Para el pensador uruguayo, en este mundo inestable de disputas individualistas cada vez más feroces, la guerra puede volverse cada vez más común en todo el mundo.
Por João Vitor Santos / Instituto Humanitas Unisinos do Brasil
Traducción: Decio Machado
Es como si el mal existiera y, fecundado por otras cuestiones y especialmente por el capitalismo, provocara fisuras, las crisis de nuestro tiempo. Para el pensador uruguayo Raúl Zibechi, lo que se ve en estas huellas es un oscuro horizonte de guerras. “Debemos ser conscientes de la proliferación de guerras, incluso en América Latina”, señala en entrevista por correo electrónico con el Instituto Humanitas Unisinos – IHU. Y continúa: “las guerras entre naciones pueden convertirse en una realidad, como en el caso de Venezuela y Guyana por culpa del Esequibo. Pero también hay guerras no declaradas bajo la excusa del narcotráfico o la inseguridad, algo que se está extendiendo por todo el continente”.
Preguntado sobre cómo entiende el mal en nuestros tiempos de crisis, Zibechi habla de la ausencia de espiritualidad como “el triunfo del individualismo y el consumismo, es considerar a la naturaleza como un insumo y a los demás seres humanos como medios u obstáculos para la realización personal”. Es la base del patriarcado y del colonialismo y, por tanto, del capitalismo”. Esto se ha vuelto cada vez más claro para él después del tiempo que vivió entre los indígenas aquí en Brasil. “El mal es la destrucción y la cosificación de la vida, la conversión de la vida en un medio de acumulación de riqueza. El mal es la ausencia de comunidad, que es la que protege lo común”, añade.
En la entrevista destaca algunos puntos sobre la situación latinoamericana, detallando también situaciones específicas en países como Argentina y Ecuador, que esta semana viven otra ola de violencia. Respecto a Ecuador, el entrevistado es enfático: “el tema central ya no es el neoliberalismo y pasa a ser la seguridad. Ahí es donde estamos hoy. El narcotráfico es la excusa perfecta para militarizar y prevenir nuevas revueltas”.
Respecto a Brasil, además de situar al país en el contexto latinoamericano, Zibechi revela cierta decepción. “Desafortunadamente, Lula practica un progresismo de baja intensidad, sin promover cambios fundamentales, mucho menos audaces que sus dos gobiernos anteriores. Es cierto que tiene serias limitaciones debido a los aliados que eligió y al clima social e institucional imperante, pero es tan moderado, tan posibilista, que ya no despierta entusiasmo”, revela.
El pensador uruguayo participará del Ciclo de Estudios América Latina en tiempos de oscuridad. Incertidumbres y posibles rutas, realizadas por el IHU desde el 27 de marzo hasta al menos el 22 de mayo. Su conferencia, titulada Descolonización del pensamiento crítico. Crisis política y prácticas emancipadoras en América Latina, será el 4 de abril, a partir de las 10 am. Obtenga más información en la página de eventos del sitio web de IHU.
Raúl Zibechi es periodista, escritor y activista, centrando sus áreas de estudio y reflexión en los movimientos sociales en América Latina. Ha publicado varios libros, entre los que destacamos: Dispersar el Poder: los movimientos como poderes antiestatales (Tinta Limón, 2006), Territorios en resistencia: cartografía política de las periferias latinoamericanas (Lavaca, 2008), Brasil Potencia (Consequência, 2012), Los flujos desde abajo: 1968 en América Latina (Desdeabajo, 2018) y Otros mundos y pueblos en movimiento: debates sobre anticolonialismo y transición en América Latina (Desdeabajo, 2022). De los títulos más recientes en portugués destacamos: Territorios en rebelión (Elefante, 2022).
Lee la entrevista.
¿Cómo describe la actual situación política, económica y social en América Latina?
Desde el fin del ciclo progresista, que se puede fechar en junio de 2013 en Brasil, y próximamente en otros países, ningún gobierno logró hegemonía para su proyecto. Ni progresistas ni conservadores. Entonces, vemos una oscilación, un péndulo a derecha e izquierda sin que nadie logre una gobernabilidad estable. Esto se debe en gran medida a que bajo gobiernos progresistas los sectores populares ganaron dignidad y autoestima, no siempre “gracias” a los gobiernos, sino siguiendo sus propios caminos y procesos.
