Franco Berardi: “Tenemos que desertar de la reproducción de la especie”

El pensador y activista italiano, referente de la izquierda libertaria, reúne en ‘Medio siglo contra el trabajo’ sus ensayos sobre la “esclavitud laboral” contemporánea. Cree que la humanidad atraviesa una psicosis de masas y urge a imaginar “una cura” para nuestra enfermedad. Si tiene cura.

Por Pablo del Llano Neira

Franco Berardi lleva toda la mañana angustiado. Al ataque despiadado de Hamás contra israelíes le ha seguido la guerra indiscriminada del Estado de Israel contra los palestinos y la desmesura de los acontecimientos abruma al filósofo italiano. De pie en el vestíbulo de su hotel antes de empezar la entrevista, le da vueltas a lo que pasa buscando cómo conceptualizarlo. Su abundante cabello blanquísimo, su cabello abundante y libre como una ventolera. Dice: “Solo una palabra tiene sentido: demencia”, y que la geopolítica ha muerto y que lo que sucede es otra cosa: “Geopsicosis”. Berardi (Bolonia, 74 años) es un referente del movimiento autónomo, una izquierda sesentayochista de calado político menor y considerable influencia artístico-intelectual. Bifo, su apodo desde niño, pensó durante décadas lo político en términos propia y clásicamente políticos. En su madurez, ha pasado a pensarlo en términos psicológicos, como si el mundo ya no solo fuera un sistema desequilibrado e injusto de relaciones de poder, sino —más aún— un sistema nervioso, emocional, afectivo gravemente enfermo.

Visita Madrid para presentar su nuevo libro, Medio siglo contra el trabajo (Traficantes de Sueños; edición de Federico Campagna), una selección de textos de temática variada cuyo eje es su crítica de la antropología laboral dentro del modelo capitalista y la posibilidad de la emancipación. “La lucha continua de los explotados para sustraer el tiempo de vida al trabajo, para ganar espacios de autonomía, es el fundamento de la liberación”, escribía en 1977 en un artículo titulado La revolución es justa, necesaria, posible. En otro de 2017, En el imaginario precario, se evidencia —en la idea, también en la poética— su evolución teórica: “No creo que la política tenga la potencia de actuar de manera consciente sobre nuestro futuro. Creo que tenemos que entender nuestro presente como una condición de espasmo, de aceleración dolorosa que no puede ser mejorada por la voluntad sino solo por la sensibilidad”.

Berardi toma asiento dando su lado derecho al periodista. Explica que tiene problemas de audición de tanto concierto en Nueva York en los ochenta. Era la época de la New Wave y se ganaba unos cuartos escribiendo desde allí crónicas para una revista musical italiana. Se había ido de su país para distanciarse de dos peligros de su entorno, la heroína y las Brigadas Rojas. Resume: “Ambas estaban demasiado cerca de mí”.

¿Qué relación tenían su madre y su padre con el trabajo?

Mi padre, Giuseppe, era un maestro de escuela, católico y comunista. Le gustaba mucho su trabajo. Mi madre, Dora, también era maestra de escuela, pero tuvo tres hijos y le tocó dejar su trabajo para ocuparse de la casa. Creo que eso le dejó para siempre un poso de amargura.

¿De niño le gustaba el colegio?

Sí, encima era el alumno preferido del profesor, un hombre muy simpático. Era un profesor invidente y marxista, esencialmente anarquista, diría. Yo era un niño al que le encantaba leer. Mi primera lectura filosófica fue Schopenhauer, con 12 años, y en la escuela con mis amigos me ponía a hablar de la idea del suicidio, de la muerte libre. Un día el padre de uno de los niños apareció por allí con gran indignación y le dijo al profesor que quedaba prohibido que su hijo se relacionase con el niño que hablaba de la muerte libre.

Cuenta Natalia Ginzburg que el escritor Iván Bunin [primer Nobel ruso] le dijo una vez a Antón Chéjov que no tenía ganas de escribir y que escribía poco. Chéjov le respondió: “Hace mal. Lo esencial, como sabrá, es trabajar toda la vida sin cesar”. ¿Qué le parece?

Estoy de acuerdo con Chéjov, aunque primero tenemos que entender que la palabra trabajo es una palabra doble que significa actividad libre y actividad obligada, o trabajo asalariado, que implica una sumisión. Yo detesto todo tipo de actividad que obligue a trabajar ocho, 10 o 12 horas al día para ganarse el pan, y al mismo tiempo me gusta muchísimo lo que hago cotidianamente y nadie me impone. Soy un gran trabajador.

En síntesis, ¿cómo ha evolucionado su crítica del trabajo desde sus textos de los setenta?

Al principio, el objeto de mis análisis, lo que rechazaba, era el modelo obrero de la cadena de montaje. Esto descubrí prontísimo que lo odiaba, con 16 años. Vivía al lado de una fábrica de vidrio de segunda elaboración donde trabajaban solo mujeres, unas 400 jóvenes, llegadas sobre todo del sur de Italia, con una labor dura y nociva, expuestas al cáncer por el cobalto. Hacían jeringuillas, termómetros… Yo ya me había acercado al Partido Comunista y a Poder Operario y me pasaba todos los días por allí a charlar con ellas. Me cogieron cariño. No tenían ni sindicato y, aun así, al cabo de dos años las ayudé a organizar una huelga que duró tres semanas, y el patrón, un tipo que se llamaba Romagnoli, me acuerdo bien, tuvo que aceptar lo que pedían. Ellas no eran mucho mayores que yo, pero me veían como un niño loco que andaba por ahí repartiendo volantes de propaganda y que les decía que había que oponerse al trabajo, pero al final ganamos la lucha. Para mí fue una experiencia política fundamental de autonomía obrera. Ya en los ochenta empezó un profundo cambio de modelo vinculado a la formación de la red electrónica y me ocupé de ello desde el principio. Parecía que todo podía cambiar en una dirección positiva, que la robótica podría liberarnos del trabajo manual y que la red impulsaría la actividad libre compartida. Me equivoqué. Con el cambio de siglo llegó el crash de las puntocom y hubo un giro radical en la forma social de la red. Se rompió el sueño de la concatenación libre de operadores y todo se verticalizó con el surgimiento de las grandes compañías. La posibilidad de internet como lugar libre se acabó y entramos en este lugar esencialmente triste, en este espacio depresivo de relaciones virtuales, desencarnado, en el que estamos obligados a trabajar para un patrón invisible.

Berardi, en la biblioteca de su hotel en Madrid.
Berardi, en la biblioteca de su hotel en Madrid.Jacobo Medrano

¿Qué pasó en las dos últimas décadas?

Son dos etapas diferentes. En la primera sigue habiendo una conciencia ambivalente del proceso: permanece aquella cultura de la red crítica y participativa, ese espíritu artístico, filosófico, militante que está en la raíz de los movimientos de 2011 como Occupy Wall Street o el 15-M español, y a la vez se va preparando la transición desde ese marco de autogeneración crítica de la red a lo que sucede en la segunda década, la completa alienación en nuestra relación con la red, la sujeción absoluta a la fábrica de la producción virtual, cuyo símbolo en la época fue la explosión de Facebook. La derrota de los movimientos sociales y la instauración de la red social suceden al mismo tiempo.

¿Qué está pasando en los veinte?

En 2001 escribí La fábrica de la infelicidad. Decía que había que tener cuidado con la capacidad de la red de crear soledad, pero todavía no le prestaba tanta atención a la dimensión psicológica. En la segunda década me va pareciendo más importante y hoy pienso más en clave psicológica que política. La fábrica de la infelicidad se ha vuelto un campo de concentración psicopatológico. Las relaciones sociales y geopolíticas ya solo se pueden explicar a través de categorías psicóticas. Las categorías de la política se han quedado vacías y son inútiles analíticamente. Como pasó hace un siglo, estamos viviendo otra psicosis de masas. No sé si es curable, pero considero la última tarea de mi vida trabajar en pensar cómo producir formas de cura de la psicosis de masas, una labor extremadamente difícil.

¿Qué propone?

Para empezar, debemos ser conscientes de que la política, la derecha y la izquierda, no significa nada. Con la pequeña excepción quizá de España, donde la izquierda parece seguir existiendo. Pero si miro lo que ha pasado con la Grecia de Tsipras o en Estados Unidos, donde Biden es peor que Trump…

¿Biden peor que Trump?

Seguramente. Sus medidas contra la inmigración son más duras y su política exterior es más criminal. Vamos a ver si nos entendemos: Trump es el más horroroso de los horrores, pero son dos caras de la misma locura. Trump no tenía siquiera una política exterior. Para él Putin era un amigo, un asesino fascista pero un amigo en cuanto que hombre blanco, porque la idea geopolítica de Trump se reduce simplemente a que sus enemigos no son los blancos sino todos los demás: es la lucha final entre la raza de los depredadores y los otros, los no blancos. ¿Pero esta idea totalmente espantosa y racista es peor que la locura de la guerra de Ucrania? Biden, o mejor dicho el grupo dirigente de Biden, la preparó cuidadosamente para cortar las relaciones económicas y energéticas de Europa con Rusia, en especial la profunda dependencia de Alemania. Mandaron a los ucranios a hacerse masacrar por Putin y a los rusos a hacerse masacrar por Zelenski. Pero volviendo a lo que íbamos: desde Tony Blair, no se puede hablar de la izquierda y la derecha como estrategias diferentes.

Entonces, ¿qué propone?

Si entendemos que la destrucción de la civilización no es la manifestación de una estrategia política sino la expresión de una psicosis masiva, podemos empezar a trabajar políticamente de otra manera, la política se vuelve psicoterapia. Esto no significa poner psicólogos en las escuelas, que también; significa mucho más: tenemos que parar todas las formas de producción de soledad de masas y de destrucción de lazos de solidaridad, tenemos que parar la cultura de la competencia, tenemos que abandonar toda forma de sujeción psicopatógena. En definitiva, tenemos que desertar. Desertar de la guerra, desertar de la política, del mundo libre y de su contrario. Desertar del trabajo precario y esclavizante. Esto ya está sucediendo, la Gran Dimisión en Estados Unidos, los concursos de trabajo público en Italia en los que antes competían miles de personas por cien puestos y en los que ahora quedan vacantes. La editorial Einaudi ha sacado un libro de la socióloga Francesca Coin, Le grandi dimissioni, lleno de datos sobre el creciente rechazo al trabajo, que no es, como hace 40 años, un fenómeno colectivo sino uno solitario e individual, pero masivo. Y por último, la deserción más importante, la deserción de las deserciones, no generar a las víctimas de los previsibles infiernos climático y atómico. Desertar de la reproducción de la especie.

