La Comuna Chilena

por Bruno Cava Rodriguez

En octubre de 2019 estallaron protestas masivas, en oleadas sucesivas, que resuenan con los grandes levantamientos de la última década en nuestro subcontinente y en todo el mundo. Curiosamente, el detonante fue el aumento del precio del transporte subterráneo en 30 pesos chilenos, que son aproximadamente 20 centavos de real brasileño. Los manifestantes gritaron: “no son 30 pesos, son 30 años”, en alusión a los 30 años del período de transición desde el fin de la dictadura de Pinochet en 1990. La pandemia de covid-19 interceptó el ciclo de luchas y, en octubre 2020, casi el 80% votó por el establecimiento de una convención constitucional con el mandato de reemplazar la ley principal de la era de Pinochet. Fue esa constituyente la que determino la derrota de la propuesta presentada al plebiscito, en la que ganó el “no” con el 61% de los votos. ¿Habría triunfado entonces la constitución de la dictadura, reaprobada? No.
El hecho es que no es tan binario. La constitución de 1980 sufrió sucesivas reformas durante la redemocratización y permaneció en constante tensión, con diferentes interpretaciones dadas por el tribunal constitucional chileno. De los treinta años que separan el fin de la dictadura de la constituyente de 2020, el 80% o 24 años fueron de gobiernos de centroizquierda, encabezados por líderes como Lagos o Bachelet.
El paradigma del neoliberalismo con características chilenas no fue construido por los Chicago Boys en las reformas anarcocapitalistas de mediados de la década de 1970, sino por el impulso continuo de una segunda capa de reformas que combinó financiarización y socialización.
El neoliberalismo no es el reinado del laissez-faire ni la autorregulación de los mercados, sino fusiones flexibles entre técnicas de gobierno y tecnologías del yo, que incluyen microcrédito, emprendimiento social, indexación de medios y fines por eficiencia. Muchos académicos por ahí elaboran un discurso antineoliberal, pero no sólo trabaja en una malla de competitividad fratricida e internalización de costos de producción, sino que también promueve esa malla cuando se ve obligado a pelear en ella y tratar de triunfar en ella. Mucha de esta animosidad que impregna los debates internos en los campos del saber coincide con el espíritu animal que se le exige al autoempresario. El “emprendedor social” no es lo otro del académico de la universidad pública, en el neoliberalismo hay una corporativización generalizada, incluyendo el aspecto “público” de las actividades, como criterio de eficiencia (auto)impuesta. Es molecular, es deuda subjetivada…
Quien en América Latina ha profundizado esta forma de gobernar, con éxito macroeconómico, ha sido la sociedad chilena. El neoliberalismo es mucho más una transformación profunda, a nivel social, que un conjunto de agendas de privatización o minimización estatal. Esto, en Chile, se conoció como la Pax Concertacionista, porque fue encabezada por esta coalición de centro-izquierda. Si tomas a un autor local que critica la economía política (subjetividad), como Fernando Leiva, verás cómo compara la combinación de mercado y campo social en Chile con una especie de ordoliberalismo periférico, refiriéndose a la economía social de mercado del periodo Adenauer.
Esa paz (pacificación) se acabó. En la última década, la era de la bonanza mercantil ha terminado y, además, el lado antagónico de la neoliberalización ha comenzado a escapar de las instituciones flexibles establecidas. Las redes de confianza y las tecnologías participativas y empresariales que conferían confiabilidad a la moneda común comenzaron a desmoronarse, crujir y descarrilarse. Esta fue una positividad organizacional, que se expresó en las protestas estudiantiles a lo largo de 2011 y 2012, y comenzó a erosionar el consenso de redemocratización. La crisis se profundizó hasta estallar en octubre de 2019, que fue, por así decirlo, el junio de 2013 chileno. Pero allí los desarrollos fueron bien distintos, las protestas se espesaron con la fuerza de nuevos y flamantes movimientos, con la Primera Línea de autodefensa de los manifestantes, con un ecosistema de luchas minoritarias y colectivos pospartidistas. Todo esto fue bastante poderoso y perduró en el tiempo y en el espacio.
Ahí hay que considerar la interceptación de la pandemia, a principios del año siguiente, que por razones obvias vació las calles y definió un reflujo antisocial, una ‘repli sur soi’, que cambió la naturaleza de los cóleras.
Esto, por un lado, subió la apuesta y amplió el mandato de la convención constituyente, aprobada en octubre de 2020, para refundar el Estado chileno y canalizar los desbordes. Por otra parte, paradójicamente, aplacó el momento constituyente. En mayo de 2021, Raúl Zibechi advertía en un discutido texto que las organizaciones y movimientos colectivos octubristas se diluían frente a representantes que, en la práctica, parecían más constituidos que constituyentes.
