Guerra en Ucrania: dispositivo acelerador de tendencias ya existentes antes del conflicto

Decio Machado / Revista Palabra Salvaje Num. 3 (diciembre 2022)

Todos los indicadores globales apuntan a que el orden mundial implantado en Bretton Woods tras la Segunda Guerra Mundial se encuentra en estos momentos agotado. Vivimos un momento de traslación del escenario geopolítico inicialmente multipolar y cada vez más bipolar al plano económico y financiero, donde la incertidumbre, la volatilidad, la complejidad y la ambigüedad[1] se incrementan al ritmo que se deterioran las reglas diplomáticas para el entendimiento global y los marcos de cooperación internacional establecidos durante el siglo pasado.

Si bien la globalización generó integración de las economías y fruto de ello una gran riqueza mal repartida, en la actualidad la disputa por la hegemonía mundial reconfigura alianzas geopolíticas y transforma el modelo global hasta ahora existente, a la par que evidencia el declive de Occidente. Es en este contexto que el rol de actores emergentes, como China e India principalmente, pasan a ser claves para enmarcar las nuevas posiciones en el sistema-mundo de lo que se ha denominado Sur Global.

Inmersos ya en este proceso de redefinición del nuevo tablero geopolítico llegó la crisis financiera del 2007-2008, producto de la enorme burbuja especulativa ligada a los activos inmobiliarios en Estados Unidos y Europa, lo que detonó la primera Gran Recesión del presente siglo en la que quedaría inmersa la economía global hasta el 2015. Muchas fueron las consecuencias que derivaron de aquel crack financiero, entre las que destaca un gran deterioro de los indicadores socio-económicos a nivel planetario. Esto aceleró procesos ya impuestos por las globalmente hegemónicas políticas neoliberales tales como la erosión de los servicios de salud, el incremento de la pobreza y el desempleo, la crisis alimentaria mundial, así como en ensanchamiento de la brecha existente entre ricos y pobres -la desigualdad tanto al interior de las naciones como entre países-. Si la crisis subprime y su réplica europea fue el fruto de la aplicación del programa neoliberal de desregulación llevado al extremo, la implementación de políticas de rescate financiero buscando evitar que los depositantes -cuenta-ahorristas- perdieran todo su capital, así como el resto de medidas adoptadas a nivel general para salir de la crisis supusieron una inmensa contradicción respecto al dogma de la supremacía del mercado.

Pero más allá de lo anterior y conscientes de que la tendencia hacia crisis cíclicas es una ley inherente al capitalismo[2], tanto la forma en la que se desató la crisis 2007-2008 como su lento proceso de recuperación económica posterior marca una diferencia respecto a crisis anteriores y evidencia que el sistema económico global dejó de ser tan sólido como lo era antaño. Así las cosas y con un ritmo de crecimiento que nunca llegó a alcanzar el existente antes de la crisis sobrevino la pandemia Covid-19 y la consiguiente parálisis económica mundial del 2020.

Es en la compleja fase de recuperación de esta última crisis cuando tiene lugar la invasión rusa a Ucrania.

 

Guerra en Ucrania

Pese a que la extinta Unión Soviética era una superpotencia que rivalizaba con Estados Unidos a nivel mundial, el legado que dejó a Rusia nunca incluyó dicho estatus. Los antecedentes inmediatos de la Rusia actual pasan por una profunda crisis económica tras la implosión del bloque soviético que debilitó al país notablemente. Esto conllevó que Rusia nunca recuperara el músculo económico de antaño, su PIB antes del momento actual era estimativamente similar al de Italia pese a contar con un volumen enorme de exportación de hidrocarburos[3]. Sin embargo, al interior del país nunca se extinguió el sentimiento popular de que son una gran potencia, frustración que junto a un estado de corrupción generalizada produjo las condiciones propicias para que un liderazgo como el de Vladímir Putin llegase al poder inicialmente como primer ministro, en 1999, y poco después se convirtiera en presidente de la Federación Rusa.

A partir de entonces, Rusia ha ido transformando su peso a nivel internacional pese a que económicamente siga siendo una nación relativamente débil y extremadamente dependiente de sus materias primas, manteniéndose gran parte de su población con bajo nivel de vida. Rusia ocupa el puesto 67 del ranking de PIB per cápita y el 52 en cuanto al Índice de Desarrollo Humano según datos del 2021.

Desde el plano de lo político y a pesar del gran liderazgo que Putin ejerce en el país, Rusia sigue atada a redes clientelares de caciques y oligarcas locales conformadas a partir del desmembramiento de la Unión Soviética. En definitiva, el punto fuerte de la Rusia putiniana es su política exterior, convirtiéndose en un país que conflictúa por encima de su peso a escala internacional y que se ha alimentado fundamentalmente de la contraposición geopolítica a Estados Unidos y la OTAN debido a la gran importancia que tiene su espacio geográfico periférico.

Ciñéndonos exclusivamente a lo que tiene que tiene que ver con su periferia europea, cabe señalar que todos los países que la conforman -con excepción de Bielorrusia- han ido paulatinamente distanciándose de la influencia política de Moscú, pese a que mantuvieran en términos económicos y energéticos dependencias desiguales hasta el actual conflicto.

Más allá de lo anterior y a pesar de que en Occidente no se haya sabido leer, tras el referéndum constitucional de 2020 -que permitiría a Putin prologar su mandato hasta 2036- y el progresivo aniquilamiento de la oposición política interna, todo parecía indicar que en Rusia se estaba conformando el clásico escenario previo a una guerra de alta transcendencia.

Durante estas más de dos décadas de mandato, Vladímir Putin ha ido generando una nueva “nomenklatura autoritaria burocrática”[4] que durante la pandemia -al igual que en la mayoría de los países del planeta- agudizó los niveles de control social y mecanismos represivos sobre su población.

La popularidad de Putin venía en declive desde que a mediados de junio de 2018, durante el Mundial de Fútbol que tuvo lugar en el país, se desarrollara una reforma draconiana del sistema de jubilación que provocó centenares de acciones de protesta por toda Rusia. Fruto de aquello, las y los rusos deben ahora trabajar cinco años más que antes para recibir unas pensiones más bajas que entonces.

