por Alejandro Marambio-Tapia
El propósito de este artículo es destacar el desarrollo de iniciativas económicas alternativas y la capacidad que tuvieron (y tienen) para producir y reforzar la emergencia de la comunitario en Chile, lo que resultó crucial para enfrentar la crisis sociosanitaria y socioeconómica de principios de esta década. A través del análisis de los casos, observaremos como estas iniciativas económicas de intercambio no convencionales colaboraron a producir y explicar relaciones comunitarias más allá de cercanías geográficas y emocionales. Consideramos que esto fue (es) factible por la fuerza relacional de la vida económica de escala comunitaria, y por la forma en que estas iniciativas económicas albergaron prácticas de consumo crítico. Nuestra propuesta de consumo crítico se define como una adquisición y apropiación de bienes y servicios orientada a la colectivización, que conlleva una reflexividad mínima sobre el consumo en sí mismo, lo que permite sostener tanto racionalidades alternativas al mercado desregulado como politizaciones que no toman como principal referente al Estado.
El contexto de la crisis sociosanitaria permitió observar la debilidad del mercado -en su versión hegemónica desregulada neoliberal- para proveer un marco coherente, constante y fluido para el intercambio, la provisión y el consumo a nivel micro. Luego, la emergencia de prácticas económicas fuera del mercado, parcial o completamente, constituye una experiencia en comunidad que logró ofrecer cohesión social en una sociedad. Este marco alternativo de provisión se dio en una sociedad caracterizada por una financiarización de la vida cotidiana (salud, educación, vivienda, consumo, etc.), por un endeudamiento de hogares normalizado, y un Estado usualmente ausente. Esto se sumó a la desconfianza y distanciamiento que impusieron los confinamientos en Chile, uno de los más extendidos de Latinoamérica, que implicó restricciones totales y parciales entre marzo de 2020 y julio de 2021 en los centros urbanos del país.
Este marco alternativo de provisión refiere a formas de consumo e intercambio que circulan en el ecosistema de la economía social-solidaria, esto es, el conjunto de ideas y prácticas individuales, colectivas y empresariales que abordan la economía desde una perspectiva más solidaria, colaborativa y ética que la economía marginalista o “convencional” (da Ros, 2007; Gibson-Graham, 2017) y que en ese sentido son alternativas a las que imperan en el actual sistema económico.
Para elaborar nuestro análisis, prestamos atención a cuatro experiencias ejemplares y representativas de las prácticas económicas a estudiar, todas ubicadas en ciudades intermedias de Chile: la plataforma de Trueque de Talca; el Banco de Tiempo de Talca; el colectivo Plantarte Newén de Chillán, y la Cooperativa de Ollas Comunes-Radio Popular de Rancagua. Entendemos que la agencia actúa como un catalizador de acciones entendidas solamente como individuales y económicas, de acuerdo a las comprensiones unívocas y convencionales del consumo (Warde, 2015), y que llegan a colectivizarse en lo comunitario. ¿Y cómo entendemos lo comunitario? En términos generales y operacionales: iniciativas localizadas, realizadas de manera asociativa, orientadas al bienestar, sin fines de lucro, sin dependencia exclusiva del Estado (Cubillos et al, 2022). Estas prácticas de consumo e intercambio funcionan como parte de un enjambre de prácticas -acciones distintas que se superponen al compartir materialidades, significados y habitualidades (Schatzki, 2012)- que van formando una constelación de entramados comunitarios (Gutiérrez, 2020). Esta forma de ver lo comunitario se desliga de referencias excesivamente territoriales, como un barrio, y se amplía hacia un funcionamiento más en red, que, no obstante, nunca deja de tener un asiento local en lo territorial, algo propio de ciudades intermedias. Finalmente, y más allá de una visión tradicional o idealizante, argumentamos que lo comunitario vino a permitir la reproducción material y simbólica de la vida, en alternativa a las deficiencias del Estado y el mercado, durante la pandemia.
Plataformas de trueque, bancos del tiempo, cooperativas de autoconsumo y colectivos de ollas comunes tienden a minimizar el uso del dinero como valor de cambio y realzan la relevancia de la necesidad y el valor de uso, creando mercados alternativos (Easton & Araujo, 1994) en algunos casos con tintes contrahegemónicos y de resistencia cotidiana (Johansson & Vinthagen, 2016). En términos prácticos, buscan operar desde una racionalidad de la reciprocidad, la cooperación y la simetría, aun cuando ello no está exento de tensiones. Incrustados en dichas relaciones comunitarias, no necesariamente personales, estos intercambios involucran lo material, pero también protección y contención. Esto considera el factor emergente de la crisis sociosanitaria, pero también nuevos vínculos que van desarrollándose a partir del despliegue comunitario en las ciudades, a pesar de las condiciones de confinamiento. A diferencia de lo que se ha sostenido respecto al mercado desregulado, se puede observar que ciertas versiones del mercado no corroen necesariamente lo comunitario (Block y Sommers, 2014).
VUELTA A LO COMUNITARIO: MÁS ALLÁ DE LAS PROXIMIDADES URBANAS
Durante las últimas décadas, se ha producido una recuperación de la relevancia de lo comunitario como modo de observar a la sociedad (Lash, 1997). Se trata de una comunidad ya no con un carácter tradicional ni monolítico, sino que plagada de fragmentaciones, políticas identitarias, expresiones relacionadas al consumo, y movilizaciones con distintas intensidades de organización (Edwards, 2009), que pueden situarse, o no, dentro del mercado, y que pueden dialogar, o no, con los Estados y la política convencional.