Uno se pregunta cuánto la pandemia, con todo su daño económico y psicosocial, no ha cambiado la correlación de estados de ánimo, reemplazando la audacia y el deseo de transformación por la búsqueda de seguridad y de nuevas certezas. Digo esto porque el primer punto a explicar es por qué se rechazó el estado plurinacional de la nueva constitución precisamente donde hay más indígenas (75% en las comunas con más mapuche), porque se rechazaron las grandes autonomías regionales en las regiones más pequeñas. , porque las zonas del país con mayor carencia de agua, fueron las que no aceptaron la constitucionalización del derecho al agua. Y porque el derecho constitucional al aborto, en el plebiscito, fue rechazado, cuando en las encuestas más del 70% apoyó su legalización (en un país católico donde recién en 2017 se mitigó la prohibición absoluta, permitiendo en casos de violación o riesgo de vida a la madre, lo que ocurre en Brasil desde 1940).
¿Por qué pasó esto?
Los clichés son legión. Ahora, es el conservadurismo fundamental, como si la jornada 2019-20 no la hubieran protagonizado multitudinarias fuerzas sociales. Ahora, es el vanguardismo de la convención constituyente, cuya prepotencia habría negado acuerdos transversales con la sociedad y perdido la conexión con las mayorías. Ahora, es la capitulación de Boric quien, como Tsipras en Grecia en 2015, habría sucumbido a la tentación neoliberal, que se reflejó en la pérdida de apoyo de los más acomodados. Pues simplemente sería un problema de comunicación, porque por alguna trascendental razón la derecha comunica mejor que la izquierda, o quizás porque la mentira es más poderosa que la verdad, no sé. Son explicaciones binarias y, en el comercio minorista de medios, palabras de moda.
Yo diría que hay una cuestión previa de enmarcar el problema, que se dio a través de un plebiscito. La democracia plebiscitaria es algo muy difícil. Un referéndum después de una pandemia, en un escenario de inseguridad en múltiples dimensiones, no se puede ganar con lineamientos maximalistas. Esta situación ideal de expresión con la que se podría convencer tranquilamente a millones de personas de la corrección de una agenda global es simplemente imposible. Esto implica un quimérico consenso social en numerosos puntos controvertidos, a la luz de las protestas de 2019-20 que fueron enérgicas y creativas disidentes pero no apuntaron a un consenso programático. Diría que el primer problema a repensar, o sus coordenadas, es este: sobre reemplazar la tensión constituyente que se despliega a lo largo de un proceso continuo de cambio, en un acto refundacional radical, pero llevado a cabo a través de la democracia deliberativa (de sesgo habermasiano).
El segundo replanteamiento del problema, que yo veo, es la cuestión del neoliberalismo, que debería estar mejor planteada. Se argumentó que las protestas eran contra el supuesto éxito del camino chileno de la «economía social de mercado», moldeado por la redemocratización de las fuerzas de centroizquierda del reformismo débil. ¿Qué significa esto, como contramarcha? ¿Una vuelta a un pasado no vivido del estado del bienestar? ¿Renacionalización, rescate del sentido público, en definitiva, una dosis de socialismo del siglo XXI? Quizás esto, para la mayoría, sólo signifique un modelo, un programa, una intención.
Ahí es donde yo diría que el encuadre podría estar mejor elaborado. La Red Chilena de Ingredientes Básicos Universales (IBU) intentó introducir la constitucionalización de la agenda del ingreso universal/incondicional, pero no apareció en la propuesta sometida a votación. No se trataría sólo de incluirlo en una lista, sino de hacer de esta la agenda de las agendas, la plataforma de las plataformas, como eje institucional de una nueva Red de Protección Ciudadana. Las ayudas de emergencia (el IFE) durante la pandemia son buenos ganchos. Todas las demás directrices podrían ser reelaboradas y recalificadas a partir de ahí, destacando la «universalidad», a través de perspectivas de género, región, nacionalidad, etc.
De hecho, el propio capitalismo neoliberal ya opera universalizando singularidades (en la moneda muerta), la lucha sería por revertir esta tendencia, por una moneda viva, una financiarización desde las autonomías sociales.
Esto permitiría al menos intentar una reapropiación de lo social capturado por el neoliberalismo, para liberarlo de las redes de la corporativización, la deuda subjetiva y la eficiencia a toda costa.
Esto de lo que hablo aquí parece sacado de la chistera, pero si reconstruimos los pasos, si observamos cómo la constituyente chilena ha ido esclerosándose en sus certezas y principios, quizás se vuelve menos nebuloso cómo una propuesta como la RBU podría revitalizar el proceso. Y luego sí, inscribiendo las luchas por los derechos con un sustrato material protector, para dialogar con el sentimiento de inseguridad y aislamiento.
Dicho esto, es necesario reconocer la derrota para que no se convierta en derrotismo, como no es necesario insistir en más de lo mismo. Al igual que el caso de Syriza en el sur de Europa, no tengo dudas de que, en Sudamérica, el caso de Chile fue donde la ola fue más voluminosa y sustantiva, a pesar de que retrocedió tan rápido. Dejó la marca bastante alta donde llegaba la línea de flotación, una dinámica que aún está abierta y que merece ser analizada con detenimiento.

Traducción del portugués: Santiago De Arcos-Halyburton

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