LA ACTUALIDAD DE UNA DEMOCRACIA DE LA MOVILIZACIÓN Y DEL COMUN[1]

Alexandre Mendes

 

Introducción

Escribir en el momento en que todo parece confuso y el campo de las posibilidades de acción se muestra, como mínimo, turbio es un desafío. La tentación es quedarse apenas observando, dejar los días pasar, aguardar nuevas movilizaciones, a la espera de un instante de claridad y calma en el complejo campo de fuerzas que se estableció hace dos semanas. Con certeza, serian menos los errores y más ágil el pensamiento. La prudencia manda quedarse quieto y observar. En las propuestas de movilización y actividades callejeras, por un tiempo, gano terreno el mismo pensamiento. Sería tiempo de dejar el mar tormentoso y amorfo pasar, para después volver a remar en dirección a un lugar cierto y preciso.

Debemos correr el riesgo de actuar en el sentido contrario, escribiendo, tomando decisiones y proponiendo nuevas acciones, a partir, exactamente, del corazón de esta combinación caótica?

Creo que sí. Y el retorno de los encuentros para organizar nuevas acciones camina en la misma dirección. El tiempo está más acelerado que nunca y no conviene abandonar nuestra capacidad de conducirlo de forma virtuosa. Abandonemos el rigor disciplinar de la “buena conducta y análisis revolucionario”, dejémoslo de lado, en pro de una apertura a la experimentación y a la tentativa de esbozar pequeños, inestables, precarios, pero permanentes mapas de lucha y reflexión. Nada nos impide, mañana, arrugar el papel y arrojarlo a la basura, volvernos a la frustración de una acción no exitosa, hacia una nueva propuesta de acción. Seríamos imprudentes? Ahora bien, ¿no sería la prudencia, desde los griegos, el mejor antídoto para combatir el miedo y la cobardía al posibilitar la realización de conductas en medio de la sorpresa, el riesgo o lo contingente?

La cuestión, entonces, no sería “actuar o no actuar”, sino que como actuar en el interior del actual campo de disputas y acontecimientos. Este parece ser el tono de las discusiones que toman nuevamente las asambleas, plenarios, encuentros informales y eventos políticos. Nuestro esfuerzo, esta direccionado hacia ese mismo desafío. No pretendemos pontificar ninguna “solución” final o esbozar un manual de conducta. Nuestra tarea es apenas lanzar algunos puntos de reflexión, lineas de un mapa, que espero, colabore con las recientes movilizaciones.

La situación está mejor que antes. Salimos del consenso univoco y silencioso hacia el disenso generalizado y polifónico.

En el momento en que vientos pesimistas se aproximan, es preciso declarar que, a pesar de todos los riesgos, la proliferación veloz de las revueltas urbanas que tomaron el País nos coloca en una situación mejor que la anterior. El consenso que se había establecido a partir de la dinámica de los megaeventos, del neo desarrollismo economicista, del proyecto único de gobierno definido “de arriba hacia abajo”, estalló. El Brasil Mayor quedó destrozado en numerosos fragmentos lanzados en todas direcciones. En el campo político, estaba formado por un tejido de alianzas que paulatinamente fue cerrando todos los canales democráticos de disenso y forzando a las múltiples visiones y realidades a reducirse al “Uno”. No es por casualidad, que Rio de Janeiro fuera el laboratorio privilegiado de ese fenómeno. El poder político, económico y simbólico intento hacernos creer que éramos “Un Rio”, pero la ciudad implosionó-explotó de rechazando de modo salvaje la operación de reducción. La sumatoria de fuerzas, que fue presentada como solución a la crisis de la ex capital, se convirtió rápidamente en un “aplanadora” que atropellaba todo y a todos.