La derecha y las clases dominantes se radicalizaron al sentir que sus privilegios simbólicos y espacios casi exclusivos estaban “ocupados” por la población negra, indígena y popular. En rigor, no es una polarización de la dirección del partido, sino de la base social (ciudades y clases medias altas) lo que se refleja en los líderes políticos. La polarización social es lo que da forma y da forma a la polarización política.
En cuanto a la economía, lo que vemos en todo el mundo es una aceleración y profundización de la acumulación por desposesión (David Harvey), que también fue denominada por los zapatistas como la “cuarta guerra mundial” contra el pueblo. Nada de lo que sucede en el mundo puede entenderse fuera del modelo de despojo, porque se acelera como consecuencia de la tremenda disputa hegemónica entre la potencia declinante, Estados Unidos, y la ascendente, China.
Las guerras en Ucrania y Siria, así como la guerra contra el pueblo palestino por parte de Israel, responden a esta transición geopolítica que sólo puede desembocar en guerras locales, primero, y guerras globales, después, con un gran riesgo de uso de armas atómicas.
¿Cómo entender lo que está pasando en Ecuador en estos primeros días de enero?
Creo que hay que hacer una secuencia cronológica. En 2019, el movimiento indígena y popular derrotó el paquete de medidas de ajuste del gobierno de Lenín Moreno. Luego de 13 días de combates en el centro histórico de Quito, la policía fue completamente derrotada, el pueblo organizado arrestó a más de 200 policías que los entregaron a la Cruz Roja y el gobierno tuvo que huir a Guayaquil. Algo totalmente inaceptable para un Estado.
Posteriormente, el Estado se sumó a la propuesta yanqui de guerra contra las drogas. A partir de entonces el narcotráfico se disparó, tanto en las cárceles con masacres con cientos de muertos como en las calles. Por tanto, el tema central dejó de ser el neoliberalismo y pasó a ser la seguridad. Ahí es donde estamos hoy. El narcotráfico es la excusa perfecta para militarizar e impedir nuevas revueltas. Creo que no hay diferencia entre el narcotráfico y el Estado, porque éste controla la justicia, la policía, los alcaldes y las provincias.
También creo que la política antidrogas de Estados Unidos no pretende eliminar el narcotráfico, sino controlarlo, por un lado, y utilizar grupos ilegales contra los movimientos y la población en general.
¿Qué se necesita en esencia para entender la elección de Javier Milei?
La sociedad argentina está destruida, el vínculo social se ha roto tan gravemente que cuesta imaginar cómo repararlo. Estamos ante una grave división entre las clases medias/altas y los sectores populares, entre jóvenes y ancianos, entre mujeres y hombres. La contradicción es muy grave entre los jóvenes. La fuerte base social de Milei son los jóvenes antifeministas. En sus eventos casi no hay mujeres y predominan chicos de entre 15 y 25 años que no tienen futuro en la sociedad actual. En este sentido, es similar a lo que ocurrió en Brasil con el ascenso de Bolsonaro.
Además, después de cuatro gobiernos progresistas, hay un 45% de la población en situación de pobreza y un 140% de inflación, lo que hizo muy difícil la elección de [Alberto] Massa, que fue el último ministro de Economía de Alberto Fernández. Ambos hechos, una sociedad destruida y desmoralizada y una inflación galopante con una economía en crisis permanente, llevaron a gran parte de los sectores populares a apoyar a un candidato que no hará más que empeorar su situación.
A todo esto hay que sumarle la corrupción y las políticas sociales. Estos no lograron sacar a millones de argentinos de la pobreza, pero tuvieron dos tremendos efectos negativos: transformaron los poderosos movimientos populares que derrocaron a De la Rúa en 2001, como los piqueteros, en clientela de gobernadores, alcaldes y “ponteiros”, que Son quienes deciden en cada territorio es quien recibe los planes y compensaciones que deben ofrecer, como asistir a mítines, manifestaciones y convertirse en votante de los partidos a los que pertenece.
En segundo lugar, las políticas sociales aplicadas a lo largo de dos décadas o más han tenido un efecto desmoralizador y a veces humillante en quienes se encuentran en el lado receptor, de modo que se ha acumulado mucha ira entre quienes están en la base. Hasta el punto que se sienten identificados con el discurso de Milei, con sus amenazas, su desprecio a los políticos y toda esa gritería infernal.