A partir de lo anterior, lo comunitario serían entramados que organizan relaciones sociales de cooperación para la reproducción material y simbólica de la vida (Gutiérrez, 2020; Cubillos-Almendra et al, 2022). Es una comunidad que se puede constituir desde vínculos de parentesco extendidos hasta organizaciones más o menos consolidadas o redes, como en los casos que analizamos en este texto. Se trata entonces de vínculos no determinados por la proximidad física ni por referencia unívoca al barrio, sino que más bien por ciertas adscripciones voluntarias (De Marinis, 2005) a redes que ocurren en las ciudades. Estos entramados permiten un entrar y salir de la mercantilización hacia la desmercantilización, y se orientan al bienestar para sus miembros, quienes pueden participar en estos múltiples entramados con el telón de fondo de lo territorial-local. En este operar, se van generando racionalidades y posibilidades de contra-agencia (Deville, 2016) que no siempre se procesan de manera consciente (Johansson & Vinthagen, 2016).
MERCADOS AUTORREGULADOS Y RELACIONES COMUNITARIAS
Uno de los puntos problemáticos de la decadencia de lo público-estatal es el giro político-cultural construido a partir de la ideología de los mercados autorregulados, que no es otra cosa que la entronización de la lógica de la ley de la oferta-demanda y su penetración en el resto de las esferas sociales (Polanyi, 1989). Sin embargo, el doble-movimiento polanyiano en su forma original -esto es, la sociedad organizada a través de un poder estatal, dominando al mercado salvaje- ya no rinde frutos, como se constató en la pandemia. El Estado y sus políticas, en particular en el caso chileno, donde se ha consolidado el retiro del Estado tras cuarenta años de tecnocracia neoliberal, pierde su rol de árbitro de la relación capital-trabajo, consolidando la individualización, desmovilización y precarización de las relaciones sociales y económicas. Sin embargo, la constatación histórica de la imposibilidad de un mercado desincrustado de la sociedad sigue vigente. La no “naturalidad” del mercado autorregulado abre las posibilidades de mirar la economía desde una perspectiva cultural. De hecho, la economía está instituida en instituciones sociales diversas (Polanyi, 1989), pero también está en las relaciones, a nivel micro (Zelizer, 2008; Bandelj, 2015). Esto quiere decir que nuestras prácticas económicas tienen justificaciones, motivaciones y racionalidades de índole moral, social, afectiva, y tienen relación con (des)confianzas, redes, (malos)entendidos, (pre)juicios. Luego, la economía está en la sociedad y está constituida por relaciones sociales y comunitarias. En este sentido relacional, recogemos la discusión respecto al poder “corrosivo” del mercado hacia las relaciones sociales al despojarlas de sentido más significativo y reemplazarlas por la mera instrumentalidad del intercambio de mercado (Block & Sommers, 2014). Por el contrario, apuntamos a testear el poder productor de relaciones (Zelizer, 2008) y entramados de la economía en su conjunto cuando precisamente es capaz de reconfigurar otro tipo de mercados, a través de las experiencias que abordamos en este artículo.
Finalmente, estas dinámicas relacionales permiten también la circulación de materialidades y discursos que sostienen modos alternativos para la economía produciendo iniciativas de economía social-solidaria y mercados con racionalidades alternativas, donde las formas de intercambio y consumo tendrán también otro sentido.
EXPERIENCIAS ECONÓMICAS CONTRAHEGEMÓNICAS EN TRES CIUDADES INTERMEDIAS
- Cooperativa de Ollas Comunes-Radio Popular
La Cooperativa de Ollas Comunes (COC) de la Radio Popular funcionó desde mayo hasta septiembre de 2020. Esta red de apoyo, provisión y distribución logró abastecer a 20 Ollas Comunes de Rancagua durante el gran confinamiento de 2020, que se prolongó entre 3 a 6 meses. En torno a ella se articulan otras actividades, como rifas y campañas de donación. Respecto a la Radio Popular de Rancagua, que actúa como iniciativa nodriza de esta red, se tiene registro de sus inicios de actividades a comienzos de 2020, visibilizando distintas actividades de protesta social y actividades políticas de la comuna, vinculadas a la revuelta social que tuvo lugar en octubre de 2019 en todo el país y que tuvo como resultado dos procesos de cambio constitucional, finalmente fallidos, en los años siguientes. Puede ser identificada como una práctica de economía solidaria, en el sentido más literal del concepto, puesto se origina como un espacio de acopio de alimentos y apoyo logístico a las ollas comunes surgidas solidariamente para proveer a la comunidad. Se evidencia una labor de comunicación, movilización y articulación comunitaria que busca promover instancias similares en el futuro.
- Trueque en Talca
Trueque en Talca (TT) es un grupo de Facebook que nace en marzo de 2020. Su objetivo es el intercambio de objetos, bienes y servicios, sin usar dinero. Durante los primeros meses alcanzan los 4 mil miembros. La creadora del grupo logra visibilidad pública al ser entrevistada por la televisión local. En mayo de 2020 alcanzan los 17 mil miembros y para 2021, se estabilizan en torno a los 24 mil miembros, quienes pueden intercambiar diversos tipos de bienes, y principalmente alimentos, ropa, electrodomésticos, y cualquier otro tipo de objetos. No se permite el intercambio de armas, drogas, medicamentos, y sustancias ilícitas.
La dinámica del grupo se basa en que las personas pueden publicar los objetos o servicios que tengan disponibles para intercambiar, sea por el motivo que sea. Al ofrecer algo se indica qué tipo de bienes necesita o quiere intercambiar. Las personas interactúan en las publicaciones del grupo, donde se realizan las ofertas y los intercambios de hacen de manera directa y presencial.