Por más que, en el humo de los escombros, el “Uno” esté intentando reafirmarse a partir del revés –la unidad del “pueblo” – la multiplicidad recuperó su capacidad de afirmarse políticamente y de constituirse como horizonte de lo posible. Nuestra tarea es evitar que ella sea nuevamente aplastada por un trágico encuentro entre el Brasil Mayor (en crisis) y el “gigante que despertó”. Urge la proliferación de instancias que multipliquen continuamente diferentes formas de vida y de expresión. Afirmar una paleta de mil colores que rechaza una sola bandera, garantizarnos el derecho al disenso contra todas las tentativas de reconstruir, en bases aún peores, el consenso que el actual ciclo de luchas destrozo. Todo indica que, y al contrario de las previsiones más pesimistas, ese camino se ha mostrado más adherente a las movilizaciones que las amenazas fascistas realizadas en las protestas anteriores (ahora reducidas a los patéticos manifestantes  que ocuparon una Av. Rio Branco vacía)

Los riesgos son nuevos, pero las oportunidades también. Saber aprovecharlas es uno de los desafíos más complicados e instigadores del actual hacer-movimiento. Y debe comenzar ahora.

 

El ciclo de luchas coloca en evidencia la centralidad del derecho a la ciudad. Estamos viviendo la primera huelga general metropolitana.

Que la insurgencia generalizada haya iniciado a partir de una lucha por el derecho a la movilidad no es mera coincidencia. Si antes la ciudad era el “soporte” para unidades de producción que determinaban diferentes usos del territorio según una lógica disciplinar-fabril, comercial o administrativa, en las últimas décadas lo urbano se ha constituido como el propio terreno de la producción y de aquello que es producido. Una producción social, difusa y permanente que no puede ser más separada de la llamada esfera de la “reproducción”, aquella que corresponde a la propia vida. Producción de lo urbano y de la vida urbana no solo coinciden en cómo se alimentan mutuamente. Las luchas que tradicionalmente fueron (y aun son) realizadas bajo el signo de las “condiciones de trabajo”, en lo urbano significan batallas a ser dadas en el campo de los servicios urbanos y sociales. La amplia aceptación de la población al movimiento de reducción de los pasajes y de las mejoras en el transporte público (inclusive “con disturbio”, asustando al populismo televisivo) no traduce nada más que la constitución de un terreno común de lucha, que es la “fábrica difusa” de la propia ciudad y sus servicios

Está declarada la huelga general del trabajo metropolitano! Las metrópolis pararan lo mismo que aquellos que habitualmente son colocados por los media como “victima de los trastornos” apoyaban enfáticamente la lucha que se volvió incontrolable. Lo que ya aprendemos de esta revuelta es que, así como los obreros de diversas “categorías”, los habitantes de las metrópolis pueden unirse y articular produciendo una acción conjunta de efectos impresionantes. Con las redes sociales (por que no la llamamos el nuevo ámbito sindical, sin excluir el tradicional) eso puede ser realizado en coordinación simultánea con centenares de ciudades, en Brasil y en el mundo. Fue lo que nosotros hicimos y aun suena increíble.

No hay que olvidar que las nuevas luchas en torno a la dignidad de la vida urbana incluyen el propio derecho de producir lo urbano, en la clásica y anticipada visión de Henri Lefevre. Poseemos instituciones que democráticamente permiten esa producción? Sin duda este desafío esta puesto, pero una cosa ya está determinada: la huelga metropolitana funcionó como un verdadero proceso “destituyente” de formas de governance de las metrópolis que monopolizan la prerrogativa de producción de lo urbano. La conquista de los veinte centavos representó una victoria inconmensurable porque arranco de las manos del gobierno y de las empresas el poder determinar, a partir de contratos sospechosos y gastos sigilosos, el precio de la tarifa. La demora y el rechazo de los gobiernos para anunciar la medida, así como de aquellos que deberían ser progresistas, comprobó que el movimiento se adentró en el área del avispero. Una grieta se abrió en las estructuras antes impenetrables de lo público-privado.