Por supuesto, la derecha hizo su juego apoyando a Milei, al igual que gran parte de la prensa, pero creo que el punto central es el fracaso del kirchnerismo y del progresismo.
El extractivismo como cultura
Milei representa lo que yo llamo “extractivismo como cultura”, la forma de vida y consumo propia del modelo extractivo que no es sólo económico, sino que abarca a toda la sociedad. Por ejemplo, sueños de éxito individual, de progresar a pesar del aplastamiento de amigos y familiares.
Cuando se les pregunta sobre sus deseos, los jóvenes responden que quieren ser influencers y un número importante de hombres quiere ser narcotraficantes. Milei los bendice haciendo de la motosierra un símbolo de su política, que no se trata sólo de derribar al Estado, sino también de un medio para triunfar en la jungla social.
¿Cómo analiza estos primeros momentos del gobierno de Milei y las reacciones a sus medidas?
Aún es pronto para saber qué podría pasar. Lo que es destacable es que los sindicatos y la izquierda se están movilizando con bastante éxito, ya que las primeras medidas anunciadas son tremendamente perjudiciales para la población. No me queda claro si las protestas aumentarán y dependerá en gran medida de lo que suceda con la inflación. Si llegamos a una hiperinflación de tres o cuatro dígitos, podría haber un estallido. Pero si logra reducirlo, entonces Milei podrá estabilizar su gobierno.
Lo que me sorprende es la velocidad con la que inició el enfrentamiento con algunos polos de poder, como el diario Clarín y los sectores agroexportadores. Pero, insisto, habrá que esperar un tiempo para saber dónde estamos.
Por otro lado, las recientes decisiones del sistema de justicia de poner límites a sus reformas pueden limitar su gobierno, pero son modificables y no creo que el sistema de justicia pueda ser un freno a los errores de Milei.
¿Cómo debería impactar esta elección en Argentina en otros países latinoamericanos? ¿Y cómo se ve Brasil en este escenario?
Puede contribuir al fortalecimiento de la derecha chilena y brasileña. El primero tiene grandes posibilidades ya que Gabriel Boric tiene poco más del 30% de aprobación y 2/3 tercios de rechazo. En Brasil el bolsonarismo no fue derrotado como proyecto social y político, y en otros países de la región la derecha se esconde, como en Colombia, con grandes posibilidades de regresar al gobierno. En unos años podríamos tener un subcontinente teñido por la extrema derecha.
Bolivia
La situación más dramática es la de Bolivia, debido a la división del MAS provocada por el ataque de Evo Morales al gobierno de Luis Arce, que podría llevar a la derrota de ambos. La decisión judicial de bloquear la nueva candidatura de Morales lo beneficia, porque su papel ideal es el de víctima, cuando en realidad jugó un papel en la destrucción de los movimientos sociales y la división de su partido. Esto no es por razones ideológicas, sino por ambición de poder y de volver al gobierno.
Aquí encontramos el drama de que los líderes progresistas no crearon las condiciones para el surgimiento de nuevos liderazgos colectivos, insistiendo en la profundización del caudillismo, que es una forma colonial y patriarcal de gobernar.
BRICS
Sin embargo, la negativa de Milei a unirse a los BRICS es un punto a favor de EEUU, lo que puede estar creando un importante aislamiento para Brasil en la región. Bolsonaro estaba en contra de China, pero nunca propuso abandonar los BRICS. Ahora que las condiciones globales han cambiado, la ofensiva de Occidente contra China es muy poderosa y Milei puede ser un punto de apoyo en este sentido, aunque también necesitaba moderar su impulso antichino y antiLula. Si Milei se dolariza, sería un grave problema para Brasil y para los sectores populares de Argentina, porque estos procesos son difíciles de revertir.
Aquí en Brasil, el gobierno celebra el fortalecimiento y la resiliencia de la democracia el 8 de enero, un año después del vandalismo contra edificios públicos en Brasilia. La idea es mostrar que, a partir de las reacciones del 01/08/2023, la democracia resiste. Teniendo en cuenta el año pasado y la situación actual, ¿podemos ser tan optimistas?
La verdad es que no hay mucho lugar para el optimismo. La democracia es limitada en todo el mundo y, por supuesto, en nuestra región. Los crímenes del gobierno de Dina Boluarte siguen impunes. La militarización del Muro Mapu por parte de Boric es impresionante. La situación de seguridad en Ecuador, como en otros países, es la excusa para la militarización, lo que lógicamente representa un límite al ejercicio de los derechos democráticos.
