la guerra. Wolf: «El punto crucial, sin embargo, es que la necesidad de gastar significativamente más en defensa debe verse como algo más que una necesidad y también más que un coste, aunque ambos son ciertos. Si se hace de manera correcta, también es una oportunidad económica». Así que la guerra es la salida al estancamiento económico.

El futuro canciller de Alemania, Friedrich Merz (después de ganar las recientes elecciones) ha adoptado la misma historia. En un giro completo de su campaña electoral, cuando se opuso a cualquier gasto fiscal adicional para «equilibrar» las cuentas del gobierno, ahora está promoviendo un plan para inyectar cientos de miles de millones en fondos adicionales para el ejército y la infraestructura de Alemania, diseñados para revivir y rearmar la economía más grande de Europa. Una nueva disposición eximiría el gasto en defensa por encima del 1 por ciento del PIB del «freno de la deuda» que limita los préstamos del gobierno, permitiendo a Alemania recaudar una cantidad ilimitada de deuda para financiar sus fuerzas armadas y proporcionar asistencia militar a Ucrania. Y planea introducir una enmienda constitucional para establecer un fondo de 500 mil millones de euros para infraestructura, que se ejecutaría durante diez años. De repente, hay mucho dinero en efectivo y préstamos disponibles para armas y empresas militares.

El plan del Reino Unido es duplicar su gasto de «defensa» recortando su programa de ayuda a los países pobres del mundo. Trump también ha congelado la ayuda al desarrollo estadounidense. La deuda mundial ha llegado a los 318 billones de dólares con un aumento de 7 billones de dólares en 2024. La deuda global con respecto al PIB mundial aumentó por primera vez en cuatro años, por lo que la deuda aumentó más rápido que el PIB nominal para alcanzar el 328 % del PIB. El Instituto de Finanzas Internacionales (IIF) advirtió que los países pobres están bajo una inmensa presión a medida que sus cargas de deuda continúan creciendo. La deuda total en estas economías aumentó en 4,5 billones de dólares en 2024, llevando la deuda total de los mercados emergentes a un máximo histórico del 245% del PIB. Muchas de estas economías pobres ahora tienen que pagar una deuda récord de 8,2 billones de dólares este año, con alrededor del 10% de ella nominada en monedas extranjeras, una situación que podría ser peligrosa rápidamente si la financiación se seca. Así que más guerra y más pobreza por delante.

El tecnofeudalismo digital y sus sombras

Por Andrés David Arana Gutiérrez

En un mundo que se presume moderno, progresista y tecnológicamente avanzado, lo irónico es que terminemos evocando conceptos medievales para entender la estructura de poder que nos rige. Si Cédric Durand tiene razón en su libro Tecnofeudalismo, critica de la economía digital; estamos en una era de capitalismo digital, sino en un tecnofeudalismo, donde las corporaciones tecnológicas han convertido el ciberespacio en su feudo, y a nosotros, sus usuarios, en vasallos de datos.

De manera acertada, Durand trae a colación un análisis realizado por Indy johar respecto de la dominación digital en contraste con el tiempo de la conquista, un artículo publicado por Financial Times que suscribe lo siguiente:

Las plataformas digitales a menudo son descritas como bienes inmobiliarios virtuales; de ahí la comparación con el descubrimiento de una frontera nuevas y lujuriante […] las rentas van a los pioneros, que sabrán vigilar y proteger despiadadamente esos territorios […] todo esto suena terriblemente medieval, porque lo que está en ejecución precisamente da cuenta de esa época de la historia. La única diferencia verdadera es la característica digital del paisaje. En cambio, la naturaleza de los señores que perciben los tributos es la misma.  

La tesis de Durand se fundamenta en cómo la digitalización de la economía ha transformado las formas tradicionales de acumulación de riqueza. Anteriormente, el capital se construía sobre la explotación de recursos tangibles; hoy, se sustenta en la captura y control de intangibles: datos, información y conocimiento. Lo que parece innovación y progreso es, en realidad, un retorno a una estructura de dominación donde pocos ejercen un control absoluto sobre muchos. Empresas como Google, Amazon y Facebook no venden productos, sino acceso a territorios digitales que han monopolizado, estableciendo peajes invisibles para quienes transitan por ellos.

Uno de los puntos clave que expone Durand es la concentración del poder en las plataformas digitales, lo que ha desplazado la lógica clásica de la producción. No se trata ya de fabricar más o de mejorar la eficiencia del trabajo, sino de extraer rentas sobre el flujo de información. Esto no solo genera desigualdades económicas, sino que moldea nuestras subjetividades: lo que leemos, compramos y hasta pensamos está mediado por algoritmos que buscan la maximización de beneficios para estos nuevos señores feudales.

En América Latina, la situación es aún más preocupante. La región es hogar de aproximadamente 300 millones de compradores digitales, una cifra que se prevé crezca más del 15% para 2027. Sin embargo, no somos dueños de la infraestructura digital y dependemos de plataformas extranjeras. En Colombia, por ejemplo, casi la mitad de las empresas digitales son extranjeras, y solo el 7,1% de las empresas basadas en plataformas logran una salida exitosa en términos de fusiones y adquisiciones, en comparación con otros modelos de negocio. Nuestra participación en esta economía tecnofeudal se reduce, en gran parte, a ser proveedores de datos. Consumimos, generamos contenido, pero no controlamos ni las reglas del juego ni los beneficios que produce.

