¿La Agonística o la agonía de la democracia?

Reseña del libro Agonistics–Thinking the world politically de Chantal Mouffe

por Barbara Szaniecki / Universidad Nómada

El libro es de 2013, pero recién lo he leído ahora. Una cita del diseñador Carl di Salvo en su libro Adversarial Desing me instigó y Chiara del Gaudio me regaló esta obra. Aquí no pretendo hacer una reseña sino solamente trazar algunas reflexiones a partir de una lectura rápida, ni siquiera del libro entero, y también trazar alguna conexión con este momento post-electoral que vivimos en Brasil.

En Agonistics – thinking the world politically, Chantal Mouffe nos presenta de inmediato su enfoque agonístico. «La tarea central de las políticas democráticas es proveer a las instituciones que permitirán a los conflictos tomar una forma» agonística «donde los oponentes no son enemigos y sí oponentes con los que existe un consenso conflictivo.» Lo que pretende con su modelo agonístico es mostrar que, aun asumiendo la no irradicabilidad del antagonismo, es posible vislumbrar un orden democrático. La distinción entre enemigo y adversario, así como entre antagonista y agonístico y, por fin, el concepto de hegemonía, están en la base de esta propuesta. Antes de comenzar los puntos más relevantes de estas distinciones, traigo algunas líneas generales del libro. El primer capítulo presenta la pregunta instigadora «¿Qué es la política agonística?» Mientras que el segundo indaga «cuál sería la democracia adecuada para un mundo agonístico multipolar?» El tercer capítulo traza el enfoque agonista para el futuro de Europa y el cuarto profundiza su enfoque trayéndolo para debatir políticas radicales. Por último, el quinto capítulo traza relaciones entre este enfoque político y las prácticas artísticas y culturales.

Política agonística, que es lo que es? Para Mouffe, dos conceptos – antagonismo y hegemonía – permiten aprehender la naturaleza de lo político pues, juntos, ellos impiden la “totalización” de la sociedad y, al mismo tiempo, crean la posibilidad de una sociedad más allá de la división y del poder. La sociedad se forma y se transforma continuamente por medio de “practicas hegemónicas”, pero todo ese fenómeno se encierra (y no debería encerrarse) en una totalidad, o sea, en una homogeneidad absoluta. Lo político dice respecto a la capacidad de tomar decisiones en un medio muchas veces conflictivo pero siempre abierto al pluralismo.

Mouffe critica, sin embargo, el pluralismo elaborado en base al abordaje racionalista de los conflictos pues el consenso obtenido por medio de la razon no aprehende la dimensión necesariamente antagonista de lo político y es, en este punto ciego, que ella misma encuentra su primer limite. Lo político requiere antagonismo y deja de ser político cuando lo pierde, aun por medio de la argumentación racional. El segundo límite del abordaje racionalista se encuentra en su dimensión individualista: el pensamiento liberal es incapaz de comprender la formación de indentidades colectivas. Por su concepción de la identidad como esencia, el pensamiento liberal no aprehende aquella construida como diferencia entre “nosotros” y “ellos”. La autora subraya que la relacion nosotros/ellos no es necesariamente antagonista pero reconoce diferencias sin dejarse reducir a un conflicto amigo versus enemigo.

Es basada en una relacion que acoge el antagonismo, sin reducirse a él, que Mouffe presenta lo que llama como “modelo agonístico de democracia”. Antes de presentarlo, Mouffe critica el modelo agregador (donde las personas actúan por interés individual) y el modelo deliberativo (donde las personas actúan movidas por la razon y por la moral). La cuestion crucial es “como establecer una distinción nosotros/ellos, que es constitutiva de lo político en un modo compatible con el reconocimiento del pluralismo?” Es “la” cuestion! El conflicto es legítimo, pero la relacion nosotros/ellos requiere de un cuidado fundamental:
“para la perspectiva agonística, la categoría central de la politica democrática es la categoría de ‘adversario’, es, el oponente con quien se comparte una lealtad común a los principios democráticos de ‘libertad e igualdad para todos’, mientras se discrepa sobre su interpretación. Los adversarios luchan uno contra el otro porque quieren que su interpretación de los principios se torne hegemónica, pero no cuestionan la legitimidad del derecho de su oponente de luchar por la victoria de su posición. Esa confrontación entre adversarios es lo que constituye la ‘lucha agonística’ y que es la propia condicion de una democracia vibrante.”