El desarrollo del proceso de lucha acusó a otro movimiento «destituyente», ahora referente a la urbanización VIP estimulada por la dinámica de los grandes eventos, pero también por la especulación inmobiliaria con sus arquitecturas falsamente exuberantes (que esconden en verdad una terrible miseria). La aceleración del proceso de expropiación de los bienes comunes, la imposición de una estética y de formas de vida elaboradas por el marketing previsible de las empresas, el cerco y la mutilación de espacios de alegría, de convivencia y de encuentro de los habitantes de la ciudad, la segmentación basada en la propiedad y la renta de los lugares de enriquecimiento despertaron paulatinamente un rechazo radical del modelo. El «estándar-FIFA», con sus zonas exclusivas y mayordomías selectivas, ostentadas al lado de servicios sociales degradados (salud y educación), está siendo severamente cuestionado hasta el punto de hablar que » não vai ter Copa». Y la calle, que, en la propaganda, debería ser la mayor grada de Brasil, justamente para albergar a todos aquellos que se volvieron súbitamente «sin-estadio», se transformó en el lugar de los nuevos enfrentados por otra forma de producir lo urbano. No sabemos, ahora, si las grandes movilizaciones callejeras, con cientos de miles de personas seguirán paralizando las ciudades y las mentalidades. El hecho es que estamos viviendo una desterritorialización del movimiento, con pequeñas protestas estallando en varios lugares al mismo tiempo. Las periferias y favelas, cuya participación muchos dudaban, fueron a la calle y abrieron la desigualdad del tratamiento policial entre clase media blanca y población negra y favelada. Es al mismo tiempo fabuloso y aterrador acompañar la movilización de las favelas. Una juventud valiente y virtuosa va a la calle pero las balas no son de goma. Posiblemente, en Río, esas protestas servirán para desnudar la violencia policial extrema, de una policía que estaba vendiendo al mundo la idea de «humanización», «pacificación» y aproximación comunitaria. Sea en lugares «pacificados» o no, la total incompatibilidad de la policía con la democracia se torna evidente. La continuidad de los movimientos nos colocará, por cierto, en una oportunidad única de desactivar esa máquina de matar. No podemos perder esa oportunidad.

 

  1. La huelga general tiene clase. Su nueva composición no está domesticada por la noción de “Clase C”

En los últimos años, varios analistas han comentado la urgencia veloz y significativa de una «nueva clase media», representada por la capa de la población que conquistó renta y nuevos espacios sociales en el contexto del Gobierno de Lula. Rápidamente, economistas, empresas y gobiernos comenzaron a diseñar nuevos moldes para ajustar a los nuevos consumidores en estrategias de venta y estímulo al «emprendedurismo». La periferia, y sus mediadores, adquieren una nueva centralidad, denominada por Marcelo Neri como «el lado brillante de los pobres». Como la metáfora indica, se imaginó que la nueva «Sierra Pelada» podría ser excavada pacíficamente dando buenos frutos a todos los que hubieran leído el libro Misterios del Capital de Hernando de Soto y colocado en la cabecera. Pero no sólo el capital, también la «clase» tiene sus misterios. Uno de ellos es que la clase, lejos de ser definida por rasgos sociológicos, es engendrada continuamente por las luchas. La actual huelga metropolitana, así, funciona como un dispositivo que, al mismo tiempo, es resultado de esa nueva composición de clase y funciona produciendo esa clase. Esta producción es aquella correlata a la propia producción del urbano y sus múltiples centrales. No es por casualidad que al principio de las movilizaciones encontrábamos la expresión más potente de los nuevos personajes que entraron en escena: los jóvenes que conquistaron nuevos espacios sociales (entre ellos la universidad), nuevas condiciones de desear y luchar, y que también atraviesan y componen diversas formas de organización política. El terreno de disputa de ellos es la ciudad, sus usos y sus posibilidades. Una fina y casi invisible articulación, con el tiempo, fue siendo tejida hasta que la reducción de la tarifa se colocara como punto de encuentro de las muchas y variadas dimensiones de esa nueva composición. Los jóvenes gritaban consignas, los señores de edad, los padres y las madres, aplaudían. La clase C que estaba para ser domesticada por el consumo, la policía de pacificación y la formalización autoritaria, entró en un proceso rápido, intenso e insurgente de hacer-multitud.