Ante este panorama, la pregunta no es si el tecnofeudalismo ha llegado, sino qué podemos hacer para contrarrestarlo. La respuesta no es sencilla, pero pasa, al menos, por una regulación más estricta del poder digital, una mayor alfabetización tecnológica, (he insisto permanentemente en varias columnas de opinión), y en la que ya deberían estar varios gobiernos de la región trabajando para que permita a los ciudadanos entender y desafiar estos mecanismos de dominación, y la construcción de plataformas propias que no repliquen las mismas lógicas de explotación. Si no actuamos ahora, corremos el riesgo de seguir siendo siervos en un mundo donde los castillos no están hechos de piedra, sino de código.

Matthew Hongoltz-Hetling: La desinformación ha reemplazado a la realidad, y esto es un triunfo para las élites del capital”

Por Aldo Conway

Pasa mucho más de lo que uno pueda imaginarse, y la secuencia varía un poco, aunque siempre es la misma: el gobierno te oprime, o eso dices tú; te fríen a impuestos, cuatrocientos euros tienen la culpa; miras el mapa y buscas un remoto lugar en la costa noreste de Estados Unidos para emprender una utopía libertaria que pondría a Juan Ramón Rallo a probarse monos de granjero; el tiempo pasa y eres feliz, todo lo feliz que puede ser alguien que no paga impuestos y lava su ropa en un riachuelo; todo lo feliz que puede vivir alguien sin servicios públicos. En otros lugares lo llamarían infravivienda, o chabolismo, pero aquí no. Aquí cada vecino es amo de su destino. Aquí no hay farolas porque no queremos. Pasa más tiempo. Resulta que todos querían ser bomberos o policías voluntarios, y nadie dijo nada de hacer algo con la basura. Luego llegaron los osos y, donde antes todo eran risas, ahora, bueno…

Ahora hay un libro de Matthew Hongoltz-Hetling (Nueva York, 1973) editado y traducido al español por Capitán Swing: Un libertario se encuentra con un oso: el utópico plan para liberar a un pueblo (y a sus osos). El periodista estadounidense, finalista del premio Pulitzer en 2012 y ganador del Premio George Polk, trabaja en el diario local Valleys News de Lebanon, New Hampshire.

La historia del pequeño pueblo de Grafton, en New Hampshire, es tan antigua como el propio Estado, y su recorrido por el tiempo es tan singular como la culminación de sus más de doscientos años de tradición libertaria en una invasión de osos negros. En 2004, cerca de 200 espíritus rebeldes se lanzaron a la aventura de establecerse en la localidad para llevar a cabo su utopía anarcocapitalista: nada de impuestos, nada de normas; laissez faire. Al principio, la anarquía se mostró en sus formas más pintorescas –socavones sin reparar, incendios descontrolados y hasta un asesinato vecinal– como preludio de lo que vendría. En el año 2010, unos osos negros, seducidos por el embriagador aroma de la basura, se colaron en el territorio, multiplicándose y volviéndose cada vez más salvajes, transformando el sueño de autogestión en una verdadera pesadilla de osos devoradores –porque se lo pusieron fácil– de carne humana. Finalmente, en 2014, la locura libertaria llegó a su fin: algunos se fueron y otros permanecieron, pero el pueblo, ya cansado de su insólito despropósito de destruirse a sí mismo, acordó restaurar un presupuesto municipal que superaba en un 50% el original, como triste epílogo a un experimento que pretendía ser la encarnación de la “arcadia de la libertad”.

¿Entienden lo mismo por libertad un europeo y un estadounidense? Un europeo podría ver algunas percepciones estadounidenses de la libertad como antagónicas a las propias, y viceversa. ¿Cuáles cree que son las diferencias fundamentales entre estas concepciones culturales de la libertad?

Esa pregunta va de lleno al corazón del asunto. Cuando los estadounidenses hablan de “libertad”, casi siempre se refieren al derecho [o derechos] del individuo sobre el colectivo. Se refieren con libertad a la libertad de expresión, de portar armas, a la libertad económica y, de un tiempo a esta parte, libertad médica [un movimiento anarcocapitalista que aboga por una laxa –por no decir nula– regulación en competencias sanitarias]. Y, por supuesto, [también creen en] el ejercicio irresponsable de esas libertades, que puede resultar en problemas para la salud y en riesgos para la integridad de otras personas. Desde mi perspectiva, los europeos tienden a creer que un entorno seguro y regulado garantiza el ejercicio de las libertades con más eficacia. Hace apenas diez años en Estados Unidos, el candidato libertario a la presidencia era un firme defensor de las vacunas; hoy día se ha convertido en un grupo extremista muy a la derecha de lo que ya era una ideología extremista.

Cuando los estadounidenses hablan de “libertad”, casi siempre se refieren al derecho del individuo sobre el colectivo

Hace poco leí [a Jorge Dioni] decir: “La burocracia quiere decir que el aceite no te mate”.

¡Ja! Esa es buena, y muy cierto. Creo que tanto la extrema izquierda como la extrema derecha se oponen a la imposición de unas élites sobre el pueblo llano. Lo que pasa es que para la derecha esas élites son el gobierno, y para la izquierda son las élites capitalistas. Por supuesto, creo que la izquierda tiene razón: ¿por qué deberíamos reemplazar un poder gubernamental que es imperfectamente responsable y transparente con una estructura de poder que no tiene responsabilidad y ninguna transparencia?