Lo anterior se vio acentuado con el impacto de la pandemia y unas cifras oficiales de mortandad que nunca reflejaron la gravedad de lo realmente ocurrido. Recorriendo las escasas fuentes críticas rusas disponibles en la actualidad, cabe señalar que el impacto de la pandemia eclipsó en parte el orgullo nacional existente al interior del país e incrementó el amplio nivel de descontento en su población. De hecho, el malestar social estaba creciendo meses antes de la invasión de Ucrania y la oposición a Putin aumentaba de forma proporcional especialmente entre los sectores más jóvenes.

En resumen, terminada la etapa histórica conocida como el “boom de los commodities”, período que se tradujo en prosperidad económica en Rusia y generalizado apoyo político interno a la gestión de Putin, el descontento comenzó a crecer y las élites burocráticas y oligárquicas rusas buscaron la forma de asegurar el poder y suprimir, de forma urgente, las redes sociales y políticas críticas que estaban conformándose.

La versión oficial del porqué de la guerra está desarrollado en el discurso televisado del 21 de febrero de Vladímir Putin para justificar la ocupación de Ucrania[5]. En él se planteaba restaurar la grandeza de Rusia, es decir, una especie “make American great again” trumpiano a la rusa que propiciara volver al escenario político de 2014, buscando generar una nueva versión del Consenso de Crimea, restaurando a lo interno la popularidad de Putin y cierto entusiasmo nacional derivado de una supuesta victoria en el ámbito internacional hoy muy cuestionada tras la demostración de debilidad militar fruto de la retirada de sus tropas en Kherson.

Ahora bien y a pesar de lo anteriormente descrito, cabe recordar que durante los tres meses previos a dicha invasión -mientras corrían ríos de tinta y un sinfín de foros en los que se debatía sobre si la guerra en Ucrania era una posibilidad real- la tesis mayoritaria fue que las amenazas de guerra que cotidianamente emitía Vladímir Putin se limitaban a una escenificación teatral basada en la clásica estrategia de la diplomacia coercitiva. Pocos fueron los análisis serios, entre ellos los provenientes del Departamento de Estado norteamericano, que apuntaron a que la invasión a Ucrania era inminente.

El debate quedaría zanjado en la madrugada del 24 de febrero del presente año, momento en el cual penetrarían los primeros convoyes militares rusos a territorio ucraniano acompañados de un pertinaz bombardeo de misiles que hacían blanco tanto sobre objetivos militares como sobre civiles.

Tras ese punto de inflexión, la segunda tesis mayoritaria sobre la guerra en Ucrania también resultaría equívoca. La posición generalizada entre analistas internacionales respecto al conflicto consideraba que asistiríamos a una operación militar blitzkrieg (guerra relámpago)[6], dada la superioridad en todos los ámbitos del ejército ruso, lo que derivaría en la inmediata imposición de un acuerdo cuyas condiciones el gobierno de Volodímir Zelenski se vería obligado a aceptar. En resumen, una repetición -en este caso más cruenta- del modelo previamente implementado por Moscú en Crimea, aunque en esta ocasión sin contar con el beneplácito de la población local.

Pero más allá de aquellas conjeturas previas, lo cierto es que Ucrania se vió obligada a decidir entre someterse a las imposiciones del Kremlin o resistir, y optó por resistir con el apoyo armamentista de los países miembros de la OTAN. La determinación ucraniana abre un escenario de guerra prolongada, lo que implica que cuanto más tiempo perdure el conflicto mayor será la presión de los “halcones” de Moscú sobre Putin, con el objetivo de recrudecer las acciones militares rusas en territorio ocupado. Al respecto, recientemente Sergei Sorovikin -general de las Fuerzas Armadas de Rusia y comandante de sus fuerzas aeroespaciales- manifestaría públicamente: “No estoy dispuesto a sacrificar más soldados rusos en una guerra de guerrillas contra hordas fanatizadas y armadas por la OTAN, tenemos suficientes medios de poder y tecnológicos para llevar a Ucrania a la rendición total”[7]. En todo caso y más allá de alharacas, lo que se evidencia es que lo que se suponía sería una campaña militar rápida se enquistó, prologándose en el tiempo y con riesgo de implicación de cada vez mayor número de países de forma indirecta o incluso directa[8].

La coyuntura actual imposibilita cualquier diagnóstico serio respecto a la duración del conflicto, pero parece inevitable que -pese a la actual posición dura del gobierno ucraniano- su resolución pasa por un acuerdo negociado entre ambas partes. La duda está en cuándo esto se dará y cuánto dolor se habrá causado hasta entonces.

 

Los otros responsables de la guerra en Ucrania

El conflicto en Ucrania tiene sus antecedentes en la incapacidad política europea a la hora de diseñar un adecuado proyecto de cooperación y relaciones internacionales en la región tras la implosión y posterior desmembramiento de la Unión Soviética. Los rusos nunca han tenido claro si su destino se hallaba en Europa y los europeos tampoco les reconocieron nunca como iguales. De hecho, a pesar de la dependencia energética europea a Rusia, la rusofobia ha sido una característica estructural de la Unión Europea desde sus orígenes con la conformación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero en 1951. Pese a todo esto, la guerra podría haberse evitado de haberse leído adecuadamente lo sucedido en 2014 con la adhesión de Crimea a Rusia y la guerra del Donbass.

Desde su independencia en 1991 Ucrania ha sido un país políticamente inestable debido a su establishment político altamente corrupto, la disidencia de sus minorías étnicas y la influencia externa sobre su política nacional. Pero más allá de esto, fue la firme oposición rusa a la firma del acuerdo de asociación con la Unión Europea lo que desencadenó en noviembre de 2013 el inicio del Euromaidán, nombre dado al estallido de movilizaciones y disturbios en todo el país, que propiciaría la destitución del entonces presidente Víktor Yanukóvich y a lo que Vladímir Putin definiría como golpe de estado. Ya en aquel momento el mandatario ruso manifestó: “Rusia se reserva el derecho a utilizar todas las opciones disponibles, incluida la fuerza como último recurso”[9]. Pocos meses después, en febrero de 2014, tropas rusas y mercenarios de la organización paramilitar Grupo Wagner[10] invadían de forma rápida y sigilosa Crimea con el apoyo de una población que siempre se consideró rusa y era claramente hostil a Ucrania, dando comienzo inmediatamente después la guerra del Donbass.

