La desintegración del mundo occidental

Sólo calibrando el abismo del inconsciente estadounidense podremos descifrar las raíces de la ferocidad social que ahora está en plena manifestación

Por Franco ‘Bifo’ Berardi

La revolución Trump en dos movimientos

¿Recuerdas lo que dijo Joe Biden hace unos meses sobre la posibilidad de una victoria de Trump en las elecciones?

Más o menos dijo que la victoria de Trump destruiría la democracia estadounidense. Creo que no se equivocó: suponiendo que alguna vez existió la democracia estadounidense (cosa que no creo), la llegada de la pandilla Trump-Bannon-Musk representa su liquidación total.

Técnicamente hablando, la llegada de Trump pretende ser una revolución, aunque sea reaccionaria. La revolución trumpista se producirá en dos movimientos: el primero lo anuncia Steve Bannon, el estratega diabólico, el más lúcido de ese gracioso grupo.

En una charla en la Universidad de Nueva York, durante el primer triunfo de Donald, declaró: “Soy leninista”.

A un asombrado académico que pidió explicaciones, Bannon respondió: “Lenin quería destruir el Estado y ese es también mi objetivo”.

De hecho, la designación de locos incompetentes y conocidos violadores para los puestos más altos de la Administración tiende a convertir las instituciones estatales en una broma de carnaval para destruir la esfera pública.

Sin embargo, si para Lenin destruir el Estado era la premisa para construir la dictadura proletaria en nombre de una justicia futura que nunca llegó, para Bannon destruir el Estado significa permitir que se desate la dinámica profunda de la sociedad estadounidense.

Aquí viene el segundo movimiento, cuyo proponente sería Elon Musk: desatar los espíritus animales de la sociedad estadounidense, a partir de una reactivación de las dinámicas salvajes de esta sociedad, nacida de un genocidio y enriquecida por las deportaciones y la esclavitud.

El proyecto de Musk es la creación de un sistema esclavista de alta tecnología, la abolición de las protecciones sociales residuales y el uso sistemático del terror contra las minorías y los inmigrantes. La implementación de este marco programático se vislumbra en declaraciones y en los primeros pasos del proyecto DOGE [Departamento de eficiencia gubernamental y clara referencia con Dogecoin, una criptomoneda apadrinada por Musk].

Pretender que Estados Unidos es una democracia (si la palabra significa algo) implica un estado de negación sistemática, una eliminación obstinada (en el sentido freudiano de Verdrangung) de la psicogénesis del inconsciente estadounidense.

Antes de morir, hace apenas unos meses, Paul Auster escribió un libro (Bloodbath Nation) que intenta comprender la realidad (y el Inconsciente) de la entidad americana.

Auster remarca que en Berlín hay un monumento dedicado a la memoria del Holocausto. En Washington no hay nada dedicado a siglos de esclavitud.

El racismo es el núcleo del inconsciente estadounidense. Por eso Trump es el alma de Estados Unidos.

Mejor dicho: Trump es la erupción psicótica del Inconsciente blanco senescente, incapaz de conciliarse con la cantidad de violencia que acecha a la autopercepción colectiva, y con el declive (declive demográfico, declive mental, declive político).  Trump es la extroversión agresiva del autodesprecio de la cultura blanca.

El Imperio de Augusto a Calígula 

Hace veinticinco años dos eminentes filósofos escribieron, en un libro que recibió amplia atención:

“El Imperio es el poder soberano que gobierna el mundo… El Imperio está emergiendo hoy como el centro que apoya la globalización de las redes productivas y lanza su red ampliamente inclusiva para tratar de envolver todas las relaciones de poder dentro de su orden mundial… Debemos entender la sociedad de control como sociedad en la que los mecanismos de mando se vuelven cada vez más “democráticos”, cada vez más inmanentes al campo social, distribuidos en los cerebros y cuerpos de los ciudadanos…”, (Hardt, Negri: Empire, Harvard, 2000, págs. 20-23).

Deslumbrados por la luz de la era Clinton, Hardt y Negri extrañaban la sustancia nihilista del poder global de Estados Unidos y la naturaleza destructiva de las nuevas tecnologías, dependientes del modelo neoliberal. Ese libro proponía ver el Imperio posmoderno como el equivalente de la tendencia progresista implícita en la utopía de la revolución en red.

“El proyecto imperial, un proyecto global de poder en red, define la cuarta fase o régimen de la historia constitucional de Estados Unidos”. (179).

Hardt y Negri esperaban paz y prosperidad basadas en el principio peer to peer porque no vieron la duplicidad de ese principio y también porque no captaron el abismo irremediable del inconsciente estadounidense.

En el mismo año 2000, Salman Rushdie publicó un libro muy profético, titulado Fury. Leamos algunas líneas:

“…esta Metrópolis construida en Kryptonita en la que ningún Superman se atrevió a poner un pie, donde la riqueza se confundía con riquezas y el gozo de la posesión con felicidad, donde la gente vivía vidas tan pulidas que la gran y dura verdad de la existencia cruda había sido borrada y pulida, y en el que las almas humanas habían vagado tan separadas durante tanto tiempo que apenas recordaban cómo tocarse. […] Esta ciudad cuya legendaria electricidad alimentaba las vallas eléctricas que se estaban erigiendo entre hombres y hombres, y entre hombres y mujeres también”. (Salman Rushdie: Fury, Jonathan Cape, 2001, pág. 86)

La tensión que corría bajo la superficie del globalismo a principios de siglo no es percibida por los autores de Empire, quienes en cambio escribieron:

“El Imperio sólo puede concebirse como una república universal, una red de poderes y contrapoderes estructurados en una arquitectura ilimitada e inclusiva. La expansión imperial no tiene nada que ver con el imperialismo ni con aquellos organismos estatales diseñados para la conquista, el saqueo, el genocidio, la colonización y la esclavitud. Contra tales imperialismos, el Imperio extiende y consolida el modelo de poder en red”. (166-7)

En la misma página del libro, Hardt y Negri citan a Virgilio:

“Ha llegado la edad final que predijo el oráculo,

El gran orden de los siglos renace”. (167)

Poco después de la publicación de este libro, la historia del mundo tomó una dirección totalmente diferente. El golpe de escena del 11 de septiembre provocó una inversión del sentimiento predominante de invencibilidad de la hegemonía occidental.

La interminable expansión pacífica de la democracia dio paso al colapso de la hegemonía global de Estados Unidos.

Después de una década de guerras inconclusas, de decadencia social y de resentimiento creciente, la aparición de Donald Trump marcó el comienzo de una especie de guerra civil caótica en el mismo centro del Imperio.

Ahora, veinticinco años después, la guerra civil en Estados Unidos ha terminado provisionalmente y es fácil entender quién es el ganador (provisional). El ganador no es Augusto, el glorioso y pacífico Emperador glorificado por Virgilio, sino una interesante mezcla de Calígula y Nerón.

El problema de Hard y Negri, la razón por la cual su libro no logró captar el proceso inminente, radica en su indiferencia hacia la dimensión antropológica en la que se despliega la política estadounidense.

Sólo calibrando el abismo del inconsciente estadounidense podremos descifrar las raíces de la ferocidad social que ahora está en plena manifestación.

Inconcebible

Mucho más interesante que el libro de Hardt y Negri es Unthinkable: Trauma, Truth, and the Trials of American Democracy, de Jamie Raskin.

Publicado en 2022, en el primer aniversario de la ridícula insurrección que llevó a miles de seguidores de Trump al corazón político de Estados Unidos, el libro adquiere hoy un nuevo significado, tras el regreso del líder de esa manifestación subversiva.

El autor es miembro del Congreso estadounidense, elegido por el distrito electoral de Maryland, en las filas del Partido Demócrata. Jamie Raskin también es profesor de Derecho Constitucional, autoproclamado liberal y padre de tres hijos. Uno de sus hijos, Tommy, de 25 años, activista político, partidario de causas progresistas, un joven compasivo y empático, falleció el último día del año 2020.

Para ser más precisos, Tommy se suicidó debido a una depresión duradera y también –no hace falta decirlo– a la larga humillación moral de sus valores humanitarios durante los años del primer mandato de Trump.

Este libro ha sido importante para mí porque contiene una reflexión radical sobre el racismo arraigado en la democracia estadounidense (un detalle que se les escapó por completo a los autores del libro de los autoproclamados marxistas que escribieron Empire).

Para Jamie Raskin la decisión final de Tommy no es sólo una catástrofe afectiva, sino el detonante de una reflexión radical sobre la profundidad de la crisis que está desgarrando la democracia liberal.

Leí el libro justo después de su publicación y lo estoy leyendo de nuevo ahora que la vuelta de Trump a la Casa Blanca entierra para siempre la credibilidad de la democracia de ese país y cuestiona la credibilidad misma del concepto de democracia en sí.

Raskin escribe que siempre se ha considerado “radicalmente optimista acerca de cómo la Constitución de la nación misma puede mejorar nuestra condición social, política e intelectual”.

Sin embargo, tras la muerte de su hijo, su percepción de sí mismo cambió. Escribe que su optimismo constitucional se hace añicos por el predominio de la fuerza brutal sobre la fuerza de la Razón y por la propagación de la depresión.

“De repente, este optimismo constitucional me avergüenza y me avergüenza. Temo que mi alegre optimismo político, lo que muchos de mis amigos han atesorado más en mí, se haya convertido en una trampa para el autoengaño masivo, una debilidad que nuestros enemigos pueden explotar. Sin embargo, también me aterroriza pensar en lo que significaría vivir sin este optimismo y también sin mi amado e irremplazable hijo. Los dos siempre fueron de la mano y ahora puedo estar vivo en la tierra sin ninguno de ellos”.

El optimismo político de este generoso profesor de Derecho se ve sacudido por la repentina comprensión de que la democracia liberal se asienta en una base frágil. De hecho, escribe:

“Siete de nuestros primeros diez presidentes eran dueños de esclavos. Estos hechos no son accidentales sino que surgen de la arquitectura misma de nuestras instituciones políticas”.

La esclavitud forma parte del patrimonio cultural de la nación americana, al igual que el genocidio de los primeros habitantes del territorio.

¿Cómo puede esta nación pretender ser vista como un ejemplo para otra persona?

¿Cómo podemos evitar pensar que esta nación es un peligro para la supervivencia de la humanidad?

Se vuelve imposible persistir en el estado de negación: la memoria estadounidense está tan cargada de horror que ninguna evolución política puede borrar esta verdad elemental del inconsciente colectivo de un país cuyo destino manifiesto es la destrucción de toda la humanidad.

En el discurso que Biden pronunció el 6 de enero de 2022, un año después de la funky insurrección, hablando de la necesidad de rechazar la violencia, dijo: “Debemos decidir qué tipo de nación queremos ser”.

¿Decidir qué?

¿Puede Estados Unidos decidir descartar la violencia, si la historia estadounidense se basa en la violencia, la esclavitud y el genocidio?

La irredimibilidad de ese pasado es una fuente de depresión sistémica para Occidente y, por tanto, una fuente sistémica de violencia. Pero ahora, si miramos el panorama geopolítico, si miramos el panorama interno de la cultura occidental, la desintegración parece irreversible.

¿La decadencia y la desintegración del mundo occidental desencadenarán la destrucción final de lo que solíamos llamar civilización?

Desintegración

La desintegración es la tendencia que está surgiendo en todo el mundo occidental.

En los países europeos, como en Estados Unidos, por no hablar de Israel, la población está irreconciliablemente dividida por la alternativa entre democracia liberal y tiranía autoritaria. Así como la democracia liberal siempre ha sido falsa, la alternativa también lo es, pero la desintegración es real.