¿Realmente nos referimos a ‘libertad’ cuando pedimos libertad? La era de la posverdad ha despojado a cada concepto de sus atributos.

A veces parece que lo que quieren decir los estadounidenses es “déjame en paz”, y se me hace irónico que la actual derecha populista de Estados Unidos se haya alineado detrás de Donald Trump, cuya presidencia autoritaria es la antítesis misma de la libertad. Desde que escribí este libro [en 2018], mi forma de pensar ha evolucionado mucho y, para mí, lo que llamas posverdad es, en gran medida, un rechazo a la experiencia y la sabiduría compartida en favor de la experiencia y el saber individual. Cuando contamos con instituciones que se fundamentan en una verdad basada en la evidencia, mientras que la sociedad se orienta por la experiencia individual, ese desajuste genera todo tipo de problemas.

¿Se ha convertido la libertad en una obsesión en los países occidentales? ¿No caemos demasiado en el falso dilema de la libertad frente a un enemigo de paja?

Occidente ciertamente está obsesionado con algo, pero no estoy seguro de que “libertad” sea el término correcto para ello. La libertad se ha convertido en una marca de la derecha que quizás se refiere más al poder, la identidad personal y la lucha contra molinos de viento comunistas.

¿Crees que estos experimentos a pequeña escala sirven para concluir que una ideología es fallida? ¿Qué lecciones positivas podemos extraer de Grafton?

Creo que el ejemplo de Grafton es instructivo, aunque solo sea porque no hay otro ejemplo de una sociedad, grande o pequeña, que emplee métodos libertarios, aunque ahora también tenemos a Argentina para observar lo que ocurre. Aunque Grafton fue único en muchos aspectos, representa uno de al menos una docena de intentos fallidos de fundar una sociedad utópica y libertaria; y se ha intentado de todo: islas, ciudades flotantes, otros que se van al desierto… Pero creo que la verdadera lección es quizás más amplia que el libertarismo: fundar cualquier sociedad sobre un conjunto puro y restringido de principios políticos es poco probable que funcione, porque siempre dependes de que los ciudadanos se adhieran a una filosofía particular. Y la única forma de hacer cumplir esa uniformidad de pensamiento es reprimir al pueblo, lo cual es insostenible e indefendible. En cuanto a las lecciones positivas de Grafton, supongo que podemos aprender de sus errores: solo una pequeña inversión en gastos comunitarios merece mucho la pena.

La acumulación no regulada de capital conduce predeciblemente a monopolios. ¿Mueren los libertarios a los pies de un señor feudal?

¡Sí! Al menos, en algunos sectores. En una sociedad libertaria inmadura, el poder podría residir quizás en los miembros de la población local que pudieran reunir más recursos. Pero a largo plazo, esos monopolios se apoderan de todo, como lo han hecho en varios momentos de la historia cuando no se les controla ni regula.

¿Qué aspectos del libertarismo crees que deberían revisarse o matizarse para evitar que las contradicciones observadas en este caso se repitan en la práctica?

Existen argumentos libertarios en favor de las vacunas y de las regulaciones sanitarias u otras medidas de salud pública, y creo que esos argumentos deberían situarse en un punto más central de su discurso. Pero, sinceramente, creo que toda su idea en sí es inviable como principio rector de una sociedad, por lo que no creo que haya solución que les pueda permitir gobernar con éxito. Sí creo, sin embargo, que tienen una perspectiva única de las cosas, y en algunos casos es hasta válida, y tienen derecho a formar parte del debate público.

En los últimos años, el anarcocapitalismo ha ganado mucha popularidad, pero sorprende que el anarquismo de izquierda no haya recibido el mismo nivel de atención. ¿Qué cree que explica esta diferencia en la percepción y aceptación de estas dos corrientes dentro del pensamiento anarquista? ¿Por qué Milei y no Durruti?

En Estados Unidos al menos, los sindicatos y los colectivos laborales han sido completamente incapaces de abogar por sí mismos políticamente. Los afiliados de los sindicatos más grandes de Estados Unidos están convencidos de que la amenaza a su bienestar radica en personas de piel morena y en los universitarios, en lugar de en la muy obvia causa de sus problemas que son las ganancias exorbitadas de las grandes empresas. Creo que esto nos lleva de nuevo a lo que dijimos al principio: en la era de la posverdad, la desinformación y las percepciones erróneas han reemplazado completamente a la realidad, y esto representa un triunfo para las élites del capital.

Steven Forti: El tsunami reaccionario, comprenderlo para hacerle frente

Por Laura Camargo Fernández | Manuel Garí

La expansión de los proyectos de la ultraderecha que conforman la ola reaccionaria global y su consolidación en Europa, el proceso de radicalización de las derechas tradicionales y la transformación de las democracias liberales en autocracias electorales son los temas que vertebran el nuevo libro de Steven Forti, Democracias en extinción. El espectro de las autocracias electorales, publicado por Akal. En este trabajo, el profesor del Departamento de Historia Contemporánea de la Universitat Autònoma de Barcelona traza un minucioso panorama de las extremas derechas actuales, sus alianzas y sus efectos en la configuración de un modelo autocrático con suspensión de libertades fundamentales, prestando especial atención a su articulación en Europa con el paradigma húngaro de Viktor Orbán como modelo fundamental. Con motivo de esta publicación, y con las convulsiones del nuevo mandato de Donald Trump en la Casa Blanca como telón de fondo, enviamos a Steven Forti una serie de preguntas sobre varias de las cuestiones que aborda en este libro y sobre su visión con respecto a los retos que se plantean para este nuevo ciclo.

