por Jesús Sánchez
En las reflexiones que los distintos protagonistas o estudiosos hacen sobre estos temas nuevamente volvemos a encontrar las mismas posturas enfrentadas que caracterizaron a los dos polos de la UP. Las visiones de la problemática sobre la alianza con la clase media están sesgadas por el proyecto estratégico que sostiene cada uno de los dos polos. No vamos a encontrar soluciones definitivas estos problemas, solo reflexiones interesantes derivadas de una experiencia intensa, pues cada estrategia es interpelada por la contraria con los problemas e interrogantes que la hacen a sus ojos inviable.
EL PROBLEMA DE LA ALIANZA CON LA CLASE MEDIA
En estas páginas irán apareciendo las distintas posturas adoptadas en relación con la clase media. En el polo gradualista hay un intento deliberado de ganarlas para el proceso o, al menos, obtener su neutralidad, buscando evitar en última instancia su inclinación por el campo de la contrarrevolución porque esta situación levantaría un muro insalvable para continuar por una vía pacífica o político-institucional. Sin embargo, hay un matiz importante en este polo fruto de la divergencia de proyectos en su seno como hemos comprobado. El Presidente y el sector allendista del PS quieren impulsar “el segundo modelo de transición a la sociedad socialista” a partir de la victoria de 1970 y para este objetivo prefieren ganarse a la clase media directamente mediante los efectos de la política económica, sin tener que pactar con la que sería su principal representación política, la DC, pues ello podría desvirtuar su proyecto, de ahí su búsqueda de una sobre legitimación a través de un referéndum que no llegarían a conseguir.
Pero, para el PC, la principal fuerza política sostenedora del polo gradualista, los objetivos son distintos en la etapa abierta en 1970 y, por lo tanto, también es diferente su posición para ganarse a las clases medias. Si para el PC no se trataba aún del inicio de la transición al socialismo, sino de conseguir objetivos antimonopolistas, anti latifundistas y antiimperialistas, concebía que ello era posible con la colaboración de las clases medias a través de su principal expresión política, la DC, de ahí su insistencia en alcanzar un acuerdo con este partido.
En el polo rupturista, sin embargo, aún reconociendo teóricamente la necesidad de evitar la atracción de las clases medias por la contrarrevolución, en la práctica no se muestran dispuestos a hacer concesiones para conseguirlo como lo expresa su consigna de avanzar sin transar o su oposición a las negociaciones con la DC. Están más interesados en alcanzar la unidad de la clase obrera y su alianza con el campesinado como base sólida para lo que consideran un inevitable enfrentamiento definitivo con la contrarrevolución. El caso más claro en este aspecto es el del MIR, cuyo proyecto de alianzas se basa en la convergencia del proletariado y el campesinado con las capas pobres del campo y la ciudad, y no contempla para nada a las clases medias.
A continuación vamos a ver como analizan más en profundidad sobre este tema algunos de los protagonistas y autores que se han ocupado de él en sus obras. Entre los factores que Garcés[i] considera indispensables para una vía político- institucional de transición al socialismo está el problema de las alianzas, o mejor dicho, y tal y como el mismo lo presenta, el problema de aislar social, política y militarmente a las fuerzas conservadoras de manera que no puedan utilizar el expediente de la guerra para evitar el cambio.
Esto supone ser capaz de diferenciar entre los sectores que pueden ser aliados y los que son antagónicos. La coexistencia o alianza con los primeros significa reconocer sus intereses y ser capaz de integrarles en el proyecto de transición. El fracaso en ésta tarea lleva inevitablemente, en un proceso de creciente polarización en todos los terrenos, a que los sectores medios no socialistas terminen aliados con los sectores conservadores enemigos de la transformación socialista y, de esta manera, se produzca un crecimiento del campo contrarrevolucionario. Garcés ve necesarios dos requisitos para que los sectores medios se incorporen a una alianza con los trabajadores con el objetivo de la transición a socialismo; primero que no se les exija hacerlo en el papel de satélites, sino que se «les garanticen la libre manifestación de su personalidad social y política»; segundo, que la incorporación sea por libre consentimiento, no por medios coercitivos, garantizándoles que no se trata de una alianza coyuntural hasta que una correlación de fuerzas más favorables a los trabajadores les permita aplastarlos.