En mi humilde opinión, la elección de Trump acelerará la desintegración occidental. No creo que habrá una guerra civil como ocurrió durante la guerra española, con multitudes armadas enfrentándose en un frente más o menos definido. No es así como se desarrolla la guerra civil de una población demente. Tendremos una multiplicación de tiroteos racistas, de masacres, simplemente tendremos lo que ya existe, pero cada vez más generalizado, duro y violento.

La deportación masiva prometida por los vencedores resultará más bien en una reaparición del Ku Klux Klan en muchas zonas del país que en una operación real de repatriación imposible de inmigrantes indocumentados. La violencia, el miedo y la agresividad acabarán persuadiendo a muchos inmigrantes a marcharse, pero el proceso difícilmente será pacífico.

La desesperación será la fuerza impulsora de la desintegración estadounidense.

En el libro de investigación de 2020 Muertes por desesperación y el futuro del capitalismo, Anne Case y Angus Deaton describen la desesperación en términos estadísticos. Aumento de la mortalidad, particularmente entre los blancos de entre 45 y 54 años: alcoholismo, suicidio, uso de armas de fuego, obesidad y adicción a opioides (como fentanilo). Disminución general de la esperanza de vida (única entre los países avanzados): de 78,8 años en 2014 a 76,3 años en 2021. Todo esto en presencia del gasto sanitario más alto del mundo (equivalente al 18,8% del PIB).

Sin embargo, no podemos esperar una desintegración pacífica del poder estadounidense. Así como Polifemo, cegado por Ulises, corta a quienes se le acercan, el coloso está destinado a reaccionar con furia imprudente.

En un artículo publicado por e-flux, Slavoj Žižek relativiza el triunfo trumpiano e intenta verlo en perspectiva: la fórmula MAGA podría describirse de manera invertida. Después de décadas de derrotas militares, la superpotencia reconoce que no puede continuar con la política de hegemonía global y debe retirarse antes de tiempo, aceptando, sin admitirlo, una posición de poder local que debe competir en igualdad de condiciones con otras potencias locales, como Rusia, China, India.

La opinión de Žižek está bien fundada, pero mi pregunta es: ¿el bastión del supremacismo blanco aceptará su decadencia sin una reacción que pueda ser nada menos que apocalíptica?

Además, Žižek cree que Europa podría salir fortalecida de la reducción del papel geopolítico estadounidense. Europa, según Žižek, ya no será la “hermana pequeña” del gigante.

Aquí también tengo algunas dudas. La hipótesis de Žižek sólo sería cierta si la UE existiera realmente. Pero la guerra de Ucrania ha llevado a la Unión Europea a una posición de irrelevancia, debilidad y rápida desintegración.

El gobierno francés se ha derrumbado, el gobierno alemán se está derrumbando, mientras la recesión económica está destinada a empeorar.

La derrota estratégica en la guerra contra la Rusia de Putin (el legado de Biden) empuja a la Unión hacia la desintegración, mientras los aliados de Putin, elección tras elección, ganan la mayoría de los parlamentos del continente.

Para concluir este breve ensayo citaré nuevamente a Salman Rushdie:

“No puedo mirar hacia arriba. Allá arriba, ¿qué es eso? Como si un coloso con un enorme desintegrador hiciera un agujero en el aire. Lo miras y quieres morir.

Esto no se puede arreglar. No creo que haya nadie en DC o Cañaveral que sepa qué carajo hacer al respecto”. (Quichotte, Random House, 2020, pág. 374).

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Biografía:

Hardt Negri: Empire, Harvard, 2000.

Paul Auster: Bloodbath Nation, 2024.

Jamie Raskin: The Unthinkable.  Trauma, Truth, and the Trials of American Democracy, 2022.

Salman Rushdie: Fury, Jonathan Cape, 2000.

Salman Rushdie: Quichotte, Random House, 2020.

Slavoj Zizek: After Trump’s Victory: From MAGA to MEGA, e-flux, November 2024.

Felix Guattari, The Three ecologies, 1989.

 

“Las redes sociales son máquinas de subjetivación especialmente útiles a la extrema derecha”

El profesor brasileño analiza en su último libro los rasgos de la extrema derecha emergente en diversos contextos, especialmente a partir de los liderazgos de Bolsonaro, Trump y Milei.

Por Alberto Azcárate / elsaltodiario.com

Con motivo de la presentación en España de su libro Bolsonarismo y extrema derecha global. Una gramática de la desintegración, hemos entrevistado por vía telemática a Rodrigo Nunes, profesor de filosofía moderna y contemporánea en la Pontificia Universidad Católica (PUC) de Río de Janeiro, y de Teoría Política y Organización en la Essex Business School. Ha sido también profesor invitado en las universidades de Londres (2007-8), de East London (2008-2009), de Westminster (2008) y de la Jan Van Eyck Academie (2010), así como académico visitante en la Universidad de Brown (2018-2019).

Sus respuestas aportan un repertorio de singular lucidez y contundencia conceptual, desde una gestualidad política que trasciende la impotencia del progresismo.

Se respiran aires de fin del mundo conocido. Y por primera vez desde la posguerra no es la izquierda sino la extrema derecha la que cuestiona -sin inhibiciones- la democracia liberal como modelo de convivencia. ¿Se trataría simplemente de la farsa que -según el conocido aserto marxista- sucedería a la tragedia de la versión original, o estaríamos ante una crisis de época inédita, atravesada por nuevos paradigmas?
El triunfo reciente de Trump sugiere que el avance continuo de la extrema derecha quizás nos obligue a invertir el dicho: si su primera victoria tenía algo de farsa, la segunda se anuncia como tragedia. Su crecimiento entre los votantes, y particularmente la caída de los demócratas, comprueban que no estamos frente a un mero hipo, sino a tendencias de largo plazo. Hablamos de cosas como la estagnación económica, el aumento del subempleo y de la precarización, la concentración de riqueza y de poder político –muy claramente ejemplificado por la figura de Elon Musk–, el calentamiento global.

Está claro que la extrema derecha no tiene ni diagnósticos ni soluciones reales para ellas; de hecho, sus políticas solo tienden a intensificarlas. Pero ella responde a los sentimientos antisistémicos que estos problemas despiertan con la promesa de una ruptura radical, mientras que el centrismo de izquierda y derecha se dedica a la defensa de pequeños cambios incrementales, de una democracia vaciada, de instituciones sin credibilidad, de un crecimiento económico que ya no puede atender a todos.

Aunque pueda puntualmente ganar elecciones, este tipo de reacción logra como mucho retardar el avance de la extrema derecha, haciendo con que vuelva más fuerte después de un tiempo. Ha sido así en EEUU, será luego en Francia, quizás también en Alemania, y probablemente también en Brasil y el Reino Unido en unos años.

¿Esta extrema derecha emergente en países centrales y periféricos, podría tener algunos trazos comunes en los perfiles de sus liderazgos y en sus abordajes y estrategias? Pienso en personajes como Trump, Bolsonaro, Milei…
Los rasgos comunes tienen mucho que decir sobre el momento de crisis en que vivimos. Estos son en general personajes que vienen de fuera o de los márgenes de la política, y con eso se benefician de una percepción de que las fuerzas políticas tradicionales se han vuelto indistintas. Saben utilizar bien las plataformas digitales para sobrepasar los medios tradicionales y tienen algo de la figura del troll, combinando una extrema desensibilización frente al sufrimiento del otro con una comunicación que escapa a las convenciones de la política profesional y juega con una ambigüedad constante entre la sinceridad y la broma.

Aunque sean a menudo asociados a la fuerza y la autoridad, su apelo viene antes de la combinación de la disciplina y permisividad que representan: permisividad para los que “se la merecen”, los ciudadanos de bien, los que “son como nosotros”; y disciplina para los demás. De este modo, encarnan una concepción de mundo en que el orden –las relaciones de poder que están codificadas en los valores tradicionales, pero también en las relaciones de mercado– está por encima de la igualdad formal frente a la ley. Estos últimos factores no son accesorios, sino esenciales: es lo que explica que ni los intentos de desestabilización de la democracia ni las eventuales condenas criminales acaban por debilitar estas figuras frente a sus apoyadores.

Además de estas semejanzas estructurales, hay mucha emulación y colaboración directa entre estos líderes, y por ende bastante intercambio de técnicas, tácticas y estrategias.

¿Qué es lo que está agotado para esos amplios sectores, de la realidad construida bajo el orden liberal, que esta ultra derecha sabe interpretar y traducir en políticas activas?

Las políticas efectivamente implementadas no traen soluciones a ese agotamiento sino la radicalización de sus condiciones. Pero esto no importa porque la extrema derecha logra desplazar hacia los otros jugadores un rechazo que podría estar dirigido contra las reglas del juego.

Más de cuatro décadas de hegemonía neoliberal han producido una explosión de la desigualdad, y por lo tanto una gran cantidad de perdedores. Hubo, sin embargo, un momento en los años 90 y 2000 en que una sucesión de burbujas financieras creó en muchas partes una ilusión de expansión y las condiciones para políticas de reconocimiento que favorecieron a sectores de grupos históricamente marginalizados como mujeres, personas LGBTQIA, negros etc. Es lo que Nancy Fraser nombró “neoliberalismo progresista”, frecuentemente patrocinado por una vieja socialdemocracia que se había vuelto, en términos económicos, ardientemente neoliberal.

La crisis de 2008, cuyos efectos siguieron propagándose por el mundo durante los años siguientes, y que en algún sentido nunca se acabó, pone fin a este momento. De cierto modo, es la plausibilidad de las promesas de buena vida del neoliberalismo que se acaba ahí, porque la economía nunca volvió a ser lo que era, y porque queda claro que, en horas de crisis, será la gente común que pagará para mantener las ganancias de los más ricos. Lo que resta, entonces, es una disputa cada vez más feroz por migajas cada vez menores, una perspectiva que la sombra del cambio climático vuelve aún más siniestra. La naturalización de esta idea de que, en la base de la pirámide social, hay un conflicto inevitable de todos contra todos, facilita la operación retórica elemental de la extrema derecha, que consiste en promover la confusión de derechos con privilegios y viceversa.

La izquierda más allá de la resistencia: debemos volver pensar en futuros alternativos posibles

Entrevista especial con Rodrigo Santaella

Por Instituto Humanitas Unisinos

Traducción: Decio Machado

La agencia colectiva parece estar relegada a un segundo plano en nombre de pronósticos y diagnósticos sobre el desarrollo tecnológico en sí, según el policientista.

Si, por un lado, el aceleracionismo de izquierdas tiene riesgos y límites a la hora de poner su confianza en el desarrollo tecnológico para asegurar avances y transformaciones sociales; por otro lado, esta corriente teórico-política tiene el «mérito» de «sacudir» a la izquierda tradicional «resignada, acomodada y adaptada, es decir, una izquierda que ha renunciado a cualquier tipo de imaginación política y -en ese límite- concibió la idea de que el único rol posible es administrar el capitalismo» afirma Rodrigo Santaella en la presentación de las principales ideas que marcan el pensamiento conocido como «aceleracionismo de izquierda».

En la videoconferencia titulada El problema del aceleracionismo de izquierda, promovido por el Instituto Unisinos Humanitas, el investigador comenta sobre los desafíos de la izquierda en el campo de la imaginación política. Una de las palabras más fuertes en el campo izquierdo es  «resistencia» y difícilmente se puede pasar de la resistencia a algún otro tipo de producción y alternativa de novedad. Para enfrentar las actual amenaza fascista, no basta con defender las instituciones y las formas de vida liberales. Para enfrentar al fascismo, hay que ofrecer un proyecto alternativo diferenciado al actual modelo capitalista en el que vivimos, imaginar un futuro diferente y ofrecer esta imaginación como proyecto. Es decir, volver a enfocarnos sobre alternativas de futuro posibles y llevar esto al debate público y político, subraya el entrevistado.