Laura Camargo y Manuel Garí: Analizas la historia en tiempo real o la del pasado cercano. En tu obra se ve algo de la intención de Tucídides de no solo narrar eventos, sino de ofrecer lecciones o pistas para el futuro. ¿Cuál es la labor del historiador/cronista del tiempo presente y cómo se diferencia del periodismo?

Steven Forti: Es una tarea apasionante, pero extremadamente compleja. El conocimiento del pasado nos puede ayudar para comprender mejor el presente, aunque todos somos conscientes que el futuro no está escrito, así que nadie tiene una bola de cristal y es imposible prever lo que pasará. También porqué la historia, a diferencia de lo que algunos piensan, no es ni una línea recta ni es cíclica. Ahora bien, creo que el historiador puede ayudar -aún más en un periodo de infocracia, como la ha definido Byung-Chul Han, como el actual- en poner las luces largas y explicar cómo las cosas no nacen de la nada, es decir, mostrar cómo hay dinámicas y procesos -sean estos políticos, sociales, culturales, económicos…- que se han ido desarrollando en el tiempo. Por otro lado, estoy convencido también que el historiador debería ser un ciudadano comprometido con la sociedad en la cual vive. Así que hago mías las palabras de Timothy Snyder, “la historia es y debe ser pensamiento político, en el sentido de que abre una brecha entre la inevitabilidad y la eternidad, impide que oscilemos entre una y otra, y nos ayuda a ver el instante en el que podemos cambiar la situación”.

C. y M. G.: Insistes a lo largo de tu libro en la importancia del modelo autocrático del que denominas “déspota de Budapest”, Viktor Orbán, para el resto de extremas derechas europeas. ¿Hasta qué punto crees que puede darse un proceso como el que describes de “vaciamiento de la democracia desde dentro” en países como Italia, Austria o incluso en Francia, en donde la inestabilidad macronista puede acabar con el régimen de la Vª República, o en Alemania y –mirando hacia futuras próximas legislaturas– en España, para virar hacia autocracias electorales? Y en todo caso, ¿sería el mismo tipo de “adelgazamiento democrático”, tal y como lo denominas en tu libro, en todos ellos o ves diferencias y límites dependiendo de los distintos países? ¿Qué elementos y factores pueden influir en las distintas evoluciones?

F.: Este proceso se está dando ya donde la extrema derecha ha llegado al poder. Basta mirar el caso de El Salvador con Bukele o Israel con Netanyahu, sin contar lo que estamos viendo en Estados Unidos tras la vuelta de Trump a la Casa Blanca. No olvidemos lo que pasó en Polonia durante los ejecutivos de Ley y Justicia: el camino a la orbanización ha sido evidente en Varsovia y aún no está claro que Tusk consiga desmontar el andamiaje construido por Kaczyński. ¿Por qué esto no podría pasar en la Europa occidental? No podemos escondernos detrás de la supuesta “fortaleza” de las instituciones democráticas o en la también supuesta existencia de “anticuerpos” democráticos en nuestras sociedades. De hecho, en Italia Meloni está aplicando la receta húngara, aunque muchos no quieran darse cuenta y sigan creyendo que la líder de Hermanos de Italia se habría “moderado”, como por arte de birlibirloque, una vez entró en el Palacio Chigi: ataque al pluralismo informativo, criminalización de las voces críticas -inclusive intelectuales de renombres como Scurati o Saviano, atacados y censurados-, cercenamiento de los derechos de las minorías, una reforma constitucional que reforzaría sobremanera el ejecutivo, el debilitamiento de la separación de poderes con ataques constantes a los jueces, el proyecto de contrarreforma de la justicia… Si la extrema derecha llega al poder en Francia, Alemania, Austria o España, pasará lo mismo. Obviamente, habrá peculiaridades nacionales, dependiendo del contexto político y de la correlación de fuerzas existente. Los límites dependerán de lo que hagan los demás: las instituciones, la sociedad civil, los sindicatos, la izquierda… y, no se pierda de vista, la derecha democrática. ¿Sabrá esta evitar el abrazo del oso de los ultras, algo que es cada vez más común en todas las latitudes? ¿Habrá “demócratas leales” en el campo de la derecha o seguiremos viendo solo demócratas “semileales”, para citar a Juan José Linz? El éxito de los procesos de autocratización llevados a cabo por la ultraderecha depende principalmente de esto.

C. y M. G.: ¿Cómo y por qué se ha producido el giro pragmático desde sus originales posiciones antieuropeístas en la mayoría de los partidos de la extrema derecha? Le Pen y Abascal siempre que pueden siguen manifestándose en contra de las “élites europeas”, pero prefieren estar a no estar, por el momento, en la UE. ¿Cómo es compatible este nuevo pragmatismo con sus repliegues identitarios en los distintos estados-nación?