- Plantarte Newén
Plantarte Newén (PN) de Chillán es un espacio colectivo donde desde 2015 se promueven las huertas agroecológicas, soberanía alimentaria, distribución de semillas libres, talleres de huerta, arte callejero, sabiduría ancestral, intercambio de bienes, servicios y conocimientos, promoción de prácticas de consumo consciente y economía circular, y acopio de alimentos no perecibles, ropa y calzado. Sobre esta base, y considerando las consecuencias económicas de la pandemia, deciden realizar una campaña solidaria para ir en ayuda de los comerciantes de la feria de abastos Diagonal Las Termas de Chillán, quienes se vieron afectados por las restricciones del confinamiento para poder trabajar. Además de estas campañas de donaciones, también realizan trueques en donde ofrecen semillas y plantines de sus huertas comunitarias, a cambio de otras semillas, ropa, alimentos, etc. Participan de manera estable 15 personas, pero su alcance llega a las 40–50 personas.
- Banco del Tiempo
El Banco del Tiempo de Talca (BDT) opera como una plataforma digital ad hoc donde sus miembros intercambian servicios donde no se pone el acento en un valor monetario o en una medida equivalente y estandarizada, sino en el ofrecer y requerir ciertas habilidades, en forma de servicios o productos, a cambio de otras. En este sentido, la estructuración del BDT se sostendría en las necesidades y posibilidades de quienes forman parte de la organización, para así poder ver “que lo que yo hago te sirve a ti, y lo que tú haces me puede servir a mí” (Entrevista 1, BDT) y de este modo “se cubren necesidades entre las personas y se cobran con tiempo” (Entrevista 2, BDT). La organización del Banco de Tiempo de Talca, en principio es abierta, cualquier persona puede participar; en la medida que pueda ofrecer algo y a la vez sepa reconocer sus necesidades personales para así poder pedir otra cosa a cambio. Se realizan entrevistas a quienes desean formar parte del BDT, en las que se busca identificar los servicios o bienes que podrían entregarse para obtener horas y a la vez aquellos que se requerirían canjeando las horas acumuladas. Es posible observar que hay un flujo de participantes, que ingresan o se van de la organización, entre quienes se han encontrado: psicólogos, reikistas, electricistas, médicos, abogados, personas que practican permacultura, limpiadores, mueblistas, choferes, chefs.
NI ESTADO, NI MERCADO: DESAFIANDO ASISTENCIALISMO E INDIVIDUALISMO DESDE COMUNIDADES PRODUCIDAS POR MERCADOS ALTERNATIVOS
Las iniciativas aquí analizadas son diversas, perocomparten su vinculación con racionalidades económicas alternativas -un ethos colectivo-colaborativo- y orientación al consumo desde una perspectiva colectiva y reflexiva. Esto se basa, en primer término, en un rechazo a valores que se identifican como parte de la acción del Estado y del mercado desregulado neoliberal: asistencialismo e individualismo, respectivamente. Primero, rechazan discursivamente al asistencialismo, que asumen como perpetuador de opresiones. No obstante, las iniciativas se mueven en un eje que va desde lo asistencial a lo potencialmente transformador. Transitan desde un auxilio inmediato hacia una visualización de injusticias, y luego de formas de intercambiar y consumir como alternativas a esas injusticias. El consumo es reconfigurado en otros escenarios fuera de los imaginarios de la cultura de consumo, como el mall, y se repolitiza desde una perspectiva crítica: las decisiones de consumo pueden ayudar romper estructuras de exclusión y desigualdad, y a pensar y a discutir modos de vida reivindicativos. Es sacar al consumo (y a la economía doméstica en general) de la esfera privada y tratar de articularlo con un elemento productor de lo comunitario y del cambio social.
El rechazo al asistencialismo y al individualismo es coherente con la idea de un Estado y un Mercado que exasperan por la falta de integración y de respuestas a los problemas sanitarios y económicos. Así, por ejemplo, fruto de las observaciones, vemos que las experiencias de participación presencial directa, como la COC y Plantarte Newén se presentaron como una opción de supervivencia y resiliencia tanto para personas que no tenían ingresos -y que así podían acceder a alimentación e insumos básicos- como para quienes querían evitar la exposición a lugares de alta concurrencia como supermercados. Por otra parte, si bien no sostienen relaciones con el Estado y son críticos de las prácticas políticas por parte de partidos políticos tradicionales, comprenden la necesidad de institucionalidad y se muestran anuentes a vincularse con la esfera más pública electoral hacia el futuro. En el caso de Plantarte Newén, es una organización regular que implica mayor nivel de colectivización y conciencia de lo común, que no dialoga con el Estado y no tiene problemas de autonomía, pero sin duda tiene una articulación de vocación pública, ya que desea incidir en la acción de otros individuos, para sumarlos. Lo anterior se ve como el corolario colectivo-colaborativo que justifica la existencia misma de dichas organizaciones.
En el caso de la Radio Popular, que sostiene a la COC, se destaca como espacio de encuentro para la articulación y coordinación de marchas y acciones de protesta, y luego acciones económicas politizadas, tanto de un intento de desafío a la autoridad política como a la lógica individualista de supervivencia. “Tuvimos mucho cuidado al momento de hacer esta cooperativa y de dejar claro que nosotros somos cooperadores, no somos organizadores de ollas comunes, porque los organizadores son los pobladores; ellos la trabajan y la mantienen en función de las necesidades de cada población… Nosotros siempre presentándonos como una organización social-política, aclarando que para nosotros la olla era un acto político tomando en cuenta la situación social y económica que está viviendo el país en este momento”. (Entrevista 3, Radio Popular).
La COC es un proyecto auto-categorizado como político, pero que opera en la esfera de la distribución y el consumo, con lógicas económicas de circulación de recursos que son insoslayables. Sus organizadores sostienen que no es sólo la entrega de alimentos, sino que la misma forma cómo los consiguen y circulan es lo que quieren enfatizar. Lo ven como una forma distinta de hacer política y que contribuye a generar autonomía y capacidad de contra-agencia.