En la política práctica esto significaba por parte de la UP articular mecanismos de participación de los sectores medios con las instituciones gubernamentales, lo que su vez remite a un importante «problema teórico-práctico» en el cual, como recuerda Garcés, existió una grave discrepancia entre los componentes de la UP; es el problema que versa sobre la posibilidad de coexistencia, durante el proceso de transición, de un sector privado de la economía junto a otro de orientación socialista. El programa común de la UP era favorable a dicha coexistencia, pero el polo rupturista sólo la entendida de forma coyuntural, como una concesión en tanto el proletariado acumulaba el poder suficiente para «someter por la fuerza los pequeños y medianos propietarios». Garcés responsabiliza, así, al polo rupturista de lanzar a los brazos de la contrarrevolución a los sectores medios. En una situación así, concluye Garcés, la única manera de «desconocer a los medianos y pequeños propietarios su supervivencia» durante el periodo de transición socialista es al precio de una guerra civil seguida de una férrea dictadura.
Durante 1970- 71 la UP consiguió mantener la coexistencia con los sectores medios y el proceso gozó del respaldo de la mayoría social, pero, en 1972 bajo los efectos de la crisis económica, utilizada por la oposición conservadora, esta situación se alteró. También Altamirano[ii], representando la defensa de una línea táctica muy diferente a la de Garcés concuerda en que el tratamiento de las clases medias es uno de los problemas «más complejos y controvertidos» para toda experiencia revolucionaria. La primera dificultad consiste en hacer una definición correcta de su significado, de los sectores sociales que realmente la componen. Altamirano propone incluir en dicho término a los siguientes sectores: la pequeña burguesía no asalariada (pequeños propietarios, rentistas, artesanos y trabajadores por cuenta propia); la pequeña burguesía asalariada (empleados y funcionarios); capas intelectuales (artistas, profesiones liberales y técnicos); y estudiantes. Considera que en Chile todos estos sectores representaban el 50% de la población activa. Su incorporación al sistema político se realizó, como ya tuvimos ocasión de ver, en los años veinte. Altamirano realiza un análisis de estos sectores cargado de rasgos negativos, que les presenta como unos aliados imposibles del proletariado en sus proyectos transformadores. Representa, en este sentido, el sentimiento de gran parte del PS que, como vimos anteriormente, rechazaba las experiencias de alianzas mantenidas con las clases medias durante el período del Frente Popular y en años posteriores y, cuyo revulsivo, se plasmó en la línea del Frente de Trabajadores. Altamirano les considera de una «extrema versatilidad política», identificándose con caudillos civiles y militares, o con partidos como el PR o la DC. En gran parte de América Latina estos sectores medios han servido de vehículo al proyecto de desarrollo capitalista de la burguesía industrial.
A pesar de ciertas discrepancias con el conjunto de valores burgueses, para Altamirano las clases medias mantienen la unidad ideológica con la burguesía a través de «su adhesión irrestricta al concepto de propiedad y al modo de vida burgués». Su sistema de valores la hace ser profundamente desconfiada hacia la «ideología del proletariado” y sentir como una grave amenaza «cualquier proyecto de transformación revolucionaria».
La victoria de la UP va a significar que estos sectores medios pierden el protagonismo político que habían ejercido desde los años veinte. Pero la UP se propone una amplia alianza con ellos. Es su seno hay partidos que tienen en dichos sectores su base social, como el PR, MAPU, API, SD, o la IC, pero su representatividad social es de escasa relevancia y tampoco representan los valores reales de estas capas. La UP no logró hacer realidad esa ansiada alianza y, por ello, afirma Altamirano, es un error hablar de una retirada del apoyo de las clases medias al gobierno en el transcurso del proyecto. «Este apoyo jamás existió en términos masivos», es más correcto decir que pasaron de una neutralidad inicial a la oposición.
Las clases medias en América Latina gozaban de privilegios relativos, de un nivel de vida superior a las grandes masas empobrecidas, por eso en un proceso revolucionario que impulse una política de redistribución es inevitable rebajar esos privilegios.
La política de la UP hacia las clases medias fue «más costosa que eficaz», enfocada a «satisfacer sus necesidades materiales», con declaraciones de que el proceso revolucionario «no afectaría sus intereses».