Con Decio Machado publiqué el libro “Estados para el expolio: del Estado de bienestar al Estado extractivo neoliberal”, publicado recientemente por Consequência, donde analizamos la transformación de los antiguos Estados-nación en instrumentos de acumulación a través del expolio. Este es el verdadero telón de fondo de la crisis de las democracias, digamos que es la razón estructural de la conversión de las democracias en sistemas electorales para legitimar el modelo.
Para Brasil, la cuestión central es el protectorado militar de la Amazonía, porque es allí donde está el eje de la expropiación. Esto viene de lejos, de la dictadura militar, pero lo que llama la atención es cómo los gobiernos de Lula bendicen el papel de las Fuerzas Armadas en la región con mayor biodiversidad del mundo. Está muy claro que los militares no dejarán de controlar la Amazonía, porque para ellos es un punto crucial que también justifica su papel ante las clases dominantes que son quienes realmente se benefician de los bienes comunes que encierra el bosque.
La izquierda brasileña, si todavía podemos usar este concepto, no propone nada diferente en relación a las Fuerzas Armadas, pero tampoco hace nada diferente de lo que el gran capital quiere en relación a la Amazonía, es decir, insertarla en las cadenas globales. .La izquierda se limita a judicializar a Bolsonaro, dejando de lado la disputa territorial, material y simbólica con la extrema derecha y sus aliados, desde los pentecostales hasta las milicias y el narcotráfico. Evitar el conflicto es uno de los mayores pecados de esta izquierda institucional, porque sin conflicto no podremos convertir la crisis civilizatoria en una oportunidad para transformar el mundo hacia la fraternidad y la libertad.
¿Qué señales le envía este tercer gobierno de Lula?
Lamentablemente, Lula practica un progresismo de baja intensidad, sin promover cambios fundamentales, mucho menos audaces que sus dos gobiernos anteriores. Es cierto que tiene serias limitaciones debido a los aliados que ha elegido y al clima social e institucional imperante, pero es tan moderado, tan posibilista, que ya no despierta entusiasmo.
Creo que con su actual política de compromisos y acuerdos con los partidos de centro y derecha, Lula está enviando señales de que la relación de fuerzas impide audacias y cambios, aunque sean pequeños. De hecho, está reforzando una vez más el extractivismo, pero ahora con mayor intensidad, enviando el mensaje de que no se puede hacer nada contra unas fuerzas armadas que sabe que son bolsonaristas y un capital cada vez más intransigente.
En un año en el que hay al menos dos grandes guerras, una en Gaza y otra en Ucrania, una crisis medioambiental que avanza sobre la humanidad, que, a su vez, se enfrenta a una desfragmentación política, cultural, social y económica, ¿qué horizonte se plantea? ver para 2024?
Sin duda, un horizonte de guerras entre estados con arsenales atómicos y guerras asimétricas contra los pueblos. Estamos ante el peor escenario desde el triunfo del nazismo hace casi un siglo. El año 2023 ya ha sido terrible con dos guerras declaradas (Ucrania y Gaza) y varias guerras no declaradas, especialmente en África. En 2024, veo una aceleración y multiplicación de las guerras. Occidente no permitirá que Rusia gane en Ucrania, ni tiene la más mínima intención de impedir la continuación del genocidio palestino.
Como las clases dominantes de Occidente, especialmente Estados Unidos, han decidido frenar la transición a un mundo multipolar mediante la violencia, no hay forma de evitar las guerras. En la historia, fueron las guerras las que delinearon las transiciones. Sin las dos guerras mundiales, Estados Unidos no se habría vuelto hegemónico, y sin las guerras de independencia en América Latina no se habría producido la decadencia de España y Portugal y el ascenso de Inglaterra.
Marx y Engels fueron muy claros sobre el papel de la violencia y la guerra en la historia, incluso como potencia económica. Es de destacar que el salario comenzó en los ejércitos. Pero hoy, la izquierda y los movimientos no tienen otra política respecto a la guerra que el apoyo a las fuerzas armadas de los Estados-nación, lo que limita seriamente su potencial transformador.