El TT y el BDT, que ocurre de manera presencial indirecta, puesto que sus intercambios se inician en una plataforma virtual, pero luego se concretan en lo presencial, ocurren fuera del mercado convencional, y constituyen un mercado otro que también discute contra el asistencialismo e individualismo. Sin embargo, no necesariamente implican una politización o una conciencia de aquello. En el caso del TT, sí hay una narrativa desde la creadora del grupo que piensa en un modo de hacer algo de “economía colaborativa y solidaria, circular y sustentable” (Entrevista 4, TT), que luego se expande por sus redes cercanas, como una bola de nieve, y que permitiría construir poco a poco esta suerte de “nuevo doble-movimiento” que contribuye a crear entramados comunitarios. No obstamte, sólo cuando la participación en estos mercados alternativos se hace más recurrente se producen una noción de colectividad reflexiva para cada individuo. “Se crea una mentalidad colectiva comunitaria y eso hace mirar los propios hábitos individuales, que nunca se dejan de lado, pero ahora uno los observa con más detención”. (Entrevista 20, COC).
Los organizadores del TT lo reconocen como algo no asistencial, aunque sí sirve para conectar a quienes trabajan en organizaciones e instancias de ayuda social con quienes la requieren. La acción estatal la vinculan con el clientelismo y el partidismo. Por ello, se intenciona que no haya proselitismo, aunque a través del trocamiento de ciertos productos, algunos integrantes pudieran leerlo así, ya que hay algunos productos con una carga política, porque transportan una visión de mundo (Marambio-Tapia, 2023). Aunque no hay un discurso político en su manera tradicional, si se promueve la práctica del trueque como una alternativa a las formas económicas dominantes. Esto es recogido por algunos participantes que consideran que la red de apoyo y conexiones derivadas de la iniciativa tienen la capacidad de hacer contra-agencia a lo hegemónico, y de producir y cohesionar lo comunitario. “El trueque hace frente a un modelo de sociedad que prioriza la competencia y la individualidad” (Entrevista 5, TT). Esta combinación de intercambios materiales con una significación reflexiva va constituyendo el consumo crítico como forma de participar en estos mercados alternativos.
CRÍTICA Y REPRODUCCIÓN MATERIAL: LA POLITIZACIÓN DEL CONSUMO
Respecto a su historicidad, muchas de estas experiencias no surgen tan solo como respuesta a la crisis sociosanitaria de 2020–2021 o a la revuelta social de 2019, sino que son trazables a momentos anteriores. Las surgidas en este momento de crisis sobre crisis están generalmente constituidas por actores con una cierta trayectoria anterior. Las trayectorias de las prácticas económicas son diferentes entre sí. En Plantarte Newénse confirma la hipótesis de que este tipo de prácticas económicas mostraba una mayor consciencia desde antes del 2019, ya que como ellos señalan en sus páginas, vienen trabajando desde hace ya cuatro años. En cambio, las iniciativas estudiadas en Talca y Rancagua surgen a partir de la crisis sanitaria, que sirve como motivación para su realización. Aun así, es posible que quienes impulsen estas prácticas tengan una trayectoria previa que les permita desplegarse con más fuerza en la crisis sanitaria.
En la perspectiva más política de estas iniciativas económicas se han identificado actores concretos, como el mall, a quienes le asignan una posición estructural en la desigualdad y un halo dominador en lo urbano. Sus acciones, entonces, están orientadas a interrumpir circuitos de desigualdad socioeconómica, como la predominancia en el consumo de malls y supermercados, como símbolos del modelo chileno y de un consumo irreflexivo. “Los productos que… están más controlados por un grupo de 5 o 6 empresas que determinan los valores de los productos etcétera e incluso generando como competencias injustas en contra de los almaceneros…”, (Entrevista 22, cooperativa) o “(es injusto que) hoy en día no haya gente que cultive una diversidad de hortalizas o muy pocas, sino que hayan territorios gigantes con monocultivos con pesticidas agro-tóxicos en dónde en el fondo lo más importante recibir la mayor ganancia al menor costo…” (Entrevista 23, cooperativa).
Esta revalorización de lo político a través de los modos y lugares de consumo es posible rastrearla a la revuelta de 2019. Tanto en TT como en los colectivos que promueven economías solidarias hay un espacio para la construcción del consumidor crítico, es decir, un consumidor que a lo menos considera la información de los productos para evaluar su completa trazabilidad: impacto ambiental, impacto social, la posición del producto en los circuitos y redes de intercambio y de producción. Una trazabilidad que opera en términos éticos y políticos, de una comprensión del ser humano como parte de un ecosistema integral y de que las formas en que se producen las cosas no son naturales. También implica el reconfigurar una práctica individual y llevarlo a un plano colectivo, en términos de consecuencias, y de un manejo común. No se trata sólo de modificar una conducta, sino que es prefigurar un nivel mínimo de una vida futura posible.
“…no verlo como consumismo… en el mismo trueque vamos a intercambiar un bien que nos va a beneficiar a las dos, y el no ver el dinero lo hace ver distinto, el incluir el reciclaje en esa práctica, nosotros tenemos un espacio en la casa un espacio libre donde recibimos ropa y de ahí nosotras podemos sacar tela para hacer las toallas o gente también que vienen a buscar, nosotras mismas nos vestimos de ahí. Yo creo que la diferencia es el interés y la noción que le damos a ese intercambio el que no sea tan importante el recurso monetario”. (Entrevista 6, usuario TT)
Se identifica una contra-agencia respecto al sistema materialista e individualista y que permite construir y cohesionar lo comunitario a través del consumo y lo económico, al dotar de sentido a estas acciones económicas. No hay expectativas de que ese mismo Estado les brinde condiciones de existencia distintas a las actuales, ni tampoco respecto al mercado, al que tienen a relacionar más con contaminación ambiental y destrucción de biodiversidad.