La diferencia entre enemigo y adversario es importante pues, en caso de que no ocurra el conflicto democrático es substituido por el enfrentamiento entre dos valores morales no negociables o formas esencialistas de identificación, o sea, una lucha entre un “bien” y un “mal” absolutos encarnados por cada una de las partes que se enfrentan. La autora concluye este absoluto reafirmando que, mas alla de la propuesta liberal que procura superar el conflicto nosotros/ellos y alcanzar el consenso por medio de la razon en el espacio público, “el modelo agonístico” propone “sublimar tales pasiones movilizándolas en la dirección de diseños democráticos, por medio de la creación de formas colectivas de identificación en torno de objetivos democráticos.”

Agonismo y antagonismo están por lo tanto unidos en una estrecha relacion. El agonismo solo existe a partir de la aceptación del antagonismo y no de su eliminación. Para profundizar en su “modelo agonístico”, Mouffe procura distinguirlo de otros tres. Segun ella Hannah Arendt, de modo similar al del Jürgen Habermas, todavía busca un consenso a través de la exposicion racional de ideas en el espacio público. Bonnie Hering estimula a los ciudadanos a mantener políticas e ideas abiertas a la discusión y desafía cualquier intento de cerrar el debate. Y, finalmente, William Connoly intenta relacionar el concepto nietszchiano de «agón» con la democracia cuya «radicalización» conduce a los ciudadanos a entrar en una contestación que perturba cualquier intento de cierre y trae la noción de «respeto agonístico» como absolutamente necesario para un pluralismo profundo.

Mouffe llega entonces a un punto crucial, sea cual sea, la afirmacion de que el pluralismo debe tener un límite temporal. En su lucha contra cierres de las discusiones, los abordajes inspirados en Nietzsche y Arendt se tornan incapaces de aprehender la naturaleza de la lucha por la hegemonía: “Su celebración de una politica de perturbación ignora el otro lado de tal lucha: el establecimiento de una cadena de equivalencia entre demandas democráticas y la construcción de una hegemonía alternativa. No basta desestabilizar los procedimientos dominantes y romper los acuerdos existentes para radicalizar la democracia”. O sea, de modo muy claro, la autora crítica el pluralismo como mera valorización de la multiplicidad pero sin la realización de un cierre que es lo que constituye lo político. Mouffe elabora también una crítica a Alain Badiou para quien la politica no dice respecto de la expresion de opiniones y si en relacion de los sujetos de una verdad. O sea, para la autora, esa concepción está más próxima a una ética que a una politica. Reafirma su propuesta politica de un agonismo que asuma el antagonismo de la relacion nosotros/ellos sin que sea reducida y que sea capaz de decisión por medio de la formación de una hegemonía. Y aun subraya que cualquier configuración hegemónica estará siempre sujeta a la contestación, esto es, que ella nunca deberá ser tenida como la única legitima.

Sin entrar ahora en el análisis de nuestro momento presente, podemos dejar rápidamente dos reflexiones sobre el enfoque agonista y las reflexiones que nos vienen a la mente al leer el libro de Mouffe en este período post-electoral. En los últimos cuatro años y no sólo en el tiempo restringido de las elecciones, la relación «nosotros/ellos» se ha convertido en una guerra no sólo para distinguir un campo de izquierda de un campo de derecha o, en términos socioculturales, para distinguir modos de vida progresistas de los modos de vida conservadores y hasta reaccionarios, si no que también, se transformó en una insensata guerra por la hegemonía dentro del propio campo de la izquierda, cuando la designación y trato de «enemigo» a quien no concordaba con el partido hegemónico fragmentó y fragilizó muchas relaciones. Mouffe critica las tesis de Badiou por considerarlas poco «políticas» pero es un hecho que posturas más «éticas» podrían haber sido de gran ayuda en este contexto que se volvió más antagonista que agonístico. Como dije anteriormente, no voy a abordar los análisis del contexto europeo y aún menos el del contexto global, pero no puedo dejar de comentar el capítulo sobre políticas radicales porque, en él, Mouffe ataca el pensamiento y la praxis de la multiplicidad en la medida en que se exime de constituir hegemonía.