F.: De entrada, aclaremos una cuestión: la extrema derecha sigue siendo euroescéptica como hace unos años. La diferencia es que ha dejado de pedir la salida del euro y de la UE: ahora apuesta por tocar poder en Bruselas, pero no para fortalecer el proyecto europeo o para seguir adelante con la integración política. Al contrario, pide que se devuelvan competencias a los Estados nacionales. Su modelo, de hecho, es el de una Confederación de Estados soberanos que deberían ponerse de acuerdo solo en pocas cuestiones, como la defensa de las fronteras o la economía. Las razones de este giro son esencialmente cuatro. Por un lado, tras el Brexit todos se han dado cuenta que fuera de la UE hace mucho frío. Por otro, las encuestas les han mostrado que el euroescepticismo “duro” ha tocado techo: respecto a 2010-2015, las opiniones favorables a la UE han crecido en todos los países miembros. Asimismo, con el NGEU [Next Generation European Union] han entendido que Bruselas, si quiere, tiene una potencia de fuego notable. Por último, la correlación de fuerzas les es cada vez más favorable: no olvidemos que en las elecciones de junio de 2024 la extrema derecha en su conjunto ha obtenido algo más del 25% de los votos. Bastaría pues con convencer a los populares -algo que han conseguido en la mayoría de los Estados miembros- y ya podrían mandar en la UE. Aquí también el que ha marcado el camino es una vez más Orbán. El premier magiar jamás se planteó abandonar la UE: los fondos de cohesión europeos han sido fundamentales para montar su sistema cleptocrático. Cuando Salvini, Meloni y Le Pen pedían el Italexit y el Frexit, Orbán, por aquel entonces aún miembro del PPE, pedía a la CDU mirar a su derecha y desvincularse de socialistas y liberales.

C. y M. G.: ¿Qué supuso la presidencia europea de Hungría con su lema MEGA (Make Europe Great Again) y su “Ocupar Bruselas”? ¿Cómo es compatible el MAGA trumpista con el MEGA orbanista? ¿Ves previsibles choques inminentes en esta legislatura ultranacionalista, expansionista y a la par proteccionista de Trump?

F.: Es difícil predecir el futuro, aún más en estos tiempos de cambio de época. MAGA y MEGA son compatibles por dos razones. Ideológicamente, todos ellos -desde Trump, Milei y Bolsonaro a Orbán, Le Pen, Meloni, Abascal y Netanyahu- se sienten parte de una misma familia global que lucha contra unos enemigos comunes: la cultura “woke”, la izquierda, los progres, el liberalismo, el “globalismo”… Ahora bien, esto puede comportar contradicciones evidentes, algo que es más que habitual entre nacionalistas. Metaxas admiraba a la Italia fascista, pero tuvo que plantarse y movilizar al ejército cuando Mussolini invadió Grecia. De fondo, y aquí está la segunda razón, los autodenominados Patriotas por Europa son unos vasallos de Trump. Manteniendo el paralelismo con la Europa de entreguerras, hubo los Metaxas, es cierto, pero, sobre todo, entre los fascistas de todo pelaje hubo los colaboracionistas que se sumaron a los nazis tras que estos invadieron sus países e implantaron Estados títeres. Al igual que el presidente de EE UU, los ultraderechistas europeos de este comienzo de siglo XXI quieren debilitar a la UE. Esencialmente, el lema MEGA ha sido un guiño a Trump. A Orbán, Abascal, Meloni, Morawiecki y Weidel no les interesa hacer grande Europa, sino sus naciones. Eso sí, como explicaba antes, entienden que para poderlo hacer necesitan tocar poder en la UE, es decir “ocupar” Bruselas.

C. y M. G.: El caso de Israel lo describes como paradigmático de la repetición de la historia por quienes, torticeramente, se proclaman herederos del sufrimiento del genocidio judío a manos de los nazis. ¿Hasta qué punto el genocidio en Gaza perpetrado por Israel supone un antes y un después para las Naciones Unidas nacidas de la post Segunda Guerra Mundial y, en general, para la ampliación de soluciones supremacistas y aniquiladoras en la resolución de conflictos?

F.: No sé hasta qué punto puede ser un antes y un después para las Naciones Unidas. En el pasado la ONU ha dejado mucho que desear -para utilizar un eufemismo- en otros conflictos, como el de la exYugoslavia, o en crisis internacionales, como el asesinato de Lumumba en el Congo de 1960. El genocidio en Gaza se enmarca en -y refuerza- una tendencia global en que la utilización de la fuerza bruta ha vuelto a ser un camino practicable por parte de algunos gobiernos y Estados. Lo de Putin, con sus diferencias, va en la misma línea y las declaraciones de Trump de estos últimos meses también. Hemos entrado en una nueva etapa donde ya no existen líneas rojas: Netanyahu, Putin y Trump nos están devolviendo al homo homini lupus hobbesiano, es decir, la ley del más fuerte, la ley de la jungla. Seguramente, el genocidio de Gaza marca un antes y un después en cómo el mundo verá en el futuro al Estado de Israel: aunque lo sigue intentando de forma vil y chabacana, Tel Aviv no podrá ya vivir de renta del Holocausto, presentándose como víctima. El rey está desnudo. Lo que es preocupante o, directamente, dramático, sin embargo, es cómo la memoria del Holocausto podrá cambiar en el futuro, al reforzarse discursos negacionistas y explícitamente antisemitas.

C. y M. G.: A raíz de la invasión por Putin de Ucrania y la guerra en curso, tanto en la OTAN como en la Comisión y Consejo europeos se generó un discurso del miedo a nuevos riesgos y contribuido a la creación de un nuevo “enemigo” común que ha originado no sólo un lenguaje militarista sino también una presión por el aumento del gasto militar y por reforzar y poner en marcha la inversión en la industria bélica. ¿Cómo puede ello influir en el avance de las extremas derechas europeas? ¿Qué consecuencias pueden preverse?