¿Y qué podemos hacer a estas alturas con las ideas centrales de civilización y progreso?

La palabra progreso ya no significa más que la acumulación de capital, el crecimiento económico, que no es un modelo viable, aunque puede ser que haya sido útil o necesario en cierta época de la historia.

¿Solo “puede ser”?

Sí, puede ser. No estoy seguro de que la industria fuese inevitable en la historia de la humanidad, pero pasó, ocurrió y basta. Pero ahora es evidente que crecimiento económico significa más destrucción, más sufrimiento, más catástrofe ecológica, más pobreza. No podemos seguir considerando positiva la idea de progreso.

¿Y la de civilización?

Yo utilizo la expresión civilización social como la posibilidad de la participación de todos en el bienestar y en los bienes económicos. En ese sentido, la civilización ha sido un acontecimiento positivo. Pero no se puede reflexionar sobre este término sin concebir también la civilización como el proyecto de poder y de sumisión de los otros por parte de los blancos occidentales. Esta civilización blanca está en crisis, o, más que en crisis, en verdadera desintegración. Desde el comienzo de la guerra en Ucrania y ahora con la guerra en Gaza estamos viendo que de un lado quedan ellos, los estadounidenses —no todos los estadounidenses, los viejos blancos estadounidenses—, los europeos —los viejos blancos europeos— y los israelíes, y del otro, el resto de la humanidad. Tenemos una confrontación entre una minoría vieja blanca que retiene todo el poder económico-militar global y una mayoría sin otro punto en común que la voluntad de venganza. Desde Mao Zedong, China quiere venganza y Occidente pagará cara la humillación a la que fue sometida tras la guerra del Opio. Vamos a asistir a la venganza de los no blancos. Ya estamos asistiendo a ella. El pogromo, la matanza nazista de Hamás contra israelíes es una acción de venganza asesina de un pueblo totalmente desesperado. La única solución a esto es el internacionalismo, una estrategia compartida con sentido, pero el internacionalismo ha desaparecido.

Franco Berardi.
Franco Berardi.Jacobo Medrano

Ha escrito que Israel no tiene futuro.

Israel está muerto. Yo no viviré hasta el final de la década, pero tú sí, que eres joven. Ya me contarás.

Tiene 74 años.

Sí, pero prefiero irme pronto. Ochenta me parece un número intolerable. No lo quiero, no. Pero bueno, tú sí que llegarás a 2030 y ya me dirás si existe Israel. De verdad que no lo creo, porque su proyecto ha sufrido un deterioro profundísimo, en primer lugar por culpa de ese nefasto individuo que es Netanyahu. Él no sobrevivirá al desastre que ha hecho y, al mismo tiempo, representa a un conjunto de fuerzas demasiado poderoso que impedirá que prospere cualquier alternativa de izquierdas, cosa que prácticamente no existe en Israel.

Su generación idealizó la juventud, en cierto modo la inventó. ¿Cree que esto les supone una mayor dificultad para asimilar la vejez?

La vejez es naturalmente un problema personal, para tu cuerpo, para tu mente, pero hoy también es un problema estructural, es el mayor problema de la civilización blanca. A mí me interesa muchísimo el tema de la vejez, es apasionante desde el punto de vista filosófico, desde el punto de vista literario… ¿Conoces a Arthur Schnitzler? Es un austriaco de la época de Freud que escribió cosas muy interesantes sobre el devenir viejo. También Sara Mesa, ¡para mí Cara de pan es uno de los libros más profundos de nuestro tiempo! La joven y el viejo loco que se encuentran y hablan de pájaros, de todo y de nada a la vez… Lo que yo creo, en fin, es que no sabemos vivir la vejez, no sabemos elaborar el devenir viejos, que es devenir nada, y, como no sabemos elaborarlo, ¿cómo reaccionamos? Como Trump, como hombres blancos frustrados y enfurecidos que pretenden vivir eternamente, buscando soluciones en la biotecnología, en la inteligencia artificial, incluso en la bomba atómica, porque, en último término, diría la civilización del hombre blanco: “Si yo muero, que mueran todos conmigo. Que no quede nada ni nadie”.

¿Y qué hacer?

Cambiar el enfoque y pensar que, a la vez que el mayor problema, la vejez es la solución. La vejez es absolutamente revolucionaria si somos capaces de vivir el proceso de devenir nada, de ir hacia la muerte, como un proceso natural y agradable, si somos capaces de vivir el desvanecimiento de nuestro cuerpo y de nuestra mente como un acontecimiento extraordinario. Si logramos esto, si cambiamos la tradicional cultura de la resignación ante la muerte por una nueva cultura de la aceptación del devenir nada, daríamos un paso trascendental para salir de la locura de masas en la que estamos inmersos. Ahora bien, dudo mucho, mucho que la civilización blanca sea capaz de hacerlo.

Quizá no se pueda proyectar esa posibilidad sin salirse del paradigma de la civilización.

Sí, puede que sea necesario entender de una vez por todas que la civilización no es un proceso lineal e infinito, que fue una larga etapa de la historia humana y que se está parando. Vale, ¿y qué si es así?

Finalizada la conversación, Berardi pregunta cuánto tiempo ha durado.

—Una hora.

—Bien, yo creo que ahí tienes bastantes locuras para escribir la entrevista. Solo espero que no te lleve demasiadas horas de trabajo asalariado.

Elpais.com

Ecuador repite la dinámica en la que la izquierda habla del pasado y la derecha apunta al futuro

Gabriel Brito / Correio da Cidadania / Brasil

Ecuador, un país que albergó uno de los procesos pretendidamente más innovadores de la primera década del 2000, se está hundiendo en la inestabilidad, incluido los altos niveles de una violencia sin precedentes en el país, tras la reanudación de gobiernos neoliberales. La quiebra del gobierno de Guillermo Lasso, que disolvió la Asamblea Nacional, obligó a estas últimas elecciones en las que el empresario Daniel Noboa derrotó a la abogada Luisa González en la disputa por un breve mandato de 18 meses. En tal caso, el país se adherió al guión cada vez más común en las democracias liberales, donde sectores reaccionarios y conservadores logran captar la insatisfacción social, incluso entre las clases subordinadas. En esta entrevista, el politólogo hispanobrasileño afincado en Ecuador Decio Machado ofrece su explicación sobre el contexto de este país.

En la entrevista, Decio describe las razones que llevaron al gobierno del banquero Guillermo Lasso al desastre, proceso que implicó también un importante desgaste del tejido social provocado por una reciente adhesión del país a la agenda norteamericana de guerra contra las drogas. Aun así, dada la mediocridad de los últimos presidentes, Noboa podría lograr fortalecerse durante este corto mandato de cara a las elecciones de 2025. «Los dos últimos gobiernos, encabezados por Lenín Moreno y Guillermo Lasso, fueron tan desastrosos que Daniel Noboa necesitaría reducir en algo los niveles de violencia e inseguridad interna, y lograr cierto dinamismo económico con algo inversión extranjera y cierta creación de empleos dignos para poder aspirar a la reelección en 2025», resumió.

En cuanto a la entrada del narcotráfico al país, con fuerte impacto en el último proceso electoral, se trata de una historia cuyo fracaso Brasil conoce bien. «La violencia comienza a aumentar cuando la administración de Moreno importa la guerra contra las drogas de Estados Unidos. Hasta entonces, la droga pasaba por el territorio ecuatoriano, dejando una pequeña porción para el microtráfico interno y saliendo por puertos y aeropuertos con destino a Estados Unidos y Europa, que son los mercados donde estas redes criminales generan sus grandes ganancias. Este error táctico, debido al supeditamiento de los gobiernos de Moreno y Lasso a la política antinarcóticos de la Casa Blanca, es el origen de la situación que hoy enfrenta el país, agravada a partir de que los cárteles mexicanos comenzasen a pagar con producto ilícito a sus partners locales, desatando una crisis interna, una guerra entre bandas por el control de las rutas de tránsito, puntos de venta y mercados», explicó.

En cuanto a la izquierda hegemónica del país, vale la pena entender por qué no pudo ganar las elecciones luego de liderar el llamado proceso de la llamada Revolución Ciudadana, mediante el cual se instituyó una nueva Constitución, con reconocimiento de la diversidad de los pueblos y respeto a los derechos de la naturaleza, además de generar ciertos avances socioeconómicos. Una vez más, movimientos sociales con fuerte subjetividad antisistémica no abrazaron a la candidata apoyada por el expresidente Rafael Correa durante el proceso electoral.

«Rafael Correa criticó a su candidato presidencial en las elecciones de 2021, Andrés Arauz, candidato vicepresidencial en esta última elección, cuando intentó acercarse al movimiento indígena. En este proceso electoral de 2023 fue el líder de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE) quien propuso apoyar al correísmo, siempre y cuando se comprometiera a atender las demandas políticas del movimiento indígena, pero en la práctica todo quedó en nada».

Machado complementa esto con un análisis cada vez más frecuente en estos momentos en las luchas políticas e incluso de clase que marcan los procesos políticos que vivimos en la actualidad. Mientras la izquierda defiende un pasado que ya no puede regresar, la derecha se presenta como «disruptiva». A pesar de las ilusiones institucionales del correísmo, la falta de crítica al modelo capitalista y su lógica de reproducción deriva en algo fatal para sus aspiraciones electorales. «En definitiva, asistimos a un fenómeno de proletarización del voto a la derecha y la ultraderecha, relacionado con el hecho de que el progresismo ha renunciado a un axioma fundamental: los problemas que enfrentan nuestras sociedades derivan de la estructura del sistema político-económico al que pertenecen y están sometidos. Así, la izquierda queda restringida a la defensa desesperada de derechos cada vez más disminuidos con cada nuevo ciclo económico, acomodándose ideólógicamente a los términos políticos que el capital y el mercado van imponiendo paulatinamente».

