Los nacimientos de la oposición venezolana

“Los padres monstruosos regresan a toda prisa mientras los hijos sin padre continúan muriendo”

I

La oposición venezolana tiene varios linajes y varias genealogías. La primera remonta a los años noventa con la política neoliberal, la ola “anti política” y una mayor beligerancia de las clases medias hasta entonces “representadas” por los partidos. La distingue la idea del ciudadano-propietario distinguido del habitante-parásito de los barrios, marginal y no ciudadano. El viejo tema civilización-barbarie se repetirá hasta hoy constantemente.

Esta corriente, que verá frustradas por Chávez sus expectativas de elegir un candidato pro-empresarial  pero no hay que pensar que la diferencia era tan grande: también se trataba de un liderazgo personalista y anti político. Chávez interpreta mejor esa demanda de un nuevo caudillismo esta reaparición neoarcaica del cesarismo democrático de Vallenilla. El diferendo aquí es cuál es el venezolano que tienen que representar los nuevos “cesares” o estrellas: si al de la no-ciudad, el marginal del barrio, o a las clases medias. La estafa está garantizada porque ni Chávez es el símbolo del pobre –es de la corporación militar aliándose con cierta izquierda- ni Salas Romer o Sáez del profesional o del laborioso pequeño propietario –solo de las élites empresariales.

Aunque gobernados por los mismos estafadores,  explotados por los mismos saqueadores y asaltados por los mismos criminales,  divididos quedarán los del barrio y los de la ciudad, separados por la desconfianza durante casi 20 años.

Agotado el partido político burocrático los venezolanos no encuentran formas nuevas de consistencia (más allá de la invocación folclórica al asambleísmo o el proyecto de modelar todo según analogía con la empresa o la ONG) y parece haber un retorno generalizado a un liderazgo personal que no es ya jefatura operativa, predominio de los más capaces, conducción en medio de la cooperación, sino la convocatoria a través de una figura trascendente, siempre idealizada en alguna medida que hace posible el encuentro de una gente que siempre espera ser convocada por alguien más y que no invierte su confianza en sus pares sino en dirigentes que son, de una forma u otra, sus “mayores”.

De Irene Sáez a Guaidó la idealización de las figuras políticas y la falta de confianza horizontal son los signos de un “caudillismo” cada vez más complejo como mecanismo indispensable de la política venezolana. Guaidó, el joven cesar cooptado por los EEUU que convoca a una gente que no se convoca a sí misma y queda a la expectativa de la ejecución de un plan providencial mediante una agenda que los políticos venezolanos no han formulado parece ser la culminación de esta larga evolución.

La corriente de la primera oposición a Hugo Chávez que se nutre de muchas cosas: desde la conciencia de la evidente incompetencia y autoritarismo del caudillo de Barinas hasta el rechazo “racial” –es uno de los otros, de los marginales, de los no-venezolanos, los desechables-  pasando por las primeras  e inevitables decepciones  entre los que depositaron esperanzas en él.

La oposición de 2001-2005 era predominantemente de clase media pero no necesariamente anti-comunista o liberal. En todo caso el sector propiamente “derechista” tomó el control en Abril de 2002 y políticos sensatos como Petkoff encontraron que la patronal había dado un golpe, no solo a Chávez, sino a los otros sectores que fueron excluidos como los sindicatos.

Sin esa oposición antichavista Chávez como lo conocemos no habría sido posible: en 2002 le entrega las Fuerzas Armadas a Chávez, en 2003 a PDVSA y en 2005 se abstiene en las elecciones y deja a Chávez solo, durante 5 años sin ningún contrapeso. El destino tiene mecanismos más precisos que cualquier plan.

Hay un gran paréntesis entre 2004 y 2010. Cuando se hace evidente que Chávez no solo está en control de la situación sino que es inmensamente popular  en antichavismo se divide en un bando negociador y en otro “irredentista”. Lo que  distingue a los primeros no es meramente la propensión a negocios y negociados –en un estado patrimonialista que nadie cuestiona ambos incurren en ellos- sino en la idea de si se  puede negociar con el Chavismo para alcanzar distintos grados de participación en el poder político o si hay que destruirlo.

Los negociantes lograran parcialmente su objetivo: políticos oportunistas que se lanzan para cargos públicos y que nos dieron algunas de los gobiernos regionales más corruptos de la historia nacional. Las idas y venidas de políticos entre el chavismo y el antichavismo, la coexistencia, los constantes negociados,  crean un continuo en la dividida clase política.