Creo que en 2024 podríamos presenciar nuevas guerras, ciertamente en Oriente Medio, pero también en otras regiones del mundo. Creo que la guerra será cada vez más parte del día a día de las personas, con lo que asistiremos a una notable expansión de los feminicidios, la violencia contra las mujeres, los niños, contra las personas más vulnerables y con el riesgo de exterminio de los pueblos originarios.
¿Qué conexión podemos hacer entre la lógica del genocidio y la existencia del capitalismo?
Como señala una entrevista reciente con el sociólogo venezolano Emiliano Terán Mantovani, “es contra la gente común y corriente a quien se le declara la guerra”. Esto es para la vida misma. Ésta es la barbarie del capitalismo actual, que a través de las tecnologías que ha desarrollado es capaz de “explotar la vida”, lo común, todo lo que nos hace humanos, además de seguir explotando a las personas.
Estamos, por tanto, ante un capitalismo genocida, pero también ecocida, y comprenderlo en todas sus dimensiones nos llevaría a otro lugar, a reconocer que las viejas formas de hacer política han caducado, que ya no basta con ganar elecciones o hacer una revolución, porque las cosas van en dirección contraria. La manifestación, la marcha, toda acción política pública para concienciar a la población y presionar a los políticos ya no tienen la importancia que antes tenían. Esto no significa que tengamos que renunciar a estas manifestaciones.
La mutación del capitalismo nos obliga a repensarnos colectivamente. Creo que esta es una de las razones por las que el zapatismo puso en el centro la cuestión de lo común, disolviendo los municipios autónomos y las juntas de buen gobierno para dar paso a otros caminos, para sembrar como semillas, como dicen. Allí definen una política de largo plazo, hablan de 120 años y siete generaciones, porque estos tiempos son los que necesita la vida para seguir siendo. Cuando tomamos conciencia de que la vida está en peligro no podemos seguir como si nada hubiera cambiado.
¿Cómo conceptualizas el mal y cómo se revela en la política de nuestro tiempo?
El año pasado tuve la oportunidad de estar en una comunidad guaraní mbya en la Tierra Indígena Tenondé Porá, en el sur del estado de São Paulo, en la Mata Atlántica. Allí pude comprender la importancia de la espiritualidad para la existencia misma de las comunidades y los pueblos. Su espiritualidad no tiene nada que ver con el misticismo que hacemos en los movimientos: una práctica de 20 minutos para facilitar los debates que son el tema central.
Entre los guaraníes Mbya, y supongo que entre muchas personas, la espiritualidad es el centro de sus vidas, por eso pasan horas y horas en casas de oración bailando, cantando, atendiendo el fuego… No es algo instrumental, sino el centro. de sus vidas, aquello que les permite existir como personas y como comunidades. Por eso los terratenientes queman casas de oración cuando quieren destruir comunidades, porque son el corazón de la vida.
Entonces, creo que el mal es la ausencia de espiritualidad, es el triunfo del individualismo y del consumismo, es considerar a la naturaleza como un insumo y a los demás seres humanos como medios u obstáculos para la realización personal. Es la base del patriarcado y del colonialismo y, por tanto, del capitalismo. Por eso, entre otras razones, la opresión no se puede eliminar desde arriba, a través de leyes o decretos estatales, sino en la cotidianidad colectiva, de abajo hacia arriba y desde la fraternidad, el hermanamiento.
Eric Hobsbawm decía que no había nada más ritual que el antiguo movimiento obrero de los artesanos y la industria, con sus reuniones y prácticas profundamente espirituales, algo que también comparten los análisis de E. P. Thompson. Su maravilloso libro “Formación de la clase trabajadora inglesa” (Peace and Land, 2008) comienza con una reunión de trabajadores en un pub de Londres compartiendo queso y cerveza (si mal no recuerdo), de una manera muy ceremonial, porque insistía en que la clase no es una cosa, sino una relación, moldeada por la vida en común.
Bueno, todo esto para decir que el mal es la destrucción y cosificación de la vida, la conversión de la vida en un medio de acumulación de riqueza. El mal es la ausencia de comunidad, que es la que protege lo común.
Usted habló de los BRICS. Me gustaría volver a este punto: en este momento cada vez menos sólido, ¿cómo analiza la entrada de Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos en los BRICS y los movimientos de China? ¿Estamos viviendo una occidentalización del Este o un gran ataque del Este contra Occidente?