Lea la entrevista completa con Decio Machado:

¿Cómo viste la disputa en la segunda vuelta en las recientes elecciones presidenciales en Ecuador entre Daniel Noboa, representante conservador, y Luisa González, del movimiento Revolución Ciudadana, hasta hoy respaldada por Rafael Correa y los gobiernos que formaron parte del ciclo progresista en América Latina? ¿Que significa esta victoria de Daniel Noboa?

Estamos en la fase de conformación del nuevo gobierno, en cual entró en funciones a finales de este mes de noviembre, lo cual permite analizar el proceso electoral con cierta frialdad y visión restrospectiva.

Una vez analizados los informes de diferentes encuestadoras sobre la evolución de la intención de voto durante campaña electoral, todo apunta a que la disputa presidencial se resolvió en primera vuelta.

Pese a que la familia Noboa forma parte de las élites económicas más privilegiadas del país y de que su padre, Álvaro Noboa, haya sido cinco veces candidato presidencial con escaso éxito; al arranque de este proceso electoral Daniel Noboa era un personaje prácticamente desconocido para la sociedad ecuatoriana. De hecho, durante toda la primera vuelta su estrategia de campaña tuvo los rasgos clásicos de una campaña de posicionamiento de imagen con foco en las próximas elecciones del 2025.

Sin embargo, en un proceso electoral desestabilizado por el impacto de la violencia que derivó en los asesinatos de varias autoridades locales, candidatos al parlamento y uno de los candidatos presidenciales; Daniel Noboa lograría obtener 2,31 millones de votos (23,47% de los votos válidos emitidos) y entrar sorpresivamente a disputar la segunda vuelta frente otros rivales de la derecha que a priori parecían más opcionados.

En un Ecuador inmerso en una crisis de representación y ante el hastío generalizado que siente la sociedad ecuatoriana respecto a su establihsment político, Noboa consiguió representar lo nuevo frente a lo viejo con eslóganes como “Por un nuevo Ecuador” o “Somos una nueva generación”.

Así mientras, mientras el discurso de la candidata correísta Luisa González reivindicaba un “romantizado” pasado mejor, haciendo referencia a la década de gobierno de Rafael Correa, el discurso de un Daniel Noboa, de 35 años de edad, le hablaba a los jóvenes y se enfocaba en el futuro.

Llegada la segunda vuelta, bastó con el alineamiento del variado espectro político y social anticorreísta para que Daniel Noboa se impusiera a su oponente un por escaso margen de votos.

En resumen, frente al prematuro envejecimiento político del progresismo ecuatoriano, el triunfo de Daniel Noboa demuestra la capacidad de renovación política y de liderazgo en la conservadora derecha ecuatoriana.

¿Cómo evalúas el gobierno de Guillermo Lasso? ¿Qué factores le llevaron al expresidente Lasso a terminar anticipadamente su mandato e incluso clausurar el parlamento, provocando la convocatoria anticipada de estas últimas elecciones generales?

El gobierno de Guillermo Lasso es posiblemente el peor gobierno que ha tenido el Ecuador a lo largo de su historia republicana. Fue un gobierno compuesto tan solo por élites blancas, donde las mujeres ocupaban puestos ministeriales secundarios y en el cual todos sus miembros estaban vinculados al mundo corporativo. Nunca entendieron la política, nunca les importó el país y menospreciaron el rol del Estado, y en el cual los niveles de ineficiencia y corrupción fueron escandalosos.

Pero más grave que todo lo anterior es que el gobierno de Guillermo Lasso tiene serios indicios de vinculaciones con el narcotráfico, cosa que no es tan sorprendente teniendo en cuenta que el mandatario es el propietario del segundo banco más importante del país y es en las instituciones financieras donde lavan sus activos las redes delincuenciales a nivel global.

A partir de ahí se abrieron una serie de acciones investigativas en el Legislativo ecuatoriano que derivarían en un juicio político que debió terminar en la destitución del todavía actual presidente del Ecuador. Dos días antes de que se diera el resultado de dicho juicio político, Lasso disolvería la Cámara de Representantes y convocaría elecciones anticipadas.

Podríamos definir al gobierno de Guillermo Lasso como un gobierno fracasado y desconectado de la realidad del país, sin más propuesta económica que el beneficio de las élites empresariales más cercanas al gobierno y durante el cual el país se convirtió en uno de los principales hub de la droga en América Latina, elevando sus indicadores de violencia a cuotas nunca antes vistas en Ecuador.

Para el público brasileño, ¿qué significa exactamente la «muerte cruzada»? ¿Qué opinión te merece este dispositivo normativo?

La “muerte cruzada” es como se conoce al mecanismo de destitución al presidente del Ecuador y la disolución de la Asamblea Nacional (parlamento ecuatoriano) previsto en los artículos 130 y 148 de la Constitución vigente.

Bajo causales, formas y plazos establecidos, el artículo 130 permite al Legislativo destituir al presidente de la República con una mayoría calificada de dos tercios de los parlamentarios, mientras que el artículo 148 faculta al primer mandatario ha disolver al poder legislativo, esto es lo que pasó en mayo de este año en Ecuador, permitiéndole gobernar por decreto durante seis meses hasta el establecimiento de un nuevo gobierno salido de las urnas.

Desde mi punto de vista, es un grave error de los constituyentes ecuatorianos permitir que el presidente de la República pueda disolver la poder legislativo. La solución a una crisis democrática pasa por más democracia y no por menos, permitirle a un gobierno en crisis regir por decreto a un país que lo cuestiona durante sus últimos seis meses responde a lógicas autoritarias y no a procesos constituyentes posneoliberales como era el pretendido caso de la Constitución del 2008 en Ecuador.

¿Qué perspectivas se abren ante este corto mandato de Noboa? ¿Ves posibilidades de estabilización política en el país?

El gobierno entrante gobernará el país apenas 18 meses, es un gobierno transitorio hasta un nuevo proceso electoral que tendrá lugar en el primer trimestre de 2025 con una nueva investidura será a finales de mayo de ese año.

El presidente Noboa tomará las riendas de un país sumido en una grave crisis multifacética: una crisis de seguridad, en la actualidad Ecuador registra una tasa de más de 40 homicidios por cada 100.000 habitantes; junto a una crisis de representación política, donde la legitimidad de la clase política y las instituciones públicas cada vez es menor entre una sociedad que ya no cree en nada ni en nadie; además de una crisis económica que deviene desde el semiestancamiento del 2015 tras el fin del “boom de los commodities”. Ecuador es el único país de la región que aun no ha recuperado los indicadores macroeconómicos previos a la pandemia de 2020, aquí no ha habido recuperación económica tal y como indicaba la falacia discursiva gubernamental, lo que ha vivido el país es apenas un “efecto rebote” tras la parálisis económica del coronavirus.

Los dos últimos gobiernos, administraciones de Lenín Moreno y Guillermo Lasso, han sido tan nefastos que a Daniel Noboa le bastaría con rebajar los indicadores de violencia e inseguridad interna y lograr cierto dinamismo económico con algo de inversión extranjera y generación de empleo digno para poder aspirar a reelegirse en 2025.

Emmanuel Todd: Nuestro sistema universitario ha perdido su capacidad emancipatoria

Más de seis años han pasado desde que el semanario parisino Marianne entrevistara al intelectual francés Emmanuel Todd (nuestro público ya lo conoce), a propósito del lanzamiento de su libro Où en sommes-nous ? Une esquisse de l’histoire humaine (París, Le Seuil, 2017). Sin embargo, todo lo sustancial que allí dijo el entrevistado conserva su vigencia plenamente. Aquella entrevista giró en torno al sistema educativo en Francia –principalmente el superior– y el rol funesto de la meritocracia como mecanismo de naturalización/justificación y reforzamiento de la estratificación social (desigualdad económica y cultural); y también –no menos importante– como mecanismo de disciplinamiento intelectual, que obtura el pensamiento autónomo y crítico a la vez que fomenta el conformismo y la mediocridad. Aunque Todd nos habla del caso francés, su análisis es de un grado de totalización muy elevado, y resulta fácilmente extrapolable al plano global (mutatis mutandis).

La entrevista estuvo a cargo de Bertrand Rothé y Hervé Nathan, y vio la luz en el número 1072 de Marianne, el 7 de octubre de 2017, bajo el título “Notre système universitaire a perdu sa fonction émancipatrice”. La traducción castellana es de Lucas Antón, y –con algunas correcciones– la hemos tomado del semanario dominical de izquierdas Sin Permiso, que la publicó el 11 de noviembre de aquel mismo año, con esta somera noticia biográfica acerca del autor: “Célebre historiador, demógrafo, sociólogo y politólogo francés, recientemente jubilado del Instituto Nacional de Estudios Demográficos de París. Entre sus obras más conocidas publicadas en español se encuentran Después del imperio. Ensayo sobre la descomposición del sistema norteamericano (Madrid, Foca, 2003), Encuentro de civilizaciones, (Madrid, Foca, 2009), y Después de la democracia (Madrid, Akal, 2010)”.

Sugerimos complementar la lectura de la presente entrevista a Todd con el artículo del italiano Andrea Zhok que publicamos el domingo pasado: “Contra la retórica de la excelencia”. Hay convergencias muy notables entre ambos textos.
Leyendo la entrevista, nos quedamos con ganas de saber qué pensará Todd acerca del boom de los posgrados –siempre arancelados– en la universidad. También sería interesante preguntarle sobre el impacto de la demografía en esa estratificación socioeducativa y fragmentación cultural de «tres tercios» que plantea. En Francia, su país, igual que en muchas otras sociedades del Norte global, la población autóctona tiende a decrecer por su baja tasa de fertilidad, mientras que el componente inmigratorio –casi sinónimo de precariado– es cada vez mayor. Esto hace que los clivajes de clase adquieran un fuerte componente étnico, racializado o no (por ej., el caso de la inmigración musulmana –mayormente magrebí y subsahariana– en las banlieues de París o Marsella) Esta superposición de clase y etnicidad necesariamente debe estar agravando, nos parece, el aislamiento respectivo entre los «tres tercios».

En su último ensayo, Oú en sommes-nous?, afirma usted que la crisis de las democracias en los países avanzados no es principalmente producto de las desigualdades de ingresos o de patrimonio, como dicen los economistas, sino ante todo consecuencia del bloqueo del sistema educativo. ¿Cómo llega usted a esta conclusión?