Como trasfondo de la cuestión anterior no podemos obviar la ampliación de la OTAN en Europa del Este, proceso que comenzó en 1999 con la incorporación de la República Checa, Hungría y Polonia y proseguiría en los años posteriores con la adhesión de once países más. Proceso, por cierto, que se daría de forma paralela a los sucesos políticos definidos como las “revoluciones de colores” -la rosa en Georgia en 2003, la naranja en Ucrania en 2004 y la de los tulipanes en Kirguistán en 2005- lo que implicaba una paulatina la pérdida de influencia rusa en Estados antaño pertenecientes a la Unión Soviética.

Los reiterados cuestionamientos de Putin durante década y media a la expansión de la OTAN en la región fueron sistemáticamente ignorados por Occidente, al igual que varias señales muy significativas que ya eran visibles unos seis meses de la invasión a Ucrania. Las más destacables entre ellas fueron: la intensificación de la represión contra la disidencia política interna y la paulatina supresión de espacios para la libre expresión política en Rusia. En verdad ni el propio presidente Zelenski, cuya popularidad en Ucrania al momento de la invasión no alcanzaba el 20%, pensaba -en función de sus declaraciones del momento- que la guerra llegaría a darse.

En definitiva, la guerra en Ucrania era tan previsible como evitable, compartiendo responsabilidades al respecto tanto Moscú como Occidente.

A partir del 24 de febrero, fecha de inicio de la guerra, estas políticas de control social implementadas en Rusia tomarían un carácter claramente dictatorial clausurándose medios de comunicación independientes, prohibiéndose cualquier tipo de información no procedente de fuentes oficiales con penas de 15 años de prisión a periodistas implicados y reprimiendo violentamente cualquier atisbo de movilización crítica a la guerra. De hecho, los medios de comunicación rusos tienen vetado el uso de la palabra “guerra” para definir el conflicto bélico en Ucrania, viéndose obligados a utilizar el término “operación especial” para definir lo que actualmente está sucediendo.

Pero más allá de la retórica antirusa existente en el actual discurso político mainstream, lo cierto es que el actual desorden mundial no es consecuencia ni de la “Doctrina Primakov”, en cierto modo aplicada en la política exterior rusa, ni de las tesis de Aleksandr Duguin sobre el “imperialismo euroasiático” o la “cuarta teoría política”.

El caos actualmente existente en el sistema-mundo tiene su origen antes de la agresión rusa a Ucrania, acotándose el impacto de esta guerra a la aceleración de algunas tendencias de ámbito económico y geopolítico internacional que ya se apuntaban con anterioridad.

 

Nuevo Desorden Global

Las medidas adoptadas para salir de la crisis 2007-2008 combinaron: dar préstamos con dinero público a tasas de bajo interés a los bancos buscando de evitar que estos entraran en bancarrota dotándoles de liquidez, conceder préstamos baratos para que los créditos volvieran a fluir, e impulsar programas de compra de deuda pública para que los Estados pudieran endeudarse a niveles más bajos con el objetivo de volver a transmitir confianza en el sistema financiero.

A partir de entonces la economía global, en especial la norteamericana y la europea, vivieron una abundancia financiera sin precedentes en la historia económica moderna. Los balances de los bancos centrales en dichas regiones se duplicaron inundando la economía global de dólares y euros a tasas considerablemente bajas, aunque todo formaba parte de una ficción basada en un considerable incremento de la deuda pública fruto del conjunto de medidas extremas implementadas para inyectar liquidez en el sistema económico capitalista global. En paralelo, dicha abundancia financiera coexistía junto a una decepcionante recuperación económica que suscitaba gran preocupación ante un eventual estancamiento sostenido, dada la posibilidad de que una demanda deficiente combinada con un crecimiento cero de la productividad abocara a los países económicamente desarrollados a un crónico crecimiento lento.

Larry Summers, quien ejerciera como secretario del Tesoro en la época de Bill Clinton y también como asesor del presidente Barak Obama, llegó incluso a desarrollar la tesis del “estancamiento secular”. Según esta, el tipo de interés de equilibrio en la economía habría bajado tanto que las políticas monetarias ultraexpansivas no serían suficiente para estimular la demanda, llegándose a la conclusión que el crecimiento a partir de entonces sólo se conseguiría por medio de burbujas que tras estallar vuelven a generar una economía maltrecha.

Incluso en la República Popular China, país que sufrió un punto de inflexión en su ritmo crecimiento tras la bancarrota de Lehman Brothers pasando del 13% de tasa de crecimiento de su PIB en 2007 al 9% y 6,8% en el tercer y cuarto trimestre de 2008 respectivamente, se impulsó un paquete de estímulo masivo que no solo ayudó a estabilizar y revivir su economía, sino que se convirtió en la plataforma mediante la cual toda la región asiática afrontó de mejor manera la crisis financiera mundial. De hecho, que los mercados emergentes continuaran expandiéndose durante la década inmediatamente posterior a la crisis subprime fue lo que permitió que el comercio global continuara en crecimiento tras su caída en 2009, recuperándose las exportaciones y las importaciones, lo que mantuvo más o menos estable la cuota del PIB global.

Pese a ello, el sistema económico globalizado con el que arrancó el presente siglo había quedado seriamente tocado tras la crisis 2007-2008. En 2015, fecha considerada por muchos analistas económicos como el principio de la recuperación, la renta real media por familia estadounidense era un 2% más baja que en 2007 y un 3% inferior del nivel existente a finales del pasado siglo[11]. El aumento de renta se concentró de forma desproporcionada en los estratos más ricos, lo que propició una reacción popular contra la deslocalización y competencia en las importaciones por considerarla atentatoria contra mano de obra nacional, a la par que se incrementó el sentimiento xenófobo al imputarse sobre los inmigrantes la responsabilidad del deterioro salarial y de los servicios públicos.

Consecuencia de lo anterior, en junio de 2016 el Reino Unido decidía abandonar la Unión Europea (Brexit) y Donald Trump ganaba las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Pocos meses después, Washington optaría por retirarse del Acuerdo Transpacífico (TPP) y bloqueaba el nombramiento de nuevos miembros para el órgano de solución de diferencias de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Fue el momento en que el hasta entonces tan aclamado modelo de globalización neoliberal comenzó a evidenciar sus primeros signos de debilitamiento político.

Un año después, en 2018, el entonces presidente Trump pasaba a imponer nuevos aranceles a las importaciones procedentes de China, forzando a Europa y Canadá a formar parte de una guerra comercial que conllevaría a la reducción del volumen de flujos de inversión transfronterizos hasta entonces existentes.

La economía china sufrió el impacto, comenzando a mostrar signos de ralentización mientras diversos mercados emergentes pasaban a experimentar dificultades derivadas del incremento de tipos de interés implementado por la Reserva Federal estadounidense. En paralelo, en una Europa cada vez más golpeaba por las políticas neoliberales iniciaba el actual ciclo político en curso marcado por el auge de líderes y partidos nacionalistas de perfil antieuropeísta.

Así las cosas, podemos considerar que la reacción popular que propició que -a partir de 2016- la clase trabajadora de los países económicamente desarrollados pasara a votar por opciones antisistema de carácter filofascista fue una respuesta tardía a la crisis 2007-2008.

Sin embargo, mientras el modelo político y económico implementado en el mundo occidental agudizaba su crisis, la década 2008-2018 consolidó el ascenso de la República Popular China como potencial mundial con ambiciones geopolíticas. En el año 2013 Beijing lanzaría su gran proyecto internacional denominado el Cinturón y la Ruta de la Seda, buscando aumentar las conexiones y la dependencia de países asiáticos y no asiáticos con China. Pero más allá de esto, en el ámbito de la actual disputa geopolítica y pese a que Beijing está comprometido con el aperturismo y un crecimiento marcado por las exportaciones, la nueva globalización pretendida desde Zhongnanhai -sede el gobierno chino- marca rasgos notablemente distintos a la actual a la par que se busca conformar un nuevo orden mundial superador del modelo en crisis aun vigente.

Desde Beijing se apuesta más por acuerdos de comercio bilaterales que por las rondas de negociación multilaterales, lo que implica una futura pérdida de protagonismo por parte de la Organización Mundial de Comercio (OMC). La tecnoburocracia del Partido Comunista Chino impulsa, según documento oficial, una estrategia comercial que “basada en la periferia de China, se extienda por el Cinturón y la Ruta de la Seda para llegar al mundo”[12]. Es decir, el sistema de comercio que implementa Beijing busca que la República Popular China se convierta en el centro y el resto de países en su periferia, pasando el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB) a sustituir al Banco Mundial mientras el Banco Popular de China inyecta financiamiento en sistemas de pagos alternativos a SWIFT[13] que quedan a disposición de un cada vez mayor número de bancos centrales,  todo ello mientras la Iniciativa Chiang Mai genera un acuerdo multilateral swap de divisas[14] buscando mantener un nivel estable de liquidez por un total de 240.000 millones de dólares sacando de la jugada al Fondo Monetario Internacional. En paralelo surgen otras alternativas en el plano financiero como el Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS (NBD BRICS), con sede en Shanghái y sin miembros europeos ni Estados Unidos, o en el plano político como la Organización de Cooperación de Shanghái (con China, India, Kazajistán, Kirguistán, Rusia, Pakistán, Tayikistán y Uzbekistán como Estados miembros más Afganistán, Bielorrusia, Irán y Mongolia como Estados observadores interesados en adherirse), la Unión Euroasiática (conformada por Rusia, Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán y Armenia) o el Tratado de Seguridad Colectiva (conformado también por diversos países postsoviéticos).

Por último, el enfoque impulsado desde la OMC choca frontalmente también con programas económicos internos de Beijing como el llamado Plan Made in China 2025. Dicho plan implica apoyar mediante subsidios tanto a sus empresas públicas como al sector privado a fin de incrementar, diversificar e innovar su producción. Esto se hace ejerciendo conducción a la hora de diseñar la estructura y evolución de su economía, lo cual conflictúa con las normativas OMC cuyo objetivo es limitar subvenciones y ayudas estatales.

 

Y llegó la pandemia y se agudizó el desorden

Pese a que el nivel de endeudamiento era ya extremadamente elevado, con la llegada de la pandemia en 2020 y las políticas de confinamiento aplicadas a nivel planetario se produjo el mayor aumento de la deuda en un año desde la Segunda Guerra Mundial.

Según los últimos datos publicados por el FMI y el Instituto de Finanzas Internacionales, el volumen de deuda emitido en todo el mundo asciende a USD 296 billones, lo que a su vez corresponde al 350% del PIB global[15]. En otras palabras, el sistema económico internacional se sostiene en base a una ficción/fricción soportada sobre agresivas políticas de endeudamiento masivo que ya están poniendo en situación de impago a países como Líbano, Sri Lanka, Surinam y Zambia, default al que prometen sumarse en breve otros como Argentina, Túnez, Egipto, Pakistán y Kenia.

Lo anterior implica que la deuda pública representa en la actualidad un 40% de la deuda mundial total, la mayor proporción desde mediados de los años sesenta, fruto de las políticas adoptadas como salida de la crisis financiera del 2007-2008 y posteriormente en la pandemia[16]. En el caso de la deuda privada, la cual aumentó casi el doble que durante la crisis de la burbuja inmobiliaria, los motivos devienen de que gobiernos y bancos centrales facilitaron dicho endeudamiento con el fin de evitar oleadas de quiebras y proteger medios de vida. Es reseñable en este sentido el caso de República Popular China, quien por sí sola, contribuyó un 26% al aumento de la deuda mundial.

Pero hay más, con una economía global paralizada por efecto del Covid-19 el mercado bursátil no dejó de crecer, lo que implica un modelo especulativo que hace que en la actualidad las bolsas de valores estén más que infladas fruto de un crecimiento acelerado que ni es sostenible ni real. Su corrección, cosa que sucederá en algún momento no lejano, posiblemente conlleve un crack bursátil con un desplome aproximado al 20% en el valor de sus activos[17].

Con la reactivación económica pospandemia que empezó a tener lugar en 2021, realmente más efecto rebote que reactivación, se fue expandiendo la ola inflacionaria que actualmente recorre el planeta. Pero a diferencia de otras vividas anteriormente, la actual tiene un factor común para todos los países: los atascos ocurridos en las cadenas de suministro que transportaban productos por vía marítima, con una “crisis de los contenedores” que provocó gigantescas disrupciones globales con barcos anclados por semanas en los puertos de mayor actividad comercial planetaria y un histórico aumento en las tarifas de transporte marítimo. A estos problemas logísticos se sumaron otros elementos, como la escasez de mano de obra en países con economías desarrolladas y la escasez de semiconductores con fuerte impacto en los sectores productivos como el automotriz y tecnológico en general.