La expansión de los BRICS es un claro movimiento geopolítico impulsado principalmente por China y Rusia. Tenga en cuenta que los cinco nuevos países BRICS (Arabia Saudita, Emiratos, Egipto, Irán y Etiopía) están todos relacionados con Oriente Medio. Lo que indica que esta región será, y lo es desde el 7 de octubre, la clave de la transición hacia un mundo multipolar. Por eso Estados Unidos traslada nada menos que dos portaaviones y decenas de barcos a esa región. Por eso hay tantas bases militares en esta parte del mundo, que violan las normas internacionales, ya que no tienen nada que ver con Siria o Irak.
Desde el punto de vista de los grupos sociales, diría que son cinco países donde el autoritarismo estatal persigue cruelmente a los movimientos o simplemente no les permite expresarse. En realidad, entre los diez países BRICS, sólo en Brasil y Sudáfrica la gente puede movilizarse, incluso con las limitaciones que conocemos. Esto nos dice que los BRICS pueden ser una alternativa a la dominación yanqui, pero de ninguna manera representan un paso adelante para liberar a la humanidad de sus cadenas.
Me entristece cuando la gente de izquierda dice que China es la alternativa a Estados Unidos, que existe el socialismo y cosas así, porque confunden geopolítica con lucha social, o eligen la primera sobre la segunda.
¿A qué debemos prestar atención este año que recién comienza?
Debemos ser conscientes de la proliferación de guerras, incluso en América Latina. Las guerras entre naciones pueden convertirse en realidad, como en el caso de Venezuela y Guyana por el Esequibo. Pero también hay guerras no declaradas bajo la excusa del narcotráfico o la inseguridad, algo que se está extendiendo por todo el continente en una escalada que recuerda a lo ocurrido en Colombia en los años 80.
Hay algunos hechos que me sorprenden y no quiero caer en una posición de “conspiración”. En 2019, el movimiento indígena ecuatoriano derrotó en las calles al gobierno de Lenín Moreno y lo obligó a revertir su paquete de medidas de ajuste. En los años siguientes “aparecieron” grupos de narcotraficantes, extendiendo una impresionante ola de violencia por todos los rincones del país. A partir de entonces, las revueltas que marcaron la historia reciente serán mucho más complejas y quizás imposibles. Moreno se unió a la guerra de Estados Unidos contra las drogas.
Algo similar ocurrió en México. Cuando el escenario indicaba que podía ocurrir un gran levantamiento popular, en 2006 se declaró la guerra contra el narcotráfico, lo que aumentó exponencialmente la violencia, afectando particularmente a los movimientos sociales y a los pueblos indígenas. Mucho antes, en Colombia, la guerra contra las drogas fue una excusa para crear grupos paramilitares y detener movimientos. En Río de Janeiro, ya saben, el verdadero Estado son las milicias, como señala José Claudio Alves.
Por eso debemos estar atentos a esta transformación del poder del capital y adaptarnos a los cambios que se están produciendo.
¿Quieres agregar algo?
Creo que los movimientos que no tienen respuesta a una política de guerra pueden colapsar como fuerzas emancipadoras. Si la guerra es la política de la vida cotidiana, habrá que hacer algo al respecto para que no nos dobleguemos ante Estados como la izquierda europea que se ha asociado con Estados Unidos y la OTAN, o como los movimientos del viejo mundo que se limitan a declaraciones pacifistas sin hacer nada más.
Hasta ahora, la izquierda ha mantenido dos posiciones: el apoyo irrestricto a sus estados y sus fuerzas armadas y, por otro lado, la estrategia leninista de convertir la guerra imperialista en una guerra de clases. Otros sectores apoyan el pacifismo, que es éticamente positivo pero no parece capaz de influir en los acontecimientos. Pero ahora tenemos la posición zapatista y la de muchos pueblos indígenas que me parece muy pertinente: la autodefensa comunitaria.
Entre los pueblos indígenas es común encontrar guardias de autodefensa armadas simbólicamente con estados mayores, como la Guardia Indígena Nasa en Colombia o las patrullas campesinas en Perú; otros con armas de fuego, como la Policía Comunitaria de Guerrero; y finalmente, otros casos, como el caso zapatista, en los que están armados pero no hacen la guerra y la utilizan como elemento disuasorio. La autodefensa se ha convertido en el sentido común de los pueblos indígenas y cada vez más de los pueblos negros, los campesinos y todas las poblaciones que resisten el extractivismo y el capitalismo.