El carácter economicista, pero inviable de esta política, queda claro cuando, a pesar de las ganancias obtenidas por estos sectores en el primer periodo del gobierno popular, gran parte de ellos adopten una oposición enconada al proceso transformador, normalmente instrumentalizados por las fuerzas de la oligarquía y el imperialismo.
Altamirano piensa que esta actitud de las clases medias chilenas responde a un comportamiento general; que por encima de cualquier promesa o decisión legal que busque tranquilizarlas, las tensiones y la inestabilidad propia de un proceso de cambio van a ser las que definan su actitud. Su conducta se orienta más a garantizar la seguridad de su forma de vida, vinculada a los valores burgueses, que a obtener beneficios inmediatos.
Para Altamirano sólo existía un medio, durante el gobierno UP, de tranquilizar a la pequeña burguesía e incorporarla a una alianza con el proletariado, y consistía en transformar la experiencia revolucionaria abierta 1970 en «un intento reformista más». Las conclusiones, pesimistas, de Altamirano son interesantes. Considera que las capas medias son en todo el mundo «una parte integrante del bloque ideológico de la burguesía» y que, sin duda, quebrar ese bloque es uno «de los desafíos de mayor trascendencia que enfrenta el movimiento revolucionario contemporáneo». Se pregunta dónde se ha dado alguna vez esa alianza entre el proletariado y las clases medias para un proceso revolucionario emancipador, o, donde los partidos obreros han aglutinado alguna vez un bloque social que represente a más de 50% de la población. Su última reflexión al respecto es elocuente:
«Una política para ser eficaz – sobre todo frente a las clases medias – exige disponer de fuertes elementos coercitivos, de la sólida evidencia de que existe una fuerza real, potencialmente utilizable, que puede y debe ser flexible, pero sobre cuya determinación de emplearla no quepa duda alguna. Sin la existencia de esa autoridad, las concesiones, el diálogo y cualquier tipo de transacciones, son percibidas como signos de debilidad «.[iii]
¿A qué fuerza se refiere Altamirano? Sólo cabe disponer de ella si se ejerce la dictadura del proletariado Bitar[iv] también concuerda en que en las sociedades con un cierto desarrollo relativo el problema de la política hacia las clases medias por parte de las fuerzassocialistas es fundamental, exigiendo un análisis serio de estos sectores y su comportamiento. La primera cuestión a responder es sobre la posibilidad de que existan intereses convergentes entre el proletariado y las capas medias y, sobre si un posible acuerdo político sería espontáneo o necesitaría una política definida y orientada previamente a este objetivo.
En la UP predominó, en relación con las clases medias, una concepción que ponía el énfasis en los aspectos económicos como táctica para atraerlas hacia una alianza con el proletariado, subestimando el peso de los factores ideológicos en su comportamiento político.
Otro error de esta concepción era definir esa alianza con un carácter coyuntural y no estratégico, esto implicaba que las concesiones económicas tenían un carácter temporal y, se corría el riesgo, como así ocurrió en la práctica, de que los sectores medios terminasen por desconfiar del proyecto que se les ofrecía. Ganar a estos sectores suponía concebir una alianza con carácter estratégico, representar sus intereses y alcanzar la hegemonía ideológica a través de una lucha en el terreno de los valores durante todo el proceso.
El tercer aspecto de dicha concepción radicaba en la suposición de que existía una contradicción principal entre los sectores oligárquicos y el resto del pueblo y, que la contradicción secundaria entre los distintos sectores que conforman el bloque popular sería regulable, pudiéndose, además, mantenerse esta contradicción controlada y eclipsada por la principal. Sin embargo, en la práctica, las contradicciones secundarias alcanzaron un alto nivel del conflicto y frustraron, en última instancia, la alianza entre el proletariado y la clase media. Finalmente, un último error de esta concepción consistía en suponer que, en presencia de un conflicto agudo, las clases medias se inclinarían por el más fuerte de los dos grupos en liza.