Es algo más matizado. En un primer momento, la democracia es producto del desarrollo de la educación. En el siglo XIX y hasta mediados del XX, la alfabetización permitió, volvió inevitable la generalización del sufragio universal. Luego, la masificación de los estudios secundarios acompañó la profundización de la democracia. A la inversa, hoy en día, el sistema educativo crea y justifica las desigualdades económicas. En el fondo, estamos todos estupefactos por la debilidad de las reacciones ante la explosión de las desigualdades de ingresos y de patrimonio. La nueva estratificación educativa creada por el desarrollo de la enseñanza superior lo explica. En una sociedad occidental tipo, básicamente, un tercio de los jóvenes realizan estudios superiores completos. Otro tercio no los acaba o se detiene al terminar la secundaria. Y el último tercio queda trabado en un nivel cercano a la primaria. Como la selección se pretende racional y justa, meritocrática, la gente de abajo y la de arriba ya no pueden impugnar el nuevo orden social. Admiten las desigualdades económicas. Un subconsciente social de desigualdad guía nuestras elecciones económicas.

¿Dice usted que se ha hecho creer que las desigualdades económicas eran consecuencia del nivel de inteligencia revalidado por la estratificación escolar?

Exacto. Es eso, el trabajo del inconsciente social. Todo empezó en los Estados Unidos. Este país va a la cabeza en materia educativa desde principios del siglo XX. Fue el primero en incrementar la enseñanza secundaria de masas, y ampliar luego el acceso a los estudios superiores. Ahora bien, este desarrollo se detuvo brutalmente a mediados de los años 60 con el esquema tres tercios para cada nueva generación. La guerra de Vietnam ilustró el nuevo enfrentamiento cultural: los obreros estaban en los arrozales; los estudiantes, dispensados del servicio militar, se manifestaban en los campus. Desde entonces, el sistema no se ha movido más que en una dimensión: las mujeres han rebasado a los hombres en términos de rendimiento educativo. Pero, atención, en mi opinión, eso no quiere decir que la pausa sea definitiva. La Historia nos enseña también que en ciertos estadios del desarrollo pueden existir fases. Como ha sido el caso en Europa occidental tras la alfabetización de masas, entre 1910 y 1950.

Las encuestas de opinión constatan el papel de primer orden de esta estratificación educativa. Es la variable más eficaz para explicar las últimas elecciones en Francia, en Gran Bretaña y en Estados Unidos. La estratificación educativa, más que la posición económica, explica el surgimiento de lo que se llama, con condescendencia, populismo. La cuestión de un efecto perverso del orden meritocrático se plantea por fin. ¡Ya era hora! Yo había abordado por primera vez esta cuestión en L’Illusion économique, publicado ¡en 1997!

Pero, desde hace dos siglos, las sociedades se dividen, grosso modo, entre un proletariado, las clases medias y una élite. Entonces, ¿qué es lo que cambia?

La diferencia está en el número: ese tercio de la población. Antes, los de formación superior no representaban más que un débil porcentaje y tenían necesidad de los demás para vivir. En esta época, cuando escribías un libro, no podías contentarte con dirigirte a las élites. Para tener un público, tenías que dirigirte a la gente corriente, simplemente alfabetizada. Hoy en día, las nuevas élites de masas, con un tercio de la población, pueden vivir en una burbuja. El separatismo social se funda en este número. Hoy en día, si haces una película, puedes muy bien no dirigirte más que al 30% de la población que ha cursado estudios superiores. Los políticos han entendido esto. Macron no se dirige más que a esta población, es ella la que lo ha elegido. Eso es lo que nos aleja cada vez más del sueño de emancipación de mayo del 69, y nos acerca a la desintegración social.

Los sistemas culturales de lo alto, lo mediano y lo bajo se ignoran cada vez más, tienden incluso a despreciarse. Hay por tanto urgencia de escapar al aislamiento, investigar una nueva fusión sociocultural, inventar las políticas económicas que permitan una coexistencia fraternal entre gente que ha cursado estudios primarios y los que han seguido estudios superiores. Salir del enfrentamiento entre elitismo de masas y populismo minoritario. En Francia estamos todavía en el grado cero de la investigación de una solución.

El enfrentamiento televisivo entre Le Pen y Macron fue su trágica puesta en escena. Marine Le Pen, como invadida de la inferioridad educativa de su electorado obrero, no dominaba ninguno de los temas, mientras que su rival daba la impresión de pasar por enésima vez su examen oral en la ENA [Escuela Nacional de Administración, centro de formación de las élites burocráticas francesas], repitiendo por lo demás una vulgata económica que lleva a Francia al desastre y que él no es capaz de criticar. ¡No he dicho nunca que la gente con educación superior sea inteligente de modo superior!

Pero la ENA no es la única en ser cuestionada. Pone usted al día un nuevo concepto, «academia», que engloba el conjunto de las instituciones de enseñanza superior…

La enseñanza superior es sociológicamente disfuncional. Nuestro sistema universitario ha perdido su función emancipadora. Ya no se encuentra suficiente gente que tenga un espíritu libre y abierto. Se ha convertido en una máquina de clasificar y la selección se realiza de acuerdo con criterios de sumisión, de disciplina, de conformismo. Su función consiste en reclutar buenos soldados.

Hay una experiencia que he vivido a menudo en las universidades. Soy un investigador heterodoxo, que dice cosas que no están en el programa. Con frecuencia, los estudiantes son el peor de los públicos, con una buenísima justificación: saben que no podrán utilizarme. Peor, notan instintivamente que citándome en un concurso o en un examen correrían un riesgo. Hay un pequeño cariz represivo en la educación superior.

¿Represivo o normativo?

 Para mí es la misma palabra. Pero normativo, por qué no…Tiene usted razón, es mejor, es más sobrio y, como sucede a menudo, lo que es más sobrio es más duro.

¿Y en Francia?

 En Francia, este bloqueo apareció hacia mediados de los años 90. Pero nos hemos convertido en campeones del conformismo meritocrático. Nuestro sistema tiene raíces en el oxímoron del «elitismo republicano». Desde hace mucho tiempo, tenemos centraliens [ingenieros formados en las llamadas Escuelas Centrales] de inteligencia superior, que difícilmente se recuperan de haber fracasado en el Politécnico, olvidan el viejo adagio: uno del Politécnico es el que lo sabe todo, absolutamente todo, pero nada más. De todos modos, la clasificación de las escuelas de ingenieros guarda relación con el nivel de matemáticas, fracción insuficiente pero real de la inteligencia. En las ciencias humanas, las prohibiciones ideológicas son ley. En la cima, en el peor de los casos, la selección de los «enarcas» [licenciados de la ENA] se ha convertido en un vasto concurso de peloteo. Hay que preguntarse si nuestra selección no envía a lo más alto de la jerarquía a los menos aptos para el pensamiento individual.

¿Cómo extrañarse de la progresiva compra por parte de élites extranjeras más imaginativas, de todos los campeones industriales franceses, cuyos ejemplos de actualidad son Alstom y los astilleros de Saint-Nazaire?

Se habla hoy de intensificar la selección en la entrada a la universidad en Francia. ¿Cómo interpreta usted esta evolución?

La interpreto como un intento del orden meritocrático de abroquelarse.

¡Critica usted la meritocracia cuando se trata de un valor republicano!

Hay que contar la historia de esta palabra. La inventó un genial sociólogo inglés, Michael Young, que creó el concepto e hizo a la vez la crítica del mismo. Escribió en 1958 un librito, The Rise of the Meritocracy, que se presenta como una novela de ciencia-ficción escrita en 2033 que anticipa la deriva del sistema. Al comienzo, la meritocracia es genial, tiene usted razón, es republicana, respeta la igualdad de oportunidades. Es progresista, y por tanto formidable… Salvo que, si se aplica el concepto a fondo, al cabo de un cierto tiempo, se tiene un sistema escolar que escoge a la gente en función de su inteligencia y se obtiene una sociedad de jerarquías con sello oficial. La gente de arriba puede sentirse intrínsecamente superior. Los de abajo ya no son parte de un proletariado explotado, nacidos mal «por azar»: han pasado por una máquina que les ha metido en la cabeza que eran inferiores. Por tanto, se obtiene con la meritocracia un sistema de desigualdad con una gran estabilidad ideológica y mental.

Pero Young es todavía más genial cuando nos lleva a prever la deriva del sistema. Las primeras generaciones meritocráticas se niegan a someter a sus hijos al juego implacable de la clasificación social y hacen de todo para protegerlos. Desarrollan estrategias para evitarlo, pagándoles estudios que tienen en cuenta lo menos posible su nivel intelectual real. Racionamiento y selección con certificado de conformismo acaban por bloquear la máquina meritocrática. Cada vez más, gente verdaderamente inteligente, rebeldes al orden intelectual establecido, hombres de ideas, no pueden ya cursar estudios superiores y se acumulan en lo más bajo o en el medio de la sociedad para convertirse en cuadros de la revolución futura. Ya ve usted, soy un optimista. No se detiene la historia.

Cataclismo Global: Epicentro

El precio que Israel pagará por el genocidio es la desintegración moral. Su clase dominante está impregnada de cinismo y arrogancia

Por Franco «Bifo» Berardi

La desintegración

Moshe Dayan dijo en 1967 que Israel debe actuar como un perro rabioso, para que sus enemigos sepan que sus acciones hostiles recibirán una respuesta inconmensurable. Una estrategia que amplía infinitamente el bíblico “ojo por ojo”.

Golpear escuelas, destruir hospitales, matar, matar, matar. De acuerdo, lo hemos entendido, pero no sé si los líderes de Israel se dan cuenta del tsunami de horror que están desatando en la psicoesfera global. Un mes de horror ininterrumpido que, en primer lugar, borró de la psique colectiva el horror del 7 de octubre, y luego produjo las condiciones para una mutación monstruosa en la percepción de Israel por parte de la mente planetaria.

Desde una perspectiva clínica, la gran mayoría de los israelíes hoy aparecen como psicópatas que han perdido toda inhibición moral y, por lo tanto, son peligrosos para los demás pero también para ellos mismos y para cualquiera que confíe en ellos, para cualquiera que de alguna manera les haya entregado su destino.

Todo Occidente, por razones que no tienen nada de nobles (el sentimiento de culpa vinculado al Holocausto que se ha transformado en una identidad negativa de Europa), ha entregado su destino a Israel. El presidente Biden ha entregado su destino a Israel.

