por Jack Daniel (seudónimo)
Esta es la paradoja de las democracias: ¿Qué sucede cuando un pueblo, de forma democrática (o sea, por mayoría), elige a un enemigo de la propia democracia?
En los próximos días y semanas, discutirán sobre la debilidad de Kamala Harris, su insuficiencia y su descuidada, rocambolesca, entrada en la carrera presidencial. Hablaran de los blancos pobres en busca de status, de la inflación y de la emigración, van a mencionar Gaza; cada uno intentara explicarnos por qué Kamala Harris perdió. Claro, van a mencionar el hecho de que ella es mujer y negra, y concluirán que los Estados Unidos aun no estaban preparados para eso. Seran, ya puedo predecirlo, explicaciones interesantísimas que, en el intertanto, no nos aclararan el punto principal, o sea, ¿cómo es posible que la mitad (o más) de los norteamericanos haya votado a Trump?
En la noche del 6 de enero de 2021, levanten la mano los que previeron el resultado de hoy: ninguno, y si alguien dice que lo previo, probablemente está exagerando. Decir que Trump es un peligro para la democracia no es un slogan; es solo constatar lo hechos, lo que paso en ese momento, lo que, él, viene afirmando a lo largo de los años. Deportaciones, prisiones de los adversarios, amenazas a la prensa, el proyecto 2025 ¾lo hemos visto y oído todo. Y, aun así, el gano, asegurando la presidencia, el parlamento y teniendo ya a la Suprema Corte en sus manos. Raramente alguien ha tenido tanto poder en la democracia norteamericana, un hombre que, como dije, hace de todo para mostrar al mundo cuanto le importa la democracia, sus ritos, controles y equilibrios: nada
Nos estamos volviendo a una caricatura de la democracia, hacia el plebiscitarismo, la enfermedad senil de las democracias que no solo afecta a Estados Unidos, basta mirar alrededor y, tal vez, muy cerca de nosotros. La prensa y el poder judicial son acusadas de ir en contra, las quejas diarias sobre los obstáculos que limitarían la acción del gobierno escogido por el pueblo, propuestas de “premierato” son nuestro pan de cada dia, pan italiano y común también a varios países europeos. A fin de cuentas, en la era contemporánea, podemos decir que fuimos nosotros, con Berlusconi, los inventores del plebiscitarismo contemporáneo en un país democrático: un país de santos, navegadores e inventores de formas de gobierno que minan la democracia. La primera vez como tragedia, el fascismo, la segunda vez como comedia, el “bunga bunga”.
Pero la pregunta permanece: ¿qué tipo de anticuerpos pueden ser activados cuando este tipo de gobierno, declaradamente hostil al método y a la practica democrática, que presuponen el respeto de las minorías, controles y equilibrios, es elegido por la mayoría? En la postguerra, nos esforzamos para creer que la crisis de las democracias de un siglo atrás ocurrió, comenzando aquí, en el país de los Santos y Navegadores debido a conspiraciones y golpes de estado bien articulados por una minoría contra la mayoría. Nos autoconvencimos por décadas de que los regímenes totalitarios no tenían apoyo popular y, si lo tenían, era porque lo obtuvieron por coerción o mediante una propaganda asfixiante, o por la eliminación de los opositores. Nos convencimos, con confianza, de que una democracia no podría ser debilitada de forma democrática, ya que, naturalmente, el gobierno de la mayoría (la democracia) siempre seria preferido por la mayoría al gobierno de un hombre o de un pequeño grupo al mando. Creíamos que nunca se elegiría la autocracia, democráticamente, frente a la democracia, que tendría que imponerse manu militari, con un golpe de estado o con un “putsch”.
Y, sin embargo, estamos viendo que no es así (y ni siquiera hace un siglo, de hecho): la mayoría puede, si, preferir la autocracia y a ese hombre solo en el mando; la democracia puede cansar, envejecer o parecer vieja, sino decrepita. Orbán, Putin, Xi, Trump (y los nuestros) son lo “nuevo” que avanza.
¿Qué anticuerpos? No se ve ninguno, más allá de slogans dignos de Pangloss, como “es preciso fortalecer la democracia” o “revitalizar los partidos, participación fortalecer los organismos intermedios”. Cierto, pero ¿cómo? Porque el problema es precisamente ese: es como decir que la solución para una enfermedad seria la buena salud del enfermo. Excelente, pero ¿con qué tratamiento podemos recuperar la buena salud si el tratamiento en si es considerado como fuente de enfermedades? ¿Cómo revitalizar los organismos intermedios y partidos si justamente son considerados como un obstáculo para la voluntad popular, expresada por un plebiscito que elige al “Campeón” que se encarga de atacar a cualquiera que obstaculice sus proyectos? Los controles y contrapesos son vistos como ataduras y limites a la voluntad popular y, por ende, algo a ser reducido, sino eliminado.
Un siglo atrás, la crisis de las democracias condujo a la catástrofe y, después de darnos de cabezazos, reconocimos el valor de la democracia misma. Fue necesaria la nemesis de la guerra que funciono como vacuna y genero anticuerpos que nos han protegido hasta ahora. ¿Pero ahora? ¿Qué o cual es el “refuerzo de la vacuna”? ¿Qué tiene que acontecer para convencernos de que la democracia es la peor forma de gobierno, excepto todas las demás?
Traducción del portugués: Santiago Arcos-Halyburton