De acuerdo a lo visto en las notas de campo, los usuarios individuales del trueque se colectivizan a través de los intercambios del mismo trueque y de su pertenencia a dicha plataforma virtual y a las relaciones que van iniciando y consolidando. Hay nociones básicas de consumir fuera del mercado hasta de estar contribuyendo a experiencias “colaborativas y transformadoras”, como la denominan sus propios participantes. Al contextualizar el trueque en el marco de los colectivos más consolidados, las prácticas económicas de producción, intercambio y consumo, usualmente adjuntas a un estilo de vida más bien limitado, se transforman en una militancia que se dirige a lo público, y a lo político en cuanto a proponer nuevos modos de vida, nuevos modos de producir, nuevos modos de consumir. Cuestiones que desde los mercados o desde el Estado se tratan de mantener en lo privado y doméstico, como el consumo (Marambio-Tapia, 2020), experiencias como el TT, BDT y Plantarte Newén lo van llevando a lo público, en distintos niveles. Por ejemplo, en el trueque hay ciertas infraestructuras que son creadas más allá de los actores de mercado que desearían que no se produjera esa agencia. Y ese trueque por definición se da en lo público y se da en esferas que permiten construir y participar de un colectivo o de una comunidad con reglas y regulaciones propias y autoimpuestas.
LA ECONOMÍA DE LAS RELACIONES Y LOS PROYECTOS DE CONSUMO COLABORATIVOS
La economía de base funciona esencialmente sobre relaciones sociales, ya sean copresenciales o a través de canales digitales. Territorialmente, TT y BDT comparten el hecho de que potenciaron su funcionamiento en plataformas digitales, ya que antes sólo se difundían ocasionalmente en ferias. Como se ha constatado globalmente, la pandemia fortaleció la realización de actividades no presenciales. Muchos de los servicios ofrecidos por BDT y en parte por el centro Newén se adaptaban sin mayores problemas a este nuevo escenario relacional. Estas formas económicas constituyeron una forma de hacer comunidad, que va más allá de la proximidad geográfica, del barrio, de la junta de vecinos, pero que no por eso se desliga del territorio. Prueba de ello, es como el BDT se constituyó como un dispositivo de emergencia territorial en tiempos de pandemia. “Una vez pase la pandemia, va a tener que haber como una reconstrucción social/económica del país; porque la crisis nos ha golpeado fuerte y nos va a seguir golpeando dentro de los próximos meses. Entonces desde el banco de tiempo podemos fortalecer esta reconstrucción después de la pandemia.” (entrevista 12, coordinador BDT).
¿Prevalecerá la economía relacional post-pandemia (si cabe el término)? La respuesta no puede ser sólo sanitaria. Hay elementos sociopolíticos en juego. En relación con los vínculos estas iniciativas forman comunidad en el sentido de personas con intereses afines y que trascienden la vecindad local. Esto implica que hay expectativas en torno a este tipo de relaciones para cuando las cuarentenas y encierros salieran de lo habitual (“entonces como que se inscribían esperando a que pasara la pandemia para hacerlo como personal”, entrevista 12, coordinador/a BDT). Estas expectativas de establecer relaciones más allá de la virtualidad, y de establecer relaciones por afinidades que pueden llegar a ser políticas o éticas. “Yo creo que la pandemia, pasó, y permite que las condiciones sean propicias para fomentar un tipo de economía distinta” (Entrevista 16, participante COC). “…creo que las personas que participan en grupos de trueque pueden estar más abiertas a las ideas que se plantean en el Banco de Tiempo, porque ya están saliéndose un poco de la lógica media capitalista”, (entrevista 12, coordinador/a BDT).
Otra forma de responder la pregunta anterior es considerar las racionalidades económicas implicadas. En el caso del TT, hay concepciones tangenciales de valor de uso y cambio implícitos, pero que no coinciden con los valores de mercado. En concreto, quienes participan de un trueque en particular asumen que los productos intercambiados no son equivalentes en su valor de cambio. Por ello, la necesidad -o valor de uso- es el primer valor. Tiene ciertas reglas: la esencia es que no se puede comprar ni vender. Se basa indefectiblemente en un vínculo de confianza, mucho mayor que en el mercado desregulado. Por ejemplo, se habla de una “energía del trueque”, lo que circula con el trocar, un intercambio entre iguales, que se distancia tanto del regalar o de deshacerse de un “cachureo” [trasto viejo] y como también del comprar y del valor del cambio. No puede perderse la simetría de las relaciones. Por ello, es que las distinciones sociales producidas a partir de la disponibilidad del dinero son rechazadas.
En la perspectiva relacional de la economía hay espacio para tensiones entre las racionalidades colectivas-colaborativas que ayudan a producir comunidad, y aquellas más utilitarias-individualistas que perviven con fuerza, sobre todo en TT y BD, donde se reconoce una tensión entre lo individual y colectivo, puesto que la participación se inicia desde lo individual y es una práctica más espontánea que conscientemente transformadora. “Entiendo que que respondamos a lógicas más de lo individualista, capitalista, clientelares y nos cuesta de repente como tomarle el peso en el fondo a que un trabajo colectivo… algunos todavía no participan activamente o no todo lo constantemente que uno esperaría, y se generan algunas lagunas que tienen que ser apoyadas por los que sí están más vinculados” (Entrevista 21, COC).