F.: Nada positivo, diría. El lenguaje militarista es el lenguaje de las extremas derechas: el culto a la fuerza, el nosotros versus ellos, el nacionalismo exacerbado…, conectado a la demanda de un líder fuerte que sepa, supuestamente, lidiar con una situación de este tipo. Miel sobre hojuelas para los ultras. Lo mismo dígase del aumento del gasto militar que, por lo que estamos viendo, es el único importante paso adelante que parece haber tomado la UE frente a Trump. Si ese es el enfoque, vamos muy mal. La UE tiene que dar un salto en la integración política y reforzar, sobre todo, y en primer lugar, su autonomía estratégica, industrial, tecnológica. El informe Draghi se debería leer con atención. Ahora bien, creo que desde la izquierda también debemos sentarnos y razonar sin eslóganes al respecto. Me explico: si queremos una UE más integrada y fuerte, y si no queremos la que con atino el presidente italiano Sergio Mattarella llamó la posible “vasallización feliz” de nuestro continente, ¿qué debemos hacer? Vista la dependencia de Estados Unidos en lo militar y en la defensa, en el contexto actual, marcado por dos guerras, ¿debemos estar a favor o en contra de una mayor inversión bélica? Y si es así, ¿hasta qué punto?

C. y M. G.: ¿Cuál es el papel que juega la inmigración como chivo expiatorio y dentro de los cierres identitarios de las extremas derechas europeas y cómo se está utilizando ya de excusa para una remilitarización de las fronteras?

F.: La inmigración es uno de los principales estandartes de la extrema derecha desde hace décadas. No olvidemos el famoso cartel del Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen que decía: “Un millón de desempleados = un millón de inmigrantes de más. ¡Francia y los franceses primero!”. Era finales de los setenta. Desde entonces, en un contexto marcado por un crecimiento de la población de origen extranjero en la mayoría de los países occidentales, la extrema derecha no ha parado ni un solo día de utilizar esta retórica xenófoba, no solo vinculándola a temas de prioridad o preferencia nacional, sino también en una perspectiva explícitamente identitaria con paranoias como las de la sustitución étnica. Los bulos, las mentiras y las teorías de la conspiración son constantes. El objetivo es el de crear pánico y miedo, y transformarlo en odio hacia el Otro. No es nada nuevo bajo el sol: la existencia de una amenaza -real o solo percibida- ha sido siempre la palanca para unir una comunidad nacional. Los nazis hicieron lo mismo con los judíos. La paulatina normalización de la extrema derecha, la mainstreamización de sus ideas y sus discursos ha comportado que el tema de la inmigración se haya convertido en una verdadera paranoia en Europa, incluso en países, como los del Este, en que hay porcentajes irrelevantes de población de origen extranjero. Los medios de comunicación tienen su parte de responsabilidad. Y ahora incluso la UE y gobiernos liberales o de centro-izquierda, como el de Starmer en el Reino Unido, el de Scholz en Alemania o el de Frederiksen en Dinamarca, han comprado el mismo marco y buena parte del relato de los ultras sobre la inmigración. No hablemos luego de propuestas directamente rojipardas, como las de Sahra Wagenknecht en Alemania, que no solo desde la izquierda se deben rechazar, sino condenar firmemente, ya que, además de un error estratégico, son un suicidio ético y político para la izquierda que, no lo olvidemos, es hija de los valores de la Ilustración. La militarización de las fronteras no es, lamentablemente, algo nuevo… pero cada vez va a más, hasta una deshumanización de los migrantes que ningún ser humano debería poder aceptar.

C. y M. G.: Hablas del caso de Polonia como un aviso a navegantes. Por un lado, puede salirse del giro autoritario, algo que se vio cuando el PiS no pudo volver a formar gobierno, pero avisas de que con Tusk en el gobierno se corre el riesgo de no llegar a deshacer el camino andado por la extrema derecha. ¿Qué hacer para que, como dice la frase de Leonard Cohen con la que acabas el libro, el futuro que tenemos a la vista en Europa no sea un crimen (a murder)?

F.: Luchar, luchar, luchar. Utilizo este lema por dos razones. La primera es obvia: debemos luchar desde todos los niveles posibles, es decir, el institucional, el político, el social, el digital, el del día a día… La extrema derecha ahora está envalentonada, se siente fuerte, con el viento en popa. La comprobación son los saludos nazis de Musk y Bannon: ya no tienen vergüenza de nada. Ahora pues, hay que parar inmediatamente su embestida, evitar ser atropellados y vencidos porque luego será demasiado tarde. Hay que pararles los pies cuanto antes. Y no hay que desanimarse, pensar que todo está perdido. En suma, citando nuevamente a Gramsci, juntar el pesimismo de la razón con el optimismo de la voluntad. Para esto, hay que desarrollar un antifascismo del día a día -un antifascismo actualizado al siglo XXI, para que me entiendan-, forjando amplias alianzas con todos los que podamos sumar. No podemos cederle ni una persona, ni una asociación, ni una empresa, ni un colegio profesional. Mientras tanto, sin embargo, hay que empezar ya a construir la alternativa. La segunda razón por la cual utilizo el lema “luchar, luchar, luchar” es porque fueron las palabras que dijo Trump tras el atentado que sufrió el verano pasado. También Bannon cerró con este lema su intervención en la reciente CPAC de Washington. No podemos dejar que se apropien de estos lemas: tenemos que combatir por cada palabra y reconquistarlas una a una. Sigamos luego con libertad y democracia. La Hungría de Orbán no es una democracia iliberal, como gusta repetir el déspota magiar, sino una autocracia electoral. La libertad de Milei, Musk o Ayuso no es libertad: es una trampa, además de mal gusto. La libertad no puede no ir asociada a la palabra igualdad.