Los “irredentistas” siempre quisieron destruir o des-hacer al chavismo, la repetición de una imaginería sobre el pasado  (sea la época de Perez Jiménez o los años ochenta y setentas) es signo de una intención de des-hacer el paso del tiempo de la que nacerá el proyecto de la “transición” como excepción civilizada a la excepción barbárica del chavismo.  La compone gente de inclinación liberal o de derechas que honestamente se opone al gobierno o que es víctima de sus atropellos  y   también grupúsculos de extrema derecha que heredan el proyecto del golpe y que son o muy puntuales o muy discontinuos y que operan sólo en el ambiente de cierta clase media conservadora. Pero tanto los EEUU como los partidos de oposición ya están coexistiendo con el chavismo y como Chávez hace todo para hacer posible esa coexistencia están aislados.

La polarización se revela enormemente beneficiosa para los dirigentes políticos: no tienen que estar preparados, no tienen que tener propuestas, no tienen que ser honestos o competentes, les basta con ser del bando correcto. Un plebiscito continuo va borrando la política y la democracia como trasfondo de la emergencia de Chávez como Rey Sol. Pequeños solecitos como Lapi, Rosales, Capriles, innumerables alcaldes corruptos o incompetentes delatan la comunidad de sustancia entre los dos bandos.

Es en este periodo, con las protestas de 2007, muy tarde para dar un golpe y muy temprano para invocar una invasión, emergen políticos que empiezan a hablar de “desobediencia civil” y rebelión, no porque les interese sino porque necesitan desesperadamente ese disruptor. Ya la oposición no puede verse como la gente de bien que viene a restituir el orden pues hay una nueva oligarquía roja en el poder. Ante el ascenso de la boliburguesía conviene más verse como insurgencia y crear una semiótica insurgente. Pero de la misma manera que el imperialismo de Chávez es hueco y en la práctica EEUU es su principal socio comercial, la invocación a la insurrección también lo es.  Es que la idea de desobediencia civil (que se invoca más de lo que se practica) y la de rebelión prometen ofrecer a políticos como María Corina Machado el C4 que necesitan para desestabilizar al chavismo y movilizar contra él  fuerzas militares e internacionales.

Como se puede ver no hay oposición en sentido estricto ni lucha democrática.  Hay actos de oposición o de resistencia, de todo tipo de gente pero son muy desconectados y discontinuos sea en el tiempo sea en el espacio. Fragmentación como modo de operar, como racionalidad incluso que también comparten con ese gran productor de fragmentos que es el chavismo.

Los políticos negociantes no cumplen su trabajo de limitar el papel del ejecutivo ni gobiernan mejor que el chavismo cuando llegan al poder en las regiones o las ciudades (único campo que les está permitido), en 2010, con el nuevo parlamento, se veían  las sillas vacías, los que revisaban el teléfono mientras estallan refinerías, Derwick y Alejandro Andrade saqueaban el tesoro público y le privatizan las cárceles a mafias. Una descomposición acelerada contra la que nadie sabe hacer nada y ante la que ningún político dice nada coherente.

Los irredentos buscan el putsch pero no tienen condiciones para ello, los negociantes buscan mejorar su posición con las elecciones. Eso es lo que les une: su búsqueda de un momento privilegiado en que se pueden voltear todo y tomar el poder por la fuerza u obligar al chavismo a negociar y repartirlo con ellos. Por eso, en 2013, Capriles hablará de la parte que les corresponde al movilizar la mitad del electorado. Por eso, en cada elección presidencial hasta 2013 los irredentos trataran de participar. A falta de putsch buenas son elecciones: es la misma idea izquierdista de la toma de poder pero invertida.

II

Discontinua en el tiempo, incapaz de pensar más allá del futuro inmediato, fragmentada en el espacio, incapaz de componer lo heterogéneo esa es la oposición antichavista y eso es lo que heredará el país en los difíciles años por venir. Pero tal vez no sea correcto hablar de oposición propiamente dicha entre 2004 y  2014, y tal vez, entre 1998 y 2014 porque lo que existe es la búsqueda de momentos privilegiados en que se puede sacar una ventaja y no acción continúa o extensa de ningún tipo sea para hacer política convencional de contrapesos y negociaciones sea para hacer posible un derrocamiento.