Según Santella, por un lado, la izquierda tradicional sufre de la falta de comprensión sobre el desarrollo capitalista tecnológico y, por otro, los aceleracionistas son rehenes del determinismo tecnológico. «El determinismo tecnológico, que es el síntoma de una concepción errónea de la tecnología, es el principal problema del aceleracionismo de izquierda y cualquier aceleracionismo en general». Lo que parece faltar es una reflexión más cuidadosa y profunda sobre la relación entre la tecnología y la sociedad. El elemento básico de esta discusión, la cual por cierto no aporta nada nuevo, es que las tecnologías no son neutras o neutrales. La evidencia de esto es que «el desarrollo tecnológico que hemos tenido hasta ahora ha sido guiado por y hacia el capitalismo.»

A continuación, publicamos la conferencia de Rodrigo Santaella en el formato de la entrevista…

Rodrigo Santaella es doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de Sao Paulo (USP), magister en Ciencias Políticas por la Universidad Estatal de Campinas (Unicamp) y licenciado en Ciencias Sociales por la Universidad Federal de Ceará (Universidad Federal de Ceará). Entre 2007 y 2008 realizó estudios durante un año en la Universidad Nacional de La Plata, Argentina, centrándose principalmente en la historia social y política de América Latina. Actualmente realiza investigaciones postdoctorales en la Universidad LUT en Lappeenranta, Finlandia, con proyectos relacionados con la planificación económica, la tecnología y la transición digital verde. Es miembro permanente del Programa de Posgrado en Políticas Públicas de la Universidad Estatal de Ceará.

¿Qué es el aceleracionismo de izquierdas?

El aceleracionismo de izquierdas es una corriente de pensamiento político e intervención que entiende que, en lugar de frenar o resistir los avances tecnológicos del capitalismo, es necesario, por el contrario, acelerarlos. El aceleracionismo de izquierdas defiende la liberación de las fuerzas tecnológicas constructivas generadas por el propio capitalismo, como si el capital les impidiera alcanzar su máxima expresión y ponerlos al servicio del bienestar de la gente. En otras palabras, es como que el capital estuviera produciendo condiciones tecnológicas para que todos vivan otro tipo de vida al que hoy vivimos, pero la propia dinámica del capital desarrolla las ataduras que no permite que se cumplan estas condiciones de desarrollo de una vida diferente y mejor. Los aceleracionistas de izquierda quieren acelerar al máximo el desarrollo tecnológico para que este transversalice el capitalismo desde dentro, llegándose así a otro tipo de sociedad.

¿Cuáles son los orígenes de este pensamiento?

Los orígenes filosóficos y teóricos del aceleracionismo están en el mayo de 68, en el postestructuralismo francés que, desde el espíritu de aquel tiempo contra la burocratización, estaba muy preocupado por la libertad, la líbido y el deseo. Es decir, en la construcción de un sujeto deseante, que no fuese objeto de ataduras. Aquella era una izquierda libertaria, deseante y contestataria al formato rígido de los partidos, de los sindicatos establecidos y crítica de lo que estaba convirtiéndose la Unión Soviética.

Deleuze, Guattari y Lyotard argumentaban en 1974 que el problema con el capitalismo no es que desterritorialice. Por el contrario, es que no lo hace lo suficiente. Es necesario desterritorializar aún más, es decir, transversalizar al capitalismo y producir aún más deseo y potencia. La idea de acelerar está presente en el pensamiento del estructuralismo francés y puede considerarse la primera ola de lo que es el aceleracionismo de izquierda. En cierto modo, esto tiene que ver con una herencia marxista o más bien con una herejía marxista. Marx consideraba que el capitalismo produce mejores condiciones materiales que los modos de producción anteriormente establecidos, creando así condiciones para su propia supervivencia y evolución. Pero el capitalismo, en relación con las tendencias tecnológicas, es más complejo y cambiante que esto.

Podemos pensar en tres líneas diferentes de pensamiento de Marx relacionadas con la maquinaria y la tecnología. La primera y más importante es la idea de que las máquinas son cada vez más importantes en el proceso de producción y, por ello, el trabajo humano está perdiendo importancia. Esto causa una crisis respecto al viejo concepto de que tan solo el trabajo humano produce valor. Entonces la maquinaria contribuye también a la crisis del valor y a la acentuación de las contradicciones del capitalismo.

Las otras dos líneas, aunque menores, también son importantes pues parten del supuesto de que las máquinas pueden transformarse, convirtiéndose en autónomas de los trabajadores. Por un lado, está la idea de que el capital se desarrolla o evoluciona tanto y de tal manera que empieza a funcionar casi automáticamente mientras los trabajadores se van convirtiendo en algo cada vez más superfluo. Esta situación parece una victoria del capital en su relación con el trabajo, pero al mismo tiempo dicha victoria es pobre y circunstancial, porque cuando el capital se deshace del trabajo ya no puede producir valor. La automatización subvertiría el capital, aboliendo el trabajo y el valor, y esto terminaría por generar una crisis terminal del capitalismo. Los aceleracionistas utilizan esta vertiente conceptual de Marx.

Por otro lado, Marx tiene una reflexión respecto a que las máquinas también podrían convertirse en autónomas de los trabajadores, pero esto generaría una dominación total de las máquinas sobre los trabajadores y un proceso en el cual las máquinas y el capital, de una manera casi distópica, se emanciparían de su condición o status de trabajo. Así las cosas, no sería el trabajo lo que se emancipa del capital, sino el capital que parece tender a emanciparse de la mano de obra. Estamos ante una vertiente más pesimista de esta derivación del pensamiento marxista.

¿Qué es y cómo surge el aceleracionismo de derechas?

Después de la primera ola post-68, la segunda ola de aceleracionismo surgió en la Unidad de Investigación de la Cultura Cibernética de la Universidad de Warwick, en el Reino Unido. Este grupo estaba dirigido por Nick Land y Sadie Plant. Para Land, el capitalismo es una gigantesca máquina de flujos de producción de vida, constancia y procesos que fluye de una manera que no controlamos. En este sentido, los seres humanos no son más importantes que las máquinas y no controlan nada en este proceso. Según él, para que la máquina pueda seguir su curso, es necesario liberarla de los lazos de los seres humanos y, por tanto, liberar al capital. Acelerar, para Land, es «dejar fluir la cosa», sin estar demasiado interesado en el elemento humano. No nos corresponde intentar construir una alternativa porque formamos parte de un engranaje mucho más grande que nos mueve. A su juicio, es necesario vivir este caos y aprovechar este viaje hacia lo desconocido, la distopía, hacia el caos. Land es el fundador y representante de lo que convencionalmente se llamó aceleracionismo de derecha. Es la inspiración de algunos de los multimillonarios que invierten en neurotecnología, startup e Inteligencia Artificial, como Elon Musk.

Dentro de la Unidad de Investigación en Cultura Cibernética hubo otra vertiente de aceleracionismo a partir de Mark Fisher, un discípulo de Land, que se apartó políticamente del maestro y pensó en otro tipo de aceleracionismo, según el cual es necesario liberar los flujos proporcionados por el capital de los límites del capital, definiendo un aceleracionismo prometeico de izquierda que se estaría encaminado hacia la construcción de otro tipo de sociedad. La idea es que el capitalismo neoliberal bloquea las posibilidades de desarrollo humano proporcionada por el propio capital y, por lo tanto, tenemos que empujarlo hacia adelante en la medida que sea posible.

¿Cuál es el problema que el aceleracionismo propone resolver en el campo izquierdo?

Desde un punto de vista político, este problema tiene tres dimensiones. La primera, desde el punto de vista de los aceleradores, es que la izquierda tradicional no entiende los cambios contemporáneos del capitalismo, especialmente los cambios relacionados con la tecnología. Pero hay otros dos problemas profundos: la izquierda ya no tiene un proyecto futuro y no puede salir de las alternativas locales y muy puntuales. Los aceleracionistas están tratando de dialogar con estos problemas políticos, por lo tanto, con una izquierda que se resigna, se acomoda, se adviene, es decir, una izquierda que ha renunciado a cualquier tipo de imaginación política y, en este límite, concibió la idea de que el único rol posible que puede desempeñar es administrar o gestionar el capitalismo.

Históricamente, la izquierda siempre ha estado orientada al futuro, a imaginar otros modelos de la sociedad, pensando en otros futuros posibles; mientras que la derecha siempre ha sido reaccionaria, tradicionalista y resistente al cambio. La derecha se agarraba al pasado y la izquierda apuntaba al futuro. Con el avance del neoliberalismo esto se ha invertido curiosamente: la izquierda parece aferrarse mucho más a las tradiciones y al pasado, mientras que la derecha propone futuros, aunque distópicos y caóticos, propone alternativas y tiene una capacidad de imaginación política a veces superior al de las izquierdas. Los aceleracionistas dicen que la izquierda está combatiendo desde las políticas locales, es decir, haciendo política como reacción al autoritarismo centralista estalinista y a los partidos tradicionales, priorizando lo local, lo inmediato y lo voluntarista. El problema está en que la izquierda no tiene una estrategia para conquistar el poder y presentar una propuesta alternativa.

Resistencia

El principal mérito del aceleracionismo de izquierdas es sacudir las perspectivas de una izquierda que se adecuó al orden establecido y a los localismos, de una izquierda que se acostumbró a resistir. Una de las palabras más fuertes en el campo de la izquierda es la palabra «resistencia» y difícilmente podemos pasar de la resistencia a algún otro tipo de producción alternativa y novedosa. La provocación del aceleracionismo de izquierdas es muy importante porque critica a una izquierda que se ha acostumbrado a defender las instituciones capitalistas neoliberales contra el avance fascista. Para hacer frente a las amenazas fascistas no basta con defender las instituciones y las formas de vida liberales. Para enfrentar al fascismo, hay que ofrecer un proyecto alternativo diferente, imaginar un futuro diferente y ofrecer esa imaginación como proyecto en sí mismo. Es decir, volver a orientarse hacia el futuro y llevar esto -de forma firme- al debate político y público. El aceleracionismo intenta hacer esto con la izquierda y ese es su principal mérito. Los aceleracionistas proponen que tengamos la osadía de soñar futuros diferentes, que nuevamente hablemos de  sociedades alternativas, del fin del capitalismo, y esto sacude la política de forma interesante porque no están repitiendo las cosas de hace 80 o 100 años atrás, ni se limitan a las soluciones locales y/o la administración-gestón del capitalismo.

¿Qué soluciones proponen?

La literatura del aceleracionismo de izquierdas es bastante amplia y mencionaré algunos aspectos que sintetizan algunas ideas. Uno de ellos es el post-trabajo, es decir, la automatización tiende a eliminar el trabajo humano. Los aceleracionistas parten de esta suposición o hipótesis. Esto crea, para la izquierda, una confusión y tendencia a resistir dicha posibilidad en aras a mantener los puestos de trabajo. Un ejemplo es la máquina que sustituye al cobrador de los buses. La izquierda defiende el trabajo del cobrador de buses. La tendencia de la izquierda es resistir y defender el paradigma del empleo, que es lo que garantiza la supervivencia de las personas. Pero la idea del post-trabajo de los aceleracionistas pasa por revertir esta visión, es decir, en lugar de resistirse a la automatización, hay que impulsarla, con el fin de que dicha automatización reemplace y nos libere del trabajo en su conjunto. Es decir, hablamos del fin del trabajo.

En este paradigma surge la pregunta: ¿cómo se sostiene la gente sin trabajo? Con la renta básica universal para todos. En el libro Inventing the future: postcapitalism and a world without work, Nick Srnicek y Alex Williams presentan una propuesta sistematizada al respecto. Las directrices inmediatas para construir estas transformaciones sociales tienen que ver con la reducción paulatina de la jornada laboral, la renta básica universal y el trabajo enfocado a un cambio cultural.

Escasez vs Abundancia

Otro libro importante en esta corriente es Comunismo de lujo totalmente automatizado, de Aaron Bastani. A partir de un diagnóstico de cómo las tecnologías desarrolladas en el capitalismo crean condiciones materiales para una sociedad sin trabajo, sin clase y con abundancia, este autor propone una organización social absolutamente diferente. Según él, la diferencia entre nuestro momento presente respecto a las revoluciones comunistas y socialistas del siglo XX es que ahora existen las condiciones materiales para el cambio, mientras que antes, no existían. Según Bastani, la tecnología -por ejemplo- ya provee condiciones para la abundancia de energía, porque en sólo 90 minutos la Tierra es calentada por el Sol con energía igual a lo que la humanidad consume en todo un año.

Con esto, está diciendo que el Sol ya provee la energía necesaria para que la humanidad se sostenga con tranquilidad. Sólo tienes que acelerar la tecnología para desarrollar el uso de la energía solar y esto resolverá el problema energético de la humanidad. También habla de la producción de carne sintética, sin maltrato a los animales, sobre la extracción en asteroides para producir materia prima o sobre la biotecnología para resolver problemas de salud. Como todas estas tecnologías se basan en la información y la automatización, la lógica es que en el transcurso del tiempo el costo de estas tienda a cero. Con base a esto, se producirían en abundancia, porque la única lógica que produce escasez es la del capitalismo. En el momento en que la abundancia sea evidente, el capitalismo será superado.

Planificación económica

Otra tendencia interesante es la discusión sobre la planificación económica y democrática, que ha sido clásica en el campo de la izquierda y el socialismo desde las revoluciones del siglo XX. La idea es más o menos la siguiente: en el capitalismo, lo que coordina las relaciones sociales, la producción y distribución de bienes es el mercado porque, según Hayek, uno de los padres teóricos del neoliberalismo, el mercado es la forma más efectiva de producir información sobre lo que la gente quiere y, por lo tanto, de generar información sobre lo que se debe producir. Según esta visión, el capitalismo es la forma más eficaz porque produce información espontánea y descentralizada, por lo tanto, democrática. Cualquier alternativa que centralice la producción, prediciendo o presuponiendo lo que la gente demandará es menos democrática y menos eficiente debido a la falta de información concreta sobre lo que la gente realmente quiere y necesita.

Este debate fue importante en las décadas de 1920 y 1930; es el debate del llamado cálculo socialista: ¿Es posible planificar la producción de mercancías? ¿Es posible predecir y entender la demanda de la gente y planificarla a partir de esto? ¿Es posible dirigir la demanda de arriba abajo, mediante -por ejemplo- un plan estatal? Los socialistas dicen que esto es posible y tienen diferentes formas de argumentarlo. Los liberales capitalistas afirman que no es posible, ya sea porque es lógicamente imposible, como afirmaba Milton Friedman, o porque no hay tecnología posible en el presente para hacerlo, como argumentaría Hayek en su momento.

Desde la década de 1920 hasta hoy, hemos vivido un cambio brutal en la capacidad de procesamiento y almacenamiento de datos. La idea del big data, de la plataformización articulando todo, de los algoritmos procesando información a partir de una cantidad creciente de datos generando lo que se conoce como Inteligencia Artificial IA, cambia el escenario tecnológico por completo.

En The people’s Republic of Walmart: How the world’s biggest corporations are laying the foundation for socialism, los aceleracionistas Leigh Phillips y Michal Rozworski defienden la tesis de que si Walmart y Amazon, que son dos corporaciones capitalistas gigantes, fueran países, tuvieran un PIB mayor que muchos países, teniendo todo su proceso productivo planificado internamente mediante el uso de tecnologías. Incluso tienen un proceso de predicción de las demandas de sus consumidores. El éxito del proceso de planificación en el capitalismo demuestra que técnicamente es posible. Por lo tanto, podemos trasplantarlo al modelo estatal sin buscar beneficios o plusvalía, con procedimientos y forma democrática, para -utilizando la misma técnica- producir un resultado similar de la planificación económica en las sociedades como un todo. Esta es una tesis fuerte e interesante, que ha generado mucho debate dentro y fuera del aceleracionismo.

La discusión sobre la planificación se mantiene muy vigente al día de hoy y algunos autores proponen sistemas de planificación en varias tendencias, pero con esta base común: la tecnología contemporánea proporciona otro nivel para este debate y es posible pensar en otras formas de coordinación de las relaciones sociales, coordinación de la producción y coordinación de la distribución, todas ellas distintas a las del mercado. Estas propuestas tratan de resolver ese problema planteado desde el aceleracionismo de izquierdas en relación a esa izquierda tradicional carente de proyecto de futuro, que no tiene imaginación política y que se ha acomodado al modelo capitalista.

¿Cuáles son los límites del aceleracionismo de izquierdas y qué riesgos conlleva este tipo de corriente de pensamiento?

Mencionaré dos aspectos. El primer problema del aceleracionismo de izquierda podría resumirse con la palabra “eurocentrismo”, aunque implica más cosas. Es necesario analizar el capitalismo desde su vanguardia, es decir, donde están las fronteras de su desarrollo y la tecnología punta. Para entender el capitalismo, uno debe mirar sus tendencias, pero no puede hacerse esto sin entender y tener en cuenta todas las contra-tendencias existentes. El capitalismo y sus tendencias son pensados, por los aceleracionistas, desde su centro o eje focal, y algunas de las conclusiones o presupuestos que esos autores comparten deviene a partir de esta especificidad. Hay dos problemas en esto. Por un lado, la falta de reconocimiento de las diferentes dinámicas geográficas del capital. El capital, en la búsqueda de eternizar sus procesos de acumulación primitiva, puede destruir deliberadamente todo aquello que construyó en su momento para empezar de cero. Lo puede hacer de múltiples formas, por ejemplo, a través de sus guerras; pero también puede encontrar nuevos lugares en los que desarrollarse, aún inexplorados, como nuevas fronteras agrícolas generando mayores ataques a la naturaleza y mayor explotación del trabajo humano.

Una parte importante de lo que hay detrás de las tecnologías implica la precarización del trabajo humano, concentrada esta en el Sur global. Piense, por ejemplo, en las granjas de clics, la minería manual de datos o en la regulación de contenidos. Además, la tendencia a la automatización total es cuestionada por varios autores, para quienes dicha automatización total no se confirmará a medio y largo plazo debido a las contra-tendencias periódicas existentes en el propio capitalismo. Mientras exista un ejército de reserva industrial y mientras sea más barato explotar dicha mano de obra humana que tecnologizar, no habrá automatización completa en muchos sectores del capital. No considerar estas contra-tendencias supone no saber interpretar la foto de lo que actualmente está sucediendo.

Oda a la modernidad

El segundo problema del eurocentrismo tiene que ver con la idea de un proyecto iluminista de oda a la modernidad, el cual no considera un elemento importante del iluminismo y la modernidad su carácter colonial. Esta discusión no es esencialista en el sentido de que los autores son europeos y, por lo tanto, no merecen nuestro crédito desde el Sur. No, no se trata de eso. El punto es que los supuestos eurocéntricos generan problemas teóricos y políticos. Por ejemplo: dentro de la clave iluminista de oda a las tecnologías, existe también una oda a la revolución verde, destacando su papel en la creación de condiciones materiales para alimentar al mundo entero y utilizando esto como ejemplo de cómo la tecnología puede resolver todos los problemas que enfrentamos, llegando incluso a exaltar el uso de pesticidas y fertilizantes sintéticos como parte importante de este proceso.

La revolución verde, sabemos muy bien de esto, es precisamente el ejemplo más claro de un tipo de desarrollo tecnológico político-económico enfocado al uso de insumos en la super-utilización de tecnologías de la Segunda Guerra Mundial, que tiene consecuencias muy negativas y que aún no se han entendido y explicado de forma completa… Esto sucede ncluso en Europa, donde la regulación sobre agrotóxicos es mucho mayor que en Brasil y resto de países latinoamericanos.

Entonces, cuando uno de estos autores se propone ofrecer e imaginar un futuro diferente desde esa perspectiva, más bien termina haciendo una oda a la revolución verde, ignorando toda discusión popular existente en los movimientos sociales del campo, la soberanía alimentaria, el campesinado, la agroecología, los riesgos y límites de este paradigma. El eurocentrismo tiene dificultades para ver las contra-tendencias y esto lo limita notablemente. El segundo límite -es el más orgánico- está en que, al final, los aceleracionistas tienen una idea errónea sobre la tecnología, pues parten de la percepción de que la tecnología es neutra. Por mucho que afirmen que se necesita voluntad política y organización, existe la presunción de que las tecnologías son neutrales o pueden ser fácilmente refuncionalizadas. Hay un determinismo y un fetichismo tecnológico en este sentido. La tecnofilia no puede entender los límites para la refuncionalización o la reapropiación subversiva del cuerpo técnico del capitalismo. Hay límites para reutilizar estas tecnologías para otros fines. Además, la tecnofilia tiende a caer de nuevo en la idea de dominar la naturaleza, de crear tecnología para dominar el entorno. El ejemplo de la revolución verde es bastante esclarecedor y, en tiempos de profunda crisis socioambiental como la que vivimos, esto es un error fatal.

La Agencia

Finalmente, tiene un importante problema de agencia y conformación de los agentes colectivos de transformación. A menudo y a pesar de la desesperación por parte de los aceleracionistas por hablar de esto, la agencia colectiva parece estar relegada a un segundo plano respecto a los pronósticos y diagnósticos sobre el propio desarrollo tecnológico.

El determinismo tecnológico, que es un síntoma de una concepción errónea de la tecnología, es el principal problema del aceleracionismo de izquierdas y de cualquier aceleracionismo existente. Lo que parece faltar es una reflexión más cuidadosa sobre la relación entre tecnología y sociedad. El elemento básico de esta discusión, que no aporta novedad alguna, es justo lo contrario: las tecnologías no son neutras o neutrales. La Escuela de Frankfurt ya hablaba de ello hace años atrás. El constructivismo discute cómo se desarrollan las tecnologías a desde numerosas posibilidades que van cerrándose a partir de decisiones que tienen que ver con las relaciones sociales. Estas decisiones tienen una dimensión de clase muy importante, es decir, las tecnologías soportan sobre sí mismas condicionantes muy importantes relacionados a los intereses que movilizan y orientan el sentido de su desarrollo.

En cada tecnología está incrustada un conjunto de intereses sintetizados y, por lo tanto, el desarrollo tecnológico que hemos tenido hasta ahora ha sido guiado por y hacia el capitalismo. Las decisiones tomadas entre las numerosas posibilidades de desarrollo tecnológico se hicieron con esta orientación. Los problemas que deben resolverse fueron planteados por y desde esta orientación. Existe una dimensión de clase fundamental en ello y es por ello que no basta con una apropiación de estas tecnologías. Hay una profunda complejidad en todo esto.

Ser humano y técnica

El segundo elemento importante en esto es la visión errónea de que lo humano y lo técnico son dos cosas diferentes. La discusión no puede ocurrir en términos de cómo la tecnología nos impacta y crea condiciones para transformar el mundo. No hay tecnología contemporánea fuera del capitalismo y no hay tecnología contemporánea fuera de lo que es el ser humano contemporáneo. El ser humano es técnico. Desde siempre ha habido una interrelación entre lo humano y lo técnico. El artificio siempre ha sido parte del ser humano. Nos desarrollamos desde el punto de vista social y biológico, desde los artificios y herramientas que hemos ido dominando, desarrollando y aprendiendo su uso. Así fue desde el martillo hasta cuando inventamos la escritura, lo que permite la posibilidad de mantener una parte de la información que está en nuestra cabeza en un papel, lo que, sucesivamente, nos permite tener más espacio para pensar en otras cosas. En resumen, somos técnica.