Ha habido masacres en el pasado: las de Daesh y Bashir el Assad en Siria, las de Faluya bajo el fósforo blanco de los estadounidenses en 2005, etc. Pero ninguno de los innumerables estallidos de violencia se había transmitido en todas las pantallas del mundo de forma continua durante un mes o quién sabe cuánto tiempo más. Nadie había ocupado tan completamente la infosfera y, en consecuencia, la psicosfera de todo el planeta.

¿Qué consecuencias esperan los vengadores israelíes de este tsunami de horror, más allá de la improbable aniquilación de Hamás?

¿Se puede exponer el cuerpo torturado de toda una población sin pagar el precio?

Nadie sabe cómo evolucionará la situación político-militar, pero podemos suponer que los Estados árabes, mucho más atentos al bolsillo de las élites nacionalistas que a la solidaridad islámica, seguirán con sus condenas sin renunciar a los negocios y acuerdos con Israel. Éste no es el precio que Israel pagará. El establishment occidental y el establishment árabe no romperán con la entidad sionista.

El precio que Israel pagará es su desintegración moral. La clase dominante de Israel está impregnada de cinismo y arrogancia, no retrocederá ante ningún crimen para mantener el control de la situación, pero no podrá mantener ese control por mucho tiempo, porque la catástrofe de los palestinos es la catástrofe moral de los israelíes. La memoria judía no puede coexistir por mucho tiempo con la responsabilidad por un genocidio. La comunidad judía estadounidense ocupó los pasillos del Capitolio y la Estatua de la Libertad para decir: “No en mi nombre”, para rechazar la identificación con los exterminadores de Israel.

Israel ya no es (si alguna vez lo fue) una representación del judaísmo; es su vergüenza, su imagen invertida.

Lo que el sionismo ha identificado incorrecta y peligrosamente como el Estado de los judíos no podrá sobrevivir en medio del odio que el genocidio israelí está despertando en poblaciones que tienen recuerdos de la humillación colonial. Y, sobre todo, el Estado de Israel está hoy aislado en las nuevas generaciones que se identifican con los palestinos de todo el mundo, no tanto por razonamientos históricos y políticos, sino por la percepción de una común condición claustrofóbica, de una común ausencia de futuro y de caminos de salida. Esta percepción  convierte a los palestinos en la vanguardia de la última generación global.

Hay algo horrible en la forma en que los europeos dan la espalda cuando se está produciendo un genocidio a poca distancia de ellos, tal como lo hicieron en las décadas de 1930 y 1940, cuando se estaba produciendo un genocidio en su territorio, pero no ante sus ojos mediatizados como ocurre hoy.

La traición de la cultura hebraica moderna

Es difícil describir la mutación de Israel sin hacer referencia al trauma original, al Holocausto, al deseo de venganza que busca a sus víctimas y las construye a lo largo de décadas.

Todo esto tiene poco que ver con política y mucho con psicopatología. El perro rabioso del que hablaba Dayan está verdaderamente loco, es necesario comprender la génesis de su locura que no se manifiesta hoy sino que comenzó a manifestarse en 1948.

Tocamos aquí un punto extremadamente delicado y doloroso, que se refiere a la evolución del inconsciente israelí, alejándose y contrastando con la cultura judía.

Antes de su muerte en 1967, Isaac Deutscher escribió sobre el judaísmo atrapado en la trampa del Estado-nación:

“El mundo ha obligado a los judíos a abrazar el Estado-nación y estar orgullosos de él precisamente cuando hay pocas esperanzas para el futuro en esto. No se puede culpar a los judíos, el mundo es culpable de esto. Pero al menos los judíos deberían ser conscientes de la paradoja y comprender que su entusiasmo por la soberanía nacional está históricamente rezagado. Espero que los judíos eventualmente tomen conciencia de la insuficiencia del Estado nación” (Isaac Deutscher, The Non Jewish Jew).

No sucedió así: desde el principio, la existencia de Israel coincidió con la traición de la cultura judía moderna. Desde su origen Israel quiso ser una nación, y por ello puso en marcha la expulsión, persecución, internamiento y sometimiento de la población presente en ese territorio.

Ahora todo el mundo se da cuenta de la trampa en la que ha caído el Estado sionista.

El regalo de los colonialistas ingleses, prometido por Balfour en 1917 y entregado en 1948, se revela como lo que fue desde el principio: un regalo envenenado.

Los palestinos también han entrado en el túnel sin salida del Estado nación.

La fórmula “dos pueblos, dos Estados” sancionaba el carácter identitario y tribal del Estado nacional, y negaba cualquier posibilidad de coexistencia pacífica de dos comunidades dentro de una misma entidad política.

Ambas entidades estatales (la existente de Israel y la inexistente pero proclamada de Palestina) han acabado identificándose con sus componentes más identitarios, fundamentalistas, religiosos o abiertamente fascistas.

La línea de falla

El genocidio en Gaza es el epicentro de un cataclismo que dividirá la humanidad de manera duradera: el sur del mundo y los suburbios de las grandes metrópolis occidentales rodean la ciudadela blanca con un muro de odio que alimentará la venganza en los meses y años venideros. Este evento inaugura el siglo de enfrentamiento entre la raza colonial y el mundo colonizado.

Israel es el puesto de avanzada del racismo colonialista en el mundo.

El epicentro del terremoto está en la tierra de los tres monoteísmos, pero el terremoto está en todas partes. No me parece que de ese epicentro provengan vibraciones capaces de desencadenar una guerra mundial, sino más bien una guerra caótica compuesta de innumerables fragmentos de violencia.

Quizás el conflicto de Oriente Medio se haya convertido en una guerra entre fanáticos bárbaros, pero Occidente es responsable de la masacre y sus consecuencias, y está destinado a verse arrastrado a esta loca disputa.

En nombre de la defensa de Israel, Europa está borrando el Estado de derecho, prohibiendo las manifestaciones pro Palestina y criminalizando los símbolos palestinos.

Los hipócritas están indignados por el antisemitismo que asoma la cabeza, pero está claro que el antisemitismo encuentra un terreno fértil en el odio que Israel alimenta, y cada día está más claro que Netanyahu ha conducido a su pueblo a la guerra suicida más aterradora, quizás olvidando que en la guerra suicida el fundamentalismo islámico es imbatible.

¿Por qué Europa es cómplice del genocidio? Se dice por ahí que un sentimiento de culpa empuja a los europeos a defender a Israel, pero creo que el punto es otro. La defensa acrítica de Israel es parte de un proceso de autodefensa de la decadente civilización occidental.

Los racistas se han movilizado para defender a Israel: los descendientes de Pétain, los colaboradores antisemitas de todos los tiempos, junto con el racista declarado Eric Zemmour, marchan reivindicando la representación de la Francia blanca, mientras la militante de setenta y dos años por los derechos de las mujeres palestinas Mariam Abu Daqqa es expulsada porque se atrevió a decir que Israel es responsable de una ocupación colonial, y mientras en todas las metrópolis las banlieues se retiran a un silencio amenazador.

CTXT.es

“El origen de la violencia en Gaza está en la ideología racista de la eliminación del nativo”

El historiador israelí Ilan Pappé repasa los casi cien años de historia de la lucha anticolonial palestina

El siguiente texto es una transcripción de la charla que ofreció el historiador israelí Ilan Pappé en la Universidad de Berkeley, California, el pasado 19 de octubre de 2023. Pappé es director del Centro Europeo de Estudios Palestinos en la Universidad de Exeter y autor de diversos libros en los que trata la cuestión de la ocupación israelí.

Les agradezco mucho que nos dediquen su tiempo en este momento tan crucial y doloroso de la historia de Israel y Palestina. Antes del 7 de octubre de 2023, la mayor parte de la sociedad judía israelí observaba con cierto temor y aprensión la situación creada durante las últimas semanas de este mes, y el principal debate en Israel versaba sobre su futuro. Las manifestaciones semanales de cientos de miles de israelíes formaban parte de un movimiento de protesta contra el intento del Gobierno de cambiar la legislación constitucional en Israel y de crear un nuevo sistema político mediante el cual los poderes políticos tendrían un control total sobre el sistema judicial y la esfera pública estaría mucho más controlada por grupos judíos mesiánicos y religiosos.

En uno de mis artículos describo esa lucha particular por la identidad de Israel –que era el tema principal hasta el 7 de octubre de 2023– como una lucha entre el Estado de Judea y el Estado de Israel. El Estado de Judea lo establecieron los colonos judíos en Cisjordania y era una combinación de judaísmo mesiánico, fanatismo sionista y racismo que se convirtió en una especie de estructura de poder que se hizo mucho más notoria e importante en los últimos años –especialmente bajo el gobierno de Netanyahu– y que estaba a punto de imponer su forma de vida al resto de Israel más allá de lo que llamamos Judea y, en cierto sentido, más allá de Cisjordania o del espacio judío en Cisjordania. En su contra se alzó el Estado de Israel o, si se quiere, la ciudad de Tel Aviv, su mayor exponente. La idea de que Israel es pluralista, democrático, laico –y lo más importante, occidental o europeo– y que está luchando por su vida contra el Estado de Judea parecía ser el foco de atención de lo que podríamos llamar, si no una verdadera guerra civil, al menos una guerra civil fría, sin duda una guerra cultural entre los judíos israelíes, entre ellos mismos.

Cuando algunas personas preguntamos a los dos bandos de este conflicto interno israelí si, por ejemplo, la ocupación de Cisjordania no debería formar parte del debate sobre el futuro de Israel, se nos respondió que no, que ninguna de las partes debía mencionar la ocupación, que es irrelevante para el futuro de Israel. De hecho, a cualquiera que intentara introducir el tema de la ocupación en las protestas semanales contra la reforma judicial o “revolución judicial”, como les gusta llamarla, se le pidió que se marchara y que no se dejara ver con el grupo más numeroso de manifestantes que ondeaban la bandera israelí. Sin duda, si alguien llevara la bandera palestina a esa manifestación, recibiría una paliza y le echarían, del mismo modo que si alguien mencionara el hecho de que tal vez el futuro de Israel también son las condiciones y la situación de los casi dos millones de ciudadanos palestinos de Israel que en el último año han atravesado un proceso de persecución por parte de bandas criminales que aterrorizan sus vidas. Por todo Israel hay bandas criminales fuertemente armadas –muchas de ellas formadas por antiguos colaboradores de Israel en Cisjordania y la Franja de Gaza que fueron sacados de estos territorios tras el Acuerdo de Oslo y que son totalmente inmunes a cualquier tipo de persecución policial o acción penal efectiva–, lo que supone que, como muchos de ustedes sabrán, los palestinos que viven en el propio Israel, me refiero a ciudadanos israelíes, tienen miedo de salir por la noche debido a la nueva realidad en sus calles y espacios. Tampoco se permitía que este tema formara parte del debate público sobre el futuro de Israel.