C. y M. G.: ¿Cómo ves la alianza Meloni/Trump? ¿Será nuevamente tal como dices “el laboratorio italiano” un modelo para el tipo de nueva relación de Europa con EE UU?

F.: Veremos. Todo se está moviendo muy rápido. Si bien ha metido un pie en la Comisión Europea con la vicepresidencia ejecutiva para Raffaele Fitto, Meloni está en dificultad con la llegada de Trump a la Casa Blanca. En el último bienio había conseguido con éxito ser aceptada no solo en Bruselas, sino también en Washington. Su postura atlantista con la defensa del envío de armas a Ucrania le había valido un beso en la frente de parte de Biden. Después del 5 de noviembre, Meloni ha intentado resituarse y hacerse perdonar por Trump la buena relación con la administración demócrata. En parte lo ha conseguido. El precio ha sido el de arrodillarse frente el nuevo presidente de EE UU entre un viaje a Mar-a-Lago a principios de año y la asistencia a la toma de posesión en Washington del 20 de enero. De hecho, el apoyo a Ucrania ha casi desaparecido de la boca de Meloni que ni se plantea contradecir a Trump: en la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC) que se celebró en Washington en febrero llegó a elogiar el discurso que el vicepresidente estadounidense J. D. Vance dio en Múnich. Ojito. Meloni es la más titubeante y silenciosa entre los líderes europeos estas semanas. La cuestión es que se encuentra entre la espada y la pared: ¿quiere estar del lado de Bruselas o de Washington? Parece difícil poder mantener el pie en los dos zapatos. Deberá decidirlo pronto y ahí veremos quién es Meloni.

C. y M. G: ¿Qué contradicciones pueden aparecer entre estos oligarcas en EE UU y con respecto a los homólogos de otras latitudes? ¿Qué papel juegan y van a jugar los oligarcas del conjunto del mundo de la economía digital en el gobierno Trump? ¿Qué repercusiones pueden tener sobre la UE?

F.: La impresión que tengo es que, estableciendo nuevamente un paralelismo con los años de entreguerras, lo que se está forjando es un nuevo compromiso autoritario. En aquel entonces se dio entre los movimientos y partidos fascistas y las élites tradicionales, tanto políticas como económicas. El historiador Robert Paxton habló de “una colaboración incómoda pero eficaz”. Ahora está pasando algo similar con las extremas derechas. La declinación política está representada por la ultraderechización de la derecha tradicional -que ve en los ultras un animal de compañía aceptable- y la aplicación de políticas posfascistas -retomando la definición que ofreció hace tiempo el filósofo húngaro Gáspár Miklós Tamás- incluso por otros actores políticos, como en el caso de la inmigración. La declinación económica de este nuevo compromiso autoritario la representaría la alianza que se está forjando en Estados Unidos entre el trumpismo y los tecno-oligarcas de Silicon Valley que han abandonado la faceta “progresista” de su neoliberalismo -la defensa de la sociedad abierta y de los derechos de las minorías- para reivindicar explícitamente posiciones antidemocráticas, siguiendo las ideas de pensadores como los neoreaccionarios Curtis Yarvin y Nick Land. Según estos, la democracia es un estorbo y un sistema fallido que debería ser sustituido por una especie de nueva monarquía absoluta en cuyo vértice debería estar, en lugar del rey, el CEO de una empresa. Esto entronca perfectamente con el paleolibertarismo de Milei. Peter Thiel lo viene defendiendo desde hace quince años, Elon Musk desde hace un lustro. Ahora también los Bezos y los Zuckerberg se han quitado la máscara. No es, pues, que están cuidando sus intereses, como siempre ha pasado en la historia: ahora están apostando por un cambio de régimen y sistema político. El papel que juegan, las repercusiones que esto tendrá en la UE y las contradicciones que esto podrá comportar son aún muy difíciles de prever porque estamos entrando en una nueva época. Nos falta perspectiva. Lo que me parece claro es que se está delineando un nuevo tipo de neoliberalismo autoritario: algunos lo han llamado tecnofeudalismo, otros turbothatcherismo. Llevamos desde 2008 diciendo que el neoliberalismo es un modelo en profunda crisis o directamente herido de muerte y nos despertamos de golpe en 2025 dándonos cuenta que, mientras tanto, se ha ido desarrollando un nuevo tipo de neoliberalismo mucho más radical que puede llegar a ser hegemónico. Hay que entender que aquí nos jugamos la supervivencia de nuestras democracias. Debemos dar la batalla cuanto antes, empezando por la democratización del espacio digital y la limitación por ley de estos Estados dentro de los Estados que son las multinacionales.

C. y M. G.: Tras el tiempo transcurrido desde la aparición de tu obra Extrema derecha 2.0. Qué es y como combatirla, una vez iniciada la despótica y convulsa segunda  presidencia de Trump y reforzada la ola ultraderechista con el consentimiento –y, en sangrantes casos, con el apoyo práctico– de los principales gobiernos occidentales a la política colonialista de Netanyahu… ¿qué balance haces del resultado de tu “Manual de instrucciones para combatir la extrema derecha”? Particularmente nos interesa que desarrolles los ítems relacionados con la respuesta desde abajo, la juventud y la izquierda.