Políticas radicales: Mouffe presenta dos propuestas contemporáneas. La primera promueve una estrategia de «retirada de las instituciones» mientras que la segunda (que defiende) propone «un compromiso con las instituciones.» Según la autora, la «política radical» de «retirada de las instituciones» fue básicamente formulada por Antonio Negri y Michael Hardt en su trilogía Imperio, Multitud y Commonwealth y tendría como base cinco características: el propio «Imperio» entendido como nueva forma de la soberanía global y constituido por tres redes – monarquía, aristocracia y la democracia; las transformaciones en el modo capitalista de producción donde el trabajo fabril fue sustituido (o casi) por actividades cooperativas, comunicacionales y afectivas; el paso de una sociedad de disciplina (donde las relaciones son disciplinadas por instituciones tales como la fábrica entre otras) hacia una sociedad de control (donde las relaciones son controladas por dispositivos más difusos); el protagonismo del general intellect o «intelectualidad de masa» sea en las relaciones productivas como en las políticas; y, finalmente, en la medida en que ese productor político colectivo se vuelve cada vez más potente, la emergencia de la Multitud. La multitud es el nombre de esa potencia de emancipación de las redes de explotación y control que constituyen el Imperio contemporáneo.

En oposición a esa «crítica como salida de las instituciones», Mouffe presenta su «crítica como compromiso hegemónico con las instituciones». La cuestión que ella apunta como central a la diferencia teórico-política es el análisis del paso del fordismo al postfordismo. En aquellos que pasa a llamar «teóricos del éxodo», ella critica en primer lugar el protagonismo atribuido a las luchas de los trabajadores que coloca al capitalismo en una posición de mera reacción. Recurre entonces para reivindicar la relacion entre trabajo y capital como una “lucha por la hegemonía” en dos momentos: uno de ofensiva contra hegemónica a los modos de regulación capitalista y otro de rearticulación de todas las fuerzas progresista. «Tenemos varios ejemplos históricos de situaciones en las cuales la crisis del orden dominante llevó a soluciones de derecha»: y así aboga por esa estrategia de des-articulación seguida de re-articulación que excluye la estrategia del éxodo. En segundo lugar, retoma su crítica a la Multitud haciendo una distinción entre las concepciones de Hardt y Negri y las de Virno, pero apuntando su convergencia en la oposición al concepto de Pueblo. Mouffe discute el entendimiento de Pueblo como «unidad» cuando, en realidad, puede haber «una forma de unidad que respeta la diversidad y no apaga las diferencias» que ella denomina como chain of equivalence. Esta «cadena de equivalencias» requiere la construcción de un «nosotros» colectivo frente a la designación de un «ellos» adversario y una estrategia de acción sobre puntos nodales de poder que deben ser alcanzados para que una nueva hegemonía pueda ser producida. Una vez más, la insistencia en la fórmula desarticulación por medio de antagonismo seguida de re-articulación por medio de hegemonía.

La aplicación de esta propuesta requiere «un compromiso agonista con las instituciones». Ella es movilizada por Mouffe para defender la importancia de los gobiernos progresistas de América Latina y, nuevamente, criticar la posición de los «teóricos del éxodo» así como movimientos tales como el de los Piqueteros en Argentina o el de los Indignados en España. Como el libro de Mouffe fue publicado en 2013 y, desde entonces, mucho ha cambiado −ya sea en la coyuntura mundial o en la posición de la «vanguardia del éxodo», volveremos sobre esta cuestión. Sin embargo, no podemos dejar de señalar que, aparentemente, ese «compromiso agonístico con las instituciones» a través de la representación política fue repetido incansablemente, sin abrir alternativas, hasta llevar a un perceptible agotamiento del ciclo progresista latinoamericano. Es que ese «compromiso con las instituciones» tal vez haya sido muy poco agonista por parte de sus principales movimientos a lo largo de gobiernos longevos. Seguimos…