Si se intentaba mencionar Jerusalén Este y la limpieza étnica de los barrios árabes de Jerusalén, los manifestantes y sus líderes declaraban, de nuevo, que no era un tema importante. O como dijo Amira Hass, la valiente periodista de Haaretz, por lo que respecta a los israelíes, hasta el 7 de octubre de 2023, la ocupación no existía, lo que significaba que ya no existía como problema. Está resuelto; hay una enorme presencia de asentamientos judíos en Cisjordania, ya nadie tiene que ocuparse de ello. De hecho, en las últimas cuatro campañas electorales en Israel, y hubo una cada año, nadie mencionó el tema, la cuestión u ocupación palestina, como quieran llamarlo. No se le pidió a los israelíes que votaran sobre este tema porque ya no existía como problema. Si alguien mencionaba la Franja de Gaza y se volvía a hablar del asedio, le respondían: ¿de qué estás hablando? Se trataba de una cuestión que ya no preocupaba a nadie, del mismo modo que la matanza diaria de palestinos en los últimos dos años en Cisjordania. Pero la constante y recurrente invasión de Al-Aqsa no pasa desapercibida, y el hecho de que las débiles autoridades palestinas sean incapaces de proteger a los palestinos de la violencia ejercida por los colonos, el ejército israelí y la policía fronteriza israelí, no significa que no haya grupos dispuestos a defender a los palestinos, no sólo en la Franja de Gaza, sino también en otras partes de la Palestina histórica. Esto se ha comunicado una y otra vez a la opinión pública israelí, a los responsables políticos, a los jefes del ejército y de los servicios secretos israelíes, pero todos sostenían que no había ningún problema. El único problema era la reforma legal, nos gustase o no.

Y estaba muy claro por qué no se trataban todas estas otras cuestiones. Porque, en esencia, lo que teníamos en Israel era una lucha entre dos formas de apartheid. Por una parte, estaba el apartheid israelí laico, en el que los judíos israelíes sin duda disfrutan de la vida en una democracia plural, al estilo occidental. Por otra parte, tenías la versión contraria del apartheid, la mesiánica, la religiosa, la teocrática. De modo que la lucha era una cuestión interna judía sobre el tipo de vida judía en la esfera pública, sin ninguna referencia a la vida de los palestinos, ya fueran palestinos sometidos a la ocupación en Cisjordania, al asedio en la Franja de Gaza o a un sistema discriminatorio dentro de Israel, por no hablar de los muchos millones de refugiados palestinos: todo esto no estaba allí.

La mañana del 7 de octubre, todo esto explotó en la cara de los israelíes. Y ahora existe la ilusión óptica de que, debido a la conmoción que sin duda sufrió Israel esa mañana, todas estas grietas del edificio sionista han desaparecido porque el ataque de Hamás fue tan brutal, tan devastador, que todos los debates internos se han olvidado, y todo el mundo está unido en torno al ejército y su plan actual para invadir la Franja de Gaza y comenzar con lo que ya estaba en marcha: las políticas genocidas sobre el terreno. Creo que es una ilusión óptica, que el conflicto interno israelí no va a desaparecer. Volverá. No sé cuándo, pero volverá. Sin embargo, lo más importante es que como activistas, como académicos, cualquiera que de un modo u otro esté relacionado con Palestina y la lucha palestina, independientemente de cómo entendamos y enfoquemos los acontecimientos del 7 de octubre desde un punto de vista humano, estratégico, moral, como quiera que lo hagamos, no caigamos en la trampa de descontextualizar y eliminar la perspectiva histórica de estos acontecimientos –y parece que hay bastante gente buena en este país que está cayendo en ello–. Esto es algo que no va a cambiar en las próximas semanas. La realidad básica sobre el terreno sigue siendo la misma que existía antes del 7 de octubre.

El pueblo palestino está inmerso en una lucha por la liberación probablemente desde 1929. Es una lucha contra sus colonizadores y, como toda lucha anticolonial, tiene sus altibajos, sus momentos de gloria y sus difíciles momentos de violencia. La descolonización no es un proceso farmacéutico y estéril, es un asunto desordenado. Y cuanto más duren el colonialismo y la opresión, más probable será que el estallido sea violento y desesperado en muchísimos sentidos. Es sumamente importante recordar a la gente la historia de las rebeliones de los esclavos en este país y cómo se acabó con las revueltas de los nativos americanos, las rebeliones de los argelinos contra los colonos en Argelia, la masacre de Orán durante la lucha del ELN (Ejército de Liberación Nacional) por la liberación. En ocasiones se pueden cuestionar algunas de las ideas estratégicas, se puede tener momentos de inquietud, y con razón, sobre la forma en que se están haciendo las cosas; sin embargo, si no se descontextualiza, si no se elimina la perspectiva histórica del propio acontecimiento, nunca se pierde la brújula moral.

Parece que estemos luchando contra una cobertura típica –tanto por parte de los medios de comunicación como del mundo académico de este país, de Occidente y del hemisferio norte en general–, que tiene esa capacidad de tratar un acontecimiento como si no tuviera historia ni consecuencias. Incluso los relatos sobre el festival que fue atacado el 7 de octubre no mencionan el hecho de que se trataba de un festival sobre el amor y la paz: a kilómetro y medio del gueto de Gaza, la gente estaba celebrando el amor y la paz mientras la población gazatí estaba siendo sometida a uno de los asedios más brutales de la historia de la humanidad, que se prolonga desde hace más de 15 años. Los israelíes deciden cuántas calorías entran en la Franja de Gaza, quién entra y sale, y retienen a dos millones de personas en la mayor cárcel a cielo abierto del planeta.

Todos estos contextos permiten navegar con moralidad sin perder esa brújula; sin embargo, mucho más importante que el contexto inmediato e incluso el contexto del asedio –y en esto me gustaría centrarme hoy– es el hecho de que uno de nuestros mayores retos como activistas en defensa de Palestina, o estudiosos de Palestina comprometidos, es que no podemos desafiar décadas de propaganda e invención, enfrentarnos a esa narrativa, con frases cortas. Creo que este es nuestro principal problema. Necesitamos espacio y tiempo para explicar la realidad ante la enorme cantidad de canales, fuentes de información e instituciones culturales que han proyectado una imagen y un análisis de Palestina falso, inventado, que se ha construido a lo largo de los años con la ayuda del mundo académico, los medios de comunicación, Hollywood, las series de televisión, etcétera. Todo esto influye en las mentes y las emociones de la gente y crea una historia determinada que no se puede cuestionar con una sola frase. Ni siquiera se puede desafiar únicamente con el sentido de la justicia, sino con un sentido de la justicia basado en un profundo conocimiento de la historia, con un análisis profundo y preciso de la realidad mediante el uso del lenguaje adecuado, porque el que utilizan incluso las fuerzas liberales, llamadas progresistas, es un lenguaje que inmuniza a Israel y no permite que la lucha anticolonial palestina se justifique, se acepte y se legitime. Y, ya saben, en el panteón de la lucha anticolonialista, en el que mucha gente pondría a un montón de héroes –desde Nelson Mandela a Gandhi y a otros importantes líderes del movimiento por la liberación–, no encontrarán a ningún palestino. Siempre serán tratados como terroristas, cuando en esencia es un movimiento anticolonialista. Y para emplear el lenguaje adecuado, conocer la historia del lugar y llevar a cabo un análisis correcto se necesita, como he dicho, espacio; no puedes llegar y decirle a alguien: tú estás equivocado y yo tengo razón. Y es un enorme reto para todos nosotros en un momento como el que se está viviendo estos días en Estados Unidos, por ejemplo, donde parece haber un apoyo incondicional a Israel y una postura hipócrita ante el sufrimiento de los israelíes que no se mostró ante el sufrimiento de los palestinos en ningún momento de la historia de Palestina.

Las lecciones de Historia, por así decirlo, son el antídoto a la eliminación de la perspectiva histórica de los acontecimientos del 7 de octubre y los que se están desarrollando ante nuestros ojos hoy –y probablemente en las próximas semanas, si no meses–. El contexto histórico tiene dos niveles, dos pilares básicos sobre los que deberían apoyarse el ámbito académico o el de los medios de comunicación y que considero muy importantes para cualquiera que participe en debates públicos a título individual o institucional. Uno es no dejar nunca de insistir en una definición precisa del sionismo, esto es muy importante: no se debería permitir ninguna discusión sobre lo que ocurre hoy en Israel o en Palestina sin hablar del sionismo. Israel y sus partidarios han invertido mucho esfuerzo en equiparar el antisionismo con el antisemitismo para que, si alguna vez mencionas la palabra “sionismo”, estés pisando el peligroso terreno de ser considerado antisemita, y por lo tanto, seas silenciado. Sin embargo, eso no significa que esta no sea la única manera correcta de iniciar el relato, que comienza con una ideología que es racista y muy dura. El sionismo pertenece a la genealogía del racismo, no a la historia de los movimientos de liberación –que es como se enseña en la mayoría de las universidades estadounidenses–, no a la historia de los movimientos nacionales –que es como se enseña en la mayor parte del hemisferio norte o de la que hablan o cubren los medios de comunicación occidentales–. No, pertenece a la historia del racismo, que originalmente no era una ideología, sino que se manifestó como tal en la tierra de Palestina.

Y este racismo forma parte de la naturaleza colonialista del movimiento sionista, que no es excepcional y con la que ustedes también están familiarizados en este país de europeos que no eran aceptados como tales, que fueron expulsados de Europa y tuvieron que encontrar un lugar diferente. Y encontraron países en los que vivían otras personas y, como dijo el difunto Patrick Wolf, en ese encuentro se activó la lógica de la eliminación del nativo, en el momento en que esos colonos se encontraron con los indígenas. Y eso también es cierto en el caso de Palestina. Las políticas de eliminación forman parte del ADN sionista desde el inicio mismo del movimiento a finales del siglo XIX. Para decirlo con palabras menos académicas, se quería la mayor parte posible de Palestina con el menor número posible de palestinos. Siempre existieron la dimensión demográfica y la geográfica, la de la población y la del espacio: cuanto más espacio tienes, menos quieres a la población indígena que hay en él.