Evidentemente, esta red de conexiones y relaciones no está exenta de tensiones. En general, no se puede idealizar lo comunitario ni en un sentido tradicional-pasado ni en un sentido prístino-futuro. Hay tensiones entre las racionalidades individuales y colectivas, o entre lo comunitario y el mercado. Esto se debe a que las motivaciones al entrar y salir de estos entramados económicos no son puras, sino que más bien diversas, donde en un extremo está lo individual (i.e. obtener un beneficio inmediato) y en el otro consolidar proyectos colectivos (i.e. crear orgánicas u emprendimientos colectivos transformadores), incluyendo el espectro intermedio. Incluso, en el caso del BDT hay un problema sobre cómo procesar la racionalidad esencial del banco del tiempo, en tanto intercambio diferido de servicios. Colisionan ahí las perspectivas de considerarlo una especie de voluntariado y no un intercambio simétrico. Aún más, de acuerdo a lo constatado en las observaciones y entrevistas, se generan problemas para valorar y medir los intercambios, respecto al entendimiento individual el intercambio como de servicios, donde concretamente algunos oferentes no consideran sus servicios como equivalentes, versus la propuesta colectiva de intercambiar tiempo, donde cada hora sería equivalente. De lo contrario, en el primer caso, el tiempo sería un mero dinero no monetario. En definitiva, el BDT es un tipo de mercado no corrosivo con las relaciones comunitarias. Va en contra el individualismo, pero vive tensionado por las subjetividades individualistas más normalizadas.
Respecto al manejo de recursos que sostienen la iniciativa Plantarte Newén, los intercambios se basan en la lógica de la reciprocidad y solidaridad (Letelier- Araya et al. 2019). Hay una orientación hacia al valor de uso, propia de trueques, bancos de tiempo y monedas sociales. Esto implica no sólo bienes y servicios, sino que la circulación de ciertos saberes y competencias También están incorporadas prácticas de economía circular. Esto implica que no todas las prácticas se pueden analizar por separado, sino que más bien ocurren como un enjambre de prácticas (Schatzki, 2012) que se coordinan constantemente, y que tienen materialidades, saberes y significados similares, como se puede apreciar cuando se articulan y analizan todas estas prácticas como una crítica a la sociedad de consumo, entendida por ellos como un espacio de crecimiento económico sin freno e insustentable, primacía del valor de cambio y circuitos lineales de la economía, antes que circulares.
El funcionamiento en red es significativo en todos los casos analizados. Las articulaciones se basan en la capacidad de agenciar recursos bajo las condiciones de restricción de la pandemia, y porque se comprende que de otra forma sería mucho más complejo cumplir objetivos. Se trata de una red de múltiples formatos, basada en canales virtuales, mediales y relacionales. En general, son prácticas económicas que dependen de vínculos relacionales es una economía incrustada en la comunidad, una plataforma de vínculos que funciona desde y para los vínculos relacionales de corte comunitario (no exclusivamente de parentesco/amistad). Evidentemente, algunas personas lo ven como una extensión a nivel comunitario de algo que podría darse a nivel mucho más reducido, casi familiar. La participación misma en los intercambios tiene el potencial de generar relaciones.
El intercambio está incrustado en relaciones sociales que involucran intercambio material, pero también protección y contención. Esto considera relaciones surgidas en el contexto de la crisis sociosanitaria, pero también nuevos vínculos que van desarrollándose a partir de la gestión de la plataforma del BDT, por ejemplo. Al igual que en TT, los administradores/moderadores tienen una función un tanto normativa, que apunta a preservar y cuidar las relaciones, en tanto, se asume que es un bien colectivo y/o común. A los lazos estables, que pueden ser intermitentes, se pertenece más por decisión propia que por una adscripción geográfica. Por lo mismo, se pueden superponer varias militancias. Se concentran en resolver problemas materiales, pero también emocionales. Se fundan en lo relacional.
CONSUMO CRÍTICO Y FORMACIÓN DE MERCADOS CONTRAHEGEMÓNICOS
El estallido social de 2019 en Chile fue origen y consolidación de algunas experiencias alternativas de consumo. Estas experiencias requieren ciertas competencias organizativas que se van adquiriendo a través de la misma operación de estas experiencias y a través de redes y relaciones, que producen comunidad, colectivos, colaboración y dotan de otros significados a las prácticas de consumo, sin que pierdan su sustrato manterial, como hemos observado a la luz de los datos. Sostenemos que estas experiencias cristalizan aspectos materiales, éticos y políticos del consumo, desde una perspectiva crítica.
Nuestra propuesta de consumo crítico pone atención en tres dimensiones: reflexiva, material y colectiva, con una subdimensión cultural y otra política. Lo reflexivo hace referencia a la posición que tomarían los consumidores para informarse y tomar conciencia respecto al origen, trazabilidad y efectos políticos y económicos que tienen los productos y servicios que adquieren y apropian, en particular, impactos en el sistema socioambiental, en los mercados del trabajo, las economías locales y las desigualdades socioeconómicas, financieras y de género (Marambio-Tapia, 2022; Pérez-Roa et al, 2022).