Para profundizar sus tesis, Mouffe presenta las bases filosóficas de su enfoque a partir de una diferencia entre su «negatividad radical» y el «inmanentismo» de algunos autores. Los dos enfoques reconocen la importancia del antagonismo pero, según Mouffe, el antagonismo de autores como Hardt y Negri es mera contradicción dialéctica mientras que el suyo representaría la negatividad radical. La explicación es corta y poco convincente. En una comparación entre el post-operaismo de Hardt y Negri y el marxismo tradicional, afirma que la Multitud sólo sustituye al Proletariado como sujeto político privilegiado y que ambas teorías consideran al Estado «como aparato monolítico de dominación que no puede ser transformado”. Lo que aparece aquí es una curiosa operación en la que Mouffe por un lado cuestiona la concepción post-operaista de Multitud como heterogeneidad y, por otro, reconoce esa heterogeneidad en el Estado. Ahora bien, si es posible acoger su afirmación de que el Estado es heterogéneo, es imposible no extrañarse por su postura de ignorar la concepción post-operaista de Multitud como heterogeneidad y, por tanto, preñada de antagonismos. En todo caso, continuamos tratando de entender su intención de «re-articular una situación dada en una nueva configuración» −una intención, digamos de tránsito, llena de posibilidades para el diseño que según Herbert Simon, es la actividad que transforma situaciones existentes en situaciones preferentes.

Como re-articular una situación dada en una nueva configuración? También a Bruno Latour se le atribuye el rótulo de «imanentista» y, más específicamente, el de «composicionista». En este caso, Mouffe crítica el hecho de que Latour descarta la oposición entre «construido» y «no construido» (en otros términos, entre cultura y naturaleza) cuando la cuestión sería discutir si algo está bien o mal construido. En donde Latour insiste en composición, Mouffe insiste en articulación, o mejor dicho, en procesos de desarticulación y rearticulación de carácter político. Sin embargo, enseguida, afirma que el origen de su diferencia con Latour se debe a las diferentes ontologías movilizadas. Para completar, inesperadamente, junta el composicionismo de Latour con el éxodo de Hardt y Negri para afirmar que ambos enfoques imanentistas son «incapaces de reconocer la negatividad radical y la no irradicabilidad del antagonismo.» Y completa: «en ambos casos, lo que también está excluido es la posibilidad de visualizar una ‘guerra de posición’ buscando una profunda transformación de las relaciones de poder existentes. «Aquí, la probable referencia es la reflexión de Gramsci sobre el período después de la revolución de 1917 y sobre las diferencias del contexto occidental (en el caso, Italia) con respecto al oriental (en este caso, Rusia).

Más allá de la comparación reductora entre los autores mencionados, es difícil entender en que tales estrategias revolucionarias serían adecuadas a América Latina considerando las características de los movimientos y de las sociedades en sus relaciones con el Estado, y aún más en el seno de los gobiernos recientes. Mouffe cierra su capítulo criticando a los autores (que en nota de pie de página se mencionan, Costa Douzinas y Slavoj Zizek) que, en la contemporaneidad, todavía vislumbran el comunismo cuando deberían volverse al socialismo. Ahora bien, ¿cómo puede una política radical confinarse en un «ismo»?

Presentamos aquí la concepción política agonística de Mouffe –en base a los conceptos de antagonismo y de hegemonía– y algunos de sus fundamentos filosóficos. En este recorrido, encontramos en sus críticas puntos problemáticos como cuando ella dice que habría en Hardt y Negri una interpretación no muy fiel de Foucault y Deleuze (p.68) y, sobre todo, con la afirmación de que, en esos «teóricos del éxodo», sólo existe la posibilidad de la «retirada de las instituciones» y no algún tipo de «compromiso con». Esta crítica ignora o intenta ignorar los esfuerzos de creación de instituciones de lo común. La diferencia es que esas institucionalidades no tienen como modelo, forma u objetivo el Estado. Aprovechando la mención de la autora a los Piqueteros en Argentina ya los Indignados en España, mencionamos la multitud de Junio ​​de 2013 en Brasil. El acontecimiento movilizó el país entero y el ciclo se extendió a los años siguientes, con muchas contradicciones a ser problematizadas pero también evaluadas como oportunidades de transformación. ¿Y qué hicieron los «imanentistas»? ¡Abrazaron la trascendencia del ParTido!