¿Dónde y por qué empezó a fallar este planteamiento de la UP? En primer lugar, la posible alianza social entre el proletariado y las clases medias partía de una base fundamental, que la política de redistribución puesta en marcha por la UP se realizase a expensas de la burguesía, terratenientes y sectores ligados al imperialismo, evitando perjudicará a las capas medias. Pero, a pesar de la voluntad del gobierno en este sentido, este objetivo no se cumplió debido a la inflación, la especulación y el mercado negro que alcanzó una enorme amplitud.
En segundo lugar, el gobierno popular siguió una política económica favorable a los pequeños propietarios a través de créditos o contratos a la producción para evitar que éstos fuesen atraídos por los grandes propietarios, que comenzaban a ser intervenidos con la política de transformaciones económicas estructurales delgobierno. Pero, como apunta Bitar, dos hechos contrarrestaron estas intenciones; de un lado, la intervención de unas 50 empresas medianas y pequeñas durante 1971, muchas de ellas como consecuencia de conflictos laborales; de otro, el alargamiento de la discusión sobre los límites del APS que permitió a la derecha desplegar su propaganda atemorizante sobre los pequeños propietarios. En tercer lugar, se cometió el error de intentar alcanzar la alianza social con los sectores medios sin la mediación de una alianza política, la cual debería pasar necesariamente por un acuerdo con la DC. Se concibió la posibilidad de atraer a las bases democristianas hacia el proyecto de la UP como consecuencia del carácter progresivo de las políticas económicas. En realidad, Bitar señala acertadamente el conjunto de obstáculos de tipo económico, social e ideológico que obstaculizaron la concreción de la alianza a la que se aspiraba y, que terminaría por situar en el campo de la contrarrevolución a la mayoría de los sectores medios: en unos casos parece tratarse de errores imputables a la UP y, por tanto, susceptibles de ser sorteados; en otros casos, son obstáculos insalvables en el supuesto de mantener el rumbo revolucionario de las transformaciones. Entre los primeros se pueden citar dos fenómenos frutos de la reacción a la especulación y el mercado negro: los controles administrativos y la organización popular, que provocaron sentimientos de amenaza a la propiedad; también, el sectarismo y el obrerismo frente al personal técnico y administrativo; o, el problema de la escasez de repuestos de los camioneros. Son ejemplos donde cabía un cierto margen de maniobra, negociación y actuación para evitar el rechazo de los sectores medios.
Entre los obstáculos insalvables, sin embargo, podemos encontrar la actitud de las profesiones liberales o los profesionales-funcionarios, con valores y estilos de vida basados en expectativas de progresión individual, o la de los pequeños y medianos empresarios que viven del sector obrero super explotado y temen los planes estatales sobre la modificación del sistema de propiedad o, la participación y el control de los trabajadores en las empresas. En relación con estos últimos obstáculos ninguno de los analistas situados entre los partidarios del mantenimiento de la alianza con los sectores medios ofrece soluciones claras. El pulso en la UP entre gradualistas y rupturistas tuvo un claro exponente en las diferentes posiciones sustentadas en relación con los sectores medios. Los gradualistas insistieron en la concesión de ventajas económicas a dichos sectores para atraerlos o, al menos, obtener su neutralidad, evitando, así, una polarización social que les situaría en el campo de la oposición. Los rupturistas, por su parte, sostenían que las capas medias se terminarían alineando en función de la relación del poder que percibieran en el enfrentamiento.