Las políticas de eliminación pueden ser el genocidio, la limpieza étnica o el apartheid. Adoptan formas diferentes en lugares diferentes o en el mismo lugar según la capacidad, las circunstancias históricas y la situación. Sin embargo, no se puede separar lo que pasa en Gaza de estas políticas israelíes de eliminación del nativo, que tienen su origen en el pensamiento sionista –en los dibujos de los pintores sionistas, en la escritura de los intelectuales sionistas–, y que en 1930 se convirtieron en una estrategia que se implementó por primera vez en 1948, con la limpieza étnica que terminó con la expulsión de la mitad de los palestinos y la destrucción de la mitad de los pueblos de Palestina. Por cierto, muchos pueblos israelíes están construidos sobre las ruinas de aquellos; algunos kibutz que fueron ocupados por Hamás durante unas horas se construyeron sobre las ruinas de esos pueblos palestinos de 1948, y una cantidad considerable de los palestinos que entraron en los kibutz eran una tercera generación de refugiados de estos mismos pueblos destruidos no lejos de Gaza. Esto también forma parte de la historia. No estoy justificando lo que se hizo, sino que trato de ofrecer un contexto histórico, sin el cual no se llega al origen de la violencia y sólo se abordan sus síntomas. Hay que ir al origen de la violencia, que es una determinada ideología racista que, en su esencia, es la idea de la eliminación del nativo y, como digo, no es algo exclusivo del sionismo.

Hubo otros movimientos coloniales europeos que, sin duda, estaban motivados e inspirados por la idea de la eliminación del nativo. De modo que, si observamos esa historia de un modo superficial, se infiere que lo verdaderamente importante de un movimiento ideológico que está motivado por la idea de poseer la mayor cantidad posible del nuevo territorio con la menor cantidad posible de su gente nativa es el período histórico en el que fue concebido y en el que se promulgaron sus políticas de eliminación. Ahora bien, si esas políticas de eliminación se promulgan en el siglo XIX, como se hizo en Estados Unidos, estamos hablando de un mundo bastante indiferente al colonialismo, al racismo y a otros derechos humanos o derechos civiles colectivos. Sin embargo, si te paras un minuto a pensar, te das cuenta de que esto se hizo después de la Segunda Guerra Mundial, el año que se promulgó la Declaración de los Derechos Humanos que el hemisferio norte estaba tan orgulloso de mostrar al mundo para manifestar que ya teníamos las bases morales que aseguraran que la matanza masiva de personas y el racismo que habíamos visto en tantos lugares serían erradicados, porque existía un consenso moral. Cuando te das cuenta de que, ese mismo año, Sudáfrica promulgó la ley del apartheid e Israel ejerció la limpieza étnica de Palestina, empiezas a comprender el mensaje que, en 1948, recibieron tanto el régimen del apartheid en Sudáfrica como, lo que es más importante, el Estado sionista por parte de la comunidad internacional: sí, anunciamos con orgullo la Declaración de los Derechos Humanos, pero también les decimos que a ustedes no se les aplica. El mensaje del mundo era que la limpieza étnica de Palestina era aceptable principalmente por una razón –esta era la propaganda, yo no creo que fuera la verdadera razón–, que era, como dijo un intelectual estadounidense, tolerar una pequeña injusticia para corregir una injusticia mucho mayor. Concretamente, los palestinos tenían que compensar a los judíos por mil años de antisemitismo europeo y cristiano. El trato estaba muy claro, y por eso Israel fue el primer Estado en reconocer una nueva Alemania. La gente en Europa y en Occidente dudaba mucho si aceptar a Alemania Occidental como miembro de las naciones civilizadas tan pocos años después del régimen nazi. Israel pretendía, y no con razón, representar tanto a los supervivientes como a las víctimas del Holocausto. Como máximos representantes del Holocausto, los israelíes dijeron: reconoceremos una nueva Alemania y, a cambio, queremos la no injerencia de Occidente en lo que estamos haciendo en Palestina. Se habría esperado que Israel fuera, como mínimo, el tercer país que reconociera una nueva Alemania, no el primero. Pero llegar a este acuerdo era muy importante para ellos. También implicó que la nueva Alemania proporcionara a Israel una enorme ayuda financiera que contribuyó a construir el moderno ejército israelí a principios de la década de 1950.

Ahora bien, como el mensaje que lanzó el mundo fue que, en el caso del Estado de Israel, la limpieza étnica era un método aceptable de estrategia para la seguridad nacional, no es sorprendente que la limpieza étnica continuara. Israel expulsó a 36 pueblos entre 1948 y 1967 dentro de Israel, Israel expulsó a 300.000 palestinos de Cisjordania y la Franja de Gaza durante la guerra de junio de 1967. Desde 1967 hasta hoy, Israel ha expulsado a casi 700.000 palestinos de Cisjordania y la Franja de Gaza. Y mientras hablamos, Israel continúa la limpieza étnica en lugares como Maghazi, Gaza, el sur, las montañas de Hebrón, la zona del Gran Jerusalén y otros lugares de Palestina. La limpieza étnica se ha convertido en el ADN de la política israelí hacia los palestinos, y emplea a cientos de miles de personas para llevarla a cabo, porque no se trata de limpiezas étnicas masivas como en 1948, sino de limpiezas étnicas graduales. A veces es la expulsión de una persona o de una familia, a veces es el cierre de un pueblo o el cerco de la Franja de Gaza, que también es una forma de limpieza étnica, porque si creas el gueto de Gaza, no tienes que incluir a esos dos millones de palestinos dentro del balance demográfico de árabes y judíos, porque estos palestinos no tienen voz ni voto en el futuro de la Palestina histórica.

Este es el único pilar histórico necesario para responder cuando alguien nos diga que si ondeamos la bandera palestina estamos apoyando el terrorismo o emplee ese vil lenguaje que la gente utiliza ahora contra los palestinos. Si la gente compara lo que ocurrió el 7 de octubre por la mañana con el Holocausto –y con ello tergiversan totalmente el Holocausto, su memoria–, o no lo entienden o no saben lo que hacen. Pero incluso si insisten y tratan de dar lecciones de moralidad, es muy importante situar este acontecimiento concreto en la historia más amplia de la Palestina moderna, y en la historia particular del asedio inhumano de dos millones de personas en Gaza que comenzó en 2007 –probablemente el más largo que jamás haya sufrido un número tan grande de personas en lo que respecta a alimentos, agua, libertad de movimiento y otras necesidades básicas de la vida–, y que, en 2020, llevó a las Naciones Unidas a considerar que la vida en la Franja de Gaza es insostenible para los seres humanos. Hace ya tres años pensaban que ya habíamos cruzado la línea roja en Gaza, así que no se sorprendan cuando la gente se desborde: hay indignación, hay venganza, hay violencia, por supuesto que la hay.

Esto mismo ocurrió con las rebeliones de los esclavos, de los indígenas americanos, de los pueblos colonizados desde la India hasta el norte de África. La lucha anticolonial, como he dicho antes, no es cosa de cuáqueros y pacifistas. Puede ser muy violenta o muy pacífica, y en gran parte depende de hasta qué punto el colonizador, el limpiador étnico, esté dispuesto a asumir el hecho de que las personas a las que colonizaron u oprimieron no van a desaparecer y no van a abandonar su lucha. Cuanto antes lo entiendan, más probabilidades habrá de que se produzca una transformación mucho más pacífica de una realidad colonialista a una realidad poscolonialista. Si se niegan a entenderlo, les golpeará en la cara una y otra vez, y el 7 de octubre no será el último momento de dicha circunstancia.

Sin embargo, también hay otro pilar histórico sobre el que me gustaría poner el foco. Es muy importante porque en todo el discurso que acompañó la cobertura de los medios de comunicación y de los políticos de este país, y de Occidente en general, era muy fácil ver cómo se tiende a generalizar sobre los palestinos. Lo hemos oído antes sobre los musulmanes en general después del 11-S, contra cualquier pueblo que se atreviera a desafiar a los imperios durante el período colonialista. No hay nada nuevo en ello, pero es importante recordar a la gente que el sionismo fue un desastre que destruyó una Palestina que habría sido diferente sin el sionismo. Es muy importante recordar a la gente cómo era Palestina antes de 1948: un lugar donde musulmanes, cristianos y judíos coexistían, cuando la coexistencia no era una idea imaginaria de vive y deja vivir, sino que era una forma genuina de convivir. No hay que idealizarla, por supuesto que tuvo su tensión y sus momentos de crisis, pero era un mosaico de vida que, en particular en Palestina, permitía a la gente disfrutar también de lo que la tierra ofrecía, algo que hoy no existe, como por ejemplo, abundancia de agua. Únicamente las personas que recuerdan la Palestina anterior a 1948 saben que cada pueblo palestino tenía un arroyo de agua dulce. Esa fábula sionista que acaba de repetir la presidenta de la Comisión Europea al afirmar que el sionismo hizo florecer el desierto, es una tremenda invención. En muchos lugares, el sionismo convirtió un país floreciente en un desierto. Hay que recordarlo, pero sólo se puede hacer si, con la ayuda de historiadores, se reconstruye la Palestina anterior a 1948 en lo que respecta tanto a las relaciones humanas como a la ecología; la conexión que había entre los palestinos y las hierbas, por ejemplo, en la naturaleza que el sionismo destruyó y que formaba parte de la calidad de vida que tenían los palestinos. O, como dijo el difunto Emil Habibi: “Cuando vivía en la calle Abbas de Haifa, antes de 1948, no sabía quién era cristiano o musulmán en mi calle”. Y creo que no es una mera cuestión nostálgica; si se quiere, se trata de una historia alternativa, en el sentido de que existía la posibilidad de una Palestina diferente.