Los antichavistas se harán motivo de burla por la manera en que se ilusionan con un día final o una batalla final en que Chávez desaparecerá del mapa: una vez el caudillo salió a un congreso de la FAO y hubo celebraciones en el Este de Caracas entre quienes pensaban que había renunciado y se había ido.

Pero no es que los antichavistas sean completamente ineptos o que no tengan éxitos: las protestas de 2007 si desestabilizaron un poco al chavismo, los medios y periodistas empiezan a mostrar su incompetencia y corrupción, las dos campañas de Capriles corrigen los errores de las de Rosales, Chávez, atemorizado, saca del juego político a Leopoldo López que es justamente el único capaz de ser su equivalente en el otro campo y de articular un caudillismo antichavista…pero la “oposición” nunca cuaja, no se compone: o es discontinua en el tiempo o en el espacio: en 2010 cuando el país empieza a colapsar entre apagones y explosiones de refinerías no se ve a los irredentos poder capitalizar la situación o intervenir en ella  de ninguna manera , en 2013 Capriles no haya que hacer con el liderazgo que había adquirido…

Así, una nueva oposición venezolana nace –o renace-cuando ocurren dos cosas: cuando muere el Rey Sol y cuando  el elemento antichavista se empieza a diluir.  No puede ser de otra manera: en el chavismo el caudillismo es a la vez macro, en la organización masiva del estado y la grey chavista y micro en los afectos e imaginaciones de la gente. Los chavistas son siervos de Chávez, sus prisioneros, para poder cuestionarle, criticarle, protestarle presionarle tienen que romper con él. Muerto Chávez los chavistas, finalmente, son libres. Puede surgir una oposición chavista.

El antichavismo, por otro lado, es como el chavismo: una identidad. Tiene su jerga, sus colores, sus gestos, sus hábitos, es toda una subcultura de compromiso político limitado, de cacería del momento privilegiado, de repugnancia al barrio e, incluso, de demanda una pureza infinita. Incapaz de tomar el poder el antichavismo se vierte en una cultura de la sospecha: ¿Quién trabajó en un ministerio, quien votó por Chávez, quien es suficientemente puro? Como tal el irredentismo realmente no tiene más sentido que el linchamiento metafórico o literal de la gente de mala raza, incivilizada. En esos años surge la idea de la transición. Pero la transición la hace el chavismo a su manera brutal y mafiosa sin consultarle a nadie. Incontables veces negociantes e irredentos hablan de transición sin tener control alguno de que pueda ocurrir

Así, llega 2014. Y  2014 es antichavismo puro: inmediatista, improvisado, brutal, cortoplacista sin consciencia de que haya  un mañana sin vocación de perdurar: fracasará y le seguirán dos años de desmovilización.  Pero 2014 también demuestra los niveles casi insurreccionales que alcanza el descontento. Plaza Tahrir, la rebelión de Túnez, las protestas brasileras contra el Mundial -incluso la Revolución de Terciopelo- no están en el mismo mundo del antichavismo. No es que carezcan de consignas, partidos políticos y figuras que ordenen el espacio público: es que no requieren de la palabra de orden para ser convocados ni de la figura política trascendente para tener consistencia.

Y allí donde los brasileños tienen todo un discurso sobre la ciudad, sobre sus derechos, los jóvenes venezolanos solo tienen la demanda de destruir al chavismo. Allí donde los jóvenes tunecinos o egipcios se convocaron solos los venezolanos requirieron a Leopoldo López y María Corina Machado.  Prueba, ciertamente, de cómo el chavismo deformó y degradó la vida pública pero también de como la “oposición” en tanto que es antichavista  es algo puramente negativo, potencial para destruir al chavismo  y no potencial  de producir alternativas, libertad.

Es allí donde entra la enorme fuerza de un gran descontento y de un gran rechazo. No solo al chavismo sino a todo un estado de cosas, a un modo de vivir a una racionalidad incluso que, basada en la apropiación y el saqueo, tiene en el malandro y el Pran sus figuras y  en la brutalidad y la vulgaridad su expresión. No en balde el caudillo trató de cederle feudos a los grupos criminales y Ávila TV gastó millones en presentar al malandro como héroe del pueblo, al Pran como líder popular y al barrio como la comuna de los malandros, es decir, tal como le veia la clase media chavista.