Lo paradójico es que, en parte, ambos polos tuvieron razón; la situación se termino polarizando y, ante la unidad alcanzada por la derecha (alianza DC-PN), que la llevó a tomar la iniciativa en el enfrentamiento con el gobierno popular, las clases medias terminaron formando parte de la oposición activa gobierno. La batalla ideológica, llevada a cabo en el terreno de los valores a los que eran sensibles los sectores medios (estatizaciones, proletarización, control obrero, pérdida de libertad, caos), fue más decisiva que las concesiones económicas que les ofreció el gobierno popular. Y ello tuvo por consecuencia, como apunta Bitar, que al final del período de la UP, se generó entre la pequeña burguesía un repudio más visceral y una intransigencia mayor a la experiencia chilena que entre la gran burguesía. Una situación que, en cierto sentido, recuerda a otras experiencias críticas, como la acaecida en la Europa de entreguerras Hugo Cancino[v] va más lejos en el análisis sobre el desencuentro entre la UP y las capas medias y apunta, como responsable de aquél, más allá de los errores concretos de concepción o aplicación de políticas, al «propio discurso ideológico hegemónico en la UP», al que responsabiliza de impedir consensos o la ampliación de la base social de apoyo al proceso. Acusa a este discurso de ser «tributario de las tradicionales de la III Internacional», asignando el rol de vanguardia al proletariado, y de clases de apoyo o aliados tácticos a los sectores medios; lo que, unido a las experiencias históricas del socialismo realmente existente, género sentimiento de inseguridad entre estos sectores, de incertidumbre sobre su supervivencia como categoría social. Cancino reconoce que la actitud ante las clases medias en la izquierda chilena, que se expresaba en términos políticos en la actitud ante la DC, recorría un espectro que iba desde la posición del Presidente Allende, en un extremo, defendiendo constantemente «la necesidad de articular a la Unidad Popular a los sectores medios»; hasta el extremo opuesto representado por la visión totalmente negativa de las capas medias del MIR, el cual las calificaba de «vacilantes, potencialmente contrarrevolucionarias y legalistas». En posiciones más cercanas a las de Allende se situaba el PC que, en su estrategia del Frente de Liberación Nacional, reclamaba a las capas medias como aliados tácticos para la etapa de la «revolución democrática, anti-oligárquica y anti-imperialista», y era, en consecuencia, un claro defensor de alcanzar acuerdos con la DC. Sin embargo, el PS estaba más próximo a la visión del MIR, con una concepción ininterrumpida del proceso revolucionario al socialismo sostenido en una alianza obrero-campesina que renegaba de la posibilidad de extenderla a las capas medias. A pesar de reconocer esta variedad de posiciones al interior de la izquierda chilena, sin embargo, Cancino critica a ésta globalmente por la incapacidad para «reconceptualizar a las capas medias”, fruto de lo que considera como «crisis ideológica y teórica de izquierda chilena», que la lleva a contemplar la realidad histórica chilena «a través de la perspectiva de la revolución rusa, cubana y de sus marcos de referencia». El análisis de Ruy Mauro Marini[vi] sobre las clases medias chilenas tiene dos características destacables. La primera es que está realizado en enero de 1973, es decir, durante el desarrollo de la experiencia chilena, a diferencia de los otros análisis realizados tras la trágica cancelación de ésta por el golpe militar del 11 de septiembre. La segunda característica es su perspectiva más amplia, temporal y geográficamente, a la vez que busca encajar sus conclusiones en la matriz del pensamiento marxista-leninista. En este último sentido su análisis va destinado a intentar demostrar que la «vía chilena al socialismo» es una vía irrealizable y, que, por el contrario, la única vía confirmada por la experiencia revolucionaria del siglo XX y teorizada por Lenin, precisamente como un rasgo peculiar de la revolución socialista, es aquella en la cual ha transformación social es un proceso que se lleva a cabo sólo después de la toma del poder por el proletariado, nunca antes. Al ser diferente el sistema de dominación – que comprende los elementos en los que se sustenta el poder de una clase – y, el Estado – como expresión institucional de dicho poder -, la simple conquista del aparato estatal no soluciona por sí misma el problema del poder, ni, por tanto, suspende la lucha de clases. Pero, su conquista para el proletariado le abre la posibilidad «de cambiar la correlación social de fuerzas, antes favorable a la burguesía, y volcarla en su favor». En las estructuras sociales complejas cualquier sistema de dominación se asienta siempre en una alianza de clases, esto ocurrió con las revoluciones burguesas y, también, en las de carácter proletario llevadas a cabo en el siglo XX. Para conseguir el apoyo necesario de la mayoría para la trasformación socialista, el proletariado dispone de tres instrumentos, el partido, las organizaciones amplias de masas y, especialmente, el Estado. Mauro Marini acude a Lenin para argumentar que no es intentando ganar el apoyo de la mayoría del pueblo como el proletariado puede tomar el poder, sino que, por el contrario, es tomando el poder como el proletariado puede obtener el apoyo de la mayoría, porque es entonces cuando puede demostrar su proyecto de liberación de la opresión y explotación capitalista. Desde el ejercicio de la dictadura del proletariado se pueden practicar, entonces, dos políticas; una de carácter coercitivo contra la burguesía para quebrar su resistencia, otra de carácter persuasivo y educativo sobre las clases aliadas para ganarlas para el socialismo. Mauro Marini debía saber que ésta podría ser la teorización de Lenin, pero no el desarrollo real que siguieron las revoluciones proletarias triunfantes, sobre todo en lo que se refiere a la segunda política.