La dimensión material hace referencia a las acciones concretas que devienen de esta dimensión reflexiva; por ejemplo, preferir ciertos productos y dejar de preferir otros, relacionado con las dinámicas del boycott o buycott del Norte Global, aun cuando dichos conceptos resulten discutibles, puesto que involucran ciertas condiciones estructurales difícil de abordar desde la sola soberanía del consumidor. Esto se hace patente en las sociedades del Sur Global, y aún más, en los periodos críticos de la pandemia. Esto se materializó en la opción, por ejemplo, de preferir productores y distribuidores locales, como ferias, almacenes pequeños, los espacios de autoproducción y mercados alternativos como el TT y BST. Situándonos en la dimensión colectiva, el consumo crítico involucra no sólo acción u omisión relacionada con adquisición o apropiación, sino que incorpora aspectos 82
culturales y políticos. En la trama cultural, apunta a la formación de una cultura de consumo distinta a aquella propia del consumismo -he ahí la opción real de no consumir- que se relaciona con estilos de vida integralmente más críticos de la hegemonía económica. Esto se plasma en la resignificación que ocurre de las prácticas de consumo colaborativas como una forma de hacer comunidad. En la trama política, que opera sobre lo anterior, implica la organización y difusión de dichos estilos de vida, pasando de lo individual a lo colectivo, con una mayor conciencia de la politización que todos estos ciclos van produciendo. Lo anterior se observó en la noción de usar las intancias de reproducción material para la difusión de contenidos arrastrados desde el estallido social, que para el tiempo de la pandemia, todavía sonaba cercano en Chile. Aun más, el ejercicio mismo de consumo crítico fue visto como una forma de “resistir” las opresiones.
Estas prácticas, iniciativas y plataformas fueron un punto de entrada para algunos participantes a expresar formas de lealtad, de forma consciente y voluntariosa, que luego pudieren encontrarse más explícitamente por movimientos sociales consolidados (Yates, 2011) o movimientos sociales económicos (Portilho, 2009). Esta “acción colectiva individualizada” que podemos encontrar en el consumo, no es mediada por representantes ni acciones convencionales, y se distingue de la acción colectiva pura, porque opera en arenas distintas a la participación política grupal (Micheletti, 2003).
La mirada del consumo crítico recoge también los devenires de la crisis de representación del sistema político tradicional, y la desconfianza creciente en las instituciones del Estado y del mercado (Edwards, 2009), que como vimos en observaciones y entrevistas, se extremó en el periodo de crisis sociosantiaria. El consumo, ahora desde una perspectiva crítica, es una fuente de identidades colectivas y politizadas, que le disputa espacios a la política representativa. En ese sentido, estos espacios de consumo crítico pueden ser considerado como una alternativa a las formas políticas convencionales en sociedades donde la desafección con el sistema político es alta (Micheletti, 2003). En términos más amplios, el consumo crítico opera bajo el supuesto que el involucramiento en política es mediado por formas de acción individualizadas y organizadas en términos de afinidad, redes y horizontalidad (Tormey, 2007). En este sentido, las experiencias comunitarias de consumo e intercambio combinarían lo doméstico-privado del consumo con el cambio social de gran escala, a través de colectivizar lo individual y politizar estas esferas de consumo. Esta colectivización de lo individual conduce a reflexiones acerca de los modos de consumo en el principio de la pandemia, y su relación con nociones de sustentabilidad, precarización laboral y social, y la instalación de acciones y discursos que ven la crisis sociosanitaria como una oportunidad para levantar y/o potenciar modos de vida distintos a los que circulaban en el periodo previo a la pandemia. Para el caso chileno, esto se hibridó, a nivel comunitario, con el escenario de repolitización que trajo la revuelta social iniciada en octubre de 2019. La instalación de competencias y perspectivas de consumo crítico puede llegar a producir escalamiento de las iniciativas que trascienden la pandemia, y afincar redes y entramados comunitarios que antes no existían o que lo hacían tenuemente.
Asimismo, pudimos observar empíricamente la formación de mercados con otras lógicas distintas a las imperantes, esto es, basados en nociones de horizontalidad, colaboración y valor de uso, al referirnos en particular a las plataformas de trueque, los bancos de tiempo y los circuitos locales de intercambio. Argumentamos que estos mercados también tienen el poder de levantar lo comunitario al reforzar sus entramados y propiciar cohesión social. De esta forma contribuimos a la discusión sobre la naturaleza de los mercados. Un intercambio de mercado, basado en la maximización de intereses, es una forma posible, pero no excluyente, que una comunidad en un momento dado tiene para resolver el problema de distribución de bienes. El mercado desregulado implica que sus precios sólo se determinan por una lógica interna, esto es por la ley de la oferta y la demanda. Cuando todo trabajo, naturaleza y dinero están sometido a ello, para Polanyi se trata de una “sociedad de mercado”. Sin embargo, hay otras formas posibles, y que no sólo corresponden a momentos históricos anacrónicos, sino que a relaciones de reciprocidad, redistribución y los vínculos comunitarios, que forman otro de tipo de mercados (Easton & Araujo, 1994) como los que reseñamos en este artículo. Estos vínculos poseen y agencian una capacidad de coordinación significativa, y que en parte se presentaron como un recurso vivo para enfrentar la pandemia. De todas maneras, estas formas conviven y ninguna se sostiene a sí misma como la única forma “natural” de realizar estos intercambios y acceder al bienestar.
Todas estas iniciativas de ciudades intermedias son distintas experiencias en que la comunidad se protege del mercado autorregulado, como telón de fondo de la crisis global y permanente. Los intercambios económicos –la economía- no necesariamente corroe a la comunidad. Hay algo en común que se va proyectando y creciendo, más allá de los intercambios. Es, básicamente, rehacer, reconstituir y ampliar el tejido comunitario y la sensación misma de comunidad. Estas iniciativas comunitarias, de alguna forma, vienen a cuestionar con voz alta ese sentido de naturalidad que se ha atribuido al mercado, y demuestran con la práctica, de que son posibles otras formas de intercambio y consumo, que estén más en correspondencia con la naturaleza social de estas prácticas económicas y sean a su vez no corrosivas de lo comunitario, y que además se alinean con los objetivos de inclusión y justicia social que teóricamente Estado y mercado persiguen (Arun, 2022). El intercambio está incrustado en relaciones sociales, no necesariamente personales, pero sí involucran intercambio material, y también protección y contención. Esto incluye el factor emergente de la crisis sociosanitaria, pero también nuevos vínculos que van desarrollándose a partir de la gestión de esta plataforma. Se configura un nuevo “doble-movimiento”, esta vez desde las experiencias de colectivización comunitarias, ya que el mercado nunca terminó de corroer lo comunitario, y esto permite que se configuren otras reacciones posibles ante la impotencia del Estado.