El chavismo es tan incapaz de enfrentar los problemas, de enfrentar la realidad que Misión Verdad, amaneció el 7 de diciembre de 2015 con titulares que anunciaban que la oposición iba a “cantar fraude”: en realidad sacó el 56% de los escaños y el 45% de los votos más de siete millones superando por dos al chavismo. Los chavistas no habrían debido de sorprenderse: el caudillo que había sido votado por 63 de cada 100 venezolanos en 2006 recibió el 55% de los votos en 2012 y Maduro 50 al año siguiente. El avance del antichavismo en los barrios puede verse en las estadísticas del CNE así como el retroceso del chavismo.

Por supuesto el chavismo no asimila eso: Perez Pírela, bufón nocturno, habló de “victoria perfecta” y la menor participación en elecciones posteriores y la decepción con el antichavismo les dio la idea de que podían recuperar esos votos idos.

Pero la de 2015 fue la última elección real y también el momento en que el elemento antichavista, idiosincrático y pernicioso,  empezó a disolverse en un descontento general. A todo esto contribuye la emergencia  de un chavismo disidente o “critico”: libres de la presencia del Amo los chavistas empiezan a distanciarse de Maduro y la ruptura se da primero entre bases que siempre pidieron, legítimamente, democratización y entre el mismo grupo gobernante. Surge así la Plataforma de la Defensa de la Constitución con la que aparece una oposición chavista y luego de la salida de Rodríguez Torres del gobierno el chavismo opuesto a Maduro obtiene su figura más conspicua.

Producto de la misma incapacidad del chavismo de tener democracia interna, espacios de disenso, tendencias, de la descomposición de un liderazgo calcado del militar convertido en configuración mafiosa, el chavismo disidente tratará de que sea posible la diferencia en el chavismo. Hasta entonces la débil noción de “interpelación” usada por algunos chavistas definía bien la actitud adoptada por los inconformes: el chavista no protesta, no presiona, no lucha, no maniobra, no se opone: solo interpela, es decir, jala la manga del padre y pide. Puede pedir de  nuevo, hasta reclamar, pero –amarrado por su propia lealtad-  nunca protestar. Por eso las feministas solo hablan del aborto cuando la constituyente las llama. Por eso no se denunciaba la corrupción, por eso aunque se lamentaban de la muerte de dirigentes campesinos nadie se atrevía a reclamarle   al caudillo su silencio, a protestarle, a presionarle para que actuara, a denunciarle: solo se le interpelaba, lo que quiere decir, se le pedía o se le rogaba.

El chavismo siempre fue el tejido entre un vínculo entre el amor y la lealtad y otro entre el amor y la ilusión. Por ellos el chavista tenía siempre pre-definido el rango de su libertad: cuanto podía actuar sin dejar de ser leal y que podía creer sin dejar de creer en Chávez.  Pero con la muerte de Chávez ocurre un giro: ese Chávez imaginario que anida en el cuerpo de cada chavista puede ser usado contra Maduro. No el Chávez real que dejó privatizar las cárceles a mafias o que miraba para otro lado cuando mataban a sus militantes. No el que ocultaba las cifras de homicidios, no el que dejó hacer a Alejandro Andrade y negociaba negocios turbios con Kirchner. No el que no terminaba las obras que iniciaba y arruinó los servicios públicos imponiéndoles una administración arcaica sino ese Chávez mítico que es Bolívar y es Cristo, que era honesto y eficiente y que se equivocaba solo por ser demasiado bueno para este mundo.

Y así, libres de oponerse a Maduro siendo leales a Chávez, hace una disidencia chavista en el momento en que surge una nueva oposición –u oposiciones-  nuevas pero no tanto. Que arrastraba un rechazo gigantesco a la necropolitica chavista, que abarcaba ahora a sectores chavistas y de izquierda pero –y esto se revelaría fatídico- todavía dependía de la clase política emergida con el triunfo de Hugo Chávez.

II

La nueva oposición u oposiciones tienen entonces ese problema: es un caso de lo nuevo que no puede nacer oprimido por lo viejo.  Mesa de la Unidad Democrática había surgido años atrás como un esfuerzo para coordinar a estos fragmentos y se convirtió en la entidad que capitalizó –no hay otra palabra- el descontento expresado en las elecciones de 2015 y las manifestaciones de 2016 y 2017.

