Entrevista a Bruno Cava Rodriguez de la Universidade Nômade, Brasil, en IHU-Unisinos sobre el resultado del primer turno y perspectivas. Fundamental es comprender, pensar y actuar…
¿Cuál es su evaluación del resultado de las elecciones del domingo?
Existen dos tipos de evaluación: intentar escuchar el rugido de la plebe o taparse los oídos con narrativas pre-fabricadas.
Explicar a Bolsonaro es fácil, difícil es explicar las condiciones que nos trajeron aquí y la inmensa franja de electores que votó por él. Esta elección fue vivida por ellos como un gran despertar democrático y de renovación de la esperanza. No fueron solo el resentimiento y sentimientos de venganza y odio: sería muy cómodo fetichizar una onda bárbara, un “ellos” negativo. Digo esto no para relativizar, sino que para dimensionar el tamaño de nuestro problema.
La movilización pro-Bolsonaro contiene una mixtura de pragmatismo e ingenuidad y una diversidad de discursos y motivaciones grupales, pero el corazón de ese movimiento escruta la búsqueda de una democracia real contra una cultura politica criminal, hipócrita, pedante. La sensación colectiva ante la victoria sobre eso es de Primavera Brasileña, tocando lo que ocurrió en la huelga de los camioneros, en las jornadas de Junio de 2013, en el largo ciclo de las Primaveras Árabes, como aquella famosa pancarta en la plaza de la Puerta de Sol madrileña durante el movimiento del 15M: “estábamos dormidos y despertamos”. Fue también la victoria de una campaña, cuyo principal motor de organización sucedió en las redes sociales, en las calles, en la horizontalización por el mejor militante que existe: el ciudadano común, por fuera de las grandes maquinas partidarias.
Desde Tahrir se discute bastante el problema de la organización, de lo que sería una organización de nuevo tipo, y esta elección produjo un prototipo, en la práctica, de cómo funciona y como puede ganar ímpetu y contagiar a millones en poco tiempo.
¿Que es lo que explica el resultado y cuál es su significado político?
La bifurcación decisiva que fue Junio de 2013. Parte de la izquierda brasileña estaba presente en aquellas luchas por el transporte, la educación, la salud y la renta, y contra la casta de saqueadores de la riqueza pública. En la restauración que siguió, la izquierda fue alejándose, francamente oponiéndose al espectro de junio, que aún rondó la huelga de los garis de Río de Janeiro, las ocupaciones de las escuelas secundarias, las manifestaciones anticorrupción y la primavera feminista. En la medida del descuelgue de las izquierdas, grupos como el MBL, el Vem Pra Rua, aunque también grupúsculos intervencionistas, vinieron al encuentro de Junio. Esto quedó claro durante la huelga de los camioneros, que también tuvo una dinámica de desbordamiento social.
Primero, había una rebelión pura y salvaje, después un armado por las fuerzas de la derecha. Es que quien tenía mejores condiciones, por tradición, de agenciarse a las pautas junistas, cayó en el trastorno gravitacional de la estrategia de la unidad de las izquierdas elaborada por el PT y por Lula. Esto ha provocado un efecto agudo intensificado por la profundización de la crisis y la Glasnost promovida por la operación Lava Jato, acumulando una energía que ahora hemos visto descargarse.
La maniobra de lanzar a Lula como el candidato oculto de Haddad e invertir en la polarización con Bolsonaro sólo ha estirado aún más el elástico. La pregunta difícil es: ¿por qué Bolsonaro se benefició de esa liberación de energía? ¿Por qué el? Se habla del riesgo del fascismo como si el fascismo no fuese la realidad de Brasil. Una cosa es hablar de fascismo en Europa o en los Estados Unidos, donde la población vive una democracia social. Otra cosa es hablar en un país donde la mayoría nunca ha experimentado una democracia social y tiene que soportar arbitrariedades, amenazas, chantajes y discriminaciones en el día a día, en la normalidad. Es esa condición de excepción permanente la que obliga a negociar con instancias autoritarias tales como milicias, jefes locales, oligarcas, coroneles. Brasil es un país ultra violento. La tasa de homicidios es cinco veces mayor que la americana y cerca de treinta veces mayor que en Italia o España. Bolsonaro aparece así como un justiciero y ofrece protección militar, por la vía de la fuerza. En ese sentido, es un personaje cercano a un Mariel Maryscott (interpretado por Jece Valadão en «Yo maté a Lucio Flávio»), un tropicalizado protector de la sociedad: agresivo, libertino, medio bufonesco.
Hay una contradicción aullante: un movimiento calcado en la democracia indica un personaje no democrático, pero tolera sus arrebatos y excesos porque entiende que es un mal necesario. Es el mismo tipo de legitimidad ambigua que un grupo miliciano cosecha en una periferia violenta de la metrópoli brasileña. Él es el hombre fuerte, de acción, en un contexto de quiebra de la confianza de las instituciones. Su «ideología», por así decirlo, es el propio biopoder: gestión mafiosa de los territorios y de los pobres, que a veces deriva en linchamientos y escuadrones de la muerte.
Cuando se habla de que Bolsonaro es la vuelta de la dictadura muchos se encojen de hombros, no porque desprecien la democracia, sino porque las prácticas de la dictadura nunca dejaron de ser parte integrante del status quo. El discurso del golpe que el PT adoptó para eximirse del colapso en el período Dilma es arriesgado porque si la persona está desamparada, indignada y detesta el orden existente, usted la contrapone a la dictadura puede llevarla a cuestionar: si esto es la democracia, ¿que es lo que dictadura tenía de peor?
La dictadura de 1964 se construyó sobre las prácticas del biopoder y no a al revés. Cargar las tintas en la alerta del fascismo tiene un efecto retórico, pero puede tanto lanzarlo en una bolsa de gatos que borra cualquier matiz y ofusca la centralidad del racismo que ya opera en la normalidad del estado de derecho.
¿Cómo evalúa el escenario del segundo turno?
El peor posible. Cuanto más el PT se coloca como opción democrática a Bolsonaro, más es retroalimentado el desbordamiento. La asociación de la vuelta del PT alrededor de la protección social llego al límite, desmoronando la alineación electoral de al menos doce años que André Singer llama lulismo.
En el caso de que el PT se presente como opción civilizada de acuerdo para recomponer el sistema, es leído como vocalizando aquella frase célebre del Jucá: «salva a Lula, salva a todo el mundo». La asociación predominante, y con cierto derecho, es a los años de Dilma, a la quiebra del país, a los escándalos de corrupción y a la inigualable prepotencia de los líderes petistas, que parecen tratar al electorado e incluso a los partidarios como masa de maniobra. Un liderazgo como Marina Silva o Ciro Gomes tendrían mejores condiciones de desactivar los mecanismos infernales de ese círculo vicioso, incluso usando el terreno de las reformas para proponer un nuevo sistema de protección social, un ‘commonfare’.
Si Bolsonaro presenta una inteligencia política hasta ahora apenas esbozada, propondrá un gran pacto, hacer su Carta a los brasileños, y comenzar a coser ente el mercado y al empresariado, lo que abrirá nuevas contradicciones. Pero esto no está dado.
Desde el punto de vista de las luchas, no podemos quedarnos contando con el desarrollo de la segunda vuelta ni con promesas de virajes y moderación. Es necesario seguir repercutiendo en la bifurcación junista, que es un foco incandescente, y continuar produciendo líneas de fuga para la coyuntura. No un movimiento nuevo o de nuevo tipo: Junio es lo nuevo de los movimientos, el ‘spin’. Si existe el riesgo de fascismo, es porque la toma del aparato estatal puede poner a rezumar el fascismo social que ya es nuestra normalidad, en una red de vasos comunicantes de micro fascismos. Entonces el desbordamiento puede volverse contra las minorías y provocar una terrible aurora.
El desafío de una movilización como el #EleNão es mostrar cómo las preocupaciones de las minorías no se restringen a la supuesta «elite de izquierda» que organiza las protestas, sino que son preocupaciones de todos, preocupaciones transversales. Porque en Brasil, todo el mundo es minoría en alguna medida. No tanto la lucha de la minoría, sino la minoría como lucha, minoría que devenimos, que nos constituye.
Una línea fascista significaría una línea de autoabolición, una máquina suicida. Entonces seguir actuando, pensando, creando brechas, además de la polarización electoral, es el único antídoto para no quedar rehén de los acontecimientos.
Traducción para UninomadaSUR: Santiago de Arcos-Halyburton