En paralelo, las inconmensurables cantidades de dinero salidas de la nada que inyectaron a las economías los bancos centrales sumado a los históricos paquetes de estímulo fiscal entregados por los gobiernos para paliar el impacto económico de la pandemia, afectaron también de forma determinante los precios de los productos.

Por último, la recuperación económica en 2021 conllevó un acelerado aumento del consumo, a lo que se suman dos factores determinantes: el aumento del precio de la energía y de los alimentos.

Pero más allá de estos factores globalmente compartidos los cuales desvelan visiblemente los límites actuales del modelo capitalista, ante esta coyuntura cada país enfrenta además sus propios problemas particulares, sus propias devaluaciones de moneda y sus propios conflictos internos.

 

Volviendo a Ucrania: las consecuencia de la guerra en el contexto general

Como ya indicamos con anterioridad, la guerra en Ucrania ejerce como dispositivo acelerador de tendencias económicas y geopolíticas ya antes existentes antes de la guerra en Ucrania. Pero vayamos por partes…

En materia energética a la Unión Europea no le tembló la mano a la hora de prohibir la importación de carbón ruso a la zona euro, las cuales se cuantificaban en unos 44 millones de toneladas (Mt) al año y que suponían el 50% del total de sus importaciones de carbón, dado el considerable excedente de oferta existente en el mercado global. Enmarcado en el retroceso pospandemia de la hoja de ruta establecida para la transición ecológica global y fruto del actual incremento del coste energético, se prevé que las importaciones europeas de carbón térmico a finales de 2002 alcancen una cuota superior a los 100 Mt, su mayor cantidad desde 2001. Todo ello pese a que en el Pacto Verde Europeo se haya establecido como objetivo reducir las emisiones al menos un 55% hasta 2030 y alcanzar la neutralidad climática en 2050[18].

Sin embargo, la actitud europea cambia al momento de hablar de petróleo. Pese a las promesas y esfuerzos por desvincularse del petróleo ruso, la Unión Europea sigue siendo el mejor cliente de Moscú por delante de la República Popular China, India y otras economías emergentes. Así las cosas, mientras Europa se dota de los mecanismos necesarios para dar fin a su actual dependencia de Rusia, desde el Kremlin se reorientan los flujos de crudo hacia el mercado asiático. En paralelo y ante la caída de demanda derivada de la nueva desaceleración que comienza a sufrir la economía global, los principales países productores de petróleo, encabezados por Arabia Saudí y Rusia, decidieron en la última cumbre de la OPEP+ reducir en 2 millones de barriles diarios la cantidad de crudo que inyectan a la economía mundial[19]. Dicho recorte implicará el aumento paulatino de los precios del combustible, traerá consigo mayor inflación y podría profundizar el impacto de la próxima recesión global ya en marcha.

Igual que en el caso anterior, la Unión Europea es enormemente dependiente del gas ruso -Rusia es el segundo productor mundial tras Estados Unidos-, siendo el 80% de este suministrado mediante gasoductos. El promedio de suministro anual de gas ruso a Europa estaba en torno a 155 mil millones de metros cúbicos anuales (bcm), lo cual va siendo paulatinamente reducido, motivo por el cual Moscú ha acelerado el proyecto de ampliación actualmente en marcha del gaseoducto Power of Siberia con el fin de incrementar su capacidad -de 38 bcm a 50 bcm por año- de suministro de gas a China y resto del mercado asiático. Todo ello mientras Gazprom presiona con recortes e incluso cortes de suministro de gas a diversos países europeos. Por el lado de la Unión Europea, se busca como alternativa incrementar las importaciones de gas desde Argelia mediante ampliación de los gasoductos Transmed y Medgaz, ruta italiana y española respectivamente, a la par que se recurre a la importación de gas natural licuado (GNL) que principalmente proviene de Estados Unidos, con su correspondiente gravamen en costos e inversión en infraestructura necesaria.

Pero más allá del sector energético, la guerra en Ucrania también tiene sus afectaciones en la industria automotriz, la cual ve restringido el suministro de paladio y aluminio ruso, así como en los precios mundiales de los alimentos. Respecto a esto último, vale indicar que la suma de producción rusa y ucraniana representa casi el 30% de las exportaciones globales de trigo y el 18% de las de maíz. Recientemente voceros del Kremlin, tras la explosión en el puente de Crimea de un camión cargado de fertilizantes y el ataque con drones al puerto de Sebastopol[20], anunciaron que Rusia evalúa la posibilidad de suspender todos los envíos de cereales al exterior. De darse un escenario de estas características estaríamos abocados a una nueva crisis alimentaria con gran afectación en zonas como Magreb, África subsahariana y Oriente Medio.

Sin embargo, lo más reseñable es que todo lo anterior se da en un sistema-mundo que ya venía caotizado, entre otras cosas, por un aumento de la masa monetaria sin precedentes, un nivel de endeudamiento público y privado que está en máximos históricos, así como por una ola inflacionaria -derivada de un shock de oferta- que se agudizó con el incremento del precio de la energía y que mantendrá su vigencia durante los próximos años. En resumen, todo un cóctel molotov con el cual se promete dilapidar lo poco que queda de clase media en aquellos países que en algún momento llegaron a conocer lo que tuvieron a bien definir como el Estado del Bienestar.

Pero cambiando de geografía-mundo, desde el ámbito de lo geopolítico se evidencia de que desde el Sur Global se ve la guerra en Ucrania de forma muy diferente a como se la ve en Washington, Londres o Bruselas.

La postura de Beijing a este respecto es clara. La República Popular China prioriza la neutralidad, no involucrándose de forma alguna en el conflicto, pero es consciente de la importancia que tiene resolver cuanto antes esta disputa bélica. La prolongación de la guerra podría deteriorar la economía rusa, generando inestabilidad política interna con el riesgo de que un brusco cambio de mando en Moscú implique su posterior proceso de “occidentalización”.

Con el fin de evitar esto China ha profundizado su alianza estratégica con Rusia, asegurando la compra de gas ruso cuyo pago se da en rublos y yuanes, sacando al dólar de la transacción. Pero más allá de ello, el peso del yuan es cada vez mayor en la economía rusa y ahora pasa a ser utilizado también como una herramienta que les permite a las empresas rusas seguir operando pese a las sanciones impuestas por Occidente que les impiden comercializar en dólares[21].