¿A dónde podemos llegar comprendiendo de estos límites?

El paisaje es bastante complejo y tal vez se pueda encontrar brechas en él. Estratégicamente no se trata solamente de encontrar otros usos para las tecnologías contemporáneas, lo fundamental consiste en desarrollar otra forma de relación entre el ser humano y la técnica y, sobre todo, otros caminos de desarrollo tecnológico, utilizando por supuesto, el conocimiento y la experiencia que hoy tenemos.

Nadie va a destruir el mundo y empezar de cero. Debemos a usar los conocimientos técnicos y la experiencia adquirida para tratar de caminar en una dirección diferente. En esta lucha entre los que quieren mantener el statu quo y los que quieren transformarlo a través de la tecnología, estamos muy atrasados. En 1995 se dijo que había una guerra tecnológica en curso, pero sólo un bando de esta guerra estaba armado: el de las grandes corporaciones. Desde 1995 a nuestros días, todo está dominado por las grandes corporaciones: big data, desarrollo algorítmico, IA, neurotecnología. La izquierda, en cierto modo, ha ido poco a poco dominado las tecnologías, las utiliza para sus propósitos y hoy parece que los dos bandos de esta guerra están armados, pero uno tiene bombas nucleares y otro usa «navajas». Un ejemplo concreto de esto es la disputa en las redes sociales, las cuales se han convertido en un mecanismo de comunicación prioritario. La derecha se dio cuenta primero y ocupó este espacio. A partir de entonces, la izquierda entendió que tiene que disputar su presencia y hegemonía en dichas redes sociales. Pero sólo podemos disputar las redes sociales si entramos en la lógica impuesta por ellas y, por lo tanto, por las corporaciones que son los dueños de estas redes.

Los algoritmos diseñados por estas corporaciones tienen objetivos enfocados a mantener nuestra atención, tomar nuestros datos, mantener nuestra fidelidad, colocarnos en un entorno plataformizado en el que estamos proporcionando datos e interactuando de unas mil maneras diferentes, de las cuales en muchos casos no tenemos ni siquiera consciencia. Por lo tanto, son estos algoritmos, diseñados para estos fines, los que definen los marcos de la disputa de y en las redes sociales. Para competir en este espacio, la gente tiene que adaptarse a ellos.

Como he dicho, somos técnica y nos transformamos a lo largo de todo este proceso de adecuación. Y aquí ves: melancolía, adicción, vanidad, ansiedad, depresión, comparación constante con los demás, constante sensación de atraso, pérdida, la percepción de estar quedándote atrás… y todo esto tiene que ver con la vida que llevamos, pero también tiene que ver con la relación que establecemos con estas redes y dispositivos auxiliares. Nos estamos convirtiendo en una máquina de producir y consumir contenido todo el tiempo. Eso es lo que quieren de nosotros, sin duda.

Debates

El debate sobre las fake news, la desinformación y el uso de las redes sociales para la política de extrema derecha es fundamental, pero no es el único debate importante. El debate sobre el contenido de lo que se publica y el porcentaje de personas a las que llega este contenido no es el único debate importante tampoco. También es importante pensar en lo que nos estamos convirtiendo en este proceso. Nos estamos adaptando, adecuamos y nos vamos convirtiendo en cada vez más sumisos a esta lógica derivada de esta disputa. Este es un ejemplo que ilustra muy bien los límites de la idea del aceleracionismo porque todos lo vivimos en nuestra vida diaria de manera diferente. ¿Queremos acelerar las redes sociales tal y como estas son ahora? ¿Queremos acelerar nuestras relaciones con el actual modelo de redes sociales? ¿Es posible construir otro modelo de red dentro del mismo sistema? Parecería que no. La pregunta que surge es… cómo creamos una experiencia social diferente que, incentivada por quien sea, conformen experiencias puntuales específicas que generen condiciones para nuevos modelos de redes sociales. Se trata entonces de un enfoque materialista de la técnica, no determinista, pero que entiende que el contenido social de la tecnología, así como toda la dimensión social en el capitalismo, está determinada por la economía y la política, con la economía cumpliendo un papel fundamental en esta relación.

El enfoque materialista de la técnica, que se da cuenta de que la tecnología no es neutral, nos hace mirar el escenario de forma sustancialmente en menos optimistas que los aceleracionistas. La inercia con respecto a las tendencias que estamos discutiendo va mucho más allá, probablemente hacia la dirección de una emancipación cada vez mayor del capital respecto del trabajo, tal y como Marx indicaba y no al contrario. Así las cosas, caminamos hacia la emancipación del capital en relación con el trabajo, hacia mayores tragedias socioambientales y mayor caos social del que ya estamos viviendo. Imagina entonces si aceleramos este proceso.

¿Cuál es entonces el desafío?

El gran reto es desviarnos del actual camino y encontrar usos y concepciones de tecnologías que contribuyan a la alteración general de la correlación de fuerzas. Pero esto no es sencillo porque no hay desarrollo tecnológico que en sí mismo camine o se enfoque hacia superar el capitalismo. El desarrollo tecnológico puro y simple en el capitalismo siempre será capitalista y actualmente nos está llevando a la tragedia. Lo que existe es la posibilidad de que de forma entrelazada se pueda comenzar a construir caminos alternativos de organización social. ¿Pero de dónde partir? Pues de la lucha política y de experiencias concretas. Tenemos que dar un giro acentuado para cambiar la trayectoria, frenando y acelerando.

¿Cómo decidir en qué frenar y en qué acelerar? Aquí está la importancia de la planificación, la planificación a diferentes escalas. No creo que tengamos en estos momentos motivos racionales para el optimismo, pero por otro lado, no hay otra manera que luchar. Recordando a Gramsci, necesitamos tener el pesimismo de la razón, mirar a la realidad tal y como es, y posicionar el optimismo de la voluntad. Necesitamos también contar con lo aleatorio, con el azar. Cuando miramos a nuestro alrededor, parece que no conseguimos encontrar alternativas de cambio y seguimos avanzando hacia el caos, pero la realidad es mucho más compleja de lo que podemos entender a simple vista. Existe un aleatorismo y una complejidad que no alcanzamos a ver en su totalidad. Nos toca a nosotros, con el optimismo de la voluntad, tratar de situar elementos en esta complejidad para que surjan nuevas condiciones y, a partir de ahí, encaminarnos hacia el desarrollo tecnológico desde y en otra dirección. Si sólo administramos o gestionamos el capitalismo, la inercia, seguramente nos llevará al colapso. En este punto los aceleracionistas de izquierda tienen razón. Esta, tal vez sea la principal lección que podemos aprender de ellos.

 

Ana Valdivia, investigadora en inteligencia artificial de la Universidad De Oxford: “Si el algoritmo es racista es porque se ha entrenado con datos racistas”

Ana Valdivia (Barcelona, 1990) es profesora e investigadora en Inteligencia Artificial, Gobierno y Políticas en el Oxford Internet Institute de la Universidad de Oxford. Matemática e informática, ha estudiado la influencia en las sociedades de la recopilación masiva de datos o el uso de algoritmos en las fronteras. Actualmente su trabajo se centra en los impactos medioambientales y sociales de la inteligencia artificial. Colabora con organizaciones como AlgoRace, que analiza los usos de la IA desde una perspectiva antirracista, y escribe en el blog La paradoja de Jevons. Atiende a CTXT por videoconferencia.

Por Elena de Sus / CTXT

Ya que es usted matemática e informática, me gustaría pedirle en primer lugar que nos explique qué es eso que llamamos inteligencia artificial y hasta dónde puede llegar, porque claro, tenemos a los señores de OpenAI hablando de “riesgos catastróficos para la humanidad”…

Pues a ver, ¿qué es la inteligencia artificial? A mí me gusta mucho la definición que está reflejada en la nueva Ley de Inteligencia Artificial de la Unión Europea. Explica que es un conjunto de hardware y software en el que un algoritmo se programa con un objetivo y llega a alcanzar ese objetivo de la manera más eficiente, algorítmicamente hablando, con datos.

O sea, básicamente es un algoritmo que se programa en un ordenador, o en un servidor, y que alcanza un objetivo aprendiendo de los datos que le han sido dados. No es algo nuevo. El concepto de inteligencia artificial se acuñó en 1956 en Estados Unidos, lo que pasa es que en aquella época la capacidad computacional de los ordenadores no era la que tenemos ahora, ni las sociedades estaban tan “datificadas”: hoy en día se recogen muchos más datos que en 1956. Entonces, se ha producido una explosión de esta tecnología porque hay ordenadores más potentes y hay datos con los que entrenar esos algoritmos en esos ordenadores potentes.

En esta definición de la ley europea también se explica que hay diferentes técnicas en las que se puede basar un algoritmo de inteligencia artificial, que son el aprendizaje automático, el aprendizaje profundo, algoritmos basados en reglas predefinidas o métodos más estadísticos como la heurística. Son conceptos muy técnicos, pero creo que esa definición está muy bien.

¿Hasta dónde puede llegar esta tecnología? Pues eso depende de la sociedad y de las manos en las que caiga. Yo publiqué un escrito en 2020 en el que hablaba sobre los mitos de la inteligencia artificial. Predecía que en los siguientes años los avances de la inteligencia artificial iban a recaer en manos de empresas privadas porque son las que tienen la capacidad de pagar la infraestructura para entrenar algoritmos como ChatGPT. Y es lo que está pasando. Desde las universidades ya nos hemos quedado muy cortas porque no tenemos esa capacidad computacional.

La IA llegará hasta donde quieran estas empresas privadas y hasta donde la regulación les permita. Ahora se le están poniendo trabas a OpenAI con los datos, por el tema del copyright. Uno de los talones de Aquiles de la inteligencia artificial son los datos. Sin ellos no puedes entrenar algoritmos. ChatGPT se ha entrenado extrayendo todos los datos de internet, pero muchos tenían un copyright

Ha mencionado la gran cantidad de recursos que hacen falta para sacar adelante estos sistemas y creo que eso es lo que está estudiando ahora mismo. No sé si podría contar un poco de eso, de la parte más “física” de la IA.

Llevo muchos años investigando la inteligencia artificial y siempre he analizado la parte del código: cómo crear algoritmos que sean más transparentes o más justos, cómo mitigar los sesgos, etc.

En los últimos años me he ido dando cuenta de que la parte de la infraestructura, de la materialidad de la inteligencia artificial, estaba muy poco analizada. Y creo que es algo que se debe tener en cuenta en estos marcos de rendición de cuentas algorítmica. Cuando tú auditas un algoritmo, no solo tienes que auditar el código, también tienes que auditar qué empresa lo ha hecho, bajo qué software, cuánta agua se ha gastado, cuánto carbono se ha emitido, si ha tenido algún impacto en las comunidades locales… Es lo que estoy estudiando ahora, desde el origen: qué minerales se necesitan para crear las GPUs, que son los microchips con los que se entrenan algoritmos como ChatGPT porque tienen la capacidad de procesar algoritmos sofisticados de manera más rápida. Quién está fabricando GPUs a nivel mundial, que es Nvidia, con un 80% del mercado de GPUs. Casi toda la infraestructura de la inteligencia artificial recae en esta empresa. Luego, cuando esos microchips se envían a centros de datos, cuánta energía gastan, cuánta agua. Por último, el final del ciclo. Cada cinco años los centros de datos tienen que renovar su infraestructura, eso significa que cada cinco años las GPUs de un centro de datos se desechan; pues bueno, dónde se desechan, cómo se reciclan… Y qué impacto medioambiental y social está teniendo cada una de esas fases.

Estudio eso y también otra parte de la industria de la inteligencia artificial, que es quién está etiquetando los datos, quién está entrenando los algoritmos, etc. Siempre hace falta mucho trabajo humano.

¿Hasta qué punto el consumo de recursos de la IA es superior al que ya tenía la industria de las tecnologías de la información y comunicación? Porque los megacentros de datos ya existían…

Las GPUs, que son los chips que se utilizan para jugar a videojuegos y para la inteligencia artificial, consumen mucha más agua y mucha más electricidad porque son más sofisticados.

El primer móvil que tuvimos gastaba mucha menos electricidad que el móvil que tenemos ahora, porque ahora tenemos nuestra vida digital, claro. Se da la paradoja de Jevons. La tecnología cada vez es más eficiente pero cada vez hay más, cada vez necesitamos más centros de datos, tenemos cada vez más aparatos digitales, entonces sí, todo es más eficiente pero, al fin y al cabo, estamos consumiendo mucho más.

El hecho de que el control de la tecnología esté quedando en manos privadas, ¿qué consecuencias puede tener en su desarrollo?

En el campo de la inteligencia artificial siempre ha habido colaboraciones público-privadas de empresas tecnológicas con universidades. Por ejemplo, el primer chatbot que se codificó fue obra de IBM y la Universidad de Georgetown en Estados Unidos.

Pero últimamente está recayendo solo en manos privadas porque son los que tienen los datos y la capacidad computacional, lo vemos por ejemplo con Twitter. Twitter era una fuente muy rica de datos para las investigadoras académicas como yo, porque podías analizar ciertos comportamientos sociales en redes, pero esa información ya no está disponible.

Cuando Elon Musk decidió dejar de facilitarla, todos mis estudiantes entraron en pánico. Ahora tienes que pagar si quieres tener acceso a estos datos. Se han privatizado todas las fuentes de información, pertenecen a Microsoft, Amazon, o Google. Como ellos tienen la materia prima de los datos, ya nos queda muy poco que hacer a las universidades.

Luego está el tema de la capacidad de cómputo. En mi departamento, en Oxford, ahora empezamos a tener GPUs, pero son muy costosas.

Las universidades jugamos en un segundo nivel en cuanto a desarrollo tecnológico. Ahora estamos auditando lo que están haciendo las empresas privadas. Poniendo el ojo crítico o desarrollando cosas a partir de lo que ellos han desarrollado. ¿Cuántos papers científicos están ahora analizando el ChatGPT, sus sesgos y sus aplicaciones? Esta va a ser la tendencia en los próximos años.

Sobre el tema de los sesgos, he estado leyendo el informe Una introducción a la IA y la discriminación algorítmica para movimientos sociales, de AlgoRace, del que es una de las investigadoras principales. Muchas veces en redes, cuando alguien habla de los sesgos de la inteligencia artificial, aparece otro que responde que las personas, los funcionarios, también tienen sesgos. La conclusión a la que se llega en el informe, si no he entendido mal, es que la inteligencia artificial va a ser racista mientras el sistema en su conjunto sea racista, pero no sé si se puede mitigar esto de alguna manera.

Veíamos que en España todo el mundo decía que la inteligencia artificial es racista, y para mí esa narrativa es una manera de escurrir el bulto de las grandes tecnológicas y de las personas que están diseñando esa inteligencia artificial racista, porque la inteligencia artificial en sí es una herramienta. Es como un martillo. Lo puedes utilizar para clavar un cuadro en la pared y poner tu casa más bonita o para hacer daño a una persona. La inteligencia artificial la puedes utilizar para seguir reproduciendo violencias estructurales, por ejemplo, con un algoritmo que haga más difícil pedir ayudas públicas a comunidades históricamente marginalizadas, o puedes crear un algoritmo que te analice movimientos financieros dentro de los partidos políticos e identifique quién está haciendo movimientos corruptos.

En España aún no tenemos un algoritmo que detecte ese tipo de corrupción, pero tenemos el algoritmo Bosco que dice si tienes derecho al bono social para la factura de la luz o no. La fundación Civio ha querido auditarlo, pero no nos han permitido acceder al código.

Me ha sorprendido saber que se están utilizando ya muchos algoritmos de este tipo en España, no lo sabía.

Sí, sí, se utilizan mucho. Está el Bosco; está Viogen, que es el de la violencia de género; hay otro de violencia de género en el País Vasco, yo misma lo estuve auditando con un juez y con una experta en temas legales y de tecnología. Una cosa que me resulta interesante es que la mayoría de veces la justificación para implementar un algoritmo en la vida pública es la falta de recursos. Por ejemplo, en el caso del algoritmo de violencia de género en el País Vasco, la justificación fue que la Ertzaintza no tenía suficientes expertos en violencia de género.

Entonces dijeron, bueno, como tenemos falta de recursos humanos, lo que vamos a hacer es poner un algoritmo que prediga el riesgo de violencia de género que tiene cualquier persona que venga a nuestra comisaría a reportar que está sufriendo esta violencia.

Una de las cosas que decimos Javi [Javier Sánchez Monedero, el otro investigador principal del informe] y yo es: no, primero mejora la infraestructura, pon los recursos necesarios en ese sitio. Una vez la Ertzaintza tenga los recursos para evaluar de una manera humana esos casos de violencia, entonces sí, pon el algoritmo como una herramienta extra, pero un algoritmo que esté bien diseñado, porque este algoritmo está muy mal diseñado, funciona muy, muy mal. Y está hoy en día asesorando casos de violencia de género en el País Vasco.

La inteligencia artificial no es una solución a ningún problema estructural. Se tendría que poner como una herramienta de ayuda ante un sistema público bien financiado y con trabajadores en buenas condiciones.

También puede ser una forma de escurrir el bulto, supongo, porque lo que haga la máquina no es culpa de nadie…

A mis alumnos en la Universidad de Oxford siempre les desmitifico la idea del black box, de la caja negra, siempre les digo que los algoritmos no son una caja negra, que muchas veces las cajas negras son las instituciones, porque cuando yo, como informática y matemática, tengo acceso al código de un algoritmo, puedo preguntarle al algoritmo cómo está tomando las decisiones, lo puedo auditar. El problema es que muchas veces las administraciones o las instituciones no te dan permiso.

Pero es posible interrogar a los algoritmos igual que a las personas, incluso el algoritmo es un poquito más transparente porque no te puede mentir. Tú lo estás viendo, son fórmulas matemáticas, en cambio una persona sí que te puede mentir sobre cómo ha tomado una decisión.

Así que los procesos algorítmicos siempre son más transparentes que los humanos. Incluso esa transparencia permite detectar cuándo una institución tiene sesgos racistas.

Esto lo hemos visto en el Reino Unido, cuando el Ministerio de Interior decidió implantar un algoritmo para analizar las solicitudes de visados para entrar al país. Lo tuvieron que cancelar porque casi todas las personas de África recibían una puntuación muy alta, que indicaba que su caso debía examinarse en profundidad, lo que alargaba el proceso.

Entonces decidieron cancelarlo porque efectivamente la ley en el Reino Unido exige un trato igualitario sin tener en cuenta tu nacionalidad, tu género, tu orientación sexual, etc. Y se estaba vulnerando esa ley porque el algoritmo valoraba en función de la nacionalidad.

Vale, se canceló y todo bien, pero yo digo que tendríamos que ir más allá, porque el algoritmo estaba mostrando que históricamente las solicitudes que venían de África recibían un mayor escrutinio, que los humanos las estaban tramitando así. Los algoritmos pueden revelar patrones racistas o sexistas de nuestras instituciones. Si el algoritmo es racista es porque se ha entrenado con datos racistas, porque los humanos que han producido esos datos tenían comportamientos racistas.

Me ha llamado la atención el ejemplo que ha puesto antes de un algoritmo para investigar la corrupción. ¿Cree que los sectores progresistas deberían utilizar más estas herramientas o explorar un poco ese tema?

Pues sí, estaría muy bien que se crearan ese tipo de escrutinios algorítmicos. Sería importante ver quién los diseña, claro, pero un algoritmo te puede mostrar muchísimas cosas porque básicamente analiza patrones en los datos. Así que estaría muy bien que grupos progresistas de nuestro país abogaran por el uso de algoritmos. Vemos cómo estas tecnologías sirven a los poderosos, en vez de utilizarse como una herramienta del pueblo.

Por último, ¿cómo valora la reciente Ley de Inteligencia Artificial de la Unión Europea?

Tiene cosas buenas y malas. Es bueno que se regule esta tecnología. No sé hasta qué punto teníamos ya regulaciones que podían servir. Por ejemplo, la Ley de Protección de Datos. No sé si era necesaria una regulación específica o habría que fortalecer más las que ya teníamos, pero bueno, aun así está bien que se regule.

Por otro lado, vemos muchos vacíos. Por ejemplo, el artículo 83 de ese reglamento dice que todas las bases de datos destinadas a contexto migratorio de la Unión Europea están exentas de la regulación. O sea, que hecha la ley, hecha la trampa también. La Unión Europea se lava las manos y dice que se considerará de riesgo alto toda inteligencia artificial implementada en el contexto migratorio, pero que las suyas propias están exentas. Hay también otros temas como el del reconocimiento facial en vivo, que parecía que se iba a prohibir totalmente, pero al final la policía va a poder utilizarlo. En temas de seguridad también la legislación es muy laxa. Entonces, bueno, está bien, pero está mal. Y también, recordando lo que hemos hablado del impacto medioambiental, este reglamento dice que la inteligencia artificial se utilizará de una manera sostenible, pero no dice cómo de sostenible ni qué significa sostenible ni qué directrices existen.

Judith Butler, filósofa: “Las feministas que no repudian a la derecha antigénero son sus cómplices”

La intelectual estadounidense, una de las más influyentes de nuestro tiempo, regresa a su tema bandera con ‘¿Quién teme al género?’, libro en el que acusa a las feministas antitrans de formar “una alianza inconsciente” con las corrientes conservadoras, que han hecho del género una batalla cultural

Por Marc Bassets / El País

De lejos, impone. El impacto de su obra en el debate público, raro en alguien de la academia. La prosa críptica. El estatus de símbolo en el que adoradores y enemigos proyectan sus fantasmas. Judith Butler (Cleveland, 68 años) es una de las figuras intelectuales más influyentes de nuestro tiempo. De cerca, es otra cosa. Aparece una persona menuda y de aspecto frágil en la puerta de La Coupole, la vieja brasserie de escritores y artistas en el parisiense bulevar Montparnasse. En la conversación se descubre como una mente de acero, implacable: no deja pasar una. También irónica, sarcástica. Ligereza y sesuda seriedad. La profesora de la Universidad de Berkeley, California, que está en París porque ha participado en un ciclo en el Centre Pompidou, además de abrir el género, ha escrito ensayos sobre la violencia por parte de los Estados, la resistencia o el dolor, entre otros temas.

Butler, que se registró hace unos años como persona no binaria en California, explica cuando se le pregunta por los pronombres: “Es una forma de solidaridad con los otros elles (theys, en inglés) del mundo”. Cuando le decimos que la Real Academia Española no admite el pronombre elle, y le preguntamos qué hacer, responde: “Mencione esta norma, si EL PAÍS quiere estar en conformidad con la Real Academia, pero ponga que es consciente de que no es correcto respecto a mí. Depende de usted. No soy la policía. No voy a decir: ‘Haga esto”.

Elle, pues, acaba de publicar ¿Quién teme al género? (Paidós, 2024, traducción de Alicia Martorell Linares), quizá el más accesible de sus libros desde que irrumpió en 1990 con El género en disputa, escrito en una jerga que espantaba a muchos lectores, un estilo que defendía diciendo que “sería un error pensar que la gramática heredada es el mejor vehículo para expresar ideas radicales”. Ahora opta por una mayor claridad: “Si hubiese sabido que El género en disputa tendría una audiencia amplia, probablemente lo habría escrito de otra manera.”