La huelga metropolitana, entonces, puede servirnos para una amplia revolución y reflexión sobre las políticas destinadas a la domesticación de la clase que se instituye en el proceso de lucha. En los procesos de «integración» soñados por los ideólogos del Ayuntamiento de Río, por ejemplo, se imaginó que la «nueva clase media» adentrar en el sector de servicios de manera pacífica y ordenada, incluso con su prestación pésima y sus tarifas altísimas. Se pensó que los jóvenes (y antiguos comerciantes) desearían ser nuevos emprendedores de la ciudad-empresa. Que los habitantes de la favela deberían ser removidos para emprendimientos de Mi Casa, Mi Vida, para tener una vivienda digna. Que para trabajar, los ambulantes necesitaban ser regularizados y disciplinados a partir de puntuaciones estúpidas y determinaciones serviles. Que los jóvenes que producen cultura, nuevos medios, tecnologías y lenguajes, deberían ser controlados por los recientes museos de la Fundación Roberto Marinho y por las baboserías de la «ciudad creativa». Pero ellos no quieren nada de eso. Quieren producir lo urbano a partir de formas de sociabilidad autónomas, horizontales y democráticas. Y, para ello, hay que conquistar más derechos, servicios urbanos, espacios, libertades y apropiarse de mucho más riqueza de lo que la promesa de crecimiento gradual ofrece.

Mucho más que una sociológica nueva clase media lo que estamos viendo es la constitución de la clase como producción de subjetividad: una construcción política que resiste a todas las estadísticas. La intensidad de la producción explica cómo puede haber un extraordinario levantamiento insurreccional en un ambiente que era visto como consensual políticamente y estable económicamente. Los determinantes objetivos se demuestran inofensivos precisamente porque no percibieron la dimensión ontológica, radical y productiva de la nueva subjetividad. Los tecnócratas neoliberales, cada vez más adulados por los gobiernos del PT, no sólo no entienden ese fenómeno, como insisten en políticas que, si no son inútiles e ineficaces, son verdaderamente anti-democráticas. Una economista carioca, que ocupa un lugar destacado, llegó a imaginar que la combinación entre el mercado financiero y el tercer sector podría presentar proyectos dichos sostenibles para la favela. Pero están todos quietos y asustados ahora. Y hay que aprovechar la ola de protestas para ajustar las cuentas y sustituir a los teóricos de la domesticación por nuevos cuadros que comprendan en su dimensión virtuosa y salvaje el trabajo y el deseo de la multitud. Lo que parece claro es que neoliberales y neo desarrollistas han sido desafiados por una doble negación: la del Brasil Mayor que gradualmente transformaría a la clase que lucha en «clase media» a través de un programa de estímulo al crecimiento y pleno empleo y con la homogeneización del crédito y del consumo; la de la ciudad-empresa que la integraría a partir de la dinámica de los servicios (ineficientes y caros), del emprendimiento cultural, terciario y creativo. Los megaeventos deberían pavimentar ese puente y conectar los nudos de las metrópolis-empresas en la gran red de Brasil Grande. Pero todo eso está colapsando… Y lo que aparece ahora en contornos reales es tan sólo la crudeza de la violencia de la política y de los gobiernos.

 