Es por ello que el yuan se convierte de a poco en la moneda más deseada en Rusia, dado que solventa los riesgos de abrir cuentas rusas en el exterior y la lentitud actual que sufren las transacciones en rublos. Así las cosas, mes a mes la compra en Rusia de yuanes esté batiendo récords históricos, a la par que ambos países incrementan aceleradamente sus relaciones comerciales.

Una decena de entidades financieras rusas ya permiten la apertura de cuentas y depósitos en yuanes, lo que está popularizando este tipo de operaciones a nivel familiar entre la clase media con todavía cierta capacidad ahorro. Pero además, son cada vez más las empresas rusas que están financiándose mediante la emisión de títulos de deuda denominados en yuanes. Incluso el propio Estado ruso anunció recientemente su intención de colocar bonos soberanos en yuanes en uno o dos años. De hecho, el Banco Central de Rusia acumula parte de sus reservas en yuanes, con un monto valorado en este momento en más de USD 100.000 millones.

Es evidente que un cambio de hegemonía en el sistema-mundo implica a su vez generar alternativas al dólar, dado que el déficit estadounidense se financia planetariamente a través de la compra de dólares para la comercialización. Es por ello que desde Beijing y Moscú se impulsa la creación de sistemas de transferencias alternativos a SWIFT o acuerdos rublo-yuan, rupia-rublo o  rupia-yuan. Recientemente incluso Arabia Saudí manifestó su intención de que el 20% de sus exportaciones sean en yuanes, por temor a que puedan congelar sus reservas[22]. En definitiva, son cada vez más los países que buscan nuevas alternativas en otras monedas.

De igual manera, el bloqueo de UDS 630.000 millones en divisas tradicionales depositadas por Rusia en bancos centrales de Occidente ha hecho levantar la ceja tanto a China como a otros países con economías emergentes del Sur Global. Es posible que asistamos a una reducción de la tenencia de divisas occidentales por parte de los bancos centrales no occidentales, lo cual podría beneficiar al yuan pero sobre todo agudizará el incipiente desorden global existente en el ámbito de las monedas de reserva.

Profundizando es esto, vale señalar que la torpeza de Washington es tal que con el dólar en máximos de cotización y tras la confiscación de las reservas rusas, el mensaje impuesto al conjunto del planeta fue que si los países del Sur Global se “portan mal” podrían ser su reservas también confiscadas. Esto está acelerando la partición de sistema financiero bajo una lógica bipolar, pues mientras muchos países del Sur se replantean su política en dólares buscando ir a un mundo menos dolarizado, en la parte Occidental se produce una búsqueda desesperada de dólares ante el hundimiento de las diferentes divisas nacionales y muchos de sus bancos centrales cubren sus compras de dólares con derivados de  su moneda local que ahora se derrumba generándose una crisis de divisas fiat[23]. En resumen, todas las condiciones están dadas para que paulatinamente se vaya fracturando el modelo financiero global hasta ahora vigente.

Esta cuestión entre otras, viene a indicar que la guerra en Ucrania ha acelerado el proceso de transición hacia un nuevo orden mundial aún en ciernes. El deterioro en la relación bilateral entre Estados Unidos y la República Popular China ya no tiene vuelta atrás y Rusia ha tenido que ver en la aceleración de dicha ecuación. La desvinculación entre ambas potencias tendrá un impacto complejo en áreas como la tecnología. El proceso de decoupling que vive el actual sistema-mundo posiblemente generará la conformación de un sistema-nuevo mundo dividido en dos grandes esferas y cuyos mercados diferenciados aunque vinculados tendrán implicaciones no solo en la tecnología, sino también en ámbitos como productos básicos y monedas. La fractura será tecnológica y económica, pero también marcará sus efectos en el ámbito de la política y el multilateralismo.

Aunque la redefinición del nuevo tablero geopolítico dista mucho de haber concluido, sobre como quedará conformado este nuevo mundo bipolar en el cual todos los países potencia operan en el marco del sistema económico capitalista, la única incógnita relevante parece ser India. Sus diferencias territoriales con Beijing y el agresivamente acelerado posicionamiento de China en el Golfo de Bengala y en el Océano Índico genera tensiones entre ambos países. Debido a ello, India decidió formar parte junto a Estados Unidos, Japón y Australia de la alianza Quad, cuyo objetivo es contrarrestar la creciente influencia de la República Popular China en la región Asia-Pacífico[24]. Pese a ello, la tradicional neutralidad y autonomía que históricamente ha caracterizado la política exterior hindú, junto a su dependencia de fertilizantes y armamento ruso ponen en duda el actual nivel de complicidad de Nueva Delhi con Washington.

 

Lo que se nos viene

Todo lo anteriormente descrito sucede mientras el nuevo hegemón global, la República Popular China -la segunda mayor economía mundial, el mayor exportador global y quien tiene las mayores reservas cambiarias del planeta-, ve como su crecimiento económico se ralentiza a medida que su economía se aleja del modelo de expansión centrado en la inversión y desde que Beijing impulsa políticas destinadas a reducir su vulnerabilidad financiera.

En sintonía con lo anterior, las previsiones de crecimiento del FMI que indicaban el 5,6% en 2022 y el 5,3% en 2023 fueron recientemente revisadas a la baja, proyectándose ahora una expansión de apenas 3,2% y 4,4% respectivamente[25]. Lo anterior implica que para este año el país experimentará su menor crecimiento en las últimas cuatro décadas, excluyendo el primer año de la pandemia.

Más allá de lo anterior, el mayor motivo de preocupación en estos momentos respecto a la economía china es el volumen de su deuda pública. Aunque el gobierno chino presentó el poco creíble dato oficial de 68,9% para el 2021, informes paralelos publicados por fuentes no oficiales consideraron que el sumatorio de stock total de deuda corporativa, de los hogares y del Estado posiblemente exceda el 300% del PIB chino[26]. Es por ello que el presidente Xi Jinping anunció que el recorte de gastos en el presupuesto estatal y la restricción de los préstamos a empresas estatales infladas es “la prioridad de las prioridades”[27]. Pese a ello, es opinión generalizada en los centros de análisis financiero que la deuda pública china seguirá creciendo durante los próximos años.

Otro factor de riesgo en la economía china es la crisis que atraviesa su sector inmobiliario. Es un área que representa un tercio de la economía del gigante asiático, ya son una treintena de empresas inmobiliarias las que han dejado de pagar su deuda externa. Entre estas destaca Evergrande, quien incumplió el pasado año su deuda de USD 300.000 millones[28].