Finalmente, la crisis sociosanitaria y su demanda de resiliencia invita a repensar la concepción de consumidores y los valores de mercado. Está siendo una contraposición entre la (desigual) sobreproducción capitalista, su desconexión con las necesidades y falta de agencia de los consumidores en este sistema, y entre las economías que se guíen por la solidaridad y la consideración de las necesidades y derechos de sujetos concretos, sus hogares y sus vínculos sociales. En la crisis sociosanitaria el consumo se vio restringido, lo que llevó a evaluar sus decisiones teniendo en cuenta la utilidad de los bienes, su bienestar y el beneficio generado por su uso. Con mayores o menores niveles de conciencia se tiene en consideración la circularidad de los bienes (Pego-Monteiro, 2020). Esto no significa que se aparte de la racionalidad del consumo, sino que prosigue otros caminos. La crisis sociosanitaria marca un hito en este tipo de experiencias. O bien consolida iniciativas que vienen gestándose, y las determina a realizar acciones de adaptación, o bien, marca el inicio de nuevas experiencias, a nivel colectivo o desde la decisión individual de sumarse a lo colectivo, en el marco de la detección de necesidades emergentes que trae la situación de confinamiento, desempleo y restricciones en general. Se trata de una constatación de forma práctica de lo que anuncian discursos de la esfera política: el retiro o ausencia del Estado, y la ineficacia y segregación del mercado como asignador de recursos. Sin duda estos proyectos son iniciativas potencialmente transformadoras -algunas incluso dialogan con los discursos del buen vivir (Vanhulst y Beling, 2014), y que pueden ser tanto mercados no corrosivos como instancias de construcción de lo comunitario por medio de la colectivización de lo que aparentemente se sitúa como una acción económica individual.
CONCLUSIONES
Los cuatro estudios de caso presentados aquí ejemplifican las diversas formas en que el consumo crítico y las prácticas económicas alternativas surgieron en respuesta a la crisis sociosanitaria durante la pandemia en Chile. Cada estudio de caso refleja diferentes niveles de participación comunitaria, politización e historicidad, lo que proporciona información valiosa sobre cómo estas iniciativas operan fuera de los sistemas económicos convencionales. Cada estudio de caso ilustra cómo estas iniciativas sirven como respuestas potencialmente transformadoras a las prácticas económicas dominantes desde el consumo crítico y su capacidad para fomentar la cohesión comunitaria en medio de las crisis. Replantean el consumo como una actividad colectiva, en lugar de ser exclusivamente individual, lo que es vital para la construcción de la comunidad. También destacan cómo estas iniciativas respondieron a las debilidades del sistema de mercado durante la pandemia, ilustrando las formas en que los enfoques basados en la comunidad pueden brindar resiliencia y apoyo cuando las estructuras estatales y de mercado fallan.
El artículo ha explorado las experiencias de consumo crítico y economía social que emergieron durante la pandemia en tres ciudades intermedias de Chile, destacando su capacidad para articular alternativas autónomas frente a las prácticas hegemónicas del sistema económico dominante. Los hallazgos indican que estas iniciativas no solo han respondido a las necesidades inmediatas generadas por la crisis sanitaria, sino que también han potenciado el fortalecimiento de vínculos comunitarios, la re-politización del consumo y la reflexión sobre modos de vida más sostenibles y equitativos. A través de la colectivización de prácticas que antes eran percibidas como acciones individuales, se ha evidenciado un potencial transformador significativo que invita a vislumbrar nuevas comprensiones de la economía y de las relaciones sociales.
El estudio presenta limitaciones, por cierto, principalmente relacionadas con la representatividad geográfica y el alcance de los casos analizados. Dado que se concentró en un contexto específico y temporal, podrían surgir variaciones en otras regiones o bajo diferentes condiciones socioeconómicas. Además, la investigación tuvo que lidiar con la dificultad de capturar iniciativas que operan en la informalidad, lo que podría haber limitado la exhaustividad del análisis.
Se sugiere la necesidad de realizar estudios que amplíen el foco geográfico y temporal, incorporando experiencias de iniciativas similares en otros contextos post-pandemia. Asimismo, se podría profundizar en el impacto a largo plazo de estas alternativas en la configuración de economías locales y en las dinámicas de empoderamiento comunitario. Una investigación de corte longitudinal podría ofrecer luces sobre cómo institucionalizar y escalar estas iniciativas, creando así un marco más robusto para la economía social y solidaria en Chile y más allá. Estas líneas de desarrollo futuro podrán contribuir a fortalecer la discusión sobre alternativas al modelo económico dominante y a fomentar un consumo más crítico y consciente en la sociedad.
Coordinador de Postgrado y Extensión de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile; Académico de la Escuela de Sociología e investigador del Centro de Estudios Urbano-Territoriales (CEUT) de la Universidad. Católica del Maule Licenciado en Información Social con Minor en Sociología, Periodista, Pontificia Universidad Católica de Chile; Magíster en Comunicación Pública, Universidad de Chile; Magíster en Sociología de la Modernización, Universidad de Chile; Doctor en Sociología, The University of Manchester. Sus líneas de investigación son: Estudio social de la economía; consumo y sociedad; consumo sostenible; financiarización y endeudamiento; desigualdades y clases sociales.
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