F.: El balance no puede ser muy positivo, es indudable. Podríamos decir que no se han hecho los deberes. Considero que lo que ahí apuntaba sigue siendo central, es decir, dar la batalla cultural y reconstruir los lazos comunitarios que se han roto en las últimas décadas. Con lo primero se entiende tanto lo de influir en el debate público -marcando la agenda mediática y escogiendo el campo de juego-, así como lo de crear un proyecto inclusivo e incluyente que ofrezca un horizonte de esperanza. La izquierda debe volver a ser capaz de apasionar, sustituyendo las pasiones tristes -el miedo y el odio- con el coraje y el amor. Con lo segundo se hace referencia a la atomización de nuestras sociedades, fruto de la larga hegemonía neoliberal, el debilitamiento de los cuerpos intermedios y el impacto de las nuevas tecnologías. Yendo a lo práctico, hay dos vertientes que se deben implementar. Por un lado, fortalecer las organizaciones, sean estos partidos, sindicatos o movimientos sociales: sin organización, no hay relato que valga ni vídeo en TikTok con tropecientos “me gusta” que pueda realmente funcionar. Por otro, reconstruir los lazos comunitarios entre vecinos, en los barrios, en los pueblos, en el mundo rural, entre este y el mundo urbano. Soy consciente de que el reto es hercúleo, pero o avanzamos en estas dos cuestiones o de esta no saldremos.

C. y M. G.: Volviendo a casa, en un hipotético gobierno PP/Vox en España, ¿ves factible un giro de ese ejecutivo en las políticas europeas para caminar hacia la confederación de estados soberanos basada en la defensa de los intereses nacionales que plantea Orban?

F.: Es muy difícil, pero dependerá, por un lado, de la correlación de fuerzas del hipotético ejecutivo y, por otro, y sobre todo, del contexto europeo e internacional. ¿Qué será de la UE y la OTAN dentro de un año o dos? ¿Le Pen gobernará en Francia en 2027? La política internacional es como la kriptonita para Feijóo: si puede quedarse lejos, mejor. En suma, seguirá la corriente internacional. De momento, el apoyo, si bien a veces retórico, al proyecto europeo sigue siendo la línea del PP. Ni la FAES ve con buenos ojos a Trump. Si Vox será el junior partner, como pronostican las encuestas en caso de una victoria del bloque de derechas, Abascal hará ruido, criticará la UE e intentará mover el PP hacia sus posiciones. Las dos posturas pueden coincidir: Meloni y Salvini gobiernan con Tajani, líder de Forza Italia y expresidente del Parlamento Europeo.

C. y M. G.: ¿Hasta qué punto ves al PP como parte del grupo de los llamados por Juan J. Linz “demócratas semileales” que actúan como facilitadores autoritarios? ¿Qué quiso demostrar el PP con los pactos con Vox y qué quiso demostrar Vox rompiéndolos?

F.: Como gran parte de la derecha mainstream, el PP encaja perfectamente en esa definición. Como la citada Forza Italia berlusconiana, como los republicanos que están siguiendo a Trump, como los macristas que han ido al gobierno con Milei…, la lista es muy larga. Son responsables del debilitamiento o destrucción de las democracias porque por razones partidistas, tácticas o por meros intereses personales no se enfrentan a los ultras, sino que se alían con ellos. El PP ni se planteó un cordón sanitario frente a Vox: no olvidemos que cuando el partido de Abascal no tenía aún representación en el Congreso, PP y Ciudadanos lo legitimaron con la tristemente famosa foto de Colón. Lo que le interesa a Feijóo es “echar al sanchismo” y volver al poder. A cualquier precio y con cualquier compañero de viaje. Rompiendo los pactos, Vox quiso poner contra las cuerdas al PP. Pero una vez más ese giro no se entiende si no tenemos en cuenta el contexto internacional: fue justo después de las europeas cuando Vox dejó los Conservadores y Reformistas Europeos de Meloni y se sumó a los Patriotas por Europa de Orbán y Le Pen. Como apuntó de forma acertada Enric Juliana, Abascal compró acciones Trump. Esa fue la jugada.

C. y M. G.: Con el inicio del segundo mandato de Trump se ha constatado el final de un modelo de globalización económica armoniosa, lo que conlleva un recrudecimiento de la competencia intracapitalista e interimperialista. Probablemente, ello forma parte del intento del presidente norteamericano por detener y evitar el declive relativo de la hegemonía de los Estados Unidos de América. A su vez, esto anuncia un esfuerzo redoblado por otros aspirantes a determinar el curso de la economía mundial, como sucede en el caso de China. Al hilo de esta situación, cabe hacerse una pregunta directa y de importancia central: ¿cuánta democracia aguanta el capitalismo realmente existente?

F.: Parecería que cada vez menos. Deja que pensar que incluso una persona como Martin Wolf llegue a hablar del posible fin del capitalismo democrático. Parece que haya pasado una era geológica desde los Treinta gloriosos (1945-1975) cuando se consiguió domesticar parcialmente al capitalismo. De fondo, el problema es que el capitalismo es destructor y autodestructivo: o volvemos a limitar su lado salvaje o no solo se extinguirán nuestras democracias, sino que nos cargaremos el planeta.

C. y M. G.: Muchas gracias por tu tiempo y por tus reflexiones.

F.: Muchas gracias a vosotros por las interesantes preguntas.