Y la MUD aunque  engloba, sobre todo a los negociantes también abarca a los irredentos. Queriendo elogiarla Mires dirá que esos políticos tienen que dedicarse a las elecciones que es lo que saben hacer, es decir: postularse para cargos y ocuparlos. Está confesando, sin quererlo, que estos no son cuadros profesionales, intelectuales u organizadores el espacio público muchísimo menos gente preparada para la lucha democrática contra un gobierno no solo autoritario sino necropolítico.

Se entiende que muy pocos en Venezuela tienen esa preparación, que la oposición ha nacido al menos 10 años tarde y está en las manos de los que la han hecho imposible. Ramos Allup, el más chavista de los antichavistas hablaba de sacar a Maduro en 6 meses en un país donde no existe impeachment y donde ya el chavismo había colonizado al Poder Judicial. Gente cercana a políticos de Alianza Bravo Pueblo comenta que los diputados decían “no hay apuro en derrocar a Maduro” “que se viva su crisis”.

Y como siempre el Chavismo huye hacia adelante: en enero de 2016 declara la emergencia económica, es decir, el estado de excepción y el TSJ convalida cada una de sus decisiones. Tribunales le quitan la mayoría calificada acusando a diputados electos de fraude sin jamás repetir las elecciones, los ministros y militares  son eximidos de ser interpelados por el legislativo, es decir, nace una tiranía que será consumada por la Constituyente mientras los políticos fantasean con candidaturas presidenciales para 2018 y Ramos Allup, el más vil de todos, se convierte en la nueva estrella del antichavismo.

Había que diseñar una respuesta inmediata, aprovechar la coyuntura del revocatorio, no desmovilizarse. Pero las movilizaciones no se dan hasta Abril y luego continúan en la segunda parte del año, y en la MUD parecen entender muy poco la gravedad de la situación: los antichavistas, como siempre, fantasean con que ahora si saldrá Maduro pero eso no ocurre.

Es en 2017, con las protestas contra las decisiones del Tribunal Supremo que amplían todavía más los poderes del ejecutivo es cuando realmente termina de nacer, finalmente, la nueva oposición venezolana. En si el chavismo ha arrinconado a los negociantes en el lugar de los irredentos y ya existen también oposiciones chavistas y de izquierda.  Pero es un nacimiento triste porque de la nueva oposición su madrastra es la MUD y su hermanastra el antichavismo.  El descontento y el rechazo están allí, la capacidad para superar la política del negociado, del putsch y del linchamiento. Y la gente sale a veces en paz a veces enfrentando a la policía, se para frente a las tanquetas, se desnuda frente a los policías armados con perdigones, escupe la cara de los policías que la golpean y sale una y otra vez,  armada con escudos o con las manos vacías y parece que los viejos modos quedaran atrás.

Es la democracia que nace pero tiene delante de ella al chavismo que no solo le envía la represión sino que la somete a la lotería de la muerte bajo el ataque de pistoleros, que la ahoga en gas lacrimógena, que la empuja en un rio pútrido…¿no son estos todos los dolores de crecimiento?. Ya es bastante problema esa enorme represión, las detenciones indiscriminadas destinadas a que la gente no tome la calle, es un gran problema que la oposición y la lucha democrática han nacido al menos 10 años tarde…pero no es el único problema.

Es la MUD la que convoca, es ella la que organiza. Y sus políticos no entienden los ritmos. Agotan, sobresaturan, no le dan a la gente tiempo para descansar, no entienden que el chavismo juega a elevar los costos de salir a protestar. No entienden que la lucha podría tener que prolongarse por meses.  ¿Cómo podrían entender? ¿Cómo podrían saber? Allup habla de volar Drones y su esposa aparece en la portada de una revista del corazón, ellos no trabajan para vivir, no pasan hambre y muchos ni siquiera se arriesgan en las marchas.

Era necesario, evidentemente, un cambio de ritmo, de táctica. Pero la mentalidad antichavista lo prevenía: podían convocar a más gente pero creían que no podía haber más. Tenían que entender, sin desalentarse, que no iba a ocurrir un cambio o un quiebre inmediato en el gobierno, que había que buscar la forma de garantizar persistencia y duración. No era una situación fácil y no había respuesta sencilla.  Pero es ahí donde entra el “trancazo” o “guarimba” el cierre forzado de calles.