El sector inmobilario estimativamente representa el 70% de la riqueza personal en China. Los compradores de viviendas solían pagar por adelantado proyectos de edificación existentes aun tan solo en planos. Dichas “preventas” suponían entre el 70% y 80% de las ventas de viviendas, lo que permitía a los promotores financiar otros proyectos paralelos. Sin embargo, el mercado inmobiliario chino ha sufrido cambios en el comportamiento del consumidor, lo que se resume en que muchos de los jóvenes pertenecientes a la clase media dejaron de invertir en inmuebles debido al incremento del desempleo y pérdida de capacidad adquisitiva.

La reducción de la entrada de fondos preventas como mecanismo de capitalización anticipada para los promotores, sumado al estancamiento de la demanda de vivienda fruto del cambio demográfico que se está dando en China, derivó en que el monto de préstamos vinculados a proyectos inmobiliarios inacabados se estime en más de USD 220.000 millones[29]. Es por ello que cada vez mayor número de compradores de viviendas estén dejando de pagar sus hipotecas en un país donde ningún tipo de disidencia está permitida. Estimaciones al respecto cuantifican que el monto total de préstamos afectados por esta protesta podría rondar los USD 145.000 millones[30].

Entre otras medidas, el gobierno chino emitió USD 148.000 millones en deuda con el fin de ayudar a los promotores inmobiliarios, lo que podría suponer una bomba de oxígeno a corto plazo para el sector, pero queda lejos de solucionar un problema cuantificado en USD 444.000 millones tan sólo en lo que tiene que ver con terminar de construir los proyectos actualmente paralizados.

En parte por la desaceleración continua del crecimiento económico, en parte también por la debilidad del consumo interno y evidentemente fruto del impacto económico del lockdow asociado a la estrategia “Cero Covid”, el Banco Popular de China recientemente volvió a sorprender a propios y extraños recortando los tipos de interés por tercera vez en el presente año. Reactivar el crecimiento económico es la máxima prioridad del presidente Xi Jinping y las autoridades monetarias chinas, las cuales a diferencia de sus homólogos estadounidenses y europeos, con una inflación interna aún por debajo del 3% tienen margen para seguir aplicando estímulos. Sin embargo, estos recortes de los tipos de interés profundizan la caída del yuan frente al dólar, lo que incentiva una ya importante fuga de capitales existente en China[31].

Por terminar e inmersos en este caótico desorden mundial que agudizó el conflicto en Ucrania, las proyecciones y composición de escenarios económicos futuros indican una alta probabilidad de que estemos entrando a un prolongado periodo de crisis estanflacionaria global. Todo ello a la espera de que llegué la futura crisis de deuda que dejará en pañales los impactos de crisis económicas capitalistas anteriores.

El momento actual tiene ciertas semejanzas a lo ya vivido en la década de los setenta del pasado siglo, cuando entre mediados de 1972 y mediados de 1974 los precios de los productos primarios no petroleros se duplicaron, el encarecimiento de la energía elevó los costos de producción y por lo tanto de los productos en los mercados, mientras en paralelo se expulsaba masivamente a los trabajadores del mercado laboral. El aumento generalizado de los precios unido a la pérdida de capacidad adquisitiva de la ciudadanía redujo la demanda agregada y estancó la economía. Ante aquello, la tradicional política económica basada en medidas expansionistas para salir de la crisis dejó de funcionar, el modelo keynesiano demostró carencia de respuestas para afrontar aquel tipo de crisis, lo que generó un punto de inflexión a partir del cual la doctrina neoliberal se convirtió en pensamiento hegemónico.

Hoy, al igual que entonces, vivimos inmersos en un período de transición que agravado por la guerra en Ucrania implica cambio y desorden, dado que no hay ningún proceso de transformación que se haya hecho de forma ordenada. La incógnita está en si lo que viene no será aun peor que lo que hoy se desmorona.

 

Notas

[1] Lo que ha sido definido por la Harvard Business Review hace unos años como Entorno VUCA, iniciales en Volatility, Uncertainty, Complexity y Ambiguity.

[2] El concepto de crisis cíclicas es una interpretación, proveniente de las teorías de Karl Marx, sobre la sucesión de ciclos económicos del capitalismo. Marx llegó a la conclusión de que el enorme poder inherente al factory system y su dependencia de los mercados necesariamente lleva a un incremento de la producción que los satura, disminuyendo los precios y produciendo la paralización de la producción; en una repetición de periodos de actividad moderada, prosperidad, superproducción, crisis y estancamiento.

[3] Según datos oficiales, el PIB de Italia en 2021 fue de 1.782.050 M€ mientras que el de Rusia en ese mismo período fue de 1.502.737 M€.

[4] El término nueva“nomenklatura autoritaria burocrática” fue utilizado por el Bertelsmann Transformation Index (BTI) 2020 para señalar con cierta cautela en aquel momento la creación en Rusia de un régimen autoritario donde Putin nombra a funcionarios para ocupar cargos de alto mando de manera que mantenga el aparato de su partido.

[5] Transcripción en inglés del discurso televisado de Vladimir Putin justificando la invasión de Ucrania: https://www.bloomberg.com/news/articles/2022-02-24/full-transcript-vladimir-putin-s-televised-address-to-russia-on-ukraine-feb-24?leadSource=uverify%20wall

[6] El término blitzrieg deriva de la primera fase de la Segunda Guerra Mundial en Europa, cuando Alemania buscaba evitar una guerra larga. La estrategia alemana consistía en derrotar a sus oponentes en una serie de campañas cortas que la llevó a invadir rápidamente gran parte de Europa y le permitió salir victoriosa por más de dos años debido a una entonces nueva táctica militar denominada blitzkrieg, la cual requería de la concentración de armas ofensivas -aviones y artillería- en un frente angosto logrando abrir una brecha en las defensas enemigas que permitían que las divisiones de tanques armados penetraran rápidamente y tuvieran el paso libre tras las líneas enemigas.

[7] Capitán Yury [@YuryHdz08]. (15 de octubre de 2022). Tweet https://twitter.com/YuryHdz08/status/1581501219289591808

[8] Bielorrusia, principal aliado de Rusia en la región, permitió que parte de las tropas rusas accedieran a Ucrania sin apenas oposición por sus fronteras. Hoy Ucrania refuerza dichas fronteras tras el despliegue de tropas bielorrusias en dicha zona limítrofe.