  1. Evitar las identidades, hacer crujir la forma-partido

En el último fin de semana (22 de junio de 2013), el que recorrió las reuniones del campo progresista, percibió que en algunos militantes había una voluntad subliminal o expresa, tal vez justificada por el miedo y la incertidumbre, de que todo volviera a lo que era antes. «Al menos no teníamos el riesgo del fascismo y nuestras banderas no eran atacadas». Algunas propuestas eran bastante reactivas, como la formación de un «frente» para defender los colores, tradiciones, banderas y protocolos del movimiento de izquierda. Si el fascismo aparece como una situación tan problemática como minoritaria (espero!), Lo que, de hecho, llama la atención es la base social amplia que apoyó y transmitió las críticas a los mecanismos internos y externos de los partidos políticos[2]. La extrema derecha intentó surfear en esa ola, pero el hecho es que, aun cuando las protestas eran pequeñas, muchos militantes presentaban la preocupación por mantener la autonomía del movimiento y evitar una perjudicial cooptación. Y después de haber sufrido una injusta violencia (en los actos mayores), que fue apoyada por una intensa y sonora silbatina, los partidos políticos o se quedaron reactivos-identitarios o nunca más serán los mismos. La segunda opción parece ser la más prometedora, en el sentido de aprovechar nuevos agenciamientos colectivos que puedan atravesar virtuosamente en la llamada crisis de la representación, multiplicando ámbitos innovadores de organización y producción de lucha. El desafío parece ser, al mismo tiempo, evitar el desgastado vanguardismo, que irrita a tantas personas, y la cooptación oportunista de los flujos de movilización joven, como bien registró Giuseppe Cocco en el artículo «No existe amor en Brasil Mayor» (Le Monde Brasil, 2013 ), que precedió, en días, al poderoso levantamiento democrático que estamos viviendo. Ni el partido-fábrica, con sus gerentes, cuadernos de orden y disciplina, ni el partido-finanzas, con la cooptación móvil y flexible de los flujos producidos autónomamente por la lucha. ¿Será posible reinventar a los partidos de izquierda en la dirección de una especie de tela rizomática, que permitiría la libre y potente expresión de varios puntos o nudos articulados e insurgentes? Esta es una cuestión que, en mi opinión, está planteada por el actual ciclo de luchas.

 

  1. Mantener el poder constituyente de la movilización: producir el comum

De la misma forma que, en quince días, salimos del consenso silencioso hacia el disenso generalizado, también realizamos una profunda mutación en la pauta política oficial. En un gobierno tecnócrata y frío, que nunca o muy poco escuchaba a los movimientos, y que sólo entonaba los términos modernización, enfrentamiento de los cuellos de botella, exportación, crecimiento del PIB, grandes emprendimientos, etc., conseguimos introducir una nueva gramática y el retorno de la palabra política, anunciada como objeto de reforma. La centralidad de los derechos sociales y la relación entre movimientos/movilizaciones sociales y gobierno volvieron a la agenda de la Presidencia, aunque todo sigue siendo una incógnita. La reforma política anunciada por la vía de la constituyente exclusiva, ahora sólo por plebiscito, está lejos de ensayar cualquier solución para el impasse, pero tampoco debe descartarse como apertura para nuevas reflexiones y acciones. El problema jurídico era esperado y el constitucionalismo revela su principal y cómico límite: la incapacidad de lidiar con las transformaciones sociales y el poder constituyente de las calles, siempre relegados (y pesimamente estudiados) al momento pre-constitucional e institucional. De ahí el vaivén de las opiniones jurídicas y los límites de la técnica constitucional moderna. Si es fácil afirmar que el constitucionalismo es el triunfo contra las mayorías para que los derechos fundamentales no sean violados, mucho más difícil es concebir una constitución abierta a las movilizaciones radicalmente democráticas y que no se presenta como una piedra en nuestro camino. Esta es otra tarea de las luchas, y que debe sacar a los juristas de su confort repetitivo y solemne.

La cuestión central, por otro lado, no parece ser promover un aggiornamento institucional de sesgo democrático (aunque esto es recomendable e importante) que simplemente responda a la movilización. Algo pensado como una especie de remedio para curar nuestra voluntad de ir a la calle. Cualquier respuesta planteada en estos términos presupone un deseo de cerrar el proceso, concluir las insurrecciones. Pero, por el contrario, el tormentoso, emocionante y necesario desafío parece ser pensar la propia democracia como una apertura permanente a la movilización y a los procesos instituyentes. No operar respuestas reactivas, sino promover espacios políticos permanentes que puedan mantener la relación entre movilización y gobierno como un proceso de textura abierta. En este sentido, la mejor «solución» que el gobierno puede tener ante las protestas, es tomarlos como un verdadero arte de gobernar: forzar el aprendizaje, dejarlos penetrar, dejarse afectar constantemente, permitir el atravesamiento, crear una pedagogía de la insurgencia que pueda calentar la máquina que gobierna, fríamente, los asuntos públicos. Se sabe que militantes, intelectuales y políticos se dedicaron desde los años 1980 a pensar, en general, una democracia participativa y descentralizada, de bases locales o no, que privilegiase el acompañamiento de la población interesada y afectada en las políticas implementadas por el Poder Público . Y así se imaginaron algunos importantes capítulos de la Constitución Federal y legislaciones que tratan de la salud (SUS), de la ciudad (Política Urbana, art. 182, y el Estatuto de la Ciudad), de la cultura (la reciente «PEC de la cultura») y de la cultura, (LDB y FUNDEB). Esta partitura de ámbitos institucionales expresa, sin duda, el resultado de las movilizaciones que ayudaron a democratizar a Brasil y lucharon contra el estado centralizado y burocrático de la dictadura militar.