Recuerden que Mouffe menciona como «imanentistas” tanto a Latour como a la dupla Hardt y Negri. Verificamos en la actual coyuntura que tenemos, por un lado, no sólo estudiosos de Latour como antropólogos que, aunque estudian sociedades sin Estado, continúan con el Estado en la cabeza cuando ponen los pies en el campo político. Por otro lado, nos encontramos con la opción paradojal de Hardt y Negri, por un «éxodo hacia dentro del Estado» al abrazar la defensa de la hegemonía partidista –en este caso, la del Partido de los Trabajadores− en detrimento de los muchos que se manifestaron multitudinariamente desde 2013. De este modo, desacreditaron no sólo sus propias teorías sino que, sobre todo, a los sujetos que procuraron constituir actuaciones más allá de la forma partido en el gobierno y de su hegemonía en el campo de la izquierda. Desacreditaron a la multitud mientras, paradójicamente, dieron crédito a las tesis de Mouffe.

Y ahora? Las elecciones de 2018 fueron una tragedia. Sin duda alguna la coyuntura internacional contribuyó al avance del conservadurismo social y de la «derechización» política de Brasil. Y, finalmente pero no menos importante, el factor tecnológico contribuyó a la prominencia de la comunicación agresiva a través de Whatsapp y la proliferación de fake news. En la cuenta de la tragedia, debe figurar un factor absolutamente interno. Una polarización fue construida y dos campos se enfrentaron de manera virulenta. Lo que podría ser el ejercicio potente de una democracia pujante se transformó en una tragedia no sólo por el número de violencias estimuladas y/o efectivamente cometidas como, sobre todo, por la posibilidad de la pérdida de la democracia como resultado. Ante esa posibilidad, ¿que se concluye sobre el antagonismo nosotros versus ellos como estrategia de construcción de identidades colectivas? ¿Y del agonismo como estrategia de desarticulación y rearticulación vía hegemonía?

Después de trece años de gobierno (y dos del PMDB, su socio en la gobernabilidad, en detrimento de la multiplicidad), el Partido de los Trabajadores parece haber perdido buena parte de su credibilidad en la sociedad. El golpe final a esa credibilidad fue dado al final de la segunda vuelta al no querer renunciar a su hegemonía en el campo progresista. Con una crisis terrible en la salud y la educación, con altas tasas de desempleo y la verdadera percepción de que «todo lo que está ahí» tiene que ver con la totalmente expuesta corrupción, millones de brasileños escogieron otro salvador de la patria, el que se presentó como novedad anti-sistema.

Ahora bien, para que el anti sistémico no amenace al propio régimen democrático es preciso sacar de esa tragedia alguna lección. La primera de ellas es que toda estrategia política -incluida la agonística –cuando es aplicada innumerables veces y sobre todo ciegamente− terminan con su eficacia reducida e incluso anulada. El «nosotros/ellos» desarticuló muchas relaciones e imposibilitó la rearticulación en un campo agotado por la hegemonía del ParTido. La segunda de ellas deriva de la inesperada convergencia entre Mouffe y la dupla Hardt y Negri. Si bien las bases filosóficas siguen siendo divergentes, el análisis político en lo que se refiere a los gobiernos progresistas latinoamericanos ha convergido en este fin de ciclo. Enterraron el Agón. Lo que nos lleva a concluir que, más que políticas radicales (tal como se abordan en el capítulo cuatro de Mouffe), necesitamos una radicalización de la democracia (tal como hemos intentado elaborar en la Universidade Nômade) a través de la profundización de la participación ciudadana en todos los procesos de decisión, por fuera y por dentro de las instituciones, sean ellos movimientos, partidos o instancias de gobierno. En la inmanencia de las luchas y de los afectos, entre humanos y no humanos.

PS: El último capítulo del libro de Mouffe trata de las políticas agonísticas en su relación con las prácticas artísticas. Ella había mencionado anteriormente, en passant, la «crítica artística» citando a Luc Boltanski y Eve Chiapello. Esas cuestiones me llevaron a leer Agonistics – Thinking the world politically pero se quedará para una segunda reseña del mismo libro!

Traducción del portugués: Santiago De Arcos-Halyburton

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *