El profesor brasileño analiza en su último libro los rasgos de la extrema derecha emergente en diversos contextos, especialmente a partir de los liderazgos de Bolsonaro, Trump y Milei.
Por Alberto Azcárate / elsaltodiario.com
Con motivo de la presentación en España de su libro Bolsonarismo y extrema derecha global. Una gramática de la desintegración, hemos entrevistado por vía telemática a Rodrigo Nunes, profesor de filosofía moderna y contemporánea en la Pontificia Universidad Católica (PUC) de Río de Janeiro, y de Teoría Política y Organización en la Essex Business School. Ha sido también profesor invitado en las universidades de Londres (2007-8), de East London (2008-2009), de Westminster (2008) y de la Jan Van Eyck Academie (2010), así como académico visitante en la Universidad de Brown (2018-2019).
Sus respuestas aportan un repertorio de singular lucidez y contundencia conceptual, desde una gestualidad política que trasciende la impotencia del progresismo.
Se respiran aires de fin del mundo conocido. Y por primera vez desde la posguerra no es la izquierda sino la extrema derecha la que cuestiona -sin inhibiciones- la democracia liberal como modelo de convivencia. ¿Se trataría simplemente de la farsa que -según el conocido aserto marxista- sucedería a la tragedia de la versión original, o estaríamos ante una crisis de época inédita, atravesada por nuevos paradigmas?
El triunfo reciente de Trump sugiere que el avance continuo de la extrema derecha quizás nos obligue a invertir el dicho: si su primera victoria tenía algo de farsa, la segunda se anuncia como tragedia. Su crecimiento entre los votantes, y particularmente la caída de los demócratas, comprueban que no estamos frente a un mero hipo, sino a tendencias de largo plazo. Hablamos de cosas como la estagnación económica, el aumento del subempleo y de la precarización, la concentración de riqueza y de poder político –muy claramente ejemplificado por la figura de Elon Musk–, el calentamiento global.
Está claro que la extrema derecha no tiene ni diagnósticos ni soluciones reales para ellas; de hecho, sus políticas solo tienden a intensificarlas. Pero ella responde a los sentimientos antisistémicos que estos problemas despiertan con la promesa de una ruptura radical, mientras que el centrismo de izquierda y derecha se dedica a la defensa de pequeños cambios incrementales, de una democracia vaciada, de instituciones sin credibilidad, de un crecimiento económico que ya no puede atender a todos.
Aunque pueda puntualmente ganar elecciones, este tipo de reacción logra como mucho retardar el avance de la extrema derecha, haciendo con que vuelva más fuerte después de un tiempo. Ha sido así en EEUU, será luego en Francia, quizás también en Alemania, y probablemente también en Brasil y el Reino Unido en unos años.
¿Esta extrema derecha emergente en países centrales y periféricos, podría tener algunos trazos comunes en los perfiles de sus liderazgos y en sus abordajes y estrategias? Pienso en personajes como Trump, Bolsonaro, Milei…
Los rasgos comunes tienen mucho que decir sobre el momento de crisis en que vivimos. Estos son en general personajes que vienen de fuera o de los márgenes de la política, y con eso se benefician de una percepción de que las fuerzas políticas tradicionales se han vuelto indistintas. Saben utilizar bien las plataformas digitales para sobrepasar los medios tradicionales y tienen algo de la figura del troll, combinando una extrema desensibilización frente al sufrimiento del otro con una comunicación que escapa a las convenciones de la política profesional y juega con una ambigüedad constante entre la sinceridad y la broma.
Aunque sean a menudo asociados a la fuerza y la autoridad, su apelo viene antes de la combinación de la disciplina y permisividad que representan: permisividad para los que “se la merecen”, los ciudadanos de bien, los que “son como nosotros”; y disciplina para los demás. De este modo, encarnan una concepción de mundo en que el orden –las relaciones de poder que están codificadas en los valores tradicionales, pero también en las relaciones de mercado– está por encima de la igualdad formal frente a la ley. Estos últimos factores no son accesorios, sino esenciales: es lo que explica que ni los intentos de desestabilización de la democracia ni las eventuales condenas criminales acaban por debilitar estas figuras frente a sus apoyadores.
Además de estas semejanzas estructurales, hay mucha emulación y colaboración directa entre estos líderes, y por ende bastante intercambio de técnicas, tácticas y estrategias.
¿Qué es lo que está agotado para esos amplios sectores, de la realidad construida bajo el orden liberal, que esta ultra derecha sabe interpretar y traducir en políticas activas?
Las políticas efectivamente implementadas no traen soluciones a ese agotamiento sino la radicalización de sus condiciones. Pero esto no importa porque la extrema derecha logra desplazar hacia los otros jugadores un rechazo que podría estar dirigido contra las reglas del juego.
Más de cuatro décadas de hegemonía neoliberal han producido una explosión de la desigualdad, y por lo tanto una gran cantidad de perdedores. Hubo, sin embargo, un momento en los años 90 y 2000 en que una sucesión de burbujas financieras creó en muchas partes una ilusión de expansión y las condiciones para políticas de reconocimiento que favorecieron a sectores de grupos históricamente marginalizados como mujeres, personas LGBTQIA, negros etc. Es lo que Nancy Fraser nombró “neoliberalismo progresista”, frecuentemente patrocinado por una vieja socialdemocracia que se había vuelto, en términos económicos, ardientemente neoliberal.
La crisis de 2008, cuyos efectos siguieron propagándose por el mundo durante los años siguientes, y que en algún sentido nunca se acabó, pone fin a este momento. De cierto modo, es la plausibilidad de las promesas de buena vida del neoliberalismo que se acaba ahí, porque la economía nunca volvió a ser lo que era, y porque queda claro que, en horas de crisis, será la gente común que pagará para mantener las ganancias de los más ricos. Lo que resta, entonces, es una disputa cada vez más feroz por migajas cada vez menores, una perspectiva que la sombra del cambio climático vuelve aún más siniestra. La naturalización de esta idea de que, en la base de la pirámide social, hay un conflicto inevitable de todos contra todos, facilita la operación retórica elemental de la extrema derecha, que consiste en promover la confusión de derechos con privilegios y viceversa.