[9] Nota de Prensa de RTVE al respecto en: https://www.rtve.es/noticias/20140304/crisis-ucrania-vladimir-putin-niega-tropas-rusia-crimea/889460.shtml

[10] El Grupo Wagner es una empresa militar privada conformada por una red de mercenarios que conforma un ejército privado de facto al servicio del Kremlin. Su accionar ha sido reportado en territorios como Siria y Sudán, además de en Donbass y Crimea antes de la actual invasión de Ucrania.

[11] Informe anual economía estadounidense realizado por American Enterprise Institute (AEI) y publicado en diciembre del 2015

[12] Documentos anexos al XIV Plan Quinquenal de la República Popular China 2021-2025.

[13] El sistema SWIFT engloba a 11.000 entidades financieras y más de 200 países y territorios forman parte de esta red a gran escala, siendo durante décadas un monopolio bajo control de los Estados Unidos pese a que su sede está en Bélgica.

[14] Un swap de divisas es un derivado OTC (over the counter) que consiste en un acuerdo para intercambiar flujos de efectivo entre dos partes, con la peculiaridad de estar denominados cada flujo en una divisa diferente. Es decir, es la compraventa simultánea de una moneda por otra.

[15] Datos extraídos del informe anual 2021 del Instituto de Finanzas Internacionales, organización con sede en Washington que cuenta con 450 miembros de 70 diferentes países.

[16] Datos extraídos del newsletter primer trimestre año 2022 de McKinsey & Company, consultora estratégica global conocida en el mundo de los negocios como The Firm con sede en Nueva York.

[17] Alerta desarrollada por indicador Buffet de la compañía Berkshire Hathaway presidida por Warren Buffet. Este indicador se sitúa en 211%, alomar en cuenta el Wilshire 5000, índice ponderado por capitalización de todas las acciones estadounidenses que se negocian activamente en los Estados Unidos. Según Buffett, si este indicador pasa de 200% no es recomendable invertir, pues advierte que es una señal de alarma y que pudiera indicar retrocesos significativos.

[18] Legislación Europea sobre el Clima:

https://www.consilium.europa.eu/es/policies/green-deal/fit-for-55-the-eu-plan-for-a-green-transition/

[19] Arabia Saudí empujó a otros países de la OPEP a recortar su producción de petróleo, según la Casa Blanca, Monitor de Oriente, 15 octubre 2022,

https://www.monitordeoriente.com/20221015-arabia-saudi-empujo-a-otros-paises-de-la-opep-a-recortar-su-produccion-de-petroleo-segun-la-casa-blanca/

[20] Putin revela detalles sobre el ataque ucraniano con drones a la flota rusa de Sebastopol en

https://sputniknews.lat/20221101/putin-revela-detalles-sobre-el-ataque-ucraniano-con-drones-a-la-flota-rusa-de-sebastopol-1132016420.html

[21] ¿Qué significa la desdolarización en favor del yuan de la economía rusa?, World Energy Trade, 29 setiembre 2022,

https://www.worldenergytrade.com/finanzas-energia/economia/desdolarizacion-yuan-economia-rusa-16645

[22] Saudi Arabia Considers Accepting Yuan Instead of Dollars for Chinese Oil Sales, S. Said, Wall Street Journal, 15 marzo 2022,

https://www.wsj.com/articles/saudi-arabia-considers-accepting-yuan-instead-of-dollars-for-chinese-oil-sales-11647351541

[23] El dinero fiat es el único que existe en el mundo desde que en 1971 Estados Unidos rompió el patrón oro. Desde ese momento el dinero dejó de ser fiduciario (dinero con respaldo, es decir, el que representa un valor atesorado por el Gobierno que lo imprime) y pasó a ser dinero fiat (dinero sin respaldo tangible, tan solo tiene un valor atribuido por convenio).

[24] Quad, la alianza para frenar a China en el Indo-Pacífico, R. Castellanos, El Orden Mundial, 8 setiembre 2020,

[25] Datos extraídos del informe del FMI Perspectiva de la Economía Mundial publicado el 11 de octubre de 2022,

https://www.imf.org/es/Publications/WEO/Issues/2022/10/11/world-economic-outlook-october-2022

[26] Informe Economía China 2022 de Euler Hermes, compañía francesa de seguros de crédito propiedad del grupos Allianz:

https://www.eulerhermes.com/en_global/news-insights/economic-insights/China-economic-outlook.html

[27] Intelcom – Ficha País: República Popular de China:

https://intelcom.gob.pa/storage/cat-tratados/March2022/pUVwlo3vWQjq8IIYObE7.pdf

[28] El gigante inmobiliario chino Evergrande cae en impago, según la agencia Fitch, N. Hernández, Radio Francia Internacional, 9 noviembre 2021,

https://www.rfi.fr/es/asia-pacifico/20211209-el-gigante-inmobiliario-chino-evergrande-cae-en-impago-según-la-agencia-fitch

[29] The Evergrande crisis: 4 questions that explain why China’s property market, which is twice as big as America’s and where 20% of homes are empty, matters, L. Batarags, Insider, 30 setiembre 2021,

https://www.businessinsider.com/china-housing-market-explainer-cost-debt-wealth-evergrande-impact-2021-9

[30] Crisis inmobiliaria e hipotecaria en China, J. Ai, Asia News, 21 julio 2022,

https://www.asianews.it/noticias-es/Crisis-inmobiliaria-e-hipotecaria-en-China-56309.html

[31] The World According to Xi Jinping, K. Rudd, Foreign Affairs, noviembre 2022,

https://www.foreignaffairs.com/china/world-according-xi-jinping-china-ideologue-kevin-rudd

 

Decio Machado es español, radicado en Ecuador, sociólogo, periodista y MBA. Consultor político, miembro del Geopolitical Research Group y miembro del consejo editorial de Ecuador Today. En la actualidad es CEO de la firma de consultoría estratégica Equilicuá y director de la institución de investigación académica Fundación Nómada. En las redes: @DecioMachadoF

Las ilustraciones corresponden a fotografías de dibujos en muros y paredes (grafitis) realizados recientemente por el artista conocido como Bansky en Ucrania. Su identidad no es conocida, expresándose en muros en distintas ciudades como un artista de las calles.

Publicado en la web Palabra Salvaje el 6 diciembre 2022.La versión completa, con todas las imágenes, publicada en la revista Palabra Salvaje No 3 (diciembre 2022) se descarga aquí….

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