Sin embargo, los mismos sujetos citados arriba son, hoy, aquellos que más critican e identifican una crisis o un impasse en la efectividad y la eficacia de esos instrumentos de democracia participativa. ¿De qué forma las recientes movilizaciones pueden ayudarnos a romper esa crisis? ¿Es posible pensar en una democracia basada, no sólo en la participación, sino sobre todo en la movilización? Una democracia que animará o transformará las instancias participativas en verdaderas movilizaciones institucionales de carácter permanente? Sería, sin duda, presuntuoso querer dar una respuesta a esta cuestión. Si bien es cierto que la proliferación de instancias sin el instituyente, o sea, de ámbitos que se han vuelto falsamente democráticos, forma parte de las innumerables razones de las luchas actuales, la posibilidad de mantener una transformación constituyente, que no se confunde con la reforma , sólo puede ser dada por el propio movimiento. Entre las numerosas trampas montadas para vaciarlo, existe la de la dicotomía entre público y privado. Si la crisis del Estado Social lleva consigo progresivamente la existencia de los servicios estatales, que eran movidos por grandes bloques de representación política y por fuertes inversiones e instrumentos fiscales, el reajuste neoliberal que, en Brasil, a partir, principalmente, de 1995, colocó en la agenda el llamado «Estado regulador», basado en la expansión de las concesiones y permisos al sector privado, arrojó las políticas públicas en un agujero negro de negociaciones cerradas, escasas y antidemocráticas. La regulación pública autónoma, la prometida eficiencia y regularidad de los servicios, la modicidad de las tarifas y la seguridad del usuario no sólo se convirtieron en mitos, sino que comenzaron a generar un sentimiento justificado de revuelta e indignación en la población. De ahí que la doble crisis exige no sólo la apuesta en la participación, sino la imaginación de servicios que, además de los estatales o privados, sean servicios comunes. Es la hora de romper las subordinaciones que los usos y los bienes comunes poseen con respecto al Estado y al Mercado y afirmar nuestra capacidad de gestionar los servicios a partir de formas compartidas y radicalmente democráticas que caminan paso a paso con la producción social y común de lo urbano. Lo que el movimiento por la Tarifa Cero muestra de interesante es que los costos para viabilizar la cobranza pública o privada de las tarifas son altísimos y acaban por bloquear la producción del común urbano por la inmovilidad. ¿No sería esa la discusión que se da en diversos campos que plantean la expropiación de lo común como uno de los problemas centrales del capitalismo contemporáneo? El saqueo realizado en las redes de la cibercultura, en la producción de saberes, en las tierras y bosques, en los recursos ambientales, en el propio lenguaje, en las formas contemporáneas de trabajo y en nuestros modos de vida. El patrón-FIFA es una auténtica máquina de expropiación de las pasiones, del deporte, de la cultura y de los comunes urbanos. Que hayamos vivido un poderoso levantamiento, uno de los más grandes del mundo, contra esas formas de apropiación es de hecho increíble.