Y en esa historia hay que incluir también el hecho de que el movimiento nacional anticolonialista palestino, desde el momento en que el sionismo puso un pie en la Palestina histórica, fue fiel a dos principios –y esto está tan bien documentado que no hay que esforzarse mucho para encontrarlo–, que comunicaron a los americanos porque fueron estos los que llevaron estos principios al mundo árabe a través del presidente Woodrow Wilson, especialmente al Mediterráneo oriental en 1919, y después fue Naciones Unidas la que, de algún modo, insistió sobre estos principios. Uno de los principios era el derecho de autodeterminación de los pueblos. Los palestinos dijeron que también merecían el derecho a la autodeterminación, como los iraquíes, los libaneses, los egipcios. El otro principio era la democracia. Si nos apartan del dominio otomano, bajo el que estuvimos 400 años, y quieren que decidamos nuestro futuro posotomano cabe preguntarse cuál será la naturaleza de nuestro régimen, de nuestro Estado, de nuestra existencia política, razonaron. Queremos decidir democráticamente, a través del voto de la mayoría, si queremos formar parte de la Gran Siria, ser una Palestina árabe independiente o formar parte de una república panárabe federada. En cualquier caso, depende de nosotros. Y todas las delegaciones estadounidenses que fueron a Palestina desde 1918 hasta 1948 respondieron a los palestinos que, aunque los principios de democracia y autodeterminación eran apreciados por el mundo occidental y los consideraban los pilares sobre los que construir el nuevo mundo árabe posotomano, no podían aplicarse a Palestina. El Imperio británico había prometido que Palestina se convertiría en un Estado judío, y como los judíos son una minoría tan pequeña, el principio de autodeterminación no podía aplicarse a los palestinos. Y, por supuesto, el principio de elección mayoritaria o democrática estaba descartado para ellos. Esto también es importante en el contexto de nuestro viaje histórico al pasado, para contextualizar el tipo de opresión, el tipo de historia o genealogía del racismo que fue respaldado y apoyado por Occidente en el caso de Palestina.

Ahora bien, este otro pilar no sólo es importante para recordarnos lo que hizo el sionismo o lo que podría haber sido Palestina. Es la base sobre la que construiremos una Palestina posliberada, poscolonial, son los cimientos. Y hay que pensar en los elementos de este pasado y en cómo se relacionan con una realidad diferente de la que tuvimos, y no hay que dejar que el actual ataque a la Franja de Gaza, las políticas genocidas de Israel, impidan seguir pensando en la liberación de Palestina y en cómo sería la Palestina liberada. Y hay que hablar con los palestinos que no sólo piensan en el movimiento táctico de mañana, sino que visualizan una Palestina liberada. Eso es lo que hice en el libro que escribí con Ramzy Baroud: hablamos con cuarenta intelectuales palestinos y les preguntamos cómo visualizaban una Palestina liberada. Y su visión de la liberación no sólo incluye cómo luchar por ella, sino lo que traerá consigo, que es todo lo que tenían en Palestina antes de 1948: una sociedad que no discrimina por motivos de religión, secta o identidad cultural, una sociedad que respeta la democracia y el principio de vive y deja vivir. Y lo que es más importante, tal vez más que cualquier otra cosa, una sociedad que devuelva Palestina al mundo árabe, al mundo musulmán, que le permita volver, de forma natural, al lugar del que fue extraída por la fuerza.

Ahora bien, formar parte del mundo árabe no es un escenario fácil para mucha gente, y con razón. Pero es imposible ser parte de la solución, o de escenarios más positivos para el mundo árabe, si no se forma parte de los problemas del mundo árabe. No se puede debatir sobre los derechos humanos en Irán o los derechos civiles en Egipto sin incluir los derechos humanos y civiles de los palestinos. Estos debates no tienen sentido porque siempre se llega a la excepcionalidad de los palestinos por esa falta de derechos, y a una posición de inferioridad si, desde fuera, se pretende ayudar al mundo árabe a tratar estas cuestiones de derechos humanos y civiles. Y únicamente cuando la Palestina del futuro forme parte del mundo árabe, será parte de sus problemas, pero también será parte de su solución.

Terminaré diciendo, sólo para insistir en el punto principal que realmente quiero plantear hoy, que siempre hay un espejismo dentro del drama, y no se puede subestimar el drama que estamos viendo. Desgraciadamente, creo que sólo es el principio: Israel va a imponer una catástrofe humana no sólo en la Franja de Gaza, sino lamentablemente también en Cisjordania, porque van a utilizar lo que está ocurriendo como pretexto para cambiar también las políticas en Cisjordania. Por supuesto, lo más urgente es intentar pararlo desde Occidente con todos los medios a nuestro alcance, presionar para que haya una intervención internacional que ponga fin a estas políticas genocidas que, mucho me temo, se extenderán también a Cisjordania. Sin embargo, también tenemos que elaborar estrategias para el futuro, porque las cuestiones básicas seguirán ahí después de que este momento concreto termine de un modo u otro. Y, en mi opinión, este tipo de debate es el que garantiza que no perdamos nuestra brújula moral. No nos disuade el modo en que la gente intenta decirnos, sin duda después de lo que ocurrió el 7 de octubre, que no podemos mantener nuestras antiguas posturas sobre moralidad. Y debemos recordarles que nadie cuestiona el derecho de Argelia, Kenia e India a liberarse del colonialismo a pesar de los incidentes que hubo en la lucha por la liberación, de cualquier nivel de violencia que hubiera allí o de cualquiera que fuera el modo en que se produjera el enfrentamiento entre las fuerzas anticolonialistas y las fuerzas colonialistas, nunca cuestionamos el derecho básico a la liberación y la independencia, y tampoco deberíamos hacerlo en el caso de Palestina: si queremos una Palestina en paz, hay que hablar, ante todo, de una Palestina libre. Gracias.

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Traducción de Paloma Farré.

CTXT.ES

40 años construyendo autonomía

Por Raúl Zibechi

Hoy se cumplen 40 años de la fundación del EZLN, el 17 de noviembre de 1983, y en algunas semanas celebramos los 40 años del alzamiento del 1º de enero de 1994.

El zapatismo está tan vivo como tres o cuatro décadas atrás, lo que nos motiva a intentar entender su excepcionalidad. La primera cuestión es que estamos ante un proceso revolucionario, ya que hubo un cambio de régimen en las áreas donde se asienta el zapatismo.

Se terminó el régimen de las haciendas y de los finqueros. Las tierras fueron recuperadas y los hacendados huyeron. En esos espacios comenzaron a gobernarse las bases de apoyo y comunidades, los municipios autónomos y las juntas de buen gobierno que ejercieron la autonomía.

Pero no estamos ante una revolución clásica, como las que conocimos en los dos últimos siglos y, en particular, desde la revolución rusa de 1917. Aquí podemos recordar el diálogo entre el subcomandante Marcos y el viejo Antonio, para decir que el proceso de transformaciones comienza en cierto momento, quizá imposible de fechar, y no finaliza nunca, si es verdadero.

El relato se refiere a la lucha, que es como un círculo que no tiene fin, pero creo que puede aplicarse al proceso de cambios zapatista. En segundo lugar, estoy convencido de que el zapatismo modificó el concepto que teníamos de la forma de cambiar el mundo, focalizado en fechas y lugares: 25 de octubre de 1917, toma del Palacio de Invierno en San Petersburgo, por ejemplo; 14 de julio de 1789, toma de la Bastilla; 1º de octubre de 1949, triunfo de la revolución china y proclamación de la republica popular. Y así.

Si no entendí mal, el proceso zapatista comenzó, tal vez, 40 años atrás, y aún sigue transformando la realidad. Se trata de un extenso proceso de cambios permanentes, centrado en los seres humanos y no sólo en cosas o en objetos, cuyo centro es la autonomía.

La recuperación de la tierra, de los medios de producción, es algo central, pero no así la ocupación de edificios e instituciones. Los cambios de fondo pueden comenzar, como en este caso, incluso antes de recuperar la tierra, porque se concretan en los modos de hacer, en los trabajos colectivos como eje de cualquier construcción y, por supuesto, en la autonomía.

El zapatismo rechaza estancarse, institucionalizarse y, por tanto, dejar de transformar la vida. Se asume como proceso siempre inacabado, no congelado en fechas, lugares y personas. A partir de estas ideas, propongo espejar el proceso zapatista con la situación que atravesaban otros procesos de cambios al cumplir 30 años.

La revolución rusa naufragó mucho antes de llegar a sus 30 años. Menos de una década después de la toma del poder, arreciaron las purgas dentro del partido y la represión contra quienes discrepaban con la dirección, pero sobre todo los ataques a los campesinos y a sus costumbres, imponiendo la colectivización forzosa.

Es cierto que la revolución rusa debió afrontar una guerra civil con la intervención de las principales potencias extranjeras. Pero la represión contra la oposición obrera y los asesinatos de altos dirigentes como Trotsky, no son consecuencia de la guerra civil, sino de la lucha por el control absoluto del poder por un reducido grupo de dirigentes.

En 1979, tres décadas después del triunfo de la revolución, China estaba abrazando el capitalismo luego de haber encarcelado a varios dirigentes del partido, incluso a la viuda de Mao, Chiang Ching. Pese a los errores de Mao y su tendencia a gobernar desde arriba, su muerte en 1976 precipitó la marcha hacia el capitalismo y el abandono de toda tensión transformadora por la nueva dirección encabezada por Deng Xiaoping y quienes le siguieron.

La cultura política imperante en esos procesos se fue alejando de los principios iniciales y fundacionales; con el tiempo tendió a reproducir los modos y vicios de las clases derrotadas, como atinó a observar el propio Lenin hacia el final de su vida. Suele compararse a Stalin como un zar y a los comunistas chinos con la casta privilegiada de los mandarines.

La lucha por el poder fue el eje de la revoluciones “triunfantes”, centradas en el Estado. La autonomía y la construcción de lo nuevo son el núcleo del zapatismo. Por todo esto, a 30 años del “¡Ya basta!” podemos decir que el zapatismo sigue transformando el mundo, creando el mundo nuevo y defendiéndolo.

Ha creado nuevas formas de ejercer el poder a través del “mandar obedeciendo”. Las relaciones entre las personas se siguen modificando en la salud, la educación, la producción, la justicia, la fiesta, el deporte y el arte, orientadas por la ética rebelde.

No se trata de que hicieron algo grande en 1994, y ya. Se trata del proceso largo de cambios y de creaciones, y comprender que ahora van por más. Luego de dos largas décadas de un progresismo que ha mostrado sus miserias, el zapatismo sigue éticamente intachable. Continúan con la misma vitalidad de siempre pese a los cercos y las violencias que enfrentan. Zapata vive…