La protesta siempre tiende a la violencia y esta es parte de aquella. En toda protesta masiva siempre llega el punto en que el tumulto y la violencia exceden a la movilización misma. Pero en  Venezuela descompuesta, desorganizada, oclocratica es peor: la tendencia es que la violencia tome la forma del saqueo y del linchamiento. Ya estaban ocurriendo los saqueos en todas partes, a la par de las protestas contribuyendo a un clima general de miedo pues en 2017 había miedo y rabia pero muy poca esperanza y los muchos todavía se convocan al llamado de la MUD es decir, de la lumpenpolítica.

Pero cuando se impone la política de los cierres de calle ya no se trata de si los manifestantes combaten a la policía o levantan barricadas. No solo la acción deja de ser expansiva, de extenderse por la ciudad sino que  se encierra en lo idiosincrático, en el patio, en la calle de enfrente. Las calles son cerradas y donde había miles de personas quedan unos pocos manifestantes. El objeto es forzar por dentro el bloqueo que no se puede hacer fuera, forzar el paro nacional, político pensado por una dirigencia que no entiende que un gobierno que depende de enclaves mineros no es perjudicado por un paro y más bien se beneficia del colapso del comercio.

Pero ese no es el único problema. Es que el antichavismo, hermanastro vil, ha terminado una vez más con la democracia. Y el antichavismo es el oklos: la chusma, la venganza, la turba y el linchamiento, el odio sin fin del otro chavismo, del otro cesarismo, que nunca llegó a ser: el resentimiento de un mundo perdido para siempre. Si a finales de Abril la imagen de la movilización era una señora parándose delante de un blindado de la GN a principios de Junio era la de un joven prendido en llamas –por ser chavista o malandro, es lo mismo. No es solo que el linchamiento y el saqueo: siempre paralelos a la protesta pacífica y violenta, se haya impuesto lo que demuestra  que la racionalidad típicamente oclocratica, se ha impuesto es que el ciudadano común pasa a ser un enemigo: ya no se quiere que la gente esté en la calle. Edificios son sellados con cadenas el transeúnte se vuelve un enemigo, alguien que no está siguiendo la línea, que no hace lo que se espera de él. Y así, si al frente de la multitud  estaba la PNB y la GN, las balas de los colectivos, en la retaguardia estaba el “trancazo” la guarimba.   La calle fue despoblada, la gente desmovilizada y la constituyente llegó con su horror y su tiranía.

Así, el largo plazo del chavismo resulta equivalente a la sumatoria de todos los cortos plazos y las dilaciones del antichavismo y el área de su expansión a las contracciones que la oposición antichavista le impone a la democracia.  En 2018, durante la reelección forzada de Maduro que, como sabíamos, iba a llevar al país a una crisis todavía peor solo los sindicatos solitarios mantuvieron la resistencia y la desobediencia civil de la que los políticos hablan.

En Chile, “acerofuerte” -estalinista o trotskista vaya uno a saber- se burla de que los trabajadores opuestos a Maduro son tan ficticios como la oposición democrática en Siria, mientras Rubén Gonzales languidece en La Pica. En Venezuela un irredento –neoliberal o Alt-Right- se burla de las enfermeras y los obreros de ferrominera que piden dádivas y no luchan por un cambio mientras el Sebin asedia a las enfermeras, los obreros y los médicos. Un secreto hilo los une y no lo saben.

IV

Tal vez no haya muchos precedentes para lo que ha pasado en Venezuela desde el 10 de enero. En esencia, la dirigencia de oposición ha sido objeto de un take over empresarial: el gobierno de los Estados Unidos ha tomado control de su agenda, de sus operaciones y de todas sus actividades. Guaidó se ha convertido, para todos los efectos, en su representante y operativo local. Y esto no tiene ninguna intención peyorativa: solo por ese inmenso poder Guaidó no es irrisorio como la Fiscal paralela, el TSJ paralelo, y la misma Asamblea Nacional de la que es parte. Y es un agente que el pasado 2 de Febrero, convocó una de las movilizaciones más grandes vistas en este país.

Entre los mismos antichavistas hay quien se alegra y esperanza por esa toma de poder: los venezolanos ya no están a cargo. Y si se ve bien, tienen razones para estar alegre: la dirigencia antichavista es torpe, cortoplacista, manipuladora, corrupta y en general ineficiente. Que haya estrategia calculadas desde hace tiempo por operadores competentes debe generarles un enorme alivio.  Pero esto también significa que la tendencia venezolana a la trascendencia está llegando a su extremo: ya no es solo la base de la oposición la que no se convoca o constituye por sí misma, sino la dirigencia la que ha sido subsumida la que no puede convocarse o constituirse.