En relación con las clases medias chilenas, su análisis parte de los años treinta, cuando, como la mayoría de los países de América Latina de mayor desarrollo capitalista relativo, el sistema de dominación se recompone en torno a una alianza entre la oligarquía y las clases medias que acceden en esta manera a toda una serie de beneficios. Pero, aquí acaban las similitudes de las clases medias chilenas con las de otros países de América Latina. En Chile, la «capa burocrática de extracción pequeño burguesa» mantiene las posiciones conquistadas sin llegar a incorporarse a la burguesía. Se convierte, así, en una clase de apoyo activa al sistema de dominación y, explica, también, su fuerte adhesión a las instituciones y valores que ha ayudado a forjar. Ésta era la diferencia con la mayoría de las capas medias de América Latina en la década de 1960, pues mientras éstas, en posición subordinada al sistema de dominación y con un deterioro de su situación económica se radicalizaban, la clase media chilena no era movilizable en torno a una política insurreccional.
Donde el análisis de Mauro Marini se hace más confuso es a la hora de explicar el cambio de posición de las clases medias acaecido durante la segunda parte del mandato de Frei. Consecuencia de cambio de orientación de la política económica, en favor de las posiciones de la burguesía, el descontento de los sectores medios llevaría a una parte de ellos a posiciones reaccionarias y, a otra parte, a desviarse a la izquierda.
De esta manera, el autor puede encajar el nacimiento y la política de la UP dentro del matiz de interpretación leninista de los hechos. Pero decir que «la UP corresponde a un reflejo del descontento de la pequeña burguesía» y, que el deseo de atraer a sectores de ésta explica el compromiso de la UP con el sistema político vigente, es olvidar la trayectoria de, por ejemplo, el PC y su línea del Frente Liberación Nacional, o de las alianzas anteriores a la UP, como el FRAP. Desde esta visión interpretativa, las dificultades asociadas a la estrategia de la «vía chilena socialismo» son imputadas a los problemas derivados de la alianza de clases en la que se pretende apoyar. Debido a la heterogeneidad de su composición, la UP fue incapaz de «definir una clara jerarquía entre los sectores sociales aliados y los sectores por neutralizar».
Finalmente, en el transcurso de la experiencia del gobierno popular se habría acentuado el carácter específico de la pequeña burguesía chilena, «su capacidad como agente del consenso entre las clases, sobre cuál reposan las instituciones vigentes». Privilegiada como aliado fundamental en el sistema de dominación levantado en los años treinta y durante el gobierno UP, ésto la lleva a acentuar «su autonomización relativa», hasta que la crisis de octubre de 1972 desvele lo ilusorio de dicha autonomía al poner en primer plano de manera cruda el enfrentamiento entre el proletariado y la burguesía.
[I] Garcés, Joan E., Allende y la experiencia chilena, Ariel, Barcelona, 1976
[II] Altamirano, Carlos, Dialéctica de una derrota I, Dialéctica de una derrota, http://www.salvador-allende.cl , pp. 31-7 Reflexiones sobre la revolución chilena.
[iii] Altamirano, Carlos, Dialéctica de una derrota, http://www.salvador-allende.cl pág. 37, Reflexiones sobre la revolución chilena.
[IV] Seguiremos aquí las reflexiones de Sergio Bitar contenidas a lo largo de su obra Transición, socialismo y democracia. La experiencia chilena, México, Editorial Siglo XXI, 1979. 380 pp.
[V] Cancino, Hugo, La problemática del poder popular en el proceso de la vía
chilena al socialismo. 1970-1973, Ed. Aurhus University Press, 1988. pp. 290-2
[VI] Mauro Marini, Ruy, La pequeña burguesía y el problema del poder, http://www.marini-escritos.unam.mx/010_pburguesia_es.htm , (25 Abril 2004)