¿Cómo realizar políticas comunes? Sabemos que para hacer efectivo de manera justa la tarifa cero necesitaríamos suponer que todo el presupuesto público y toda la facturación privada, es decir, toda la riqueza producida de forma común, pueda abrirse hacia un amplio debate de opciones, elecciones y decisiones compartidas . «Queremos las planillas y queremos decidir ahora sobre ellas». Vean que todas las instancias de decisión y todo el resultado de la producción deben abrirse en el mismo movimiento. Lo que se denomina caja negra de los transportes es exactamente el punto neurálgico de la relación público-privada que alimenta la expropiación de la producción urbana. Se puede imaginar una implosión de todas las cajas negras que están plantadas y que funcionan como saqueadoras de la producción del común urbano (en la salud, la educación, las obras públicas, la construcción civil, los emprendimientos inmobiliarios, los servicios, las empresas tercerizadas, las relaciones de trabajo, el ocio, el turismo, etc.)? Podríamos pensar su sustitución por cajas del común, por las cuales la multitud retoma la capacidad de decidir sobre las políticas públicas y retoma la riqueza producida en común. De hecho, no estamos hablando de un «grado cero» de la política. El común ya está dado y ya existe en la producción de una gama infinita de organizaciones urbanas, movimientos sociales, compromisos comunitarios, informales, redes metropolitanas, ámbitos de discusión, proposición y reflexión, institucionalidades abiertas, foros públicos y expresión singulares de los habitantes de la metrópolis. Lo común no es sólo el resultado de la producción de lo urbano, sino también su propia producción. Adoptar la pedagogía insurgente y la fuerza de las movilizaciones como arte de gobernar es abrir la esfera de decisión para ese repertorio sin fin de actividades e iniciativas difusas y entrelazadas. Los proyectos alternativos de la Vila Autódromo, del Horto, de la Providencia, la contra-agenda que las favelas ponen a las UPPs, las discusiones sobre la línea 04 del metro y el modelo de transportes, las formas democráticas existentes de prevención del riesgo en las laderas, el trabajo de los ambulantes y precarios, las alternativas pedagógicas en la educación, la producción de nuevas redes de cuidado y de control democrático en la salud, los foros que buscan una apertura en el monárquico sistema de justicia, las redes de comunicación autónomas y de medios libres, son algunas expresiones colectivas y singulares de esa producción que busca incesantemente nuevas instituciones democráticas. En este sentido, la movilización de junio de 2013 puede considerarse una movilización de lo común. Los reclamos por una pauta única no tienen más sentido aquí. Y también perdieron el sentido aquellas pautas específicas que presuponen que la vida urbana sea separada en cajones distintos e incomunicables. Lo que tenemos de especial es una multiplicidad de pautas, de exigencias y de posibilidades que afirman la dimensión común de lo urbano, aquella que no se reduce ni a los fragmentos de las políticas sectoriales, ni a la unidad de las políticas prioritarias. «Queremos todo y ahora», afirman los jóvenes que están violentamente pacíficos en las calles y que han sido aplaudidos por la población. Conectando ese deseo de transformación a nuevas instituciones del común, encontrar una democracia de las movilizaciones que invierte radicalmente las estructuras políticas existentes, son desafíos riquísimos que, a mi ver, el movimiento tiene por delante. Y no estamos hablando de una utopía distante por la que debemos soñar y dirigir cándidamente la mirada. Se trata simplemente de producir nuevos ámbitos políticos adecuados a las formas de vida que ya estamos viviendo. Por eso, la alternativa no está ni más allá, ni menor, de la actualidad. Romper las limitaciones, irrumpir lo que ya somos y producir la actualidad de lo real, he aquí una agenda vibrante para los próximos días.

 

Traducción del portugués: Santiago De Arcos-Halyburton

 

[1] Publicado originalmente en la web de la  Universidade Nômade el 26 de Junio de 2013. Disponible en: http://uninomade.net/tenda/a-atualidade-de-uma-democracia-das-obilizacoes-e-do-comum/

[2] [N.A] Podemos concluir, entonces, que en esta reunión, realizada después del acto del dia 20 de Junio de 2018, ya estaban dadas las lineas de restauración de parte de la izquierda que se fortalecerían en los años siguientes.

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