PREGUNTA. Hablaba en El género en disputa de su tío, “encarcelado debido a su cuerpo anatómicamente anómalo”. ¿Cómo influyó en su manera de entender el género?

RESPUESTA. Yo no era consciente, cuando crecía, de que tenía este tío. Nunca le vi. Mi madre nos decía que le mandaron a otro lugar, que no era capaz de pensar ni hablar, que no era comunicativo y que no podríamos visitarlo. Cuando murió, un primo mío descubrió que de hecho sí hablaba y que podríamos haberlo conocido. Con mi primo investigamos y preguntamos a mi madre, que ahora lamenta cómo se gestionó la vida de su hermano. Mi tío no desarrolló rasgos sexuales y mentales considerados normativos, y mi familia, al parecer, se sentía avergonzada de él, y le mandaron a una institución para personas desafiadas psicológicamente. ¿Estaba desafiado psicológicamente? ¿O respondía al rechazo por parte de su familia? La pregunta está abierta.

P. ¿Cómo era su familia?

R. Mis padres y abuelos, especialmente mis abuelos, se esforzaban por asimilarse a las normas culturales de Estados Unidos. Venían de Europa oriental y, al menos en el lado de mi madre, muchas personas en su familia eran judíos que fueron asesinados por los nazis. Así que a mi familia les preocupaban las apariencias. Copiaban las figuras de Hollywood y querían tener un aspecto muy americano, muy chic y elegante. El género era importante. Uno debía aparentar bien su género: ser un hombre guapo y una bella mujer. Crecí en este mundo de secretos e ideales de género. Y supongo que así empecé a pensar en la crueldad de las normas de género y en lo importante que es la libertad de género, la libertad de producir un mundo en el que las personas que no siempre encajan en la norma son libres de vivir y respirar, y ser aceptadas y amadas y reconocidas por ser quienes son, sin discriminación ni patología.

P. La idea del libro ¿Quién teme al género? parte de una experiencia de acoso y violencia en Brasil. ¿Qué ocurrió? ¿Y qué aprendió?

R. Quemaron una efigie mía en el exterior del centro cultural Sesc Pompeia en São Paulo, yo lo vi por internet, estaba escondida dentro. Era 2017. Después me acosaron en el aeropuerto cuando estaba marchándome con mi novia, mi pareja [la politóloga Wendy Brown], no mi mujer porque no quiere casarse conmigo. Llevamos 33 años en pareja y no quiere casarse conmigo, es marxista, no cree en esto [se ríe].

P. ¿Le gustaría a usted?

R. No, pero me gusta pedírselo, se lo pido siempre, es como una broma. Dice que debería divorciarse de mí si me casase con ella. Puede ponerlo en la entrevista.

Judith Butler
Judith Butler en la rosaleda del Jardín de Luxemburgo, París, este 30 de abril. Samuel Aranda

P. Contaba que les acosaron en el aeropuerto.

R. Sí. Me decían: ‘¡Eres pedófila!’. O: ‘’¡Quite sus manos de nuestros hijos!’. Me confundió profundamente. Yo no había entendido que, al menos para algunas personas que forman parte del movimiento antigénero, si quitas la prohibición contra la homosexualidad, entonces se derrumba la prohibición de la sexualidad con los animales, con los menores, y te conviertes en una peligrosa y caótica criatura sexual sin restricciones morales. Es una fantasmagoría. Y me pregunté: ‘¿Qué creerá esta gente que es el género?’. No es un movimiento depredador ni adoctrinador, y, sin embargo, se nos atribuyó la depredación y el adoctrinamiento.

P. Entonces, ¿quién teme al género?

R. Todo el mundo.

P. ¿Todo el mundo? ¿De verdad?

R. Sí, eso creo [estalla en una carcajada]. Disculpe, se supone que soy intelectual y hablo con seriedad. Lo soy, por cierto.

P. ¿Por qué dice que todo el mundo lo teme?

R. Si Giorgia Meloni dice que estos ideólogos del género te quitarán tu identidad sexual, suena terrorífico. La mayoría de las personas quiere saber que su identidad sexual es firme y que nadie le puede quitar su estatus legal como hombre o mujer. Meloni lo dice porque quiere quitar la identidad sexual de las personas trans, les quiere quitar el derecho legal de autoasignarse una identidad sexual. Hay que producir un fantasma, un relato ficticio que asuste a la gente para atraerlo a su bando y atacar a comunidades trans, queer, que son, en una parte mayoritaria, comunidades vulnerables. Pero la verdad es que a todos, en relación con nuestro sexo o género, sea cual sea el lenguaje que usemos, se nos puede hacer sentir ansiedad al respecto. El psicoanálisis va de eso.

P. ¿Usted siente esta ansiedad?

R. Probablemente tanto como usted.

P. Así que todos tenemos miedo del género…

R. Pueden lograr que tengas miedo, o que experimentes una inestabilidad. Los niños, ¿deben actuar así, o jugar así? El género siempre va acompañado de normas, y hay que aprenderlas, no son naturales. Y se aprenden, en parte, con errores, y cuando dicen: “Quítate este lazo del cabello”, o “el color rosa, no, querido”. Aunque Rafa puede llevar rosa.

P. ¿Quién?

R. Rafael Nadal. ¿Cómo puede Rafa llevar el color rosa? Siempre va de rosa. Es el tipo de masculinidad definitiva. Él está cómodo con su masculinidad: “Dadme rosa, dadme violeta”. ¡Me encanta!

P. La ansiedad, ¿cómo la explica?

R. ¿Lo estoy haciendo bien? ¿Cómo se me percibe? ¿Soy un hombre suficientemente fuerte? Si no lo soy, ¿no soy un hombre? Si no llevo según qué cosa, ¿no soy una mujer? Hay muchas normas sociales que nos pueden hacer sentir ansiedad por el género. Los padres, las religiones, las instituciones educativas o estatales. Esta ansiedad la explotan las fuerzas de extrema derecha, la amplifican.

P. ¿Votará a Joe Biden para evitar que gane Donald Trump?

R. No. Le diré lo que pienso. Rechazamos votar por Biden hasta el último minuto. Presionamos a la Administración de Biden, porque todos los jóvenes que se oponen a Biden hace bien en oponerse. Así que no diré nada en favor de Biden.

P. Pero en el último minuto lo dirá.

R. Probablemente, pero dependerá de cómo estén las cosas. Al votar en California [un Estado no decisivo, donde la victoria demócrata ya está garantizada], no es necesario que vote.

P. Su voz tiene peso.

R. No apoyaré a Biden. Criticaré a Trump. Los criticaré a ambos, francamente.

P. ¿Por qué no apoyará a Biden?

R. Porque está apoyando este genocidio horrible en Gaza, y porque ha continuado con las políticas de Trump en la frontera sur de EE UU dejando a una enorme cantidad de personas en una condición de detención indefinida. La frontera sur viola cualquier ley de derechos humanos posible. Prometió que lo cambiaría y no lo ha hecho.

P. Llama genocidio a lo que ocurre en Gaza. ¿No es un término legal, algo que los tribunales decidirán?

R. Es un genocidio. Centenares y centenares de juristas han confirmado que lo que está ocurriendo en Gaza está conforme con lo que dice la Convención contra el genocidio. Esto está establecido.

P. Se ha metido en problemas por sus opiniones sobre esta cuestión.

R. Siempre me meto en problemas.

P. Ahora nos apartamos del género, pero volveremos…

R. …puede que se trate del género. La manera en que se me trata puede que tenga que ver con el género. Quizá, no lo sé. ¿Se me habría tratado igual si fuese un hombre? Es una pregunta.

P. En todo caso, para usted está claro que lo que sucede en Gaza es un genocidio. El ataque de Hamás del 7 de octubre, ¿diría que fue genocida?

R. No. Hubo atrocidades, pero no buscaban la muerte de todas las personas en la región sobre la base de su religión o de su nacionalidad.

P. ¿Lamenta haber dicho que lo que Hamás hizo el 7 de octubre fue un “levantamiento” y un “acto de resistencia”?

R. Debemos hacer una distinción. He condenado a Hamás desde el principio y continúo condenándolo. Yo defiendo una ética y política de la no violencia. Las organizaciones palestinas a las que apoyo son todas no violentas. La resistencia, para mí, no es algo romántico ni un ideal, es descriptivo. Entiendo que resisten, combaten la ocupación, pero nunca he apoyado a Hamás y sigo condenando sus atrocidades.

P. Volvamos al género. Hay algo que se le ha criticado en el nuevo libro y puede sorprender a los lectores, y es que pone en el mismo saco a la extrema derecha, al Vaticano y a las feministas progresistas…

R. … ¡Oh! ¿Feministas progresistas? ¿O bien feministas regresivas? ¡Wow!

P. Se consideran progresistas.

R. No lo creo. ¿Usan esa palabra? Me sorprendería. Si me lo puede usted documentar…

P. Así que no son progresistas.

R. Regresan al reduccionismo biológico, que es aquello contra lo que el feminismo siempre luchó. La biología no es el destino: Simone de Beauvoir.

P. Simone de Beauvoir también dice que la biología existe, habla de hembras y machos.

R. Y yo también lo digo. Yo acepto que la biología existe, no niego la biología. Una cosa es decir que la biología te determina y otra distinta decir que la biología existe. Puede existir sin determinarte. Yo afirmo que la biología existe, pero lo interesante es que las ciencias biológicas constantemente están cambiando el marco en el interior del cual decidir la determinación del sexo. ¿Leemos toda la biología, y vemos los debates internos, los estudios biológicos sobre el sexo y la sexualidad? ¿O solo elegimos los que nos gustan y los conectamos a nuestra teoría para decir “esto es lo que dice la biología”?

P. Pone a estas feministas en el mismo saco que los fascistas.

R. No el mismo saco. Son sacos muy distintos. Lea con atención. Lo que digo es que es una alianza inconsciente. Me pregunto por qué feministas que deberían estar aliadas con gais, lesbianas, trans y con movimientos sociales a veces rompen estas alianzas y se hacen eco de los mismos argumentos de la derecha.

P. Las llama “cómplices”.

R. Si no repudian el ataque de la derecha contra el género, entonces son cómplices. Deberían repudiarlo, luchar en contra. ¿Les importa la violencia basada en el género? ¿El derecho al aborto? ¡Sí! ¿Quieren oponerse a la discriminación basada en el sexo? Todo esto está siendo atacado por el “movimiento contra la ideología de género”, que ataca también al feminismo porque lo coloca junto a los movimientos de gais, lesbianas y trans. ¿Por qué no se disocian de ello? Sería genial si lo repudiasen. Necesitamos una solidaridad contra el fascismo y el autoritarismo emergente. Es una invitación.

P. ¿Una invitación a abandonar su punto de vista?

R. No, pueden mantenerlo, pero asegurándose de que lo hacen de manera que también censuran la crítica fascista del género, para no ser identificadas con ella. J. K. Rowling lo hizo maravillosamente cuando Putin dijo: “Estoy de acuerdo con J. K. Rowling”, y J. K. Rowling rápidamente dijo: “No, somos diferentes”. Y pensé: “Qué bonito”.

“¿Cuánta sangre palestina ha de correr para lavar vuestra culpa por el Holocausto?”

Discurso íntegro de Yanis Varoufakis para el Congreso sobre Palestina que se iba a celebrar en Berlín. El Gobierno alemán prohibió el acto e impidió la participación del exministro de Finanzas griego, que no podrá entrar en el país.

Amigos,

Enhorabuena, y gracias de corazón por estar aquí, a pesar de las amenazas, a pesar de la policía blindada en el exterior, a pesar de la panoplia de la prensa alemana, a pesar del Estado alemán, a pesar del sistema político alemán que os demoniza por estar aquí.