Con el chavismo había pasado ya algo parecido. Un proyecto totalitario no es la mera captura de una sociedad por el estado, es la captura del estado por un supra estado (usualmente un partido único). Pero como el chavismo es una red caudillista y clientelar de relaciones personales trazadas en torno a Chávez no un partido con una racionalidad para-estatal como el PRI, el fascista o un Partido Comunista al componerse el chavismo tomó al mismo estado como material y lo descompuso al tiempo que descomponía al país: el soldado y el funcionario público ya no estaban unidos por vínculos jerárquicos sino personales al Rey-Sol. La riqueza pública en sí, pasó a ser el patrimonio personal del caudillo como propietario privado del estado lo que explica la impunidad con que operó Alejandro Andrade y que, según el mismo Lula, el brasilero tuviera que decirle a Chávez “tú no eres dueño de Venezuela”.

Más para el chavismo no es posible que un supra-poder todavía superior recomponga al estado chavista. Chávez y Maduro buscaron sus aliados en Eurasia, y lejos de las áreas de influencia ni Rusia ni China pueden comprometerse en una alianza como la que se ha dado en Siria y mucho menos en un plan como el que está haciendo el gobierno de Trump. Si la descomposición de la oposición favoreció la intervención Atlántica la del chavismo dificulta mucho la de Eurasia.

En un país con una aversión tal a la inmanencia, con tal tendencia “natural” hacia la trascendencia es de esperarse que abunden las figuras crísticas o cuasi crísticas pues cristo es la cruz y la cruz es el cruce entre la inmanencia y la trascendencia, el más acá y el más allá. Ya entre el antichavismo, sobre todo el irrendentista, se habla de los EEUU no como una entidad geopolítica concreta sino como un Ideal y  como una suerte de providencia que, ironía de ironías,  ha reemplazado a la del estado y Guaidó aparece ya un poco como cristo, como la cruz viviente que presenta esa providencia ante los venezolanos y a estos ante  ella. No importa si su papel en nuestra historia es corto o desafortunado o lo contrario: ahora personifica la aparición de una fuerza poderosa y buena que brinda la salvación. Y el salvado ¿no es un dominado siempre?

La salvación emancipa del dominio puro y endeudado con el salvador, cosa que ya había ocurrido de otra manera con Chávez, que reemplazó la deuda financiera del neoliberalismo con la deuda  caudillista y clientelar. En la medida en que la crisis venezolana se hace más difícil de resolver se pasa del campo del rescate –que es cooperación- al de la salvación. Los modos y consecuencias de la misma quedan en manos del salvador y no extraña que los venezolanos, en esta hora critica, estén más beligerantes que a la expectativa y si pasan nuevamente a la beligerancia será, una vez más, gracias a una palabra de orden.

Esto es un problema pues, en la medida en que el chavismo se atrinchera en el poder, y que no sabemos que harán los EEUU haría falta una presión interna continuada y bien aplicada que, combinada con la externa, pudiera crear la ruptura que crease las posibilidades –las libertades- que en la presente situación están negadas. No es expectativa sino beligerancia lo que deberían demostrar los venezolanos. No ingenua alegría en que “todo está resuelto” sino prudencia y serenidad que impida que, ante la complicación y la adversidad, la desmovilización de dos años que ocurrió en 2014 y la de año y medio desde 2017 no se repita.

Si en años anteriores la confianza ni pudo fluir entre los iguales, entre los hijos, si no pudieron convocarse unos a otros sino parcialmente o para cosas viles –el linchamiento, el trancazo- ahora ya no puede fluir siquiera entre los mismos venezolanos: los padres tienen padres y los superiores superiores. Se confía en Guaidó porque ofrece una salida, una posibilidad pero también porque  moviliza fuerzas que ya no son las de los venezolanos. Semejante ruptura no puede quedar sin consecuencias incluso si el futuro nos niega nuevas amarguras.

 

(1) Jeudiel Martínez es profesor del Departamento de Teoría Social de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales (Faces-UCV) e investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, como integrante del Programa de Becas de Apoyo a la Investigación José Carlos Mariátegui 2016 que otorga la Fundación Celarg, al cual fue seleccionado mediante concurso presentando el proyecto “Las historias como hachas de guerra: mitopoiesis y acción política en el cómic latinoamericano”

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