por Santiago de Arcos-Halyburton
La Primera Línea es la línea que separa la paz multitudinaria de su paz, la paz del orden y el miedo. Existe una pacificación de los cuerpos, una muerte del deseo y es procurada mediante la imposición violenta del modo de vida neoliberal: violencia y más violencia. Los créditos de consumo, el CAE, inmobiliarios, la comida comprada al debo en los supermercados; la especulación inmobiliaria; el transporte público concebido como una maquinaria medieval de tortura; la salud para que los pobres mueran en las salas de espera y la educación para los que patean piedras en las esquinas libertarias de los barrios pobres y las poblaciones.
La Primera Línea es la ruptura definitiva con el orden, no es aséptica ni bien portada, por el contrario, es sudorosa, tan fea como la marginalidad que viven los jóvenes que la componen, los pobres, esos que han sido marginados completamente del mercado de la educación o el trabajo. Pero ellos son la creatividad que cuestiona el orden capitalista, el del partido, al Frente Amplio. Son la violencia como autodefensa y también como ataque, por qué no? Por qué no se puede pasar a la ofensiva?
La violencia en una manifestación es el concierto de los muchos que quiere trastocar todo, debería ser una declaración de guerra al orden y a la paz que nos impone el capital, la paz de la subordinación a la violencia estatal-público-privada. Somos explotados por diferentes circuitos de valorización, y esa violencia es ejercida día a día sobre nuestros cuerpos, sobre nuestros deseos de vivir.
Cuando se condena la violencia, venga de donde venga, solo se está apelando a la pacificación de los cuerpos revoltados, se exige que esos cuerpos acepten un concordato de reformas, una mediación frenteamplista entre la subversión del orden constituida por la multitud y el capital. Esa mediación es destruida por la Primera Línea, materialmente, haciendo estallar por los aires ese concepto de pacificación, esa mistificación, posibilitando construir la comunidad que deseamos.
El Frente Amplio, los Boric, los Jackson, las Beatriz Sánchez y los Carlos Ruiz, gozan su presente cattivo, su pasión triste y espuria, sus acuerdos aún pueden ser peores para la multitud. Son obsecuentes con el poder, obedientes con el capital, genuflexos ante las instituciones que la banca y las finanzas han construido para salvaguardar su Estado. Otros hablan estúpidamente, desde una revista que se llama a sí misma “una revista de izquierda”, sobre la necesidad de “la herramienta partidaria necesaria para impulsar de manera radical la lucha con un programa que sintetizara las demandas históricas de estas dos décadas de lucha (…)”, sin querer entender que las movilizaciones son también contra toda representación, contra toda mediación burocrática por mas revolucionaria que diga ser (ya vemos en lo que terminan estos “progresismos”…firmando junto a Kast un acuerdo de pacificación de las luchas). Lo hacen, además, analizando desde la óptica del obrero masa fordista, desde la posibilidad de un keynesianismo imposible, su lucha es por un estado benefactor que, of course, nos lleve a Monte Caramelo del capitalismo de estado, algún día, Gulag mediante; no quieren darse cuenta de que el capitalismo cognitivo destruyó esa figura transformando la fábrica en una fábrica difusa, diseminando a todos los rincones de la vida la producción de plusvalía, creando al mismo tiempo una diseminación del proletariado a toda la ciudad, subsunción real del capital le llamaba Marx; estos piensan en el orden, en el control sobre los cuerpos deseantes, de los que ellos denominan subalternos, eso somos para ellos…guiables, sodomisables… pero no alcanzan a captar el momento de movilización productiva de los pobres, que la violencia desatada en las calles, en estos días, ES el crisol donde se funde el poder constituyente de los comuneros en lucha, un contrapoder que viene a destruir todo mando, toda representación, al plantearse las luchas como una asamblea que legisla en el instante. Su llamado es a colonizar las luchas, ejercer control sobre los “inorgánicos”. Pues bien, entiendan de una vez que es contra ese control que también se dan las luchas, las mujeres, los jóvenes, los que sobran, esos que rompen esquinas en las poblaciones y a quienes el capital no ha dejado más espacio de socialización que las bandas de narcos y las drogas…entiendan que es la potencia plebeya de la multitud, es el sudor de los cuerpos morenos y de cabellos negros la que estalla en cada pedrada, en cada rostro encapuchado.
Estos días hemos gozado, sí, gozado de la protección de la Primera Línea, de su energía que como un dinamo nos envuelve en su potencia, nos contamina de su afecto que impulsa la resistencia radical en la lucha que se descoloniza, abriendo una nueva brecha, no solo en los muros del poder, sino que también en los muros de la representación. Ellos, la Primera Línea, son una potencia de vida, que establece un común de barricada, un afecto, el deseo de lanzarse al albur de la travesía que significa la acción directa. Ellos, los capuchas, son el mayor obstáculo que esta “izquierda”, bien portada y bien pensante, tiene para apropiarse de la potencia constituyente de la multitud, porque la consideran peligrosa, demasiado autónoma de sus fumaderos del opio partidario.
La Primera Línea es insumisa, móvil, son las mil flores en acción que se agencian en una lucha liberadora que ha roto con las banderas y sus desfiles anodinos, la capucha aterroriza al poder, no negocia, es derrotada o triunfa, no puede ser usada, ni representada, es la multitud en sí y para sí, una amenaza viva para las dirigencias burocráticas.
En la Primera Línea, si bien hay rabia, no existe el odio, ellos son la expresión del afecto, del amor que explota y lo inunda todo cuando la violencia se transforma en un acto de acción colectiva contra el capital y sus representantes.
Notas
[1] Primera Línea es el nombre que toma en Chile, a partir de las movilizaciones de octubre de 2019, el Black Bloc, con características diferentes del europeo y muy cercano a los agenciamientos brasileños y al del movimiento de Hong Kong. Nace al calor de esas movilizaciones, constituyendo una orgánica inorgánica que solo existe en la barricada para desaparecer en el anonimato de sus rostros enmascarados y en la no organización como corpus, muchos ni siquiera se conocen entre ellos, solo se reconocen en la calle a partir de la acción.