“¿A qué un Congreso sobre Palestina, señor Varoufakis?”, me preguntaba recientemente un periodista alemán. Pues porque, como dijo una vez Hanan Ashrawi: “No podemos contar con que los silenciados nos relaten su sufrimiento”.

Hoy, la razón que esgrimía Asrawi ha cobrado una fuerza deprimente: porque no podemos contar con los silenciados que también se ven masacrados y pasan hambre para que nos hablen de las matanzas y la hambruna.

Pero también hay otra razón: porque un pueblo orgulloso y decente, el pueblo de Alemania, se ve conducido por un camino peligroso hacia una sociedad despiadada, al verse asociado con otro genocidio que se lleva a cabo en su nombre, con su complicidad.

No soy judío ni palestino. Pero me siento increíblemente orgulloso de estar aquí entre judíos y palestinos, de unir mi voz por la paz y los derechos humanos universales a las voces judías por la paz y los derechos humanos universales, a las voces palestinas por la paz y los derechos humanos universales. Estar juntos, aquí, hoy, es la prueba de que la coexistencia no sólo es posible, ¡sino que ya está aquí! Ya está aquí.

“¿Por qué no un Congreso Judío, señor Varoufakis?”, me preguntaba este mismo periodista alemán, pensando que se hacía el listo. Yo le agradecí su pregunta.

Porque si un solo judío se ve amenazado, en cualquier lugar, por el mero hecho de ser judío, yo llevaré la estrella de David en la solapa y ofreceré mi solidaridad, cueste lo que cueste, lo que haga falta.

Así que seamos claros: si fueran atacados los judíos, en cualquier parte del mundo, yo sería el primero en solicitar un Congreso Judío en el que dejar constancia de nuestra solidaridad.

Del mismo modo, cuando los palestinos sean masacrados por ser palestinos –siguiendo el dogma de que si están muertos debe haber sido porque eran de Hamás– me pondré mi kufiya y ofreceré mi solidaridad cueste lo que cueste, lo que haga falta.

Los Derechos Humanos Universales o son universales o no significan nada.

Teniendo esto en cuenta, respondí a la pregunta del periodista alemán con algunas de las mías:

  • ¿Siguen retenidos en esa prisión al aire libre, sin acceso al mundo exterior, con un mínimo de alimentos y agua, sin posibilidad de llevar una vida normal, de viajar a ninguna parte, y bombardeados periódicamente durante 80 años, dos millones de judíos israelíes que se vieran expulsados de sus hogares e internados en una prisión al aire libre hace 80 años? No.
  • ¿Acaso un ejército de ocupación mata de hambre intencionadamente a los judíos israelíes, cuyos hijos se retuercen en el suelo, gritando de hambre? No.
  • ¿Hay miles de niños judíos heridos, sin padres que hayan sobrevivido, que se arrastran entre los escombros de lo que fueron sus hogares? No.
  • ¿Se ven hoy bombardeados los judíos israelíes por los aviones y bombas más sofisticados del mundo? No.
  • ¿Están sufriendo los judíos israelíes un completo ecocidio de la poca tierra que aún pueden llamar suya, sin que quede un solo árbol bajo el que buscar sombra o cuyo fruto degustar? No.
  • ¿Hay francotiradores que asesinen a niños judíos israelíes por orden de un Estado miembro de la ONU? No.
  • ¿Se ven expulsados hoy los judíos israelíes de sus hogares por bandas armadas? No.
  • ¿Está hoy Israel luchando por su existencia? No.

Si la respuesta a cualquiera de estas preguntas fuera afirmativa, yo estaría hoy participando en un Congreso de Solidaridad Judía.

Amigos,

nos habría encantado celebrar hoy un debate decente, democrático y mutuamente respetuoso sobre cómo lograr la paz y los Derechos Humanos universales para todos, judíos y palestinos, beduinos y cristianos, desde el río Jordán hasta el mar Mediterráneo, con personas que piensan de forma diferente a nosotros.

Lamentablemente, todo el sistema político alemán ha decidido no permitirlo. En una declaración conjunta que incluye no sólo a la CDU-CSU o al FDP, sino también al SPD, a los Verdes y, sorprendentemente, a dos líderes de Die Linke, han unido sus fuerzas para garantizar que este debate civilizado, en el que podemos estar en desacuerdo, no tenga lugar jamás en Alemania.

A ellos les digo: queréis silenciarnos. Prohibirnos. Demonizarnos. Acusarnos. Por tanto, no nos dejáis otra opción que responder a vuestras acusaciones con nuestras acusaciones. Es lo que habéis elegido vosotros. Nosotros, no.

  • Nos acusáis de odio antisemita.

Os acusamos de ser el mejor amigo del antisemita al equiparar el derecho de Israel a cometer crímenes de guerra con el derecho de los judíos israelíes a defenderse.

  • Nos acusáis de apoyar el terrorismo.

Os acusamos de equiparar la resistencia legítima a un Estado de apartheid con las atrocidades contra civiles que siempre he condenado y condenaré, las cometa quien las cometa: palestinos, colonos judíos, mi propia familia, quien sea.

Os acusamos de no reconocer el deber del pueblo de Gaza de derribar el muro de la prisión abierta en la que se han visto encerrados durante 80 años, y de equiparar este acto de derribar el Muro de la Vergüenza –que no es más defendible de lo que era el Muro de Berlín– con actos de terror.

  • Nos acusáis de trivializar el terror de Hamás el 7 de octubre.

Os acusamos de trivializar los 80 años de limpieza étnica de los palestinos por parte de Israel y la construcción de un férreo sistema de apartheid en Israel-Palestina. Os acusamos de trivializar el apoyo a largo plazo de Netanyahu a Hamás como medio para destruir la solución de los dos Estados que afirmáis que favorecéis. Os acusamos de trivializar el terror sin precedentes desatado por el ejército israelí sobre la población de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este.

Acusáis a los organizadores del Congreso de hoy de que nosotros, y cito textualmente, “no estamos interesados en hablar de las posibilidades de coexistencia pacífica en Oriente Próximo con el trasfondo de la guerra en Gaza”. ¿Habláis en serio? ¿Habéis perdido la cabeza?

Os acusamos de apoyar a un Estado alemán que es, después de Estados Unidos, el mayor proveedor de las armas al que recurre el Gobierno de Netanyahu para masacrar palestinos como parte de un gran plan para hacer imposible una solución de dos Estados, así como la coexistencia pacífica entre judíos y palestinos.

Os acusamos de no responder nunca a la pregunta pertinente que todo alemán debe responder: ¿cuánta sangre palestina ha de correr antes de que quede lavada vuestra culpa, justificada, por el Holocausto?

Seamos claros: estamos aquí, en Berlín, en nuestro Congreso sobre Palestina, pues, a diferencia del sistema político alemán y de los medios de comunicación alemanes, condenamos el genocidio y los crímenes de guerra independientemente de quién los perpetre. Y porque nos oponemos al apartheid en la tierra de Israel-Palestina, independientemente de quién tenga la sartén por el mango, al igual que nos opusimos al apartheid en el sur de Estados Unidos o en Sudáfrica. Porque defendemos los derechos humanos universales, la libertad y la igualdad entre judíos, palestinos, beduinos y cristianos en la antigua tierra de Palestina.

Y para que tengamos aún más claras las preguntas, legítimas y malignas, que debemos estar siempre dispuestos a responder:

¿Condeno las atrocidades de Hamás?

Condeno todas y cada una de las atrocidades, sea quien sea el autor o la víctima. Lo que no condeno es la resistencia armada a un sistema de apartheid diseñado como parte de un programa de limpieza étnica de combustión lenta, pero inexorable. Dicho de otro modo, condeno todo ataque contra civiles y, al mismo tiempo, celebro a cualquiera que arriesgue su vida para DERRIBAR EL MURO.

¿No está Israel en guerra por su propia existencia?

No, no lo está. Israel es un Estado dotado de armas nucleares, con el ejército quizá más avanzado tecnológicamente del mundo, y con la panoplia de la maquinaria militar estadounidense cubriéndole las espaldas. No hay simetría con Hamás, un grupo que puede causar graves daños a los israelíes, pero que no tiene capacidad alguna para derrotar al ejército de Israel, ni siquiera para impedir que Israel siga aplicando el lento genocidio de palestinos bajo el sistema de apartheid que se ha erigido desde hace mucho tiempo con el apoyo de los Estados Unidos y la UE.

¿No está justificado que los israelíes teman que Hamás quiera exterminarlos?

Por supuesto que sí. Los judíos han sufrido un Holocausto que fue precedido de pogromos y de un antisemitismo profundamente arraigado que impregnó Europa y América durante siglos. Es natural que los israelíes vivan con el temor de un nuevo pogromo si cede el ejército israelí. Sin embargo, al imponer el apartheid a sus vecinos, al tratarlos como infrahumanos, el Estado israelí aviva el fuego del antisemitismo, refuerza a palestinos e israelíes que sólo quieren aniquilarse mutuamente y, en definitiva, contribuye a la terrible inseguridad que consume a los judíos de Israel y de la diáspora. El apartheid contra los palestinos es la peor autodefensa de los israelíes.

¿Y el antisemitismo?

Siempre es un peligro claro y presente. Y debe ser erradicado, especialmente entre las filas de la izquierda global y los palestinos que luchan por las libertades civiles palestinas en todo el mundo.

¿Por qué los palestinos no persiguen sus objetivos por medios pacíficos?

Lo han hecho. La OLP reconoció a Israel y renunció a la lucha armada. ¿Y qué obtuvieron a cambio? Una absoluta humillación y una limpieza étnica sistemática. Eso es lo que alimentó a Hamás y lo encumbró a los ojos de muchos palestinos como única alternativa a un lento genocidio bajo el apartheid de Israel.

¿Qué debería hacerse ahora? ¿Qué podría traer la Paz a Israel-Palestina?

  • Un alto el fuego inmediato.
  • La liberación de todos los rehenes: los de Hamás y los miles retenidos por Israel.
  • Un proceso de paz, bajo el auspicio de la ONU, apoyado por un compromiso de la Comunidad Internacional para acabar con el apartheid y salvaguardar la igualdad de libertades civiles para todos.
  • En cuanto a lo que debe sustituir al apartheid, corresponde a israelíes y palestinos decidir entre la solución de los dos Estados y la solución de un Estado laico federal único.

Amigos,

estamos aquí porque la venganza es una forma perezosa de dolor.

Estamos aquí para promover no la venganza, sino la paz y la coexistencia entre Israel y Palestina.

Estamos aquí para decirles a los demócratas alemanes, incluidos nuestros antiguos camaradas de Die Linke, que ya se han cubierto de vergüenza durante demasiado tiempo, que con dos errores no se llega a un acierto, que permitir que Israel se salga con la suya con crímenes de guerra no va a mejorar el legado de los crímenes de Alemania contra el pueblo judío.

Más allá del congreso de hoy, tenemos el deber en Alemania de cambiar el discurso. Tenemos el deber de convencer a la gran mayoría de alemanes decentes de que lo que importa son los derechos humanos universales. Que nunca más significa nunca más. Para cualquiera, judío, palestino, ucraniano, ruso, yemení, sudanés, ruandés… para todos, en todas partes.

En este contexto, me complace anunciar que el partido político alemán MERA25, como parte del DiEM25, estará en las papeletas de las elecciones al Parlamento Europeo del próximo mes de junio, buscando el voto de los humanistas alemanes que anhelan un diputado al Parlamento Europeo que represente a Alemania y denuncie la complicidad de la UE en el genocidio, una complicidad que es el mayor regalo de Europa a los antisemitas en Europa y más allá.

Os envío a todos mis saludos y os sugiero que no olvidemos nunca que ninguno de nosotros es libre si hay uno de nosotros que vive encadenado.

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La traducción al castellano de este discurso ha sido publicada en Sin Permiso.

Traducción: Lucas Antón.