Por Bruno Cava / Universidad Nómada de Brasil
“La crítica vulgar asume ante la realidad empírica una actitud arrogante, altiva, pretensiosa; ella expone las contradicciones de lo existente apenas para despreciarlas como algo perteneciente a la masa (…) es una crítica dogmática, que lucha contra su objeto, del mismo modo como, antiguamente, el dogma de la santísima trinidad era eliminado por medio de la contradicción entre uno y tres”
Karl Marx, Crítica de la filosofía del derecho de Hegel (1844)
En mayo de 2018, la huelga de los camioneros bloqueó las principales carreteras, el complejo petroquímico y el mayor puerto de America Latina. La falta de combustible colocó al país al borde del colapso logístico, amenazando el abastecimiento de alimentos básicos, pero, del mismo modo, la huelga provocó un desbordamiento social. Los pobres se sintieron representados por la lucha de los trabajadores rodoviarios y extravasaron su indignación por la crisis en millones de textos, audios y videos autorales por WhatsApp. En un primer momento los empresarios del transporte estaban junto a los camioneros, sin embargo, después de los primeros acuerdos de los patrones con el gobierno, los conductores formaran comisiones de huelga autónomas y, con el enorme apoyo de la población, prolongaran la huelga por cuenta propia. En menos de una semana, el presidente Temer determinó la solución integral de las demandas de los huelguistas. La victoria de los camioneros fue vivida como renovación de la esperanza y despertar democrático.
La izquierda de lucha y movimiento en Brasil no solo no participó del movimiento de los camioneros, sino que también lo condenó como infiltrado por militantes de derecha y manipulado por valores conservadores. Esa actitud ha sido una constante desde la insurrección de Junio de 2013. En lugar de conectarse con la movilización en la crisis, las izquierdas prefieren atrincherarse en un discurso moral de defensa… del propio ideal de izquierda. Ante las luchas aplican el test del tornasol de las banderas y el izquierdometro de los discursos, para exhibirse entre sí con la fraseología de alertas y rechazos. La subjetivacion predominante ha sido trazar una línea clara e inequívoca entre nosotros y ellos, basada en un vago sentimiento de estar juntos del lado cierto de la Historia (el propio). Mientras, una nueva derecha nació y fue al encuentro de la indignación popular.
Esto se dio de varios modos. Primero, con la aparición de redes de movilización al interior del caldero social, por ejemplo, con el Movimiento Brasil Libre (MBL), surgido en 2014 buscando emular la sigla del Movimiento del Pase Libre (MPL), uno de los principales organizadores de las protestas de 2013. El MBL, junto a otros grupos nuevos, comenzó a construir un ecosistema político de la “alt right” a la brasileña. Moralista en las costumbres, neoliberal en la economia y discretamente encantadora en la estética.
En segundo lugar, el crecimiento de la derecha se dio entre los pobres, que viven en territorios violentos bajo algún tipo de instancia local de chantaje: narcotraficantes o milicias armadas en la zona gris entre policía y crimen. En 2017, la tasa de homicidios en Brasil fue mayor que la suma de todos los países de Europa (incluyendo a Rusia) y Estados Unidos, y viene aumentando a lo largo de la década, al mismo ritmo que el aumento del empobrecimiento y endeudamiento, que la desocupación y del empeoramiento de la disputa por los negocios en los territorios. Fue ahí que floreció una nueva derecha organizada por las iglesias protestantes, neopentecostales, que para muchos paso a ser la única alternativa de protección ante la dialéctica entre poder del crimen y poder del poder. Para tales grupos, la importancia de la restauración de la familia nuclear esta en sustentar un vínculo de solidaridad y amparo en el medio de la disolución de los lazos sociales, de la deuda y del miedo cotidianos.
De 2013 a 2018, las izquierdas ignoraran la movilización real y la desdeñaran, para defender a Lula y el PT, que han sido criminalizados en la mayor investigación de corrupción de todos los tiempos, el Petrolão (Petrolazo). Por esto, en la trinchera idealista en pro de los valores de la izquierda, en términos reales, tiene significado la defensa del sistema político existente, ya que junto a Lula y el PT están siendo condenados no sólo políticos aliados (del PMDB, del PP, del PSDB), sin o que también los principales articuladores empresariales y financieros del gobierno, los llamdos «campeones nacionales».
En 2015-16, cuando las calles estaban tomadas por los manifestantes indignados con la corrupción y los partidarios de Lava Jato, las izquierdas prefirieron defender el Estado de Derecho. La moda intelectual era el garantismo. En el impeachment de Dilma Rousseff, defendieron que había un golpe de estado contra la Constitución. La moda era el republicanismo. Finalmente, cuando Bolsonaro pasó a la segunda vuelta de la elección de 2018, sacaron de la baraja su última carta: era el fascismo que ahora amenazaba a la Democracia. La moda se convirtió en el antifascismo. Siempre palabras en mayúsculas, una atmósfera del pánico moral y una retórica inflamada para contrastar lo que, en realidad, es una revuelta generalizada contra el sistema. El resultado de ello fue que si las izquierdas cavaron una trinchera contra el mal que venía de fuera, las derechas tuvieron éxito en mezclarse con una movilización real. La vehemencia de las voces indignadas de la izquierda nada pudo contra la fuerza real de la indignación popular, que encontró una representación política y se volvió inestable.
En la elección de 2018, la disputa se dio entre el político de extrema derecha Bolsonaro y el político presidiario Lula, el «candidato oculto» de Haddad, del mismo PT. Después de sobrevivir a un atentado político que casi lo mató, Bolsonaro hizo la campaña prácticamente de casa de casa, evitando apariciones en la televisión y palenques tradicionales. La campaña del PT, en cambio, reunió alrededor de sí al propio sistema político, personalidades de la cultura establecida y buena parte de los medios corporativos, todo para defender la Democracia. La disputa fue, entonces, entre una candidatura de izquierda en nombre de la defensa del sistema y una candidatura de derecha en nombre de su destrucción. El saldo de los cinco años de alejamiento en relación a las luchas en la crisis, por parte de la izquierda, y del trabajo de reorganización, dentro de ellas, por parte de la derecha, finalmente se inclinó hacia el lado opuesto del PT, que no perdía una elección nacional desde 1998.
El 1 de enero de 2019, presenciaremos en Brasil otro experimento institucional de la nueva derecha, una tendencia mundial, con un presidente que trae consigo: por referencia, torturadores de la dictadura de 1964 y populistas como Donald Trump; por aliados, el arco de iglesias y pastores ultraconservadores y la juventud «alt right»; y por economistas, gurús neoliberales que prometen revolucionar el sistema de protección social. Pero ese no es nuestro drama. Sería optimista encontrar eso. El drama verdadero es que la victoria aplastante de Bolsonaro en el país y en los estados está siendo vivida como renovación de la esperanza y despertar democrático, como ariete anti-sistémico y movilización de los pobres y sufridos por la crisis, por fuera de las viejas estructuras.
He aquí el tamaño del problema, que meras invectivas morales y románticas enredos ideológicos no van a ayudar a resolver.
Traducción del portugués: Santiago de Arcos-Halyburton